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Literatura Distopica e Incertidumbre Del
Literatura Distopica e Incertidumbre Del
Introducción
Este trabajo se centra en el análisis de dos novelas escritas a finales del siglo
XX y comienzos del siglo XXI, en las cuales se construye una imagen sobre la
Bogotá del futuro: El cerco de Bogotá de Santiago Gamboa e Iménez de Luis No-
riega. Ambos autores presentan una narración literaria sobre la ciudad capital
colombiana y muestran futuros definidos por la ruina y la desesperanza; en los
dos textos el papel político y el poder tienen un rol fundamental. El objetivo
central de este ensayo es realizar un examen de las imágenes allí construidas y
la manera en que el hecho urbano se concibe tanto como posibilidad del futuro,
crítica del presente e indicador de proceso de cambio.
Desde hace tiempo las manifestaciones artísticas —literatura, cine, música,
artes plásticas— han ganado un lugar en el marco de los estudios sociales sobre
la ciudad. El argumento de rigor para la crítica de estos abordajes es que son
meras creaciones subjetivas, realidades presentes solo en la mente del escritor
y por lo tanto legitimas como posibilidad creativa, pero limitadas como ejerci-
cio de análisis; la consideración es más implacable cuando se trata de novelas
de ciencia ficción o utópicas, las cuales hacen referencia a espacios, tiempos y
1 Sociólogo con Maestría en Urbanismo. Candidato a Doctor en Arte y Arquitectura. Entre 2012 y 2015
fue coordinador de la línea de investigación en territorio y desarraigo del Instituto para la Pedagogía,
la Paz y el Conflicto Urbano (IPAZUD) de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
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Abbot (2007), y tantos otros que desde distintas posiciones disciplinares reconocen
el papel fundamental de las manifestaciones culturales, las narrativas, los símbolos
y la literatura como parte necesaria de un buen análisis urbano. Porque al decir de
estos, y quizá resumidos en la propuesta del arquitecto venezolano, Arturo Alman-
doz, las estructuras literarias sustentadas en imágenes, escenarios, deseos, personajes
y tramas son tan importantes para el análisis urbano como la propia dimensión física.
Este artículo tiene como objetivo contribuir a este debate desde la perspec-
tiva del análisis de la capital colombiana; la expectativa es que a partir del exa-
men de las novelas se pueda brindar algunos elementos de juicio que contribu-
yan a entender, desde una perspectiva cultural, los retos y desafíos a los que se
enfrentan los entornos urbanos locales.
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para repartir y leer entre sus adeptos, y estas utopías socialistas y científicas
funcionaron como sus biblias. (…) Las utopías literarias, explicaban con todo
detalle y con formas literarias seductoras cómo sería la vida en la sociedad so-
cialista del futuro” (Gutman, 2011, p.537).
Ejemplos notables de este tipo de creaciones son Looking Backwards, de Edwar
Bellamy, News from Nowhere, de William Morris; Freeland. A Social Anticipation,
de Theodore Herzka y A Modern Utopia, de H. G. Wells. Todas ellas presentadas
como anticipaciones, cuadros más o menos cercanos de los escenarios de llegada
a continuar por la segura y celebrada senda del progreso. Pero esta suerte de
axioma social se agotó, fue cuestionado y dio paso a visiones menos halagüeñas
sobre el futuro: el porvenir se enfrentó a una profunda crisis de sentido y las anti-
cipaciones que antes prometían un escenario de bienestar y fortuna, ahora enten-
dían que las grandes esperanzas pueden ser portadoras de magnas decepciones.
Aparece entonces el tercer grupo de obras literarias que aquí denomina-
mos “Distopías”. El término lo acuñó en el siglo XIX, John Stuart Mill, en una
intervención parlamentaria en 1868. Pero de hecho sus orígenes pueden estar
presentes desde hace mucho tiempo, según Jordi Acosta:
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opinión de que las conductas civilizadas hacían parte de una condición innata
que ellos poseían, frente a un amplio grupo de “no-civilizados”, que no habían
tenido la suerte de contar con esta afortunada virtud. Para Elías, lo ocurrido en
la Alemania Nazi y especialmente la llamada “Solución final”, que se masificó
como testimonio de lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, puntual-
mente en el juicio contra Eichmann en los años sesenta, significó una suerte de
trauma colectivo, pues, ¿cómo fue posible que eso hubiese ocurrido en Europa?
