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23 Otoños Antes de Ti - Alice Kellen
23 Otoños Antes de Ti - Alice Kellen
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1.a edición Enero 2017
—Deberíamos ir a casa.
Luke alzó la cabeza al escuchar
aquella voz delicada que había
sepultado bajo tierra su cordura y
cualquier atisbo de control. ¿Y ahora
qué…? Ya no había vuelta atrás.
Incluso aunque la hubiese, era un
camino que no estaba dispuesto a
tomar.
Apoyó un codo en el mullido
asiento del coche y la miró desde
arriba con los ojos entrecerrados.
Trazó con la yema de los dedos el
contorno de su rostro, la línea
deliciosa en la que su labio superior
se curvaba, como si desease formar
un corazón. Puede que no fuese
exuberante o una belleza
especialmente llamativa, pero para
Luke era perfecta. Y el hecho de que
pensase en algo así después de follar
solo podía significar que estaba muy
jodido.
—¿Quieres ir a casa? —preguntó en
un susurro.
Harriet asintió lentamente con la
cabeza, sin apartar aquellos
expresivos ojos de él. Unos ojos que
estaban ligeramente húmedos. Luke
se incorporó un poco, le subió la
parte superior del vestido, que
seguía arremolinado en torno a su
estómago y le colocó los tirantes
sobre la curvatura de los hombros.
Realizaron todo el trayecto en
silencio.
Ella tenía la cabeza apoyada en el
cristal y lo empañaba con cada
respiración, mientras observaba la
lluvia caer en diagonal bajo la luz
de las farolas de las calles que
dejaban atrás. En cuanto entró en
casa, antes incluso de que Luke
pudiese encender las luces y dejar
las llaves del coche, se metió en su
habitación y cerró la puerta con el
pestillo. Se dejó caer al suelo y
escondió el rostro entre las rodillas.
Un sollozo escapó de su garganta.
Luke había tenido razón al sugerir
que parasen…, pero es que fue
incapaz de valorar siquiera la
posibilidad. Porque quería aquello,
demonios. Lo quería a él. La forma
siempre atenta que tenía de mirarla
y esa faceta suya tan tierna y al
mismo tiempo salvaje que salía a
relucir cada vez que la tocaba…
—¿Harriet? ¿Qué cojones…? —
Movió inútilmente la manivela de la
puerta—. ¿Qué te pasa?
—Nada, solo… —tomó aire—.
Quiero estar sola. Dormir. Estoy
cansada.
Estaba aterrada.
Sentía el miedo paralizando sus
pensamientos. Miedo a perderlo.
Miedo a tenerlo. Miedo a ella
misma. Miedo a él. Miedo al dolor, a
las decepciones, a reconstruir de
nuevo cuando las cosas se rompen
sin previo aviso…
¿Por qué se había dejado llevar?
¿Por qué no podía ser firme y dura y
con una personalidad arrolladora
como muchas otras personas…?
Cada vez que una piedra se
interponía en su camino, tropezaba
con ella. No sabía cómo esquivar las
dichosas piedrecitas.
—¡Vamos! ¡Abre la puerta, Harriet!
Luke no obtuvo ninguna
respuesta. Inspiró hondo.
—Déjame entrar. Por favor.
—No puedo, Luke. —Dejó caer la
cabeza hacia atrás hasta recostarla
en la puerta de madera. Él estaba
tan cerca… y a la vez tan lejos…
—¿Por qué? Solo dame una buena
explicación. Algo que pueda
entender.
Le pareció que ella tardaba una
eternidad en contestar.
—Porque tengo miedo.
—Harriet…
—Ha sido un error. Uno de esos
errores que parecen maravillosos
hasta que acabas de hacerlos. Me
siento muy tonta ahora mismo. No
quería poner en riesgo nuestra
amistad y lo he hecho y sé cómo
terminan siempre estas cosas —
gimió.
Luke respiró entre dientes y apoyó
la frente en la dichosa puerta que
los separaba.
—No ha sido ningún error, Harriet.
Un error no puede ser tan perfecto.
Por favor, ábreme, no quiero estar
lejos de ti. Podemos hablar las cosas.
Y te prometo que no vas a perder mi
amistad, siempre vas a tenerme…
Pasaron unos segundos antes de
que se oyese el chasquido del
cerrojo de la puerta al abrirse. Luke
entró despacio en la habitación. Ella
se había vuelto a sentar en el suelo,
con las piernas cruzadas; él se
arrodilló a su lado y le sostuvo la
barbilla con la punta de los dedos.
—¿Por qué me haces esto, Harriet?
Cada vez que lloras me matas un
poco por dentro. No tienes que
sentirte culpable por lo que ha
ocurrido. No ha sido nada malo.
—Para mí es importante —sollozó
—. Aparte de Barbara, Angie y Jamie,
nunca nadie me había entendido
como lo haces tú, sin juzgarme, sin
hacerme sentir tonta. No quiero que
nada cambie, no quiero perderte.
—Te juro que eso no ocurrirá.
Confía en mí. Inténtalo. Sé que te ha
fallado mucha gente, pero yo no lo
haré.
