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Descalificando al

adversario, por Jaime de


Althaus
“No hay que ser de ultraderecha o fascista para sospechar que
hay incapacidad moral cuando se designa ministros
neosenderistas o prontuariados”.

"Es verdad que hay, en algunos sectores, un cierto macartismo, en el sentido de que se incluye
en el calificativo de comunista a todo aquel que tenga alguna inclinación izquierdista. No se
distingue, entonces, a izquierdistas demócratas de aquellos que siguen buscando la toma
indefinida del poder total". (Foto: Anthony Niño de Guzmán / @photo.gec)

Jaime de Althaus
Analista político
Lima, 18 de diciembre de 2021Actualizado el 18/12/2021 05:31 a.m.
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Martín Tanaka insiste en la tesis de que tenemos en el


Perú una nueva “derecha extremista” que amenaza
la democracia. Explica que una expresión de esa
tendencia es la “Carta de Madrid” firmada por algunos
políticos peruanos.
Es curioso, porque la Carta de Madrid es firmada por políticos
de varios países que se comprometen no a destruir sino, por el
contrario, a defender “la democracia, los derechos humanos,
el pluralismo, la dignidad humana y la justicia”. Precisamente
contra los regímenes que suprimen esos derechos. Pero a
Martín Tanaka le parece una expresión de ultraderecha y
macartista que en la carta se diga que “una parte de la región
está secuestrada por regímenes totalitarios de inspiración
comunista, apoyados por el narcotráfico y terceros países”.
¿Esa afirmación es una alucinación política de los firmantes?
¿Qué es, si no, lo que ocurre en Venezuela, Nicaragua y Cuba?
También le parece propio de una derecha extremista que se
diga que ese proyecto ideológico “tiene como objetivo
introducirse en otros países y continentes con la finalidad de
desestabilizar las democracias liberales y el Estado de
derecho”. ¿No ocurrió así en Ecuador y Bolivia? ¿Los
gobernantes de esos países no alumbraron asambleas
constituyentes –como en Venezuela– que les permitieron
controlar los poderes del Estado suprimiendo los controles
horizontales? ¿No formó eso parte de un movimiento
continental con voluntad expansiva (Alba, Foro de São Paulo)
impulsado también por el propio Lula da Silva?
Los excancilleres Allan Wagner, José Antonio García Belaunde y
Ricardo Luna, junto a varios vicecancilleres, serían entonces
ultraderechistas por haber denunciado la reunión de Runasur y
haberle luego respondido a la cancillería que “la iniciativa
denominada Runasur […] no constituye simplemente un
cónclave de pueblos originarios sino, como consta en sus
documentos, de un proyecto geopolítico transnacional que
busca constituir una América Plurinacional mediante el
reemplazo de las repúblicas por estados plurinacionales
gobernados por asambleas constituyentes originarias”.
No hay que ser de derecha extremista para percatarse de que
la asamblea constituyente impulsada por Perú Libre y alentada
por el presidente Castillo en diversas ocasiones sigue el mismo
guion de las asambleas bolivarianas. Es un recurso retórico
goebbeliano acusar de antidemocráticos a quienes tratan de
prevenir un designio precisamente antidemocrático.
Y no hay que ser de ultraderecha o fascista para sospechar
que hay incapacidad moral cuando se designa ministros
neosenderistas o prontuariados, o cuando se pone en el
Ministerio del Interior a un titular indirectamente favorable al
narcotráfico, o cuando se presiona para ascensos de militares o
a la Sunat para favorecer a empresas, o se recibe visitas y
regalos de personas que luego ganan licitaciones.
Tampoco para pedir que se restablezca el principio de autoridad
en el sector minero y denunciar que funcionarios se suman a la
extorsión a Las Bambas con demandas que ni siquiera son
ambientales o sociales, sino de dinero y contratos, y que se
pretende cerrar minas ilegalmente.
Sin embargo, es verdad que hay, en algunos sectores, un cierto
macartismo, en el sentido de que se incluye en el calificativo de
comunista a todo aquel que tenga alguna inclinación
izquierdista. No se distingue, entonces, a izquierdistas
demócratas de aquellos que siguen buscando la toma indefinida
del poder total y la estatización de la economía, como en
Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Y, sin duda, ese macartismo no es bueno para el diálogo
civilizado, porque descalifica al interlocutor. Pero lo mismo
ocurre desde el otro lado, cuando se etiqueta de ultraderechistas
a tres partidos presentes en el Congreso. De
extrema derecha son, por ejemplo, en Europa, Viktor Orbán
(Hungría) o Jarosław Kaczyński (Polonia), que eliminan la
independencia de la prensa y del Poder Judicial y fomentan la
xenofobia. Aquí no hay ahora nada de eso, en la derecha.

