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Ciudades y paisajes urbanos en

los autos de Lope de Vega


Cities and Urban Landscapes in the
Sacramental Plays by Lope de Vega

J. Enrique Duarte
ORCID ID 0000-0002-5556-3025
Universidad de Navarra, GRISO
ESPAÑA
eduarte@unav.es

[Hipogrifo, (issn: 2328-1308), 8.2, 2020, pp. 77-97]


Recibido: 09-08-2020 / Aceptado: 18-08-2020
DOI: http://dx.doi.org/10.13035/H.2020.08.02.06

Resumen. Uno de los aspectos que más cambian en el paso del Medievo al
Renacimiento es el paisaje urbano. La ciudad se transforma en relación con su
apariencia, fortificaciones y murallas, incluso como escenario de las fiestas para la
expresión de la manifestación del poder del gobernante. En este sentido, el autor de
este artículo analiza la presencia de la ciudad en el corpus de los autos sacramen-
tales de Lope de Vega. Partiendo de la distinción realizada por san Agustín y de-
sarrollada en los estudios calderonianos por Enrica Cancelliere, se encuentran tres
tipos de ciudades: la ciudad terrena, que puede ser una común o mítica; la ciudad
infernal y la ciudad celestial. En definitiva, el tema de la ciudad ha sido también un
terreno fértil para la imaginación de Lope de Vega.
Palabras clave. Lope de Vega; autos sacramentales; ciudades; san Agustín.
Abstract. One aspect that changes a lot from Middle Age to the Renaissance is
the urban landscape. Cities are transformed in relation to its appearance, fortifica-
tions and walls, even as stage for fiestas as manifestations of ruler’s power. In this
sense, the author of this article analyses the presence of cities in the sacramental
plays by Lope de Vega. The starting point is the distinction made by saint Augustine
in The City of God and developed by Enrica Cancelliere in her studies on Calderón de
la Barca. Three kinds of cities are found: the earthly city, mythical or common; the
diabolical or city of sin and the heavenly cities. In conclusion, the topic of cities has
also been a fertile ground for Lope de Vega’s imagination.
Keywords. Lope de Vega; Sacramental plays; Cities; Saint Augustine.

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Introducción

Uno de los campos de análisis en la literatura que está recibiendo una merecida
atención es el estudio de las ciudades, como prueba esta sección monográfica de
la revista Hipogrifo. A este respecto y como prueba Chueca Goitia, en la introduc-
ción a su trabajo, explicaba que:

El estudio de la ciudad es tan sugestivo como amplio y difuso; imposible de


abordar para un hombre solo, si se tiene en cuenta la masa de saberes que habría
que acumular1.

La investigación se puede realizar partiendo de la historia, la geografía, la eco-


nomía, la política (porque la ciudad, según Aristóteles, es un cierto número de ciu-
dadanos que tienen la facultad de intervenir en las funciones deliberativas y judi-
ciales de la ciudad), la sociología, el arte o la arquitectura. E inmediatamente, nos
surge la pregunta del valor de este análisis a través de las páginas de la literatura, a
lo que de nuevo la cita de Chueca Goitia nos puede ayudar:

Muchas veces lo más recóndito y significativo lo dirán los poetas y los nove-
listas […]. Las mejores descripciones del cuerpo y alma de París se las debemos
a Balzac, las de Madrid son obra de Galdós. No deben pues perderse de vista, al
estudiar las ciudades, las valiosas fuentes que nos ofrece la literatura2.

La primera dificultad que encontramos es buscar una definición para la ciudad,


ya que no es lo mismo la polis griega que una villa medieval. Aristóteles daba una
concepción política a la definición de la ciudad; Alfonso X enfatizaba la importancia
de los muros que la rodeaban y Cantillon en el XVIII explicaba que la ciudad es un
lugar grato donde los señores fijaban su residencia3.
Durante el Renacimiento y el Barroco, muchos elementos cambian radicalmen-
te4. Va surgiendo la idea de una corte fija y con ella aparece la noción de nación y
una capital donde se asienta el poder del rey, ya que el bagaje del poder real es cada
vez más pesado de trasladar: los ministros, las secretarías, las correspondencias
y los archivos5. Se crea el estado burocrático y el poder se asienta en una serie de
mecanismos como el ejército, la burocracia y el capitalismo mercantilista. En Es-
paña, el primer rey español que asienta su corte en una capital es Felipe II, que es
un rey, en esencia, burócrata:

1. Chueca Goitia, 2016, p. 9.


2. Chueca Goitia, 2016, p. 10.
3. Chueca Goitia, 2016, p. 12.
4. Para una revisión de los cambios de la ciudad en el Renacimiento es imprescindible el trabajo de
Mínguez Cornelles y Rodríguez Moya, 2006, donde estudian la ciudad como reflejo del poder del go-
bernante (pp. 59-61); la construcción de jardines (pp. 61-66); la transformación de las ciudades por las
fortificaciones desde el medievo hasta el Barroco (pp. 66-71) o los cambios producidos en la ciudad por
la fiesta (pp. 72-77).
5. Ver Mínguez Cornelles y Rodríguez Moya, 2006, pp. 77 y ss.

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Y así surge la capital con concepto de tal; la capital que es una creación ente-
ramente moderna, una creación que podemos llamar barroca, dando a este tér-
mino la amplitud que usualmente se le asigna en el terreno de la cultura […]. Si en
el mundo antiguo la ciudad era un hecho primario y el Estado se fundía con ella,
o por así decirlo, era un hecho secundario, concebido y estructurado a imagen y
semejanza de la ciudad soberana, en el mundo barroco el proceso era opuesto: el
Estado nacional era el hecho primario, y la ciudad la condensación localizada de
los instrumentos políticos exigidos por el Estado. La ciudad, pues, como decimos,
era un hecho secundario, un reflejo de una realidad superior que ella representaba
y, por decirlo así, materializaba plásticamente en una forma visible6.

