Está en la página 1de 100

160850

Entre Amigas
Angeles Rodríguez Safe creative code: 1307155432052

A mi profesora de Lengua y literatura, Pilar C, que sin imaginárselo plantó la semillita de escritora
en mí. A mi Eze que siempre me acompaña, no importa el camino. A mi padre que desde pequeña
cultivó en mi el amor por la lectura y el conocimiento A mis amigas Anto, Arie, Bel, Buby y Conti. La
besó en la mejilla lo más cerca posible de la boca, deseando con pasión permanecer a su lado
eternamente para preservarla de las sombras. Olía a yerbas y tenía la piel fría. Supo que amarla era
su destino inexorable.

ISABEL ALLENDE,
De amor y de sombra.
Capítulo 1
Era la primera vez que me pasaba, dentro de mí siempre sentí que había algo que me diferenciaba del
resto, aunque no podía precisar exactamente qué era eso.

Nunca reprimí ese sentimiento, pero quizás, inconscientemente, distraía a mi mente para que evite
encontrar su punto de partida. Tenía una vida normal, aunque llegada a este punto me encantaría
precisar qué es lo normal.

Había terminado el secundario hace tres años, estaba de novia con el chico más fabuloso del mundo:
Julián. Tenía buenas notas en la universidad y un trabajo que me encantaba. Mi familia estaba un poco
lejos, pero al menos podía disfrutar de ver a mi hermana todos los días, pues vivía con ella. La verdad
es que no podía pedir nada más.

Pero la vida siempre nos tiene preparado algo.


¿O me equivoco?

Un día, sin previo aviso, empecé a sentir que algo me faltaba, un vacío en el pecho, ganas de llorar.
Me deprimía sin sentido y ya estaba un poco cansada de la situación. Así fue como decidí ocupar mi
mente con otra cosa que no fuese Julián, los estudios o el trabajo. Busqué entre las opciones que tenía
y lo que más me llamaba la atención era aprender a cantar. Rápidamente conseguí un buen lugar donde
enseñen ese hobbie y, sin pensarlo demasiado, me contacté con uno de los profesores.

Llegué a ese lugar una tarde de mayo, nerviosa, tímida, y con todos los sentimientos que se siente
cuando recién conoces a un grupo nuevo, éramos 14 mujeres, incluida una profesora, además había 5
varones. Hice un recorrido por el salón, con las mejillas encendidas por la emoción... nunca me
imaginé lo que me iba a suceder.

Ella me llamó la atención, es de una belleza obvia. Sentí un calor recorrer todo mi cuerpo y como mi
corazón empezó a palpitar rápidamente. Quizás fue un acto de defensa ya que por algún extraño
motivo me desagradó su presencia, sentí un rechazo enorme... tal vez mi corazón ya había recibido las
señales que a la mente le tardó en llegar.

No podía dejar de observarla, se acercaba a mis otras compañeras y hacía chistes con ellas, tenía una
mirada bondadosa que me resultó sospechosa.
¿Qué me estaba sucediendo?
Yo no era de juzgar a las personas, sin embargo a los pocos minutos de conocerla ya había descifrado
su personalidad: una creída.
Cuán equivocada estaba.

La clase empezó y me presentaron al grupo, me posicioné lo más lejos posible de ella, aunque no le
quitaba la vista de encima pues su sola presencia me intrigaba. A mi criterio gesticulaba demasiado.

Nunca se percató de mi mirada escrutadora y yo lo agradecía.

Al final de la clase se quiso acercar a mí, pero yo no tenía ningún interés en conocerla. Escapé de su
presencia con una excusa inteligente y no volví a saber de ella desde entonces.

Había tomado una decisión un poco precipitada, me alejaba de su compañía. Antes de ir a clases
averiguaba con alguna compañera quiénes habían asistido y si ella estaba entre los presentes
directamente no iba. Me sentía una niña caprichosa pero es que tan sólo verla... había despertado algo
en mí y todavía no sabía cómo definirlo, al menos tenía otra cosa en qué pensar.

Sin embargo, me veía presa de lo que, se supone, debía liberarme de mi agotamiento mental. A veces
me reprochaba esa actitud infantil que había tomado, después de todo ¿qué tenía ella de especial? ¿Por
qué debía privarme de algo que me gustaba por su culpa? Aunque en realidad, la culpa era mía, que
permitía que eso sucediera.

No podía explicar por qué se diferenciaba del resto, pero luego de meditarlo detenidamente resolví
que ella era exactamente igual a cualquier otra persona que conocía.

Después de un tiempo, agotada, decidí no darle importancia y volver a verla. Encontrarme yo con su
presencia. Volver al ruedo y hacerle frente a lo que me preocupaba. Ésa era una típica actitud mía:
hacerme cargo de lo que me molestaba.

¿Qué tan malo podía ser? Llegué a clases un poco nerviosa, con un pequeño temblor en las piernas y
no podía encontrarle una explicación -algo que me disgustaba bastante-.

Ella iba a ir, de hecho, ya había llegado; lo sabía y no me había escapado. Una parte de mí se sentía
orgullosa y la otra se preguntaba si estaba segura de lo que estaba haciendo.

Entro al salón caminando lentamente, fijando la vista en una de mis compañeras, con la que me
comunicaba mas seguido. Intenté esquivarla pero mis ojos la encontraron sin que yo pudiera evitarlo.

Todo cambió.

Algo inusitado recorría mi cuerpo, todo se dio vuelta. Sólo existía ella, es como si el mundo se
hubiese paralizado un momento para luego volver a andar a toda velocidad. Mi primer reflejo fue
escapar, alguna sustancia extraña recorría mis venas y no me gustaba; si tan solo pudiera definir qué
era eso.

Aún la estaba mirando, quizás boquiabierta, mi cuerpo ya no me pertenecía. Sentí el impulso de


acercarme a ella, pero lo reprimí automáticamente.
Mi compañera, Paula, me da un codazo, pues se dio cuenta de mi rara actitud y mientras volvía en si
sentí como se me ponía la piel de gallina.
–Sicilia, parece que hubieses visto al mismo Satanás–. Comenta en mi oído.

Me resultó extraño verla, encogí mis hombros ante la mirada fija de ella, aún estaba anonadada por lo
que acababa de sentir y no podía pronunciar palabra alguna.

Vuelvo a encoger mis hombros, absorta en mis pensamientos. En mi mente no había lugar para nada
más.
Volví a casa sin entender qué me sucedía, ansiosa por volver a verla.
***

De repente ya no me gustaba entrar al salón si sabía que ella no iba a estar allí, ¿cómo es que todo
cambió tan rápido?. Y ¿qué era esto que me estaba pasando? Una pequeña parte de mi quería verla,
sólo para demostrar que lo que había sentido era una tontería, pero otra parte me incitaba a alejarme
de ella pues temía volver a sentir aquello.

Cuando llegó el día martes entré al salón con cautela, como si fuera a encontrarme con algún
monstruo; me pego mentalmente ante ese pensamiento, no tenía 5 años, y ella definitivamente no era
un monstruo.

Busco nuevamente a Paula, pero otra vez mis ojos se escapan hacia ella. Me quedé nuevamente
cautivada con sus ojos, brillantes, de un verde extraño, demasiado claros y grandes. Era alta, esbelta,
flaca... era hermosa.

No puedo evitar asustarme ante tal pensamiento, pero el miedo dura sólo un momento cuando su
sonrisa me deja sin aliento.

Vuelvo a observarla detenidamente: su pelo era oscuro, lacio y lo llevaba por el hombro, siempre
suelto. Era de tez morena, y tenía la piel tersa. Parecía una muñequita. Sentí la necesidad de tocarla, y
nuevamente me asusté.

De repente su mirada se encuentra con la mía, no la esquiva pero abre sus ojos con un signo de
sorpresa. Agaché rápidamente la vista, un poco avergonzada y temiendo que ella se diera cuenta de
mis pensamientos.

Intentaba –inútilmente– no mirarla, pero cuando bajaba la guardia mis ojos caprichosos se escapaban
hacia su rostro buscando con eso calmar un poco el dolor que había, por entonces, en mi corazón.

La clase termina demasiado pronto para mi gusto. No sabía si salir corriendo, o quedarme allí, sólo
para demostrar que yo estaba equivocada. Que todo lo que sentía era fruto de mi imaginación.

Capítulo 2

Aún continuaba sin poder definir qué era eso que me sucedía, aunque si tuviese que describirlo
probablemente habría dicho que, de alguna manera, ella me gustaba. Aunque eso no podía suceder.
Claro está.

Conforme pasaban los días en mi cabeza fluctuaban innumerables pensamientos, que debatían entre lo
ético y moral y lo que yo deseaba. No podía creer que esto me estuviese sucediendo a mí.
A MÍ.
¿Me estaba gustando una mujer? Yo era una persona como cualquier otra...
Estaba en mi habitación, mirando a mi alrededor, todo parecía normal, pero dentro de mí amenazaba
un huracán, imploté.

Me senté sobre la cama, acaricié suavemente el edredón mientras me asombraba de esto que estaba
viviendo... me resultaba increíble. Luego de unos momentos agarré mi cabeza entre las manos
mientras me recostaba en la penumbra de mi habitación y nuevamente dejé que las preguntas surjan:
¿Qué es lo que me diferencia ahora? ¿Me imaginaba dándole un beso?. El rechazo a ese pensamiento
se hizo notar automáticamente, aunque una parte de mi no pudo dejar de sentir el suave cosquilleo que
se produjo en mi ombligo... de repente quería eliminar todas las sensaciones de mi cuerpo.

No podía encontrar qué era exactamente lo que me molestaba, pero ahí estaba, esa punzada de no se
qué que me impedía disfrutar de las cosquillas en la panza.

Me detestaba por sentir lo que sentía, no era lo que estaba pautado por la sociedad, ni mucho menos. Y
yo siempre había cumplido los parámetros de la misma. Esto no tenía ni pies ni cabeza, era algo
pasajero. Una ilusión, no podía comprender cómo es que perdía el tiempo haciéndome este tipo de
planteos. Debía continuar por el camino que estaba transitando: evitarla en clases, no hablarle. Y hacer
lo posible por no mirarla furtivamente.

Pero por otro lado, estaba cansada de alejarme, cuando alguna fuerza extraña me impulsaba por el
camino contrario. A veces, en el trabajo, me atacaba alguna fantasía donde la besaba y sentía hasta un
poco de repulsión por permitir que esa imagen me agrade. Tenía que evitar ese tipo de pensamientos,
aunque no sabía cómo.

Buscaba constantemente distraer mi mente, llamaba a mis amigas pues ellas lograban sacarme de mi
encierro, estudiaba con más ahínco, trabajaba más duro, salía más seguido que de costumbre; pero
cuando menos lo imaginaba, mi cabeza se daba un respiro y alguna de esas imágenes se colaban por
mi mente. Y cada vez que eso sucedía se paralizaba todo a mí alrededor y sentía un vacío en el
estómago.

A pesar de los malabares que hacía para no pensarla, cuando estaba cerca de ella me resultaba
imposible alejarme. A penas la veía un extraño rubor recorría desde la punta de mis pies hasta la
coronilla, por suerte mis compañeras pensaban que aún me sentía un poco tímida por ser la nueva.

Sin planearlo en cada clase estaba a su lado, como si un imán imaginario me atrajera hacia ella sin que
yo lo pudiera evitar. Estaba pendiente de ella, de su aroma que se colaba por mi nariz dándole una
caricia a mi corazón, o de sus manos que enfatizaban cada una de sus frases...

Podía precisar cada vez que ella posaba sus ojos en mí, y me resultaba cada vez más difícil alejarme.

En mi cabeza había una pelea continua, por un lado estaba el duendecillo que me daba alas para vivir
libremente esto que sentía y por otro, estaba el segundo duendecillo, el que me repetía que lo que me
pasaba estaba mal.

Si tengo que definir lo que sucedía en mi mente en ese momento, podría haberlo definido con la
palabra caos. Un segundo no quería verla y al otro no podía alejarme de ella.
Es imposible . Me repetía mil veces. Esto no me podía estar pasando a mí. Es una ilusión, me decía.
Esto que siento no existe, son creaciones de mi mente que está aburrida. Además ¿cuándo me sucedió
algo similar? Quizás sólo veía en ella una buena amiga. Nunca me pasó de conectarme con alguien de
una forma tan automática, de sentir que la conocía desde hace mucho y quizás era eso lo que estaba
sucediendo. Aún debía buscar cómo encajar la parte de las mariposas en la panza, pero seguramente
también está relacionado con la amistad.

Un día por fin, decidí que era eso, sólo la veía como una amiga. Y para demostrarlo iba a acercarme a
ella, a hablarle directamente. Iba a enfrentar al dragón.

Esperé pacientemente a que finalice la clase, y cuando por fin lo hace me acerco a ella
cautelosamente, sin dejar de reprocharme por los nervios que sentía.

–Milah, ¿cómo estás? –pregunto intentando sonar despreocupada mientras ambas nos dirigimos a un
costado del salón, donde están conversando las demás chicas.

–Bastante bien, ¿y tú? –contesta alegremente.

–Bien gracias –respondo. Quiero decirle algo más pero Guadalupe, mi mejor amiga, me llama a mis
espaldas. Había olvidado por completo que quedamos en encontrarnos a la salida. Las presento a las
apuradas sin poder evitar sentirme un poco molesta, quería compartir un poco mas de tiempo con
Milah, aún no había demostrado aquello que quería.

Salimos del salón y nos detenemos en la puerta del conservatorio. Me estaba demorando adrede,
quería ver a Milah una vez más. Cuando salen todas mis compañeras excepto ella, me excuso con
Guada:

–Espérame un momento, he olvidado algo adentro.


–Vamos, apúrate que tengo hambre –me recrimina sobre mis espaldas, pues me he apresurado en
entrar.
–Claro –. Grito mientras entro nuevamente al salón de clases.

Busco a Milah desesperadamente, como si mi vida dependiera de ello. De repente estoy un poco
ansiosa, pero me calmo al observar que está sentada en uno de los aparatos que usan para gimnasia
artística, jugando con su celular. Entro sigilosamente, fingiendo que estoy buscando algo que perdí:

–¿Sucede algo? –pregunta levantando la vista.

–No nada, pensaba que había extraviado algo, pues no lo encuentro en mi bolso, pero posiblemente lo
dejé en casa. –digo distraídamente, luego de un momento, y como quien no quiere la cosa, comento: –
No sabía que te quedabas, sino te hacía compañía.

Ella me miró asombrada. Pero una sonrisa amistosa se dibujó en su rostro:


–Si. Tenía que hacer un poco de tiempo para volver al trabajo. –Me explica.
–¿Siempre te quedas después de clases? –Me pego mentalmente, no puedo evitar sentirme como una
tonta.

–Sólo a veces. Cuando no coinciden mis horarios. Lo que sucede bastante seguido últimamente. –En
su cara se vuelve a dibujar una sonrisa, sólo que esta vez es un poco enigmática, como si eso
significara algo más.

–Avísame para la próxima. –le digo por fin.


–Cuenta con ello –responde guiñándome un ojo y provocando que a mi se me paralarice el corazón.
Luego de eso mira la hora en su celular y recoge su bolso.
–Ya es tarde –comenta mientras me da un beso en la mejilla, dejándola colorada. Y se va.
–Hasta la próxima –.Dice sobre su hombro.

Y me quedé parada, viendo como se alejaba, mientras en mis oídos resonaban sus palabras, mientras
en mi mejilla corría un extraño cosquilleo y mientras me sumergía en el aroma que había dejado.

Sentí un peso en el corazón, unas ganas de llorar que se quedaron ahí, oprimiéndolo. ¿Qué me
sucedía?...
Capítulo 3

Había salido a caminar por el parque, necesitaba pensar pues la confusión iba creciendo dentro de mí.
Un día me gustaba, y al otro, al otro no sabía qué pasaba. Me detengo bajo la sombra de un árbol y me
siento sobre la hierba, la imagen de Julián viene a mi mente mientras recuerdo el día anterior, cuando
me preguntó el por qué de mi misteriosa distancia. Simplemente no podía hacerle frente, así como
tampoco podía explicar el motivo de mi apatía, pues aún lo desconocía. A pesar de todo, ambos, en el
fondo, sabíamos que no éramos los mismos, que algo había cambiado.

Mi vida siempre fue muy cuadrada, muy tradicional. Planeaba casarme con él, u otro novio. Tener
hijos, trabajar; lograr el equilibrio entre el trabajo y la familia... hacer lo que se supone que una mujer
debe hacer. Y de repente todo estaba boca abajo. Mi mundo se había dado vuelta, todo estaba
completamente de cabeza y, lo peor, me había agarrado con la guardia baja. No sabía qué hacer.
Todavía no lograba entender.

Me recuesto sobre la hierba, mirando el cielo, no es un día caluroso pero tampoco frío, la gente a mi
alrededor grita alegremente, mientras yo pienso en mi hermana y en cómo cambió nuestro trato; no
sólo me alejaba de Julián, sino que de ella también. Sabía que algo estaba pasando pero no decía nada;
si bien no me preguntaba directamente por Julián, hacía notar su ausencia. Además todos los días me
sometía a una mirada escrutadora y yo no podía enfrentarla ¿qué le iba a decir? ¿Cómo lo tomaría
ella?.

No.
Este es un camino por el que debía transitar sola, implicando a la menor cantidad de gente posible.

Mi humor, por otro lado, estaba muy cambiante- sólo me permitía pensar en eso que me perturbaba- y
cualquier interrupción a mi hilo de pensamientos no era bienvenido. Notaba como me trataban con
mas delicadeza en un impulso de hacerme notar que no estaba sola, e invitándome a abrir mi corazón a
aquellos que me rodeaban. Pero yo estaba cegada, lo único que podía hacer era pensar, pensar y
pensar.
***

Mi vida empezó a girar en torno a ella, su imagen se colaba en mi rutina sin que yo pudiera hacer nada
para evitarlo. Representaba un misterio para mi, era una persona que a penas conocía, pero que mi
mente iba vanagloriando. Pronto la catalogué como un ser mítico. Y me detestaba por hacer eso.

Había algo en ella.


No podía explicar qué era, pero sólo podía calmar la agonía que sentía... pensando en su sonrisa. No
podía evitarlo, por mucho que me desagrade.

Y por otro lado ya estaba cansada de darle vueltas al asunto o de esquivar su imagen. Además tenía la
sensación de conocerla de toda la vida. Mi hilo rojo, ya saben, por la leyenda china.

En algún momento entre un pensamiento y otro, en algún lugar de mi departamento, me sorprendió el


fin de semana; me relajaba saber que, a pesar de todo, el tiempo seguía corriendo.

Pero yo necesitaba que llegue el martes, para poder verla, hablarle... y el tiempo pasaba lentamente.

No quería quedar con Juli, poco o poco su presencia se hacía más pesada. Nuestra relación se venía
enfriando desde hace mucho, pero en ese momento tocó fondo. Todos los días debía atarme las manos
para no discutir con él, o para no dejarlo. Aunque, cabe aclarar, que no lo iba a dejar por esto -no
importa el nombre que tenga- era simplemente que poco a poco fui entendiendo que mis necesidades
cambiaron y que él ya no me podía satisfacer, ya no me llenaba.

Los minutos seguían pasando lentamente y no sé si era sueño, hambre o mis ganas de verla, pero ya
por el domingo, mi hermana empezó a tratarme de forma aún más delicada. Yo por mi parte, sentía
dentro de mí esa necesidad irracional de volver a verla.

Cuando llega por fin el día martes ya no podía esperar a que sea la hora de ir clase para entrar en el
salón y encontrarme con su presencia. El tiempo pasaba aún más lento, si eso era posible. Me sentí
patética cuando empecé a contar las horas que faltaban para volver a verla, mirar el reloj se convirtió
en algo automático -una pequeña parte de mi se odiaba por estar tan pendiente de una mujer-.

Por fin llegó la hora y salí corriendo a su encuentro, llegué agitada y despeinada. Me quedé en la
entrada buscándola con la mirada... por fin la divisé a unos pocos metros, hablando con unas amigas.

Y de repente, mi vida volvió a su eje, las ganas de llorar pasaron, me sentí revitalizada. Ahí estaba,
ella, no tenía ni idea del impacto que había causado en mi, pero yo le agradecía. Le hice un guiño con
mi ojo y ella me devolvió el saludo de una forma amistosa.

Estaba como siempre. Hermosa. Sentí el impulso de besarla. Alejé esos pensamientos de mi cabeza, la
sacudí fuertemente intentando que salgan disparados en todas las direcciones. No podía ser.

No.
Era socialmente incorrecto.

Aquello que sentía era imposible, además ella nunca se fijaría en una mujer, lo sé por su forma de ser.
Solo que había algo en ella, algo inusitado que me impedía eliminar algún atisbo de esperanza de un
sopetón y eso producía en mí la misma sensación que produce una medicina que está haciendo efecto
en nosotros.

Aunque claro, había otra parte de mi ser que agradecía esa “imposibilidad”, porque de haber sabido
que tenía alguna, lo mas probable es que saliera corriendo. Aunque, ¿no es eso lo que estoy haciendo?
A pesar de todo, me veía buscando, sin querer, obtener información sobre ella. Preguntaba con una
fingida inocencia a mis otras compañeras a qué se dedicaba o cuántos años tenía. Inconscientemente
quería saber si tenía posibilidades, o no, con ella. Y siempre estaba presente esa dualidad, de querer
pero no querer. Mi cabeza era un auténtico lío.

La clase fue lenta. La profesora nos ubicó en fila para que uno a uno vayamos pasando al centro y
cantemos lo que habíamos preparado. Yo estaba distraída, ella se ubicó detrás de mi, demasiado cerca
y podía sentir su aroma sobre mi espalda. Canté mal, debido a los nervios. Cuando finaliza mi turno
me ubico a un costado, ella estaba por cantar y quería observarla. No obstante, cuando empezó cerré
los ojos para permitirme escuchar esa hermosa melodía.

De repente me di cuenta de que había tocado fondo, tenía que tomar una decisión, hacerme cargo de
mi vida y afrontar las consecuencias.

La negación dio paso a la resignación. Abrí los ojos, o les saqué la venda que tan delicadamente había
colocado sobre ellos; de una forma extraña y sin que yo pudiera evitarlo, me estaba enamorando de
una mujer. Y todo sería más sencillo si me atrevía a admitirlo.

Cuando todo terminó, caminé la distancia que nos separaba, ella estaba acomodando su bolso para
irse, levantó la cabeza y me dirigió una mirada tierna, le dediqué una sonrisa y la saludé:

– ¡Hola! ¿Cómo estás?– logré decir.


–Bien, acá renegando con mí marido –. Responde mirando el celular que empieza a sonar.
Capítulo 4
–¡Ah! no sabía que estabas casada–. Contesto rápido, intentando sonar despreocupada, mientras el
corazón me da un vuelco.
–Si, me casé joven, quedé embarazada a los 18 años –responde mirándome a los ojos, puedo percibir
cierta molestia en su rostro.

–Que lindo, ¿Sólo tienen un niño? –.Quería conocerla un poco más. Amigas, repetí en mi fuero interno.
En mi mente se dibujó la imagen de una niña de pelo oscuro y ojos castaños, de unos 9 años, alegre y
hermosa, como ella.

–Si, un nene, de 5 años –su rostro se ilumina. Y se le dibuja una sonrisa involuntaria, no puedo hacer
otra cosa más que sonreír con ella. Hasta que me doy cuenta...

–Pero...–empiezo a decir.
–Perdí el primer bebé. No sabes lo que fue... no te recuperas nunca.
–Me imagino –no se qué más agregar.
–¿Tú estás de novia? –pregunta intentando cambiar el tema de conversación.

–Si, hace 11 meses, con mi bombón –. Le respondo con una sonrisa, intentando sonar despreocupada.
En sus ojos hay un brillo extraño, por algún motivo no le gustó lo que le respondí. O eso es lo que me
hubiese gustado que sucediera, una parte de mí deseaba que ella también esté celosa.

–¿Y te gusta canto? –Pregunta mientras recoge su bolso de la mesa y se dirige a la puerta del salón –.
Cantas muy bien.
–Para nada –contesto sonrojada, mientras la acompaño a la salida. –Hoy lo hice bastante mal.
–Pero tienes una buena voz, podrías ser cantante lírica –se detiene en la puerta y mira alrededor un
poco nerviosa. Luego baja la mirada a sus pies mientras me dice: –Hasta la próxima Sicilia.
–Hasta la próxima–. Le doy un beso en la mejilla y nos damos la espalda, caminando en direcciones
contrarias.

***

Otra clase más, de color gris, sin contornos ni sonidos. Como lo son desde el día en que decidí
alejarme de ella. No me pude concentrar, estaba atenta a todo lo que hacía y cada vez que hablaba se
me paralizaba el corazón. Su voz resonaba fuerte en mis oídos, muy por encima del murmullo, tanto
que podía reconocerla con los ojos cerrados.

Pero ya había tomado una decisión. Está casada, siento como me grita mi subconsciente.

Miro una de las cortinas del lugar, concentrada en una falla que había en ellas, aquella era mi ruta de
escape, me concentraba en esas pequeñas imperfecciones buscando así mantener mis ojos ocupados y
envitando que se desvíen hacia ella. Sin embargo, en algunas oportunidades me permitía contemplarla,
pues la veía confusa, triste, sus ojos estaban repletos de secretos. A pesar de eso, me até nuevamente
las manos y los pies para evitar ir hacia su encuentro.

Las pocas charlas que teníamos eran demasiado superficiales, y siempre las iniciaba ella, yo
simplemente me limitaba a contestar y a escapar lo más rápido posible. No quería hacerme ilusiones
ni volver a engancharme.

Cuando terminó la clase fui la primera en irme. No estaba de humor para fingir nada, además estaba
más hermosa de lo habitual. Se había puesto una calza color beige, una camisa de gasa color bordo, y
unos borcegos del mismo color. El resultado final era una femme fatal hecha y derecha. La calza
resaltaba sus curvas perfectas y la camisa hacía lo propio. Sin mencionar a su pelo oscuro, que en esta
oportunidad estaba rizado y caía sobre sus ojos realzando el color verde de los mismos. Al inicio de
clase me quedé plasmada ante tal visión, no podía apartar mis ojos de ella; esta vez buscar fallas se
me hizo tremendamente difícil. La contemplé unos minutos, posiblemente con la boca abierta, estaba
paralizada. Sólo desvié mi vista cuando me percaté de que ella se había dado cuenta de esta actitud.

A la hora de la salida aún me reprendía por haber sido tan descuidada, aunque la verdad, la culpa es
suya, que se viste así.

Cuando por fin terminó la clase agarré mi bolso, me puse los auriculares y salí a la calle. Yo estaba
hecha una piltrafa y mi cabeza era un lío, como sucedía desde que la conocí.

Como no tenía apuro y necesitaba pensar, caminé tranquila por las calles, dejando que la música me
guíe. Caminar y escuchar música siempre me resultó catártico, por lo que decidí no tomar el ómnibus
e irme caminando hasta casa, después de todo son unas cuantas cuadras.

Me detuve en una vidriera, a ver de qué se trataba la nueva moda, aunque a decir verdad, nunca me
interesé demasiado por esas cosas. Mi look era raro aunque bastante femenino. Era delgada y adoraba
las calzas. Mi color favorito era el negro, que hacía un buen constraste con mi piel blanca y mi pelo
rubio. Me encantaba maquillarme, arreglarme las uñas y el cabello. Aunque rara vez usaba tacones,
siempre disponía de pares de zapatos un tanto chatos que hacían juego con la ropa que llevaba puesta.
Eso sí que me gustaba, los zapatos.

–¡Chst!

Camino por el centro mirando a las personas buscando encontrar algún rostro conocido que me salve
de la cárcel que creé yo misma mientras empiezo a inventar en mi mente escenarios imaginarios
donde las dos podemos estar juntas, un mundo sin prejuicios, sin novios ni maridos... sonrío a las
imágenes que pasan por mi cabeza. Al menos esto me lo podía permitir.

–¡Chst!

Cierro los ojos un momento y sonrío, un pensamiento particularmente agradable cruza por mi mente y
quiero atesorarlo por unos minutos más... Nos estamos besando, en un parque, somos felices,
sonreímos... a pesar de que sólo es mi imaginación puedo sentirlo, se me pone la piel de gallina y
tengo la sensación de que ella está cerca...

–¡Chst! ¡¡SICILIA!! ¡¡SICI!!!


Mantengo mis ojos cerrados asombrándome de lo vívidos que son mis pensamientos, puedo escuchar
su voz, como de sus labios sale mi nombre...
–¡Sici! ¡Sicilia!

Caigo en la cuenta de que realmente me estaban llamando a mí. Me doy la vuelta con una sonrisa en la
boca, haciendo monerías, imaginando que se trata de algunas de mis amigas, pero no, era la última
persona que esperaba ver.

–¡Milah! ¡Perdón! venía con los auriculares a mil– digo disculpándome y sintiéndome repentinamente
azorada, siento como el calor llega hasta mi coronilla. Espero que no se imagine de qué iban mis
pensamientos.
–Sicilia, ¿dónde tienes la cabeza? Jajaja, vengo gritándote desde hace dos cuadras mas o menos–. Dice
mientras me dedica una mirada recelosa.

–¡Discúlpame!, en serio. ¿Qué haces por acá? –pregunto con un tono despreocupado. Mierda. Está tan
hermosa como lo recordaba. Intento no mirarla, tengo miedo de no poder apartar mi vista de ella
luego.

–Vivo por acá.


–¿En serio? ¡Yo también! acá a 8 cuadras. –Contesto sorprendida. Mi corazón amenaza con salir
disparado de mi pecho.
–Yo a dos cuadras. ¡Pero si siempre te vas por otro lado! – me recrimina.
–Es que me tomo el ómnibus
–Serás vaga. –Me dice un poco divertida.
–Jajaja.
–¿Estabas mirando las vidrieras? –pregunta despreocupadamente.

–Sólo algunas, escuchando música, necesitaba pensar...–contesto involuntariamente. Me recrimino por


haber dicho eso, ahora querrá saber el por qué de esa necesidad.

–¿Estás muy estresada? Hoy te vi un poco distraída.


–Si... es un poco largo, pero definitivamente tengo mucho estrés. –Y no quiero presionarte, pero eres
la causa del mismo.

Sonríe, tengo el presentimiento de que quiere preguntar algo más, sin embargo se produce un silencio
incómodo, mientras caminamos, que es interrumpido unos minutos después por ella.

–¿Qué cuentas?, ¿vienes al viaje? –pregunta.


–¿Qué viaje?