Ella asintió y se limpió las
lágrimas con el dorso de la mano.
Luke la estrechó contra su pecho y
después la levantó en brazos como
si no pesara nada y la dejó sobre la
cama. Se inclinó para darle un beso
en la frente.
—Dime qué quieres que haga. Si
prefieres que me quede contigo… —
susurró—. O puedo irme al sofá. Y,
de verdad, decide lo que realmente
desees, Harriet. Porque solo tú eres
dueña de tus actos, solo nosotros
dos estamos implicados en esto. No
te dejes llevar por el miedo o los
prejuicios, ni por el qué dirán. Si
Angie, la gente del pueblo o
cualquiera que se inmiscuya no
entiende lo que sea que existe entre
nosotros, que les den. En serio. Que
les den hasta que se les quiten las
ganas de hurgar en las vidas o los
sentimientos de los demás. —Le
acarició la mejilla con los nudillos,
suavemente—. No sabes cómo he
intentado resistirme, pero si volviese
atrás te aseguro que no cambiaría ni
un segundo de lo que ha ocurrido
en ese coche.
Harriet lo agarró de la muñeca y
cerró los ojos y se concentró en el
latir de las pulsaciones de Luke que
retumbaban contra sus dedos.
—Quédate.
Se hizo a un lado en la cama.
Luke se quitó la camiseta antes de
tumbarse a su lado y abrazarla
mientras dejaba escapar un suspiro
de alivio. Le habló en susurros hasta
que ella se relajó, y después
comenzó a quitarle el vestido con
cuidado y recorrió con los dedos
cada tramo de piel que quedaba a la
vista, deteniéndose en todos los
lunares, las diminutas
imperfecciones o cualquier detalle
que llamase su atención.
—¿Qué estás haciendo, Luke?
—Memorizarte. Tocarte.
Deslizó la mano por su antebrazo
derecho y se detuvo en las sombras
oscuras de los tres pájaros que
Harriet llevaba tatuados, justo igual
que él. Sus labios se curvaron
lentamente mientras trazaba los
bordes de las alas.
—De todos los tatuajes estúpidos
que me he hecho en mi vida, este es
mi preferido.
—A mí también me gusta. —
Harriet sonrió en la penumbra y se
acurrucó más contra su cuerpo
cálido—. ¿Qué pasó con los demás?
—Uf, recuerdo poco. El primero, el
escudo del equipo de la
universidad, me lo hice con dos
amigos del club después de
emborracharme una noche en la
que ganamos un partido decisivo —
explicó—. Luego fue el de la brújula,
cuando perdí una apuesta contra
Mike. Había un tío en el local de
tatuajes que se llamaba Blake o
Blaine o algo así que se estaba
haciendo este mismo diseño y no
dejaba de repetir lo importante que
era no perder el norte —dijo—.
Después llegó el de los pajaritos… —
esbozó una sonrisa rápida—. Y por
último el erizo. El más estúpido de
todos los que me he hecho, que ya
es decir, teniendo en cuenta que en
ninguno estuve sobrio. Lo bueno es
que, cuando alguien me pregunta si
duele, no tengo ni zorra.
—¡Estás pirado! —Harriet rio.
—Dijo la culpable del tatuaje
número tres…
—¡No, ahora en serio! —replicó
cuando se recompuso de la risa—.
¿Por qué un erizo? —Tocó con el
dedo índice el contorno del
diminuto animal. Por suerte era
pequeño, bajo la línea de la cadera,
así que apenas se veía.
—Lo cierto es que me dan pánico.
No puedo soportarlos. Son como
ratas con púas en vez de pelo. —
Permaneció pensativo y luego alzó
la vista hacia Harriet—. En realidad,
me lo hice durante una muy mala
época, poco antes de recibir esa
llamada de mi abogado y venir aquí.
—¿Puedo hacerte otra pregunta?
—¿Puedo evitar que lo hagas? —
respondió divertido.
—No. —Sonrió y se acomodó más
cerca de él, casi encima, sin dejar de
trazar círculos sobre la piel de su
pecho—. Siempre recibes llamadas
de una tal Sally. ¿Quién es? ¿Alguien
importante para ti?
Sus miradas se enredaron en una
sola.
Él contuvo el aliento antes de
hablar.
—No es nadie. Una vieja amiga.
—Luke, no me mientas. Por favor.
Suspiró hondo y se giró para
poder mirarla a los ojos. Le daba
miedo dejarse ver, dejarla ver,
abrirse ante ella y mostrarle todo lo
malo que arrastraba consigo. Que no
aceptase o pudiese entenderlo más
allá de la primera capa. Tragó saliva.
—Sí que es alguien. Es la chica que
me tiraba cuando estaba en San
Francisco —admitió—. Pero le dije
hace semanas que siguiese su
camino, si es lo que te preocupa.
Harriet permaneció callada tanto
tiempo que Luke empezó a ponerse
nervioso. Alargó una mano y deslizó
la yema de los dedos por el
contorno de sus labios. Le
tranquilizó que no se apartase.
—Di algo, Harriet.
—¿Te hiciste con ella el tatuaje? El
del erizo.
