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Capı́tulo 1

El Comienzo de la Dinastı́a

El origen de la dinastı́a babuyı́cida se sitúa en las estepas hirkanias, más


allá de la orilla este del Vilayet. Allı́, los orgullosos jinetes hirkanios guerreaban
entre ellos y criaban caballos, los mejores de la era hiboria. Eran una raza recia,
destinada a la grandeza. Con el tiempo, varios de esos jinetes, atraı́dos por los
lujos de la vida civilizada. abandonaron sus viejos usos y se asentaron en la
orilla occidental del gran mar interior de Vilayet, fundando el reino de Turán.
Más no todos los hirkanios migrantes fueron seducidos por la civilización.

Babuyı́n el León era uno de ellos. Él lideró a su clan desde las estepas hasta
las plácidas costas del gran mar, en las fronteras de Turán. Hizo un pacto con
el rey, sus descendientes protegerı́an el reino de los peligros del Gran Desierto
del Este a cambio de conservar sus libertades. Los babuyı́cidas prosperaron,
sus arcas se hinchaban de botı́n de guerra y de los tributos de protección de
las caravanas que pasaban por su territorio. A pesar de sus riquezas, nunca
fueron corrompidas por ellas, al contrario que sus primos de las grandes ciudades
turanias, cuyos dedos enjoyados olı́an a especias sensuales.

Más la fortuna cambiarı́a muy rápidamente para los babuyı́cidas de un mo-


mento a otro. Tras que una de las caravanas protegidas por los jinetes babuyı́ci-
das desapareciera misteriosamente en Zamora, el khagan de los babuyı́cidas,
Ogrul el Errante, envió unos emisarios a Zamora para averiguar que habı́a pasa-
do y pedir una compensación. Ogrul recibirı́a de vuelta las cabezas de los emisa-
rios. El señor de la ciudad zamora de Yazmal habı́a ejecutado a los guardias de
la caravana y a los emisarios, temiendo que eran parte de una estratagema tura-
nia de tomar su ciudad. Menospreciando a los babuyı́cidas como meros bárbaros
asalvajados, no tuvieron ningún tapujo en asesinar vilmente a los emisarios.

En efecto, pocos años atrás Turán y Zamora habı́an luchado una gran gue-
rra, sin ningún ganador claro. Los babuyı́cidas y demás clanes hirkanios habı́an
contribuı́do mucho a esa guerra, sus jinetes habı́an conseguido diezmar a los
zamorios con sus estrategias de retirada fingida, más la incompetencia de los re-
chonchos generales turanios habı́an evitado que esto se solidificase en ganancias

1
2 CAPÍTULO 1. EL COMIENZO DE LA DINASTÍA

firmes.

Ogrul cayó en una ira demonı́aca al ver las cabezas ensangrentadas. Sin
perder nada de tiempo, levantó un formidable ejército de nómadas sedientos de
sangre, sin consultar al rey de Turán, y emprendió una campaña contra Yazmal.
La ciudad fue reducida a ruinas de la noche a la mañana, los aletargados guardias
de la ciudad no podı́an creerse la aparición de un mar de caballos cuyos jinetes,
aullando como demonios, gritaban al unı́sono “Hagul”, es decir, “venganza”
en la lengua hirkania. Se cuenta que aún se pueden oı́r los salvajes cantos de
garganta en las ruinas de la ciudad.

Cuando el rey de Turán oyó lo que pasó con Yazmal, le entró un arrebato de
ira. La guerra habı́a vaciado las arcas reales de Turán y la temerosa y ablandada
corte no querı́a romper la tregua con el rey zamorio. El rey exilió a Ogrul y a
sus clan a vagar por el desierto, como castigo por romper la tregua. Ogrul, antes
que derramar sangre hirkania, decidió aceptar el exilio.
Capı́tulo 2

La Llegada a Shem

El exilio fue terrible para los babuyı́cidas. Muchos sucumbieron a la sed, sus
cadáveres se volverı́an momias bajo el fuerte sol del Desierto. Los caballos morı́an
irremediablemente, su sangre, sustento tradicional de los jinetes hirkanios, era
pastosa y oscura. Tan sólo los jinetes y sus monturas más fuertes sobrevivieron.
Recordando las rutas de los mercaderes que tanto pasaban por sus antiguas
tierras, Ogrul lideró a lo que quedaba de su clan. Las rutas desembocaron en
un sitio, la rica Shem, tierra de mil ciudades, diez mil reyes y cien mil dioses.