–Ahora, en dos meses, hay una jornada anual, donde se juntan varios coros y coristas, siempre vamos.
No es una competencia, sino que viene algún cantante famoso y podemos hacerle preguntas, también
nos dan clases, está bueno. Yo voy. – me explica a las apuradas.
–¿En serio? parece interesante... –respondo de forma automática, mi mente vagaba en otra dirección:
así podría estar 5 días con ella... No, Sicilia, debes alejarte, debes alejarte... repito en mi fuero
interno.

–¡Si!, muy interesante. Son 5 días, este año toca Mar del Plata, así que voy si o si. Piénsalo...
–Lo voy a pensar –le prometo.
Nos detenemos en un portal hermoso, con un jardín delantero lleno de flores y una casa enorme de
color blanco con un estilo señorial, pero moderno. Bello.
Rebusca en los bolsillos de su chaqueta las llaves mientras me dice:
–Bueno, acá vivo yo. Ven a tomar mate cuando quieras. –Me da un beso en la mejilla y se produce allí
un suave cosquilleo.
–Dale Milah, nos vemos el jueves. Voy a pensar lo del viaje. –le repito.
–Si... Puede ser interesante –. Me dirige una mirada enigmática y cierra la puerta.

Rápidamente dirijo mi mano hacia mi mejilla y sonrío de forma involuntaria, puedo sentir que
continúa un poco caliente. ¿O soy yo?. Me pongo derecha y elijo una música más movida. Este
pequeño encuentro ha levantado mi ánimo considerablemente. Se que estoy cada día un poco mas
enamorada de ella pero, al menos por ahora, eso no importaba.

El cosquilleo de mi mejilla me acompaña en el camino y permanece allí hasta que llego a mi casa.
Capítulo 5

No me pasó desapercibido el tono en que dijo "puede ser interesante" como si dejara algo inconcluso.
Nuevamente me golpeo mentalmente por buscar señales donde no las hay, aunque el pensamiento de
que quiso decir algo más se instala en mi cabeza para no irse... sólo quisiera saber qué.

Llego a mi departamento y decido preparar algo para comer, la cabeza me da vueltas, tengo mucho en
qué pensar. Necesito un poco de diversión o distracción
–a esta altura ya era lo mismo– necesito algo que haga mas llevadero estos dos días sin verla.

Pongo música en mi iPod a todo volumen y me dedico a limpiar. Friego con más ganas que de
costumbre y limpio a fondo mi habitación, la habitación de mi hermana, el baño y el lavadero; el
departamento entero estaba tan limpio que podría haberse practicado una cirugía en el lugar.

A pesar de toda la energía consumida sigo inquieta por lo que preparo la comida para mi hermana y
para mí; cocino algo elaborado que me lleve tiempo, y hasta me animo a preparar un poco de comida
para todo el fin de semana.

Hago un poco de carne rellena y, como es la primera vez que lo hago, ruego para mis adentros que
tenga buen sabor. De todas formas Pierina -mi hermanaseguro la come; yo por otro lado no puedo
probar bocado, siento un nudo en el estómago. Frizo toda la comida que preparé que incluye además
de la carne, un poco de lasaña, empanadas y prepizzas.

Me doy un baño rápido intentando amortiguar con la ducha las voces de mi cabeza... si sólo se
detuvieran unos minutos. Cuando termino voy hacia mi habitación y elijo ropa de salir, aún no sé
hasta dónde puede llevarme esta bipolaridad que me caracterizó estas últimas horas por lo que
prefiero estar preparada en caso de sentir la necesidad de salir corriendo.

Abro la notebook. Juego con el teclado unos minutos hasta que me decido. Tomo aire, me siento
derecha y busco en Google: “como saber si me gusta una mujer” mientras me rio por lo bajo. No
puedo creer que esté haciendo esto.

Me aparecen varios test, algunos artículos inútiles y por supuesto, una larga lista de Yahoo
Respuestas. Reviso un par de páginas con la ilusión de que alguna me sirva, pero como eso no sucede
busco algo mas específico: “Soy mujer y creo que me gusta otra mujer”. Esta vez aparecen menos
opciones pero mas específicas, y por algún extraño motivo me siento un poco mas tranquila. Sólo un
poco. Es balsámico saber que hay otras personas transitando lo mismo que yo. Me pierdo unas horas
leyendo las preguntas y respuestas de otros cibernautas sin poder responder aún la mía: ¿Ella me
gusta? ¿realmente me gusta?

Me acomodo sobre la silla y miro hacia el techo, me imagino con ella, en una situación de pareja y no
me causa desagrado, sólo una punzada de no se qué –sigo sin poder definirlo– que me dice que la
sociedad no ve con buenos ojos esto que siento.

¡Si tan sólo una pudiera elegir de quién enamorarse! O si tan solo me gustara un hombre... todo sería
mucho mas sencillo, pero no. Siempre elijo el camino mas escabroso. ¿Por qué esto me sucede a mí?.

Empiezo a imaginar mi futuro con Julián, pero la sonrisa de Milah se cuela bastante seguido y, a pesar
de todo, me produce una sensación más agradable cada vez que ella está en el lugar en el que lo quiero
poner a él.

Empiezo a verlo claramente.

Respondo, finalmente, a mi pregunta: ella me gusta. Pero con esta respuesta surgen otras dudas: ¿Qué
hago? La primera respuesta que llega a mi mente es la de no hacer nada.

Vuelvo a intentar, inútilmente, ser práctica: primero ella está casada y además, por mucho cariño que
le tenga, cuesta imaginarme viviendo de una forma no convencional, osea con una mujer. Si miro al
futuro, aún me obligo a verme en una única situación: casada con hijos. Me detengo unos momentos
para pensar en el hecho de que me estoy obligando a verme de esa forma.

¡Uf! Espero que estas dudas disminuyan con el tiempo, quizás, después me acostumbro a este
sentimiento y puedo verla como a una amiga... Si, de verdad quiero ser su amiga.
¿Podré serlo?
Elimino todos estos pensamientos desordenados de mi cabeza y tomo aire. Abro facebook y busco:
"Milah Gregorovich".

Es la primera opción. Me tomo unos minutos para observar su foto de perfil, es tan hermosa, en su
foto de portada aparece un niño, supongo que es su hijo. Posiciono el cursor en la opción de "agregar
amigos" pero lo dejo ahí, no hago clic.

Me levanto de repente y doy vueltas por la habitación, no es muy amplia así que no hay mucho
espacio por el que pueda caminar, pero aún así lo hago. Necesito descargar el estrés por algún lado.

Tengo que poner en orden mis pensamientos: Julián (¿por qué recién ahora pienso realmente en él?)
no se merece esto. Vuelvo a sentarme, ansiosa. Y continúo pensando: si de todas formas lo que siento
no lleva a nada, no tengo por qué sentirme mal... seguramente esto que me pasa es pasajero. Pero...¿Y
si no lo es? y ¿si es correspondido?¿estoy dispuesta a dejar de lado mi relación con él, mi estabilidad,
mi vida, mi familia y amigos por algo que no tiene sentido?¿Por algo que podría ser, pero que
seguramente no es? SI.

Lo estoy.

Guau, que revelación, necesito gritar. Vuelvo a ponerme de pie y a caminar por mi habitación hasta
que no puedo reprimirlo más. Grito con todas mis fuerzas, abro la ventana y sigo gritando, sacando
todo lo que tengo dentro.

Por fin.
De repente la puerta de mi cuarto se abre de golpe y entra mi hermana hecha una bala.
–Sicilia ¿qué pasó? –pregunta angustiada.

Me quedo helada, y ahora ¿qué digo?. "Y bueno Pieri, creo que me estoy enamorando de una mujer,
según google lo estoy, pero yo no sé muy bien qué siento. Julián ya no me produce nada y quiero salir
corriendo, solo que no sé hacia donde". A pesar de que no puedo decirle eso, es relajante repetirlo en
mi fuero interno. Cambio el rumbo de mis pensamientos y le contesto:

–Nada, Pieri, hago catarsis.


–Bueno, la próxima vez intenta de que no se te escuche desde la esquina, casi muero de miedo –me
contesta un poco mas relajada.
–Si, perdón.

Se queda parada en la puerta y hecha un vistazo general a la situación, no está conforme con lo que la
excusa que puse. Y se asombra ante mi inmaculada habitación. Está dándose media vuelta para
retirarse cuando hecha un ojo a mi notebook y ve el perfil de Milah, frunce el ceño y me mira
fijamente.

–¿Conoces a Milah Gregorovich?– pregunta de repente. Seria.


–Si, ¿por? –Que no se me note, que no se me note...
–¿De dónde la conoces? –por algún extraño motivo está alerta.
–Es mi compañera en el coro. ¿Tú la conoces? –Vamos dime qué sucede.
–La conozco, si, es buena chica, está casada con un compañero del trabajo... Si, eso... y ten cuidado.
¿Cuidado? que raro.
–¿Cuidado por qué, Pieri?

–No... Por nada... sólo quería mencionarlo... eres grande... no lo sé, sólo... sería un poco mas fácil si no
te acercaras a ella. –Contesta tartamudeando. Quiero preguntarle nuevamente: “por qué”, pero tras
decir eso se va, dejándome con algo más en qué pensar. Como si lo necesitara.

Doy un par de vueltas más hasta que me relajo. Decido comer algo porque temo descomponerme
luego. Respiro profundo abro la puerta de mi habitación y escucho voces en el comedor. Mierda, Pieri
vino con amigas. Esto es más de lo que pueda soportar.

Agotada me coloco, lentamente, el pijama y me lavo los dientes. Luego me dirijo a mi cama a
recostarme. Después de todo no tenía tanta hambre y quizás dormir me haga bien. Alejo los
pensamientos de mi cabeza y pongo la alarma en el celular. Miro la pantalla del aparato unos minutos
hasta que en un impulso le envío un mensaje a Julián:

”Tenemos que hablar”


Suelto un suspiro, me dirijo a mi notebook y doy clic en "agregar amigos". Que sea lo que sea, o lo
que tenga que ser.
Capítulo 6

Me quedo un rato mas en la computadora, el estómago me empieza rugir a causa del hambre, pero no
quería salir de la habitación y encontrarme con las amigas de Pierina.

A pesar de que es muy temprano decido acostarme y poner una película en un virgen intento de
distraer mi mente. Sigo inquieta.
Decido además, apagar el celular, me estoy arrepintiendo del mensaje que le envié a Juli y no tengo
energías para lidiar con eso.

En mi mente siguen surgiendo escenarios, uno tras otro, donde Milah los protagoniza; mientras eso
sucede, una sonrisa involuntaria se forma en mis labios y no hago nada para reprimirlo. Me puedo
permitir esto, me digo a mi misma, por lo que continúo imaginando. Tapo mi cara con la almohada sin
interrumpir mis fantasías, es agradable la sensación que me producen.

Hasta que finalmente en algún momento, en alguna caricia, algún beso o alguna sonrisa por fin logro
conciliar el sueño.
***

Me levanto sobresaltada, todo el estrés que tengo me está pasando factura. Miro el reloj: 5 de la
mañana. ¡Ugh!, eso me pasa por acostarme tan temprano. Permanezco acostada unos minutos más, a
pesar del hambre, pero luego mi cuerpo empieza a exigir movimiento. Mientras me desperezo
maldigo para mis adentros pues a media mañana estaré fundida del sueño.

Arreglo la cama y enciendo la notebook, pero la dejo ahí, sin abrir nada. Antes de entrar en el mundo
virtual decido darme otro baño.

Lleno la bañera y tiro unas sales de vainilla que nos regalaron hace unos años, (espero que funcionen).
Además dejo caer un poco de shampoo sobre el agua así se forme espuma. Luego vuelvo a mi
habitación y busco una revista de chimentos, total tengo tiempo de sobra para estar ahí metida.

Me doy un baño de esos relajantes, me hago un peeling facial y me arreglo las uñas y las cejas.
Cuando por fin salgo de la ducha –toda arrugada– preparo el desayuno y enciendo la notebook.

Abro las páginas habituales: el diario, twitter, facebook y farandulista. Me llama la atención la pestaña
de facebook: 35 notificaciones, ¡guau! ¿Publiqué algo controversial y no me acuerdo? El corazón me
palpita rápidamente, algo inusitado estaba sucediendo.

Hago clic en las notificaciones y veo: Milah Gregorovich aceptó tu solicitud de amistad, a Milah le
gusta tu foto, Milah comentó tu foto y así... 35 interacciones, todas de ella. Empiezo a ver una por una,
evidentemente visitó cada uno de mis álbumes pues comentó las fotos donde aparezco sola, alegre y
haciendo las monerías que me caracterizan. Los comentarios no son nada fuera de lugar, algunos
"jajaja" y otros "que linda que estás acá" (Que linda que estás acá, ¡yay!), no puedo evitar sonreír de
forma genuina, siento unas mariposas en la panza que se mezclan con mis ganas de saltar. De pronto
sé que va a ser un día bueno.

Mi estómago se hace un nudo, por la emoción, por los nervios. Todo un poco. Miro la hora, 7:45, ¿en
qué segundo? Llego tarde al trabajo ¡mierda!, espero poder conectarme desde allí. Recojo mis cosas a
las apuradas, manteniendo mi sonrisa. Decidí que nada iba a estropear el día de hoy. Estoy por apagar
la notebook –solo cerrarla, no tenía tiempo– cuando veo que entra un mensaje: ella.

"¡Hola Sici! ¡Que lindo verte por acá!"


La mierda Santa. Me explota el corazón. Sólo ese mensaje bastó para alegrarme aún más el día.
No puedo creer el efecto que tiene en mí, aunque aún no pueda definir si definitivamente me gusta o
no.
"¡Milah!
--
¡Que sorpresa!
--
Justo estoy saliendo de casa porque llego tarde al trabajo Si consigo conectarme seguimos desde allí
--
¿Dale?."
"Ok, yo también salgo al trabajo.
--
Estoy esperando que mi marido saque el auto...
--
Voy a llegar tarde... como siempre.
--
¿En qué trabajas?"

En un impulso apago todo, el cuerpo no me da para someterme a este nivel de estrés, los frutos de mi
baño relajante se han perdido por completo. Respiro profundo y salgo a la calle cuando todavía
faltaban algunos botones de mi camisa por abrochar, mientras espero ansiosa un taxi.

El viaje se me pareció demasiado largo, a pesar de la corta distancia que hay entre mi casa y el
trabajo. Además me tocó el chofer charlatán, de esos que no se callan ni por un segundo, y a decir
verdad yo necesitaba pensar.
Llego un poco ansiosa, pues quiero ver si puedo hablar con ella unos minutos más.

Abro la puerta a las apuradas y tiro todo en un costado sin detenerme a ordenarlo, luego tendré tiempo
de hacer eso. Me dirijo al mostrador y, nerviosa, enciendo el ordenador. Cuando por fin se enciende
windows abro facebook, reviso mi bandeja de entrada y no tengo un mensaje nuevo de ella como
esperaba (siento una punzada de decepción). Miro a mi alrededor mientras tamborileo mis dedos sobre
el teclado, dudando. Por fin me decido y le escribo:

"Ya estoy de vuelta... Trabajo en una tienda de diseño.


--
Solo por la mañana, de esa forma tengo las tardes libres para la facultad...
--
Tú ¿en qué trabajas?"
Claro que ya sabía en qué trabajaba pues ya lo había averiguado, pero bueno, estaba buscando
conversación. Me contesta rápido.
"¡Llegaste en tiempo récord!
--
¿Conseguiste la fórmula para tele-transportarte y no me contaste nada?
--
Soy profesora de historia...
--
Si ya sé, guacala.
--
Pero a mi me encanta.
--
¿Qué se vende en una tienda de diseño?
--
Nunca visité una”
“Debería visitarlas, Ahora están de moda...
--
Se venden novedades
--
No sé muy bien cómo explicarlo...
--
Tienes desde juguetes para niños, hasta billeteras de papel...
--
Ropa, fundas para notebook, imanes...
--
Ésta está repleta de cosas, de colores...
--
Todo de diseño.”
“Parece interesante...
--
Algún día voy a visitar una...
--
En el centro las he visto.
--
Por cierto, ¿Qué estudias?" "Estudio diseño de interiores
--
Me gusta mucho...
--
Además está relacionado con mi trabajo.”
“¡Muy relacionado!
--
Es una suerte...”

No sé que más ponerle. Pienso unos momentos en algún comentario ingenioso, pero no se me ocurre
nada, sin embargo quiero seguir hablando con ella. Finalmente opto por ir a lo seguro:

“¿Te gusta mucho canto?”


“Si, bastante.
--
No es mi pasión
--
Pero me relaja”
“A mi me produce exactamente lo mismo” –Le contesto. “Bueno Sicilia, te dejo
--
Me voy a dar clases
--
Los alumnos me esperan
--
¿Hablamos después?”
Siento nuevamente una punzada de decepción, deseo seguir hablando con ella, pero ¿qué más da?. No
quiero parecer una pesada.
“¡Claro Milah!
--
Cuenta con ello
--
Nos chateamos en un rato.
--
Besos”
“Que tengas un lindo día
- - Y, por las dudas, ¡Hasta el jueves!”
“ No sé si iré a clases el jueves
--
Tengo que pensarlo
--
Que tengas un lindo día tú también
--
Besos”

Vuelvo a leer la conversación con una sonrisa tonta (si, definitivamente estoy hasta las manos, como
diría mi mejor amiga), en el negocio entran clientes pero no les presto mucha atención, bien que
podrían estar robando y yo ni enterada.
La mañana tenía otro color ya que mi humor cambió notablemente, es increíble el efecto que tiene en
mi.

Ordeno las cosas que había dejado tiradas y veo mi celular. Recuerdo el mensaje que le envié a Juli.
Ahora, con la cabeza fría, todo se ve diferente y hasta siento un poco de arrepentimiento por lo que
hice. Miro el aparato detenidamente, luego de pensarlo tomo valor y lo enciendo.

Automáticamente entra un mensaje de él:


"Ya sé, esto no da para más. Perdóname”
Capítulo 7
Esto no da para más. ¿Qué?
Mi corazón se detiene un momento para luego volver a latir a toda velocidad. Luego de meditarlo
escribo:
“No entiendo Juli, ¿Qué quieres decir?”

Dudo un momento pero envío el mensaje. Miro el aparato unos segundos, esperando que conteste,
pero no hay respuesta. Decido dejar el celular a un lado y dedicarme al negocio, ayer llegó mercadería
y tengo que ponerla en los estantes, toda esta desestabilidad emocional está afectando a mi trabajo, y
esto tenía que detenerse cuanto antes.

Siento un subidon cada vez que miro el celular y veo que Juli no contesta, la ansiedad va creciendo en
mí. ¿En qué estará pensando?.

Cerca de las 10 de la mañana, para mi sorpresa, aparece en el negocio. Tiene un aspecto desaliñado, y
está acelerado, como si hubiese estado corriendo una maratón. Luego de saludarme dice que lo nuestro
no da para más, que se quiere dedicar a él y a su carrera. Su discurso me pareció ensayado y,
definitivamente, no me lo esperaba, fue un balde de agua fría.

No puedo contestarle nada, pues las lágrimas amenazan con salir y no quiero que él sea testigo de eso.
Asiento sin pronunciar palabra, asiente conmigo y me da la espalda, tampoco se despide, sólo se va
mientras se me rompe el corazón. Era lo que me faltaba, se que estábamos mal, pero ¿terminar?... El
amor se había fracturado y sabía que él ya no sentía lo mismo que antes... y bueno, yo... estaba... en
otra.

Pero de todas formas... No podía creer que era la responsable de esto; yo le había enviado el mensaje,
y no puedo evitar sentir que, en algún punto, él lo había estado esperando.

Tenía tanto miedo de que él salga lastimado con esto que me pasaba, que nunca me detuve a pensar
que él podía hacer lo mismo conmigo. Lastimarme, digo.

Mi mente queda en blanco. Quiero llorar, pero no aquí, no en el trabajo. Además ya faltaba menos
para cerrar, así que, como puedo, guardo mis lágrimas para cuando llegue a casa.

***

Cierro el negocio un poco temprano y decido volver caminando a casa, eso me va a ayudar. Necesito
ordenar todo: Se que con el tiempo vamos a estar bien y no es la primera vez que un novio me deja,
pero era él...una lágrima se escapa de mis ojos sin poder reprimirla por más tiempo. Ésta le da paso a
otra más por lo que llego a mi departamento hecha un mar de lágrimas, por suerte está mi hermana
para prepararme un té. Sé que se imagina lo que pasó porque no dice nada, solo me sienta en una de
las dos sillas que hay en la cocina y luego me da la espalda para preparar un poco de té. Cuando está
todo listo me lo sirve con unas galletas saladas y un poco de dulce de leche.

Ella nunca hace eso, siempre es a mi a la que le toca hacer la “rutina del corazón roto” como la llamé.
Se sienta a mi lado y me abraza sin decir nada, acariciándome el pelo. Me relajo un poco bajo ese
abrazo, era lo que necesitaba.

Luego de estar un tiempo así, recogiendo mis lágrimas en su hombro me pregunta:


–¿Ha pasado algo con Juli?
Asiento, aún no puedo hablar.
–¿Te ha terminado contigo?
Vuelvo a asentir, ella me abraza más fuerte.
–Sici, vas a estar bien. No es la primera vez que se pelean, seguro van a volver.

–No Pieri, esta vez es definitivo, ya no da para más, ¿Cuánto tiempo duramos desde la última vez?
¿Dos meses?. Algo se rompió y no tiene arreglo. Lo más fácil es admitirlo y superarlo.

–Si, ya lo sé... pero, ¿tú estás bien? Sabiendo que es definitivo...


–Si. –Le contesto y de repente siento que se me quita un poco el peso de encima. Si, duele, pero es lo
correcto. Y voy a estar bien.
–¿Has hablado con Milah?
¿Milah?
–¿Qué tiene que ver Milah con todo esto? –pregunto desconcertada. Me mira perpleja pues sabe que
me tomó por sorpresa.

–Bueno, no nada... pensé... me voy a dar un baño y luego podemos salir a dar una vuelta ¿quieres?–me
responde evasiva. No tengo energías para averiguar más.

–Voy a dormir un poco Pieri. Fue un día difícil, pero salgamos a cenar a algún restaurante. Así tomo
un poco aire.
Me sonríe a modo de respuesta. Agarro mi taza y me pongo de pie para ir hacia mi habitación, la
escucho suspirar a mis espaldas.
Ya en mi cama, abrazo con fuerza a mi almohada. Rompo todas las cadenas que venían manteniendo a
raya al llanto y me entrego por completo a el.
***

Me despierto angustiada, deseando que todo lo que viví fuese sólo un sueño, pero no. Algo de mí se
perdió para siempre. Juli se llevó con él algo que nunca voy a recuperar. Me siento en la cama y suelto
un largo suspiro, estoy híperventilando y noto mis ojos hinchados, posiblemente por tanto llanto.

Agarro mi notebook, la posiciono sobre mí y abro facebook, twitter, tumblr y todas las redes sociales
deseando que se eso me distraiga un poco. Miro el reloj de la computadora: son las 7 de la tarde, vaya
que dormí. Seguramente hoy me voy a acostar tarde... mierda. Veo la lista de conectados buscando
alguna amiga que me ayude a quitar el peso de encima o que, al menos, me distraiga; hago clic en el
nick de mi mejor amiga y le envío un mensaje:
“Guada
--
Juli ha terminado conmigo
--
Estoy mal, hecha un desastre...
- - Necesito hablar...
--
Llámame cuando puedas
--
Te quiero.
--
Besos”

Dejo la computadora a un lado mientras pienso en lo que acabo de escribir. Luego de pensarlo unos
momentos decido, además de contarle lo de Juli, contarle todo lo que sucede con Milah. Una pequeña
parte de mi se detiene a pensar en el miedo que me da expresar en voz alta lo que siento, pero si no es
a ella, ¿a quién?

A los 5 minutos Guada me llama y quedamos en juntarnos a la noche. A pesar de los nervios por lo
que tengo que decirle, estoy un poco ansiosa porque llegue, ya que los improperios hacia Julián
seguramente actuarán como un bálsamo para mi lastimado corazón

Pongo música a todo volumen y me pierdo en la red. De repente, como esta misma mañana, me salta
una conversación de Milah. “Tu nombre tan inoportuno no sabe llamar” repito en mi fuero interno,
recordando la letra de la canción de Coti. Nunca una canción se ajustó tanto a lo que estaba sintiendo.

“Hola Sicilia!
--
¿Cómo estas?”

Tomo mi cabeza entre las manos, me muero de ganas por contestarle pero reprimo esa necesidad,
mejor hablar con Guada, y que ella me aconseje cómo debo seguir. Estoy en esos momentos en los que
carezco de cualquier capacidad para tomar mis propias decisiones, mejor dejar que Guady las guíe un
poco. Y con suerte, no cometeré ningún error.
***

Guadalupe acaba de llegar, me dedica una mirada escrutadora y luego ladea la cabeza con resignación.
El corazón me palpita violentamente y tengo un nudo en el estómago de los nervios.

Entramos a mi habitación y ella se recuestra en mi cama sin quitarme la vista de encima.


–¿Te quedas a comer? –le pregunto en un intento de aligerar la tensión. Guady asiente y yo salgo a
buscar mi hermana.
–Pierina, –le digo mientras me acerco a ella –Guadalupe se queda a cenar, si para ti está bien dejar la
salida para otro día.
–Ok. –me responde sin levantar la vista de su libro.

–De todas formas, puedes cenar con nosotras...– propongo, después de todo, mejor contárselo a ella
también, además es evidente que posee información que me pueda interesar.
–Lo voy a pensar –me responde quedadamente. –Depende de los planes de mis amigas, si no te
molesta, claro.
–No, para nada. –Le respondo mientras vuelvo con Guada.
Abro la puerta de mi habitación y observo como mi amiga revisa el muro de Milah, que había dejado
abierto. Tomo un poco de valor mientras le digo:
–¿Estás preparada para lo que tengo que contarte? –Ella asiente sin voltearse.
Capítulo 8

Por suerte Pieri salió con sus amigas, como había mencionado hace un momento. Acabo de terminar
de contar mi historia y la cara de Guada está para un cuadro. No parpadea, sé que la he dejado atónita.

–¡Di algo! –Le apremio


–¿Estás segura? –Pregunta con la voz seca.
–Muy segura. –Respondo intentando sonar convincente.
–Bueno, pero... ¿cómo?, es decir, no te estoy juzgando. Para nada. Todo bien con... eso. Pero ¿Cómo?

–¡Uff! No pasa un día sin que me haga esa pregunta, Guady. No entiendo nada.
–Miro hacia abajo. Por fin puedo expresarlo en voz alta y, para mi enorme sorpresa, me relajo un
poco. –Nada, no sé qué hacer.

–Bueno... lo mejor es.... probar el helado de vainilla –me mira con suspicacia – sabes a lo que me
refiero.
–Pero...¿Y si me gusta de verdad? –Pregunto por fin.
–Eso es lo que te da miedo: que te guste de verdad –me mira a los ojos, piensa un momento y repite: –
¿eso es lo que te da miedo?
–Eso, y lo que piense la gente. – En mi rostro se dibuja una tímida sonrisa. Me siento muy liberada.

–Bah, que eso te importe un comino. –Se detiene a media frase –¿Por eso cortaste con Julián? Porque
si te peleaste con él por algo que no tienes definido, o porque estás esperando algo de ella... es una
verdadera mierda.

–No... Corté con él... él terminó conmigo por todo lo que pasó. Ya sabes. Aunque debo admitir que
esto atenúa un poco el dolor.

Me mira poco convencida, pero sabe que estoy diciendo la verdad. Se queda un largo rato en silencio,
hay una atmósfera un tanto incómoda, quiero romper el hielo y cambiar el tema, pero Guady se
adelanta:

–Bueno, Sici, mi veredicto es que tienes que tomar una decisión, cualquiera que tomes está bien para
mi. Estar así en el limbo no te hace bien y lo sabes. Si fuese por mí, es decir, si yo estuviese en tu
lugar, creo que intentaría probar “eso”, así al menos sabría si me gusta o no. ¿Cómo sabes que no te
gusta el helado de vainilla si nunca lo has probado? Es como... hasta tonto preguntarte si ella te gusta
o no... Para saber si te gustan las mujeres, o “esta mujer”, lo más lógico es que pruebes. Quizás te
estás ahogando en un vaso de agua, creyendo que quieres algo, cuando en realidad es todo lo contrario.
O quizás te gusta por ese sentimiento de lo “prohibido” que le imprime a la relación. O quizás te
gustas como te sientes cuando estás con ella y no ella en sí... Hay millones de opciones. De todas
formas, voy a estar a tu lado, siempre. Y lo sabes.
–Lo se... y gracias. Por estar.

Sonríe y me abraza. Me viene genial. No puedo seguir conteniendo las lágrimas. Nos quedamos
abrazadas así, un rato largo cuando Guady nuevamente rompe el silencio.

–Y bueno, ¿qué vas a hacer?

Sonrío, ella siempre fue así, va corriendo por la vida. Sé que si ella estuviese en mi situación, ya
habría hecho una lista con los pros y los contras, habría tomado alguna resolución y a esta altura se
estaría haciendo cargo de las consecuencias. Yo, sin embargo, dudo; no tengo muy en claro que haré,
pero posiblemente hablando con ella se me aclaren las ideas:

–Lo único que sé es que mi corazón debe cicatrizar esta ruptura, y lo que siento por Milah es más
fuerte de lo que imaginaba, pero es tan difícil... Hacerme cargo de esto que me sucede implica un
cambio de 180 grados en mi vida. Por otro lado está mi familia, ¿qué haré con ellos?. Jamás
aceptarían algo así, mis amigas tampoco. Tú si, pero el resto no tiene una mente tan abierta. Pesa
mucho saber que vas a vivir “escondida” o prófuga cuando el único crimen que cometí es
enamorarme de una mujer.

–Pero detente un poco –me recrimina. –Primero aclara tus ideas, y luego hazte cargo de las
conclusiones que saques. Has viajado 10 años en el tiempo, te estas pre- ocupando de las cosas, quizás
cuando llegue el momento de hacerle frente a la discriminación o a tu familia, a ti ya no te importe
tanto...

–Jamás podría soportar la discriminación...


–Bueno... –dice Guady luego de una larga pausa – De que te van a discriminar, lo van a hacer, lo sabes.
Si estás dispuesta a soportarlo o no ya es decisión tuya. Pero falta para saberlo... ve despacio, paso a
paso. Quieres correr y aún no has aprendido a caminar.

