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Crecer en la vocación es discernir

las motivaciones predominantes


del propio actuar 1

La pregunta sobre "¿por qué se obra?" es más importante


que la cuestión de "¿qué se hace?". Hay comportamientos
aparentemente iguales que, sin embargo, proceden de motivaciones
cualitativamente diferentes.

Ejemp. + Se puede obedecer por disponibilidad al plan de Dios, pero


también, para congraciarse con los superiores o porque la
persona a la cual se obedece nos es simpática.
+ Podemos leer la palabra de Dios para tomar como modelo
los ejemplos de Cristo, pero también para afilar nuestras
armas contra los demás.

Todos estos motivos pueden coexistir; más aún, difícilmente


nuestra acción es sólo y siempre expresión de los valores, esencia
evangélica pura. Generalmente contiene también motivaciones
menos nobles y genuinas, lo cual no quita validez a nuestras
acciones, con tal que se cumplan dos condiciones:

+ que sean subconscientes


y + que no prevalezcan sobre las motivaciones genuinas.

Yo puedo vivir el valor de la obediencia como medio de unión


con Dios y de imitación de Cristo, y a un mismo tiempo sentir
satisfecha mi necesidad de dependencia y protección. Cuando este
último aspecto no es la razón principal ni exclusiva de mi obediencia
sino que sólo representa una "ventaja" secundaria, no buscada en sí,
ni querida, mi acción sigue siendo válida, si bien menos "eficaz". En
el caso contrario, sería sólo una comedia pues yo fingiría creer en la
obediencia mientras en realidad estaba buscando mi comodidad con
preferencia sobre el reino de Dios.

¿Por qué obedezco? ¿Por qué me rehuso? ¿Por qué oro?


¿Por qué trabajo? He aquí una serie de preguntas a las cuales se les
1    
Cfr. MANENTI, Alejandro. Vocación: sicología y gracia. La vida
religiosa, fiel a Dios y al hombre. Edic. Paulinas (Madrid 1987) 41-47 y
CENCINI, Amedeo - MANENTI, Alejandro. Psicología y formación.
Dinamismos y estructuras. Ed. Dehoniane (Bolonia 1985) 68-77.

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puede dar diferentes respuestas: porque creo, porque me conviene,
porque me desahogo, porque me satisfago, porque así puedo
evadirme. En la base de todo comportamiento se halla una gama de
motivaciones: nobles unas, menos nobles otras. El ser humano es
como un iceberg, del cual vemos la parte que emerge de las aguas
porque está sostenida e impelida por una masa muchos más grande
que ella, la cual se halla sumergida bajo la superficie.

Del hombre podemos ver su acción, pero ¿podemos ver


su corazón?. ¿Qué está buscando su corazón? El corazón no
puede verse, pero es el que está haciendo que el hombre viva o
muera. Y lo que Dios busca es el corazón del hombre.

Dt 6, 5: "Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con


toda tu alma y con toda tu fuerza"

Mt 22, 36-37: "«Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor


de la Ley?» El le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente...»"

a. Las actitudes son predisposiciones a la respuesta

La sicología profunda ayuda a conocer el corazón


sirviéndose del concepto de actitud, que se define como una
predisposición a responder. No se refiere, pues, a un
comportamiento externo y visible, sino a una predisposición a
él.

La actitud es, por consiguiente, algo que viene antes de la


acción (entendida como gesto externo); en algún modo la prepara y
la introduce, contribuye a darle una intención y un estilo
comportamental, pero "sin confundirse jamás totalmente con ella".
Esto confirma la complejidad del concepto y nos habla de las
dificultades de su medición, que es posible sólo indirectamente (por
ejemplo a través del análisis de las reacciones fisiológicas, s, de las
manifestaciones verbales, de la globalidad de los detalles
comportamentales, de las reacciones a tests verbales estructurados y
desestructurados...), pero "ninguna de estas variables de
observación puede asimilarse a la actitud a la actitud; ellas pueden
utilizarse sólo como indicios, escalas o «definiciones operacionales» "

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2
. Por esto podemos comprender cómo sea incorrecto
fundamentar juicios sólo en la observación de los
comportamientos.

En una actitud encontramos tres componentes:


1) cognoscitivo,
2) afectivo
y 3) conativo.

1) Componente cognoscitivo

El componente cognoscitivo se refiere al modo como es


percibido el objeto de la actitud, a su connotación conceptual. En tal
sentido la actitud es una opinión; lo que yo pienso de una realidad
sin sentirme necesariamente atraído o no por ella.

Por ejemplo: La actitud racial me dice que los indígenas o los


negros son perezosos y flojos; la actitud antisemítica, que los
judíos ("los turcos") son avaros y maldispuestos.