El sociólogo alemán lo expresa en los siguientes términos:
La experiencia pareció dar la razón a las muchas voces que habían murmu-
rado acerca del inevitable ocaso de la sociedad occidental, las mismas que
ahora se hicieron más fuertes y amenazaron con imponerse por completo a la
fe cada vez más incierta en el progreso eterno y la superioridad duradera de
esta civilización. En efecto, quien había crecido con la idea de que su propia
civilización superior era parte de su naturaleza o raza muy bien podía caer en la
desesperación y pasar al otro extremo al comprender, ya de adulto que los sucesos
desmentían esta convicción halagüeña. (Elias, 2009, p.314)
2 Al respecto, parece pertinente anotar que el llamado proceso civilizatorio “puede sufrir oscilacio-
nes, regresiones, progresiones o rupturas. (…) Para ello entra en juego el concepto de desciviliza-
ción que se identificara con esas alteraciones en la marcha de la civilización pero al que no se le
asigna un estatuto de parada o detención. De hacerse no cabe duda de que terminaría por apun-
talar el carácter evolucionista del proceso civilizatorio y, por extensión, su indudable parentesco
con una sociología de tufo decimonónico hoy claramente obsoleta” (Ampudia, 2008, p. 185).
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El argumento que aquí presento es que Noriega cimenta no solo una visión
apocalíptica de procesos típicos de la ciudad postmoderna, sino que además
orienta el argumento para construir en ella misma una crítica a ese tipo de
ciudad, recurriendo a varios guiños argumentativos. A riesgo de caer en esque-
matismos se mencionarán algunas de las características de lo postmoderno en
el ambiente urbano, definidas por Amendola (2000) o Musset (2009), contras-
tándolas con la visión negativa que Noriega tiene al respecto.
Como la mayor parte de las visiones futuras de ciudad a fines del siglo XX,
la de Noriega es una construcción pesimista derivada de la frustración de la
promesa moderna del progreso. Aquí, como en tantas obras que escenifican
una visión distópica, los avances tecnológicos y el conocimiento científico han
devenido en la construcción de un escenario pesadilla en el que muchos sufren
y muy pocos han logrado bienestar; el sueño desarrollista ha perecido, y como
menciona Hernán Neira “la urbe contemporánea, especialmente la latinoameri-
cana, en la medida en que ha perdido su dimensión comunitaria de polis, se ha
convertido en un ‘espacio infeliz’ donde se han eliminado los vínculos morales
y la vecindad es pura contigüidad” (citado en Aínsa, 2009, p.74).
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Con todo y ello, no resulta raro que en ocasiones un inoportuno logre tras-
pasar los límites de La Cúpula, de hecho por momentos se sugiere que esta ac-
ción es promovida por el Ministerio de Inteligencia, pues el intruso se convierte
en un pharmakon —en el sentido antropológico del término—, es decir, una víc-
tima propiciatoria que permite purificar el cuerpo y fortalecer la comunidad.
Una perorata de Iménez, tratando de construir un discurso para presentar un
error cometido con su insignia, permitió la entrada de un foráneo. Este un buen
indicador de este aspecto:
Por otra parte, vale la pena señalar algunos elementos que matizan la división ta-
jante entre un escenario rico, lleno de lujos, comodidades, privilegios y diversión,
frente al otro sector, pauperizado, al borde de la muerte y viviendo en medio de
la inmundicia. Así por ejemplo la configuración espacial pareciera cargar con una
contradicción, pues mientras los pobres son más libres —en términos espaciales—
y pueden ir virtualmente a cualquier lado, los “residentes” y “afiliados”3 de la
Cúpula se entregan a un encierro del que son conscientes y además aprueban. El
profesor Groot (vecino de Iménez, ya mencionado) logra salir del país gracias a la
libertad que le da moverse por toda la ciudad, hallar un falsificador de pasaportes
e ir hasta una terminal para emprender un viaje a Galápagos. De la misma manera
se percibe un gesto romántico en el autor, al presentar Chicó oriental como un lu-
gar inmundo pero en el cual se pueden hacer amigos y existe vida pública. El Bar
de Chang es uno de esos espacios donde existe camaradería después del trabajo,
diversión e incluso la posibilidad de encontrar un amor ilícito.