–Mi familia... –no puedo evitar pensar en ellos. Pensar en todo... Las palabras de Guada ayudan a que
me relaje un poco más.

–Tu familia sabrá entenderte. –Luego de otra pausa agrega –. Imagina que tienes 15 años y le dices a
tu padre que estás embarazada, tampoco lo va a tomar bien, pero con el tiempo se va a ir
acostumbrando a la idea y hasta la va a aceptar; algo así sucede con la homosexualidad, al comienzo
puede resultar un poco violenta la noticia, pero eso es porque no saben a qué se enfrentarán o suponen,
por los parámetros que marca la sociedad, que eso es algo malo. Cuando vean que sigues siendo la
misma Sicilia de siempre lo van a aceptar. Si te escondes o vives como prófuga, como dices, es porque
has decidido vivir de esa forma y no porque la sociedad te obliga a ello. Sabes que si quisieras llevarte
el mundo por delante lo harías, no importa lo que piense la gente. Lo importante es ser buena
persona...

La palabra “homosexualidad” me resulta un poco violenta, es como si todo el tiempo la estuviese


esquivando, estaba acostumbrada a decir “esto” que me pasa. No puedo evitar sentir rechazo. A pesar
de todo, me detengo unos minutos a pensar en lo que dice Guada. Tiene razón, ojala fuese tan fácil
como ella dice. Quiero seguir hablando del tema, pero me acuerdo de la advertencia de mi hermana y
sin pensarlo digo:
–Pieri sabe algo, porque hoy dijo algo de que ella podría ser un motivo de la ruptura, y me dijo que
tenga cuidado.
–¿Cuidado?... que extraño.
–Si... – coincido. De repente me acuerdo del chat. –Ella me chateó hoy... no sé, no le contesté, no
quiero ser muy obvia.

–Bueno, que te chatee no es nada raro. No te hagas la cabeza ni busques señales donde no las hay. Ella
está casada, y es mayor que tú, está en otra. Con suerte te ve como amiga. Si maquinas mucho vas a
terminar mandándote una macana, y no quieres eso.

Lo que dijo me dolió, sobre todo porque continúa diciendo la verdad. Que ella quiera hablar conmigo
no es un indicio de nada, y lo sabía, de todas formas no he podido evitar ilusionarme con esas charlas.

–Si, entonces... me conformo con eso, con ser su amiga, con verla dos veces a la semana y compartir
alguno de sus secretos. Es peor que nada. Esa es mi decisión: seré su amiga– Digo al fin. Nos
quedamos en silencio unos minutos más, meditando lo que acabábamos de decir. La verdad es que no
me siento incómoda con la decisión que he tomado. Guady tiene razón, Milah con suerte me ve como
a una amiga. Y quiero tenerla en mi vida, me gusta cómo me siento cuando la veo y si ésta es la forma
de inmortalizar el sentimiento... bien, puedo correr el riesgo... sólo espero poder aguantarlo... En estos
momentos iría corriendo a su encuentro, la arrancaría de los brazos de su marido y la besaría tan
fuerte... siento un picor en las manos, supongo que es por mi deseo irracional de tocarla, las froto
sobre mi pantalón y digo:

–¿Comamos algo Guady?

Pedimos una pizza y seguimos hablando de otros temas hasta después de haberla terminado. Luego del
postre –un poco de flan– me siento tan relajada que no recordaba cuándo había sido la última vez que
me sentí así. Sonrío genuinamente por primera vez en el día, hablar con mi amiga me ha quitado un
gran peso de encima sin mencionar que me ayudó a ver las cosas claramente.

Cerca de la una de la mañana estoy lo suficientemente cansada como para ir a la cama, le digo a
Guada que se quede a dormir, después de todo mi departamento es amplio y tenemos la habitación de
servicio en desuso que prácticamente es de ella, ya que se queda con nosotras bastante seguido.

Se niega pues ambas trabajamos temprano y ella no trajo una muda de ropa. Siento un poco de
decepción, me hubiese gustado que se quedara ya que con ella me siento acompañada, pero qué mas
da.

***

Me levanto a la misma hora de siempre. Un poco adormilada me dirijo al baño lavo mis dientes, peino
mi cabello y me maquillo. Luego voy hasta la cocina y preparo el desayuno. Me resulta raro continuar
con la rutina, como si nada pasara cuando dentro de mí viven al menos 5 versiones distintas de
“Sicilia”.

Decido evitar la computadora, por el momento, ya que no puedo hacerle frente a un nuevo maratón
emocional, aunque siento un extraño picor en las manos y sé que son mis ganas reprimidas de
contestar el mensaje de Milah.
El camino al trabajo se hace más corto de lo habitual, antes de pensarlo ya estoy prendiendo la
computadora -aquí no me queda otra opción- mientras miro cómo cerró la caja de ayer. Hecho un
vistazo furtivo a la computadora y no puedo resistir más. Muevo el mouse y abro una ventana del
explorador... vaya que hoy anda lento (¿o son mis ansias?). Por fin abro facebook y veo el mensaje del
día de ayer.

Nada nuevo.

Siento algo extraño, una punzada de desilusión. Tenía la esperanza de encontrar algo de ella, un nuevo
mensaje en donde me pregunte por qué no le he contestado aún o quizás alguna notificación...

Qué mas da. Con un leve pesar me pongo a ordenar el negocio buscando distraer la mente. No sé
cuánto tiempo pasó desde que estaba limpiando, hay una mancha en uno de los estantes de abajo que
me tiene bastante entretenida...

Ahí estaba, probando una nueva mezcla de productos, rogando que esta vez salga, cuando siento una
mano en el hombro. Giro mi cabeza para ver qué necesita el cliente...

–¿Milah?

Me sonríe. La mierda santa, que sonrisa más hermosa. Me paralizo, las manos me empiezan a sudar y
las mariposas en mi estómago revolotean expectantes. No sé qué hacer o qué decir solo atino a
ponerme de pie rápidamente y sonreír de forma genuina. Adoro que ella esté aquí, no puedo negarlo,
ni mucho menos ocultarlo. Es como si mi vida, de repente, tuviera sentido. Busco algo para decir pero
sólo se me ocurren preguntas banales. No puedo reprimir una seguidilla de interrogantes que salen de
mi boca una tras otra haciendo que me sienta una tonta.

–¿Estás bien? ¿Qué haces acá? ¡Que casualidad!. ¿Te puedo ayudar en algo?
Capítulo 9
¿Es realmente ella?¿No lo estoy soñando?
–Estaba pasando por aquí y me dijeron que éste es tu negocio, así que decidí entrar. –Dice en respuesta
a mi pregunta formulada unos minutos atrás.

Quedo perpleja, me pregunto si ella estuvo averiguando algo sobre mí, siento un agradable cosquilleo
en el cuello al pensar en eso. Miro alrededor observando como un grupo de hombres están
embelesados con ella, no es de extrañar, es tan hermosa. Me percato de que ella está totalmente ajena
al magnetismo sexual que tiene. Sonrío para mis adentros, a mis ojos ella es perfecta.

–¡Ah!. –Contesto saliendo de mi ensimismamiento –Bueno, no es mi negocio, sólo trabajo acá, aunque
espero tener uno propio en el futuro; le agregaría algunas cosas, más productos, quizá algo de bazar,
muebles o cuadros y un estudio para asesorar a la gente en la decoración del hogar u otro negocio.

–Tienen muchas cosas interesantes –observa, pero no me quita la vista de encima. Me siento un poco
incómoda, las mariposas de mi estómago están saltando.

–Si, a mi me encantan. Son... novedosas. –Novedosas por Dios ¡que tarada! ¿Por qué no se me ocurre
nada inteligente para decir?
–Y... ¿por qué no sabías si ibas, o no, hoy a clases? –pregunta de repente. No puedo evitar sentirme
nerviosa. Siento como el rubor cubre mi rostro.
–Es que necesito estudiar... y la verdad estoy un poco triste por lo que sucedió con Julián, mi novio.
Luego veré si tengo ganas.
–¿Qué pasó con Julián? –pregunta.
–Nada, sólo que me ha dejado. –Me parece increíble estar hablando con ella, (¡ella!), de mi ex novio.
¿En qué mundo paralelo estoy?

–Que mal, ¿cómo estás?


–Un poco mejor, a decir verdad. Dormir me ha ayudado bastante. –Y que estés aquí hace otro poco.

Acaricia mi mejilla en un intento de consolarme y me sonrojo aún más mientras una sensación
placentera recorre todo mi cuerpo. Quiero apoyar mi cara sobre la palma de su mano, pero reprimo esa
necesidad. Es la primera vez que me toca y es mejor de lo que imaginé.

–Y ¿Por qué no me has contestado el mensaje de Facebook? –pregunta de repente, quitándo su mano
de mi mejilla.
Ahí está, la pregunta que estaba esperando.
–Vino una amiga a casa y no tuve tiempo. Perdón. –No sé muy bien por qué me estoy disculpando,
pero lo hago.

–¿Vives sola?–Continúa con el censo, olvidándose de Julián. Miro alrededor, nadie quiere pagar,
perfecto, tengo tiempo de conversar. De todas formas me dirijo al mostrador, no sin antes hacerle un
gesto con los ojos para que me acompañe.

–No, con mi hermana. Mi familia vive en Colombia, se fueron el último año de mi secundario. Mi
hermana y yo nos quedamos aquí, por los estudios, el último año, ya sabes. Ya no nos volvemos,
tenemos nuestra vida hecha acá.

–Ah, que interesante. –parece sorprendida. –Pero no tienes tonada colombiana.

–Es que somos de Argentina, pero por el trabajo de mi padre viajamos constantemente. Es un poco
cansador para ser sincera. Es bueno que al menos nosotras nos hayamos instalado definitivamente. –
Levanto un poco la voz pues se aleja de mí para observar unos anotadores retro que acababan de
llegar.

No dice nada más pero da unas vueltas por el local mirándolo con atención. No puedo apartar mi vista
de ella, es tan... Está mas delgada y esos tacones las hacen mas alta que yo, y eso que mido 1,65. Es
muy esbelta, el pelo lo tiene lacio y muy sedoso, como si lo hubiera planchado aunque sé que no es el
caso. Me pierdo en su forma de caminar, tan sexy, con esa sonrisa enigmática, es imposible saber lo
que está pensando. Lo que haría si pudiera... cerraría el negocio sin miramientos y la besaría tan
apasionadamente que...

El hilo de mis pensamientos se corta cuando ella se da vuelta y me dedica una sonrisa. ¿Lo estará
haciendo a propósito? El pavonearse, digo.
Se acerca hacia mi, con una sonrisa radiante. Como si hubiese ganado algún concurso, quizás, después
de todo, si es consciente de su atractivo.
–¿Qué son? –me muestra unas tapitas de goma de varios colores.
–Son para tapar la cerveza, o la gaseosa de vidrio. Por eso tienen esa forma. Sirven para que no se les
vaya el gas.
–Ok, las llevo. La verdad que ahora entiendo por qué están de moda estos negocios... –comenta
mientras le envuelvo el paquete.
–Si, son cosas interesantes...
–Matu y mi marido –me interrumpe– no vienen a almorzar y la verdad que detesto almorzar sola...
–Ah...–es lo único que se me ocurre decir.
–¿Quieres que comamos juntas? Después de todos vivimos cerca, y podemos ir caminando a canto.
¿A almorzar?... ¡Ay Dios!
–Dale, es una buena idea. Salgo a la una. ¿Te parece que nos encontremos a las dos? Tengo que pasar
por casa a buscar la mochila.
–A las dos –coincide. –Te espero ahí. ¿Sabes la dirección, verdad?
–Si
–Chau Sici, hasta dentro de un rato. –se despide mientras agarra la bolsa que acabo de entregarle.
–Hasta dentro de un rato –repito.
Me da la espalda caminando hacia la puerta, pero antes de salir del local se vuelve, me sonríe y me
guiña un ojo.

Tengo un subidon antes de quedarme petrificada, un poco por los nervios y otro poco por la emoción.
Pasado ese instante mi cabeza vuelve a colapsar, los pensamientos desordenados vuelven a inundar mi
subconsciente y no hay forma de acallarlos:

Por Dios ¡¿Qué hice?!. Bah, hice lo que sentía, quiero almorzar con ella, compartir mas tiempo
juntas... ser su amiga. No tiene nada de malo. Pero... ¿qué clase de amistad puedo ofrecerle? Uff,
espero que este embrollo termine pronto, no creo que mi cuerpo aguante una gota mas de estrés. Sé
que no estoy haciendo lo correcto, pero esto me hace sentir bien. ¿En dónde terminan mis derechos y
empiezan los de ella?¿Todavía estaré a tiempo de cancelar? Pero ¿qué digo? No quiero cancelar, para
nada. Muero por estar con ella.

A partir de su visita inesperada el día se hizo mas corto. Milah me dejó con una sensación extraña y no
sabía como manejar la situación. Eso era el motivo principal de mi preocupación, el no saber
manejarlo. Nada tenía sentido, no podía creer que sólo 15 minutos fueran necesarios para que
cambiara mi humor y me olvide por completo de Julián.

A la una de la tarde salgo corriendo a mi departamento.


–¡Pieri! –Le grito desde mi dormitorio donde estoy preparando todo lo que voy a necesitar a la tarde –
No voy a almorzar contingo, discúlpame.

–¿Por qué? –pregunta, ha venido corriendo desde su habitación y me mira celosamente con los brazos
entrecruzados. Dudo un momento, no sé si decirle que voy a casa de Milah. Opto por no hacerlo, ya
me ha advertido dos veces que tenga cuidado con ella, no creo que le guste que me vaya para allí.
Podremos pelear bastante seguido, pero después de todo, ella es mi única familia en Argentina y se
preocupa por mi.

–A lo de una compañera –no estoy mintiendo.


–Ok, te espero a la noche –continúa mirándome recelosamente por unos minutos hasta que finalmente
se retira con un sonoro suspiro de resignación.

Decido cambiarme de ropa. Elijo una calza estampada delicadamente con animal print y una camisa
negra. Quiero estar bonita. Arreglo mi cabello y me vuelvo a maquillar. Cuando apruebo la imagen
que se refleja en el espejo agarro mi mochila, los apuntes y salgo corriendo a casa de Milah.

A las dos y cuarto estoy entrando en su casa –nunca me he caracterizado por ser una persona puntual–.
El lugar es hermoso, el patio delantero es mi sueño hecho realidad, exquisito. Abro una pequeña verja
y me desplazo torpemente por el camino de piedras hasta la puerta principal. Llamo a la puerta
mientras miro a mi alrededor, es de esas profesoras que tienen dinero... Toco nuevamente el timbre ya
que nadie viene a abrir, luego de unos minutos aparece Milah a mis espaldas con una sonrisa de oreja
a oreja.

Está vestida un tanto informal –no acostumbro a verla así– y está descalza. El buzo le queda
demasiado grande, pero eso la hace aún mas linda. De repente me siento un poco tonta por mi excesiva
pulcritud.

–Perdona, estaba arreglando unas plantas, no te escuché entrar –se disculpa.

Me hace pasar a un vestíbulo amplio, luminoso. Donde se ve una escalera de madera que, supongo, va
hacia los dormitorios. Me dirige hacia una enorme cocina que es además muy moderna y
completamente equipada, no puedo evitar verme cocinando allí. El ambiente está inundado de un
aroma exquisito; si lo que ha cocinado sabe tan bien como huele... Me señala una silla para que tome
asiento, hago lo que me indica ya que me siento un poco tímida para ofrecer ayuda.

–Que bueno que llegaste a tiempo ¡moría de hambre! –dice mientras sirve sorrentinos.
–Te gustan las pastas, ¿verdad?
La verdad es que no son mis favoritas, pero no voy a decírselo.
–Claro, aunque no tengo mucha hambre, no me sirvas demasiado. –Tengo la panza llena de mariposas,
que no combinan muy bien con los sorrentinos.

–He pensado que luego de almorzar podríamos ver una película, pues tenemos tiempo suficiente para
hacerlo. ¿Estás de acuerdo? –dice mientras me sirve un plato.

–Claro, ¿tienes alguna película buena?


–Si, me he comprado una que quiero ver desde hace unos días, pero nadie me quiere acompañar.
–¿De qué se trata? –me golpeo mentalmente, primero la pasta y ahora la película, ¿por qué estoy tan
quisquillosa?
–Es una comedia romántica, de esas un poco tontas, pero son las que a mi me gustan –responde
alegremente.

–A mi también me gusta ese género, es mi favorito. Te entiendo, nadie me quiere acompañar a verlas.
En ese caso ya tienes una compañera de películas leal
–le guiño un ojo con complicidad.

–Por cierto, esto está delicioso –comento mientras pruebo un bocado. Realmente, y para mi sorpresa,
sabe de maravilla.
–Gracias –sonríe tímida.
Absorta en mis pensamientos a penas me percato del silencio incómodo que se produjo. Quiero
comentar alguna trivialidad pero nuevamente Milah se adelanta:
–¿Cuántos años tiene tu hermana?
–20, somos mellizas. No somos idénticas. –aclaro al ver la sorpresa en su rostro, es una pregunta muy
habitual cuando menciono que tengo una hermana melliza.
–¿Tú tienes hermanos?
–No, soy hija única. Como Matu.
–Matu es tu hijo ¿no? –de pronto su rostro se ilumina.
–Es la luz de mis ojos. Tremendo, nunca sé con lo que me va a salir... es un pequeño huracán. Me hace
reír mucho, es muy divertido.
–Todos los niños son divertidos –comento.
–Este se lleva todos los premios.
–No lo dudo –coincido. ¿Cómo discutir con una madre?

Terminamos de almorzar y nos vamos al living, me asombro ante la inmensidad del ambiente, es
bello, como toda la casa y esta exquisitamente decorado. En el centro se impone un gran televisor y un
diván de antaño que mira al aparato. Corro a observarlo detenidamente mientras Milah busca en una
biblioteca la película que quiere ver.

–¡Aquí está! ¿Te gusta?, siempre puedo elegir otra... –dice mientras me muestra “La propuesta”.
–Me gustan las películas así. –le digo, la verdad adoro ese tipo de película y ¿qué mejor que verlas con
ella?. Toda la situación me parece un tanto inverosímil.
–Está bien, por supuesto que a mi también me gustan ese tipo de películas.
Enciende el televisor y el dvd, cuando termina de configurar, apaga la luz y se sienta a mi lado.

A pesar de que el sillón es amplio se ubica muy pegada a mi. Puedo sentir el calor de su cuerpo y las
mariposas de mi estómago se detienen un momento, expectantes.

Amiga, ella sólo me ve como a una amiga. Repito para mis adentros.

Empieza la película pero no me puedo concentrar, creo que si pone el televisor en mute podrá
escuchar el latido de mi corazón. Estoy demasiado tensa por los nervios, ¿esto realmente está
sucediendo?. Muero por mirarla pero resisto lo más que puedo, cuando por fin cedo ante la tentación
noto que ella también me está observando, de una forma extraña.

Le sonrío –no se qué mas hacer– y vuelvo mi rostro al televisor. Mis sentidos están alertas y siento
como despacio, muy despacio, acerca su cara hacia la mía. Mi corazón se detiene y dejo de respirar, en
mi estómago las mariposas bailan chamamé.

Vuelvo mi cara hacia ella y quedamos a sólo unos centímetros, por un momento tengo la certeza de
que va a besarme.
–Qué ojos mas raros que tienes... –Dice finalmente.

Vuelvo a respirar y se me hace un nudo el estómago debido a la decepción. No contesto, estoy


demasiado impresionada, todo lo que puedo hacer es tragar de forma audible. Abre los ojos como
dándose cuenta de que iban mis pensamientos, no puedo evitar sonrojarme. Sonríe de forma divertida
y diabólica antes de continuar:

–¿De qué color son?


¿Me hizo una pregunta? No pienso con claridad, pero logro responder:
–Negros, son totalmente negros, por eso es muy difícil distinguir el iris de la pupila.
–Ah. –Sigue mirando mis ojos – ya veo.
–Los tuyos también son hermosos, resaltan con tu piel tostada. –comento. Intento hacer la cabeza un
poco más atrás, pero ella se acerca nuevamente.
–Al igual que los tuyos en tu piel blanca. –contesta sonriendo. –¿Seguimos?
¿Seguimos? Seguimos, ¿qué? ¿Me va a besar? Lentamente y sin dejar de sonreír vuelve su mirada a la
película, contestando, de esta forma, a mi pregunta no formulada.

Mi corazón amenaza con salir disparado, las manos me sudan y siento como poco a poco voy
perdiendo el control. Cierro mis ojos con fuerza, reprimiendo el deseo de tocarla o, peor aún, de
besarla. De repente quiero salir corriendo...

Amigas, sólo amigas. Vuelvo a repetir, mientras se apoderan de mi las ganas de llorar. Va a ser difícil
ser “sólo amigas” cuando por dentro muero de deseo.
Capítulo 10

Me abrazo a mi misma pues hace un poco de frío, estamos en julio y el invierno se ha instalado en la
ciudad. Estoy en la misma posición que la semana pasada: viendo una película en casa de Milah, por
algún extraño motivo su marido y su hijo han vuelto a salir de la ciudad y nuevamente me ha invitado
a almorzar para luego ir a canto.

***

La semana me ha dado un respiro, ya estoy resignada al hecho de que me gusta una mujer; las dudas
siguen apareciendo pero ahora me resulta más fácil acallarlas. Guady sigue repitiendo que le de
tiempo a la situación y he decidido hacerle caso.

Con Milah nos hemos comunicado todos los días, y es ella la que siempre inicia la conversación pues
temo ser una pesada. A veces, en medio de nuestras charlas, es imposible no imaginar que a ella le
puede suceder algo similar a lo que me está pasando a mi, pero Guadalupe se ocupa de que no me haga
ninguna ilusión. Amigas, repite siempre.

¿Por qué esa palabra me resulta tan molesta?


***

Estamos viendo otra comedia romántica, aunque yo simplemente observo el televisor y una seguidilla
de imágenes, es imposible concentrarse con el ambiente cargado de tensión.

Milah observa como froto disimuladamente mis manos contra mis brazos y pone pausa en la película.
Se pone de pie repentinamente y sale de la habitación, luego de un momento vuelve con una frazada;
sonríe mientras nos cubre a las dos con la misma. Me pego más a ella, un poco porque es mi deseo de
sentir su contacto y otro poco porque realmente hace frío. Puedo sentir el calor de su cuerpo, su
aroma; huele exquisitamente bien, a uvas y chicle... una mezcla extraña, pero agradable.

Quisiera tomar coraje y poder recostarme sobre ella, como lo haría con Julián u otra amiga, pero en
este caso es especial, es ella.

Seguimos viendo la película, ya va por la mitad, pero aún no comprendo muy bien de qué va. Una
chica que se enamoró del esposo de su mejor amiga o algo así. Un tanto irónico la verdad.
Sin previo aviso toma mi mano por debajo de la colcha, acariciándola por momento, un choque
eléctrico se produce allí mientras sonrío involuntariamente. Estoy apunto de apretar su mano,
indicando que se quede así cuando ella se suelta, gira hacia mi y dice:

–¿Quieres un poco de pochoclo?


–Claro –respondo como puedo, mientras formo un puño con mi mano en un virgen intento de eternizar
la caricia.

Se demora 15 minutos en la cocina, lo que me da tiempo a calmarme. ¿Qué estoy haciendo? Cada vez
se pone mas difícil, cuando hablamos por teléfono o nos enviamos mensajes de textos es mucho mas
fácil... pero tenerla a mi lado, sentir su inocente contacto... la muralla de mi coraza está a punto de
romperse en mil pedazos y no estoy muy segura de lo que soy capaz de hacer.

Quiero salir corriendo pero hay algo que me detiene.

Antes de que pueda pensarlo nuevamente aparece con un bowl lleno de pochoclos, se sienta a mi lado
y se tapa con la frazada. Comemos en silencio, mirando la película.

Luego de unos minutos ella apoya su cabeza sobre mi hombro y siento una sensación entraña que
recorre todo mi cuerpo. Sin pensarlo apoyo mi cabeza sobre la de ella, no puedo evitarlo. Cierro los
ojos y sonrío, es una sensación agradable, definitivamente ésta es una buena película...

***

Verla los días jueves antes de ir a clases se va convirtiendo en una rutina, y la verdad que no me
desagrada. Cuando me vuelve a invitar a su casa ya había alquilado una película, pues la última vez
quedamos en que para la próxima elegía yo.

Estaba un poco ansiosa, era el único momento en el que realmente nos conectábamos. A pesar de que
ella me escribía todos los días, esos mensajes eran superficiales, irrelevantes. La semana se me iba
esperando estos momentos, donde la tenía cerca, donde la podía tocar...

Llego a su casa puntualmente, almorzamos, lavamos los platos y nos vamos al living. Era una rutina
implícita que habíamos creado.

Esta vez elegí una película infantil. Sabía que a ella le iba a gustar. Nos sentamos en el sillón,
nuevamente tapadas con la frazada. Cuando la película está empezando Milah apoya su cabeza en mi
hombro. Le acaricio suavemente la mejilla y ella se recuesta aún más sobre mí. Me abraza colocando
su cabeza sobre mi pecho, ¿podrá sentir el rápido latido de mi corazón?.

Me quedo inmóvil, temerosa de moverme y que ella lo haga también. ¿Transgrederé alguna regla si le
beso la coronilla?. Antes de terminar la pregunta, lo hago. Ella no dice nada, sólo se acomoda un poco
más. Agradezco que esté en esa posición, pues de haberme visto directamente a la cara, habría notado
mi felicidad. Y no hubiera sabido qué decirle.

***

Estábamos un poco retrasadas, pues me demoré en el trabajo y llegué más tarde de lo habitual. Era el
quinto jueves que la visitaba y ya me sentía prácticamente como en casa, de hecho, esta vez fui yo la
que busqué la frazada y nos cubrí. Apenas podía contener mi ansiedad.

Estaba claro que yo aprovechaba esos momentos para saciar mi sed, y ya quería que empiece la
película para poder abrazarla. Una pequeña parte de mi sospechaba que ella también ansiaba estos
momentos, pero no quería ilusionarme.

Se sienta a mi lado y me recuesta sobre su pecho. Coloca uno de mis brazos a su alrededor y yo me
dejo manejar como a una marioneta.
Me tiene como quiere, pienso mientras observo como empieza “Pretty woman”, un clásico.
Besa mi frente y, por debajo de la frazada, toma mi mano.
–Estás helada –comenta, mientras la aprieta con fuerza.

Yo no puedo decir nada. Sólo entrecruzo mis dedos con los de ella y sonrío para mis adentros. Con mi
otro brazo empiezo a acariciarle la espalda, las caricias me vienen de maravilla.

La película continúa pero toda mi atención está en nuestro roce, siento como los eslabones de la
cadena de mis sentidos se rompen y salen disparados, no me importa nada. Lentamente posiciono mi
boca a unos centímetros de la suya, sin soltarme del abrazo. La miro a los ojos, como pidiéndole
permiso, pero ella no se inmuta.

No puedo más.
La beso suavemente, con cautela y timidez.
¿Qué hice?

Responde a mi beso un tanto sorprendida pero luego de unos segundos toma coraje; pongo mis manos
en su cara, toco su cabello, su mejilla, su espalda... mientras recorro con mi lengua su boca.

No puedo creer que esto esté sucediendo. Es inverosímil. Esperé tanto y es mejor de lo que imaginé.
Siento la necesidad de Milah y la beso aún más profundo. Bajo mi mano hacia su espalda y la abrazo
con fuerza, ella hace lo mismo.

Cortamos este primer beso y antes de poder tomar aire nos estamos besando nuevamente... de una
forma tan apasionada. Baja su boca hasta mi cuello y no puedo reprimir un jadeo. Siento la piel de
gallina, y mi necesidad de ella, que esta vez urge como nunca antes.

Busco su boca nuevamente. Soñé tanto con esto, que voy a aprovecharlo como si no hubiese mañana.
Poco a poco ella se tumba sobre mí y puedo sentir el peso de su cuerpo.

Por fin.

Toma mi cara entre sus manos y me muerde el labio inferior. Me arqueo hacia ella, necesito sentir
más su cuerpo, si eso es posible. No importa la hora, ni el día, ni nada, sólo importa ella.

Y así tan de repente como empezó, todo terminó. Milah abre los ojos, parecen mas grandes por la
sorpresa y se sienta en el otro extremo del sillón.
Capítulo 11

Milah está agitada y agazapada a un costado, me mira asustada. Espero que mi respiración se
normalice mientras el arrepentimiento empieza a invadirme. Quisiera pedirle disculpas, pero sólo me
quedo petrificada, rogando que no esté molesta. La miro fijamente, y en su mirada sólo veo... ¿amor?.
Abro la boca para cortar el hielo, pero Milah se pone de pie.

–La empleada –contesta a mi pregunta no formulada. Mientras se limpia la boca me dirige una mirada
cargada de malicia y sale hacia la cocina a encontrarse con ella. –Finge un poco. Aquí no ha pasado
nada.

Suelto un gran suspiro de alivio y resignación cuando la veo desaparecer por la puerta, la cabeza me
da vueltas. ¿Qué mierda hice? Esto está mal, muy mal, ella está casada y es mujer. Estoy loca ¿o qué?.
Quiero, mas bien, necesito salir corriendo. ¿Y ahora qué? ¿Cómo sigue esto?

La mierda santa. Ahora sí que metí la pata hasta el fondo.

No puedo concentrarme en nada, yo sé que la sociedad cambió y blah blah blah, pero yo soy
demasiado tradicional... no me molesta ver en la calle a parejas del mismo sexo de la mano. Pero
¿yo?, ni en mi sueño mas remoto me hubiese imaginado con una mujer. Y, de hecho, sigo sin hacerlo.

Además este beso no significa nada. Nada concreto...

Cierro mis ojos y subo los pies al sofá, quisiera que vuelva, para ver cómo se comporta y para intentar
adivinar cómo lo ha tomado; pues tampoco tengo la fuerza que se necesita para enfrentar ésta
situación. ¿Desde cuando me volví tan cobarde?

Agito la cabeza, como hago cada vez que quiero limpiar mi mente de cualquier pensamiento y miro el
televisor con mas atención de la necesaria, la película ya está terminando y aún desconozco el
argumento.

Puedo sentir su mirada fija en mi, a pesar de que no he volteado a verla, sé que ella entró en la
habitación. Me tenso notablemente y no me muevo, ni siquiera un milímetro. Ella toma mi mano,
supongo que en un intento de calmarme, pues la tensión que hay en mi es tangible.

