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San Alfonso M.' de Ligorio CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DIOS En la portada se ve a Jestis en el Huerto orando al Padre: «Padre, si quieres, aparta de mi este cdliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Le.22,42). Editorial APOSTOLADO MARIANO Recaredo, 44 - 41003 SEVILLA Tel.: 954 41 68 09 - Fax: 954 54 07 78 www.apostoladomariano.com Con licencia eclesiastica ISBN: 978-84-7770-622-9 Depésito legal: M. 26.732-2007 Impreso en Espaiia - Printed in Spain Por: Impresos y Revistas, S. A. (IMPRESA) INTRODUCCION Este librito que presentamos, aunque es muy pe- quejio en su volumen, es enorme en su contenido, ya que el secreto de la santidad no consiste en otra cosa. Pero pienso que la mala interpretaci6n de estas verdades puede traer un peligro. Estamos en tiempos que no podemos dormir; la voluntad de Dios no nos quiere inactivos, en un estado de posicién pasiva para aceptar todos los acontecimientos como queridos por El. Hay muchas cosas que pasan en el mundo, que El no quiere que pasen, y nuestro deber es tratar de evitar que suce- dan. Seria fatal si alguien dijese: «Tanto se me da que ganen las izquierdas como las derechas, y tanto me importa el triunfo del comunismo como su derrota: yo me conformo con la voluntad de Dios». No, esto no se puede decir: «Tanto se me da que haya escuelas catélicas como que todas sean laicas; tanto me importa que haya iglesias como que las quemeno las profanen dedicandolas a salas de teatro». Pensemos que no solamente ofende a Dios el que peca; también le ofende el que pudiendo impedir que se cometa algtin escandalo no hace lo que estd en su mano para estorbarlo. Piensa que en tu presencia se cometen escdndalos que pueden dar muerte a muchas almas. Pobre de ti si estuviese en tumano evitar la muerte de un alma y no hiciste nada para impedirlo! Conformémonos con la voluntad de Dios, si; pero después que hayamos hecho por nuestra parte todo lo que podamos para que las cosas sucedan de la forma mds favorable para el bien de las almas. I Excelencia de esta virtud Toda nuestra perfeccién estd cifrada en amar a nuestro amabilisimo Dios, segtin aquello de San Pa- blo: Tened caridad, que es vinculo de perfeccién (1). Pero toda la perfeccién del amor esté fundada en conformar nuestra voluntad con la voluntad de Dios; porque este es el efecto principal del Amor, dice S. Dionisio Areopagita, unir la voluntad de los amantes de suerte que no tengan mds que un solo querer y no querer. Por consiguiente, tanto mds amard el alma a Dios cuanto mas unida esté con su divina voluntad. Verdad, es que agradan al Senior las mortificaciones, las meditaciones, las comunica- ciones, las obras de caridad que ejercitamos con el préjimo; pero solamente cuando estén conformes con su voluntad santisima; de lo contrario, lejos de ser de su agrado, las detesta y las juzga dignas de castigo. Si un amo tuviera dos criados y uno de ellos tra- (1) Col., III, 14. bajara sin tregua ni descanso, pero siempre a su gus- to y segun su capricho, y el otro, aunque se afanara menos, se esmerase en hacerlo todo conforme a la obediencia, a buen seguro que el amo tuviera en mas aprecio al segundo que al primero. Si nuestras obras no estan hechas segitin el beneplacito del Se- fior, gc6mo podrdn redundar en gloria suya? No quiere Dios los sacrificios, sino que se acate su san- tfsima voluntad. ;Por ventura el Seftor, dijo Sa- muel a Satil, no estima mds que los holocaustos y las victimas el que se obedezca a su voz? Es como crimen de idolatria el no querer sujetarse al Sefior (1). El hombre que quiere obrar por propio antojo, con independencia de Dios, comete una especie de idolatrfa, porque en este caso, en vez de adorar la voluntad de Dios, adora en cierto modo la suya. Afiddase a esto que la mayor gloria que podemos dar a Dios es cumplir en todo su santisima volun- tad. Esto de buscar la gloria de su Padre, fue lo que principalmente vino a ensefiar con su ejemplo nues- tro Redentor, cuando del cielo bajé a la tierra. Al entrar en el mundo, segtin el Apostol, se expresé de esta manera: Tt no has querido sacrificio, ni ofren- da; mas a mi me has apropiado un cuerpo... Enton- ces dije. Heme aqui que vengo... para cumplir, joh Dios!, tu voluntad (2). Has rehusado las victimas que los hombres te ofrecfan; ya que es tu voluntad que te sacrifique el cuerpo que me has dado, pron- to estoy a cumplirla. Y no pocas veces aseguré que habfa bajado a la tierra, no para hacer su voluntad, (1) I Reg., XV, 22. (2) Hebr. X, 5. sino la de su eterno Padre. He bajado del cielo, ha dicho por San Juan, no para hacer mi voluntad, si- no la voluntad de Aquel que me envio (1). Y para que el mundo entendiese el amor inmenso que te- nia a su Padre, se ofrecié, por sujetarse a su volun- tad, a padecer muerte de cruz para salvaynos Esto cabalmente fue lo que dijo cuando en el Huerto sa- lié6 al encuentro de sus enemigos que iban a pren- derlo para conducirlo a la muerte. Para que conoz- ca el mundo, dijo, que amo a mi Padre y que cum- plo con lo que me ha mandado, levantaos y vamos (2). Y dijo también que solamente reconoceria por hermanos suyos a los que cumpliesen su voluntad divina. Aquel que hiciese la voluntad de mi pa- dre..., éste es mi hermano (3). Todos los santos, convencidos de que en ello es- taba cifrada la perfeccién cristiana, han puesto su afén y todo su intento en cumplir la voluntad de Dios. Decia el B. Enrique Susén “que Dios no exi- gia de nosotros que tuviéramos abundantes luces, sino que en todo nos sometiésemos a su voluntad”’. Y Santa Teresa afiade: “Toda la pretensién de quien comienza oraci6n... ha de ser trabajar y de- terminarse y disponerse a hacer su voluntad, confor- mar con la de Dios. En esto consiste toda la mayor perfecciédn que se puede alcanzar en el camino espi- ritual. Quien mds perfectamente tuviere esto, mds recibird del Sefior y mds adelante esta en este ca- mino (4). La B. Estefanfa de Soncino, religiosa do- minica, fue un dia trasladada en admirable visién (1) Joan, VI, 38. (2) Ibid., XIV, 31. (3) Matth., XII, 50. (4) Moradas 2. 