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EL MALESTAR DE LECHNER

El texto del investigador Robert Lechner titulado «Los nuevos perfiles de la política. Un
bosquejo» busca definir cuáles son las causas del, como él mismo lo dice, malestar larvado
que la ciudadanía muestra por la política actual. Incluso, podríamos decir, se trata más del
malestar que el propio Lechner siente ante la manera de entender lo político hoy en día.

El autor parte señalándonos que aquello que signifique «democracía» tiene mucho que ver
con este malestar. ¿Qué es la democracia? En los países de América Latina, este término se
empleó para denominar a todos aquellos movimientos que se opusieron a los regímenes
dictatoriales; es decir, la democracia emergió para significar lo opuesto a la dictadura,
emergió para establecer esa antonimia con la forma de entender el ordenamiento social que
conocemos como dictadura. A esto Lechner lo llama un «entendimiento de la democracia
defensivo», pues, menos preocupados por determinar concretamente lo que significa este
concepto, la preocupación era determinar qué no era, a qué se rebelaba.

Pero el establecimiento de «sociedades democráticas» implicaba, tarde o temprano,


empezar a precisar qué determinan estos conceptos (y todos los demás). Al liberarse de un
orden dado, sobre todo de aquellos ordenes religiosos que se presentaban a sí mismos como
sagrados e inamovibles, obligaba a las sociedades a pensarse a sí mismas, a regular su
propio orden social. Esto, en efecto, implicaba un reajuste de todo el bagaje intelectual
poseído. Una reconsideración de la mayoría de nociones, antaño interpretadas por el agente
desechado. Así, lo que es la política y lo que es la democracia, y sus respectivos alcances y
campos, empezaba hacer parte, como nunca, de la controversia social.

Y es aquí donde Lechner quiere, de forma breve (que incluso podríamos tildar de vaga),
mostrar aquellos aspectos del entendimiento actual de lo político donde es justificable ese
malestar de la ciudadanía. Dicho de otra manera: cuáles pueden ser los posibles yerros de
los planteamientos actuales para que dicho malestar se genere.

