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REESCRITURAS FINISECULARES DEL DISCURSO MÉDICO EN EL "MANUAL DEL PERFECTO

ENFERMO" (1911) DE RAFAEL URBANO


Author(s): Alba del Pozo García
Source: Hispanófila , JUNIO 2015, No. 174 (JUNIO 2015), pp. 171-186
Published by: University of North Carolina at Chapel Hill for its Department of
Romance Studies

Stable URL: http://www.jstor.com/stable/43808872

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REESCRITURAS FINISECULARES DEL
DISCURSO MÉDICO EN EL MANUA
DEL PERFECTO ENFERMO (1911)
DE RAFAEL URBANO

Alba del Pozo García


Centre Dona i Literatura

Enfermedad y modernidad

En 1863, Charles Baudelaire definía en Le peintre de la vide moderne al art


moderno como un convaleciente que mantenía una mirada propia sobre el mu
cercana también a la del niño:

Le convalescent jouit au plus haut degré, comme l'enfant, de la faculté de


s'intéresser vivement aux choses, même les plus triviales en apparence. [. . .]
J'oserai pousser plus loin ; j'affirme que l'inspiration a quelque rapport avec
la congestion , et que toute pensée sublime est accompagnée d'une secousse
nerveuse, plus ou moins forte, qui retentit jusque dans le cervelet. (1159)

Esta relación entre mirada, enfermedad y creación trasciende hasta el fin de si-
glo y entra en el siglo xx, materializándose tanto en diversos movimientos literarios
como en las propias estructuras del pensamiento científico. Desde distintos ámbitos
el sujeto moderno, y sobre todo el intelectual y el artista, se va a representar como
un enfermo cuyo mal se constituye en un signo de los tiempos. Mientras la psicopa
tologia decimonónica intentará clasificar, organizar e incluso extirpar estas manifes-
taciones de la enfermedad, la esfera de la creación estética tenderá a explorarlas: el
sujeto moderno se diagnostica y a menudo narra sus propios males, convertidos,
como apuntaba Baudelaire, en una condición necesaria para observar el mundo y
participar de la modernidad. El Manual del perfecto enfermo (1911), del que me
ocuparé en este artículo, pone de relieve esta dicotomía, en la que lo patológico se

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convierte en una categoría


narias de los discursos médicos.
La vinculación entre enfermedad y modernidad que establece Baudelaire puede
leerse como la cara opuesta a las diatribas sobre el genio que encarnan el discurso
científico, especialmente en los escritos del célebre criminologo italiano Cesare
Lombroso y en el volumen de Max Nordau, Degeneración ( Entartung ), publicado
en 1895.1 El primero postulaba el genio como una patología mental, que sin embar-
go era necesaria para la creación artística. El segundo, en cambio, mantiene una
postura mucho más virulenta en la que acusa de degenerado a casi todo el plantel de
artistas contemporáneos, postulando su necesaria eliminación de la sociedad. Aun-
que se trata de dos posiciones que forman parte de un mismo imaginario, Baudelai-
re situará la neurosis como una manifestación positiva e inevitable de la vida mo-
derna, no como una desviación que debe ser erradicada, pudiendo leerse como el
iniciador de una genealogía confrontada, y a la vez imbricada, en la psicopatologia
decimonónica y finisecular.
El fin de siglo, en ese sentido, se asienta sobre una dicotomía compleja: por un
lado, la asunción de la modernidad como un proyecto ya cumplido (Labanyi 4); por
otro, la extendida presencia de una serie de metáforas de decadencia y declive que
parecen contradecir la primera parte de la ecuación (Balakian 101, Praz 382). Esta
contradicción se sostiene sobre la propia retórica científica, que diagnostica la vida
moderna, y sobre todo urbana, como causa de diversos desórdenes patológicos. Se-
gún Nordau, el modo de vida contemporáneo, caracterizado por estímulos tan vario-
pintos como una agitada actividad intelectual o un ritmo de vida frenético, produce
una tendencia generalizada hacia el agotamiento. La modernidad, en lugar de traer
consigo el progreso y el conocimiento científico, fomenta la neurastenia, la debili-
dad orgánica y la decadencia general de las naciones. Esta perspectiva también será
adoptada por otros autores, algunos de los cuales no caen en la sospecha de tener
excesos finiseculares como Armando Palacio Valdés, que en El idilio de un enfermo
(1884) pondrá en boca de un médico el siguiente diagnóstico: "Lo que usted tiene
salta a la vista de cualquiera, porque lo lleva escrito en el rostro: es la enfermedad
del siglo diecinueve, y en particular de las grandes poblaciones" (Palacio Valdés
109). Otro contemporáneo de Rafael Urbano, José María Llanas Aguilaniedo, afir-
maba en su ensayo sobre estética Alma contemporánea (1899) que

el trabajo intelectual o físico crea fatigados de los dos órdenes y éstos no


pueden engendrar más que escrofulosos, tísicos, impotentes, estaturas ba-
jas, etcétera, e histéricos. De todo este deshecho de la raza, están llenas
nuestras ciudades, en las cuales, lejos de abundar los genios primitivos, in-
ventores con inteligencia de niño y facultad inventiva de gigante, no se
ven más que inteligencias viejas , cansadas ya por herencia. (8)