Aparece en esta época la ciudad barroca, produciéndose un gran crecimiento


de las ciudades. París en 1594 tiene 180.000 habitantes; Londres en 1602, tiene
250.000 habitantes. En Italia es muy importante la vida urbana, la ciudad: Venecia
en 1575 presenta una población de 195.000; Milán, 200.000 y Nápoles 240.000
habitantes. Madrid, según el plano de Texeira en 1656, se calcula que posee una
población de unos 253.000 habitantes. No son ciudades productoras, sino más
bien consumidoras; ciudades cortesanas y nobiliarias, habitadas por abogados,
escribanos, jurisperitos y centros burocráticos, junto con un pueblo de lacayos
y domésticos.
Desde el punto de vista estético, la ciudad es la heredera de los estudios teó-
ricos del Renacimiento, tratada como una obra de arte de inmediata percepción
visual. El instrumento que se utilizará será la perspectiva, heredada del Renaci-
miento, porque el Barroco concibe el mundo como una vista, como un panorama.
La perspectiva es la manifestación del poder humano y del poder del príncipe, apa-
reciendo una tendencia muy interesante en el Barroco: la escenografía.
Por eso me parece tan interesante el análisis de la ciudad en un autor que es-
cribe entre los siglos XVI y XVII. Lope de Vega es el creador de unos cuarenta autos
sacramentales, de los que van apareciendo las primeras ediciones críticas que nos
permiten asediar este concepto no solo desde el punto de vista histórico (real), sino
también desde la perspectiva de la alegoría, lo que enriquece los resultados del
análisis. Es cierto que Amparo Izquierdo ha dedicado un apartado de uno de sus
libros al análisis del espacio en la ciudad (el propio urbano, cárceles, tribunales…),
pero creo que deja algún espacio y alcances para profundizar más en los resulta-
dos parciales obtenidos7.
En este sentido, me parecen muy convincentes los análisis de Enrica Cancelliere
aplicados a la ciudad en la obra de Calderón de la Barca, cuando parte de san Agus-
tín y la distinción en dos ciudades:

Pienso, sin embargo, que ya hemos resuelto importantes y difíciles cuestiones


acerca del principio del mundo, del alma y del mismo género humano. A este lo
hemos dividido en dos clases: los que viven según el hombre y los que viven según
Dios. Y lo hemos designado figuradamente con el nombre de las dos ciudades,

6. Chueca Goitia, 2016, pp. 159 y 160.


7. Izquierdo, 2014, pp. 169-175.

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esto es, dos sociedades humanas: la una predestinada a vivir siempre con Dios; la
otra a sufrir castigo eterno con el diablo8.

Esta clasificación me encaja muy bien para mi comentario en el universo del


auto sacramental, por lo que sigo la estructura de la profesora Cancelliere, quien
había clasificado la presencia de la ciudad en Calderón en tres apartados funda-
mentales que son los que utilizaré: la ciudad terrena, la ciudad infernal y la ciudad
de Dios9.

La ciudad terrena

La primera característica que llama la atención en los autos de Lope de Vega es


la admiración que produce la ciudad al visitante, elemento que es común a otros
géneros dramáticos10. En La margarita preciosa, el plano historial se basa en la
llegada del Hombre, mercader, a una ciudad para comprar joyas que va a regalar a
su amada el Alma. La reacción de este personaje es de absoluta admiración por la
ciudad a la que llegan:

Mercader ¡Qué lindas plazas y calles,


qué hermosos anfiteatros,
qué hermosos obeliscos,
qué pirámides tan altos!
[…]
¡Qué belleza de palacios,
qué arquitecturas corintias
de jaspe, pórfido y mármol!
¡Qué lindos intercolumnios,
qué mirtos tan bien labrados,
plintos, arquitrabes, frisos,
qué figuras de alabastro!
Parece su autor Lisipo,
y el rey su dueño, Alejandro (p. 159).

En esa ciudad destaca un producto, los libros que llaman inmediatamente la


atención del Entendimiento del Mercader, joyas de la producción ciudadana:

Entendimiento ¡Oh, qué libros tan raros!


Voluntad ¿Ya os preciáis de mirar libros?
¿No veis que joyas buscamos?
Entendimiento La Biblia Sacra lo es
joya de sabios y santos:
trata el Éxodo del mundo,
en partes y libros varios,
hasta las revelaciones

8. San Agustín, La ciudad de Dios, lib. XV, cap. I, p. 584.


9. Cancelliere, 2006, pp. 85-100.
10. Ver, por ejemplo, en Tirso, Oteiza, 2004, pp. 47 y 50.

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del Evangelista en Patmos;


Jerónimo los divide,
y dél puedes ir mirando
las altas obras, por quien
le debe la Iglesia tanto;
estas son las de Agustín,
Ambrosio y Gregorio Magno,
Crisóstomo boca de oro,
Buenaventura seráfico
y el Angélico Doctor;
y los divinos dejando,
mira a Platón, que merece
este nombre (p. 159).

Esa admiración aparece también en la metáfora en la que se compara las flotas


de navíos con ciudades. En El yugo de Cristo, el arca de Noé es identificada con una
ciudad portátil11; y lo mismo ocurre en La adúltera perdonada:

los anchos mares,


con ciudades movedizas,
cuyas azules espaldas
rompen casas peregrinas (p. 324).

En principio, podemos hacer una subdivisión de tipos de ciudades reales: la ciu-


dad común, contemporánea al escritor, y la ciudad mítica.

La ciudad común

Encontramos algunos ejemplos de ciudades de la época en los autos sacra-


mentales de Lope de Vega. Sin embargo, su aparición dista mucho de resultar ano-
dina, pues su presencia queda resaltada por la aplicación del plano teológico de la
alegoría: no son ciudades corrientes, sino que están adornadas por la celebración
de las fiestas del Santísimo Sacramento. Es lo ocurre con la Valencia del auto Las
bodas entre el Alma y el Amor divino, escenario real del matrimonio de Felipe III y
Margarita de Austria en 1599, donde esta obra sacramental se representó en la
octava del Corpus pocos días después de la llegada de la reina y las bodas. En
virtud del plano alegórico, Valencia queda transformada en la nueva Sión donde se
celebrarán las bodas del Alma y el Amor divino:

Tú en las galeras famosas


de la Fe a Valencia ven,
Valencia y valor del bien,
que a tus manos venturosas
quiero que las suyas den.