Por fin me animo a mirarla, las mariposas en mi estómago vuelven a despertar. Sé que lee la culpa en
mi rostro... y de repente me doy cuenta de que me molesta más el hecho de que esté casada al hecho de
que sea mujer. No puedo evitar sorprenderme ante tal revelación. En mi mente hay una batalla, sé que
lo que hicimos no está bien, pero se siente bien. Me pregunto quién ganará. El deber o el placer.

Me sonríe abiertamente, mostrándome sus dientes blancos perfectamente alineados. Me quita el


aliento.
–No vayamos a canto –propone. –Quedémonos aquí, puedo hacer la cena y un postre...

La idea me tienta, hay mucho de qué hablar, aunque no sé muy bien si es necesario hacerlo... Las cosas
serían mucho más fáciles si yo supiera qué significó el beso para ella.

¡Que cobarde! No me animo a preguntarle y... por sobre todas las cosas, necesito besarla de nuevo.
Pero no, está casada, está casada, está casada, está casada. Repito mentalmente esta frase en vírgenes
intentos de hacer que el deseo se evapore.
–Y bueno...–dice impaciente, mirándome a los ojos.
¡Mierda!, cierto que me preguntó algo. Me dijo de faltar, no, no no y no. No podemos. Hay que ir a
clases, además ello ayudará a que despejemos la mente.
–¿Qué otras películas tienes?
Me golpeo mentalmente la frente mientras me pregunto dónde habrán quedado mi sentido de la
decisión y mi sentido de la responsabilidad.
–Y no sé, depende de lo que quieras –contesta mientras rebusca en el estante más películas.
–¿Quieres seguir en la línea de los clásicos o prefieres una comedia romántica?
–Comedia romántica –respondo –¿qué otro género sino?
Sonríe abiertamente a mi respuesta, pues aunque no lo dije con palabras, está claro que no iremos a
canto. Escoge una película del estante y la coloca.
–Sólo hasta que la empleada se vaya... –dice mientras se sienta a mi lado.

Termina la película –esta vez si la vemos– y la empleada continúa con sus quehaceres. El tiempo pasa
demasiado rápido, o demasiado lento, depende del cristal con el que se lo mire.

Decidimos salir a comprar algo para tomar el té. Vamos a un almacén que queda a la vuelta de su
casa; caminamos muy juntas, nuestras manos casi chocan y yo hago un esfuerzo tremendo para no
tomarla, porque, si bien, me gusta ir así: rozando su mano en un toque inesperado, también muero de
ganas de entrelazarlas.

Llegamos al almacén y hacemos la compra, ella está mas alegre de lo habitual, la miro de reojo
mientras me pregunto cuándo mencionará lo que pasó en su casa. ¿O quizás deba hacerlo yo?

–¿Dónde están tu hijo y tu marido? –pregunto en el camino de vuelta, es la primera vez que me atrevo
a mencionarlo. Siempre he buscado evitar la palabra “marido” en nuestra relación.

–Se fueron a visitar a mi suegra, a Santa Fe, vuelven el lunes –contesta. La noto un poco molesta pero
no sé si preguntar el por qué. Después de todo, es la primera vez que la charla no se centra
exclusivamente en una de nosotras.

Llegamos a su casa y ponemos agua para preparar la merienda, yo me siento en la mesada de la


cocina, sin quitarle la vista de encima. Luego de una pausa voltea a mi y contesta a mi pregunta no
formulada:

–Me quedo porque no la quiero a la vieja y además tengo trabajo, debo corregir muchos exámenes y
bueno, mañana hay clases.

Frunce el ceño, como si hubiese dicho eso más para ella que para mi. Siento una necesidad tremenda
de besarle la frente y acunarla, diciéndole que todo va a estar bien, aunque no logro entender qué es lo
que me hace suponer que algo anda mal.

–¿Tu esposo no tiene problemas con el trabajo? –pregunto de repente, mientras busco las tazas.
–No, es dueño de unos bares en Recoleta y Palermo, no tiene drama con las faltas.

¡Cierto! Pierina me dijo que su esposo y ella eran compañeros de trabajo. Bueno, más bien es su jefe,
¿por eso me dijo que tenga cuidado?, seguramente no quiere tener problemas con él...

–Y estás enojada porque...–me arriesgo, luego de que ella apague violentamente la hornalla.
–Porque Matu falta al jardín. No me gusta que se acostumbre a faltar y ellos viajan todos los fines de
semana. –Entrecruza los brazos en señal de disgusto y se apoya sobre la mesada, esperando mi
respuesta.

Vaya, mucho tiempo.

Me pregunto qué hacía antes de invitarme a mí, quizás llamaba a alguna amiga, o tal vez... ¿seré la
primera?. Elimino ese pensamiento automáticamente de mi cabeza, claro que esto no le ha pasado
antes.

–Creo que tenemos que hablar –dice finalmente, suponiendo que estaba pensando en lo que ha
sucedido esta tarde.
–Si... –contesto agachando la mirada.
–¿Quieres pasar la noche aquí? –pregunta despreocupadamente.
¿Qué? Como siempre, me sorprende con sus ocurrencias.
–No puedo. –Digo al fin.
–¿Por qué?
–¿Por qué? –Repito asombrada, mientras la miro fijamente– Porque estás casada y tienes un hijo.
Se pone tensa de golpe, puedo ver un brillo de tristeza en sus ojos.
–Es una larga historia –contesta luego de una pausa. –Matu es...–deja la frase inconclusa mientras veo
como sus ojos se llenan de lágrimas.
No digo nada, pero me pregunto qué pasó.
–Me gustaría seguir conociéndote, hay algo en ti...–continúa intentando recobrar la compostura, en sus
ojos se puede ver la culpa y un atisbo de súplica.
–Está bien –contesto sin poder resistirme– deja que le avise a mi hermana.

Me levanto del sofá, indecisa, no estoy completamente segura de lo que hago, pero alguna fuerza
extraña evita que salga corriendo. Quisiera comprender por qué está llorando, pero si algo aprendí en
este tiempo que la conozco, es que ella no habla demasiado de sus problemas.

Busco mi bolso, que lo dejé sobre la mesa del living, agarro mi celular y le envío un whatsapp a
Pierina:
“Paso la noche en lo de una amiga”.
No quiero decirle que esa amiga es Milah, pues creo que voy comprendiendo el por qué de su
advertencia.
Capítulo 12

Luego de la cena, propongo volver al almacén a comprar chocolates y un cepillo de dientes, pues sólo
he traído mi mochila. Milah se ofrece a prestarme un pijama y una muda de ropa para que vaya a
trabajar mañana.

De vuelta en la casa conversamos hasta entrada la noche, aunque ninguna de las dos mencionaba el
beso de la tarde, simplemente fingíamos que eso no había sucedido. Bromeamos un poco, jugamos
como un par de niñas: a las cartas, al monopoly y hasta nos atrevimos a jugar a las escondidas.

A las dos de la mañana decido que es lo suficientemente tarde como para ir a acostarme pues tengo
que madrugar.
Luego de decirle que vayamos a acostarnos me muestra la habitación en donde voy a dormir: es
pequeña, pero cómoda –aunque las cortinas escocesas me molestan un poco–, es evidente que es el
cuarto de huéspedes. Siento una punzada de decepción pues tenía la esperanza de dormir con ella. ¿En
qué diablos estaba pensando?

Del ropero saca un pijama de color blanco y me lo entrega, luego propone ir a su habitación a elegir lo
que me pondré mañana.

Su cuarto es enorme, está dividido en dos espacios por una pared, de un lado está la cama y del otro el
cambiador. Hay un hermoso sillón en una esquina donde me siento mientras Milah me muestra varios
conjuntos. Opto por una calza color borrabino y una camisa formal, típica de ella. Me presta además
un par de zapatos, por suerte calzamos lo mismo.

–Gracias por quedarte –dice mientras me entrega lo que acabo de elegir. –Odio dormir sola, tengo
miedo. Además, me encanta que estés acá.

Quisiera preguntarle a quién invita normalmente, pues estar sola el fin de semana es algo cotidiano en
su vida. Me intriga demasiado, no puedo evitarlo. Sin embargo reprimo mi curiosidad, pues es
demasiado tarde y, quizás, eso amerite una charla un poco larga. Y por otro lado, tengo miedo de que
piense que le estoy haciendo planteos.

–Buenas noches –digo mientras salgo de la habitación.

Cuando termino de vestirme, me acuesto y entierro mi cabeza en la almohada – que está impregnada
en su olor–, necesito llorar, estoy feliz de estar aquí pero necesito más... me maldigo mentalmente
porque siento una presión fuerte en el pecho y las lágrimas se niegan a salir. Seré boba. Estoy bastante
inquieta, tengo tantas ganas de estar con ella que duele.

Empiezo a crear escenarios imaginarios en mi mente, como de costumbre, para calmar mi ansiedad...
cuando la puerta de la habitación se abre repentinamente.
–¡Por Dios! ¿Qué me has hecho? –la voz de Milah resuena en la oscuridad de la noche. –Desde que te
conocí no soy yo...
Se acerca hacia mi cama y me vuelve a besar apasionadamente.
Siento un fuego que recorre mi cuerpo, las mariposas de mi estómago se amontonan en el centro,
expectantes.
La beso.
Me besa.
Nos besamos.

Recorro con mi lengua su boca, mientras acaricio su espalda. Ella se acuesta sobre mi y baja una de
sus manos hacia mi cintura. Me pego aún mas a su cuerpo, mientras ella baja hacia mi cuello. Mi
respiración se acelera, y me animo a tocarle un pecho, ella reprime un gemido y me da vuelta.

Lentamente me saca el pijama, y fue más fácil poder sentir el calor de sus piernas... Quiero detenerla,
esto no soy yo y tengo mucha vergüenza, muchas dudas, pero no puedo.

Con su lengua recorre mi espalda, besándome a lo largo de mi columna vertebral, se detiene en cada
una de mis vértebras, y se demora un poco más en la última. No se muy bien qué hacer con mis
manos, por lo que agarro fuerte las sábanas. Estoy muy excitada. Sólo un toque le bastó para tenerme
en este estado.

Vuelve a darme la vuelta y puedo verla. En sus ojos hay fuego, está mas hermosa que nunca. Le quito
la parte de arriba del pijama y deja a la vista sus pechos. Acaricio uno, anonadada, son hermosos,
redondos, no muy grandes, pero tampoco pequeños. Quiero tomar uno con mi boca pero me da pudor.
Ella lee mis intenciones y mirándome a la cara lame uno de mis pechos, no puedo reprimir el gemido.
La tomo de la cola empujándola aún mas hacia mi. Besa mi otro pecho, pero esta vez se detiene para
jugar con el pezón. Primero lo lame, arriba y abajo y luego lo muerde suavemente.

No puedo mas, me duele la entrepierna de la excitación, miro sus pechos y tiene los pezones erectos,
tomo coraje y la tumbo debajo de mi. Me posiciono sobre ella y presiono mi entrepierna contra ella,
en un virgen intento de apaciguar la excitación. Esta vez soy yo la que juego con sus pechos. Meto uno
en mi boca y empiezo a succionar, arquea su espalda y gime fuerte, agarro ambos pechos con mis
manos, y con el pulgar doy vueltas sobre el pezón. El instinto me dice que le acaricie el clítoris y,
dejando los tabúes de lado, lo hago.

–Si, por favor –susurra.

Empiezo suavemente a presionar con su protuberancia, está muy mojada y eso aumenta aún mas (si es
posible) el calor de mi cuerpo. Ella se arquea contra mi mano, gime con los ojos cerrados, tomo su
boca y la beso apasionadamente sin dejar de presionar abajo. Milah gime contra mi boca y me saca la
mano.

Me tumba a su lado y quedamos de frente a la misma altura, agarra mi clítoris y hace lo mismo que yo
hace un momento. Luego, lentamente me introduce un dedo, empieza a trazar círculos dentro de mi
vagina y cierro los ojos del placer. Quiero tocarla, pero no puedo, lo único que existe para mi son sus
manos. Saca el dedo de mi vagina y prueba mis fluidos, con los ojos cerrados. Por su cara puedo
adivinar que le ha gustado mi sabor.

Respiro con mucha dificultad y empiezo a sudar. Vuelve a introducir un dedo y a hacer círculos
dentro, luego introduce otro, y luego otro, con los tres dedos entra y sale de mi vagina mientras con el
pulgar presiona rítmicamente mi clítoris. Me encorvo hacia su mano, como si la vida dependiera de
ello.

A tientas busco su vagina, con la intención de que ella también sienta lo que yo. Tomo en mi boca uno
de sus pechos y los succiono con fuerza, viajo de un pecho a otro mientras siento como el placer en mi
se va a acumulando, empiezo a gemir más y más fuerte sobre ellos. Me tumba rápidamente debajo de
ella, coloca mi mano en su clítoris moviéndola rítmicamente mientras lame mi cuello, su otra mano
no se ha movido de mi vagina. Puedo sentir como llega a su clímax mientras tiembla de placer, y con
una última empujada de sus dedos llego yo también a mi punto máximo, quedando agotada y sintiendo
el peso de su cuerpo.

Capítulo 13

Estoy agotada y extasiada... no alcanzan las palabras para expresar cómo me siento. La abrazo fuerte
contra mi pecho, para asegurarme de que esto realmente ha sucedido. No lo puedo creer, es mejor de
lo que imaginé. Quiero disfrutar al máximo este momento, por lo que decido no preocuparme por el
después.

Milah, se retuerce sobre mí y se hecha a mi lado, mientras se recuesta sobre mi pecho. La abrazo aún
mas fuerte y le beso la cabeza, siento su aroma y cierro los ojos de placer.

Las mariposas en mi estómago están alborotadas.


–¿Que me hiciste Sicilia Andreotti? –pregunta mientras entierra su cabeza en mi ombligo.
–Lo mismo me pregunto yo –le contesto en un susurro.
Sube hasta mi mejilla, y la besa, mientras me mira a los ojos dedicándome una mirada cargada de
dulzura.
–Desde que te vi... –continúa– nunca imaginé estar así por una mujer. Me sucedió algo contigo...
tienes algo... no sé como explicarlo.
Siento un alivio que recorre todo mi cuerpo.

–A mi me pasó lo mismo –le confieso, si vamos a hablar, mejor pongamos todas las verdades sobre la
mesa. –Es la primera vez que me gusta una mujer. Y es muy diferente a un hombre. No sé como
tratarte, como comportarme. Tengo mucho miedo. Siempre me pregunto que qué es esto que me pasa
y qué destino tiene.

Digo todo rápido, antes de que me interrumpa y yo me arrepienta. Levanta la cabeza para mirarme
directamente a los ojos, y observa como el rubor me cubre el rostro, automáticamente y con una
sonrisa dulce, nos cubre con una sábana, imaginando que es el pudor lo que me puso así y no mi
confesión.

Parpadea, sonríe y me dice:


–Bueno, yo... yo... a mi si me gustaron otras mujeres –agacha la cabeza, avergonzada– pero nunca
llegué a esto... nunca me permití llegar a esto, es muy complicado... no puedo dejar a mi marido. –Dice
finalmente.

Se me hace un nudo el estómago. Ahora que probé no quiero parar. ¿Querrá decir que esto fue todo?
¿Acaso me usó? No puedo evitar sentirme un poco violada. No sé qué decirle ya que estoy un poco
ofendida. Quizás...:

–No quieres dejar a tu marido, querrás decir. Y eso es complicado, ¿en qué situación nos pone? –No
puedo evitarlo, detesto hablar de su marido e intento sonar despreocupada.

–No, –me contradice –no puedo dejarlo. Ojala pudieras comprender.


–Comprendería si me lo explicaras. – O quizás podríamos cambiar de tema.

–Me casé muy joven y...–comienza, pero luego se detiene–. No lo amo, lo que siento por ti... yo sé que
es reciente, que nos conocemos hace poco pero... siento como si te conociera de toda la vida. Es difícil
de explicar... –dice con resignación.

¿No lo ama?¿Y qué mierda hace con él, entonces?


–No lo comprendo –me siento sobre la cama, mitad enojada, mitad aliviada –si no puedes dejar a tu
marido, ¿dónde nos deja?

–No lo sé... no lo sé. Después de lo que pasó... –se toma la cabeza entre las manos, ella todavía está
acostada. –Fue... nunca imaginé sentirme así... nunca me sentí así.

Puedo ver que ella también está enojada, sólo que no sé el por qué. ¿Estará arrepentida?
Tomo una decisión apresurada:

–Milah, –le digo en tono práctico mientras acaricio su cabello– ambas tenemos cosas en la cabeza,
acabo de terminar con mi novio y tú no puedes dejar a tu marido. ¿Para qué apresurarse? Esto sucedió
sólo una vez, se puede terminar acá. Quizás es mejor que así sea, de esta forma ninguna sale
lastimada.

Las mariposas en mi estómago amenazan con salir y mientras le hablo reprimo el llanto. Espero haber
sonado convincente, aunque en el fondo sé que tengo razón. Esto va a ser demasiado complicado.

–No puedo, ni quiero... –apoya su cabeza sobre mi estómago al tiempo que me abraza fuerte,
intentando retenerme, aunque sabe que no iré a ningún lado– Tienes razón, no hay por qué apresurarse,
pero no lo entiendes... no es tan fácil. – apenas contiene las lágrimas, realmente no comprendo nada.

–¿Es por tu hijo? –pregunto.


Puedo entender que quiera estar con él, darle una familia y me sentiría una mierda rompiéndola.
Pero es que tampoco hay nada concreto, ¿por qué nos estamos adelantando?
Antes de que pueda contestar continúo:
–Entiendo. Estamos en una situación... horrible. Acá si o si alguien va a salir perdiendo. Queremos
correr y aún no sabemos caminar...
–Yo... tuve una vida tan... –me interrumpe– por fin te encontré. Lo supe desde el primer día en que te
vi. Eres lo que, sin saberlo, estaba buscando.

–Por qué no dejamos las respuestas para después –propongo finalmente–. Después de todo, nos
estamos conociendo. Y sólo hay dos cosas que quiero hacer: besarte y dormir.

Seca sus ojos disimuladamente, mientras le acaricio la mejilla. Ésta es la segunda vez que llora por el
mismo motivo y desearía saber por qué. Me sonríe tímidamente y luego me besa en la frente.

Nos acostamos y la abrazo, ella me aprieta con fuerza, como si necesitara asegurarse de que estoy ahí,
a su lado. ¿Qué le habrá pasado?.

Puedo ver que necesita cariño. Mucho. Y estoy dispuesta a dárselo, sólo que no quiero estar en el
medio. De su familia, claro. Me maldigo a gritos, ¿por qué siempre me busco a los más difíciles?

Empieza a respirar acompasadamente, le acaricio el cabello mientras sonrío. La abrazo fuerte,


intentando no despertarla; yo también la estuve buscando.

Hundo mi nariz en su cuello, huele exquisitamente bien. La beso, suavemente, temiendo que no haya
más de ellos. Le beso el cuello, la cabeza, la mejilla, los brazos... cada centímetro de su cuerpo al que
soy capás de llegar sin despertarla.

Ella suspira en sueños. Es tan hermosa y tan misteriosa.


La quiero.

Me pego más a ella, entrelazando nuestras piernas, intentando fundirme con ella. Y así, tan temerosa,
así, cargada de dudas, sonrío nuevamente mientras me dejo arrastrar por el sueño.

Capítulo 14
Milah me despierta sobre las 6 y media de la mañana besándome el cabello.
–Arriba preciosa, vamos a llegar tarde al trabajo –dice– te traje el desayuno a la cama.

Me muevo entre las sábanas sin poder reprimir un quejido, con suerte hemos dormido tres horas. Me
estiro y por fin abro los ojos. Me encuentro con su sonrisa, es aún mas bella cuando está desarreglada.

Definitivamente nunca podríamos ser amigas, primero porque me gusta demasiado y segundo porque
estar cerca de ella hace que mi autoestima caiga en picada. Es, sin duda, la mujer más hermosa del
lugar, donde sea que esté.

Y es mía.
Bueno, no.

Hago una mueca de disgusto ante tal pensamiento y no le pasa desapercibido. Sin embargo sonríe
abiertamente mientras coloca la bandeja a mi lado, sobre la cama, haciendo caso omiso a mi mohín.

–Toma –continúa, agachándose un poco para darme otro beso en la frente– traje tostadas y jugo de
naranja. Es muy bueno para empezar las mañanas.
–Gracias –digo mientras unto mi tostada con un poco de manteca.
–¿A qué hora entras al trabajo? –pregunta.
–A las 8 –hago una pausa, aún estoy grogui del sueño– ¿qué hora es?
–Son las 6 y media, es que...
–A mi me toca abrir el negocio por las mañanas –la interrumpo– podemos salir antes... si quieres.
–Perfecto, porque hoy tengo una clase a primera hora. Debemos correr.

Da un mordisco juguetón a mi tostada y se pone de pie. Busca en su armario algo de ropa y se quita la
parte de arriba del pijama. Me paro en seco, con la tostada a mitad de camino y mi boca abierta.

Me dedico a mirarla, aunque está de espaldas a mi, puedo percibir el contorno de sus curvas; es
extremadamente proporcionada, tiene una cintura pequeña y sus pechos resaltan en su delgada figura,
puedo ver la forma puntiaguda de ellos desde mi posición, no están caídos como esperaba que
estuvieran debido a la maternidad.

Se da cuenta de mi mirada escrutadora y me sonríe de forma pícara, como insinuando algo. Levanto
las cejas, divertida, dejando la tostada a un costado.
Quisiera quedarme todo el día en esta habitación, quién sabe lo que sucederá mañana.

Sin dejar de mirarme, se quita la parte inferior del pijama, ahora está completamente desnuda. Trago
en seco y ella ríe divertida. Se acerca a darme un beso, sólo le doy un pico, pues recuerdo que aún no
me lavé los dientes...

–Vamos –me recrimina– llegaré tarde.

Me levanto rezongando, la cama está calentita y afuera hace un frío de perros. Salgo corriendo hacia el
baño, me lavo los dientes y me doy una ducha rápida, de vuelta en la habitación me pongo la ropa que
ella me prestó la noche anterior.

Nos maquillamos en el auto, ya que me sacó a las apuradas de la casa. Me deja en la puerta del
negocio justo cuando termino de aplicarme la mascara y ella parte a la escuela, no sin antes decirme
que pasará por mí a la hora del almuerzo para llevarme “a casa”. Según sus palabras.

Apenas abro el negocio y pongo mis cosas en orden, decido aparecer en el mundo exterior, primero
llamo a Pierina.
–Hola Pieri –espero que no me delate la culpa.
–Hola Sici –atiende en el primer tono– ¿qué tal anoche con Milah?
–Cómo lo...
–Soy tu hermana Sicilia, no hace falta que me digas las cosas de forma explícita... te conozco como a
nadie.

–¿Y qué es lo que conoces? –le pregunto. Quiero saber hasta donde se imagina.
–Pues, que eres amiga de Milah Gregorovich –duda un momento, su voz empieza a sonar preocupada–
ten cuidado... es una chica muy complicada.

–¿Qué es tan complicado? –¿Ella también me va a decir que no lo podré entender?– ¿En dónde está la
gravedad del asunto?
–Pues nada –responde evasiva– no sé, su marido... es muy posesivo, y ella... no te acerques a él.
–Él no está, le haré compañía a Milah durante el fin de semana –supongo, digo en mi fuero interno.
–Ok, como quieras –está resignada– no seas tan caprichosa, lo digo por tu bien.
–Lo sé, perdón. Es sólo que quisiera saber qué es lo complicado.
–Sólo cuídate. Voy a decirle a Esteban que se quede conmigo sino es mucho problema.
–Claro que no. Así estaré más tranquila, sabiendo que estás acompañada.
–Si, gracias. ¿Estás bien? –pregunta preocupada.
–¿Por qué no habría de estarlo?
–No lo sé, por Julián, supongo. ¿No están Milah y Guada ayudándote a que te recuperes de la ruptura?

–Ya ha pasado un mes, no viene a colación el tema. No lo nombres. –Hago una pausa y agrego: –De
todas formas estoy bien, y definitivamente Milah me está ayudando a superarlo.

Mierda. ¿Notará el mensaje oculto?


–Bueno hermana, habla conmigo si lo necesitas. De verdad, nos debemos una charla, me tienes
preocupada, no sé lo que te está sucediendo.
–Tenemos una charla pendiente –coincido– pronto, lo prometo. Pero estoy bien, gracias por
preocuparte, hermanita.
–Siempre hermanita. Bueno, me voy, tengo mucho trabajo. Cuídate y llámame cualquier cosa.–Está más
animada.
–Claro –le digo–. Que tengas un buen fin de semana. Te quiero, Pieri.
–Yo más.
Luego le envío un mensaje a Guada:
“Pues... definitivamente le di tiempo a mi situación con Milah, ni te imaginas. O quizás si. Cuando
puedas llámame.”
Y me pongo a atender.

Estoy bastante distraída, no dejo de pensar en Milah. Doy gracias al cielo de que me hayan tocado
clientes honestos, sino habría armado un alboroto con la caja.

Cerca de las 11 de la mañana suena mi celular, pienso que es Guady, contestando a mi mensaje, pero
resulta ser Milah:
“Hola, te extraño.”
Sonrío y me vuelvo a olvidar del mundo.
“No tanto como yo”
“Me tienes loca Sicilia, no he dejado de pensar en ti”
“Yo tampoco, de verdad.”
Dudo un momento y luego le envío:
“Temo perderte”
No puedo evitar mencionarlo, después de todo es verdad. Sé que no me pertenece, pero me hace sentir
tan bien, y no quiero dejar de hacerlo.
“Es tan complicado”
¿Otra vez? ¿En serio?
“Repites eso mucho...”
“Porque es la verdad, algún día lo entenderás.”
“Espero que sea pronto”
Lo digo en serio, quiero saber qué es lo que pasa. Pero, por otro lado, quiero que salga de ella el
contármelo, no la quiero presionar.
“Sabes... pedí compensatorio. Hoy no trabajo a la tarde.
--
Podremos estar todo el fin de semana juntas...
--
Si es que te gusta la idea, claro”
No sé si buscaba cambiar el tema de conversación o no, pero logró distraerme.
“Que bueno!
--
Espero con ansias que sean la una”
“Prepárate
--
Entro a clases. Nos vemos a la una.
--
Te mando un beso.”
Sonrío como tonta al celular y acaricio la pantalla. ¡Dios! ¿Qué me pasa? Estoy hecha una
adolescente...

Continúo sonriendo hasta que la imagen de un niño se dibuja en mi mente. Refriego mis ojos
violentamente obligandome a borrar la escena que, poco a poco, se va nutriendo de detalles.

¿Qué voy a hacer? La culpa me carcome el cerebro, ¿cómo voy a mirar al niño a los ojos? Sabiendo
que hice lo hice. ¿Y a su marido? ¿Por qué no lo dejó antes?.
Basta de preguntas Sicilia...
Vuelvo a agitar mi cabeza, respiro profundo, me enderezo y vuelvo a concentrarme en el trabajo.
Capítulo 15

A la una en punto cierro el negocio, Milah ya me estaba esperando en el auto. Llegamos a su casa y
prepara el almuerzo. Propongo ayudarle pero sólo me deja mirar, su alegría es evidente y me dejo
ilusionar con que el motivo soy yo.

–Deja todo ahí, a mi me toca ordenar –digo luego de ver el desastre que armó– Además tengo hambre
y si limpias ahora la comida se va a enfriar.
Asiente en tono de aprobación y nos sirve pollo con papas al horno.
–Se te da muy bien cocinar –comento– deberías haber estudiado para chef, en serio.
Sonríe de forma evasiva, por algún motivo no le gustó mi comentario. ¿Qué tiene de malo?

–Estaba pensando que podríamos ir a dar una vuelta, por el parque. Normalmente los viernes salgo a
correr... –propone. Vaya pensé que quería que hagamos otras cosas.

Siento como el calor recorre mi cara, espero no estar tan colorada, maldita sea, detesto mi piel
transparente.
Me giro hacia ella y me está mirando. Si, notó mi rubor.
–Podremos hacer lo otro cuando volvamos –dice con un guiño pícaro en los ojos.
Me pongo aún más colorada, si es posible. No digo nada, tengo miedo que la voz delate mi estado. Me
limito a asentir.
Mientras seco los platos, se acerca lentamente y me abraza por la espalda, aspira el olor de mi cuello y
dice:
–Dios, hueles exquisitamente bien.
–Tu igual –le contesto.
–Mmmm mía –dice con una voz seductora.

Me molesta el comentario, pues es injusto que ella quiera que sea sólo suya cuando no puede darme lo
mismo a cambio. Frunzo el entrecejo, pero no digo nada, no quiero discutir, apenas nos estamos
conociendo.

Me alejo de su abrazo de forma sutil, de repente estoy molesta, y no quiero que ella sea el foco del
huracán, al menos por ahora.
–Que...–comienza a decir, pero se detiene cuando siente la puerta abrirse.
Claro, es la empleada, pensar que a esta misma hora, ayer... parece que pasó más tiempo, o ¿fue sólo
hace unos segundos?, un poco paradójico.

La empleada entra en la cocina y nos saluda. Es una señora de unos 60 años, con cara dulce, parece
una abuela; con su pelo blanco y las arrugas en su piel, su buzo de lana y pollera oscura. Quizás por
eso me enternece.

Luego de dejar sus cosas sobre la mesa de la cocina, me mira extrañada, y luego hace una seña, vaya
uno a saber a quién. No puedo evitar pensar que no le caí bien.¿Me querrá exorcizar?.

–Buenas tardes señora Gregorovich. –tiene una voz fuerte.


–Hola Griselda, le dejé anotado en la nevera lo que puede cocinar para esta noche– dice mientras
señala un papel agarrado con tres imanes.
–Claro, ¿su amiga se quedará a cenar? –pregunta posando sus ojos en mí.
–Si –contesto tímida.
–Se quedará todo el fin de semana, Griselda. –Se adelanta Milah, severa.
Griselda frunce el entrecejo, y pone una expresión de alarma. ¡Bah! Digo para mis adentros, ¿hasta
cuándo tendré que soportar la novela de misterio?

–Sici, voy a ducharme y luego salimos, puedes esperarme en la habitación, o en la sala viendo la tele –
dice mirándome a los ojos con una expresión extraña. Como dándome una advertencia.

–Claro –contesto.

Milah le hace un guiño con la cabeza a Griselda y sale de la cocina, directo al baño. Dudo un momento
antes de salir, después de todo Griselda... si quizás... de todas formas...