Como bárbaros que eran, los babuyı́cidas se dedicaron a lo mejor que sabı́an,
el arte de la guerra. Su temible ejército de arqueros montados se volvieron merce-
narios preciados por los reyes de las orgullosas y ricas ciudades-estado shemitas,
que guerreaban permanentemente entre sı́ en una telaraña compleja que escapa-
ba a la barbárica mentalidad de Ogrul, despreocupada por los mezquinos juegos
de los civilizados. Sus viejas tácticas de jinetes de la estepa dominaron los cam-
pos de batalla shemitas, desacostumbrados a las barbáricas formas de guerra
del Este.

Ogrul el Errante, ya anciano y con su piel tostada y hundida por los surcos
de la edad, aún no habı́a hecho su mayor hazaña. El fragil equilibrio de poder
entre las ciudades shemitas se habı́a roto una vez más con la intervención del
poderoso ejército de Koth, que intervino a favor de una alianza de ciudades
frente a otra. Los kothios sembraron el caos a su paso, quemando y saqueando
a su paso. Eran liderados por el general Mitramontus, uno de los pocos nobles
kothios que se mantenı́an fieles al viejo culto de Mitra y no habı́a caı́do ante la
influencia de los sensuales ritos shemitas.

Una de las ciudades que sufrirı́a la ira de Mitramontus era Unapilim. La


ciudad formaba parte de la alianza contra la cual los kothios intervino y hace
siglos fue conquistada por aventureros kothios 1 , pero estos fueron derrocados
por los altos sacerdotes de Anu, que gobernaban ahora la ciudad como sátrapas.

1 Tal y como serı́a conquistada Khoraja siglos más adelante

3
4 CAPÍTULO 2. LA LLEGADA A SHEM

Estos sacerdotes estaban sedientos de poder, y al poco tiempo tomaron el control


del culto a otros dioses como Ishtar. Mitramontus, motivado por su desprecio
ante la idolatrı́a shemita, no sólo saquearı́a la ciudad, dejándola a merced de
sus tropas kothias, argosias, ofı́reas y aquilonias; sino que cometerı́a una afrenta
contra el poder de los sacerdotes.

Mitromontus y su guardia de honor irrumpieron en el Gran Zigurat de Ishtar,


pasaron a las prostitutas sagradadas que se habı́an refugiado en el templo y
tomaron el ı́dolo mayor de Ishtar consigo, la diosa más popular de la ciudad. Los
sacerdotes y el pueblo unapilimita no pudieron sino contemplar con impotencia
como los hibrios mancillaban a su diosa patrona. Mitramontus originalmente
querı́a destrozar el ı́dolo en el templo mayor de Mitra de su ciudadela, en el
fuerte kothio de Belbak, más fue cautivado por su degenerada y lasciva belleza
y lo guardo en secreto en su tesoro privado.

Los destrozos de Unapilim fueron enormes. Los reyes-sacerdotes que habı́an


gobernado la ciudad hasta ahora quedaron en evidencia al no poder proteger a
la diosa y fueron derrocados por una turba furibunda. La ciudad descendió a la
anarquı́a.