11. Lope, El yugo de Cristo, p. 63: «Nieto soy de Cam: biznieto / del que fabricó la inmensa / ciudad
portátil de tablas, / nave sin jarcias ni velas, / que nadando excelsas cumbres / paró en los montes
de Armenia»

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Ésta será la Sión


donde mi amor irá a verte
para aquesta santa unión (vv. 291-298)

La ciudad es descrita engalanada con los adornos de la arquitectura efímera


barroca: arcos triunfales y fiestas (vv. 585-588) preparados para el recibimiento
del rey celestial. Valencia se convierte en una tierra bendita, la nueva Jerusalén,
envidiada por toda España (vv. 881-888)12. La entrada en la ciudad del Amor divino,
en el plano historial el rey Felipe III, es descrita en el plano alegórico de forma esca-
tológica: los que participan en el desfile de entrada no son nobles ni gremios de la
ciudad: se trata de criaturas celestiales, ángeles, arcángeles y principados; santos
Padres de la Iglesia, mártires, patriarcas, profetas, apóstoles, vírgenes y evangelis-
tas. La didascalia teatral con la que acaba esta larga relación es muy significativa:

Descubriose con mucha música tras esta relación, que fue al pie de la letra,
como su majestad de Filipo entró en Valencia, otra cortina en diferente lugar
(v. 1044 acot.).

De esta forma, la ciudad terrena queda teñida de una espiritualidad teatral, aco-
ge al auto sacramental y es su escenario, pero a la vez es transformada por la
obra teatral y la fiesta, como muestra la colección de documentos publicados por
Shergold y Varey, en los que se demuestra la profunda transformación de la ciudad
de Madrid durante los años del auto calderoniano13. Semejante cambio se puede
observar en la Perpiñán de El peregrino en su patria, donde Nise y Finea asisten a la
representación teatral de El hijo pródigo, puesto en escena por los soldados espa-
ñoles que hacen una fiesta por su patrón Santiago. La ciudad entera queda trans-
formada en un escenario teatral, alterada su cotidianeidad por el ambiente festivo y
las calles aparecen adornadas por colgaduras, cuadros y carteles con versos:

Habiéndose entrado con música y regocijo, se acabó la fiesta, y Finea y Nise


se fueron a ver las calles, que colgadas de diversas telas y sedas de colores con
cuadros de varias pinturas, estaban curiosamente adornadas, particularmente la
Iglesia en que había muchas hieroglíficas, enigmas y diferentes versos14.

12. Ver Mínguez Cornelles y Rodríguez Moya, 2006, pp. 77: «La fiesta, y la metamorfosis urbana que
provoca, es ante todo otra muestra de la magnificencia del monarca, príncipe o gobernante en cuestión.
De nuevo el gasto generoso se convertía en un instrumento de prestigio social. Evidentemente, cuanto
mayor sea el espectáculo, más grande es la fama cosechada por el promotor. Por ello los poderosos
no escatimaron recursos a la hora de sufragar los gastos de los festivales. Las fiestas se multiplicaron.
Sobre la secuencia anual ordinaria de festejos cívicos y religiosos propia de cada ciudad, destacan so-
bre todo las grandes celebraciones políticas de carácter excepcional, concebidas a mayor gloria de la
monarquía y de la iglesia». Para una breve historia de Valencia desde su fundación en el año 138 a. C.
hasta la guerra de Independencia, ver Mínguez Cornelles y Rodríguez Moya, 2006, pp. 283-287, aunque
no analizan este festejo que estoy estudiando.
13. Ver Shergold y Varey, 1961.
14. Lope, El peregrino en su patria, pp. 574-575. Ver también Oteiza, 2017a.

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En El triunfo de la Iglesia, encontramos la ciudad de Sevilla, que devota del San-


tísimo Sacramento, quiere participar en el desfile triunfal que prepara la Iglesia. Su
secretario, santo Tomás, confecciona la lista de los elegidos que subirán al carro
que desfilará triunfante por la ciudad. Entre los escogidos se encuentran el empe-
rador Carlos V por defender a la Iglesia de los herejes y la misma ciudad de Sevilla
por ser una gran devota de la religión católica y atado, tras el carro triunfal, será
arrastrado el hereje Lutero. Los méritos de Sevilla, que aparece vestida de dama,
son claros. Por su grandeza puede compararse con Roma y en su descripción des-
taca la enormidad de sus monumentos, que no tienen nada que envidiar a los de la
ciudad eterna:

Si la de Sevilla fuera,
la Giralda no pudiera
ir a Roma en treinta bueyes.
¿La capilla de los Reyes
en cuantos carros cupiera?
[…]
Apostemos un real,
que aunque viniera Sansón,
no pudiera, con ser tal,
llevar en la procesión
una hora el cirio pascual.
¿Pues san Cristóbal es barro?
Un pie no cabe en un carro.
¿Y la reja de la Antigua
es corcho? […]
Pues las mesas, y escribanos
de cartas, ¿con qué arrieros
alzaréis vos en las manos?
¿A Gradas con sus libreros
y mercaderes e indianos?
¿Pues los órganos del coro
en que han de ir? (pp. 385-386).

Sevilla aparece descrita en su grandeza, que supera a la mismísima Roma. Pero,


sobre todo, destaca por su piedad, al ser la ciudad donde abundan las cruces que
manifiestan su fe en Cristo y, por consiguiente, espacio privilegiado para la repre-
sentación del auto sacramental:

de que no quiero que calles


los tesoros, ni que halles
más abonos ni más luces
que es ver más de dos mil cruces
en casas, campos y calles;
y pues que las cruces son
buenos testigos y abono
de mi piedad y afición,
me des lugar en el trono
de este triunfo, si es razón (p. 393).