Estas afirmaciones, citadas a modo de ejemplo, dan cuenta del vínculo entre la
modernidad y lo patológico, y apuntan a su vez a una crisis de fin de siglo en la que
el progreso y la civilización que traía la ciencia derivan en insalubridad y neurastenia:

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tanto el naturalismo como el modernismo compartieron la re


del siglo xix: una retórica de la salud y de la enfermedad, la
degeneración, de lo normal y lo patológico, que contaba co
estrategias discursivas con las cuales describir no sólo cue
sino también clases sociales, posiciones políticas, géneros
so textos literarios. (Nouzeilles "Narrar el cuerpo propio"

De igual modo, Cardwell señala esta preeminencia del discur


producción cultural del fin de siglo, poniendo de relieve el prof
estructuras en los textos literarios y analizando el proceso de re
van a cabo:

la medicina, especialmente la psicología, eran, sin duda, un tema de moda


a fines del siglo pasado [...]. Tanto en los artistas importantes como en los
secundarios, e incluso en la crítica y el comentario literario, en las reseñas
caricaturescas, en los moralistas y detractores, o en los estudios de los his-
toriadores, el discurso de la medicina forma el sustrato del que se nutre su
vocabulario, sus metáforas y sus imágenes, llegando a proporcionar la es-
tructura básica de sus argumentaciones. (Cardwell 95)

Esta omnipresencia de lo patológico permite enfocar el fin de siglo español y


sus "modernismos" desde una óptica global que supera las atomizaciones en múlti-
ples corrientes literarias, trazando de este modo una línea más amplia.2 La peculiar
circulación y reelaboración de las nociones de salud y enfermedad durante el perío-
do viene a contribuir a esta lectura, revelando cómo la literatura hispánica finisecu-
lar también vino a problematizar toda una serie de categorías binarias en torno a la
cual se organizaban los discursos del poder, contexto en el que se situará el texto de
Urbano de un modo muy ambiguo. Lo que podría leerse como confusión o pruden-
cia retórica, constituirá un marco discursivo complejo, que permite tanto el refuerzo
de los dispositivos disciplinarios sobre los sujetos como su desarticulación.
Si lo patológico se configura como un síntoma de la vida moderna, el Manual
del perfecto enfermo (191 1)3 se va a identificar con una voz terapéutica destinada a
un lector potencialmente enfermo o convaleciente, planteando un propósito curativo
explícito. Sin embargo, en lugar de limitarse a reproducir el binomio enfermo/sano,
Urbano lo problematiza, e incluso lo socava, puesto que la categoría de enfermedad
que desarrolla se desliga del modelo médico para desplazarse al terreno de la subje-
tividad, la escritura y la identidad.
El ensayo, por lo tanto, participa en la desarticulación de las mismas estructuras
de saber que dice reproducir. La distinción entre el médico/sano y el paciente/enfer-
mo, en la que el primero se presenta fuera del discurso como una voz autorizada
para el diagnóstico, va a resultar inoperativa, y será el enfermo quien termine ocu-
pando la posición de enunciador y receptor de las narrativas sobre la enfermedad.

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El Manual del perfecto enfermo : paratextos médicos y literarios