Los instintos bárbaros de Ogrul al oı́r el terrible destino de Unapilim le dije-


ron que tenı́a una única oportunidad. Tomó a sus jinetes y cabalgó raudo hacia
la ciudad. No tardó en someter a los restos de la guardia palaciega, entrando a
la ciudad por una grieta en la muralla que habı́a creado los kothios. Los altos
sacerdotes, viendo al ejército hirkanio llegar, huyeron al exilio. Los babuyı́cidas
gobernaban ahora Unapilim.
Capı́tulo 3

El Retorno del ı́dolo

Ogrul se coronó a sı́ mismo como rey de la ciudad, ya que los sacerdotes
habı́an huı́do y no se podı́a hacer el ritual de entronamiento. Desde lo más
alto del Gran Zigurat, los cansados ojos de Ogrul vieron su nuevo dominio. Los
incendios del asedio kothio aún no se habı́an apagado, las plumas de ceniza
se alzaban desde la moribunda ciudad. Los habitantes de la ciudad miraban a
los jinetes hirkanios con terror, pero algunos tenı́an un brillo de esperanza en
sus ojos. En efecto, los babuyı́cidas habı́an cesado los siglos de tiranı́a de los
sacerdotes de Ishtar, a los cuales los kothios habı́an herido de muerte pero la
estocada final fue dada por el pueblo de la ciudad. Aún ası́, los hilos de los
sacerdotes eran largos y pronto se comenzaron a huir susurros en los palacetes
de los nobles. La ciudad habı́a perdido su más preciada posesión: el ı́dolo de
Ishtar, donde los shemitas creı́an que la diosa estaba realmente presente.

Ogrul necesitaba ganar la confianza del pueblo antes de que los nobles or-
questaran la caı́da de la joven dinastı́a. Ogrul tomó una decisión: necesitaba
recuperar el ı́dolo. Aunque despreciaba la sensual y confusa religión shemita
frente al culto más puro y simple de la estepa, sabı́a que nunca serı́a visto como
un rey legı́timo mientras Ishtar residiera en manos ajenas.

Una vez más la situación polı́tica de Shem habı́a cambiado. Tras la victoria
decisiva de Koth, las ciudades shemitas comenzaron a temer una hegemonı́a
kothia sobre la región. Las ciudades que hasta hace poco estaban aliadas con
Koth comenzaron a aliarse con sus antiguos enemigos para formar una coalición
contra Korshemish. Los babuyı́cidas de Unapilim, viendo esta nueva oprtunidad,
se unieron a ella.

Ası́, los shemitas partieron contra Koth. Los kothios, distraı́dos por una
guerra con Ofir, fueron tomados por sorpresa. La ciudad de Belbak, situada cerca
de la frontera con Shem, fue una de las tomadas por la coalición. Ogrul lideraba
las tropas shemitas en el asedio de la ciudad, ya que su fama como general
mercenario hizo que la coalición confiase en él. Los kothios eran comandados
por Mitramontus, dispuesto a defender su plaza de la ira shemita.

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6 CAPÍTULO 3. EL RETORNO DEL ÍDOLO

Ası́, los kothios y los shemitas se enfrentaron en el campo de batalla. Los


cuerpos se apilaban unos sobre otros, la sangre se mezclaba con el sudor en
los montes de Koth, los gritos de batalla tapaban los gemidos de los heridos.
Un bando pedı́a la intercesión de Mitra y otros la venganza de Ishtar. Muchos
buenos hombres murieron. Ogrul fue alcanzado por una flecha lanzada por un
mercenario de la lejana tierra de Vasauna, al oeste del mundo. Este fue el fin
del legendario guerrero, una muerte digna de un verdadero hirkanio.

Su hijo Timgar le sucedió en medio de la batalla. Los hirkanios vivı́an en


batalla continua, desconociendo si vivirı́an para ver el siguiente amanecer cada
vez que empuñaban el arco, con lo que la muerte de su comandante no causó
la conmoción que hubiera causado en un ejército civilizado. Tras horas de fiero
combate, los shemitas perduraron y derribaron las puertas de Belbak.