6 al cielo, y vid las almas de algunos difuntos, que ella habfa conocido, sentadas entre los serafines, y le fue revelado que aquellas almas habfan sido le- vantadas a tan alto grado de gloria porque mientras vivieron en la tierra habian estado intimamente unidas a la voluntad de Dios. El B. Enrique Susén también decia: ‘“Prefiero ser el mds vil gusanillo de la tierra por voluntad de Dios, que serafin en el cie- lo por mi propia voluntad.” Mientras vivimos en el mundo, debemos apren- der de los santos del cielo a amar a Dios. El amor puro y perfecto que los bienaventurados tienen en la gloria los inclina a conformar en todo su volun- tad con la del Sefior. Si los serafines entendieran que era voluntad de Dios el que se ocuparan por toda la eternidad en amontonar las arenas de las riberas del mar o en cultivar los jardines de la tie- tra, en ello pondrian todo su placer y todo su con- tento. Aun mas; si Dios les manifestase que era de su agrado que se arrojaran al fuego abrasador del infierno, inmediatamente se arrojarian a aquel abis- mo sin fondo, para hacer la voluntad de Dios. Por esto Jesucristo nos ensefié a pedir la gracia de cum- plir su voluntad en la tierra, como lo hacen los bie- naventurados en el cielo, diciendo: Hagase tu vo- luntad asi en la tierra como en el cielo. El Sefior llamé a David hombre segun su cora- zO6n, porque ejecutaba lo que entendfa era de su agrado. He hallado a David, dice, hombre conforme amicorazén, que cumplird todos mis preceptos (1). (1) Act., XIII, 22. En efecto, el Santo Rey estaba siempre dispuesto a seguir la voluntad divina, como él mismo lo ase- gura cuando dice: Dispuesto estdé mi coraz6n, Dios mio, mi corazon esta dispuesto (1). Y no cesaba de pedir al Sefior que le ensefiase a cumplir su volun- tad. Enséfiame a hacer tu voluntad (2). Un solo ac- to de perfecta conformidad con la voluntad de Dios basta para santificar un alma. Cuando San Pa- blo persegufa a la Iglesia, le ilumindé Jesucristo y lo convirtié. Para conseguirlo, qué es lo que hizo San Pablo? ,Qué es lo que dijo? No hizo més que ofre- cerse a cumplir la voluntad de Dios. Sefor, dijo, équé quieres que haga? (3). Y en aquel mismo ins- tante le proclamé Jesucristo vaso de eleccién y apéstol de los gentiles. Ese mismo es ya un instru- mento elegido por mi para llevar mi nombre delan- te de todas las gentes (4). Y esto no es de maravillar, porque el que da a Dios su voluntad, se lo da todo; el que da limosnas da al Sefior parte de sus bienes; el que se mortifica le da su sangre; el que ayuna le ofrece su alimento; pero el que le entrega su voluntad le da no sélo par- te de lo que tiene, sino que se lo da todo. Entonces puede con toda verdad decirle: Pobre soy, Dios mio, pero os doy todo lo que poseo, porque dan- doos mi voluntad no tengo mas que daros. Esto es justamente todo lo que el Sefior pide de nosotros: Hijo mio, nos dice, dame tu corazon (5); esto es: tu voluntad. Dice San Agustin que no podemos ha- cer ofrenda mds agradable a Dios que decirle: To- (1) Ps., LXI, 8. (2) Ps., CXLII. (3) Act., IX, 6. (4) Ibid., 15. (5) Prov., XXIII, 26. 8 mad, Sefior, posesién de m{, os doy toda mi volun- tad; dadme a entender lo que de mf queréis, que pronto estoy a ejecutarlo. Si queremos colmar los deseos del corazén de Dios, procuremos en todo conformarnos con su santisima voluntad; y no sélo debemos conformar- nos, sino también identificar nuestra voluntad con la suya; conformar nuestra voluntad con la de Dios es unir la nuestra con la suya; pero el identifi- carnos con ella exige mds, exige que de la voluntad de Dios y de la nuestra hagamos una sola, de suer- te que no queramos mas que lo que Dios quiere, y nuestra voluntad sea la voluntad de Dios. Esto es lo mas subido de la perfeccién a la cual debemos siempre aspirar. A esto debemos endere- zar todos nuestros deseos, todas nuestras medita- ciones y plegarias. Esto es lo que debemos pedir por intercesién de nuestros Santos Patronos, por medio de nuestros Angeles Custodios, y sobre todo por mediacién de Marfa, Madre de Jesus, la cual fue més perfecta que todos los Santos, porque estu- vo unida con més perfeccién que ellos a la voluntad de Dios. I Debemos conformamos con la voluntad de Dios en la adversidad como en la prosperidad La perfeccién de esta virtud exige que nuestra voluntad esté unida a la de Dios en todos los suce- sos de nuestra vida, ya sean présperos, ya adversos. Cuando se trata de sucesos présperos, hasta los pe- cadores saben aceptar gustosos las disposiciones de Dios; pero los Santos saben identificarse con su vo- luntad santfsima aun en las cosas adversas y contra- tias a su amor propio; en éstas es donde se aquilata nuestra virtud y se aprecia el valor de nuestra per- feccién. Decfa el B. Padre Juan de Avila “‘que vale mas en la adversidad un gracias a Dios, un bendito sea Dios, que seis mil gracias de bendiciones en la prosperidad”’. Ademas, no sélo debemos recibir con resigna- cién los trabajos que directamente nos vienen de la mano de Dios, como las enfermedades, las desola- ciones de espfritu, la pobreza, la muerte de los pa- 10 Tientes, sino también las que nos vienen por medio de los hombres, como son los desprecios, las calum- nias, las injusticias, los hurtos y toda suerte de per- secuciones. No debemos perder de vista