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El mérito de Sevilla es exceder en piedad a todas las demás ciudades, por lo que
será recompensada doblemente: es probablemente el escenario del auto sacra-
mental y participa como personaje en la representación15.
En este sentido, me parece interesante darse cuenta de que en estos ejemplos
las fronteras entre la realidad y la literatura quedan desdibujadas, ya que la ciudad
real se convierte en el escenario de la obra teatral y la literatura, a su vez, transfor-
ma la topografía cotidiana en un espacio mítico y religioso16.
Interesante también es la presencia de Toledo como personaje de El Misacanta-
no. Su importancia como ciudad queda expresada por el Regocijo:

Sois el rey de las ciudades;


tenéis en vos una silla,
que sin otras calidades,
es centro de España y silla
de reales majestades
[…]
La parte de vuestro cielo
infunde un temple divino (vv. 185-196).

Como explica Covarrubias, Toledo es la ciudad imperial desde antiguo y la silla


que se ofrece a Cristo es la del emperador, ya que la ciudad tenía «por armas un
emperador sentado en una silla real o trono con vestidura rozagante y el globo
del mundo en la mano siniestra y en la diestra una espada desnuda». Y además,
como explicaba también Herrero García, se atribuía a la geolocalización natural y
al esplendor de esta ciudad una influencia benigna directa sobre el carácter de los
habitantes17. El auto de El Misacantano presenta la estructura de una misa18, en la
que todos los territorios hispánicos ofrecen al primer sacerdote, Cristo, sus bienes
en un ofertorio globalizado. Toledo ofrecerá la ciudad de Madrid, la corte:

Y a Madrid por mía os ofrezco


fuerte, antigua y noble villa,
y ansí en el nombre, señor,
con su voz, su sello y firma,

15. Ver Menéndez Pelayo, 1963, p. 239: «De su contexto se infiere que hubo de ser compuesto, o a lo
menos representado por primera vez, en Sevilla. Las alusiones a la Giralda, a la Capilla de los Reyes, al
san Cristóbal de la Catedral, a la reja de la Antigua, a Gradas y sus libreros, lo están diciendo a voces»;
Nogués, 2011, p. 366, se manifiesta en parecidos términos. Ver Mínguez Cornelles y Rodríguez Moya,
2006, pp. 289-293, para una breve historia de Sevilla como ciudad.
16. El caso más llamativo se daría en el auto sacramental calderoniano El año santo en Madrid. Ver
Arellano Ayuso, 2001, p. 153: «no sería concebible en un género “desespacializado” un auto como El Año
Santo en Madrid, que representa las procesiones que se hicieron por determinados lugares madrileños,
y que utiliza simbólicamente como escenario la topografía de la capital para conferirle un sentido religio-
so, que no deja de responder, sin embargo, a un detallismo preciso de la urbe». Agradezco a la profesora
Isabel Ibáñez sus apreciaciones en esta cuestión.
17. Ver Herrero García, 1966, pp. 113-114. Para una breve historia de Toledo, ver Mínguez Cornelles y
Rodríguez Moya, 2006, pp. 275-278.
18. Para el paradigma compositivo de la misa en Lope, ver Blanco Sarto y Duarte, 2016.

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su corregidor ofrezco
torre fuerte y verde silla,
y todos sus regidores,
a quien tal nobleza obliga
celebrar con tal cuidado
este soberano día,
en que sois misacantano
hostia, sacerdote y misa.
Vos veréis que por patrona
toma aquesta noble villa
la madre de vuestra madre
y abuela de Dios divina.
Que un Dámaso nació en ella
y que en la romana silla
vuestras grandezas escribe,
para que el mundo os bendiga.
Vos veréis como un Isidro,
labrador de vuestra viña,
hace en el cielo cosecha
de las humanas espigas.
[…]
Vos veréis la devoción
que con la imagen divina
de Atocha tendrán, mirando
sus divinas maravillas (vv. 574-605).

Madrid es ofrecida al Misacantano y sus méritos no son virtudes terrenales, sino


más bien espirituales o celestiales: que su patrona es santa Ana, abuela de Cristo19;
resulta ser la cuna de san Dámaso papa (como explica Covarrubias20) o la ciudad
natal de san Isidro labrador21 y, especialmente, la devoción a la Virgen de Atocha.
Pero el mérito final, lo esencial es la presencia del rey, lo que la hace ser corte del
mundo hispánico y, sobre todo, columna de la Iglesia:

19. Comp. la nota a vv. 586-589 de la edición de El Misacantano: «Efectivamente, el 21 de julio de 1599,
el Ayuntamiento de Madrid renueva los votos de santa Ana y san Roque, aunque la tradición procede de
muchos años atrás. Ver Agulló Cobo, 1974. Ver Cervantes, La gitanilla, p. 75: “Y la primera entrada que
hizo Preciosa en Madrid fue un día de santa Ana, patrona y abogada de la villa”».
20. Comp. la nota a v. 590 de El Misacantano: «san Dámaso primero, […]. Español, hijo de Antonio. De qué
lugar haya sido discuerdan los autores. Unos dicen que fue portugués, natural de una ciudad dicha Egita,
que antiguamente fue cabeza de obispado y después se pasó a la Guardia, y por eso le llamamos en latín
Egitanensis. Por algunas conjeturas se puede creer haber sido natural de Vimarans o Guimaranes. An-
tón Beuter en la Crónica de España dice que fue de Tarragona. Marineo Sículo, de Madrid. Fue cardenal
diácono, creado pontífice a primero de octubre, año de trescientos y sesenta y seis. […] Tuvo la silla diez
y ocho años, dos meses y once días (Cov.)».
21. Comp. la nota a v. 594 de El Misacantano, de donde tomo la nota: «ver Villegas, Flos sanctorum,
p. 361: Era san Isidro de la villa de Madrid, que es ahora corte de los reyes de España; porque no sin
grande providencia tiene por patrón a un labrador aquel lugar donde está la nobleza del mundo. Fue
san Isidro casado y hombre de campo, sustentándose siempre del sudor de su rostro y ocupado en la
labranza». Ver Mínguez Cornelles y Rodríguez Moya, 2006, pp. 249-256 para una historia de Madrid.

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Vos veréis que el gran Filipe,


tercero en aquesta villa,
ha de nacer por coluna
de vuestra Iglesia divina (vv. 606-609).