En contraste, un aspecto continuamente insinuado y al final claramente re-
calcado es la inestabilidad de quienes habitan en La Cúpula. A pesar de sus ca-
sas grandes, cómodas, bien equipadas y sin carencia material alguna, la certeza
de tener fecha de caducidad convertía el lugar en un campamento de enfermos
mentales. La publicación del texto titulado “Patologías de la abundancia” demos-
traba que “la condición del afiliado era incompatible con una salud optima”
(Noriega, 2011, p.38). Los debates en el Senado, que abrían la posibilidad de
3 Los dos tipos de habitantes de La Cúpula se distinguen entre “afiliados” y “residentes”. Los pri-
meros son personas de fuera que han decidido aceptar la muerte voluntaria para ingresar a todo
el sistema de privilegios. Los segundos son naturales de La Cúpula y tienen el derecho de morir
naturalmente en ella.
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— Según entiendo, porque usted le había pedido que no lo hiciera. Temía que
si venía usted cambiara de idea.
Y entonces dije algo que no sé de dónde salió, porque el curso de psicología apli-
cada que constituye nuestra “preparación idónea” a duras penas es una colec-
ción de recetas ineficaces para que los afiliados traguen las pastillas sin demora:
— Él no la culpa.
Yo sí —dijo por fin—. Nunca me dijo como eran de verdad las cosas aquí den-
tro. Me mintió.
— Intentaba protegerla.
— No sirvió de nada.
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— Al menos hubiera sido la verdad. Maldita sea tenía diecinueve años. Tam-
poco le hubiera creído. Pero al menos hubiera sido la verdad. Mierda las cosas
no son fáciles.
No, no lo eran. Porque si las cosas fueran fáciles Ciudad Andina no existiría.
(Noriega, 2011, p.165).
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La ciudad estaba sitiada hacía siete meses. Las fuerzas de la guerrilla habrían lo-
grado tomarse la zona sur de la ciudad, establecido un frente en la avenida de los
Comuneros, lo que les daba el control de un tercio de Bogotá, y, sobre todo, de la
Autopista Sur; por el occidente habían entrado hasta la Avenida Boyacá y una parte
de los cerros de Suba, y por el oriente, hasta los cerros de Guadalupe, Monserrate
y el Cable. Por el norte las primeras trincheras estaban en el Tercer Puente. Bogotá
estaba cercada. Al menos tres millones de capitalinos habían huido hacia las regio-
nes gubernamentales, es decir las zonas costeras del Caribe. (Gamboa, 2003, p.14)
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En ese lugar la destrucción parecía menor. Tanto que había algunos comercios
abiertos, cafeterías, venta de licor y de calzado. Todo era muy extraño. (…)
Bajaron del carro y entraron, en una ambiente de seguridad que, del otro lado,
del gubernamental, jamás habían sentido. (Gamboa, 2003, p.68)
Uno de los aspectos que más sobresale en este relato es justamente una suer-
te de realidad invertida. Aquí, la ciudad ya no es refugio; la provincia se ha
convertido en el centro y el centro en provincia. La seguridad y el sentido de
bienestar es provisto por unos rebeldes, la urbe es ahora un campo de lucha a
muerte que se vuelve más encarnizada cuanto más próximos están los comba-
tientes unos de otros. Esto es lo que sorprende, pues como se sabe muchos años
atrás el connotado desarrollo urbano del país pareció estar sustentado en la
idea de que una cosa era la ciudad y otra el campo y por tanto que la suerte de
unos era más bien distante de la de otros.
Herbert Braun menciona la manera como esta fractura tuvo profundas impli-
caciones en el desarrollo de la vida política colombiana, pues a partir de los años
cincuenta una escisión entre los jefes políticos urbanos y los líderes partidistas
campesinos, signó un camino de enfrentamientos que tuvo como telón de fondo
la construcción de un antagonismo entre lo rural y urbano. Hubo un esfuerzo
por desembarazarse, olvidar los lazos que durante mucho tiempo mantuvieron
juntos a unos y a otros; “en los años sesenta las élites culturales y muchos de
los que vivían en los centros urbanos —ricos y pobres— pudieron rechazar el
pasado gracias a los gobiernos del Frente Nacional”, un pasado que estuvo pro-
fundamente ligado a los entornos rurales, y peor aún, se construyó una barrera
simbólica para excluir a quienes habitaban en estos ámbitos. Como consecuencia,
“la violencia se entendió en estos círculos cultos y urbanos como algo predecible.