Sobre la derecha
extremista, por Martín
Tanaka
“Tenemos en la región una nueva derecha extremista
movilizada, motivada y actuando ‘sin complejos’, con discursos
abiertamente populistas, contra la lógica de ampliación de
derechos y contra principios de la democracia liberal
representativa”.

“La novedad no está tanto en la amenaza de la izquierda, sino en un nuevo discurso macartista
de un sector de la derecha”. (Ilustración: Giovanni Tazza).

Martín Tanaka
Lima, 14 de diciembre de 2021Actualizado el 14/12/2021 05:34 a.m.
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En mi artículo de la semana pasada intenté llamar la atención


sobre el grado de deterioro de nuestra representación política,
lo que constituye una seria amenaza para nuestra democracia.
Otro de los asuntos, entre varios que me parecen preocupantes,
era “el desarrollo de una derecha extremista que amenaza
los procesos democráticos, los avances en derechos, y que
parece subordinar a sectores más moderados y liberales”. Al
colega Jaime de Althaus esta preocupación le parece
exagerada y, más bien, le preocupa la amenaza de una izquierda
extremista. Vale la pena discutir un poco más sobre este asunto.
¿Existe la amenaza de una izquierda extremista en América
Latina? Creo que podríamos convenir en el hecho de que la
“ola izquierdista” está en franca retirada, no en ascenso. Hace
poco más de diez años, teníamos a Hugo Chávez en el poder, en
la cima de su popularidad, iniciando la etapa de construcción
del socialismo, contando con una abundancia de dólares que le
permitía tener un importante protagonismo en entidades como
la ALBA y la Unasur; teníamos a Evo Morales y a Rafael
Correa aprobando nuevas Constituciones bajo la hegemonía de
sus partidos y reeligiéndose con mayorías abrumadoras; y
a Daniel Ortega iniciando lo que terminaría siendo un período
de gobierno ininterrumpido hasta el momento. Además,
teníamos en otros países izquierdas más moderadas en el poder
como Brasil, con Lula; Argentina, con Cristina Fernández;
Chile, con Michelle Bachelet; Uruguay, con Tabaré Vásquez; y
Paraguay, con Fernando Lugo; líderes a la cabeza de partidos
que tendían a manejarse con criterios de solidaridad con la
izquierda continental en instancias como el Foro de São Paulo.
Hoy, Venezuela vive un desastre humanitario, busca una salida
institucional y ya no es más un modelo para nadie; Ortega
encabeza una dictadura desembozada; Correa está sentenciado
por delitos de corrupción e inhabilitado políticamente; Morales
se vio forzado a renunciar y tiene mucha menor influencia sobre
los sucesos en Bolivia; y, en general, la correlación de fuerzas
políticas en la región se ha inclinado claramente hacia la
derecha.
En la orilla opuesta, por el contrario, a diferencia de hace diez
años, tenemos en la región una nueva derecha
extremista movilizada, motivada y actuando “sin complejos”,
con discursos abiertamente populistas, contra la lógica de
ampliación de derechos y contra principios de la democracia
liberal representativa. Una expresión de este cambio es la “Carta
de Madrid”, en la que se habla desde una “iberósfera” y se
denuncia que “una parte de la región está secuestrada por
regímenes totalitarios de inspiración comunista, apoyados por
el narcotráfico y terceros países […]. El proyecto ideológico y
criminal que está subyugando las libertades y derechos de las
naciones tiene como objetivo introducirse en otros países y
continentes con la finalidad de desestabilizar las democracias
liberales y el Estado de derecho”. Así, en realidad, la novedad no
está tanto en la amenaza de la izquierda, sino en un nuevo
discurso macartista de un sector de la derecha. Se trata de una
red con un importante liderazgo del partido Vox español y su
presidente Santiago Abascal, en la que participan personajes
como Eduardo Bolsonaro, de Brasil; José Antonio Kast, de
Chile; María Corina Machado, de Venezuela; Javier Milei, de
Argentina; y Rafael López Aliaga, del Perú, que ilustran bien sus
coordenadas políticas.
Nuestro país tiene una ubicación muy singular: en nuestras
últimas elecciones, ganó inesperadamente una candidatura de
izquierda ciertamente radical, pero muy precaria, de modo que
su gestión está marcada por la falta de capacidad de gestión y la
improvisación en la toma de decisiones. Y que enfrenta una
oposición en la que un sector de la derecha empezó
cuestionando sin evidencia la limpieza del proceso electoral y
que inmediatamente después pasó a promover una declaratoria
de vacancia presidencial. Nuestro problema es que esa derecha
está logrando desplazar a la que legítimamente se opone al
Gobierno, pero que al mismo tiempo respeta los procedimientos
democráticos.