Pienso bien mis palabras, pues tengo que tener mucho cuidado de que no advierta que estoy buscando
información.
–¿Hace mucho que trabaja aquí? –pregunto con una fingida timidez mientras ayudo a limpiar la
mesada.
–Si, desde poco antes que llegue el pequeño Matías. –contesta mirándome fijamente. Su mirada me
intimida, pero no le doy importancia.

–Supongo que estará acostumbrada a cocinar para varias amigas los fines de semana, dado que los
hombres de la casa se van –continúo con el inocente interrogatorio.

–Pues no, es la primera vez que la señora Gregorovich trae alguna amiga, usted sabe... –deja
inconclusa la frase, segura de que Milah confió en mi todos sus secretos.

Así que no es una costumbre de Milah traer amigas, pues bien, me alegra saberlo. Sonrío de forma
involuntaria, quiero averiguar más...¿por qué nunca las trajo? Es algo totalmente normal... Decido
cambiar de táctica...

–Habrá sido todo un espectáculo ver a Milah embarazada... –comento como quién no quiere la cosa.
Hace un gesto extraño, involuntario. Eso me pone aún más confusa.
–Pues si... –dice en tono pensativo. –Supongo que fue un gran espectáculo...– continúa mirando hacia
arriba, hablando para si misma.
–No lo comprendo, ¿no la conoció embarazada? –¡Mierda! Mi maldita bocota, ¿por qué no puedo
mantenerme al libreto que había preparado en mi mente?
–Claro... ¿señorita...?
–Sicilia, Sici, para todos.

–Pues si me disculpa Sicilia, –recalca mi nombre– debo ir a lustrar los muebles, quiero terminar
temprano.

Cielos, crucé alguna línea imaginaria. ¡Que frustración! Todo esto me tiene de los pelos.
–Vaya Griselda, no quise molestarla.
–No es ninguna molestia.

Suspiro resignada mientras digo para mis adentros que ya tuve demasiado jugando al inspector Gadget
por el día de hoy, quizás mañana tenga más suerte, si es que Griselda trabaja los sábados.

Me dirijo a la sala y prendo la televisión, pongo un canal de música y me pierdo en mi cavilaciones.


Pongo en orden lo que me dijo la empleada.
Pues bien, hay algo raro, pero no sólo eso, sino que también hay como un contrato implícito, o quizás
explícito, donde dice que es un tema prohibido. Me pregunto que podrá ser tan grave. Tal vez, no es
que sea grave, sino que Milah no tiene la confianza suficiente para contarme...¿y por qué diablos no
trajo amigas?

Hasta ahora la imagen que tengo del marido es la de un dictador, pobre Milah, no debe ser una vida
fácil con él... ¿cómo es que se llamaba? ¿Sebastián? ¿Cómo se habrán conocido? Quizás si logro que
se abra conmigo al menos con eso pueda averiguar algo más. También está la posibilidad de acorralar
a Pierina.

¿Qué tan atada estará Milah con él? La quiero para mi.

De repente me doy cuenta de que ese es el motivo por el cual estoy tan ávida de información. Necesito
saber si algún día podremos ser sólo ella y yo. Saber que existe la posibilidad, porque está Matías en
el medio... Que complicado...

–Vamos –me sobresalto a escuchar la voz de Milah, me doy vuelta para mirarla, es como un bálsamo,
tiene ese efecto extraordinario en mi, hace que me olvide de todos los problemas.

–Vamos –digo sonriendo, poniéndome de pie y tomándole la mano.


Capítulo 16

Llegamos al parque y colocamos sobre el césped el típico mantel a cuadros. Luego sacamos el mate y
unas galletas. Estamos un poco ocultas del resto, aunque para ser sincera, no hay mucha gente por
alrededores pues en un lugar del parque que no es muy frecuentado. El día está soleado, pero no hace
calor, elegimos escondernos tras la sombra de un árbol inmenso.

Estamos sentadas una al frente de la otra, entre nosotras corre una energía extraña, demasiada tensión,
sexual, me atrevería a decir.

Empezamos a hablar de nuestras vidas para conocernos un poco más y mientras habla me quedo
hipnotizada con su boca. Tiene unos labios hermosos, rojos. Una sonrisa de modelo... muero por
besarla, pero al recodar dónde estamos me resisto. Me ruborizo.

Me pregunto si ella estará tan... con tantas ganas como yo, si saben a lo que me refiero. Quisiera poder
hablar con ella, pero me da demasiada vergüenza. Sigo mirando sus labios, como se mueven a compás
de sus palabras y... Milah, adivinando mis intenciones, mira hacia ambos lados y para mi enorme
sorpresa, me besa.

Posa sus labios sobre los míos sólo unos momentos, antes de retirarlos apenas unos centímetros y
decir de forma pícara:
–¿Deseando hacer eso señorita Andreotti?
–Claro –susurro contra sus labios– .Sólo que estamos en un lugar público. Nos pueden ver...
Abre los ojos ante la sorpresa, y luego de darme otro beso rápido, se retira, agarra una galleta y la
come de forma provocativa.
–Perdón. –dice, aunque sé que no está arrepentida.

–No te preocupes, el problema soy yo... debo acostumbrarme a esto. –Aún no estoy cómoda hablando
explícitamente de nuestra relación. –Dame tiempo, dentro de poco todo esto será normal, además si
otros lo hacen ¿por qué nosotras no?

Sonríe satisfecha, con una chispa de autosuficiencia. La miro nuevamente, y veo como los rayos del
sol juegan con los colores de su pelo, ¿cómo resistirme a ellos?

–Bésame. –le digo. –Rápido, antes de que me arrepienta.

Recoge un plato vacío, nos tapa la cara, y entre risas me besa. Primero lo hace suavemente pero luego
se va haciendo cada vez más apasionado. Introduce por fin su lengua en mi boca y la recorre. Estira su
mano para tocarme un pecho, se me pone la piel de gallina con ese contacto. De repente recuerdo
donde estamos y me desprendo. Ella me mira confusa y le hago un gesto de disculpas.

Mi respiración está un tanto agitada, por lo que espero a que se normalice.


–¿Paso a paso? –pregunta entre jadeos.
–Podría venir alguien– .Digo a modo de disculpa.
Ella asiente mientras se acomoda nuevamente sobre el mantel.
–Tienes razón...
–Pueden venir niños –la interrumpo.
–No lo había pensado –esta vez suena arrepentida.
–Pues...
Nos quedamos en silencio un momento, miro mis manos sin saber qué decir. Mejor cambiar el tema y
aligerar la tensión. No quiero discutir, no con ella.
–¿Y cómo fue el día en que supiste que estabas embarazada?

–¡Uf! –Suspira– pensé que me matarían... tenía 18 años, hacía poco que Sebastián era mi novio... les
dije a mis padres a través de una carta, y luego desaparecí un día completo. No quería estar ahí cuando
mi padre se entere.

Se detiene, una sonrisa involuntaria se dibuja en su rostro. La abrazo, no puedo evitarlo, además ¿qué
tiene de extraño un abrazo entre amigas? Ella me aprieta fuerte y luego me suelta, la sonrisa sigue ahí.

–¿Y con Matías cómo fue? –pregunto. No puedo ver su expresión ya que el sol me da en los ojos, pero
sé que algo ha cambiado. Mi instinto me dice que cambie la pregunta. Le hago caso.
–¿Cómo conociste a tu marido?, cuéntame desde el principio. –digo rápidamente.

Ella se acomoda sobre el mantel y hace un gesto de disgusto, vaya modo que tengo para relajar la
situación. Pero, para ser sincera, es un tema que me tiene dando vueltas.

Ya es hora de sacar a Nancy Drew de su escondite, quiero respuestas: saber hasta dónde está esa
imposibilidad de dejarlo y, además, quiero saber absolutamente todo de ella.

–De verdad, ¿tenemos que hablar de esto? No hay necesidad de traer a colación este tema, sobre todo
después de una tarde hermosa –.Dice un poco contrariada.

–Lo sé –estoy un poco arrepentida y sigo sin comprender por qué le molesta tanto hablar de esto– es
que... necesito saber, estoy... asustada, ansiosa. Compré todos los boletos para salir lastimada.
Sonríe de forma cariñosa. Y empieza a hablar, por fin.

–Nos conocimos poco después de que cumplí 17 años –juega con las migas de pan que cayeron al
mantel, sin levantar la vista –el tiene 5 años mas que yo, iba a mi colegio a hacer prácticas, y pues...
ya sabes, empezamos a salir. Fue un noviazgo lindo, perfecto, el era tan seductor, atento, cariñoso.
Mis padres lo adoraban, era el hijo que nunca tuvieron... y yo... yo no tenía ninguna queja... Todo
cambió cuando quedé embarazada...

–De tu primer hijo. –Acoto.

–La verdad Sici, ¿podemos cambiar de tema? No me agrada hablar de esto, en serio. –Se nota la
tensión en su voz. No me dirá nada más. De todas forma tomo coraje, si estoy en el baile ¿qué mejor
que bailar?

–¿Qué pasó después? –increpo con la voz quebrada, no sé dónde quedó la seguridad de la que tanto
presumía hace unos segundos.
Pone los ojos en blanco y suspira antes de continuar.

–Bueno, mi padre nos obligó a casarnos. Yo no quería hacerlo, imagínate, tenía apenas 18 años. Era
muy chica. Mi padre... es demasiado difícil y cuando él no está en casa cuento con mi madre para
reemplazarlo. Nunca tuve un respiro, ésa era la parte positiva de casarme, que tendría más
autonomía... ¿Te conté alguna vez que soy adoptada?

¡Vaya! ¿Será ésta la fuente de sus problemas? Quizás busca a su madre biológica...
–No, no lo sabía. –contesto finalmente, tranquila.

–Si, me adoptaron de bebé, pero ellos ya eran muy grandes. Me dieron la mejor vida que me pudieron
dar. Nunca me faltó nada, ni en lo económico ni en lo emocional –sonríe tímidamente– pero para
algunas cosas son imposibles.

“Debido a su edad, supongo, son demasiado tradicionales, no les gusta que las cosas estén fuera de
lugar y tener una hija que se convertiría en una madre adolescente no fue una opción. De todas formas,
sé que hacían lo que creían que era lo mejor para mi. –No me mira a los ojos, en lugar de eso, continúa
jugando con las miguitas.

Me doy cuenta de que sutilmente cambió el tema de conversación, vaya es astuta. De todas formas por
fin está más comunicativa, así que decido sacar provecho.

–¿Conociste alguna vez a tus padres biológicos? –pregunto.


–Sólo a mi padre, mi madre murió al nacer. Y bueno, el hizo lo que creía que era lo mejor para mi.
–¿Y lo ves seguido? –tomo su mano y le acaricio.
–Hablamos bastante. Nos llevamos bien...

Sonrío abiertamente. Milah de verdad parece haber tenido una infancia difícil, pero de todas formas
tiene una inmensa pureza en su corazón, es lo que más me atrae. Casi.

No le pregunto nada más, sólo la miro. Realmente desearía poder protegerla de cualquiera que le haga
daño. Sé que detrás de esa imagen de guerrera se esconde una muñequita frágil.
–Cuéntame de ti. –pregunta sacándome de mi ensoñación.

–Pues, nada –suspiro, ¿qué le puedo decir? –mi vida es muy aburrida, ya sabes. Mis padres son
aburridos, mi hermana no es aburrida pero es predecible, yo también lo soy...

–Esto no fue predecible. –Acota de repente, con un tono pícaro.


–No –coincido– quizás por eso es tan emocionante, y tan...
–Lo sé, a veces tampoco encuentro las palabras...
–Te conozco desde hace tan poco –digo de repente– pero siento que lo hago de toda la vida. ¿No es
raro?
–No –dice– a mi me pasa exactamente lo mismo.
–El tiempo es relativo ¿no?
–Muy relativo –coincide.
Capítulo 17

A la hora del atardecer, pasamos por mi departamento a buscar más ropa. Abro la puerta y no puedo
evitar encontrarlo extraño. Es como si estuviese viviendo en un mundo paralelo. No puedo creer que
hace unos meses mi vida era completamente normal. Hace tan poco tiempo buscaba la forma de poder
sacármela de la cabeza, y ahora, estaba ella ahí, en mi casa, tomándome de la cintura... Increíble.

Nos sentamos en la cocina y enciendo la luz. Se sienta sobre la mesada, un lugar bastante cómodo
dada la pequeña dimensión de mi cocina.
Ella observa a su alrededor, como si no quisiera perderse ni un detalle.
–¿Quieres comer algo? –pregunto, luego de una pausa, mientras abro la heladera.
–Si –dice, luego se pone de pie, se acerca a mi y me besa apasionadamente, cobrándose cada uno de
los besos que no me pudo dar en la tarde.

Y yo se los devuelvo con igual o mayor intensidad. Poco a poco nos alejamos de la heladera y nos
apoyamos sobre la mesada de la cocina. Un calor empieza a correr por todo mi cuerpo.

Por fin.
–Vamos al dormitorio –propongo entre jadeos.

–No. –Contesta seca. Luego me toca un pecho que se tensa ante su roce. Me agarra fuerte de la cintura
y me conduce hasta el living, siempre besándonos. Me recuesto sobre el sofá y recorro todo su cuerpo
con mis manos. Me detengo en sus pechos, huelen tan bien. Huelen a ella. Se coloca sobre mí y me
levanta la remera, traza círculo en mi ombligo y yo no puedo reprimir un gemido. Juega conmigo
trazándome mapas invisibles por todo mi cuerpo. Besa cada uno de mis rincones, deteniéndose en mi
cuello y aspirando profundamente

–Ahh –se regodea entre jadeos.

Sube mi remera hasta el cuello mientras yo me aferro a sus muslos, intentando calmar el calor que
siento ahí abajo. Mordisquea suavemente mis pezones enviando señales de placer por todo mi cuerpo.
Le quito la remera, despacio, disfrutando del aroma que se desprende de ella, luego le quito el corpiño
y siento como mis labios tiemblan delicadamente ante tal visión.

Posiciono mis labios sobre sus pechos y los lamo, los succiono. Suavemente tomo un pezón entre mis
dientes y tiro suavemente de el. Ella suelta un fuerte jadeo ante mi pericia y posiciona su mano en mi
entrepierna. Sigo con el pecho izquierdo hago exactamente lo mismo. Puedo sentir el calor que
emanan nuestros cuerpos.

Me arqueo hacia ella, con mi boca aún en sus pechos, y rápidamente me desprendo el pantalón.

–Por favor. –Le suplico. Ella se tumba en el suelo y empieza a juguetear con mi clítoris, primero con
su mano, pero luego con su lengua. Cierro los ojos del placer. No puedo evitar arquear mis caderas,
para acercarme aún más hacia su boca. Con las manos temblorosas coloco su cabeza, justo ahí, donde
la necesitaba. Despacio me atormenta con suaves lengüetazos, mientras la sangre corre violentamente
por mis venas.

No puedo más.

Me coloco sobre ella y empiezo a mecerme. Desde atrás introduce un dedo en mi vagina mientras yo
beso aquella zona de su cuerpo que mi boca es capaz de encontrar.

Tira fuerte de mi cabello, haciendo que mi cabeza vaya hacia atrás y besa mi cuello, aspira mi
perfume y vuele a jadear.
La excitación es tal que duele.

Me tumba a su lado y me agarra la mano, sólo un momento, para posicionarla en su entrepierna.


Lentamente la penetro con uno de mis dedos, atormentándola con un suave ritmo. Me deleito cuando
observo como tiembla su labio inferior. Se arquea hacia mi mientras emite un grito ahogado.

–Más. –Pide en un tono apenas audible.

Introduzco un segundo dedo y empiezo a trazar círculos en su interior. Ella hace lo propio conmigo,
rítmicamente entra y sale de mí, susurrando palabras de amor que quedan perdidas en el viento. Cierro
los ojos y dejo escapar un gemido.

Instintivamente aumento el ritmo de mi mano, haciendo eco de lo que yo necesito. Voy cada vez más
rápido, mientras ella se detiene dentro de mí. Empieza a jadear y con la mano que tiene libre se
acaricia los pechos. Siento los espasmos chocar contra mis dedos mientras llega a su clímax con un
fuerte gemido.

Empiezo a temblar del placer cuando ella vuelve a arremeter con su boca en mi clítoris. Vuelvo a
posicionarla en el punto exacto mientras la rodeo con mis piernas.

Juega con mi protuberancia al ritmo de mis gemidos. Hasta que, finalmente, el éxtasis me arrastra en
silencio, haciendo que me olvide de todo.
Rueda sobre mí y me abraza fuerte, aspirando el aroma que quedó en el ambiente.
–Por fin. –digo entre jadeos.
Se coloca sobre mi pecho y entrelaza sus piernas con las mías. Sube y baja por mi abdomen en una
sola caricia. Cierro los ojos y sonrío.
–Aún no he terminado contigo –dice en tono picaron.
–Ni yo contigo –respondo sin abrir los ojos.
–Espera a llegar a casa –me advierte.
Río entre dientes, siento una felicidad inmensa.

Nos quedamos en silencio, las palabras sobran. No sé cuánto tiempo pasó, yo sólo me deleito por
poder tenerla entre mis brazos. Me quedaría así hasta siempre. Sólo que...

–¡¿Sici?! ¿Estás en casa? –siento que dicen desde la entrada. –¡Abre la puerta!
–¡Mierda! Mi hermana. –le digo a Milah, mirándola horrorizada.
Capítulo 18
Me pongo de pie rápidamente y Milah me sigue. ¡Dios! ¿Qué hace tan temprano aquí?
–¡Ya voy Pieri! –grito mientras recojo como puedo la ropa del suelo –No encuentro la llave...

Le hago señas a Milah, que empezó a recorrer el living ayudándome con la ropa, para que me siga
hasta mi habitación. Una vez allí tiro todo lo que recogí a un costado y me acomodo a las apuradas
mientras salgo corriendo a abrirle a mi hermana.

Antes de girar la llave respiro profundo en un virgen intento de calmar mi respiración. Sé que mi
hermana hará preguntas, sólo espero poder salir airosa de la situación.

–Espera allí –le digo a Milah en un susurro cuando ella aparece por la puerta. – Y arréglate la camisa.
Ella asiente y vuelve a entrar.
Mierda, mierda, mierda.
Vuelvo a respirar profundamente, y con los ojos cerrados, abro la puerta lentamente.
–Hola hermanita. –La saludo con una fingida inocencia.
–¿Desde cuando cierras la puerta con llave? –me recrimina mirándome fijamente.
–Lo siento... –dudo un momento ¿y ahora qué excusa pongo?– No me di cuenta, tengo la cabeza en
otro lado.
–¿Estás acompañada? –pregunta observando el desorden que hay en living.

–Si... –no sé que más decirle, sólo miro al suelo.


–¡Habérmelo dicho antes! –dice con un tono pícaro mientras se dirige a la cocina, yo la sigo. –¿Tanto
te cuesta enviarme un mensaje: “Pieri estoy con un chico, te aviso cuando puedas volver”?

Ay Dios. Si, debería haberle enviado un mensaje de ese estilo, sólo que si, por algún motivo, llegaba
antes y, en lugar de encontrarse con un hombre, se encontrase con Milah...

–Pero no estoy con un chico... –dudo nuevamente, ¿por qué no puedo mirarla a los ojos? –sólo estoy
con una amiga.
–¿Guadalupe? –increpa.
–No.
–¿Paula?
–Tampoco.
–Ay vamos, con quién estás, ¿por qué tanto misterio? –pregunta exasperada.
–Pero si eres tú la quiere adivinar –hago una pausa– estoy con Milah.
–Sici, ¿estás loca? –me reprende alarmada mientras busca apoyo en la mesada.
–Sh, baja la voz, está en el dormitorio...
–Ay Sicilia... te dije que tuvieras cuidado... –susurra.
–Pieri –le contesto también en vos baja. –Yo... –no sé muy bien qué decir, por suerte ella se adelanta.
–¿Estás loca?
–¿Por qué? –Entorno los ojos– .Explícamelo de una vez, cómo pretendes que sea precavida, sino me
explicas de qué me estoy cuidando.
–El marido de Milah es un desequilibrado –dice finalmente.
–Pero yo soy amiga de ella, no de él.
–Es un hombre peligroso –dice tomándome de la mano– no quiero que te suceda nada. Dicen que es
muy violento.
¿Es por eso que Milah no quiere hablar de él? ¿Será que le avergüenza... ?
–¿Le pegó a Milah? –pregunto de repente, pensando en la idea. Si le puso una mano encima... Siento
un leve picor en la palma de mi mano.

Pieri se mueve incómoda, me mira a los ojos y me responde con una mueca que lo dice todo, no
obstante para que no quede dudas, me agarra de la mano y susurra:

–No lo sé, pero en el bar todos tenemos cuidado de no hacerlo enfadar.


–¿Por qué?
–No quieres ver en lo qué se convierte ese hombre cuando no consigue lo que quiere.
–¿Pero tú estás segura de que él le ha pegado? –pregunto sin poder contenerme.
–Segura, segura, no... Pero hay rumores y si el río suena es porque agua trae...
–Lo sé, pero quizás sólo es muy exigente –no puedo creer que lo esté defendiendo, pero prefiero
hacerlo antes de pensar que Milah fue agredida por él.
–No, es violento. De eso no hay dudas.

Genial. Lo único que faltaba. Siento la urgencia de protegerla de todo lo malo que pueda pasarle.
Cierro los ojos con fuerza, intentando reprimir las imágenes que vienen a mi cabeza.

–Milah me hace bien, nos divertimos mucho. No quiero perder su amistad por unos rumores –necesito
aclarar que alejarme de ella no es una opción.
–Lo sé... sólo...
–Es una amiga confiable...
–Prométeme que tendrás cuidado –ruega Pieri.
–Claro –respondo en un susurro.

Nos quedamos en silencio, paradas una en frente de la otra. No hay más que decir. Le sonrío
tímidamente. Una pequeña parte de mi sabe que Pierina sospecha que entre nosotras hay algo más que
una amistad, pero decido no hacerle caso.

–Bueno... –empiezo a decir– voy a buscar a Milah, hace mucho que me está esperando en la
habitación. De repente siento la necesidad de abrazarla, si lo que dice mi hermana es verdad...

–Claro –dice compungida. –¿Se quedarán a comer?


–Sólo si tú estás sola.
–No, vendrá Esteban. Quédate tranquila.
–En ese caso recogeré unas cosas y me iré –digo mientras salgo de la cocina.
–¿A dónde? –me detiene.
–Dormiré con ella otra vez, su marido sigue fuera de la ciudad.
–Ok, ten cuidado –me advierte una vez más.
–Si, Pieri. Gracias por preocuparte –le sonrío mientras finalmente voy a buscar a mi chica.
Capítulo 19
Vuelvo a mi habitación sin poder dejar de pensar en lo que me dijo Pierina. A pesar de los ruegos de
mi hermana no estoy preocupada por mí, sino por Milah.
Cuando entro en mi habitación, ella está jugando con una cajita musical.
–Hola extraña –digo mientras la abrazo por la espalda. Aspiro su perfume e increíblemente me siento
más tranquila. Ella me rodea con sus brazos desde atrás.
–¿Todo bien? –pregunta.
–Todo bien –no quiero hablar del tema por el momento. Se da vuelta me dedica una mirada
evaluadora.
–Decíselo a tu cara...
–No ha sucedido nada, solo discutí con Pierina, cosas del hogar. –Aclaro.
–Tu habitación es muy bonita –comenta cambiando de tema.
–Es un poco pequeña –digo mientras busco en mi armario una muda de ropa.
–No, es perfecta. Llena de diseño.
–Claro –sonrío. –Sería un crimen trabajar en una tienda que vende todas estas cosas y no comprar
ninguna.
–¿Ya tienes todo listo? –pregunta al ver que cierro la mochila.
–Casi, sólo me falta el cepillo de dientes...
–Pero si ya tienes uno en casa –pone los ojos en blanco.
–Está bien. Vamos...

Saludamos a mi hermana, y partimos a casa de Milah ansiosas por darnos muchos mimos. Sólo recogí
una muda de ropa, ya que no sé a qué hora llegará su marido el domingo y es probable que no lo
pasemos juntas.

Decido no hacerme ninguna pregunta, aunque la verdad es que necesito respuestas.

Estoy un poco ansiosa por lo que sucederá después, pero quizás es mejor no presionar, después de todo
nada bueno sale cuando uno fuerza las cosas. Si, todo a su tiempo.

Vamos en el auto en silencio. En el semáforo me sonríe y me da un beso en la mejilla. A veces siento


que puede leerme la mente.
–Nos las arreglaremos –dice contra mis labios.
Eso espero.
Sonrío a modo de respuesta, no me siento parlanchina.

Quiero contarle detalladamente lo que hablamos con mi hermana, ya que no puedo sacarme de la
cabeza la palabra violento. Lo que mas me urge saber es si él le ha puesto una mano encima, necesito
que ella sepa que nunca la voy a dejar. Pero, como dije hace un momento: todo a su tiempo.

Cuando llegamos a su casa preparo algo para cenar, mi cabeza pide a gritos que hable del tema y
necesito acallarla.

Preparo carne y ensalada. Me puse creativa y hasta agregué algunas especias extrañas, el resultado fue
bastante bueno, el mejunje que hice sabía bastante bien. Ambas estábamos famélicas debido a la
aventura de la tarde, tal es así que, mientras comíamos, apenas pronunciamos unas palabras.

No deja de lanzarme miradas extrañas, sabe que le estoy ocultando algo, sólo me pregunto por cuánto
tiempo podré de hacerlo.

Cuando terminamos de cenar voy hasta la mesada y empiezo a fregar los platos, aún continuamos en
silencio, sólo que esta vez el ambiente está cargado con una ligera tensión.

–¿Qué pasó con tu hermana? –pregunta de repente, parándose a mi lado con lo brazos cruzados.
–Todo bien. –Digo, no puedo ocultar la tristeza en mi voz. El sólo pensar en lo que dijo mi hermana...
–¿No quieres hablar de ello? –pregunta preocupada sin quitarme la vista de encima.
–No es eso, –suelto un suspiro y miro hacia arriba. Si, mejor acabar con todo esto.

Por fin levanto los ojos hacia ella, hace unos pequeños golpecitos en el suelo con uno de sus pies,
debido a la ansiedad.
–¿Qué? –increpa sin poder contenerse.
–Mi hermana trabaja con tu esposo. –Suelto de repente.
Su pie se detiene repentinamente, la sorpresa invade su cuerpo. ¿En qué estará pensando?
–Ah –dice por fin con un dejo de voz. –¿Y que te contó sobre él?
–Nada –digo intentando tranquilizarla un poco. No comprendo por qué se pone así. –Solo que tenga
cuidado.
–¿Cuidado? –pregunta intentando ocultar la preocupación.
–Si, ya sabes... –me detengo en seco, quizás si no agrego nada más ella me cuente, finalmente, quién
es este hombre.
–¿Qué cosa? –pregunta. Siento una puntada de decepción.
–Estás casada, no creo que exista algún hombre que se sienta cómodo con que su esposa tenga una
aventura...
–Tienes razón... –sonríe involuntariamente.
–Imagínate además que su amante es una mujer...
Suelta un sonoro suspiro de alivio.
–No lo había pensado –dice compungida.
Nos quedamos en silencio haciendo los quehaceres. Cuando estoy terminando de fregar me dedica una
sonrisa tímida y dice:

–No eres una aventura para mi. –Me detengo en seco y sonrío abiertamente, es lo que necesitaba
escuchar –Se que puede sonar inverosímil, pero a pesar de que nos conocemos hace poco... –se detiene
avergonzada.

–Vamos, ¡dímelo! –le apremio.


–Siento que esto puede ser para toda la vida –esta vez es ella la que se ruboriza, yo me muero de amor.
Finalmente sonrío abiertamente.

Le doy un beso en la boca, rogando que transmita la felicidad que me invade y mojo su rostro con mis
manos llenas de detergente. Me agarra fuerte por la cintura y me da un beso en el cuello, luego se
detiene en seco, la sonrisa ha desaparecido.

¿Por qué es tan ciclotímica? A penas puedo seguirla en sus cambios de humor.
–Pero...– dice mientras empieza seca los platos– .Es demasiado complicado .
Otra vez sopa.
–Prueba contándomelo –digo sin poder contenerme, me detengo a mirarla fijamente, ella hace una
mueca de disgusto.
–Ojala pudiera...

–¡Por Dios! ¿Cuál es el secreto? ¿Qué tan grave es? –Todo el humor que había adquirido hace un
momento se evaporó –.Si no vas a confiar en mi, no hagas alusión al tema porque cuando lo haces
automáticamente quiero enterarme... y me frustra ver cómo te haces la misteriosa.

–No es eso –dice arrepentida– No es grave, para nada.


–Entonces ¿qué es?
–Es que si te cuento, saldrás corriendo... –dice por fin agachando la mirada. –Es demasiada
información para asimilar de una sola vez...
–Ponme a prueba –le reto.
Se queda en silencio, por lo que la tomo de la barbilla para que se fije en mí, y en un susurro le digo:
–No me voy a ir a ningún lado, créeme... por fin me siento...
–Te sientes... –dice.
–Bien, protegida. –contesto rápido, iba a decirle “como en casa”, pero sé que es demasiado pronto.
Sonríe tímidamente y acaricia mi mejilla.
–No lo sé –vuelve a decir, pero yo sé que la he convencido.
–Anda, ponme a prueba –digo por las dudas.
–Está bien –dice luego de una pausa. –Pero iremos despacio, sólo una cosa a la vez. ¿Te parece bien?
–Me parece perfecto –le contesto.
Paso a paso, respito en mi fuero interno.
–¿Preparada? –pregunta nerviosa.
–¡Claro!

Finalmente voy a empezar a entender. Las mariposas en mi estómago revolotean contentas. Pero al ver
su expresión un miedo irracional se apodera de mí.

¿Y si tiene razón y salgo corriendo?


Capítulo 20
Me toma de la mano y me conduce hasta la habitación. El corazón me palpita violentamente, mitad
por los nervios, mitad por la ansiedad.

Al entrar mira a su alrededor y me indica que me siente en la cama, ella se ubica en una silla y me
toma de la mano. No puedo evitar sentirme como una niña caprichosa a la que la van a regañar.

Sonrío tímidamente a modo de aligerar la tensión.

Se que lo que tiene que decirme no es bueno, porque está híperventilando. Decido no presionarla,
mejor que se tome su tiempo, ya he ganado una pequeña batalla.

–No sé por dónde empezar... –dice al ver mi mirada escrutadora.


–Por donde te sientas más cómoda, bebé –acaricio su mano suavemente y ella sonríe, se toma un
momento antes de decir:
–Recién te conté que soy adoptada...