Mitramontus, al ver sus lı́neas colapsar, huyó con sus guardaespaldas a la


ciudadela. Pero su cobardı́a no le permitió escapar de la ferocidad de los jinetes
hirkanios. Lo encontraron en su cámara del tesoro, desnudo y postrado en el
suelo postrado ante el ı́dolo de Ishtar. Su religión no le habı́a salvado de los
bárbaros e intentaba patéticamente negociar su pellejo con dioses extraños. Fue
capturado por los shemitas, cada extremidad suya atada a un caballo hirkanio y
descuartizado. Timgar habı́a recuperado al ı́dolo de Ishtar. Mientras sus jinetes
trataban de llevarse el ı́dolo de vuelta a Unapilim, los guerreros shemitas quema-
ron el templo mayor de Mitra en venganza. Desde ese dı́a, Belbak abandonarı́a
el mitraismo.

Timgar entró en su ciudad entre vı́tores y aplausos en un desfile triunfal, en-


señando el ı́dolo recapturado de Ishtar en su lujoso esplendor. Los babuyı́cidas se
verı́an justificados ante el pueblo y sus barbáricas costumbres obviadas por los
civilizados unapilimitas, pues ello consiguieron recuperar lo que los viejo sacer-
dotes habı́an perdido. Las conspiraciones de los nobles cesaron, y comenzaron a
acercarse a la nueva dinastı́a, incluso contrayendo matrimonio con los babuyı́ci-
das. Timgar renunciarı́a a tomar esposa, ya que renegaba del juego polı́tico de
los nobles, optando por rodearse de núbiles esclavas del harén real.

Uno de los pocos sacerdotes que quedad intentó conspirar contra Timgar con
la ayuda de un hechicero estigio, pero fue descubierto y lanzado desde el Gran
Zigurat con sus confabuladores. Las ciudades-estado vecinas, otrora desconfiadas
de la nueva dominación hirkania de Unapilim, comenzaron a tener relaciones más
cálidas con Timgar tras su contribución a la victoria de la coalición shemita
frente a Koth. Los babuyı́cidas se habı́an convertido a los ojos de su pueblo y
de sus vecinos los señores legı́timos de Unapilim.
Capı́tulo 4

La Dominación de Unapilim

Tras la ejecución de los conspiradores, Timgar gozó de un reinado pacı́fico.


El hirkanio sabı́a de la penosa situación en la que hallaba la ciudad y sabı́a lo
mucho que perderı́a si se entrometiese en los absurdos conflictos de los reyes she-
mitas. Timgar además redujo el control del palacio sobre la economı́a y bajó los
impuestos. Los reyes-sacerdotes de Anu controlaban con mano férrea la ciudad
con una severa economı́a de palacio. Timgar despreciaba las ansias de domina-
ción de los viejos reyes, con lo que dejó que los ciudadanos produjeran lo que
quisieran. Esto convirtió a Unapilim en una ciudad próspera y que se recupe-
rase relativamente pronto de los saqueos. El tesoro real poco a poco se volverı́a
a llenar con la riqueza de los mercaderes que comerciaban en la ciudad. Tim-
gar emprenderı́a ambiciosos planes de construcción, reparando y expandiendo la
muralla de la ciudad 1 y el Gran Zigurat, ganando ası́ el favor de los sacerdotes.
Todo esto harı́a que Timgar pasara a la historia con el epı́teto de El Sabio.

Tras morir él de forma natural, le sucedió su hijo Omke, nacido de una escla-
va hiperbórea. Omke defenderı́a la ciudad de las incursiones de los shemitas del
desierto, que envidiaban la naciente riqueza de la ciudad y tendrı́a a su sucesor
Ogrul II con una esclava kushita. Ası́, los babuyı́cidas seguirı́an el ejemplo de
Timgar y no se casarı́an con las casas nobilirias, propensas a conspirar entre sı́,
y en vez de eso se entregarı́an a los sensuales placeres del harén. Estos harenes
incrementarı́an su tamaño con el paso de la dinastı́a y estarı́a formado por muje-
res de todo el mundo. Ası́, la sangre hirkania de Babuyı́n comenzó a diluirse con
sangre de shemitas, hiperbóreos, vanires, aesires, kushitas, zamorios, argosianos,
zı́ngaros, pictos, cimerios y aquilonios.