que cuan- do alguno nos ofende en la fama, en la honra o en la hacienda, si bien Dios no aprueba el pecado del ofensor, quiere, esto no obstante, nuestra humilla- cién, nuestra mortificacién y pobreza. Es cierto, y de fe, que nada sucede en el mundo sino por volun- tad y permisién de Dios. Yo soy el Senor, dice por Isafas, que formé Ia luz y creé las tinieblas; yo soy el que hago la paz y envio los castigos (1). De la mano de Dios nos vienen todos los bienes y todos los males, es decir, las cosas que nos molestan y que falsamente llamamos males: porque en realidad son bienes, cuando las aceptamos como venidas de parte del Sefior. ;Descargard alguna calamidad so- bre la ciudad, pregunta el profeta Am6s, que no sea por disposicién del Sefor? (2). De Dios vienen los bienes y los males, hab{a ya dicho el Sabio, Ja vida y la muerte, la pobreza y la riqueza (3). Verdad es, como acabamos de decir, que cuando un hombre te ofende injustamente, Dios no quiere el pecado que el otro comete, ni aprueba la malicia de su voluntad, aunque el Sefior presta su general concurso a la accién material del que te injuria, te roba o te hiere; por tanto, el trabajo que padeces ciertamente lo quiere Dios y por su mano te lo en- via. Por eso dijo el Sefior a David que El era el au- tor de las injurias que debfa causarle Absaldn, hasta (1) Is., XLV, 6. (2) III, 6. (3) Eccli., XI, 14. 11 el punto de quitarle en su presencia a sus mujeres, en castigo de sus pecados. Yo, le dijo el Sefior, haré salir de tu propia casa los desastres contra ti, y te quitaré tus mujeres delante de tus ojos, y ddrselas he a otro (1). También predice a los hebreos que, en justo castigo de sus iniquidades, lanzard contra ellos a los asirios, para que los despojen y arruinen. jAy de Asur!, dice el Sefior por Isafas, vara y bas- ton de mi furor, enviarle he contra un pueblo fe- mentido, y daréle mis érdenes para que se lleve sus despojos, y le entregue al saqueo y le reduzca a ser pisado como el polvo de las plazas (2). La impiedad de los asirios era como una hacha en manos de Dios para castigar a los israelitas. Y el mismo Jesucristo dijo a San Pedro que su Pasién y Muerte no tanto le venia de la malicia de los hombres, como de la voluntad de su Padre, El cdliz que me hi: dado mi Padre, \e dijo, ;he de dejar yo de beberlo? (3). Cuando el mensajero (algunos qu:eren que sea un demonio) fue a anunciar al santo Job que los sa- beos le habian robado toda su hacienda y que ha- bfan sido muertos todos sus hijos, ,qué respondi6? Estas muy expresivas palabras: El Sefior me lo did, el Sefior me lo quité (4). No dijo, el Sefior me ha dado los bienes y los hijos, y los sabeos me los qui- taron; sino que, con mejor acuerdo, dijo: “El Sefior me los did, el Sefior me los quit6’’; porque sabfa muy bien que la pérdida sufrida era conforme a su soberana voluntad, y por eso afiadié: Se ha hecho lo que es de su agrado; bendito sea el nombre del (1) I Reg., XII, 11. (2) Is., X, 5. (3) Jo., XVIII, 11. (4) Job., I, 21. 12 Sefior. Por consiguiente, los trabajos que pesan sobre nosotros debemos mirarlos, no como cosas que su- ceden al acaso y por la sola malicia de los hombres, sino que debemos estar persuadidos de que cuanto sucede es por voluntad de Dios. “Todo cuanto nos acaece contra nuestra voluntad, dice San Agustin, hemos de convencernos que todo sucede por volun- tad de Dios. Cuando Atén y Epicteto, preclaros martires de Jesucristo, eran torturados por el tirano con ufias de hierro, que araban sus carnes, y teas encendidas que abrasaban su cuerpo, no decfan mas que estas palabras: “Cumplase, Sefior, en noso- tros tu sant{fsima voluntad”. Y cuando Ilegaron al lugar del ultimo suplicio, alzando la voz, afiadie- ron: ‘‘Bendito seas, Dios eterno, porque nos ha da- do la gracia de que se cumpla por entero en noso- tros tu voluntad”’. Refiere Cesdreo que en cierto monasterio habfa un monje que, no obstante llevar vida ordinaria y no mas austera que los demas, habfa alcanzado tal grado de santidad, que con s6lo tocar sus vestiduras sanaban los enfermos. Maravillado el Superior de lo que veia, llamdlo un dfa aparte, y le pregunté por la causa de hacer Dios por él tantos milagros, siendo asf que no llevaba vida mds santa y ejemplar que los otros. “Tampoco dejo yo de maravillarme, res- pondiéd el monje, de lo que hago. —Pero, jcudles son tus devociones y penitencias, torné a preguntar el Abad. A lo que el buen religioso contest6, que 13 bien poco o nada era lo que hacia; pero tenfa parti- cular empefio en conformarse en todo con la volun- tad de Dios, y que el Sefior le habfa otorgado la singular merced de abandonarse en manos del que- rer de Dios. Ni las cosas présperas me levantan ni las adversas me abaten, porque yo las recibo todas como venidas de las manos de Dios, y a este fin en- derezo mis oraciones, esto es, para que se cumpla en mi toda su perfeccién sant{fsima. —Pero, jno te turbaste e inquietaste el otro d{fa, prosiguié pregun- tando el Superior, cuando aquel caballero, nuestro contrario, nos arrebaté los medios de subsistencia pegando fuego a nuestra granja donde teniamos nuestro trigo y nuestra hacienda? —No, Padre mfo, replic6é el monje, antes df gracias al Sefior, como acostumbro hacerlo en semejantes casos, sabiendo como sé que todo lo hace o permite para su mayor gloria y para nuestro mayor provecho, y de esta suerte vivo siempre contento en todos los sucesos de la vida.” Después de ofr estas palabras, ya no se maravill6 el Abad que obrase tan grandes milagros aquella alma que tan identificada estaba con la vo- luntad de Dios. 14 Il Del gran provecho que se saca de conformar nuestra voluntad con la de Dios El que se ejercita en la practica de esta virtud, no sdlo se santifica, sino que también goza en la tierra de paz inalterable. Preguntaron cierto dfa a Alfon- so el Grande, rey de Aragén y principe sapient{si- mo, quien, en su concepto, era el hombre mis feliz del mundo. ‘El que se abandona, contest6, a las disposiciones de Dios y de igual manera recibe de su mano las cosas présperas y adversas.” Para los que aman a Dios, dice San Pablo, todas las cosas se tornan en bien (1). Los que aman a Dios viven siempre contentos, porque ponen todo su gozo en cumplir su voluntad divina, aun en las cosas que contrarfan la suya; y de esta suerte hasta los mismos trabajos se convierten para ellos en pu- ras alegrias, porque no ignoran que, acepténdolos rendidos, dan gusto a su amado Sefior. Ningun acontecimiento, dice el Espiritu Santo, podrd con- (1) Rom., VIII, 28. 