–Si, lo recuerdo –digo luego de ver que, nuevamente, se queda en silencio. Quiero impulsarla a que
hable pero sin parecer demasiado pesada. En estos momentos mi necesidad de llegar al quid de la
cuestión ha alcanzado cotas inexplorables.

–Mis padres son muy estrictos...


–Lo mencionaste –contesto con un tono ameno. Ella mira sus manos, no se atreve a levantar sus ojos
hacia mí.
–Pues... –se sienta sobre la cama, con las piernas cruzadas y vuelve a suspirar. Puedo ver cuánto le
cuesta hablar del tema.
–Pues... –insisto. –A ver, dime, ¿por qué te cuesta tanto hablar del tema? –Toma una gran bocanada de
aire y me dedica media sonrisa. Sigue sin mirarme a los ojos, está concentrada en una pelusa de la
frazada, yo le presiono la mano y parece que funciona, pues empieza a hablar.
–Porque si mis padres son estrictos, tan estrictos que me tienen controlada a los 28 años, ni te
imaginas lo que es mi marido... si se entera...

–Milah –le presiono la mano, y la miro a los ojos –puedes confiar en mi, lo sabes. No voy a contarle a
nadie, ni voy a juzgar a tu marido por nada de lo que te haya hecho, mucho menos a ti. Te quiero, te
quiero como eres... no cambiaría nada de tu ser. Pero entiéndeme, necesito saber, para...–me calla con
un beso en la boca y por fin me dedica una sonrisa genuina.

–Sigamos con la historia del horror... –dice con un tono resignado. Mira hacia el techo y empieza a
hablar, por fin. –Pues, mi marido maneja todo, absolutamente todo lo que sucede en “esta vida”. Creó
una historia ficticia de una “princesa” en una casita de cristal que, obviamente, no existe. Yo entiendo
que él quiera lo mejor para Matías, pero... –se detiene en seco para luego volver a comenzar. – Cuando
perdí a mi bebé, el mundo se me vino abajo, Sebastián y yo nos habíamos casado por la presión de mis
padres, a eso súmale que él era de un pueblo pequeño, donde mi embarazo dio mucho de qué hablar...
los padres de él también nos presionaban, la sociedad...uf, no nos casamos porque fuese nuestro deseo,
ni mucho menos por amor ¿entiendes?

–Claro... –digo un tanto confusa.

–Y bueno, cuando lo perdí, –al bebé– entré en una depresión muy grande. Imagínate, fue horrible, la
etapa mas oscura de mi vida. Y Sebastián, bueno, él hizo su vida... –dice en un susurro. A mi me
empieza a entrar calor en las manos, quiero golpearlo, por no estar con ella en ese momento tan
difícil...

–Después de un tiempo –continúa– yo era muy infeliz. Me volví demasiado rebelde. Imagínate, era
una adolescente, que vivía sola, tenía que estudiar, trabajar. Con Sebastián nos fuimos alejando, en
realidad nunca “estuvimos cerca”, él se vio abrumado por tener que hacerse cargo de una familia y
“dejar atrás la adolescencia” hasta que se convirtió en un completo desconocido para mi.

“Me llegaban demasiados rumores de lo que hacía durante el día y la noche, pero la verdad que a mi
poco me importaba, nunca llegué a sentir nada profundo por él. Aunque los acontecimientos sucedían
demasiado de prisa como para que yo me detenga a pensar si estaba enamorada de él o no (por
entonces yo pensaba que si lo estaba...). En ese tiempo buscaba escapar de mi mente sólo unos
minutos. No tenía muchas amigas, ya que en el colegio me ignoraban por mi embarazo, mi
matrimonio, los rumores de mi marido. Y cuando entré en la universidad estaba demasiado deprimida
para hablar con nadie. Estaba sola. A mis padres tampoco podía recurrir ya que cada vez que lo hacía
me exhortaban a que perdone a Sebastián, que la Biblia era muy clara en cuanto al matrimonio... “Sici,
no te imaginas lo que pasé en esos años...–dice entre sollozos.

Tengo un nudo en el estómago, la abrazo fuerte. Si, me lo imagino, y ¡cómo me hubiese gustado estar
ahí para poder acompañarla!, para ofrecerle un hombro. Como deseo tener alguna varita mágica para
poder borrar esos recuerdos de su mente.

También quisiera decirle que desde ahora íbamos a crear una nueva historia, a la que no le va a faltar
una gota de amor, ni de ternura... pero eso por ahora no era posible...
Le suelto el abrazo, no es momento para ponerse pesimista. Le doy un beso en sus lágrimas y las seco
con un dedo. Milah sonríe tímidamente, me aprieta contra ella y da otro suspiro.

–Déjame continuar, hay un punto al que quiero llegar. –Puedo ver como, de repente, la necesidad de
hablar va creciendo dentro de ella, es evidente que es la primera vez que habla de lo que vivió en esa
época y de cuán importante es para ella por fin hacerlo. Sabe que puede confiar en mi, lo sabe, por eso
hace esta catarsis. No puedo evitar esbozar una sonrisa ante tal certeza.

–Claro. –Le digo sin soltarle la mano. Me recuesto sobre el respaldar de la cama y la miro fijamente,
le acario suavemente el pelo y le doy un beso en la frente, luego de eso le hago un gesto que la invita a
seguir hablando.

–Esos años, eran terribles, viví de todo... viví toda una vida en esos años. A día de hoy no hay nada que
pueda sorprenderme, creo que no me quedó nada por ver... te aseguro Sici, que no sucumbí a las
drogas de milagro...

“Y de repente, no sé cómo, fue como despertar de una pesadilla, me di cuenta que toqué fondo, y
cuando ya no puedes caer mas, inevitablemente empiezas a subir.

“Un día me levanté positiva, empecé a ver la vida con otros ojos, con otras ganas. Por algún motivo
me sentí motivada. Deje de auto complacerme y sentir lástima por mi misma y me hice cargo de mi
vida. Sabía que algo bueno iba a sacar si tenía una actitud positiva.

“Sebastián, por otro lado, continuó con su adolescencia, no se fijaba en mi, yo sabía que él estaba con
otras mujeres... no me importaba en absoluto, aunque me parecía injusto que él pudiera llevar una vida
de soltero, mientras yo me escondía en casa. A mi me empezaron a gustar unas compañeras y unos
compañeros de la facultad, pero por algún motivo no buscaba avanzar... incluso cuando tenía la
certeza de que iba a encontrar un buen recibimiento. Me resonaban las palabras de mi madre que decía
que yo debía deberme a mi marido... Creía que si me metía en una relación paralela con otra persona,
no era ni ético ni moral y además era injusto, para los tres... todo eso cambió cuando te conocí –me
sonríe. Le doy un fuerte abrazo y la beso apasionadamente, ya no está llorando, pero siento el
sufrimiento en su voz y quiero mitigarlo de la forma que sea. Quisiera llenar su mente de momentos
felices, necesito transmitirle que la comprendo, que imagino como se sintió, pero no sé muy bien
cómo hacerlo. La vuelvo a besar y ella me responde el beso, sólo un momento.

–Sicilia –dice alejándose suavemente mientras ríe entre dientes. –Déjame terminar y nos abocamos a
eso si quieres. –me dedica una sonrisa picarona. Me pongo colorada. Y sonrío, definitivamente Milah
puede leer mi mente.

–Si, perdona –le digo, mientras limpio mi boca, fingiendo estar avergonzada.

–Pues, ¿dónde estaba? Vamos que me distraes... Ah si. Sebastián. Pues, como te decía él salía todos
los días, a veces volvía borracho, no llegó a pegarme, pero si se volvió violento. Yo busqué por todos
los medios hacer la convivencia mas llevadera, le fui sincera, le dije que no sentía amor por él y eso lo
enfureció. Recuerdo que estaba medio borracho, y nos sentamos en la mesa del comedor, él volvía del
bar...

“Mis padres le habían abierto uno en el momento en que nos casamos, y como te mencioné, pasaba las
noches ahí, tomando. En fin, como te iba diciendo, Sebastián se enfureció cuando le confesé que no lo
amaba, creo que porque sabía que no estaba mintiendo, de todas formas, si era posible, la situación
empeoró. Yo seguía diciéndole que estaba decidida a progresar y terminar con este cuento bizarro y
que nada de lo que pudiera hacer me haría cambiar de opinión.

“La situación se fue tornando insoportable, ambos gritábamos, él empezó a romper cosas y luego
intentó pegarme, ahí fue cuando dije: basta.

“Salí hecha una furia a casa de mis padres, lloraba, verdaderamente tenía miedo. Mis padres estaban
asustados por mi aparición, pude ver el miedo y la furia reflejados en sus rostros... pero cuando les
dije que había decidido divorciarme, obtuve la respuesta que esperaba: se volvieron locos, me dijeron
que tenía que solucionar el problema, ya sabes... que apenas teníamos 22 años (si, lo sé, aguanté
bastante), que teníamos una vida por delante, que Dios hizo el matrimonio para toda la vida y después
de ella, me dieron el teléfono de un consejero matrimonial y tantos consejos que ya no entraban en la
habitación... lo sabía, desde un principio supe que estaba sola, pero siempre había guardado una luz de
esperanza.

“Luego de unos días fui a donde mi padre biológico, ahí obtuve más contención, pero él no se quería
poner de ningún lado y yo tampoco quería obligarlo a que lo haga. Volví a mi casa sabiendo que
debería aguantar esta situación por el resto de mis días...

–Y ahí quedaste embarazada –me aventuro.


–Matías no es mi hijo. –Dice de repente, dejándome totalmente en shock.
Capítulo 21
–¿Qué? –pregunto totalmente asombrada. –No entiendo nada, Milah.
–Dijimos que una cosa a la vez –responde tímidamente.–Vamos despacio, ahora entiendes un poco
más.
Se detiene al ver mi cara, la analiza detenidamente y luego suspira profundamente antes de volver a
empezar:

–Matu, es mi pilar, el que me mantiene con vida, pero no es mi hijo. Antes te comenté que él y mi
marido se van a ver a mi suegra los fines de semana... Y si, lo hacen, pero también van a ver a su
madre biológica.

”Mi marido, es... consiguió la tenencia de Matu, algo que es muy difícil dado que es hombre, pero lo
hizo y bueno, en el régimen de visitas quedó expresado que él debe ver a su madre los fines de
semana.

–Pero... ¿por qué no te separas?


–Es imposible, cuando conozcas a mi marido te vas a dar cuenta, es una persona imposible, pero eso
mi querida Sicilia, es otra historia.
–Y ¿Matías sabe?

–Si, claro que lo sabe, él comparte el infierno conmigo, somos cómplices del cuento macabro que creó
Sebastián. Poco después de que me enteré que dejó embarazada a una de las chicas con las que salía,
naturalmente volví a intentar divorciarme, erróneamente creí que mis padres me apoyarían. Ahí fue
cuando comenzó el verdadero infierno.
Empieza a llorar desconsoladamente, y sé que la historia, al menos por ahora, ha terminado. La abrazo
fuerte intentando trasmitir todo mi amor hacia ella. Le tomo la cara con las manos.

–Tranquila, tranquila –le repito mientras la beso por todos lados, cómo quisiera poder borrar esas
cicatrices que tiene su alma. –Te prometo que el infierno terminó, tu pasado puede haber sido terrible,
pero no voy a permitir que te vuelvan a hacer daño, no estás sola. No desde ahora ¿está claro? –le digo
en susurros. Ella asiente mientras las lágrimas siguen cayendo sobre sus mejillas.

En parte agradezco poder tenerla así, en mis brazos, acunándola como a una bebé. Un mes atrás pensé
que algo así era imposible. Me juro a mi misma que voy a hacer todo lo que esté en mi poder para que
ella sea feliz.

Continúo acunándola, hasta que deja de llorar, le repito una y mil veces todas las virtudes que tiene, y
lo hermosa que es, le prometo y le vuelvo a prometer que va a salir de eso, porque estamos juntas y
estamos potenciadas. Poco a poco los besos se van haciendo más profundos, en cada uno hay un
intento frustrado de eliminar todas las emociones que tenemos dentro. La pasión va aflorando en cada
una de nosotras y nuevamente nos entregamos a las garras del amor.

Esta vez es distinto, dulce, profundo, expresando en cada caricia el secreto que nos une. Ahora no sólo
somos dos almas que se unen en una sola, ahora, además, somos cómplices.

Al terminar ambas nos abrazamos desnudas y miramos el techo en silencio. No hay mucho que decir.
Me recuesto sobre su pecho y puedo sentir el latir de su corazón. Ambas sabemos cómo cambiaron
sutilmente los acontecimientos, y me siento en paz. Poco a poco los temores se van apagando, caigo
en la cuenta de que si quiero estar al lado de Milah (y lo quiero) depende de mi, de que pueda
ayudarla.

La miro a los ojos y le sonrío.


–Te quiero –le digo. –Te quiero.

Ella me sonríe, una sonrisa sincera, espontánea, como la de un niño que acaba de abrir un regalo el día
de su cumpleaños. Me abraza más fuerte que antes y me besa la frente.

–Yo más. – responde contra mi cabello.


Cierro los ojos sonriendo, y así en la cama de una plaza, en la habitación de huéspedes me dejo llevar
por el sueño.
Ha sido un día difícil.
***

Me levanto temprano, sobresaltada, Milah me tiene abrazada por todos lados, con sus piernas y sus
brazos. Miro por la ventana intentando no ponerme triste ya que es nuestro último día de luna de miel,
hasta el próximo fin de semana.

En parte lo agradezco, ella entró en mi vida como un huracán, desordenó todos y cada uno de los
aspectos de la misma y me va a hacer bien poner las cosas en orden, hablar con mi hermana y Guada...
con mis padres, ponerme al día con el mundo.

Me muevo lentamente, no quiero levantarla, por fin ayer se pudo relajar.


Pasamos un día de película, sacando el hecho de que somos mujeres y de que hollywood no está
preparado para historias de lesbianas.

Nos levantamos cerca del mediodía, Milah necesitaba descansar luego de la confesión que me hizo en
la noche. Almorzamos, fuimos al cine, al parque, a andar en rollers, básicamente fuimos tachando uno
a unos los clichés hollywoodenses.

Hicimos el amor tantas veces que me duele la entrepierna, tenemos un acuerdo tácito de hacerlo tantas
veces como lo haríamos si pudiéramos vernos durante la semana. ¿Se entiende?

***

Milah se levanta, me sonríe de forma insegura, como pidiéndome disculpas por el fin de semana que
se acaba, pero a la vez asegurándome que no quiere que eso pase.

La beso tímidamente y me levanto rápido a lavarme los dientes. Sólo disponemos de unas pocas horas,
cerca de las 6 de la tarde debería estar llegando su marido y quiero aprovecharlas al máximo.

Capítulo 22
“Hola...”

Acabo de llegar al trabajo y estoy bastante agotada, apenas pegué un ojo. Vuelvo a leer el mensaje de
Milah, mientras rememoro el corto domingo que pasamos juntas. Fue un día raro, pues discutimos en
varias oportunidades. Cuando llegaba el momento de despedirnos caí en la cuenta de que ella pasaría
toda la semana con su marido jugando a la familia feliz; a ese pensamiento se le sumaron otros más
perturbadores, dónde la veía a ella besándolo y haciendo otras cosas. No me pude contener y le largué
tantos planteos que apenas comprendía lo que le estaba diciendo.

***
–Sici, créeme, no hay nada que hacer. –me dice en la puerta de su casa mientas nos estábamos
despidiendo. No pude contener las lágrimas.
–Sí que lo hay, ven conmigo, por favor... –respondo caprichosa.
–Ay, no sabes lo que desearía que todo fuese fácil... pero no se puede Sici...
–Quiero estar contigo –digo en un susurro mientras choco su frente con la mía.
–Yo también –me responde mientras me da un rápido beso en la boca. –ojala que fuese mas sencillo,
pero ¿sabes qué?
–¿Qué?

–Puedes irte, estás a tiempo... no te voy a retener, yo sólo puedo ofrecerte esto. De verdad, no hay nada
que pueda hacer para modificarlo. Créeme. –Me molesta su comentario, no puedo evitar mirarla
extrañada, enojada y dolida.

–Nunca dije que quiero irme –le contesto fríamente.

–Lo sé, pero necesitas más, te mereces más.


–Te necesito a ti Milah. Pero me gustaría que al menos me digas que todo puede cambiar en el futuro.
Una pequeña luz de esperanza... si para ti este fin de semana no significó nada...
–Significó un mundo para mi –me corta. –Pero es complicado... dame tiempo. Quiero pasar el resto de
mi vida contigo, pero ahora no se puede...
***

Suspiro y miro mi celular, dudo un momento... se que estoy pidiendo demasiado y la verdad es que
Milah no tiene toda la culpa, ni tampoco me gusta estar peleada con ella... Pero me duele tanto que no
esté acá, conmigo. Es la misma sensación de un miembro fantasma: arrancaron una parte de mí y se
hace sentir.

Ayer mecanicé absolutamente todo: el baño, la cena, la charla con mi hermana, las preguntas de mi
hermana, los reproches de mi hermana, los consejos de mi hermana... mi hermana estuvo un poco
pesada.

Y hoy... hoy vine triste a trabajar, pero me falta ella, en tan poco tiempo se convirtió en un eslabón
esencial para mi vida. Extraño su olor, el tenerla a mi lado, acariciarle el pelo mientras duerme o verla
dormir... es tan pero tan hermosa, con su pijama rosa y su pelo suelto... esa sonrisa a medio dibujar
cuando sé que está teniendo un buen sueño. Las veces que se levanta de noche para darme un abrazo.

Extraño su piel suave, sedosa, secarle sus lágrimas antes de que llegue a la mejilla... y su sonrisa
exquisita, extraño sus labios, sus abrazos...
“Tengo tantas ganas de tocarte, que me arden las manos
--
Pensé que si estaba molesta contigo te extrañaría menos
--
Quisiera poder verte toda la semana... y eso me molesta, no lo puedo evitar”
Dejo el celular a un lado y entro a mi facebook. Contesta automáticamente. “No te enojes conmigo
Sicilia... enójate si hago algo malo, pero no por esto... no es mi responsabilidad
--
También te extraño
--
Necesito verte... en serio, es una necesidad”

Sonrío como una tonta al celular. Si es un poco su culpa, digo para mis adentros. Ella podría jugársela
por mi, o al menos no decirme que me vaya... pero otra vez, estoy pidiendo demasiado... tiempo al
tiempo. Las cosas se acomodarán.

“Milah, dejemos el tema ahí.


--
Es sólo que yo también te extraño
--
Y a pesar de lo que pasó entre nosotras sigo viendo esto como un amor imposible,
--
Nunca vas a ser solo mía.”
Dudo antes de pulsar el botón de enviar, de verdad quiero dejar de discutir, pero por otro lado necesito
decirle estas cosas.
“Soy sólo tuya, Sebastián no significa nada para mi”
“Pero yo quiero más, te quiero para mí 24/7”
“Dame tiempo Sicilia, por favor, déjame demostrarte que se puede.”
Sonrío involuntariamente, es lo que necesitaba escuchar. Decido cambiar el rumbo de la charla. Por
fin el tiempo vuelve a correr. Las mariposas en mi estómago están como borrachas de la emoción.

“Milah, ojala pudiera decirte todo lo que siento con palabras.


--
Quiero salir a la calle y gritárselo a todo el mundo, no me importa nada.
--

Quiero... verte en la calle y darte un beso en la boca. ¡Ay Dios! Siento que enloquezco si no me
escribes, si no te hablo a cada segundo... lo mío también es una necesidad.”

“Ya falta poco mi niña”


“Perdón, no quiero discutir contigo, son mis celos, estoy taaan celosa de Sebastián
--
No quiero siquiera que te roce...”
“¡Sicilia!
--
Jajaja
--
Me encanta que estés tan celosa... hace tiempo que no me sentía así.
--
Gracias por devolverme la vida.”
“Gracias a ti que le diste un sentido a la mía.
--
Y discúlpame si estoy un poco violenta, pero es por todo lo que te extraño...”
“Levanta la cabeza”
–Vaya si que estabas concentrada en el celular. –Me dice una voz familiar, y es música para mis oídos.
Capítulo 23

Sonrío de una forma exquisita, tanto que siento como mis labios llegan hasta mis orejas. Tardo un
segundo darme cuenta de que ella está ahí a mi lado. Corro a darle un abrazo, lo hago tan fuerte que se
queja, pero no la suelto.

Giro mi cabeza y miro la hora, 11:30. Mierda, demasiado temprano, pero ¿qué más da? Ella está aquí.
Corro a cerrar el negocio, no sin antes pegar un cartel que decía: “vuelvo en 10 minutos”.

Giro sobre mis talones y la beso, la beso muy fuerte, dándole todo lo que venía guardando. Es como si
la besara por primera vez, y mientras la beso, la abrazo aún más fuerte.

–¿Qué haces aquí? –pregunto apenas sin soltarla de mis besos.


–Te dije que tenía la necesidad de verte. Así qué cancelé mi última clase de hoy, y decidí venir a
buscarte.

Sonrío nuevamente, como una niña. Y la vuelvo a besar. Le tomo la cara con mis manos y primero les
doy unos besos suaves y lentamente los voy intensificando. De repente no me importa nada más, ni el
pasado, ni el futuro. Me siento desbordada por un revitalizante optimismo. Ella es lo único que
importa.
Los besos se hacen más apasionados, recorro con mi lengua su boca y de una forma violenta la
estampo contra la pared. Bajo mi mano hasta su cola y empiezo a jadear. Siento que voy a morir de las
ganas que tengo de ella. Empieza a besar mi cuello mientras me tira del pelo la cabeza hacia atrás, va
descendiendo lentamente hasta llegar a uno de mis pechos y los besa sobre la ropa, es una sensación
rara, exquisita. Gimo fuerte.

La agarro de las muñecas y la llevo lentamente hacia un rincón donde estamos mas escondidas del
público. Y bajo mi mano hacia su clítoris. Le rozo con la mano por encima el pantalón y suavemente
se lo desprendo. Ella gime de placer y se arquea violentamente sobre mi.

–Espera –dice en susurro contra mi boca.


–¿Qué? –le pregunto intentando contener la agitación.
–Traje un juguete –me lanza una mirada pícara y rebusca rápidamente en su cartera.
Luego saca un consolador con una mirada llena de pasión.
Siento un poco de nervios, nunca había usado uno. Pero qué va... si es que lo tendría que probar es con
ella con quien lo haría.

Lentamente subo mi mano hacia sus pechos y retuerzo un pezón con mi dedo índice y pulgar, Milah
gime contra mis labios mientras rápidamente me desabrocha el pantalón. Me baja mis bragas hasta las
rodillas y me sigue besando en la boca.

Yo continúo jugando con sus pezones, los retuerzo, los estiro, los pellizco, y los froto con las yemas
de mis dedos y a cada contacto siento como Milah deja escapar un pequeño brote de pasión.

Coloca el consolador en mi boca y yo lo succiono mientras miro directamente a sus ojos verdes. Puedo
ver el fuego en ellos y eso la hace aún más hermosa. Cuando se aburre de mi succión me tumba en el
suelo, debajo de ella y empieza a jugar con mi clítoris, arqueo mis caderas hacia el juguete, se siente
exquisito. Lentamente introduce lo en mi vagina y empieza a penetrarme lentamente, mientras su boca
juega con mi ombligo, un cosquilleo de pasión recorre todo mi cuerpo. Empiezo a agitarme cada vez
mas, mis manos sólo puede estar en el piso, mientras con los ojos cerrados siento como aumentan mis
sensaciones.

Sus manos continúan trazando mapas de placer en mi cuerpo. Siento como el orgasmo está cada vez
más cerca, pero aún no quiero terminar. Sin embargo Milah, empieza a lamer mi clítoris, abro mis
ojos y veo como ella se empieza a dar placer con su mano libre mientras con la otra continúa
penetrándome. No puedo más del deseo y la pasión. Me entrego a las sensaciones. ¿Qué mas da? De
forma audible alcanzo el orgasmo y ella lo hace junto conmigo. Exquisitamente sincronizadas
terminamos las dos, exhaustas. Ella se deja caer sobre mi, retirando el consolador de mi vagina.

–La próxima vez, espero darle mas uso al aparatejo. –Dice pensativa.
–Si, –respondo con un jadeo. –Va a ser mi turno.
* * * Nos cambiamos rápidamente, después de todo, son las 12 y tengo que cerrar a la una. Es bueno
saber que Milah se va a quedar conmigo hasta esa hora.

A pesar de todo sigo un poco tensa por nuestra pelea, o discusión. Aunque el sexo ayudó bastante.
Cuando terminamos de vestirnos nos ubicamos en situaciones “normales”, y abro el negocio
nuevamente. Suspiro pensativa, ojala pudiese eternizar este momento, pero como siempre, la vida
interrumpe.
Milah pasea por los estantes preguntándome para qué sirve cada cosa, y lejos de molestarme, me
encanta. Es divertido verla tan perdida entre tantas novedades, tiene ese aire infantil que hace que
olvide su edad y pueda comportarme con ella como si fuéramos dos niñas. De pronto se me ocurre una
idea.

Miro hacia la puerta y veo como la gente pasa por el local sin mirar adentro, cada uno inmerso en su
propio quehacer, en su propia vida.

Vuelvo mi vista hacia mi chica, está concentrada observando un adorno hecho de silicona y botones.
Despacio y sin hacer ruido me posiciono tras ella y le doy un abrazo fuerte, mientras la alzo por la
espalda, ella grita por la sorpresa y luego empieza a reír. ¡Que sonido mas hermoso!

–No quiero que me alejes de ti –le digo al oído, diciendo, por fin, las palabras que tenía atragantada
desde la pelea.
–Quiero lo mejor para ti –dice en tono cansino.
–Tú eres lo mejor para mi. –respondo mientras le beso el lóbulo de la oreja. – ¿Es que no te das cuenta
de que estoy loca por ti?
–No más que yo –responde con una sonrisa.
Continuamos tonteando como dos enamoradas hasta la hora cerrar. Maldigo por lo bajo, ya que el
tiempo pasó demasiado rápido.

No puedo creer que haya cancelado una clase sólo para venir a verme. Así como tampoco puedo evitar
sentirme importante, me doy cuenta de que no soy la única que se está enamorando.

–Sicilia –dice sacándome de mi ensoñación.


–Si, perdón –digo mientras doy vuelta el cartel de la puerta. Cierro nuevamente el local y le doy todos
los besos que no podré darle hasta mañana. Primero unos besos castos y luego se van apasionando
nuevamente.
–Me espera una larga tarde pensándote –le digo contras sus labios.
–A mi igual...
Río entre dientes mientras le doy mas y mas besos.
Nos perdemos en tiempo y espacio, volvemos a nuestro mundo ideal... pero como siempre, la vida
golpea la puerta.
Mas bien Guada.

Giro mi cabeza mientras Milah continúa besándome, ahora en las mejillas. Ella no escuchó la puerta.
La separo unos centímetros de mi, ya que me está abrazando fuerte. Me pongo colorada y observo
como Guada nos mira a través del cristal con cara de desconcierto.

Milah se detiene en seco, enterándose por fin de la situación. Sonríe de forma abierta y me abraza un
poco más fuerte, como diciendo “estamos juntas en esto”.
Vuelvo a soltarme lentamente de la seguridad de sus brazos y corro a abrirle a Guada.
Hago las presentaciones y se genera un silencio incómodo que rompe Milah:
–Bueno... –dice en un fingido tono despreocupado. –Yo ya me voy. Guada, ha sido un gusto, espero
que estés bien.
–Tú también –responde Guada rápidamente– ojalá podamos charlar más la próxima vez.
–Cuento con ello –contesta Milah con una sonrisa. –Cuida a mi niña mientras no la veo. Y Sici, nos
vemos mañana en canto. No faltes.
Sonrío mientras le doy un beso en la mejilla, no creo que Guady esté preparada para seguir viendo
muestras de afecto entre dos féminas.
Cuando Milah desaparece de mi vista (y antes de que yo pueda empezar a sentir melancolía) Guada
me mira con expresión seria y me dice:
–Cuéntamelo todo.
Capítulo 24

Esta vez si cierro el negocio y le propongo a Guady ir a almorzar a un bar cercano. La verdad es que
necesito descargarme, sacar afuera un poco del peso que tengo encima...

No puedo evitar sentirme incómoda por lo que vio (una no anda por la vida viendo a sus amigas
besarse con otras mujeres), conozco a Guada y sé que eso la traumó un poco, bueno, en el sentido
figurado de la palabra.

Nos sentamos en una mesita un poco alejada, escondida por una columna, y no puedo evitar pensar
que sería un buen lugar para venir con Milah: en esta misma mesa estaríamos escondidas de los
curiosos y hasta me atrevería a robarle un beso, si no hay mucha gente.

El bar es bastante lindo, para ser tan barato. Está bien iluminado y tiene un aire irlandés: mucho verde
alrededor, y paredes de madera, con faroles a los costados y enredaderas, eso es lo que hace que me
guste tanto.

Pedimos papas gratinadas y pizza. La aventurilla de la mañana me despertó el apetito y me comería un


mamut, si eso fuera posible. Se lo comento a Guada y le hace gracia.

Empezamos hablando de trivialidades, las dos queriendo entrar en materia, pero sin saber cómo
hacerlo. A pesar de que ella es mi mejor amiga, y que la conozco desde que me mudé a la Argentina,
no puedo evitar sentirme nerviosa por el tema que vamos a tratar.

Cuando vamos por la segunda porción de pizza tomo coraje:


–Perdón por lo que has visto –digo un poco avergonzada. –Se que te resultó extraño.

–Si... fue un poco... shockeante –no levanta la vista de su plato. –Pero supongo que es normal que dos
personas que se quieran se besen... tengo que... debo acostumbrarme...

Me sonrojo de forma visible y siento un nudo en el estómago.


–Guady– digo en un suspiro–. Ya no sé qué hacer... la quiero, pero la quiero todo el tiempo. Acá a mi
lado. Ella está casada. ¿Qué estoy haciendo?
–¿Qué es lo que quieres hacer?– pregunta en tono práctico, por fin me mira a la cara.

–Estar con ella... pero que sea solo para mí –le respondo mientras me sirvo un poco de gaseosa –.
Cuando estamos juntas no me importa nada. Pero cuando ella se va... la realidad cae a mis pies, y me
encuentro en esta posición. De repente me doy cuenda de que estoy haciendo cosas que yo no haría...
no me siento “yo” últimamente.