Solo abordaré una de las consideraciones, aunque inevitablemente haré alusión a las demás.
La primera consideración se centra en lo que él llama una «reestructuración del tiempo».
Según Lechner, las sociedades modernas secularizadas tienen una visión desalentadora de
lo que es el futuro y están inclinadas, desfavorablemente, al perpetuo presente: «El
desvanecimiento del futuro socava la capacidad de conducción política que deviene mero
manejo de la contingencia. La actual desestructuración del tiempo y cierta apología de un
«presente permanente» nos acerca a la experiencia del mercado. El mercado alude
ciertamente a un horizonte de futuro, pero bajo forma de oportunidad y riesgo e incluso de
especulación; su marco habitual empero es la coyuntura, o sea el afán de cada día.
Resumiendo, el mercado plantea desafíos, no objetivos. En consecuencia, una conducta
conforme al mercado supone un alto grado de flexibilidad, capaz de responder ágil y
decididamente a tales retos. Esta «lógica» económica reorienta también a la política; en
lugar de una acción estratégica acorde a objetivos, la política es concebida como gestión
competitiva de cara a los desafíos». En el texto de Lechner son comunes las analogías de la
acción política con el mercado (con el propósito claro de mostrar como deshumanizada o
dañina tal postura política); pero sus comparaciones son terriblemente falaces. En un punto,
es hasta descarado: dice que un entendimiento de la gestión social guiada por principios del
mercado, como los de beneficio y pérdida, es terrible para la estructuración de la moral.
Pero qué falible es esta afirmación, empezando porque los términos beneficio y pérdida
están siendo utilizados maliciosamente, dando a entender que se ve a la ciudadanía como
un mero objeto industrial. En últimas, es válido afirmar que la regulación social, en parte,
se trata precisamente de esos principios básicos: qué medidas tienen un beneficio para el
cuerpo de la sociedad y cuáles no, cuáles resultan siendo pérdidas. Lechner presenta estos
términos como si fueran parte de la lógica del mercado y solo de la lógica del mercado,
cuando realmente son nociones que tienen un mayor campo de aplicación, dada la amplitud
de su valor semántico. Así, Lechner en la cita mencionada anteriormente, también emplea
falaz y maliciosamente una comparación con el mercado, una comparación insustancial.
Pero ese no es el principal inconveniente con la cita, sino su muy errado entendimiento de
lo que es ese, denominado con desdén, «permanente presente» o «manejo contingente».
Lechner como que no entiende, o se hace el desentendido, cuando se habla de contingencia,
pues cree que significa algo así como planear y ejecutar medidas que no son previsoras para
la sociedad. Muy al contrario, una sociedad que deviene en un manejo contingente de sus
asuntos, es muchísimo más propensa a prever con exactitud lo que acontecerá (en términos
de beneficio, riesgo, pérdida y otras palabritas así que para el profesor solo son aplicables al
mercado y tienen un sentido maligno), que una sociedad pensada en un no devenir en
manejo contingente, que procederá con valores preconcebidos que, con probabilidad, poco
tienen que ver con los fenómenos reales, el verdadero acontecer social. Dentro de la misma
palabra «contingencia» está precisamente ese poder prever, el poder analizar todos los
campos de lo posible al tomar determinada acción o no tomarla, como para que Lechner la
tome como una ligereza a la hora de gestionar que no ve un mañana. Toma muy
literalmente la expresión «permanente presente», que se opone claramente a la creación de
utopías, de inclinaciones por el futuro. Esto, en resumidas cuentas, es lo que llamamos
relativismo moral, aquel concepto que los conservadores ven como formulado por el
demonio, pero que sigue tratándose de lo mismo que aquello que nombramos al principio:
la desacralización de las posturas éticas, de los conceptos y de las conductas para pensar
mejor lo que es el hombre (o lo que debería ser, en lo que debería devenir) y cómo debe
este actuar y organizarse. El hombre haciendo al hombre en todo el sentido de la palabra.
Lo futuro, siguiendo esta idea, es pensarse a sí mismo por fuera del presente, que es lo
concreto, lo efectivo, es decir, pensarse religiosamente, metafísicamente. Si en una
discusión sobre el aborto una de las posturas alude al «espíritu» del bebé, se está llevando
la discusión a ese terreno de la metafísica donde ninguna postura jamás cierra del todo,
donde el debate se pierde en el infinito y evita la concreta realidad, que es la que determina
la falta de cientificidad de la noción espíritu, incluso la total oposición a dichas
concepciones, la efectiva muerte de miles de mujeres y las afectaciones en los índices de
pobreza por los agentes no deseados y nacidos en condiciones precarias. Eso es lo que es
una falta de presente, y no es que un relativismo moral se refiera a una manera
improvisadora de elegir la medida necesaria para determinado dilema social. Mucho menos
a una manera criminal de entender la realidad, cosa que los conservadores, cuando superen
las lecturas del kínder, tal vez puedan a empezar a entender. Por lo tanto, también cuando
Lechner afirma que esa postura «del manejo contingente» destruye la posibilidad de la
formación de mapas ideologícos, de imaginarios colectivos que delimiten lo que hay y lo
organicen para no perderse en la incertidumbre, también es increíblemente errático. Antes
bien, gracias a la opción de que todo pueda ser polemizado, lo que se abre es la posibilidad
de la conversación, del diálogo intergeneracional, interdisciplinar, que permite
precisamente una mayor riqueza intelectual que nutre las ciencias sociales, y no la
formulación de dos o tres posturas hegemónicas que terminan aplastando todos los demás
ángulos de visión de los agentes sociales, no por su propia razón, sino por su poder para
cercenar las perspectivas emergentes. Así mismo, esto no implica de ninguna manera un
caos o una indefinición de la estructura moral de las sociedades, pues, coexistente al
sagrado diálogo social que piensa y repiensa la Naturaleza, está la cristalización de todas
esas manifestaciones, la conclusión de los debates, que deja una estructura definida (que le
corresponde a la ciudadanía estudiar permanentemente, y no ser el «ciudadano bobo» que
se figura Lechner que se pierde y lloriquea porque no ve familiaridad en lo que se
determina). Esa estructura, por más provisional que pueda llegar a ser, esta
meticulosamente estructurada y está operando socialmente, atenta a las transgresiones y a
las fallas. Pero Lechner atacará de nuevo poniendo de ejemplo a su «ciudadano bobo»,
diciendo que ya hay un vínculo entre estructuras tradicionales y él. Ese vínculo, de carácter
ritual, y para bien o para mal, conducía a las personas, les daba un propósito, unas creencias
y hábitos que seguir, les daba un mañana. Lo que Lechner no parece entender es que el
devenir en «manejo contingente» lo que hace es dar una apertura en el campo de las
ritualizaciones, las creencias, los hábitos, los própositos a todas aquellas manifestaciones
que, no compartiendo la visión del bobo, formularon otro tipo de íntima relación con la
vida, la sociedad, la estructura, las instituciones y, en suma, todo el campo de las cosas. Si
la visión del bobo quedó abolida, es porque las mistificaciones que implicaba su forma de
entender o motivarse eran terriblemente dañinas para la sociedad, como en el Cristianismo,
y si este ciudadano no es capaz de soportar la necesaria incertidumbre y de gestarse un
vínculo con lo que hay, pues es él el que representa un problema, tratando de hacer de su
ineptitud norma: «!Ay, no! ¡Sociedad mala! Yo sin mi crucifijito en los tribunales no puedo
dar sentencia buena. ¡Palabra de Dios!». ¿Desde cuándo la afectividad por la bellaquería es
determinante para abolir la bellaquería?

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