La ciudad mítica

Frente a la ciudad contemporánea, transformada por la fiesta sacramental ba-


rroca, o por la presencia del rey en la corte, encontramos en las páginas de los au-
tos sacramentales referencias a ciudades míticas, especialmente aquellas proce-
dentes de la Biblia. Sodoma es una ciudad famosa por su destrucción por fuego y
azufre caídos del cielo y por la historia de la salvación de Lot narradas en el capítulo
19 del Génesis cuyas referencias encontramos en El tirano castigado22, El hijo de la
Iglesia23 o La oveja perdida24. En El pastor ingrato, el personaje de Locura habla «de
aquellas cinco ciudades / que Dios castigó con fuego», referencia a la Pentápolis,
las cinco ciudades situadas en la Transjordania: Sodoma, Gomorra, Admá, Seboím
y Bela (Soar) citadas también en Sabiduría, 10, 6 y Deuteronomio, 29, 22, que ha-
brían sido destruidas por la ira de Dios, salvo Bela (Soar)25.
Sin embargo, la ciudad por excelencia es Jerusalén. Se trata de una fundación
amorreo-hitita que los israelitas que inmigraban hacia Canaán no pudieron con-
quistar hasta que David se apoderó de ella convirtiéndola en su corte y elevándola
a centro religioso de su reinado por medio del traslado del arca de la alianza26. Esta
ciudad aparece descrita en Nuestro bien, en el que se narra cómo el romano Cirineo
debe marchar a Roma por orden del César y, sin embargo, se entretiene en la capital
judía que dibuja de la siguiente manera:

Cirineo Me detiene
esta ciudad populosa,
tan agradable y hermosa,
la mejor que el mundo tiene;
los edificios, las torres,
las calles, plazas y casas
que la adornan (p. 31).

22. Lope, El tirano castigado, p. 38: «¿Escapa Lot otra vez / de las llamas de Sodoma?».
23. Lope, El hijo de la Iglesia, p. 114: «y aquí salió de Sodoma, / con hijos y mujer, Lot: / ¡Qué de gente
hecha carbón / veo en fuego maldiciendo / su dicha, y lloran gruñendo! / Puercos del Pródigo son; / la
mujer de Lot el justo, / aquí volvió por su mal / la cabeza, echada en sal / después de domado el gusto;
/ por un volver de cabeza / se vino en piedra a volver».
24. Lope, La oveja perdida, p. 189: «¿Atrevíme a la hermosura / que en Sodoma guardó Lot?».
25. Sabiduría, 10, 6: «Ella, mientras los impíos perecían, puso a salvo al justo que huía del fuego que
bajaba sobre la Pentápolis»; Deuteronomio, 29, 22: «es como la destrucción de Sodoma y Gomorra, de
Admá y Seboyim, que en su cólera y furor devastó el Señor». Para más información sobre estas cinco
ciudades, ver Haag, Van der Born y Ausejo, 2005, cols. 1489-1491, s. v. Pentápolis.
26. Ver Haag, Van der Born y Ausejo, 2005, col. 958.

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Como podemos imaginar, los pasajes de los autos sacramentales que se refie-
ren a la ciudad de Jerusalén muestran una gran influencia de la Biblia. En Las bodas
entre el Alma y el Amor divino, aparece esta ciudad como personaje (vv. 804 acot.
y ss.) que prepara la entrada triunfal del Príncipe, referencia a la entrada de Cristo
en la ciudad narrada en los evangelios27:

Jerusalén Cubrireme de oro a mí


y el suelo, palma y laurel (vv. 867-868).

Esta referencia a la entrada de Cristo en Jerusalén la encontramos también en


El Tusón del rey del cielo28, en Obras son amores29 o El nombre de Jesús30. Sin
embargo, en otros autos sacramentales aparecen referencias a la destrucción de
la ciudad, profetizada en Lucas, 21, 2031 o Marcos, 13. Por ejemplo, en El heredero
del cielo32 o en La siega33. Los problemas políticos de las rebeliones de los judíos
contra los romanos se muestran también muy nítidos en La vuelta de Egipto34.
Otras referencias menores a otros episodios las hallamos en Las albricias de
nuestra señora, donde se narra el episodio de los discípulos de Emaús que salen de
Jerusalén hacia su ciudad35 o El labrador de la Mancha donde aparece la referencia
a la parábola del buen samaritano en la que se nos describe cómo un hombre viaja
de la ciudad santa a Jericó36.
Para acabar estas referencias a Jerusalén, podemos decir que El tirano cas-
tigado describe la historia de Joaquín y Ana, abuelos de Cristo. Después de ser
humillado Joaquín por un sacerdote a causa de no tener descendencia y después

27. Ver Mateo, 21, 6-9: «Fueron los discípulos e hicieron como les había mandado Jesús; y trajeron la
borrica y el pollino y pusieron sobre ellos los mantos y encima de ellos montó Jesús. Los más de entre
la turba desplegaban sus mantos por el camino, mientras que otros, cortando ramas de árboles, los
extendían por la calzada. La multitud que le precedía y la que le seguía gritaba, diciendo: “¡Hosana al Hijo
de David!”»; (también en Marcos, 11, 1 y 10; Lucas, 19, 29-40 y Juan, 12, 12-19).
28. Lope, El Tusón del rey del cielo, p. 339: «Canta fuerte, Capitán, / el triunfo, aunque estos crueles / que
ahora arrojando van / oliva, palma y laureles, / presto la muerte os darán».
29. Lope, Obras son amores, p. 118: «luego con pasos más graves / mi entrada en Jerusalén, / recibién-
dome también / con ramos e himnos suaves».
30. Lope, El nombre de Jesús, vv. 845-848: «Ramos, olivas, rosas, clavellinas; / presto serán espinas /
que traslade tu bárbara dureza / desde los pies de Adán a mi cabeza».
31. Ver Lucas, 21, 20: «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed que ya se acerca su de-
solación»; Marcos, 13, 1: «¿Ves estas grandes construcciones? No quedará aquí piedra sobre piedra que
no sea derruida».
32. Lope, El heredero del cielo, vv. 827-830: «para mayor ejemplo, / Jerusalén, de ti: que hierba y piedra /
han de cubrir tus calles, / sin que piedad en los romanos halles».
33. Lope, La siega, p. 302: «Ser vuestro templo me toca / mejor que el de Salomón, / cuya eterna des-
truición / profetizó vuestra boca».
34. Lope, La vuelta de Egipto, p. 354: «En tu ausencia, señor, ha sucedido / que el presidio romano, que
alojado / dentro en Jerusalén era temido, / se vio de los hebreos molestado / y de tan fuertes armas
combatido / que estuvo a pique de perderse todo».
35. Lope, Las albricias de nuestra Señora, p. 433: «Vámonos, hermano, a estar / al castillo de Maús, / que
oigo de nos murmurar / los que nos vieron estar / con el Maestro Jesús».
36. Lope, El labrador de la Mancha, p. 261: «no bajes a Jericó, / súbete a Jerusalén».