No sólo se diluirı́a su sangre hirkania, sino también su costumbre. Aunque


Timgar, Omke y Ogrul II se mostrases desinteresados por los ritos shemitas,
tomándolos como una mera formalidad que les permitirı́a un control fácil de
sus dominios; sus descendientes comenzarı́an a escuchar a los sacerdotes. Olgar
el Astrólogo, por ejemplo, abandonarı́a la gestión de la ciudad a sus visires y

1 Estas nuevas murallas se llaman los “Muros Timgáridos” y siguen en pie hasta hoy en dı́a

7
8 CAPÍTULO 4. LA DOMINACIÓN DE UNAPILIM

se dedicarı́a a desentrañar los misterios de las estrellas, encerrado en su obser-


vatorio2 . Poco a poco, comenzarı́an a añadir a sus nombres los de los dioses
shemitas, comenzando con Anu-harbe-Ogrul I, que lideró una campaña contra
piratas de rı́o argosianos.

La polı́tica de neutralidad de Timgar también serı́a abandonada, y la ciudad


perderı́a oro y sangre en guerras sin sentido. Pero los babuyı́cidas no perdie-
ron sus costumbres militares, su unidad de aqrueros montados Harukanis eran
temidos en los campos de batalla de Shem. También comerciaban con caballos
descendientes de aquellos que Ogrul el Errante se trajo desde más allá del De-
sierto. Estos caballos se volverı́an favoritos de los reyes shemitas, que les gustaba
montar carros tirados por los caballos Harukani.

La codicia de los antiguos reyes-sacerdote comenzaron a aflorar de nuevo.


Los impuestos parecı́an aumentar con las generaciones a causa de las vanidosas
guerras que luchaban los babuyı́cidas. Ishtar-usur-Timgar IV el Advenedizo re-
dujo el contenido de oro de las monedas en secreto y cuando un mercader de
Asgalun descubrió la treta, Ishtar-usur-Timgar le mandó ejecutar.

Por si esto no fuera poco, conforme el árbol genealógico de los Babuyı́cidas


crecı́a, las rencillas entre ramas se intensificaron. Los hirkanios de las estepas
sabı́an reconocer la autoridad cuando la veı́an y se abstenı́an de mezquinas
peleas dinásticas, mas con la degeneración de los gobernantes de Unapilim esto
se perdió. El harén pasó de ser una casa de placer a un campo de batalla. Las
mezquinas rivalidades entre concubinas decidirı́a el destino de la ciudad. Muchos
de los babuyı́cidas no serı́an más que peones en el ajedrez dinástico jugado por
tı́os ambiciosos, concubinas celosas, fofos visires y harukanis reblandecidos.

Ası́, con el paso de las generaciones, los babuyı́cidas cayeron en la decan-


dencia. El vigor de aquellos bárbaros que atravesaron el desierto se convirtió en
obesidad y sensualidad. El otrora barbárico linaje de Babuyı́n quedó irremedia-
blemente domado por las joyas y especias shemitas.

2 El Observatorio de Olgar sigue existiendo hasta este dı́a y un pequeño grupo de sacerdotes

y astrólogos trabajan en él divinando el futuro de la ciudad.


Capı́tulo 5

La Caı́da de los Babuyı́cidas

Ası́ de terrible era el estado de la dinastı́a cuando gobernó el último rey


babuyı́cida de la ciudad, Bakhar-kudur-Ishtar. Tal habı́a llegado la degradación
del linaje, que Bakhar-kudur-Ishtar no gobernaba la ciudad, que dejó en manos
del hechicero Shardar, su valido, sino que pasaba sus dı́as entre orgı́as y comilo-
nas. Ası́ Bakhar-kudur-Ishtar se volvió tan obeso que necesitaba un palanquı́n
para moverse, y era incapaz de ponerse camisas. La inflación estaba fuera de
control y los antes temidos jinetes Harukani se habı́an vuelto fofos y blandos,
más preocupados por mantener sus privilegios que defender el reino.