—Sí.
—¿Lo que teníais era como lo que
tenemos nosotros?
—No, joder, no. Ni de lejos —
susurró—. Ella no me conoce, no
sabe nada de mí, ni de cómo me
siento ni de cómo quiero llegar a
sentirme… —respiró hondo—. Tú no
puedes compararte a nada de lo que
he tenido antes. Y ya te he dicho que
cuando me hice ese tatuaje… fue
una mala época. Pensé en
quitármelo unas semanas después,
pero cambié de idea porque no
quise olvidar los errores que
simboliza. —Sonrió con tristeza—. Es
de risa que un erizo represente el
mal, ¿no crees?
Ella se tumbó de lado y apoyó una
mano en su pecho.
—¿A qué te refieres con una mala
época?
Luke se mordió el labio inferior,
dubitativo.
—Ya sabes, una de esas épocas en
las que no eres tú mismo. ¿Nunca te
has sentido así? —Harriet negó
lentamente con la cabeza y él le
colocó tras la oreja el mechón de
cabello rubio que cayó ante el
movimiento—. Pues tienes suerte,
porque es una mierda. Deprimente.
Te sientes infeliz y perdido, y lo peor
de todo es que no tienes ninguna
razón de peso para estarlo, no te
estás muriendo ni nada parecido,
pero te comportas como si todo te
diese igual. —Inspiró hondo—.
Cuando me despidieron fue como si
el mundo se derrumbase. Y ya
arrastraba de antes esa misma
sensación, como de derrota, desde
siempre, cada vez que algo en la
vida no me salía exactamente como
yo lo había planeado… —
Permaneció unos instantes en
silencio—. Me comporté como un
capullo, empecé a salir de fiesta por
ahí. Y no eran fiestas… suaves.
Recuerdo despertarme al mediodía,
con la cabeza dando tumbos y…,
joder, no sé cómo demonios
pensaba que eso podría ayudarme
en algo. Creo que en realidad me
frustraba cada día un poco más.
Pensaba que eso era «vivir el
presente», pero estaba equivocado.
Solo era un alivio rápido, poder
dejar de ser yo mismo durante unas
horas…
—¿Ibas con Mike y Rachel y…?
—No, ellos tenían su vida, estaban
empezando a construir algo sólido.
Nadie se merece más un poco de
estabilidad. Y Jason, bueno, Jason
jamás se dejaría llevar hasta el
extremo; de hecho, intentó
controlarme. Es un tío con las cosas
claras. Creo. Al menos, cauto. El tipo
de persona que piensa las cosas
antes de hacerlas —aclaró—. Los tres
estaban ocupados, con sus trabajos,
con sus metas…
—Así que cuando llegaste aquí fue
una especie de vía de escape.
—Más, mucho más. Fue lo mejor
que me podía haber pasado —
reconoció—. Pensé que duraría
menos de una semana, pero, no sé,
la rutina, sentir que sirvo para algo,
que puedo ser útil, ahora el
compromiso con el idiota de
Harrison, y tú, solo tú… —La cogió
de la nuca para acercar su rostro al
suyo y atrapar sus labios—. Has sido
terapia sin siquiera proponértelo —
susurró contra su boca.
Harriet dejó que su lengua se
colase en su interior, acariciando la
suya, y gimió cuando Luke la
estrechó contra su pecho y volvió a
sentirse atrapada por aquel aroma
cítrico que desprendía y la
experiencia de esas manos que
recorrían su cuerpo como si
deseasen colarse bajo la piel y
tocarla de todas las formas posibles.
—Luke… —Él ignoró el tono
preocupado de su voz y le
mordisqueó la barbilla con suavidad
antes de volver a besarla. Harriet se
apartó para poder hablar—: Debe de
ser horrible pasar por algo así. No
encontrarte a ti mismo.
—Solo estaba un poco perdido.
—Y deprimido —adivinó.
—Algo así. Déjalo ya. No quiero
hablar más de eso —se quejó en un
murmullo y después atrapó los
brazos de Harriet y los alzó sobre su
cabeza mientras retenía su cuerpo
bajo el suyo. Le rozó los labios—.
Ahora solo puedo pensar en estar
dentro de ti, en follarte lento, y
probarte y lamerte…
Ella se estremeció ante el tono
ronco de su voz y aguantó la
respiración mientras Luke le
quitaba el sujetador y deslizaba
después su boca por cada tramo de
piel que encontraba a su paso,
descendiendo hasta su estómago.
Depositó un beso tierno al lado de
su ombligo y tiró de la ropa interior
con brusquedad hasta bajarla por
sus muslos. La miró desde allí abajo,
con aquellos ojos verdes
entrecerrados que la hacían
enloquecer, enmarcados bajo las
gruesas pestañas… Y, antes de que
pudiese prepararse para lo que
estaba por llegar, él deslizó la lengua
por la humedad de su sexo con una
lentitud enloquecedora, sin dejar de
mirarla, y Harriet cerró los puños en
torno a las sábanas e intentó
reprimir el gemido que finalmente
escapó de su garganta.
18
FIN
Agradecimientos