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de alejarse del mundo, este auto describe cómo los esposos se vuelven a encontrar
en la puerta dorada del templo:

[…] al entrar de la dorada


puerta de Jerusalén,
hallaría le esperaba
su esposa: y obedeciendo
la soberana embajada,
llegando a un tiempo a la puerta
entrambos juntos, se abrazan (p. 48).

Historia que se narra en los evangelios apócrifos y en concreto en el Protoevan-


gelio de Santiago37.
Interesante es asimismo la referencia a la ciudad eterna, Roma, que presenta
dos facetas importantes: por un lado, la ciudad del poder de los emperadores, del
poder avasallador de un imperio prestigioso. Así, por ejemplo, en el Prólogo al auto
sacramental de El hijo pródigo, se expone cómo el ejercicio de las armas es un me-
dio de conseguir la nobleza, propuesta que proviene del antiguo imperio romano38.
En el Auto del nacimiento de Cristo, Roma es la ciudad de la que todos los demás
pueblos son tributarios y el césar Augusto el señor soberano del imperio:

A vosotros, los que dais


feudo a Roma, tributarios
del siempre César Augusto,
como a señor soberano (p. 7).

Por otro lado, otro sentido diferente tienen otras referencia de los autos sacra-
mentales donde Roma es la ciudad santa, la sede del romano pontífice, colocándo-
la de esa manera muy cerca de la imagen de la ciudad celestial sin llegar tampoco
a ella. En El triunfo de la Iglesia, un desconcertado Lutero pregunta:

Roma, ¿qué me quiere a mí? (p. 388).

37. Ver el Protoevangelio de Santiago, 1-4, 3: «Llegó la fiesta grande del Señor, en que los hijos de Israel
suelen ofrecer sus dones y Rubén se plantó frente a Joaquín diciéndole: “No te es lícito ofrecer el pri-
mero tus ofrendas, por cuanto no has suscitado un vástago en Israel”. […] Joaquín quedó sumamente
afligido y no compareció ante su mujer, sino que se retiró al desierto. […] Y Ana su mujer, se lamentaba y
gemía doblemente, diciendo: “Lloraré mi viudez y mi esterilidad”. […] Y he aquí que se presentó un ángel
de Dios, diciéndole: “Ana, Ana, el Señor ha escuchado tu ruego: concebirás y darás a luz y de tu prole
se hablará en todo el mundo”. Ana respondió: “Vive el Señor, mi Dios, que, si llego a tener algún fruto de
bendición, sea niño o niña, lo llevaré como ofrenda al Señor y estará a su servicio todos los días de su
vida”. Entonces vinieron dos mensajeros con este recado para ella: “Joaquín, tu marido, está de vuelta
con sus rebaños, pues un ángel de Dios ha descendido hasta él y le ha dicho: Joaquín, Joaquín, el Señor
ha escuchado tu ruego; baja, pues, de aquí, que Ana, tu mujer, va a concebir en su seno”». También se
puede ver Villegas, Flos, 1615, fol. 351.
38. Lope, Prólogo a El hijo pródigo, vv. 42-45: «que da a las armas solas la nobleza, / de que nacieron en
la antigua Roma / tantas coronas cívicas, murales, / obsidionales triunfos».

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En El nombre de Jesús, se hace referencia a la silla o cátedra de Pedro que se


encuentra en la ciudad eterna, lo mismo que en el Misacantano39. Un juego muy
interesante aparece en La Maya, donde el objetivo es llegar a la triunfante Roma a
través del puerto de Ostia, en una dilogía y una paranomasia muy atractivas:

Allá dicen que te aguarda


Cristo en el puerto de Ostia,
porque vamos desde Cáliz
a ver la triunfante Roma (vv. 489-492).

En El Tusón del rey del cielo, san Pedro aparece como el Príncipe de Roma, pa-
rafraseando la cita evangélica de Mateo, 16, 18-19:

Pedro, príncipe de Roma,


sobre quien mi Iglesia fundo,
que asiento en mi piedra toma,
con que el poder del profundo
deshace, aniquila y doma (p. 336).

La ciudad infernal

Frente a las ciudades míticas de Jerusalén y Roma, nos encontramos con otra
mítica, emblema del mal que es Babilonia. Las referencias en los autos sacramen-
tales a esta ciudad maldita se centran en su torre, la torre de Babel, una construc-
ción escalonada (ziggurat), probablemente procedente de un templo de Babilonia
del tiempo de Nabucodonosor. La torre constaba de una sólida base subterránea,
sobre la que se elevaban siete pisos y en lo alto se encontraba la capilla de la di-
vinidad (Marduk)40. En los autos de Lope, esa torre de Babilonia es el emblema de
personajes malignos, como la Venganza en Dos ingenios y esclavos41 o la Soberbia
en La isla del Sol:

Salió Soberbia el primero,


contenta aunque derribada
de una torre que su engaño
en Babilonia levanta (p. 402).