En efecto, los Harukani habı́an conspirado con el hechicero Shardar para ase-
sinar al hermano de Bakhar-kudur-Ishtar, Anu-sumu-Olgar III, y sustituirlo por
él. El desgraciado rey habı́a liderado una desastrosa campaña contra la vecina
ciudad de Nam-Aram que acabó en una humillante derrota para los unampili-
mitas. Aunque las dotes de general de Anu-sumu-Olgar fueran mediocres, los
verdaderos responsables de la derrota eran los Harukani, que habı́an perdido
su ferocidad y disciplina. Por tanto, los Harukani tramaron desde sus lujosos
palacios la caı́da del rey, invitando al maestro del Observatorio de Olgar, Shar-
dar. Bajo el pretexto de utilizar al rey como chivo expiatorio por la humillación
ante los namarameos, cortaron el pescuezo de Anu-sumu-Olgar en el seno de la
noche e instaurarı́an a su obeso hermano. Este, se decı́a, serı́a un rey fácilmente
manipulable a través de su glotonerı́a y sensualidad, convirtiéndolo en un mero
tı́tere de los Harukani y del hechicero.

El golpe de estado fue un éxito, pero fue ejecutado de una forma penosa,
dando tiempo suficiente a muchos prı́ncipes babuyı́cidas y esclavas del harén a
escapar. Entre ellos estaba Attar-ade-Anu, un insolente y ambicioso adolescen-
te de aquel entonces, primo del nuevo rey. Tras años de vagar entre ciudades
shemitas, Attar-ade-Anu consiguió contactar con unos banqueros argosianos y
pidió un enorme pero arriesgado préstamo para retomar Unapilim. Con ese di-
nero, levantó un variopinto ejército mercenario formado por shemitas, estigios
y argosianos. Mas era consciente que sus fuerzas no iban a ser suficientes para
expulsar a su primo del trono. Necesitarı́a aliados.

9
10 CAPÍTULO 5. LA CAÍDA DE LOS BABUYÍCIDAS

Attar-ade-Anu se adentró con su comitiva en el desierto entre las ciudades


shemitas, más allá de los oasis y paradas de caravanas. Sabı́a que se estaba
adentrando en el territorio de los shemitas del desierto, y aunque su ejército
no era para nada despreciable, sabı́a que un paso en falso y verı́a tanto su
ejército como su vida acabar en la punta de las lanzas de los guerreros velados
del desierto. Contaba con un salvoconducto por parte del señor de la guerra
Abussuf para entablar negociaciones de una alianza, pero eso no era suficiente
para dejar de temer a los shemitas del desierto.

Tras dı́as de negociación, Abussuf y Attar-ade-Anu llegaron a un acuerdo,


se alzarı́an contra Unapilim. Atacarı́an desde el desierto, donde menos se lo es-
peraban los harukani, acostumbrados a las guerras entre ciudades. Acto seguido
tratarı́an de forzar a los harukani a una batalla en campo abierto, mientras unos
hombres escaları́an las murallas de la ciudad y abrirı́an las puertas de la ciudad
desde dentro.

El plan funcionó a la perfección. Los harukani no fueron rivales a los guerreros


velados. La ciudad cayó rápidamente y los mercenarios y shemitas del desierto
inundaron la ciudad. Una vez más, los bárbaros habı́an tomado la ciudad, como
hace siglos.

No se sabe a ciencia cierta lo que pasó en esas horas. Unos dicen que Attar-
ade-Anu, tras apuñalar personalmente a su primo y ver como sus tripas se des-
parramaban por el suelo como gordas salchichas, en un ataque de megalomanı́a,
se tornó contra los shemitas del desierto e instruyó a sus tropas “eliminar a los
sucios bárbaros de nuestra gloriosa ciudad”. Otros, que Abussuf tenı́a planeado
coronarse rey desde el principio, y Attar-ade-Anu dejó de ser útil una vez sus
guerreros traspasasen el umbral de las puertas de la ciudad. Algunos incluso
dicen que una reyerta entre los mercenarios y los shemitas del desierto se pusó
fuera de control y lo próximo que se supo fue que la cabeza de Attar-ade-Anu,
clavada en una pica, fue exhibida triunfalmente por los guerreros shemitas desde
la torre más alta del Palacio Real.