Rafael Urbano (Madrid, 1870-1924) se sitúa en la categoría de escritores ca


gados como raros y menores, o directamente olvidados por la historiografía li
ria.4 Estos olvidos, contrastan, sin embargo, con su polifacética y amplia pro
ción, que como viene siendo habitual en el fin de siglo, oscila entre cam
diversos, como el socialismo, el anarquismo y el ocultismo. Además de traba
como periodista en numerosos medios {El Liberal , Los Lunes del Imparcial
Globo , entre otros) publicó ensayos sobre cuestiones tan variadas como una H
ria del socialismo (1903) y se interesó por el ocultismo en El sello de Salomó
regalo de los dioses) (1907) y en El diablo: su vida y su poder ; toda su historia
cisitudes (1922). En cuanto a su producción literaria, publica Tristitia seculae:
loquios del alma (1900) y firma novelas como La santa fe (1909) y Más fuert
el amor (1927). Fue, además, un prolífico traductor de autores clásicos como
seau o Platón y contemporáneos como D'Annunzio, Strindberg, Nietzsche y M
me Blavatsky.5
El Manual del perfecto enfermo está formado por un conjunto de confere
que el polifacético escritor dio en el Ateneo de Madrid el 3, 10 y 17 de diciem
1910, y que serían publicadas al año siguiente, con diversos prólogos y dos ap
ces añadidos por el autor. Los tres capítulos que componen el volumen tratan d
sos aspectos culturales de la enfermedad, bajo los títulos de "El arte de quej
"En la vía doliente" y "La dirección orgánica". El propósito general del ensa
según el propio Urbano, ofrecer "un libro para el lector convaleciente de otras lec
ras" (29). Es decir, se presenta con una función curativa para un lector idealm
enfermo: "estas tres conferencias han sido concebidas para ofrecerse idealme
un público menos sano que vosotros" (35).
Quiero detenerme en los innumerables prólogos que preceden a las confe
cias, y que incluyen, por este orden: una "Licencia" del Dr. Isaac Moreno,6 u
"Censura" del Dr. Mateo Barcones,7 la "Tasa" del librero Francisco Beltrán, un
rie de "Elogios" poéticos de Cristóbal de Castro,8 Enrique de Mesa,9 Enrique
Vega10 y Gil Parrado,11 y finalmente dos prólogos del propio Urbano, entre los c
les se intercala otro rubricado por el Dr. Francos Rodríguez.12 Huelga decir qu
tos paratextos, que ocupan un espacio nada desdeñable del volumen, son parte
parable del manual, no sólo por la importancia de los nombres de autor que
firman - médicos y escritores en su mayoría -, sino porque a menudo esclarec
lectura. Unir en proteico conjunto prologai a escritores finiseculares con rec
dos médicos apunta de nuevo a esa imbricación, tan característica de los tiem
entre medicina y reflexión estética.
Los diversos prólogos trazan una serie de cuestiones que vehicularán las pr
pales líneas del ensayo: el Dr. Moreno, por ejemplo, señala también la existen
un lector potencialmente enfermo, convaleciente de otras lecturas, al anunciar
"Licencia" cómo el libro hará "reír y pensar al más neurasténico" (Moreno 6).
misma línea, Barcones destaca la dimensión higiénica de la obra, que "reúne
condiciones de sanidad e higiene, tanto morales como materiales, que la cienc

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comienda" (Barcones 8). Enrique de la Vega también escribe


milar: "Lector cuando te duela alguna cosa [...]/ llama una v
siempre vivirás contento y sano" (De la Vega 13). Por su par
introduce la que será una constante - y problemática - idea e
la borrosa frontera entre salud y enfermedad que examinaré en
bos pasaremos a la Historia/ tú Enfermo sano, y yo Médico
Ambos versos podrían pasar desapercibidos como una mera
mática del volumen si no fuese porque Urbano va a volver so
analizarla a fondo y mostrar lo relativo de ambas categorías
man el "enfermo sano" y el "médico yerto" puede entenderse a
crisis en torno al esencialismo de dichos conceptos. De este m
co dejará de configurarse como la máxima autoridad sobre lo
pasará a ocupar un papel muy distinto al de una mera superf
mirada científica, en sintonía con la reapropiación finisecul
discursos médicos (Bernheimer, Cardwell, Nouzeilles "Narrar
Entre estos paratextos destaca el de José Francos Rodrígu
largo, sino el que anuncia de forma más exhaustiva las princ
Así, afirmará que "cada enfermo es un actor que representa
(Francos 19). Urbano retomará esta idea para indicarle al lec
su representación en aras de facilitar la tarea del médico. El per
tulo se construye así en una serie de gestos repetidos que puede
performatividad, como una repetición exterior que produce una
(Butler 103). Sin embargo, aunque por un lado se reconoce la
va de lo patológico, por otro se recomendará al enfermo una
lo identifique con un sujeto dócil que acata diagnóstico y tratam
tes. Básicamente, lo que va a pedir Urbano será a un buen ac
representación se ajuste a lo que el discurso médico espera de
Además de perfilar el concepto de la enfermedad como pe
de Francos Rodríguez también se ocupa de revisar la categorí
lación al ideal normativo de salud, otra idea cabal en el ens
médico el que firma el texto, cuando Francos Rodríguez desc
medad como una ilusión óptica más bien inestable hace que
finiseculares se haga presente:

El estado de salud cabal es imaginario. Nuestro cuerp


donde riñen constantemente contra las integridades o
los millones de enemigos que de continuo las acechan
situación corriente, durante la cual los microscópicos
imponer su energía sobre la Naturaleza. La paz absolu
nuestro cuerpo. (Francos 19)

El modelo de observación científica que plantean tecnolo


microscopio, y que mostrarán una realidad aumentada en la
gérmenes de toda clase, expone aquí los conceptos de salud
construcciones ficticias. Así, la primera deja de ser un ideal
tirse en "una paz armada" (Francos 19); es decir, un estado q

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autovigilancia constante p
vigilar el individuo el curs
sos excelentes para no per
Esta concepción de la nor
a cualquier sujeto como un
Manual ha de andar en tod
mos enfermos" (Francos
los dispositivos de patolog
ración colectiva.
En estos prólogos se anuncian, por lo tanto, dos ideas muy presentes en el ensa-
yo: la dificultad de separar la salud de la enfermedad y la enfermedad como una ac-
tuación exterior. El resultado será un texto complejo, fácilmente catalogable de raro,
que sin embargo pone en evidencia las múltiples tensiones discursivas que venían
perfilándose en el imaginario cultural del fin de siglo.

La reescritura del higienismo

En esta sección analizaré el marco higienista en el que pretende posicio


texto. A pesar de que en un primer momento se presenta con propósitos higién
preocupaciones en torno a la decadencia nacional, en la línea más ortodox
discursos médicos, pronto derivará hacia otro tipo de reflexión, donde la c
dolor devienen los verdaderos motores del progreso.
El MDPE se presenta comprometido con las amenazas colectivas de las
ocupa el higienismo, claro referente intertextual.13 Este paradigma se ma
por ejemplo, en la necesidad de formación médica que según Urbano deber
la clase política. Al fin y al cabo, si la nación está enferma no parece haber
lución que la de colocar en los puestos de poder a médicos de renombre:

La preponderancia del elemento médico en la vida social es una dem


ción del hecho. Tres o cuatro médicos han tenido que pasar por n
Ministerio de Instrucción, y es probable que vengan dentro de po
cuarto, un médico ha sido obligado a coger las riendas de este muni
un médico trata de galvanizar ahora el teatro nacional. (40) 14

Siguiendo en la misma línea, Urbano entiende al médico como un mode


rector espiritual: "tenemos que llamar al médico como habíamos de llamar
si prestáramos asentimiento a un credo religioso" (66). A pesar de la insis
la dimensión casi divina del médico - metáfora bastante manida ya en 191 1 -,
sayo va a destacar el papel del enfermo, cuya misión es facilitarle el camin
mero y realizar la representación más adecuada en cada momento.
Dentro de los recursos ofrecidos para esa representación de la enfermed
cual me ocuparé más adelante, destaca otro elemento de la religiosidad rea
por la medicina moderna: "nos debemos confesar enteramente, con dolor,
pósito de enmienda, con sencillez, sin soberbia, con pureza [. . .]. Hay que

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verdad, toda la verdad, y prescindir de los nuestros conocimie


Urbano, de hecho, ofrece un curso de narrativa rápida al precis
el enfermo debe adoptar la retórica despersonalizada y en apa
caso clínico:

Todos los preceptos confesionales pueden llenarse cumplidamente si refe-


rimos nuestros hechos como si fueran ajenos, despersonalizándolos en lo
posible y refiriéndolos con un descuido que facilite la psicología sobre
ellos, que debe hacer el doctor. La falta de retórica en el relato del caso, es
la condición más necesaria para obtener la salud y la absolución. (69)