–Sici, vamos por partes... ¿Estás segura de que ella te gusta? –entrelaza sus dedos, lo que significa que
se viene el cuestionario. Me preparo para responder con un sonoro suspiro e iniciamos un ping pong
de preguntas y respuestas.
–Si.
–¿Cómo te gusta?
–Mucho, todo... es perfecta.
–¿Te la jugarías por ella?
–¿En qué sentido?
–¿Le dirías a tus padres que estás saliendo con una mujer?
–Cuando sea el momento oportuno, claro.
–¿Aún sabiendo que tus padres de desheredarán?
–Aún sabiendo eso.
–¿Es sólo ella?

–Eso creo, no me pasó nunca con otra mujer, y no estoy pendiente del sexo femenino. ¿Eso en qué me
convierte? –No puedo evitar preguntarlo– ¿Soy lesbiana? ¿Bisexual? ¿Qué soy?

–Eres tú. La misma Sici de siempre, que está “enamorada” de una mujer, no le des tantas vueltas. No
te etiquetes–Dice mientras me mira a los ojos.
–Ahora, ella es mi mundo, pero tengo miedo de que esto sea pasajero... y sufrir... y hacerla sufrir.
Además, para mi es importante etiquetarme, me ayudará a saber quién soy.

–¿Sabes que Sici? –Me regaña –tu problema es que a ti te gusta tener todo bajo control, y de repente
apareció esto... que puso tu vida boca abajo. Y no sabes qué hacer, o cómo reaccionar. Amiga, no
puedes tener todo bajo tu estricto control. Lo hermoso de la vida es esto, lo que nunca imaginamos que
pueda suceder y sucede.

–¿Y si es pasajero?

–Te conozco tanto que lo dudo. Lo que si debes saber es que, en cualquier relación, después de un
tiempo, las cosquillas en la panza ceden, no estás “tonta”... pero eso es mejor, porque sabes que vas
por un buen camino.

–Lo sé...

–Sé que no eres de tener relaciones fugaces, que no te enamoras fácilmente, y si tú dices que estás
enamorándote.. Es importante que te empieces a plantear una vida con una mujer.

–¿En qué sentido? –le pregunto.

–En el sentido de que no es fácil convivir con una persona del mismo sexo siendo una pareja, por
todos los prejuicios que tú misma tienes... ¿te imaginas, en un futuro, compartiendo tu día a día con
Milah?

–Me encantaría. Por ahora.


–Bueno, eso es importante. Que, al menos ahora, te imagines una vida con ella.
–Resuelve mientras se acomoda en la silla.
–Pero ¿y si soy lesbiana? –pregunto con miedo.
–Y si eres lesbiana ¿qué?. Eres lo que eres.

–Amiga, no es tan fácil... tú... tienes la mente abierta, pero... a mi me encantaría gritar a los cuatro
vientos que me estoy enamorando –o que me gusta– una mujer, pero eso no encaja en los parámetros
de la sociedad–––

–Que la sociedad se vaya a la mierda –me corta, enojada. –Las cosas están cambiando...
–Es una mierda amiga. No es sencillo estar enamorada de una mujer. No hablemos de la situación de
Milah que complica mil veces las cosas, hablemos de una relación normal entre dos personas que se
aman...

–No lo comprendo...

–Que bueno, ellos, los heterosexuales, van de la mano, se dan un beso en la calle cada vez que les
apetece... Y nosotras no podemos hacerlo, no está permitido. Y yo quiero poder hacer lo que me plazca
con la persona que amo. ¿Si me canso? ¿Si más adelante quiero una relación “normal” donde pueda
besar a mi pareja donde se me de la regalada gana?

–Amiga... –dice en un suspiro.– Creo que tienes que dejar de preocuparte por el futuro... no te das
cuenta lo hermoso que es el presente. Yo estaré para ti, pase lo que pase. Me cuesta muchísimo y me
es raro verte con una mujer, pero si a ti te hace feliz, yo soy feliz.

–Lo sé... sólo que tengo miedo de cansarme de jugar a las escondidas.

–Sabes a lo que te deberás enfrentar si tienes una relación homosexual. ¿Estás dispuesta a soportarlo?
Ésa es la pregunta, ya que si estás dispuesta a hacerlo, jamás de cansarás de la persona que elijas, sin
importar los obstáculos.

–Si... claro que lo estoy. Pero Milah... su vida. Agh, lo complica todo.
–Tiempo al tiempo.

Tiempo al tiempo. Me quedo pensando, mientras agarro distraídamente un vaso y tomo un sorbo.
Maldito tiempo. Siempre fue mi enemigo, no veo por qué ahora de repente decida tratarme bien.

–Odio al tiempo –comento por fin.


–Como todo el mundo amiga –.Dice Guady entre risas.
–¿Y si lo pierdo?
–¿Qué? –me pregunta confundida.
–El tiempo, si pierdo tiempo en esto.
–¿La quieres a Milah? –vuelve a entrecruzar sus dedos.
–Mucho
–¿Ella te hace feliz?
–Si
–¿Te hace reír?
–Si
–Para ti..¿Es muy importante su felicidad?
–Demasiado

–Entonces no estás perdiendo el tiempo. Lo estás disfrutando. Nadie tiene la bola de cristal, hay
millones de parejas que se imaginan una vida juntos y de repente se pelean por “x” motivo... y después
están las personas que ni se imaginan una vida con alguien y de repente se ven compartiéndola con esa
persona y, además, son muy felices.

–¿Cuál sería yo?

–Tu estarías en el medio –. Me toma de los hombros y finalmente dice:– Basta de preguntas, sólo
siente, ¿cuántas veces en la vida tienes la posibilidad de sentir esto?

Suspiro.
–El tiempo –continúa –. El tiempo... pone todo en su lugar, dale la oportunidad a esto de que se
acomode solo, porque lo va a hacer, para bien o para mal.
–Tengo tanto miedo de que sea para mal...
–Y es porque tu quieres lo contrario. Mueve un poco las cartas a tu favor, pero no demasiado. Deja que
las cosas se den.
–Gracias amiga... por estar. –Digo por fin en un susurro.
–No me tienes que agradecer, yo siempre estaré para ti.
Le sonrío.
La charla me vino de diez, por fin pude escupir todo... quedan cosas en el tintero, pero ayuda que
Guady ponga las cosas en perspectiva.

Quiero ver a Milah, hablar de ella me produce un sentimiento extraño, por un lado es un bálsamo que
evita que la extrañe tanto, pero por otro me hace extrañarla todavía mas. Y aún falta un día completo
para verla.

Maldita sea, el reloj se vuelve a paralizar, como sucede cuando ella no está conmigo.

Pagamos el almuerzo y le propongo a Guady ver unas pelis, necesito que el tiempo pase rápido y,
aunque se que Milah va a estar en mi cabeza todo el tiempo, al menos me da motivo de distracción.

Que va, hasta me atrevería a decir que amo a esta mujer. A veces no entiendo las cosas del corazón...
con Julián jamás sentí esto que siento por ella y eso que estuve con él mucho tiempo...

En algún momento de mis cavilaciones pagamos la cuenta y me subo al auto de Guady. Sigo sin
hablar, inmersa en mis propios pensamientos, en mi mundo imaginario, mientras ella conduce hacia
mi departamento.

Capítulo 25

Arreglo mi cabello nerviosa, quiero que todo esté perfecto. Acomodo un par de mechones que se
escaparon de mi bincha y le sonrío al espejo. Si, ya estoy satisfecha con el peinado.

Cumplo mi rutina diaria de corrector de ojeras, base y un poco de rubor y quedo lista.
Miro la hora: 4 de la mañana. Las mariposas en mi estómago están ebrias de los nervios.

Reviso el bolso que no falte nada. Repaso mentalmente la lista de ropa que llevo y me sonrojo cuando
veo un disfraz que compré para sorprender a Milah. La verdad es que le he encontrado el gusto al sexo
con ella, cada día que pasa lo disfruto un poco más.

Leo nuevamente el pasaje: en una hora sale el ómnibus a ese no sé qué en Mar del Plata; “Simposio”
creo que repitió Milah durante las últimas dos semanas.
***

–Y bueno –dijo la profesora un día en clase– la que quiera participar de la jornada musical se anota en
este papel. El próximo jueves traeré los detalles del costo y el hospedaje. El itinerario está adjunto a la
planilla de inscripción así que pueden ojearlo si lo desean.

Milah me lanzó una mirada cargada de malicia y nos anota a las dos sin siquiera consultarme. Qué
más da. Por supuesto que iba a ir. Se anotan 5 chicas más. Y se empiezan a retirar del salón. Milah y
yo quedamos rezagadas.

Es un salón amplio, más grande que una cancha de fútbol, en el fondo tiene un escenario y las
bambalinas dan hacia unos corredores inmensos. Todo con un aire francés. Es de esos edificios de los
que quedan poco, pero está exquisitamente conservado. Las cortinas son largas, hasta el piso y de un
terciopelo color petróleo, bastantes pesadas y demasiado altas, hacen un contraste perfecto con los
detalles dorados de las paredes. Tras bambalinas hay varias columnas que cruzan los pasillos por lo
que caminar por ahí es igual que caminar por un laberinto.

Saco unos apuntes de mi bolso y se los enseño a Milah.


–¡Que suerte que tengamos una profesora en clase!– comenta una de las chicas al salir. Yo me sonrojo,
rogando para mis adentros que no descubran nuestras segundas intenciones.

–Si –respondo. –Gracias Milah por ayudarme, es un examen muy importante.

–Siempre que lo necesites, mi amor. –Se le escapó el “mi amor” y a mi casi me da una apoplejía. Será
por la cola de paja, pero me pongo como un tomate. Sin embargo ella no aclara nada. (De hecho desde
ese día empezó a tratar a todas de forma cariñosa, con nombres como “amor”, “cielo”, “cariño” y
hasta la oí decir “mis amores”. Claro que estoy celosa. Por si lo preguntan.)

En fin, nos quedamos solas con nuestra pequeña obra de teatro montada. Para el resto de la clase
Milah sólo me está ayudando con la universidad. Yo misma no sé qué sucederá luego, sólo sé que la
noche anterior Milah me envió un mensaje de texto donde decía que me extrañaba, que esperaba que
le cuente detalles de mi conversación con Guady y que tenía una excusa perfecta para perdernos en el
salón después de clases.

Milah mira a su alrededor, verificando que no haya moros en la costa, y me da un beso apasionado.
Nuevamente las mariposas en mi estómago cobran vida, y hasta me atrevería a decir que se empezaron
a reproducir.

La puerta de entrada al salón es inmensa y está abierta de par en par, lo que aumenta mi adrenalina.
Afuera no hay mucha gente, pero basta con una mirada curiosa para que desde afuera puedan vernos.

Sonrío sobre sus labios y le agarro de la muñeca y nos escondo detrás de una de las cortinas del salón.
Me siento extasiada con la adrenalina que recorre mi cuerpo. Le doy un rápido y casto beso en los
labios y corro fuera de la cortina, sólo para esconderme en la de al lado. No podía contener la risa, era
como una niña de 5 años en el parque de diversiones. Milah, claro está, me encontró en menos de dos
minutos, pero la cortina es tan pesada que cuando por fin logró entrar yo ya me había escapado hacia
otro pasillo.
Jugamos un buen rato como dos niñas al gato y al ratón, riéndonos hasta más no poder, y robándonos
besos en cada oportunidad que teníamos. No me molestaba tener que ocultar nuestra relación a todas
las personas, si al menos una vez a la semana teníamos la oportunidad de robarle minutos al destino y
comportarnos como dos adolescentes enamoradas. De todos los secretos, esta parte la disfrutaba
mucho, y la verdad que el salón tenía varios escondites que estaba ansiosa por descubrir.

***

Siento el sonido de una bocina y salgo de mi ensoñación. Recojo mi valija, me pongo rápidamente en
pie y me dirijo a un auto color negro con vidrios polarizados.

El corazón me salta a la boca y las piernas me tiemblan tanto que apenas puedo mantenerme en pie.
Me tranquiliza saber que Milah está en el auto, pero conoceré por fin a su marido.

¿Con qué cara lo miraré luego de saber que pasé algunos fines de semana en su casa con su esposa?
Me pregunto que le habrá dicho Milah sobre mí y qué estará pensando él. Pero lo que más me pesa son
las insistencias de mi hermana, que continúa repitiéndome que tenga cuidado. Cuando se enteró que él
nos llevaría hasta la Terminal estuvo varios minutos híperventilando.

Intento tranquilizarme diciéndome que el camino hacia la estación de ómnibus no queda lejos, por lo
que serán apenas unos minutos en su compañía... si permanezco callada no habrá de qué preocuparse.

Sale del auto un hombre fornido, bastante alto y bastante lindo. Hace buena pareja con Milah, y eso
me llena de celos.

No sé si será todo lo que se de él o algo relacionado con el tan conocido “sexto sentido femenino” pero
el hombre me desagrada. Es un adonis, bello por donde se lo mire, pero sus gestos... hay algo en él que
no me gusta y creo que lo nota, porque la sonrisa que tenía dibujada en su rostro desaparece y sólo me
hace un guiño con la cabeza. Le devuelvo el saludo y me apresuro a deslizarme en el asiento trasero
del auto.

Por fin la veo y percibo que está haciendo un arduo intento por permanecer tranquila. Intento
relajarme por ella. Repito en mi fuero interno que sólo serán unos minutos en el coche y luego podré
disfrutar de 5 días enteros de la compañía de Milah.

Sin embargo, el viaje se hace un poco largo, y se puede percibir la tensión en el ambiente, ¿o soy yo?
Sebastián charla un poco con Milah sobre trivialidades y ella le contesta un poco azorada, es la
primera vez que los veo juntos, pero me basta sólo un vistazo al cuadro para percibir que ella le tiene
un poco de miedo.

Quiero abrazarla y decirle que todo va a estar bien, no obstante reprimo el deseo, ya tendremos días y
noches para hacer eso.

Cuando por fin llegamos a la Terminal bajamos los bolsos y decido dejarlos un rato solos, seguro que
Sebastián querrá despedirla con un beso y no quiero que se choque con mi mirada colérica. No, mejor
estar lejos de la boca del huracán.

Milah me sigue rápidamente, quizás supuso lo mismo que yo e intenta evitarlo, o quizás quiere estar
conmigo desde el inicio del viaje. De todas formas es sencillo perdernos en la multitud.

Cuando anuncian nuestro viaje subimos al colectivo, nos ubicamos en nuestros asientos, a pesar de
que nos toca en el piso de arriba y en asientos diferentes, nos las ingeniamos para ir abajo y juntas.

Luego de ganar esa pequeña batalla colocamos los bolsos de mano en el compartimiento superior y
nos sentamos exhaustas.

Por fin el colectivo se pone en marcha y Milah saluda a su esposo por la ventanilla, él tiene una cara
escéptica y su entusiasmo no coincide con las mejillas rojas de su mujer. ¿Habrá notado algo?

Miro alrededor, todos están ocupados en sus tareas. Nos cubro a ambas con una manta polar y le
agarro la mano por debajo de la misma. Milah me mira y sonríe, todavía con las mejillas encendidas.

Si, va a ser un buen viaje.


Capítulo 26

Nuestras compañeras del taller nos miran extrañadas cuando inocentemente les decimos que nos
quedaríamos abajo, pues las dos “pensamos” que es más seguro en caso de un accidente (una excusa
barata, lo sé). De todas formas no hacen muchas preguntas, aunque una nos mira recelosamente
mientras sube al segundo piso del bus preguntándole a la profesora sobre nuestra determinación de no
darle importancia alguna a la enumeración de los boletos.

Decidimos no hacerle caso, nuestro plan era disfrutar estos 5 días las dos solas a como diera lugar, de
hecho, habíamos elegido habitaciones vecinas, aunque claro está, dormiríamos juntas.

Sólo había tres asientos ocupados, además del nuestro. Cuando me siento del lado de la ventanilla
levanto un poco la cabeza para mirar alrededor: dos están durmiendo mientras el tercero juega al
Candy Crush en su tablet, de todas formas Milah corre la cortina del pasillo por lo que el espacio de
los asientos queda como una pequeña habitación, herméticamente cerrada para nosotras.

La adrenalina volvía a correr por mis venas. Mientras le acariciaba suavemente la mano bajo la
frazada, Milah aprovechó la primera oportunidad y empezó a besarme el cuello. Cierro los ojos ante el
suave cosquilleo y sonrío de placer. Volvemos a nuestro mundo imaginario... me quedaría aquí
eternamente.

Íbamos viajando aproximadamente dos horas y afuera empezaba a amanecer. Milah se durmió en mi
hombro y yo le acariciaba tiernamente su cabello oscuro disfrutando de verla dormir. Moría de sueño
pero no me quería privar del espectáculo. En su boca tenía una sonrisa misteriosa y, aunque no quiero
pecar de falsa modestia, estaba segura de que yo la estaba causando.

Durante la semana soñaba tenerla así, entre mis brazos y poder clavar mi nariz en su pelo, tiene el
aroma mas exquisito que haya probado. Su respiración era suave, pausada y cada vez que inhalaba se
llevaba dentro suyo un trocito de mi alma. Quería abrazarla fuerte, fundirme con ella, pero me
reprimía ya que temía despertarla... ya tendríamos tiempo para eso. Lo cierto es que en mi corazón
empezó a crecer más amor hacia ella, mi respiración se empezó a acelerar, pero no por lujuria, sino
por el temor de perderla. La amaba. La conocía hacía apenas 6 meses, pero la amaba. No había dudas,
o si, muchas dudas. Pero esto al menos, era una certeza.
Cerca de las 10 de la mañana Milah se despierta y, luego de corroborar que nuestros compañeros de
viajes estaban dormidos, me da un beso. Si, era ella. Su sabor celestial, inconfundible. La abrazo
fuerte mientras reprimo mis ganas de llorar, no quiero que sepa que me puse sentimental, además,
mejor era no empezar el viaje con sentimentalismos.

Ella vuelve hacia mi cuello con la mirada encendida y con una sonrisa pícara, empiezo a tocarla
delicadamente, mi libido iba en aumento desde que la conocí y estaba decidida a aprovechar el viaje
para hacerle pagar un retroactivo por todo el sexo del que nos privábamos durante la semana... Milah
posó sus dedos sobre mi clítoris y mientras me besa apasionadamente mi respiración se dispara.

Sentimos unos pasos en la escalera por lo que nos separamos rápidamente y unos segundo después
aparece nuestra compañera detrás de la cortina.
Es Juliana, una chiquilla de mi edad que siempre nos mira recelosamente.

–Les traía algo para tomar –dice mientras nos mira fijamente. Disimuladamente intento limpiar mi
boca mientras Milah sonríe divertida. Quiero pegarle y decirle que sea más disimulada, pero veo la
frustración en sus ojos, que es un espejo de la mía, y me resisto.

–Gracias –digo mientras le acepto un vaso de jugo. Tomo un sorbo y se lo paso a Milah que está
haciendo un esfuerzo sobrehumano para recuperar su respiración normal.

Le aprieto la rodilla por debajo de la manta a modo de tranquilizarla, pero me arrepiento


automáticamente ya que a Juliana no le pasa desapercibido.
–¿Disfrutando el viaje? –pregunta en tono enigmático sin quitarme los ojos de encima.

–Si, hemos dormido un poco –contesto. Hemos dormido. Mierda. Tengo que dejar de responder por
ella, sino se hace demasiado obvio. Milah ríe nerviosa ¿qué le pasa hoy?

–Yo dormí –dice Milah en un tono tierno– Sicilia roncó.

–¡Mentira! –contesto divertida– Milah Gregorovich no seas mentirosa, te va a crecer la nariz.


–Jajajaja ¿así vas a roncar siempre? Mira que me voy a dormir sola –me contesta mientras me da un
codazo amistoso.

Yo me petrifico.

Milah se da cuenta de su paso en falso y Juliana nos mira boquiabierta. Por su apariencia sé que sólo
le bastó este inocente intercambio de palabras para, al menos, darse cuenta de que algo pasa entre
nosotras, de que somos algo más que amigas. Siento un calor recorrer todo mi cuerpo mientras Milah
intenta salvar la situación:

–¿Sabes si son habitaciones dobles o triples Juliana? –pregunta en tono inocente.


–Creo que son individuales, la profesora no consiguió dobles, que era lo que buscábamos– contesta
Juliana compungida.
–Que macana –se lamenta Milah– No te voy a poder torturar, Sici.

Se produce un momento incómodo, donde ninguna de las tres sabe qué decir, está más claro que el
agua que Juliana hizo sus propias deducciones, y me gustaría saber de qué iban, pero decido no
presionar. No vaya a ser cosa que nos siga hundiendo aún más.

¡Cómo desearía poder gritar que amo a Milah!, pero bueno, es lo que me toca ¿no?. Debo
acostumbrarme a esto si de verdad planeo seguir con ella. Y lo hago. El planear. Digo.

–Bueno –dice Juliana pausadamente –voy a ver que sucede arriba. Deberían venir ustedes también,
después de todo este viaje debería unirnos.
–Claro –contestamos las dos al mismo tiempo.

Juliana gira sobre sus talones y sube por la escalera, no sin antes dirigirnos una mirada escrutadora.
Cuando desaparece completamente escaleras arriba miro a Milah con la firme decisión de reprenderla,
pero en lugar de eso me pongo a reír y apenas pasados unos segundos ella se une a mi. Nos reímos de
la situación y decidimos no darle vueltas al asunto, después de todo ¿qué tan peligroso puede ser que
ella sospeche algo? Digo, no va a ir a hablar con nadie de sus dudas, mucho menos con nosotras. O eso
espero.

El viaje fue más o menos bien, cerca del mediodía subimos al segundo piso del colectivo para
compartir tiempo con nuestras compañeras, pero la mayor parte del viaje se trató de nosotras. Todo se
vio un poco eclipsado por el hecho de que Juliana nos tuviera bastante controlada, de todas formas,
creo que fingimos bien.

Llegamos al hotel y, para variar, hubo problemas con las habitaciones. No eran simples como
creíamos en un principio, sino dos dobles y una triple. Hubo una pequeña discusión ya que alguna
debería dormir con la profesora y ninguna deseaba hacerlo, mucho menos nosotras que esperábamos
vivir una especie de luna de miel.

Al final optamos por hacer un sorteo, cuyo resultado fue que Juliana y Romina deberían dormir con la
profesora.
Subimos a nuestro cuarto bendiciendo nuestra buena suerte.

La habitación es cómoda y bastante linda. Tiene televisor LCD y aire acondicionado. Una cama
matrimonial inmensa contra una pared, además tiene un balcón con una mesa y dos sillas. Voy a
disfrutar mucho de pasar la noche mirando las estrellas con mi chica.

Me dirijo hacia el baño y veo que tiene una bañera grande (es lo que más me llama la atención), se ve
cómoda y entran dos cuerpos perfectamente. Apenas reprimo el deseo de llamarla para que tome un
baño conmigo.

Salgo de allí y me acuesto sobre la cama, boca abajo exhausta por el viaje. Aunque fue hermoso, me
dejó molida. Sonrío sobre la almohada recordando los toques furtivos debajo de la colcha, las miradas
cómplices y las caricias que nos dedicamos. Mientras duró el viaje la adrenalina corría por mis venas
a una velocidad inverosímil, temía que alguien nos viera, pero disfrutaba de compartir ese secreto con
la mujer que amaba. Si, que amaba.

Siento un cosquilleo en mi mano, como si le faltara algo, cierro un poco y me doy cuenta de que mi
palma ya la extraña, y vuelvo a sonreír, recordando que podré dormir con ella durante 5 días.

–¡Vamos dormilona! No es hora de una siesta –me reprime cuando ve que estoy adormilada sobre el
edredón.

Me levanto de mala gana, realmente estoy cansada, pero de sólo verla se me dibuja una sonrisa en el
rostro y, de buena gana, doy un salto dispuesta a ponerme en movimiento.

***

Fue un día repleto de momentos que se extendían para toda la eternidad: un roce furtivo o un beso
camuflado que quedaban quemando hasta que llegaba del próximo. Miradas cómplices por doquier y
sonrisas bobas que no se nos quitaban con nada.

Asistimos a unas charlas sobre música y luego a un concierto lírico hermoso. Dimos un paseo por la
ciudad y compramos algunos recuerdos para el hogar. Luego fuimos a cenar a un bar del puerto, por
suerte había un menú libre de esos bichos del mar, pues a ninguna de las dos nos gusta.

Cuando por fin llegamos al hotel estábamos ansiosas por dirigirnos a nuestra habitación y poder
disfrutar de la intimidad, de hecho estábamos entrando cuando:

–Chicas, ¿les molesta que duerma con ustedes esta noche? –era Juliana, obvio.
–¿Por qué? –pregunto un poco molesta.
–Es que me da un poco de vergüenza dormir con la profesora –se excusa con una fingida timidez

–Pues la verdad... no vamos a caber en la cama, pero si quieres puedes venir un rato y conversamos. –
Casi abofeteo a Milah, ¿acaso sabe que “no” también es una palabra?

–¡Perfecto! –se le dibuja una sonrisa en el rostro y sale corriendo hacia su habitación a buscar quien
sabe qué.
Vuelvo mi cara a Milah e intento poner una expresión severa.
–Perdón, pero si le decíamos que no iba a sospechar demasiado. –se excusa ante mi rostro, mientras
me toca la cola y me empuja hacia la habitación.

–Podrías haberle dicho que estabas cansada y luego que no. Sencillo –respondo cortante. Tiro
violentamente las cosas sobre la cama y cruzo mis brazos. La expresión de Milah se suaviza.

–Vamos, Sici, no quiero discutir, por favor. –me da un beso en el cuello, pero no cedo.
–Amor, ella sospecha demasiado, nos acabas de poner en la boca del lobo.

–Hueles tan bien –dice mientras va desarmando el escudo que forman mis brazos. ¿Cómo resistirme?
–Mi vida, por favor, esto es serio, ¿y si nos descubre?

–Ya nos las apañaremos...

–Milah...–quiero decirle que yo jamás permitiría que la gente sepa lo que sucede entre nosotras, pero
luego recuerdo que antes estaba dispuesta a contarle todo a mis padres y me detengo. Esto necesita
hervir un poco más.

Pasados unos minutos entra Juliana a la habitación con una expresión extraña en el rostro.
Automáticamente le ofrecemos unos cup cakes que compramos en una panadería de camino al hotel.
–¿Hace mucho que cantan? –pregunta mientras se sienta en la cama.
–No, yo no, hace sólo unos meses y Milah me estaba diciendo que ella empezó hace un año. ¿Tú? –le
pregunto intentando sonar amistosa.
–Si, hace mucho, desde que tengo 7 años.
–Ah, bastante... –no sé que más decir. Vete, quiero estar con mi novia. Eso me gusta, pero creo que
sería descortés.
–Si...

Se produce un silencio incómodo por lo que Milah propone pender el LCD. Cuando ambas aceptamos
empieza a hacer zapping y deja en una nueva serie que se llama Modern Family, donde hay una pareja
gay. La serie es muy divertida y nos reímos un rato hasta que:

–Ser bisexual está de moda ¿no? –pregunta Juliana de repente. Le lanzo una mirada zagás a Milah,
queriendo decir “te lo dije”. Espero haberle transmitido bien el mensaje.

–No creo que eso pueda ser una moda... igual no me interesan estos temas – contesta Milah intentando
zanjar la cuestión.

–Yo no los entiendo, hasta me dan un poco de asco –dice Juliana mientras frunce la boca, no puedo
evitar sentirme ofendida, después de todo ¿quién es ella para juzgarnos? Somos dos personas que se
aman. Punto.

–Yo no tengo ningún problema, cada uno puede hacer lo que quiera con su vida, lo importante es ser
buena persona –comenta Milah y puedo ver que se está enojando.
–Si, pienso igual –digo, luego intento cambiar el tema de conversación. – Juli, ¿qué estudias?

–No estudio. Sólo trabajo.


–¡Que bueno! ¿Dónde? –pregunto nuevamente con una fingida cordialidad.

–En uno de los bares del esposo de Milah... no me has dado la oportunidad de que te lo cuente antes. –
dice al ver la cara de horror que pone ella ante tal información.

Capítulo 27

Las manos me empiezan a sudar y me niego a mirar a Milah, aunque sé que estará horrorizada. Las
dos (probablemente las 3) sabemos cómo es el esposo de ella, y la verdad es que en ningún momento
del día nos preocupamos por las miradas curiosas de esta chiquilla... de haberlo sabido seguro que
habríamos tenido mas precaución.

Me golpeo mentalmente al recordar la situación de ambas en el colectivo ¡no tuvimos ningún cuidado!
¿Qué dijo recién? Algo de la bisexualidad... Mierda. Sabe todo, o al menos una parte... No sé si será
mejor dejarla que haga sus propias conjeturas o aclararle el panorama. Me pregunto qué se
imaginará... Dios mío. Ahora sí que la embarramos hasta el fondo.

–¿Hace mucho que trabajas con Sebastián? –escucho que pregunta Milah, pero sigo con la cabeza
gacha, en mi propio mundo.
–No, apenas unos meses. –Siento un pequeño alivio, seguro que apenas lo conoce, no tendrán la
confianza suficiente para hablar de un tema así.
–El pobre vive trabajando para darnos todo a mi hijo y a mí.
–¿Tienes un hijo? –pregunta horrorizada Juliana.
–Si, ¿por? –pregunta de repente Milah, a la defensiva.

–No, me imaginaba que... por esto... –hace un gesto con la mano, abarcando la habitación– me gustaría
hablar... pensaba que sólo estabas casada. Me llamó la atención... –Se levanta, incómoda, y agrega: –
Que lindo, ¿cómo se llama?

¿Por esto?¿Qué es “esto”?¿De qué quiere hablar?


Por la mirada de Milah, se que está pensando lo mismo que yo.
–Matías, tiene 5 años. –Contesta seria.

–Chicas, –se empieza a excusar Juliana. Si, se va.– Me voy a dormir. Nos vemos mañana.

Cuando por fin cierra la puerta tras de sí no puedo evitar suspirar, un poco por el alivio y otro poco por
la preocupación.

Milah se agarra la cabeza con las manos y yo corro a abrazarla, la escucho sollozar debajo de mí y la
aprieto aún mas fuerte. De repente el mundo deja de girar a mi alrededor, dejo de preocuparme por lo
que podrá o no suponer Juliana o lo que les podrá contar a las demás chicas, ya no me interesa el que
dirán... sólo importa Milah, que ella esté bien. Necesito calmarla, hablarle, y ,por sobre todas las
cosas, abrazarla.