2) Componente afectivo

El componente afectivo indica, en cambio, el sentimiento de


atracción o de repulsa que la persona siente en confrontación con el
objeto de la actitud.

Por ejemplo: En la actitud racial la componente afectiva me hace


sentir una repulsa, un desprecio por los indígenas o los
negros.

Este componente se considera "el corazón" de las actitudes:


cuando hablamos de la intensidad de una actitud nos referimos
normalmente a su componente afectiva. Que tal componente sea el
más significativo es bastante fácil de comprender.

2    
G. D. WILSON, Actitud, en Diccionario de psicología. Edic. Paulinas
(Milán 1975) 117-120.

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a. Una actitud perdura aunque falte o se haya olvidado el
componente cognoscitivo.

Por ejemplo: Si me agrada fumar, me agrada no obstante sepa


que hace mal; si me agrada un cierto cantante, me continúa
agradando aunque haya olvidado los particulares de su vida
un tiempo destacados por los diarios.

b. La base de las actitudes no es, de ordinario, una serie de


argumentaciones; o sea que el contenido cognoscitivo no
determina mucho el componente afectivo.

Por ejemplo: El drogadicto y el policía conocen muy bien todos los


efectos de la droga, pero mientras el primero depende de
ella, el segundo la combate.

c. El componente afectivo es más durable en el tiempo y más


central que el cognoscitivo. Una actitud experimentada una
vez, tiende a volver a manifestarse otra vez.

3. El componente conativo

En fin, el componente conativo (de impulso a la acción)


indica la tendencia al comportamiento en confrontación con el
objeto.

Por ejemplo: La actitud racial lleva no sólo a tener una opinión


negativa de los indígenas o de los negros, sino también a
actuar en modo agresivo o crítico hacia ellos.

Hay, por tanto, una percepción e interpretación del objeto o


situación, luego un estado emotivo de atracción o rechazo que a su
vez estimula a actuar en modo correspondiente. Esta composición de
fuerzas psíquicas hace comprender la función de mediación de la
actitud, como elemento intermedio entre percepción y acción.

Como la actitud influye también sobre la percepción, para


cambiar una actitud no basta dar una respuesta nueva a un estímulo
viejo, sino que es necesario también redefinir el estímulo mismo, o
sea cambiar el modo de percibir el estímulo. No basta decir: "Intente

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comportarse mejor la próxima vez"; sino que hay que preguntarse:
"¿Por qué se está comportando así?"

Por ejemplo: Para cambiar la actitud racial hacia los indígenas no


basta la persuasión de lo contrario ("es malo odiar a
los indígenas o a los negros"), sino que es necesario
disminuir el nivel de hostilidad ("¿por qué odias a los
indígenas o a los negros?").

Para cambiar no bastan nuevas informaciones, es necesario


que las nuevas informaciones induzcan a la persona a reevaluar sus
respuestas a los estímulos viejos.

Pero en el hombre existen también predisposiciones


positivas.

Ejemplo: La actitud cristiana frente a las nuevas situaciones:


el hombre de fe ya está interiormente predispuesto a
expresar una valoración cristiana de los hechos sin
tener que recurrir en toda ocasión al Evangelio. El
cristiano no tiene necesidad de llevar siempre en el
bolsillo el evangelio a manera de recetario, lo
importante es que lo lleve en el corazón, es decir,
que su estilo de respuesta a los estímulos del
mundo sea evangélico.

Resumiendo

La actitud es mucho más que una opinión; ésta se halla en la


mente, aquella en el corazón. La opinión es un conjunto de
elementos cognoscitivos y puede cambiar cuando nuevas
informaciones proporcionan conocimientos diversos. La actitud, por el
contrario, contiene también elementos afectivos y volitivos que la
hacen más resistente al cambio.

Por ejemplo: Podré repetirme hasta el cansancio que formo parte


de una comunidad, que somos una comunidad de
vida, pero la actitud de rechazo hacia aquella
determinada persona de la comunidad permanece en
mí; ella no es de mi agrado y cuantas veces la veo
siento la tendencia a ignorarla.
b. Funciones de las actitudes

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Puesto que la actitud no se identifica inmediatamente con la
acción exterior, no se ha de interpretar en un solo sentido (el que
encuentra en el gesto comportamental). Toda actitud es "ambivalen-
te", dice y no dice, cubre y descubre.

Lo primero que ha de hacerse frente a una actitud es


preguntarse el por qué de la misma. ¿Por qué soy amable?, ¿por
qué contesto?, ¿por qué sostengo cierta idea?... Preguntas que
pueden tener muchas y diversas respuestas, ya que las actitudes
pueden servir para diversas funciones.

Consideremos tres ejemplos:

1. Una actitud de disponibilidad a los demás puede expresar el


valor de la donación, pero también puede ser un medio para
gratificar la propia necesidad de exhibicionismo.