El mito de la ultraderecha,
por Jaime de Althaus
“La derecha se ha sincerado y expresa con menos temor sus
ideas. Eso es bueno, no malo”.
"Lo que se logra con esa narrativa engañosa es ocultar que el único sector que realmente
quisiera imponer un régimen autoritario que suprima controles democráticos es la izquierda
radical" (Ilustración: El Comercio).

Jaime de Althaus
Analista político
Lima, 11 de diciembre de 2021Actualizado el 11/12/2021 05:30 a.m.
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Algunos analistas y políticos están teniendo éxito en


construir el mito de que ha surgido en el Perú una
“ultraderecha” que se expresa en tres bancadas en el
Congreso: Fuerza Popular, Renovación
Popular y Avanza País. Al punto de que se empieza a
producir una polarización ya no entre las bancadas de
centro y derecha, de un lado, y las de Perú Libre y
Juntos por el Perú, del otro, sino entre las bancadas de
centro y las de derecha –tildadas de “extrema derecha”
por voceros de las bancadas de centro–.
Con eso se ha logrado dividir al bloque opositor al punto de que
las bancadas de centro han protegido al presidente Castillo para
que no tenga que dar explicaciones en el Congreso. Si eso
sirviese para virar hacia un Gabinete con los partidos de centro,
renunciando al maximalismo, bueno sería. Pero, al revés, hasta
ahora solo ha servido para reincorporar a Cerrón y para que
Castillo no dé explicaciones sobre nada.
La última columna de Martín Tanaka, reputado politólogo,
afirma, por ejemplo, que “nos encontramos frente al desarrollo
de una derecha extrema que amenaza los procesos
democráticos y los avances en derechos”. ¿De qué está
hablando? Es cierto que Rafael López Aliaga ha tenido algunas
expresiones infelices y lamentables, pero que son parte más de
una personalidad, en ocasiones, verbalmente incontinente que
de una ideología autoritaria o totalitaria que busca suprimir la
democracia. Eso no existe en ninguna de las fuerzas de derecha.
Lo que se logra con esa narrativa engañosa es ocultar que el
único sector que realmente quisiera imponer un régimen
autoritario que suprima controles democráticos es la izquierda
radical. La asamblea constituyente, en clave bolivariana,
conduce a ello, como ya sabemos, y es lo que ahora quisiera
relanzarse, amenazando nuevamente al Congreso. “Nos falta la
ley que haga cumplir las leyes”, acaba de decir Castillo, y ha
vuelto a Palacio el partido vanguardia del pueblo, deseoso de
tomar el poder y permanecer en él.
A esos partidos sí cabe aplicarles el mote de ‘ultra’. Pero no.
Ahora hay ‘ultraderecha’, más no hay ‘ultraizquierda’. Es el
mundo al revés. Tanaka llega a decir que la derecha es una
amenaza mayor que la ‘ultraizquierda’. Escribe: “Este parece ser
el dilema que enfrentamos hoy: no estamos satisfechos con el
gobierno actual, pero las alternativas lucen iguales o peores”.
¿Dónde hay algún planteamiento en esos partidos que pudiera
llevar a suprimir la democracia?
Y en lo económico serían infinitamente mejores. Pero, en ese
terreno, Tanaka solo ve el deterioro político de los últimos años
como causa de las malas perspectivas de crecimiento, cuando lo
que principalmente impacta en las perspectivas económicas es
la enorme incertidumbre creada por un gobierno que renueva
votos por la asamblea constituyente, quiere revisar contratos
“lesivos”, se dispone a cerrar minas en cabecera de cuenca y
respalda el bloqueo en el corredor minero.
Como bien ha señalado Moody’s, en condiciones normales, el
Perú crecería, cuando menos, 6% el próximo año. Según el IPE,
apenas llegaremos al 1,9%, trayendo más pobreza. No cabe duda
de que, si cualquiera de los partidos de derecha hubiese ganado
las elecciones, el país estaría creciendo a tasas muy altas
aprovechando el viento favorable de los precios internacionales
y no habría amenaza alguna a la democracia más que la que
viniera de la ‘ultraizquierda’.
Lo que sí es cierto es que la derecha se ha sincerado y expresa
con menos temor sus ideas. Eso es bueno, no malo. Siempre
habíamos tenido una derecha algo vergonzante que quería
teñirse de rosado. Aunque ahora también tiene variantes
populistas. Y la que pudo ser una derecha popular, terminó
diezmada por la justicia politizada de los últimos años. Pero
todas creen en la democracia y la defienden contra un gobierno
que la amenaza.