Además de la equivalencia entre la absolución del pecado y la salud como reden-


ción moderna, conviene destacar la posición objetiva con la cual el enfermo debe na-
rrarse a sí mismo, siendo en cambio el doctor quien aplica la psicología sobre cada
caso. No me detendré demasiado en la dinámica de la confesión como una tecnolo-
gía ni un dispositivo disciplinario, sino que me interesa más incidir en las fisuras que
plantea la argumentación de Urbano.15 Aunque su propósito resulta inicialmente dis-
ciplinario - un enfermo dócil, que encarna el ideal retórico del caso clínico -, esta
propuesta socava la distinción que sitúa la mirada médica en el territorio de la objeti-
vidad universal y atribuye al discurso del enfermo una subjetividad particular. Urba-
no invierte este modelo y retrata al enfermo contemplándose a sí mismo con la im
parcialidad en principio asignada al médico: de ahí la insistencia en el modo de
narrar, que se constituye como la vía principal de despersonalización del yo.
En un contexto de tensión entre los modos de escritura y la crisis del discurs
científico, la insistencia en esta cuestión me parece significativa, más cuando la re
tórica defendida para el enfermo se corresponde con el modelo realista-naturalist
que también toma para sí el discurso médico.16 Paradójicamente, por esas fecha
también está en boga toda la literatura enferma de la que hablaba Nordau, en la qu
el esteticismo finisecular producía narradores entregados a analizar y contemplar
sus propios males.17 Urbano, además, apunta hacia un lugar de enunciación imposi
ble, en el que el narrador objetivo del caso clínico es el propio enfermo en vez de
médico. De este modo, una narración adecuada del yo supone el primer paso par
convertirse en el perfecto enfermo que pretende configurar el texto.
Este proceso de medicalización de todos los estratos de la sociedad, en el que el
poder institucional debería adoptar la figura paternal del médico, toma forma defini-
tiva en la insistente necesidad sobre el conocimiento de uno mismo. Pese a su preten-
sión terapéutica, Urbano está más interesado en generar enfermos dóciles que en cu-
rar pacientes: "yo trato de señalar lo perentorio y urgente de la reforma del enfermo"
(36). Para tal propósito, nada mejor que la atomización de la mirada vigilante de l
medicina en todos y cada uno de los sujetos. El texto propone un ejercicio de auto
rregulación en el que se presupone que el lector convaleciente debe interiorizar la
mirada del poder y llegar a ser capaz de vigilarse a sí mismo.18 El enfermo, antes que
el propio médico, se articula por lo tanto como el principal agente de disquisición so-
bre su cuerpo: "la mayoría de los enfermos están atacados de una enfermedad en s
cultura. No se conocen por dentro, no saben de sí mismos una palabra y cuando

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creen saber algo propio, e


"es menester conocerse p
otra manera" (51). El mode
paradigma médico-pacien
posiciones, con el propósito
Otro elemento de la retór
el de la ciudad como lugar
va a convertirse en un ter
ben aplicarse ciertas med
en España padecen casi tod
en la ciudad puede darse
sostenía Llanas de la ciudad
minará generando, en lite
que se traslada al campo e
enfermo, consiste siempr
turaleza: los aires del país,
En ese sentido, Urbano s
"Nuestra capital es una ciu
endémica y peculiar; un p
texto no vacila en dar núm
pea de lo patológico: a dif
ches y suburbios adecuada
"cien mil neurasténicos" (
Esta configuración de un e
riz distinto al referirse a ot

Londres no es una ciuda


a la que acuden de les en
a vivir unas horas de en
cilidad de regresar al pu

A pesar de su carácter hi
teamientos spencerianos q
debe sanearse en su conjun
pleja, que entiende lo pato
tiende, ni reside en el cuer
grafía urbana y funciona
parte inherente a la vida m
salud, ni en una lesión que
riencia del sujeto.
Este proceso también sup
enfermo. Según Urbano, l
fermos. Es decir, que el m
rada científica y la de obje

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anónimamente venero al mismo tiempo a los grandes atorm


grandes doloridos que han provocado estos descubrimient
a la humanidad con unos dolores tan irresistibles y tenaces
que remediarse por fuerza. (76-7)

La paradoja resulta evidente: en un contexto de auge de teoría


metáforas en torno a la degeneración y al declive individual y co
enfermo como el motor de la evolución plantea una fisura en d
saber médico.
Esta posibilidad de narrar la enfermedad y reformar al enfermo traerá implícita
una reescritura en torno a la esencialidad de lo patológico: muchas de las afirmacio-
nes del texto van a suponer, en ese sentido, la erosión del sistema de conocimiento
clínico. Aunque 1911 ya no es el gran momento de los modernismos artísticos (Cel-
ma Valero 15), el MDPE y las concepciones del cuerpo enfermo derivan de la crisis
finisecular en torno a los modelos de saber y poder sobre los sujetos. A pesar de que
el texto se presente con propósitos terapéuticos, base científica e incluso dimensión
política - no hay que olvidar que viene prologado por el alcalde de Madrid -, una
lectura más cuidadosa del mismo revela un cambio en el régimen de veridicción de
los discursos médicos:20 la enfermedad, como examinaré a continuación, abandona
el territorio de la biología para configurarse como un signo de los tiempos que for-
ma parte de la identidad moderna.

Patologías modernas

Como anunciaba Cristóbal de Castro con la oximorónica distinción entre el mé-


dico yerto y el enfermo sano, los propósitos médicos que pueden inferirse del Ma-
nual quedan relativizados al insertarse en un régimen de crisis en torno a la esencia-
lidad de lo patológico, la identidad y el cuerpo. Aunque siguiendo de lejos el
modelo de contagio higienista, el sujeto de Urbano adquiere una preeminencia que
socava la dimensión disciplinaria de los discursos médicos en los que se basa, al
contextualizaria en el sistema económico de la modernidad:

El enfermo, ¡ahí es nada! El enfermo es todo, absolutamente todo. [. . .]