2. Una toma de posición contestataria puede ser la expresión


del amor por la verdad, pero también para descargar la
propia agresividad y hacer hablar de sí.

3. El respeto por la opinión de los demás puede ser la


expresión de apertura de ánimo, pero también puede surgir
de un sentimiento de inferioridad que impide abrirse
libremente.

Estas motivaciones menos genuinas, de ordinario


subconscientes, pueden escapar al conocimiento del individuo:

a. Se dedica con toda la buena fe a los demás sin darse cuenta que
no está sino en el estadio infantil de la búsqueda de sí mismo y
así, tras el entusiasmo inicial, todo termina.

b. Piensa servir a la verdad sin darse cuenta de estar todavía en la


fase de negatividad en que se encuentra a sí mismo sólo
oponiéndose y así, cuando se trata de pagar con la propia
persona, nacerán las resistencias.

c. Piensa ser democrático, pero la realidad es que no tiene el coraje

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de las propias ideas y así poco a poco llegará a no saber
justificar las propias elecciones.

Evidentemente, las diversas funciones de las actitudes


pueden coexistir en la misma actitud. Las examinamos
separadamente por motivos de claridad. Según Mc Guire, Katz y
Rookeach 3, existen cuatro posibles funciones de las actitudes:

1. Función utilitaria

Una actitud es asumida en cuanto sirve para una utilidad


persona, inmediata o mediata, en vista de una recompensa (ventaja)
por obtener o de un castigo (peligro) por evitar. Tal utilidad está
ligada a las propias necesidades, pero puede ser buscada sin que el
vínculo sea conscientemente pretendido por el agente. Esta función
nos recuerda el hecho de que todos tendemos a agrandar las
recompensas y a minimizar los castigos del mundo externo. El niño
desarrolla actitudes favorables hacia los objetos que lo gratifican y
actitudes desfavorables hacia los objetos que lo castigan.

En síntesis, la función utilitaria sirve:

a) para obtener una recompensa,


Ejemplo: La actitud de un obrero que da el voto a un partido
no porque crea en la ideología, sino porque espera
obtener un ascenso.

O, también,

b) para evitar algo no deseado.


Ejemplo: La sumisión a las reglas de un grupo para evitar la
desagradable consecuencia de ser marginado.

2. Función defensiva del "yo"

3    
W. J. Mc GUIRE, The nature of attitude and attitude change, en
LIDZEY G. y E. ARONSON, The handbook of social psychology, III,
Addinson-Wesley, Reading, Mass. 1969, 136-314; D. KATZ, The functional
approach to the study of attitudes, en M. FISHBEIN, Readings in attitudes
theory and measurement, Wiley, New York 1967, 459; M. ROKEACH, Belief,
attitudes and Values. A theory of organization and change, 123-125.

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Si la primera función nos permitía establecer una relación
decorosa con los demás, ésta nos permite tener una relación digna y
decorosa con nosotros mismos. Más que adaptarnos a los demás,
muchas veces el verdadero problema es adaptarnos a nosotros
mismos especialmente cuando experimentamos impulsos
inaceptables. Como la función precedente nos protegía de los
castigos que vienen del exterior, así la función defensiva del Yo nos
protege de las amenazas que nos vienen de nuestro interior; una
actitud es asumida con la finalidad de salvar nuestra estima,
protegiéndola de amenazas consciente o subconscientemente
advertidas. La persona se defiende de reconocer la verdad sobre sí
misma; aquí la necesidad fundamental es la de salvar a toda costa la
imagen positiva que tenemos de nosotros mismos; con tal objetivo
son puestos en acción los mecanismos de defensa.

Las actitudes defensivas del Yo son diversas de las utilita-


rias, sea por el objetivo que se proponen, sea por las modalidades
con que se forman. El objetivo de la actitud utilitaria es de naturaleza
social; protegerse de los demás, vistos como los que retienen el
poder. El objetivo de las actitudes defensivas del Yo es más
intrapsíquico: el hombre se esconde de sí mismo.

Ejemplos: El estudiante que quiere buenas calificaciones


(objeto de la actitud) porque busca ser admitido en
una buena universidad, tiene una actitud utilitaria; el
estudiante que quiere buenas calificaciones para
tranquilizarse que vale como hombre, tiene una
actitud defensiva del yo: la calificación es sólo un
expediente ocasional.

Con la función defensiva del Yo, la persona pretenderá


cancelar una inmadurez que no quiere admitir en sí, asumiendo, por
ejemplo, un comportamiento exactamente contrario.

Ejemplo: + Es el caso del dependiente afectivo que multiplica


los gestos de donación de sí: puede ser la
disminución de la necesidad de recibir afecto, un
modo para no decirse a sí mismo que es
afectivamente inmaduro y un modo diverso y
aceptable para obtener afecto. El defecto no está en
el comportamiento exterior, sino en la incapacidad
de decirse la verdad y en la sutil búsqueda de sí que

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motiva el comportamiento.