Algunos temas de fondo,


por Martín Tanaka
“Este parece ser el dilema que enfrentamos hoy: no estamos
satisfechos con el gobierno actual, pero las alternativas lucen
iguales o peores”.
La titular de la Mesa Directiva del Congreso, María del Carmen Alva, despide al presidente
Pedro Castillo tras su mensaje a la Nación, el pasado 28 de julio, desde el hemiciclo. (Foto:
Congreso).

Martín Tanaka
Lima, 7 de diciembre de 2021Actualizado el 07/12/2021 05:31 a.m.
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La coyuntura inmediata peruana, tan agitada, voluble y


estridente, acapara nuestra atención; sin embargo, muchas
veces, en el fondo, no hay mayor contenido. En todo caso, el
seguimiento del último escándalo hace que se nos escapen
debates más de fondo. No solo estamos ante serios problemas
del Gobierno de Pedro Castillo; estamos ante problemas que
afectan también la acción de la oposición y del conjunto de
actores políticos. En realidad, estamos ante problemas de fondo
de la democracia peruana en los que deberíamos concentrar
nuestra atención.
Desde hace más de 20 años, los politólogos venimos llamando la
atención sobre la debilidad de los partidos políticos. Pero
parecemos haber llegado a un punto en el que hay tan pocos
incentivos para la acción política, en el que se han perdido
motivaciones ideológicas, programáticas e identitarias, que la
política se ha poblado de actores con puros intereses
particularistas, en donde esta aparece como un mecanismo de
ascenso social o como la extensión de negocios o intereses
privados. Así, una vez que se ocupan posiciones de gobierno, los
partidos (o movimientos regionales) se revelan como redes
precarias en las que se mezclan vínculos personalizados, redes
de afinidad basadas en el parentesco o el paisanaje, la
pertenencia a alguna asociación, la experiencia gremial o
empresarial, en las que proliferan lógicas de patronazgo o
clientelares. No hace mucho, los partidos solían contar con una
capa de profesionales que contenían o daban una mínima
estructura, o al menos había liderazgos interesados en lograr un
mínimo de eficiencia, para lo que preservaban una mínima
lógica meritocrática. Hoy, mucho menos. Y en cuanto a la
oposición, en el Congreso proliferan los intereses
particularistas, exacerbados por nuestro sistema unicameral,
elegido territorialmente con voto preferencial. Lo mismo tiende
a ocurrir en los consejos regionales y en los concejos
municipales. No hace mucho, las dirigencias partidarias o
ciertos líderes de bancada tenían la capacidad de “disciplinar”
mínimamente a los representantes electos. Hoy esto se hace
mucho más difícil.
¿La alternativa es la sociedad? No necesariamente. Los colegios
profesionales, los gremios y asociaciones también adolecen de
serios problemas de representación. Nuevamente, tienden a
expresar intereses de pequeños grupos, no de los sectores que
supuestamente representan. En la base de todo esto está una
sociedad que se ha desvinculado del mundo político, generando
un círculo vicioso: no hay participación, lo que favorece que
grupos con intereses particulares controlen la política, lo que, a
su vez, desincentiva la participación.
Además, algunas dinámicas recientes resultan especialmente
preocupantes. En primer lugar, el crecimiento económico
permitió el florecimiento de iniciativas muy innovadoras y
positivas, pero también de muchas actividades ilegales e
informales con vínculos cada vez más fuertes con la política. En
segundo lugar, nos encontramos frente al desarrollo de una
derecha extrema que amenaza los procesos democráticos y los
avances en derechos, y que parece subordinar a sectores más
moderados y liberales. En tercer lugar, presenciamos una lógica
de comunicación política exacerbada por el uso extendido de las
redes sociales y el declive de los medios tradicionales, en donde
la atención política se concentra en escándalos y denuncias que
alimentan respuestas reactivas, inmediatas en la comunidad
política. Así, se pierde el horizonte del mediano y largo plazo.
Esta situación no ha surgido ayer, sino que es el resultado de un
deterioro lento que afecta al conjunto de la actividad política.
Este parece ser el dilema que enfrentamos hoy: no estamos
satisfechos con el gobierno actual, pero las alternativas lucen
iguales o peores. Hasta hace algunos años, la solidez de algunas
áreas de la economía y del Estado permitieron un crecimiento
que barrió “debajo de la alfombra” el impacto negativo del
deterioro político. Hoy, el deterioro parece mayor e impacta
directamente en las perspectivas de crecimiento.
Sin embargo, existen algunos focos de resistencia que impiden
que el deterioro alcance niveles irreversibles: sectores que hacen
un periodismo independiente; áreas del Estado, de la
burocracia, más profesionalizadas, que se resisten a las lógicas
más descaradas del patronazgo y el clientelismo; y cierta
capacidad de reacción y movilización de la opinión pública, por
lo menos en coyunturas clave.

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