15 tristar al justo (1). En efecto: ,qué mayor conten- to puede experimentar un alma, que ver que le sale todo a la medida de su deseo? Pues bien, cuando uno no quiere mds que lo que Dios quiere, llega a conseguir cuanto desea, pues que, a excepcién del pecado, nada sucede en el mundo contrario a la vo- luntad de Dios. Se lee a este propédsito en las vidas de los Padres del desierto que las tierras de cierto labrador pro- ducfan mas sazonados frutos que las tierras de sus vecinos; y como le preguntaran la causa: “No os maravilléis de esto, respondi6, porque yo tengo siempre el tiempo que quiero. —;Cémo es asf? le dijeron. —Pues muy sencillo, contest6; porque yo no quiero otro tiempo distinto del que Dios me manda; y como yo deseo lo que Dios quiere, me da siempre los frutos como yo los quiero.”’ “‘Las personas resignadas al querer y voluntad de Dios, dice Salviano, son humilladas, es verdad, pero aman las humillaciones; padecen pobreza, pero se complacen en ser pobres; en suma, aceptan gusto- sas todo lo que les acaece, y asf llevan vida feliz y dichosa.” Viene el frfo, la lluvia, el calor, el viento; pero el alma que estd unida con la voluntad de Dios dice: “Quiero este frfo, acepto este calor, paso por- que haga viento y que Ilueva, puesto que Dios asf lo quiere. Le viene un revés de fortuna, la persigue, cae enferma, le acosa la muerte, y dice: Quiero ser pobre, y perseguida y estar enferma, quiero hasta morir, porque Dios asi lo quiere’. (1) Prov., XII, 21. 16 Esta es aquella libertad tan admirable que gozan los hijos de Dios y que vale mds que todos los rei- nos y sefiorfos del mundo. Esta es aquella paz que experimentan los santos, y que, segin San Pablo, sobrepuja a todo encarecimiento (1); paz que vence a todos los placeres de los sentidos, a todos los fes- tines y banquetes, a todos los honores y satisfac- ciones que puede proporcionar el mundo, los cua- les, si bien halagan nuestro cuerpo, en el momento de disfrutarlos, pero siendo como son vanos y pere- cederos, lejos de apagar nuestras ansias de gozar, afligen el espfritu, asiento del verdadero placer. Por esto Salomén, después de haber gustado la copa de toda suerte de placeres, exclamaba angustiado: Todo esto es vanidad y afliccién de esptritu (2). El hombre santo, dice el Eclesidstico, permanece en la sabiduria como el sol, pero el necio cambia co- mo Ia luna (3). El necia, es decir, el pecador, muda como la luna, que hoy crece y mafiana mengua; hoy lo veréis refr, mafiana llorar; hoy esté manso y tranquilo, mafiana furioso como un tigre. Y jpor qué? Porque su contento depende de las cosas prdésperas 0 adversas que le acaecen, y por eso cam- bia segtin soplan vientos présperos o adversos. Mas el justo es bien asf como el sol, siempre igual, siem- pre sereno y tranquilo, porque su contento estd fundado en la conformidad de su voluntad con la de Dios, y por eso goza de una paz imperturbable. Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad, cantaban los dngeles en el nacimiento del Sefior, (1) Phil. IV, 7. (2) Eccl., IV. 6 (3) Eccli., XXVII, 12. 17 cuando se aparecieron a los pastores. Y jquiénes son estos hombres de buena voluntad, sino los que viven siempre unidos a la ley de Dios, que es suma- mente buena, agradable, perfecta, como dice San Pablo? (1). En efecto, Dios no quiere sino lo mejor y mas perfecto. Los santos, conformadndose con la voluntad divi- na, han gozado en la tierra de un para{so anticipa- do. “Los antiguos Padres del desierto, dice San Do- roteo, vivian en una paz inalterable, por recibir to- das las cosas como venidas de la mano de Dios.” Santa Maria Magdalena de Pazzi, con sdlo ofr estas palabras: voluntad de Dios, experimentaba dulzu- ras tan inefables, que salia fuera de sf para caer en un éxtasis de amor. Verdad que la parte inferior no dejard de sentir los golpes de la adversidad, pero to- do esto no pasard de la parte inferior, porque en la porcién superior del alma reinard la paz y tranquili- dad estando la voluntad unida a la de Dios, verifi- candose lo que prometié Jesucristo a sus discfpu- los, cuando les dijo: Nadie os arrebatard vuestro gozo... vuestro contento serd pleno y perfecto (2). El que estd identificado con la voluntad de Dios goza de una paz plena y perpetua: plena, porque, como ya dijimos, tiene cuanto quiere y perpetua, porque nadie le podra arrebatar este gozo inefable, y por otro lado, nadie podrd estorbarle que se cumpla en él la voluntad de Dios. Refiere el P. Juan Taulero que después de haber pedido con muchas instancias al Sefior que le (1) Rom., XII, 2. (2) Jo., XVI, 22, 24. 