Otras referencias a esta ciudad parten de la descripción de la ramera que monta


sobre la bestia en el Apocalipsis, 17, 5: «y escrito en la frente un nombre, un mis-
terio: “La gran Babilonia, madre de las lascivias y abominaciones de la tierra”». En
este texto bíblico, la gran ramera es Roma y se llama Babilonia porque esta ciudad

39. Lope, El nombre de Jesús, vv. 1386-1388: «y desta silla la copia / que ha de tomar vuestro Apóstol
/ en la cátedra de Roma»; El Misacantano, vv. 532-535: «Ya se le habrás dado a Roma, / que es donde
tiene la silla; / dásela a España, Señor, / pues tanto a tu amor se inclina».
40. Ver Haag, Van der Born y Ausejo, 2005, cols. 1956-1957.
41. Ver Lope, Dos ingenios y esclavos, p. 306: «armas son de mi nobleza / la torre de Babilonia».

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era símbolo de las ciudades enemigas de Dios y prototipo de la lujuria42. Así encon-
tramos referencias a este personaje y a la bestia en El yugo de Cristo43 o en Dos
ingenios y esclavos44.
Sin embargo, las calles, plazas y edificios de una ciudad pueden ser también el
lugar de perdición del ser humano. El ejemplo más claro lo encontramos en El hijo
pródigo, obra sacramental que pone en escena esta parábola (Lucas, 15, 11-32) ya
señalado por los críticos como Izquierdo45. Oteiza, por su parte, ha destacado cómo
el planteamiento original de la obra donde el hijo se marcha a una región lejana (en
lectura de la Vulgata: «profectus est in regionem longinquam») queda convertido
en un escenario urbano46. Y efectivamente, Pródigo llega a una ciudad en la que no
existe la Verdad:

Pródigo ¡qué bella es esta ciudad!


Juventud Lindas damas.
Lascivia Poco afeite.
Pródigo ¿Cómo se llama?
Juventud Deleite.
Pródigo ¿Y esta calle?
Juventud Novedad.
Pródigo ¿Quién reina aquí?
Juventud El Interés.
Pródigo ¿Trae guerra?
Juventud Con el Amor.
Pródigo ¿Quién ha sido el vencedor?
Juventud Siempre el Interés lo es.
Pródigo ¿Dónde vive la Verdad?
Juventud Es lejos.
Pródigo ¿Dónde?
Juventud En el cielo.
Pródigo Luego ¿no la hay en el suelo?
Juventud Poca, y con poca amistad (vv. 349-360).

42. Biblia de Navarra, p. 1800. Haag, Van der Born y Ausejo, 2005, col. 191: «En el Nuevo Testamento,
Babilonia es nombre simbólico de Roma (1 Pedro, 5, 13; Apocalipsis, 14, 8; 16, 9; 17, 5; 18, 2)».
43. Lope, El yugo de Cristo, p. 70: «No importa, que los hechizos / de aquella gran Babilonia / que ha de
salir del abismo, / hará que le adoren cuantos / bebieron su dulce vino: / sobre las bestias sentada, /
harta de sangre la miro / de mártires de Jesús, / y el nombre en la frente escrito».
44. Lope, Dos ingenios y esclavos, p. 303: «A la gran Babilonia / todos se rindan, / pues en vaso de oro
/ beben y brindan».
45. Izquierdo, 2014, p. 172: «La ciudad del Deleite, casa de locos, es el mundo con sus tentaciones, en-
gaños y decepciones».
46. Oteiza, 2017b, p. 347.

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La ausencia de Verdad refiere en última instancia a la historia de Astrea, la Jus-


ticia, despachada de todos los lugares, porque nadie quiere quedarse al lado de
ella47. Frente a la falsedad reinante en la ciudad de Deleite, el campo es el terreno de
la felicidad, el lugar donde el hombre se conforma con poco y vive feliz y despreo-
cupado, como explica Montano en tiradas de estancias que expresan el beatus ille:

Cuán bienaventurado
justamente se llama
aquel que como yo contento vive,
aquel que con su hacienda
alegre en pobre casa
no invidia los alcázares pomposos
de los soberbios príncipes,
no los jaspes y mármoles,
no los dorados techos,
no los suelos de pórfido,
ni sus mesas espléndidas y llenas
de diversos manjares,
que despueblan las tierras y los mares (vv. 585-597).

Otra ciudad de perdición la encontramos en La oveja perdida. La oveja huye de


la Memoria quien, intenta llevarle por el buen camino haciéndole meditar en Cristo,
pero ella está decidida a seguir su libre albedrío. En su huida llegará a una ciudad
llamada Villaviciosa, y en ella se dejará engañar por las adulaciones y falsedades
de Murmuración y Adulación:

Adulación La juventud
habita en él, que es indicio
de mucho regalo y vicio,
aunque falto de salud.
Aquí se vive sin ley:
hay siempre fiestas y juegos
pero las más son de fuegos;
y es dividido aunque hay rey.
Hay buen vino (p. 197).

El objetivo de los personajes diabólicos con los que se encuentra es hacerle


caer en un pesado sueño para asesinarla después despeñándola por un barranco.
En La isla del Sol, el hombre Delincuente llega al reino de Plasencia, lugar del mal,
de falsos placeres y de acogida de gente perdida que tiene causas pendientes con
la justicia:

Llámase el reino Placencia,


y no hay Indias, ni Pirú
con más riqueza y deleites,
y a todos toda es común.
Aquí tienen sus estrados

47. Ver El hijo pródigo, ed. Duarte, nota al v. 357.

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el garitero y tahúr,
uno pelando las gangas,
y otro empandillando el flux.
Es la tierra más viciosa
que hay desde Flandes al Sur;
y aunque es de firmeza el menos,
de gustos es el non plus.
Hay chacona de Castilla,
de Guinea gurujú,
y bravos escarramanes
bailados a lo andaluz.
Es conservera la carne,
y aunque quiera la salud
lo dulce de sus regalos,
todos comen su alajú.
Es negra toda la gente
como paño de ataúd,
y el más bello tiene el rostro
como mono de Tolú.
Aquí acogen delincuentes,
que con dulce esclavitud
son forzados voluntarios
del dragón, que aquí es Dragut (p. 400).