Ası́ acabarı́a la dinastı́a babuyı́cida. Unapilim volverı́a a ser gobernada por


la barbarie.
Capı́tulo 6

Anu-sumu-Ogrul el Breve

Hay algunos historiadores que disputan que Bakhar-kudur-Ishtar fuera el


último rey babuyı́cida de Unapilim. Según las leyes de sucesión de Unapilim,
en las horas entre que Bakhar-kudur-Ishtar fuera destripado y Abussuf se au-
tocoronase rey de Unapilim, hubo un monarca, nunca coronado oficialmente.
Se trata de Anu-sumu-Ogrul (autodenominado Anu-sumu-Ogrul IV) el hijo de
Bakhar-kudur-Ishtar con una concubina zamoria.

Él fue el único superviviente de la matanza del harén, perpetrada por los
guerreros shemitas. De aquella aún un adolescente, consiguió escabullirse de
los sables de los invasores, aprovechando la guerra abierta entre mercenarios y
guerreros del desierto, para tomar un caballo Harukani y huir de la ciudad.

Anu-sumu-Ogrul pasarı́a las décadas sucesivas mendigando entre ciudad y


ciudad, sirviéndose de su pedigrı́ para entrar en la alta sociedad shemita. Pues,
a pesar que Abussuf ya se habı́a asentado como sacerdote, habı́a reyes shemitas
que veı́an con malos ojos la nueva dinastı́a, ya que temı́an que los shemitas del
desierto se volvieran más atrevidos y conquistasen más ciudades. No obstante,
y a pesar de las ambiciones de Anu-sumu-Ogrul de recuperar su trono, los reyes
shemitas nunca prestarı́an atención a los planes del prı́ncipe exiliado.

Anu-sumu-Ogrul nunca llegó a aceptar que habı́a perdido el trono. Durante


su exilio fue formando una especie de corte errante en el exilio, formada por
personajes diversos y desesperados y financiada con las pensiones que conseguı́a
sacar de los gobernantes de la ciudad donde se asentaba en ese momento. Anu-
sumu-Ogrul se enfurecı́a cada vez que alguien del pueblo llano no le llamase por
los tı́tulos que su “dignidad” necesitaba, más era más clemente con la mano
que le alimentaba. Los nobles de las cortes shemitas se referı́an a él como Anu-
sumu-Ogrul “el Breve” para su descontento. El prı́ncipe, que con las años habı́a
cultivado un majestuoso mostacho a imitación de los gobernantes de la era
dorada de los babuyı́cidas, vive de ciudad en ciudad, intentando entablar una
red de alianzas y apoyos para retomar su amada Unapilim. Cuando hay luna
llena, el prı́ncipe tiene ataques de melancolı́a, recordando su juventud en los

11
12 CAPÍTULO 6. ANU-SUMU-OGRUL EL BREVE

jardines reales de Unapilim, donde otrora quedaba ensimismado mirando a la


reina de los astros. Y ası́ vive nuestro prı́ncipe vagabundo, viajando por todas
las ciudades en busca de una.

Últimamente hay un rumor que le quita el sueño. Cuentan en las tabernas


y en las paradas de las caravanas, que aún queda un babuyı́cida aparte de él.
Se dice que tras el golpe de los harukani, un hijo de Anu-sumu-Olgar , aún un
bebé de entonces, consiguió escapar de su ira. Su madre, una esclava aquilonia
del harén, se habı́a refugiado en Nam-Aram, la ciudad que urdió la caı́da de
su padre. Su existencia se mantuvo en secreto, para evitar asesinos, y el niño
fue criado con un único propósito: liderar a un ejército namarameo para tomar
Unapilim y gobernar como tı́tere. Pero los rumores rumores son.

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