18 enviase algiin maestro que le ensefiase el camino mas corto para llegar a la santidad, oy6 cierto dia una voz que le dijo: —Vete a la iglesia, y en el pértico hallards lo que pides. Fue y a la puerta solo hallé un mendigo descalzo y harapiento. —Buenos dias, hermano, dijo saludando al men- digo. —Maestro, respondié el pobre, no me acuerdo de haber tenido jamds un dia malo. —Pues bien, que Dios te conceda vida feliz, repu- so el religioso. — jPero si yo, contest6 el mendigo, jamés he sido infeliz! Y no se maraville, Padre mio, prosiguié di- ciendo, de que le haya dicho que no he tenido nin- gun dia desgraciado, porque cuando tengo hambre, alabo a Dios; cuando nieva o llueve, bendigo a Dios; cuando las gentes que pasan, me desprecian o me miran con asco, o experimento alguna otra mi- seria, doy gloria a Dios. Le dije ademas que nunca he sido infeliz, y también es verdad, porque estoy acostumbrado a querer en todo y por todo lo que Dios quiere. Todo lo que me sobreviene, sea dulce, sea amargo, lo recibo de su mano con alegria, con- siderando que es lo mejor para m{, y este es el fun- damento de mi felicidad. —Y si después de padecer tanto, replicé Taulero, Dios quisiera condenarte, jqué dirfas? —Si Dios quisiera condenarme, contest6 el men- 19 digo, con humildad y amor abrazaria a mi Sefior, le tendrfa tan fuertemente abrazado, que si quisiera precipitarme en el infierno, serfa necesario que vi- niera conmigo, y entonces seria mds feliz con El er el infierno, que sin El gozando de todas las delicias inefables del cielo. -Y dime, pobre hetmano m{fo, jdénde has halla- do a Dios? —Lo he hallado, respondié, al abandonar las cria- turas. —Pero ti ,quién eres?, pregunté Taulero. —Yo soy rey, contesté el mendigo. —Y tu reino ;dénde esta? —Mi reino estd dentro de mi alma, donde todo lo tengo bien ordenado, porque las pasiones obedecen a la raz6n y la razon a Dios. Taulero le pregunté entonces cémo habfa alcan- zado tan alta perfeccién, y el mendigo le contest6: —Callando, evitando la conversacién con los hombres y hablando con Dios; en la unién y trato familiar con mi Sefior est4 fundada la paz y todo el contento que yo disfruto. A este estado de perfeccién hab{fa legado un mendigo, merced a su conformidad con la voluntad de Dios; en medio de su pobreza era a buen seguro mas rico que todos los monarcas de la tierra, y en sus padecimientos y trabajos gozaba de felicidad mas cumplida que todos los mundanos, nadando en terrenales deleites. IV Todas las cosas se tornan en bien del que se conforma con la voluntad de Dios Locura insigne es la de aquellos que quieren re- sistir a la voluntad de Dios; forzados se verdn a lle- var la cruz, porque nadie puede impedir que se cumplan los divinos decretos, porque a su volun- tad, pregunta San Pablo, ;quién resistird? (1). Los muy desgraciados tendrdn que cargar con su cruz, pero sin fruto, expuestos a llevar en este mundo vi- da inquieta y turbulenta y padecer en la otra vida mayores castigos; porque jquién resistié a Dios y goz6 de tranquila paz? (2). ,Qué ganard el en- fermo con desesperarse en sus dolores, que el pobre con lamentarse y quejarse de Dios en su pobreza, con rabiar cuanto le plazca, con blasfemar a su an- tojo del nombre de Dios? Lo unico que ganard ser padecer doblados trabajos. “‘;Qué vas buscando, hombrecillo miserable, pregunta San Agustin, bus- cando bienes? Ama y busca el unico bien verdadero, (1) Rom., IX, 19. (2) Jo., LX, 4. 21 en el cual estén todos los bienes.” Busca a Dios, Unete a él, abrdzate con su voluntad santfsima, y vi- virds siempre feliz, en esta y en la otra vida. Y Dios, ,qué es lo que quiere sino nuestro bien? 4Podremos dar con un amigo que nos ame mds que Dios? Todo el empefio, todo el deseo del Sefior es que nadie se pierda, sino que todos se salven y se hagan santos. El Sefior, dice San Pedro, no quiere que ninguno perezca, sino que todos se conviertan a penitencia (1). La voluntad de Dios, afiade San Pablo, es vuestra santificacién (2). El Sefior ha ci- frado su gloria en hacernos felices; porque siendo por naturaleza, como dice San Le6n, bondad infini- ta, y siendo propio de la bondad el comunicarse a otros, tiene entrafiable deseo de hacer participantes a las almas de sus bienes y de su felicidad. Y si nos envia tribulaciones en esta vida, es para labrar nues- tra dicha, todas son para nuestro bien, como asegu- ra San Pablo (3). Aun los castigos que nos envia no son para nuestra perdicién, sino para que nos en- mendemos y alcancemos la eterna bienaventuranza. Creamos, decia Judit al pueblo de Israel, que los azotes del Sefior nos han venido para enmienda nuestra y no para nuestra perdicién (4). El Sefior, a fin de librarnos de los males eternos, como un escu- do nos cubre por todos lados, segun la expresién del Salmista (5). Y no solamente desea, sino que se desvela y tiene especial cuidado, como dice David. de nosotros y de nuestra salvacién (6). Y después de habernos dado a su unico Hijo, ;podrd negarnos (1) II Ptr., IIL, 9. (2) I Thess., IV, 3. (3) Rom., VII, 28. (4) Jud., YUL, 27.Ps., V, 13. (6) Ps. XXXIX, 18. alguna cosa? El que ni a su propio Hijo perdond, como dice San Pablo, sino que lo entregé a la muerte por todos nosotros, ;cémo después de ha- bérnoslo dado dejard de darnos cualquier otra co- sa? (1). Con esta confianza, pues, debemos arrojarnos en manos de la divina Providencia, en la seguridad de que todas sus disposiciones van encaminadas a nuestro bien. En todos los sucesos de nuestra vida digamos con el salmista: Yo, Dios mio, dormiré en paz y descansaré en tus promesas, porque tt, oh, Sefior, sdlo tu has asegurado mi confianza (2). Abandonémonos en sus benditas manos, porque ciertamente velard por nuestros intereses, como di- ce San Pedro: Descarguemos en su amoroso seno todas sus solicitudes, pues El tiene cuidado de nos- otros (3). Pensemos siempre en Dios y en cumplir su santisima voluntad, que El pensarad en nosotros y en nuestro bien. ‘Mira, hija mia, dijo el Sefiora Santa Catalina de Sena, piensa ti siempre en mi, que Yo siempre pensaré en ti.”’ Digamos con la Sa- grada Esposa: Mi Amado para mi, y yo para El (4). Mi Amado piensa en hacerme feliz, yo no quiero pensar mds que en complacerle y conformarme en todo con su voluntad santfsima. ‘‘No debemos pe- dir a Dios, decfa el Santo Abad Nilo, que haga lo que nosotros queremos, sino que se cumpla en nos- otros su voluntad”; y cuando nos sobreviene alguna cosa que nos contraria, aceptémosla de sus divinas manos, no sdlo con resignacién, sino también con (1) Rom., VIIL, 32. (2) Ps. IV, 9. (3) I Ptr., V, 7. (4) Cant., II, 16. 23 alegria, a ejemplo de los Apéstoles, que se retira- ban de la presencia del Concilio muy gozosos por- que habran sido hallados dignos de sufrir aquel ul- traje por el nombre de Dios (1). ;Y qué mayor contento puede experimentar un alma que saber que sufriendo de buen grado algun trabajo da gran- de gusto a Dios? Dicen los maestros de la vida espi- ritual, que, si bien agrada a Dios el alma que tiene deseos de padecer por darle gusto, sin embargo, el Sefior se complace mds en aquellas almas que no quieren ni gozar, ni padecer, sino que totalmente se abandonan a su sant{sima voluntad y no tiene mds ambicién que cumplir lo que entienden es de su agrado. Si quieres, alma devota, ser acepta al Sefior y lle- var en este mundo vida feliz y dichosa, procura es- tar unida siempre y en todas las cosas a su divina voluntad. No olvides que todos los pecados y des- Ordenes y amarguras de tu pasada vida tienen por taiz y fundamento el haberte separado de la volun- tad de Dios. Abrézate de hoy en adelante con su di- vino beneplacito, y en todo lo que te suceda dif con Jesucristo: Bien, Padre mio, por haber sido de tu agrado que fuese asi (2). Cuando te sientas turbada por algtin adverso suceso, acuérdate que Dios te lo manda y di al punto: “Dios asf lo quiere”, y qué- date en paz, afiadiendo con David: Enmudect y no abri mi boca, porque todo lo hactas tu (3). Sefior, ya que Vos lo habéis hecho, me callo y lo acepto. A esto debes enderezar todos tus pensamientos y (1) Act., V,41. (2) Matth., XI, 26. (3) Ps. XXXVIII, 10. 24 todas tus oraciones, pidiendo siempre al Sefior en la meditacién, en la comuni6n, en la Visita al San- tfsimo Sacramento, que te ayude a cumplir su vo- luntad. Al mismo tiempo ofrécete a El diciendo: Aqui me tenéis, Dios mfo, haced de mi lo que sea de vuestro agrado. En esto se ejercitaba de conti- nuo Santa Teresa, ofreciéndose a Dios a lo menos cincuenta veces al dia, para que dispusiera de ella como mejor le pareciere. jDichoso tu, amado lector, si obras siempre asi!; a buen seguro que alcanzards muy alta santidad, y después de llevar una vida feliz, tendras una muerte dichosa. Cuando uno pasa de esta vida a la eterni- dad, el principal fundamento que nos deja de su salvaci6n enterna es ver si muere o no resignado a la voluntad de Dios. El que durante la vida ha reci- bido todas las cosas como venidas de la mano del Sefior las aceptard también en la hora de la muerte con el fin de cumplir su voluntad santisima, y en- tonces ciertamente se salvard y morird4 como santo. Abandonémonos sin reserva al querer y beneplacito de Dios, porque siendo infinitamente sabio, mejor que nosotros sabe lo que nos conviene; y amdndo- nos con tan entrafiable amor, ya que por nuestro amor perdi6 la vida, querrd para nosotros el mayor bien. “Estemos seguros y firmemente persuadidos, dice San Basilio, que Dios se preocupa intensamen- te mas de nuestra dicha, que lo que nosotros pode- mos pretender y desear.” 25 Vv De la practica de esta virtud Pero vengamos ya a la practica, y veamos mas en particular en qué cosas debemos conformar nuestra voluntad con la de Dios. 1.° En los accidentes ordinarios de la vida. Y en primer lugar debemos sobrellevar con resig- nacién los trabajos y naturales calamidades que acaecen fuera de nosotros, como son el mucho ca- lor, el frio excesivo, la lluvia, las carestfas, las pesti- lencias y otras semejantes. En estos casos guardé- monos mucho de decir: jQué calor mds insoporta- ble! jQué frfo tan espantoso! jQué desgracia! jQué suerte mds lastimosa! jQué tiempo mds tris- te!, y otras parecidas expresiones, que demuestran poca o ninguna conformidad con la voluntad de Dios. Debemos admitir las cosas tales como se pre- sentan, porque el Sefior es el que todas las dispone. 26 San Francisco de Borja lleg6 una noche a una casa de la Compafifa mientras nevaba: llam6 varias veces a la puerta y como dorm{fan tranquilos, nadie le abrié. Al amanecer se lamentaron todos los de la casa por haberlo dejado expuesto a la intemperie; mas el Santo les contest6 diciendo que durante aquel tiempo habfa experimentado inefables dulzu- ras, al pensar que Dios le estaba arrojando sobre la cabeza aquellos copos de nieve. Debemos también conformamos con la voluntad del Sefior cuando padecemos algo en nuestra per- sona, como hambre, sed, pobreza, deshonras y de- solaciones interiores. En todos estos trances nues- tro lema debe ser el siguiente: “Que el Sefior haga y deshaga en mf como le plazca; sélo quiero lo que EI quiera, y a pesar de todo estaré contento.”” Dice el P. Rodriguez que cuando el demonio procura algunas veces inquietarnos con algunas ten- taciones de pensamientos condicionales, para ha- cemos caer en el pecado, debemos responder con un acto de adhesién a la voluntad de Dios. Si el otro te dijese esto ,qué responderias?, si acaeciese esto, ,qué harias?, en este caso, ,cémo te habrias? A estas cosas debemos responder a ojos cerrados: “Yo dirfa o harfa lo que entendiera que era la vo- luntad de Dios.” Por este medio evitaremos todo pecado, y nos libraremos de cualquier angustia. 27 2.