No hay más que enfermedad por todas partes, y eso justifica y hace tolera-
ble los específicos malos, el auge del curanderismo y la diversidad de es-
cuelas y sistemas terapéuticos que aparecen cada día. Son medicamentos
para enfermos, y sistemas de enfermos para enfermos. (37-8)

Siguiendo la lógica del capitalismo, el enfermo se configura a partir de unas leyes


de mercado que socavan la dimensión esencial de lo patológico, al otorgarle un valor
variable que depende de la oferta y la demanda. De igual modo, este proceso pone de
relieve cómo la batalla por la legitimidad de los discursos médicos tiene que ver, tam-
bién, con el acceso a una serie de beneficios económicos. Este desplazamiento del
cuerpo y los sujetos hacia una circulación basada en la economía ha sido descrito en
referencia al género en unos términos fácilmente trasladables a la enfermedad:

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1 80 Alba del Pozo García

worries, particularly acu


nature of monetary valu
especially those of the wo
with the supposedly inh
them. (Labanyi 410)

Según Labanyi, la entrada


ceso de pérdida de sus valo
tivos y variables: "[i]n this
ce, signs are everything" (
es que ese mercado no sólo
que también participa de las
Esta intrusión del capitali
en la modernidad supone t
voz absoluta de la razón, si
MDPE erosiona el lugar de
desde una autoridad casi d
tuada en la esfera terrenal de la economía moderna:

los médicos han vivido acostumbrados a los efectos oscilantes del principio
individualista. Siendo su móvil central, como el móvil de casi todas las pro-
fesiones, el deseo de acumular la máxima suma de dinero posible, la acción
de los médicos se hallaba en conflicto con la salud pública. (109-10)

A pesar de que esta reflexión va destinada a defender una nacionalización del


cuerpo de profesionales de la medicina, en la línea de un socialismo por el que Ur-
bano sentía ciertas simpatías, la conversión del médico en una amenaza para la sa-
lud pública resulta cuanto menos controvertida, especialmente si se tiene en cuenta
la hegemonía que el discurso higienista y los argumentos sobre sociedades enfermas
y salud colectiva tendrían a lo largo del siglo xx. Así, al describir al médico como el
principal enemigo del ideal higiénico, se pone en evidencia una fractura, importante
a mi juicio, con el proceso de legitimidad que la ciencia había llevado a cabo durante
el xix. La narrativa médica ya no puede constituirse, por lo tanto, desde la pureza,
puesto que la entrada en el aparato económico contemporáneo impide mantener un
lugar de enunciación fuera del mismo.21 De este modo, la enfermedad que predomi-
na en el cuerpo social no es únicamente cuestión del número de sujetos enfermos,
sino que, según Urbano, tiene que ver con los fallos y lá avaricia de los propios doc-
tores. El enfermo pasa a ocupar, en cambio, la posición del verdadero motor del
progreso social.
Estas afirmaciones contrastan con la constitución del cuerpo enfermo como el
último reducto de verdad en la sociedad contemporánea: "Lo que no puede falsifi-
carse es el enfermo. La simulación de las enfermedades - que parece contradecir lo
que sostengo - es siempre una enfermedad desconocida" (37). Lo que parece ser
una alusión velada hacia la histeria y la neurastenia como enfermedades basadas en
el fingimiento muestra un intento por mantener unas estructuras de saber en torno al
cuerpo y la enfermedad mental que ya hacia 1911 estaban algo trasnochadas (Mica-

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Reescrituras finiseculares del discurso médico 181

le, Hustvedt 28-31). Esta reproducción ortodoxa de la neurosis c


gánica contrasta, en cambio, con la insistencia en "la urgente
buenos enfermos" (49-50). Si teóricamente la enfermedad no se
simulación es, a su vez, una enfermedad cuyas causas orgánica
bierto todavía, parece innecesaria la reforma del enfermo que v
lo largo del texto. De este modo, lo infalsificabie se revela com
tante relativo: la moderna noción de verdad ya no puede residi
esencial que intenta defender Urbano, puesto que, como indicab
género, ésta reside en un signo exterior, del cual se ocupa el MD
Esta cuestión se va a problematizar todavía más al escoger d
razas artificiales un grupo en concreto para su análisis:

El intelectualismo es una enfermedad, y una enfermedad


da, si es que puedo emplear esta palabra para indicar lo
mal. Es una enfermedad que pertenece a la patología de u
o voluntariamente escogida. (123)

