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La selva del lenguaje.

Introducción a un diccionario de los


sentimientos
JOSÉ RAMÓN AYLLÓN | 3 FEBRERO 1999

Autor: JOSÉ ANTONIO MARINA

José Antonio Marina

Anagrama. Barcelona (1998). 310 págs. 2.500 ptas.

José Antonio Marina es un ensayista brillante, profundo y seductor, una especie de Midas que convierte lo que le gusta
en libro apasionante. Desde que ganó el Premio Anagrama y el Premio Nacional de Ensayo con Elogio y refutación del
ingenio, nos ha ido acostumbrando a recibir cada año un nuevo título: Teoría de la inteligencia creadora, Ética para
náufragos, El laberinto sentimental, El misterio de la voluntad perdida y La selva del lenguaje. Cada nueva entrega le
encarama a los primeros puestos en las listas de libros más vendidos, quizá porque su receta es mezclar rigor y buen
estilo, ciencia y estética, objetividad y entusiasmo, seriedad y humor, verdad y belleza.

La selva del lenguaje es un ameno paseo por la lingüística provocado por la urgente necesidad de recuperar sus raíces
humanas. Porque, desde que a Chomsky se le ocurrió escribir que "la gramática es autónoma e independiente del
significado", todos los estructuralismos, formalismos y objetivismos lingüísticos han olvidado que el lenguaje es creación
de seres humanos concretos, empantanados en su cieno biográfico. Por eso, "todas las teorías formales son
verdaderas y engañosas, como un texto de medicina que enseñara fisiología sin mencionar el sufrimiento". A partir de
esta carencia, Marina se propone bucear en el lenguaje para explicar su estructura ideal desde la estructura real del
sujeto hablante, desde la configuración mental y las operaciones subjetivas que producen la actividad lingüística.

Pero la espeleología subjetiva es tarea ardua. El mismo Chomsky reconoce que "las cuestiones centrales relativas al
aspecto creador del lenguaje siguen siendo tan inaccesibles como siempre". Entre otras razones porque comprender,
más que captar el significado de un signo es captar la intención de una persona. Y porque, más que un perfectísimo
código, el lenguaje es la presencia del mundo en nuestra subjetividad, permite la comunicación con nosotros mismos,
es la base de nuestro comportamiento voluntario, nos relaciona con los demás, hace posibles nuestros afectos y funda
las grandes creaciones humanas que ennoblecen nuestras vidas, por ejemplo, el derecho. Marina lo ejemplifica con la
radiografía léxica de muchos sentimientos, y justifica así el subtítulo del libro.

La metáfora del título es muy apropiada. Al término del recorrido por la selva, el lector poco atento ha podido perderse y
desorientarse varias veces en medio de una exuberancia compleja. Pero Marina sale a su encuentro en el epílogo para
que al menos le quede clara la sorprendente conclusión de sus libros anteriores: si la primera función de la inteligencia
es dirigir la conducta para navegar con éxito en medio del agitado mar de la vida, la ciencia se justifica por la ética. Y
entonces el lenguaje, que debe buscar y comunicar verdades, queda englobado entre las funciones de la inteligencia
ética. En las noventa páginas que siguen al epílogo encontramos un extenso apéndice documental, repleto de notas y
comentarios bibliográficos, y nos creemos que el autor haya acabado "con la lengua fuera, con la fatiga del perro
perdiguero que está a punto de caer derrengado después del esfuerzo". Y se lo agradecemos.

José Ramón Ayllón

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