° En los defectos naturales. Tampoco debemos lamentarnos de nuestra mala suerte cuando nos veamos cargados de defectos de alma y cuerpo, tales como mala memoria, ingenio tardo, poca habilidad, quebrantada salud o algun miembro del cuerpo contrahecho. ,Hemos noso- tros merecido, o Dios estaba obligado a darnos en- tendimiento més claro, o cuerpo mejor formado? 4No estaba en su mano habernos dado solamente las facultades como a los brutos animales, o haber- nos dejado en la nada de que nos sac6? ,Quién al recibir algiin don pone condiciones para aceptarlo? Demos, pues, gracias a Dios por lo que su bondad infinita nos ha concedido y contentémonos con lo que nos ha dado. {Quién sabe si teniendo mas claro talento, o sa- lud més robusta, o rostro mds agraciado, nos ha- brfamos de perder? ;Para cudntos su mucho talen- to y vastisima ciencia no ha sido ocasién de perder- se, por haber menospreciado a los demds o hin- chdndose con el humo de vanidad? Porque en este escollo estan muy expuestos a naufragar los que se aventajan en talento y en ciencia. ,Para cudntos la hermosura y fortaleza del cuerpo ha sido motivo de caer en mil precipicios? jCudntos hay, por el con- trario, que por ser pobres, o deformes, o estar en- fermos, se han santificado y salvado, y que se hu- bieran condenado si Dios les hubiera dado riquezas, o salud o hermosura! Sepamos, por tanto, conten- 28 tarnos con lo que Dios nos da; porque sdlo una co- sa es necesaria (1), es decir, nuestra salvacién, y no la belleza, ni la salud, ni el talento. 3.° En las enfermedades. De modo especial debemos resignarnos a la vo- luntad de Dios en las enfermedades, abrazandonos con ellas como vienen y para todo el tiempo que Dios fuere servido que las padezcamos. Podemos y debemos usar de los remedios ordinarios, que tam- bién esto es voluntad de Dios; pero si no producen su efecto, conformémonos con su querer y bene- placito, que nos ser4 de mds provecho que la misma salud. En estos casos he aqui lo que debemos decir al Sefior: “Yo, Dios mio, ni deseo curar, ni estar enfermo; s6lo quiero lo que Vos querais.”” Aunque es mas perfecto no lamentarse en la en- fermedad de los trabajos que en ella se padecen, sin embargo, no es defecto ni falta de virtud hablar de ellos a los amigos, y aun pedirle a Dios que nos ali- vie, mayormente cuando la enfermedad nos agobia y martiriza. Entiendo hablar aqui de los grandes padecimientos que nos aquejan, porque es sefial de mucha imperfeccién el quejarse y lamentarse y exi- gir que todo el mundo se compadezca de nosotros al sentir la menor molestia o el mas insignificante malestar. De lo primero nos da ejemplo Jesucristo, que estando para comenzar su dolorosa Pasion, des- cubrié su angustia a los discfpulos diciendo: Mi (1) Luc. X, 42. 29 alma siente angustias mortales (1), y pidié al Eter- no Padre que le librase de ellas. Padre mio —le di- jo— si es posible no me hagas beber este cdliz. Pero nuestro amoroso Salvador nos ensefié al mismo tiempo lo que debemos hacer después de semejan- tes plegarias: resignarnos luego a su voluntad santf- sima y afiadir con él: Pero, esto no obstante, no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tu. Personas hay que se forjan la ilusién de desear la salud, no para evitar el sufrimiento, dicen, sino pa- ra servir mejor al Sefior, para observar con mas per- feccién la Regla, para servir a la Comunidad, para ir a la iglesia y comulgar y hacer penitencia y em- plearse en los ministerios de la salvacién de las al- mas, confesando y predicando. Pero, decidme, por vuestra vida, ;por qué de- sedis hacer estas cosas? ;Por ventura para dar gusto a Dios? ;Por qué andar buscando complacerle, cuando estdis ciertos de que es de su agrado que no recéis, ni comulguéis, ni hagdis penitencia, ni estu- diéis, ni prediquéis, sino que con paciencia estéis tranquilos en vuestro lecho soportando los dolores que os aquejan? Unid entonces vuestros dolores a los de Jesucristo. Pero lo que me desagrada, dice otro, es que es- tando enfermo soy carga para la Comunidad y doy pesadumbre a la casa. Pero si tu te resignaras a la voluntad de Dios, debes también creer que tus Su- periores hardn lo mismo, viendo que no por mala voluntad, sino por voluntad de Dios eres gravoso a (1) Matth., XXXI, 38. 30 la casa. Pero jah!, que estas quejas y estos lamen- tos no nacen ordinariamente de amor a Dios, sino del amor propio, que va buscando pretextos para sustraerse a la voluntad del Sefior. Si de veras que- remos complacerle cuando nos veamos clavados en el lecho del dolor, digimosle estas solas palabras: Hadgase tu voluntad, y repitamoslas cien y hasta mil veces, repitamoslas siempre, que con ellas daremos mas gusto a Dios que con todas las mortificaciones y devociones que podamos hacer. No hallaremos mejor manera de servirle que abrazdndonos alegre- mente con su adorable voluntad. EI B.P. Juan de Avila, escribiendo a un sacerdote enfermo, le dice: ‘‘No tanteéis, amigo, lo que hicie- rais estando sano, mas cudnto agradaréis al Sefior con contentaros de estar enfermo. Y si buscdis, co- mo creo que buscais, la voluntad de Dios puramen- te, qué mds os da estar enfermo que sano, pues que su voluntad es todo nuestro bien?” Y tanto es as{, que Dios es menos glorificado por nuestras obras que por nuestra resignacién a su voluntad santisima. Por esto decfa San Francisco de Sales que mas se sirve a Dios padeciendo que obrando. A las veces nos faltardn el médico y las medici- nas, o bien el facultativo no acertard con nuestra enfermedad; pues también en esto debemos confor- marnos con la voluntad de Dios, que dispone asi las cosas para nuestro bien y provecho. Estando enfermo un devoto de Santo Tomas de Cantorbery, fuese al sepulcro del Santo, para impe- 31 trar de él la salud. Al tornar a su patria, volvié