Al introducir los conceptos de artificialidad y elección indiv


lapsa los modelos más ortodoxos de patologización, para acercar
ción de la enfermedad como tecnología del yo (Foucault), una pe
o una pose (Molloy). El cuerpo enfermo deja de ser una superfi
por una lesión y sometida a escrutinio médico, para convertirse
tural determinada a menudo por el propio sujeto, al margen de
del medio y la herencia: "es un padecimiento vicioso que, como
dole, no se deben a la herencia, sino a la libre adquisición pers
{MDPE 126-127). Aunque el MDPE pretende recolocar al enferm
la docilidad y la correcta narración sobre su yo, asume como cum
niseculares en torno a la neurosis como un signo de identidad m
los sujetos urbanos, reapropiándose de la enfermedad para enf
cuestión exterior y subjetiva. El caso clínico como acto de narr
texto pone en escena no deriva en la curación, que en principio
tivo de la medicina, sino simplemente en la escritura, puesto qu
nual es el de crear buenos enfermos, y no individuos sanos.
En definitiva, el MDPE se configura en línea con las desarti
estética finisecular realiza en torno al sujeto moderno:

Para decirlo claramente: con el modernismo lo que se cues


tanto el concepto de "salud" en sí mismo como la misma
cional entre lo normal y lo patológico. De este modo, la marc
autonomía no consistiría tanto en invertir un orden sino más bien en disolver
el juego binario del racionalismo moderno. (Nouzeilles "Narrar" 154)

A pesar de imbricarse dentro del pensamiento científico y racionalista, el texto


recoge los colapsos llevados a cabo por las crisis estéticas y la revisión finisecular
en torno a los excesos de la psicopatologia decimonónica. Aunque se trata de un en-
sayo olvidado en la mayoría de estudios sobre el fin de siglo hispánico, resulta sin-

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182 Alba del Pozo García

tomático que un texto rel


procesos de poder y resis
enfermedad no sólo como
narrativa compleja, que pu
misas disciplinarias de los

NOTAS

1 Las publicaciones de Lombroso van desde el primer estudio publicado


Genio e folia, hasta una sexta edición definitiva en 1894, L'uomo di genio in ra
psichiatria alla storia ed alV estetica (1894). Véase Maristany.
2 Aunque se puede hablar de una división generacional entre la "gente n
"gente vieja", oponerlos como grupos opuestos puede resultar falaz. Celma Vale
por ejemplo que autores de una u otra generación publicaban en las mismas rev
por su parte, destaca que las admiraciones intergeneracionales eran mucho más
necesarias - que los odios. Otro argumento de peso que Celma Valero pone de
multiplicidad del término "modernismo" para designar cualquier texto novedoso
ser considerado fuera de los parámetros de moralidad restauracionista. De hecho
en torno a la enfermedad también borra la división entre literatura peninsular e h
ricana. El texto de Urbano muestra afinidades, por ejemplo, con novelas como
sa , del colombiano José Asunción Silva o En la sangre , del argentino Eugenio
Por no hablar de figuras clave como el propio Rubén Darío o el guatemalteco G
llo, quienes abordaron esta cuestión en diversas de sus obras. El Atlántico, en est
poco sería por lo tanto un diferenciador.
3 De ahora en adelante, MDPE.
4 Sobre esta etiqueta véase Alonso, que además de hacer un repaso de
críticos, señala que la expresión ha llegado a fijarse como una convención críti
dójicamente, mantiene cierta entidad canónica para señalar a los autores fuer
"Ante el elevado número de irredentos, la categoría de 'raros y olvidados' subsis
extraño grupo canónico de nómina imprecisa y rasgos variados, convertida en u
cárcel provisional, a tenor de las posibles revisiones históricas o críticas que
azarosamente" (Alonso 11).
5 Se ofrece en el Diccionario Espasa de Literatura Española esta breve
biográfica: "Ensayista. Periodista en provincias desde muy joven, en 1895 se tr
drid después de conseguir un puesto en el Ministerio de Instrucción Pública. H
culto, colaborador de numerosos diarios y célebre conferenciante en el Ateneo d
final de su vida se interesó por las ciencias ocultas" (Bregante 991). Apenas he
menciones a su figura en Sobejano (75-7, 470), Allegra (386-420) y Calvo (196
existen referencias muy menores en obras dedicadas a estudiar el ocultismo en
ner 33-4). Baroja también hace mención a su figura en Galería de tipos de época
la sección dedicada a los escritores bohemios y políticos: "era pequeño, moreno
macfarlán negro en invierno, tenía con esta prenda de vestir algo de estampa d
[. . .]. Urbano era hombre inteligente, con ideas originales, quizá un poco pagad
mo. Quería demostrar que sabía más de lo que en realidad sabía, y sobre todo e
de ocultismo" (Baroja 838). De hecho, se basa en su figura en Silvestre Paradox
zar la criminología finisecular.