Era la expresión del lado oscuro de la nación colombiana la que se sentía en las
vidas limitadas y encerradas de los campesinos provincianos, ignorantes y su-
persticiosos, se rumoraba de ellos a veces en voz alta” (Braun, 2006, s. p.).
Es muy probable que la construcción de esta suerte de diferenciación dico-
tómica entre un ámbito de la civilización y otro de la barbarie —fundada a par-
tir de la negación de conflictos que ocurrían en el campo—, permitió difundir
una muy sentida sensación de seguridad que con frecuencia hizo que muchos
colombianos olvidaran que en el país existía un conflicto armado, o que se asu-
miera, como menciona Braun, que era un hecho ineluctable, un mal necesario
que ocurría en lugares lejanos. Esto en parte estuvo alimentado por el papel de
los medios de comunicación —y no queremos aquí condenar a la televisión, la
prensa y la radio como la raíz de todos los males—, es justo reconocer que “ese
carácter extraordinario y dramático, tan presente en las mini-crónicas televisi-
vas se convierte, al repetirse, en una constante que transforma en cotidiano y
común lo dramático, trágico y extraordinario” (Muñoz y Esguerra, 2002, p.177),
y con frecuencia llega al extremo de la banalización.
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Tal vez más importante que todos los argumentos anteriores, es que la novela
de Gamboa muestra una población inerme, débil, profundamente golpeada por
las vicisitudes de la guerra y que se encuentra en una enorme fragilidad. Esa,
valga decirlo, es una característica que comparte con otras obras escritas en ese
periodo, como la ya mencionada de Alonso Sánchez Baute, Libranos del bien,
y la muy elogiada Los ejércitos, de Evelio José Rosero, todas en sintonía con la
vieja tesis del historiador francés, Daniel Pecaut, quien afirmó que en Colombia
había una “guerra contra la sociedad” en la que era evidente que “mientras
más crecen los enfrentamientos, más se afectan los más vulnerables y, como
siempre ocurre, más se acentúa su miseria y se agudizan sus desigualdades”
(Pecaut, 2001, p.15). Lo anterior nos hace recordar la respuesta de la periodista
extranjera de El cerco de Bogotá, cuando uno de los jefes guerrilleros le pregunta:
¿Quién cree que va ganando la guerra?, a lo que ella responde: “Yo creo que la
perderá el primero que se canse —dijo Bryndis—. Pero el país de todos modos
ya la perdió hace tiempo” (Gamboa, 2003, p.72).
A modo de cierre
En el enfoque construido y la orientación que cada uno de los autores le da a la
narración, no parece haber cruces en argumento conjuntos. Una apuesta centra-
da en visiones pasadas sobre el futuro y otra en visiones presentes sobre el ma-
ñana, definen anticipaciones distintas, distopias disímiles, una más coyuntural,
la otra más proyectiva. No obstante, un elemento marginal en ambas historias
resulta interesante a la luz del análisis que aquí se presenta. Este tiene que ver
con la manera en que se construyen algunos escenarios, que sin ser abiertamen-
te subversivos, sí subvierten el sentido global de la narración: el espacio público
de los desposeídos.
Tanto en el bar de Chang en Iménez, como en el barrio Restrepo en El cerco
de Bogotá, existen espacios en el que aún la sociabilidad y la camaradería es
posible; de modo contradictorio los lugares de los desposeídos, de los catalo-
gados como “malos” —Chicó oriental o el sector que controla la guerrilla—, se
convierten en territorios en que los anhelos del encuentro con el otro y el reco-
nocimiento de su valía es operable. Quizá el tránsito hacia la destrucción que
presentan los autores es demasiada responsabilidad sin permitirse un espacio
para la construcción de un nuevo orden.
Referencias bibliográficas
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