en completa salud; pero entrando en juicio consigo mismo, se dijo: “;Para qué quiero yo la recobrada salud, si la enfermedad me ayudaba mejor para sal- varme?” Agitado con este pensamiento volvid a la tumba del Santo, le pidié que intercediera con Dios para que le concediera lo que mas le conviniera a su eterna salvacién. Apenas hubo terminado esta ple- garia, cay6 enfermo, y quedé a la vez muy consola- do, persuadido como estaba de que el Sefior asi lo disponia para su mayor bien. Refiere Surio que un ciego recobré la vista por intercesién del Obispo San Vedasto; pero después le pidi6é al Santo que si el uso de la vista no con- ducfa a la salvacién eterna de su alma le tornase a poner ciego; su oraci6n fue ofda, y se qued6 ciego como hasta entonces habia estado. Cuando estemos enfermos, lejos de pedir la salud o la enfermedad, debemos abandonarnos a la vo- luntad de Dios, para que disponga de nosotros co- mo mis le agrade. Con todo, si nos determinamos a pedir la salud piddmosla siempre con resignacién, y a condicién de que la salud del cuerpo no sea perju- dicial a la de nuestra alma; de otra suerte, nuestra oracién ser4 defectuosa y quedard sin respuesta, porque el Sefior no acostumbra a oir las oraciones hechas sin resignacién. En mi concepto la enfermedad es la piedra de to- que de los espiritus, porque a su contacto se descu- bre la virtud que un alma atesora. Si soporta la 32 prueba sin turbarse, sin lamentarse, ni inquietarse; si obedece al médico y a los superiores; si perma- nece tranquila y resignada a la voluntad de Dios, es sefial de que estd bien fundada en virtud. Pero, yqué pensar de un enfermo que prorrumpe en la- mentos y se queja de que le asisten mal, que padece insoportables trabajos, que no halla alivio en los re- medios, que dice que el médico es un ignorante y que llega hasta murmurar de Dios, pensando que le carga con demasia la mano? Refiere San Buenaventura en la vida de San Francisco, que estando un dfa el Santo trabajado por dolores espantosos, uno de sus religiosos, hom- bre por extremo sencillo, le dijo: “Pedid a Dios, Pa- dre mfo, que os alivie en vuestros trabajos y que no cargue tanto sobre vos la mano.” Oyendo esto el Santo, lanz6 un suspiro y exclamé: ‘ Sabed, herma- no, que si no estuviera persuadido de que habéis hablado por sencillez, no quisiera veros por mds tiempo en mi presencia, por haberos atrevido a po- ner vuestra lengua en los juicios de Dios.’ Y luego, aunque débil y extenuado por la enfermedad, arro- j6se de la cama al suelo, y besdndolo dijo: “Gracias os doy, Sefior, por los dolores que me envidis; os suplico que me los aumentéis, si es de vuestro agra- do. Mi mayor gusto serfa que me aflij4is mds, sin ceder un punto, porque en cumplir vuestra volun- tad hallo yo el mayor consuelo que en esta vida puedo experimentar.” 33 4.° En la pérdida de las personas queridas. De esta misma suerte hemos de portarnos, cuan- do nos sobrevenga la pérdida de alguna persona util a nuestro provecho espiritual o temporal. Almas piadosas hay que en este punto caen en mil defec- tos, por no querer resignarse a la voluntad de Dios; debemos estar persuadidos de que nuestra santifica- cién depende, no de nuestros directores espiritua- les, sino de Dios. Cierto que el Sefior desea que nos sirvamos del padre espiritual en la direcciébn de nuestra conciencia; pero cuando nos lo quita, tam- bién desea que, lejos de disgustarnos, pongamos to- da nuestra confianza en su bondad, diciéndole: “Vos, Sefior, me habéis dado por gufa al director de mi conciencia, pero ahora me privdis de él, cim- plase en todo vuestra santisima voluntad; suplid Vos ahora su ausencia y ensefiadme lo que debo ha- cer para agradaros. Con las mismas disposiciones debemos aceptar de las manos de Dios todas las demds cruces que se sirva enviarnos. Pero me dirds que tantos trabajos son otros tan- tos castigos. —Pero, dime: los castigos que Dios nos manda en esta vida, ;no son otras tantas gracias y beneficios? Si hemos ofendido a la majestad de Dios, debemos satisfacer a su divina justicia de al- guna manera en este mundo o en el otro. Por eso debemos decir todos con San Agustin: ‘Aqui que- ma, aqui corta, aqui no perdones, para que perdo- 34 nes en la eternidad.” Y con el Santo Job: Mi con- suelo seria que, sin perdonarme, fueses afligiéndo- me con dolores (1). A la verdad, un alma que ha merecido el infierno, debiera consolarse al ver que Dios la castiga, persuadida de que se dignard librar- la de los tormentos eternos. Cuando el Sefior nos someta a alguin trabajo, digamos con el sacerdote Heli: El es el Sefior, haga lo que sea agradable a sus ojos (2). 5.° En las desolaciones de espfritu. Debemos también resignarnos a la voluntad de Dios en las desolaciones espirituales. Cuando un al- ma se entrega a la vida espiritual, acostumbra el Se- fior comunicarle todo género de desolaciones inte- riores, a fin de desprenderla de los placeres del mundo; mas luego que la ve bien fundada en la vir- tud, le retira su favor, para probar si su amor es ver- dadero y se determina a servirlo y amario sin inte- rés y sin el aliciente de los gustos sensibles. ‘‘ ;Pien- sas, hija, dijo el Sefior a Santa Teresa, que estd el merecer en gozar? No estd sino en obrar y en pade- cer y en amar.” “No estd el amor, decfa la Santa en su vida, en tener ldgrimas, sentir gustos y ternu- Tas..., sino en servir con justicia y fortaleza de dni- mo y de verdad...” Y afiade: “‘Tengo para mf que quieres el Sefior... dar estos tormentos y otras mu- chas tentaciones para probar a sus amadores.” Que el alma, favorecida del Sefior con caricias y regalos, (1) Job. VI, 10. (2) I Reg., III, 18. 35

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