+ O también el caso del inseguro que, para no


admitir la inseguridad ostenta una seguridad
permanente al resguardo de toda duda, a veces al
límite de la obstinación y ausencia de escrúpulos.

Fatalmente estas actitudes defensivas son siempre


artificiosas y exageradas y, a la larga, no convencen a nadie.

3. Función expresiva de valores

Más allá de la búsqueda utilitaria y defensiva, la actitud


puede llegar a ser un medio para vivir mejor y expresar progresiva-
mente los valores en los cuales la persona cree y que constituyen los
ideales de su existencia. Aquí estamos en un plano sustancialmente
diversos respecto a las otras dos funciones; hay en la base una
situación de verdad interior y exterior, de correspondencia entre gesto
e intención.

El comportamiento llega a ser un modo para afirmar y


realizar con mayor plenitud las propias convicciones. De hecho
tendremos una persona que si realiza un gesto, es porque cree, no
tiene segundos fines utilitarios o defensivos. No todos los
comportamientos, por consiguiente, tienen la función negativa de
reducir la tensión.

La persona humana puede obtener satisfacción también por


la expresión de actitudes que reflejan lo que le es más apreciado. En
este caso, la satisfacción no es en términos de reconocimiento social,
sino que consiste en confirmar aquella imagen de persona que
pretende ser: pero es una "ventaja" que va más allá de la
confirmación de la propia imagen.

4. Función de conocimiento

La persona adopta una actitud a fin de tener una


comprensión estructurada (y a menudo, simplificada) de sí misma y
del mundo. Todos tenemos necesidad de esquemas de referencia
para comprender la realidad y estas actitudes, de prevalente
componente intelectual, determinan la formación de categorías y

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generalizaciones que simplifican la complejidad del mundo y ofrecen
una guía (o sea esquemas cognoscitivos y comportamentales) para
afrontar adecuadamente la realidad.

La actitud es como una teoría empírica e informal basada en


cuanto la persona ha observado directamente y en cuanto los demás
le han dicho. No podemos, cada vez que nos sucede algo,
recomenzar desde el inicio a analizar, sino que tenemos necesidad
de un cuadro interpretativo o esquema de referencia que nos permita
encuadrar más y rápidamente lo que sucede. Nos construimos un
conjunto de opiniones y estereotipos culturales con los cuales
afrontar de inmediato y velozmente la realidad. Las actitudes de
conocimiento son para el hombre de la calle como la teoría es para el
científico. El término conocimiento, por consiguiente, no es
entendido como sinónimo de sed de saber universal, sino como
exigencia fundamental de comprender qué sucede.

c. Conclusión

Las cuatro funciones hasta aquí descritas no se excluyen


mutuamente. Más aún, la misma actitud puede servir a varias
funciones, como está indicado en los ejemplos dados previamente.
Las cuatro funciones puede sobreponerse; difícilmente la acción es
expresión de una sola tendencia, generalmente es el resultado de
una multiplicidad de motivaciones más o menos nobles. Es
igualmente cierto que una de ellas tiende a emerger sobre las demás,
dando a nuestro actuar una motivación prevalente y a la vida una
orientación en función de las necesidades o de los valores.

Las dos funciones subconscientes (utilitaria y defensiva del


yo) de las actitudes obstaculizan el crecimiento. La primera (utilitaria)
coloca al hombre en una posición de sumisión en relación con los
demás. La segunda (defensiva del Yo) es contraria a la verdad que la
persona debe vivir en sus diferentes situaciones puesto que según
ella el hombre se esconde a sí mismo.

Este último aspecto es muy interesante y preocupante; en


efecto, con mucha frecuencia gastamos la mayor parte de nuestras
energías buscando la paz con nosotros mismos. Pero ocurre que, sin
que tengamos en ello mala intención, en el fondo tenemos miedo de
vernos a nosotros mismos tal y como somos; tratamos, entonces, de
defendernos con la consecuencia de que, sin conocer la verdad de

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nosotros mismos, no podemos mejorar y nos privamos de las
alegrías que podrían proporcionarnos los valores de la vida.

Las otras dos funciones (expresiva de valores y de


conocimiento) definen una actitud como cristiana de tal manera que,
los valores evangélicos se traducen en una "prontitud a responder" a
la realidad. Las actitudes concretas de cada día son la encarnación
de los valores en los cuales se cree con la mente y con el corazón.
Se cree en estos valores porque son válidos en sí mismos y porque
pueden dar sentido a todos los acontecimientos de la vida; gracias a
ello, podemos liberarnos de la preocupación de que se nos alabe o
se nos agradezca y de tener que seguir tras la mayoría.

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