La ciudad celestial

Frente a la ciudad diabólica, se yergue liberadora la ciudad de Dios, la Jerusalén


celestial, libre del pecado y de la perdición. Ya desde antiguo existía una configura-
ción de la ciudad mesiánica:

En el plan de las esperanzas mesiánicas de Israel, Jerusalén había de partici-


par de todo el esplendor de los tiempos mesiánicos. El monte Sión se convierte
en residencia del rey mesiánico […] y con ello un punto central del reino mesiánico.
Hacia ese monte confluyen todos los pueblos […] La ciudad tiene abundancia de
oro y plata (Isaías, 60, 17); las puertas son de zafiro; sus plazas, calles y murallas, de
piedras preciosas. […] No habrá ni sol ni sombra, pues Yahvéh mismo será su luz48.

La literatura cristiana ve el cumplimiento de esas esperanzas en la fundación


del reino de Dios, en una Jerusalén celestial que es descrita de forma muy viva en
el Apocalipsis, 21, 9-27. Esta imagen es exportada a los autos sacramentales y
aparecerá de forma recurrente en aquellos autos que planteen una alegoría basada
en «la peregrinación de la vida»49, describiendo la ciudad de destino de forma se-
mejante a la literatura bíblica. En La isla del Sol:

48. Haag, Van der Born y Ausejo, 2005, col. 960.


49. Concepto empleado por Philip H. Martin en su tesis doctoral, 1981, p. 37.

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Ya estás en el llano
más fértil que el cielo vio.
Desde aquí puedes mirar
de la isla la belleza,
cuya excelencia y grandeza
supo Juan bien ponderar.
Sus calles son de oro puro;
de margaritas sus puertas,
ya para ti bien abiertas;
de verde jaspe su muro.
Y, al fin, la gloria que encierra
no sabe nadie explicar (La isla del sol, p. 414).

En La oveja perdida, frente a la Villaviciosa diabólica, se yergue la Jerusalén


celestial del Apocalipsis, donde se encuentra el trono de Cristo resucitado50 y en La
venta de la Zarzuela, se describe la vida como una peregrinación en un camino que
llega hasta Ciudad Real, descrita de forma vívida:

Yo me iba, Pastor,
a Ciudad Real,
a la patria hermosa
donde Dios está;
aquella en que vive,
y en que, sin cristal
y encima, han de verle
los hijos de Adán;
donde cara a cara
a la humanidad
de su Verbo eterno,
que sentado está
a su hermosa diestra (p. 364).

Un caso curioso lo encontramos en El tirano castigado, donde la Virgen María es


descrita como una ciudad escondida del pecado en una serie de letanías, imagen
que tiene relación con los casos que hemos analizado:

ciudad que fundada en monte,


pudo a la vista ocultarse
del tirano que intentó
dar a nuestra vida mate (p. 60).

50. Ver La oveja perdida, p. 204: «Yo le vi con majestad / sentado en silla labrada / por ángeles, y es-
maltada / con piedras de variedad; / […] / y en una ciudad hermosa, / que es santa Jerusalén, / con más
adorno y más bien / que al esposo va la esposa, / baja solo para honrar / la pérdida que hoy encuentra».

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Conclusiones

Para concluir, podemos observar las múltiples derivaciones que Lope de Vega
es capaz de obtener en los autos sacramentales. Como explicaba Chueca, la poesía
es capaz de mostrar sentidos que permanecen ocultos al escrutinio del resto de las
ciencias. Basándome en la distinción de san Agustín, he trabajado con el esquema
propuesto por la profesora Cancelliere configurando este artículo en tres apartados
diferenciados: la ciudad terrena, la ciudad infernal y la ciudad de Dios.
En Lope encontramos rasgos de las ciudades contemporáneas (Valencia, Ma-
drid, Toledo, Perpiñán…), aquellas que quedaban transformadas por la fiesta del
Corpus, como podemos leer en otras páginas pertenecientes a otros géneros más
testimoniales y muy alejados de la estructura alegórica del auto sacramental, como
las escritas por Juan de Zabaleta. Esta transformación queda confirmada por las
colecciones de documentos, memorias de apariencia y de demasía que hemos
conservado. No se olvida tampoco Lope de aquellas ciudades míticas que han ali-
mentado los sueños de los lectores, que han escapado de las llamas de Sodoma,
han penetrado las puertas de Jerusalén o han disfrutado de las grandezas de la
Roma imperial.
Además, la ciudad es también terreno de peligros, violencia, muertes y agresio-
nes como podemos observar en toda la literatura del Siglo de Oro. También esta
realidad está presente en el auto sacramental con ciudades refugio de los delin-
cuentes, donde el hombre pierde su hacienda y su alma en un frenesí de juego y de
placeres prohibidos.
Queda la ciudad celestial que acoge al peregrino de este valle de lágrimas al final
de la jornada de la vida, la casa del padre, del descanso eterno, donde la pluma del
poeta ha destilado los mejores adornos para su descripción.
En conclusión, el auto sacramental ficcionaliza tanto las ciudades reales en las
que se lleva a cabo la representación como al público asistente que se encuentra
involucrado en esa ficción. Por otra parte, en sentido contrario, las ciudades de ori-
gen textual (tomadas de la Biblia, etc.) o ficcional (ciudad de Villaviciosa, del Deleite,
Plasencia, etc.) parecen encarnarse en el escenario urbano donde se realiza la re-
presentación (que, aunque no se parezca exactamente a las descripciones, presen-
tan rasgos urbanos tópicos), con lo cual el auto sacramental permite materializar el
sacramento en una encarnación sui generis urbana.
Quiero decir que el escenario urbano y el escenario textual (las descripciones
de ciudades, reales o no) interactúan potenciando mutuamente sus significados,
debido, a su vez, a la riqueza que adquiere el tema urbano en los autos de Lope, y
al mismo tipo de representación llevada a cabo por las calles y plazas de la ciudad,
que son transformadas para la fiesta teatral.
En definitiva, el tema de la ciudad, como podemos constatar, ha sido también un
terreno fértil para la imaginación del Fénix de los ingenios de España.

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