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Reescrituras finiseculares del discurso médico 183

6 Doctor en Medicina y Cirugía y miembro de la Sociedad E


7 Doctor en Medicina y Cirugía y miembro de la Real Acade
la Sociedad Española de Higiene, entre cuyas publicaciones destaca
Nuestro carácter : reflexiones acerca del estado psíquico orgánico d
de robustecerla (1905), en el que se reproducen diversas ansiedade
colectivas de la degeneración.
8 Igual que Rafael Urbano, Cristóbal de Castro es otro de los
vidados de la cultura literaria finisecular, a pesar de su amplia pro
según sus críticos por la bohemia y la vida galante de principios de s
can numerosas novelas, ensayos sobre la mujer, poesía y teatro, en
a la centena de títulos. Véanse los trabajos de Galeote al respecto.
9 Enrique de Mesa, otro nombre relativamente desconocido
cajonado como escritor menor del noventayocho por su producción
nales (Gallina).
10 Escritor todavía más desconocido que los anteriores, dramat
1899) y poeta {Madroños, 1914).
11 Pseudónimo de Antonio Palomero (Madrid, 1869-Málaga
riodista (en El País , Gedeón o El Imparcial , entre otros), poeta {Ve
cionero de Gil Parrado , 1900; Coplas de Gil Parrado , 190?) y au
Simón , 1894; El amigo Teddy , 1895; Raffles , 1911, entre otros).
12 José Francos Rodríguez, escritor, médico y político, cono
dos ocasiones alcalde de Madrid por el Partido Demócrata (191 0-
más de su carrera política, publicó textos médicos, ensayos político
ma la atención que, en el momento de publicar el MDPE , Francos
el texto, de este modo, no sólo queda ratificado por el poder polític
también lo legitima desde los discursos científicos.
1J La irrupción del discurso de la higiene publica en lo que
una cuestión privada del individuo da cuenta de la posibilidad de
como un proyecto disciplinario, en que la minuciosidad del detalle
ción transversal: "el higienismo se concibió a sí mismo en relación
pública y sus prerrogativas. [. . .] Dentro de su programa preventiv
límites de su definición tradicional hasta llegar a cubrir todas las
moral" (Nouzeilles Ficciones somáticas 37).
14 El propio Urbano señala en nota al pie de página que "el cu
Amalio Jimeno (Cartagena, 1852-Madrid, 1936) médico y político
y Ministro de Instrucción Pública entre el 6 de julio y el 4 de dicie
lante entre el 3 de abril de 1911 y el 12 de marzo de 1912. El médi
das del municipio se trata del citado Jesús Francos Rodríguez, alc
mento de aparición del MDPE y que firma uno de los prólogos. Fi
"galvanizar ahora el teatro nacional" será el Dr. Enrique Diego-Ma
co y dramaturgo cántabro que se haría cargo del Teatro Español de
15 Véanse los trabajos clásicos de Foucault {Tecnologías del y
la clínica y Vigilar y castigar ), en los que se presenta la confesión
empleado específicamente para marcar los límites del yo y la subje
16 Se ha examinado por extenso, ya a partir de autores reali
Zola y Galdós, el modo en que algunas narrativas se sitúan del la
masculino, mientras otras, habitualmente vinculadas a los movimient
en el lado de lo subjetivo y feminizado. Sobre esta relación véase
destacan, en primer lugar, la relación que estableció el realismo con
dad como estrategia de legitimación; en segundo, cómo ello afecta

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1 84 Alba del Pozo García

canon literario que refuerza un


proceso supone resituar en un
que circulaba en el mercado ed
17 Podrían mencionarse, de
como Diario de un enfermo (
(1902) de Pío Baroja, La quim
fuera de España, la latinoame
José Asunción Silva y, por su
Huysmans, por citar sólo algu
enfermo, habitualmente neura
18 Véase Bennett, que exam
da por espacios de ocio e inst
parque de atracciones o las ex
19 El desplazamiento de un
numerosas novelas desde el sig
de 1902 La voluntad de Azorin
anteriores como el mencionad
como Reposo (1903), de Rafae
La sirena negra (1908) de Pard
20 Uso el término "veridicc
que es verdadera en el marco d
texto, pero que no es necesari
21 Sobre la relación del enu
gones: "la posición privilegia
sencia: 'fuera de' es su caracte
es otromundista, tan ideal co
además, en la relación que tien
ras de poder: "lo que en parte q
la pasión por la pureza están

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