–Ya está amor, –digo contra su pelo mientras le doy unas palmadas en la espalda. –Saldremos de esta.
–¿Y si ella le cuenta a Sebastián? –dice entre sollozos, sin levantar a vista.

–No estarás sola, siempre voy a estar a tu lado mi vida. Ni aunque me lo pidas durante dos vidas
lograrás que me aleje de ti. Además, no nos preocupemos por cosas que aún no han pasado... quizás
Juliana termina siendo una buena amiga.

–Vamos... escuchaste lo que dijo de los bisexuales. –Me quedo callada, la verdad es que no sé qué
decir... en lugar de hablar vuelvo a abrazarla fuerte y reposo mi mejilla sobre su hombro, inspiro
fuerte y, a pesar de todo, sonrío... porque se que no estoy sola y que ella tampoco lo está, pase lo que
pase estaremos juntas.

Luego de abrazarnos un rato más decidimos dormir. Nos acostamos y la abrazo por detrás mientras le
acaricio suavemente el ombligo. Mi mano va y viene por encima de su vientre y siento su respiración
hacerse mas lenta signo de que por fin se está durmiendo... beso suavemente su espalda intentando no
levantarla, necesita dormir un poco; demasiado estrés por hoy. Ella estira su brazo hacia atrás en un
abrazo fuerte y me dejo arrastrar por mis sueños.

***

Me levanto sobresaltada, agarro mi celular de la mesita de luz y miro la hora: 4 de la mañana. Uff...
demasiado temprano. Ha sido una noche complicada, llena de pesadillas y Milah no ha dejado de
moverse en sueños. Me levanto al baño y me lavo los dientes rápidamente, luego vuelvo a la cama e
intento acostarme de la forma mas suave que pueda intentando no levantar a Milah, pero es demasiado
tarde.
– Hi stranger –me dice en su perfecto inglés.
–Hola mi amor –digo mientras le acaricio la cabeza. –No quise levantarte, esperaba que duermas un
poco más.

–No podía dormir, la verdad...


–Lo sé, yo tampoco. Este viaje no está resultando como lo planeamos ¿no?
–Eso se puede solucionar automáticamente –me dice con la mirada pícara e inmediatamente entiendo
sus intenciones.
Me acuesto sobre ella mientras empiezo a besarla por el cuello y voy contando sus besos, 15, hasta
llegar a su pecho.
–Espera...– digo entre jadeos.

Me levanto bruscamente y salgo corriendo hacia mi bolso, revuelvo unos minutos y por fin encuentro
lo que busco. Miro a Milah de reojo y la veo confusa, le hago un gesto con la mano y entro hecha una
bala al baño. Luego de unos minutos salgo y me encuentro con la mirada confusa de Milah, poso sexy
en la puerta y su mirada se enciende.

Me mira embelesada, con la boca entreabierta, le guiño un ojo y camino hacia la cama, cuando llego
allí me subo, me pongo en cuatro y camino como un perrito hasta posicionarme a sólo unos
centímetros de su boca:

–Me han dicho que te has portado mal –le digo en susurro.
–Culpable –me responde sin quitarme la vista de encima.
–Culpable ¿qué? –le digo mientras saco unas esposas. Me mira confusa pero luego entiende.
–Culpable señora policía.
–La vamos a tener que arrestar –digo mientras agarro una de sus muñecas y la esposo a un extremo de
la cama, hago lo mismo con la otra mano.

Saco la fusta de policía y empiezo a propinarle suaves golpecitos en su pecho, en cada uno de ellos
ella suelta un suave jadeo. Empiezo a lamerle todo el cuerpo mientras el sudor empieza a invadirlo,
primero voy hacia su oreja y bajo lentamente hacia su cuello. Le beso el borde de los pechos y entro
de lleno a sus pezones, que se ponen erectos con el roce de mi lengua, muerdo suavemente el
izquierdo, y con un suave jadeo sigo bajando hasta su ombligo, Milah se arquea hacia mí.
–Por favor –dice entre jadeos.

Bajo mi fusta hasta su clítoris y se arquea aún mas dejando escapar un sonoro gemido mientras yo
empiezo a temblar del placer, verla disfrutar es aún más excitante.

–Shhh –le digo mientras subo rápido a besar su boca.

Milah se inquieta aún mas, dejo la fusta a un costado y le dirijo una mirada encendida. Abro sus
piernas, que están un poco inquietas ya que se puede moverlas, y las mantengo allí mientras
introduzco mi lengua en su vagina, luego rápidamente y sin levantarla empiezo a rozar su clítoris. Me
ubico en el punto exacto donde sé que ella va a disfrutar y responde a mi roce con un grito ahogado.
Mi lengua continúa acariciando su clítoris cuando tomo nuevamente la fusta y lentamente empiezo a
introducirla en su vagina, ella se retuerce debajo de mí, impotente.

Cuando la fusta por fin está adentro, la dejo ahí y me levanto. Me siento a horcajadas sobre ella,
colocando mi vagina a la altura de su boca, para que pueda chuparla. Ella entiende el mensaje
mientras yo me ubico en el punto exacto, se siente exquisito, cierro mis ojos y me dejo llevar unos
segundos por las olas de placer. Mi mandíbula tiembla ligeramente, no puedo evitar los pequeños
gritos de lujuria.

–Shh –esta vez es Milah la que me calla.

Luego me doy vuelta, dejando todavía mi vagina a la altura de su boca, haciendo un 69. Ella se arquea
hacia mi, tanto como puede. Saco la fusta lentamente y ella suelta un gemido a la altura de mi vagina,
eso me da fuerzas para continuar, la introduzco y la saco de una forma rítmica mientras vuelvo hacia
su clítoris, dándole placer allí, donde a ella más le gusta. La respiración de Milah se agita cada vez
mas hasta que siento sus espasmos sobre mi lengua y mientras ella se entrega de una forma sonora al
orgasmo.

Le suelto las esposas, ahora le pertenezco, puede hacer conmigo lo que quiera. Me da vuelta y pasa su
lengua por mi ano, y lentamente introduce un dedo. Grito, un poco por la sorpresa, y otro poco por el
placer. Me pone en cuatro y empieza a lamer mi clítoris por detrás, es una sensación exquisita que
nunca antes había experimentado, su dedo continúa entrando y saliendo de mi ano. Mi respiración se
empieza a agitar, cuando ella bruscamente me tumba boca arriba y se acuesta sobre mi besándome en
la boca. Tiene un gusto salado. A mi.

Empieza a presionar su vagina contra la mía y gime. Le agarro la cola, con la respiración entrecortada,
me arqueo hacia a ella en un arrebato de placer, el roce se hace cada vez más rápido, más placentero,
más rítmico. Milah inclina su cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados. Suaves gemidos salen de su
boca hasta que por fin llegamos juntas al orgasmo.

Ella se tumba sobre mí y me besa, entre jadeos, el hombro.


–Te amo –me dice en silencio.
–Yo más –le respondo.
–Imposible.
Nos quedamos acostadas unos minutos hasta que sentimos que alguien golpea la puerta:
–¿Chicas están bien? –La voz de Juliana suena al otro lado de la puerta. –He escuchado gritos y me
preocupé, ¿son ustedes?
Capítulo 28

Milah y yo nos miramos unos minutos, ambas en shock. Me levanto rápido de la cama y me saco a las
apuradas el disfraz mientras Milah me ayuda con el pijama, ruego para mis adentros que todo este
traqueteo no se escuche desde afuera. Agarro lo que falta para terminar de vestirme y me voy al baño.
Puedo escuchar como Milah abre la puerta despacio.

–Disculpa Juliana, ¿Tú tocaste la puerta?– Lanza un bostezo, dejado en claro que acaba de levantarse,
producto de los golpes, obvio.
–Si, es que he escuchado unos gritos y, bueno, me asusté –responde Juliana.
–Acá no eran –contesta Milah, con una fingida inocencia.

Abro la puerta del baño, sólo un poco para espiar: veo que Milah tiene la puerta entreabierta y que
Juliana hace un esfuerzo sobrehumano para mirar hacia adentro.
–¿Estás segura? –Pregunta mientras entrecierra los ojos, –estoy en la habitación de al lado y los gritos
proveían claramente desde acá.
–Pues, revísate los oídos, Sicilia y yo estábamos durmiendo. De hecho ella aún lo sigue haciendo.
–¿Puedo entrar? –pregunta de repente. Vaya mujer molesta.

Salgo del baño sigilosamente y me acuesto en la cama, fingiendo estar dormida. No comparto el hecho
de que Milah haya elegido el camino de negarlo todo –si por mí fuese, hubiese dicho que era la
televisión y tema zanjado– pero ya que estábamos en el baile, iba a bailar. Toso de una forma audible,
pero cansada, con suerte Milah se dará cuenta de que ya estoy acostada. Sin embargo, hace caso omiso
a mi tos y le pregunta, enfurecida, a Juliana:

–¿Para qué quieres entrar?

–No para nada –Juliana se hecha atrás ante el tono de voz de Milah –era sólo... para... para saludar a
Sici.
–Ya te dije que está durmiendo, si tienes algún problema con eso, pues allá tú. Ahora si me disculpas
son casi las 5 de la mañana y quiero dormir. Tenemos un día bastante ajetreado, te recomendaría que
hagas lo mismo señorita.

Señorita. Vaya, realmente está enojada. Sonrío de forma involuntaria, ella me está defendiendo... y me
encanta.
–Claro. Disculpa por el mal entendido, es que... que estaba preocupada por ustedes. Hasta mañana
–Hasta mañana. –Y cierra la puerta de una forma un tanto violenta.
Giro sobre mi misma y me pongo boca arriba, me sostengo con los codos observando como Milah se
acerca hacia mí.
–Hi stranger –le digo con una sonrisa pícara.
–Hola.
–Vaya pesada ¿eh? –comento.
–Casi la mato.

–Ven, acuéstate conmigo. –Milah pega un salto y se tira sobre mi, puedo ver que su humor va
mejorando a cada beso que me da. Empiezo a reír de una forma audible hasta que:

–Shhh. Calla. Gritona. Que. Por. Tu. Culpa. Casi. Nos. Descubren. –entre cada palabra me da un beso
en la boca al mismo tiempo que me hace cosquillas. A pesar de que me retuerzo y de que ella es más
pequeña que yo, no puedo zafarme de esa hermosa tortura.

Jugamos un rato más hasta quedar agotadas y luego vuelvo a abrazarla por la espalda, mi posición
favorita, le acaricio suavemente el vientre mientras le beso la nuca, hasta que cae rendida.

–Te amo –le digo al oído, en un susurro, en un acto íntimo y puro. Siento nuevamente las palabras
salir de mi corazón y no puedo creer todo el amor que siento por ella. Nuevamente tengo miedo,
dudas... por un lado quiero más: quiero una pareja, una vida a su lado, que ella sea solo mía y por otro,
tengo tanto miedo a lo que tendremos que afrontar si decidimos seguir por ese camino.

Mis pensamientos se empiezan a desordenar, miro lo que sería mi vida con ella, el amor puro,
incondicional y los problemas con la familia. La mano que está en su vientre empieza a disminuir su
velocidad, hasta quedarse totalmente quieta, signo de que, por fin, me dejé llevar por los sueños.
***

Por suerte el episodio con Juliana quedó atrás y con Milah decidimos no hacerle mucho caso a ésta
niña molesta. Ya por la tarde nos acostumbramos a su mirada inquisidora y aprendimos a no prestarle
atención, de hecho, fingíamos que ella no existía. Aunque, claro está, nos cuidábamos mucho de no
hacer muestras de amor explícitas.

Cerca de las 5 de la tarde termina nuestra última función y nos dieron el día libre. Con Milah nos
fuimos de shopping: ella es muy fashionista y a mi me encanta gastar, así que: a comprar ropa se dijo.

El shopping es un tanto grande y es fácil perderse. A pesar de que sólo tiene dos pisos, están
dispuestos de tal forma que no puedes ver lo que sucede en el anterior o en el otro extremo del mismo.

Entramos a una casa de marca, como le gustan a mi chica, y nos probamos un par de camisas. Yo me
quedé con una blanca holgada, con botones a los costados. Milah por su parte no compró nada, estaba
bastante entretenida en vestirme a mí.

Luego fuimos a por una calza de colores que combine con mi nueva camisa; estuvimos un rato
paseando por el shopping hasta que encontramos el lugar indicado; era bastante pequeño y estaba todo
abarrotado, además la dependienta no había puesto música, por lo que no nos quedó otra opción más
que susurrar. A pesar de todo, la ropa era hermosa y no nos echamos atrás, atacamos los estantes hasta
que elegimos varios modelos y luego me encaminé hacia el probador.

Cuando encontré la que mejor que quedaba llamé a Milah para que me diera su opinión. Ella entró al
probador sin ningún recato y me tocó de lleno el culo.
–Con eso no sales a ningún lado –me dice en tono serio, pero con una sonrisa dibujada en el rostro.
–¿Por qué? –pregunto inocentemente.
–Porque todos van mirarte y a mi eso no me gusta nada. –me contesta al oído.

Sonrío de forma abierta y le acaricio la mejilla. Ella sube su mano hacia mi espalda y yo me
estremezco de placer. Sabe que me encanta que haga eso. Me muevo de forma provocativa hacia ella y
le hago un guiño pícaro con mis ojos.

–Espera hasta esta noche y te desfilo con la calza puesta. –le digo en tono seductor.
–Shh, calla. Seguro que la dependienta estará preguntándose que qué hacemos las dos acá.
–Que va –le contesto haciendo un gesto con la mano, –estará cansada de ver amigas entrar juntas al
probador. Vamos Milah no seas tan paranoica.
Ella se disculpa con una sonrisa tímida y luego dice:

–No creo que las amigas hagan esto. –Y me da un beso apasionado que enciende cada uno de mis
poros. Siento un cosquilleo en la nuca y no puedo hacer otra cosa más que volver a besarla.

–Si Sebastián, lo sé. –la voz de Juliana llega desde afuera hasta el probador.
¿Quién es esta chica?¿Cómo hace para estar en todos lados?¿es Droopy acaso?

Me separo de Milah rápidamente y me concentro en escuchar lo que está hablando, por primera vez
agradezco el tamaño del local... de repente me pregunto por Juliana... ¿acaso dijo Sebastián? . Miro a
mi chica y sé que está pensando lo mismo que yo.
–Dijeron que venían al shopping pero no las encuentro... –La voz de Juliana se va desvaneciendo por
lo que no puedo escuchar cómo termina la oración, pero hay algo que está bastante claro: ...No, no hay
nada claro. Necesito que alguien me explique qué diablos está pasando. Vuelvo mis ojos hacia Milah
con la intención de preguntarle si había comprendido algo y me choco con su mirada horrorizada. Al
menos ella entiende un poco más, aunque no creo que eso sea mejor.

De repente me abraza y apoya su mejilla sobre mi hombro. A mi se me pone la piel de gallina. Hay
algún instinto que estaba escondido y latente, que ahora salió de tu letanía sólo para advertirme que
Sebastián es más peligroso de lo que imaginé.

Capítulo 29

Le doy unos golpecitos en la espalda, intentando calmarla. Puedo sentir cómo se humedece mi
hombro, signo inconfundible de que está llorando. Me pregunto de qué me estaré perdiendo.

–Shh, mi amor. Ven, salgamos de aquí, vamos a tomar una coca. Pretendamos que no escuchamos
nada y tengamos cuidado desde ahora, si estamos con cola de paja a Juliana no le quedará ninguna
duda de que algo sucede entre nosotras.

Milah asiente sobre mi hombro y me aprieta fuerte la mano, acto seguido se pone derecha, y me
sonríe. Me enternezco ante sus ojitos húmedos y su sonrisa de disculpa, tiene la mejilla un poco
colorada... no puedo evitar el impulso de acariciarle suavemente.

–Te amo, nunca te voy a dejar ir. Lo digo en serio –la miro a los ojos y veo como los de ella se abren
ante la sorpresa.
–Yo... no tengo palabras para decirte lo que siento por ti. Es tan intenso. –Me abraza nuevamente y me
da un beso en la mejilla.

Le agarro de la mano y finalmente la saco del probador, la dependienta nos mira extrañada,
seguramente escuchó lo que hablábamos, pero me importa un comino. Propongo ir a tomar un café en
el patio de comidas del shopping, si nos cruzamos con Juliana nos agarrará en una situación normal
entre dos amigas. Milah pide un licuado y yo un frapuccino –lo vengo deseando desde hace días–,
luego nos ubicamos en una mesa que está a la vista de todos, por primera vez desde que salimos no
buscamos escondernos, sino todo lo contrario.

–¿Quién diablos es esta mujer? –pregunto mientras unto la tostada con un poco de manteca.
–No lo sé –contesta Milah pensativa– pero temo que Sebastián la haya mandando...

–A mi eso me quedó bastante claro. A veces pienso que es mejor que la enfrentemos.
–Yo opino todo lo contrario, –me contradice– quizás si nos hacemos las tontas e intentamos cooperar
con ella podemos primero, averiguar que se trae entre manos, y segundo, distraerla por completo.

–Tienes razón –coincido–. ¿Qué hacemos ahora?¿Deberíamos cancelar los planes de mañana?

Milah se demora unos minutos en contestar, sé que está pensando cuál sería la mejor elección. Yo
deseo con todas mis fuerzas que no los cancelemos, estuve esperando este momento desde que supe
que íbamos a venir a Mar del Plata.
–No –contesta por fin– sería demasiado sospechoso, mejor hacer como si nada, además ya les
avisamos a todas que no iríamos a las clases de mañana.

–Mejor llamas a Sebastián y le cuentas tus planes, dile que vienes conmigo a visitar a un pariente, un
tío. Si Juliana le va con el chisme él ya sabrá de antemano lo que tenías planeado, hasta puede que
empiece a confiar en ti...

–Lo de la confianza... dudo –responde– pero es una buena idea, esta noche lo llamaré. El cuento del
tío... literal.
Sonrío de forma abierta y ella se ríe. Tiene razón, le haremos el cuento del tío.
***
Al final Juliana no volvió a aparecer por el shopping, lo que nos dio unas horas para relajarnos.

La noche fue espectacular, es el momento que más disfruto del día. Adoro cuando su aroma invade la
habitación, escuchar su respiración, las expresiones de su cara mientras duerme. Adoro como se le
arruga la frente o como sonríe de forma natural, no hay momento en el que la vea mas hermosa que
esos, cuando ella es... ella, sin maquillaje, sin máscaras, sin ropa.

Nos levantamos a las 8 de la mañana y salimos directo a Rent a Car, donde alquilamos un auto de esos
nuevos para evitar problemas en la ruta. Decidimos apagar el GPS y dejar que el destino nos lleve,
después de todo ésa era la idea de esta aventura. Además nos guiábamos por el mar, siempre
ocupándonos de rodearlo, así no había forma de perderse (aunque estábamos un poco relajadas ya que,
en caso de perdernos, encenderíamos el GPS y dejaríamos que el nos ubique.)

Salimos por el oeste siempre rodeando el océano y manejamos cerca de una hora hasta que llegamos a
un pueblo veraniego, hermoso, aunque vacío por la época del año. Entramos a recorrer sus calles: tenía
un aspecto colonial, y lo que suponemos es el centro, consta sólo de 5 cuadras. Cuando menos lo
imaginamos estamos de vuelta en la ruta, sólo que el paisaje cambia radicalmente, ya no es todo llano,
sino que hay unas pequeñas praderas que combinan perfecto con el look del pueblo anterior. Sonrío
mientras observo a Milah, sé que ella está pensando lo mismo que yo.

–¿Jane Austen? –pregunta.


–Orgullo y prejuicio –. Respondo con una sonrisa.

Es como si estuviésemos en ese libro, mi favorito. Siento un calor en el corazón pues de alguna forma
extraña y retorcida estoy viviendo la historia de amor de Elizabeth y Mr Darcy.

Quedo embelezada por las propiedades con sus inmensos jardines. El césped daba la sensación de ser
una alfombra y sólo estaba interrumpida por unos árboles tímidos que se levantan indefensos en la
inmensidad del paisaje.

Nos asombramos, pues la ruta estaba desierta así que íbamos a baja velocidad, de hecho, me atrevía a
pasarle un mate de vez en cuando.

Seguimos andando un rato más hasta que nos encontramos con un bosquecillo hermoso que bordea
una calle de tierra paralela a la ruta. Doblamos por allí, pero nada más hacer unos metros nos topamos
con una entrada a una propiedad privada, de todas formas hay un pequeño prado –un poco escondido
de la ruta, sólo un poco– por lo que detenemos el auto, extendemos un mantel sobre el césped y
hacemos un picnic allí.

Un lugar más hermoso, imposible.

Luego de comer el snack que habíamos llevado, Milah se recuesta sobre el césped a mirar el cielo, el
día está espectacular, soleado, pero no hace mucho calor. A pesar de que desde la ruta pueden vernos
decido recostarme a su lado, de todas formas casi no hay tráfico... a los pocos segundos Milah se
recuesta sobre mi, abrazándome. Le beso la coronilla e inspiro profundo.

–Siempre te voy a cuidar –le recuerdo. –Nunca lo olvides.

–No lo haré –a pesar de que no puedo verla, se que está sonriendo. Vuelvo a besarle la coronilla y
cierro los ojos. Es uno de esos momentos donde sobran las palabras, no puedo creer estar viviendo
esto, que sea realidad, cuando tantas veces lo imaginé en mi cabeza. Siempre con ese gusto especial,
que espero nunca se acabe, una mezcla perfecta entre lo prohibido y la excelencia.

La tomo de la barbilla y muevo su cabeza para darle un tímido beso en la boca.

La tarde se nos pasa entre abrazos, risas y besos. Cuando menos nos lo imaginamos ya es hora de
volver, pues está oscurenciendo y Milah tiene miedo a manejar de noche. Recogemos las cosas y
volvemos al hotel, con esa desazón de quienes no quieren que el día se termine.

El viaje de vuelta es tranquilo, ponemos la música a todo volumen y cantamos nuestras canciones.
Haciendo bromas entre nosotras y conociéndonos más.
Llegamos al hotel un poco tarde, por suerte de camino a la habitación no nos cruzamos con nadie.
–Quédate aquí –dice cuando hago el intento de entrar a bañarme. –No entres que quiero prepararte una
sorpresa.

Me recuesto sobre el sofá del balcón y escucho como Milah transporta materiales desde la habitación
al baño. Luego de unos –muchos– minutos me dice que ya puedo entrar.

Salgo corriendo ansiosa por descubrir aquello que estaba haciendo, al abrir la puerta del baño me
encuentro con una escena de película: la tina rebosante de espuma, velas de todos los tamaños
alrededor de la misma, el ambiente está impregnado con olor a vainilla y coco, mi favorito. Me giro a
darle un beso.

–Gracias mi amor, es hermoso. –Vuelvo a besarla y ella sonríe sobre mis labios.

–Déjame que te desvista– me dice con una voz seductora. Estiro los brazos en señal afirmativa y ella
empieza a desvestirme lentamente, empezando por mi camisa y deteniéndose sobre mis pechos para
besarlos. Siento como se ponen erectos por el contacto de su piel sobre la mía, abro la boca para emitir
un suave gemido mientras levanto mi cara hacia el techo. Milah continúa besándome en cada rincón
del cuerpo: en mis brazos, mis mejillas, mi barriga... ya está por llegar a mis partes íntimas cuando la
aparto de un empujón. Me mira extrañada y yo hago lo propio, su cara se tiñe de rojo.

–¿No quieres...? –empieza a preguntar un poco avergonzada, pero se detiene al ver mi cara de
asombro.

Sus ojos hacen miles de preguntas, pero no puedo responderle. Aparto un momento mi cara de la suya
para concentrarme en un punto rojo en el techo. Su mirada sigue la mía y luego suelta un suave
gemido, mezcla de asombro y miedo.

–¿Qué es eso? –pregunta en un susurro.


–No lo sé, parece...
–Una cámara –termina la frase.

Nos quedamos mirando fijamente el aparato, como si de ellos dependiera nuestra vida. ¿Quién lo puso
ahí?¿Para qué?¿Será del hotel?¿Habrá más? Las preguntas estallan en mi cabeza como una explosión
que no se puede detener y no sé por dónde empezar a buscar las respuestas.

Capítulo 30

Milah sale corriendo del baño a buscar una silla mientras yo me quedo petrificada, en shock. No puedo
salir de mi asombro y las preguntas siguen surgiendo una tras otra en una secuencia infinita.

Escucho como Milah tira lo que sea que había en la silla al suelo mientras entra hecha una furia al
baño. Su cara está roja, sólo que esta vez es del enojo más que de la vergüenza. Su mirada da miedo,
es la primera vez que la veo tan enfurecida. Eso bloquea aún mas mi mente, no me he movido un sólo
centímetro.

–Tápate –dice mientras me pasa una toalla. Hago lo que me ordena, quiero preguntarle por qué se puso
así pero temo su respuesta, puede que, o bien descargue su ira contra mí, o que las conclusiones que
haya sacado sean las mismas que las mías.

Me hago a un lado mientras observo cómo se sube a la silla y arranca el aparto de una sola vez
observándolo detenidamente. Luego de unos minutos asiente, me aparta dulcemente y, sólo con la
remera puesta, sale hacia la habitación de Juliana. Quiero detenerla pero apenas respondo de mi.

Salgo corriendo tras ella llegando en el momento justo en que Juliana abre la puerta con una expresión
de sorpresa. Se detiene en seco al ver la cara de Milah y luego posa sus ojos sobre mí preguntándome
con su mirada que qué diablos pasa. Encojo mis hombros a modo de respuesta mientras busco qué
decir, pero Milah se adelanta.

–¿ME PUEDES DECIR QUÉ ES ESTO? –grita Milah chocando su nariz con la de Juliana mientras le
muestra la cámara, yo retrocedo del susto. –Vamos ¡¡Contéstame!!

Siento pena por la niña, la verdad que no me gustaría estar en su lugar, pero vamos que se lo ha
buscado.
–No... No... No sé de qué me estás hablando, Milah –contesta Juliana, indefensa, sin dejar de mirar el
enigmático aparato.

–Vamos, no te hagas la tonta –se puede percibir el desprecio en su voz –¿Quién eres ? ¿Y qué buscas
de nosotras?
–No sé de me que estás hablando –repite.

Este intercambio queda interrumpido cuando la profesora sale, asustada, de la habitación.


–¿Qué sucede? –pregunta preocupada.
–Nada –respondo rápido. –Queríamos corroborar algo con Juliana, profesora.
–¿Y no podía esperar hasta mañana? –pregunta enojada.
–No –contesta Milah secamente.

La profesora se detiene en ella y frunce el entrecejo al ver la repulsión que está impresa en su rostro.
Entrecruza los brazos sin decir nada, luego posa su mirada en Juliana y en mí adivinando el tópico de
la charla: un hombre.

–Bien, me han hecho asustar, las dejo hablar tranquilas –contesta luego de una pausa, medio
susurrando. Antes de dirigirse hacia la habitación hecha un vistazo a nuestra vestimenta y agrega: –
Les recomendaría que se pongan un poco más de ropa, no sé cuál será la emergencia o el problema con
la señorita Díaz, pero les aseguro que no quiero que alguna de mis chicas se enferme.

–Si, profesora –contesto solícita–. Vamos Milah... –empiezo a decir, en un virgen intento de calmar la
situación. Me detengo ante la mirada colérica de ella. Juliana está sola.

–¿Por qué nos espías? –Pregunta una vez que la profesora cierra la puerta a sus espaldas–. Sabemos
que estás buscando algo, ¿por qué nos has seguido hasta el centro comercial? ¿Qué es lo que quieres
averiguar? ¿Y qué es lo que trama Sebastián? –por fin había dejado de gritar, pero ahora susurraba y
eso daba más miedo. Juliana está pálida como el yeso y temo que Milah le estampe la cámara contra
su cara.

–Milah... –digo mientras la tomo por los hombros y la acerco a mí. La abrazo fuerte mientras le
acaricio el pelo, no me importa estar semidesnuda y que ella lo esté también, tampoco me importa lo
que pueda pensar Juliana, sólo quiero abrazarla un momento, hasta que se tranquilice un poco.

Poco a poco se va calmando entre mis brazos, Juliana no dice absolutamente nada, ni siquiera pone
una de esas caras que tanto me molesta. Milah apoya su cabeza en mi hombro cuando Juliana abre la
boca para hablar, por suerte no vio el gesto, así que levanto mi mano para que no continúe pues Milah
sigue tensa. Mi chica realmente asusta cuando está enojada, es una faceta de ella que desconocía,
aunque tampoco me desagrada.

Cuando finalmente su respiración se tranquiliza tomo valor para agarrar al toro por las astas.
–Juliana ¿qué sabes de nosotras? –pregunto sobre el hombro de Milah, sin quitarle los ojos de encima.
–Es bastante obvio lo que sé. ¿No? –contesta ella tímidamente mientras señala nuestro abrazo. Está
asustada. Mejor así.

–Para nosotras no lo es, no quiero dejar nada al azar ni andar con hipótesis. Vamos, se amable y
dímelo. –Es mas fácil atraer abejas con miel que con vinagre. Milah hace el intento de levantar la
cabeza, pero vuelvo a apoyarla en mi hombro, esta posición, de alguna forma, me da cierta privacidad.

Juliana duda antes de contestar:


–Entre ustedes, bueno... es evidente que no hay una simple amistad...
–¿Y qué hay? – la voz amortiguada de Milah llega hasta nosotras.
–No lo sé... supongo que tienen una relación... de pareja. –dice lo último en voz baja, como si fuera
algo malo.
Mierda... si, es bastante obvio.
–¿Quién más lo sabe? –se que es lo último que me debería preocupar, pero de todas formas es lo
primero en mi lista.
Juliana se demora una barbaridad en contestar y soy yo la que se impacienta.
–Vamos, contesta–. Le apremio.

–No lo sé... –dice por fin. –No hablo con las demás chicas, de todas formas es un poco evidente que
ustedes tienen una amistad muy especial, siempre haciéndose guiños.

Quiero preguntarle por Sebastián, que es quién realmente importa... pero una pequeña parte de mi se
detiene a pensar el hecho de que posiblemente algunas de nuestras compañeras también sospechen de
lo nuestro.

–¿Por qué dices que las demás pueden sospechar? –me adelanto a Milah, se que ella desea indagar por
otro lado.
–No lo sé, para mi es bastante obvio. –responde Juliana. Respiro tranquila.
–Pero nos estás siguiendo –acoto.
–¿Por qué te envía Sebastián? –pregunta Milah sin poder contenerse. Juliana toma aire antes de
contestar:
–Es bastante largo.
–Tenemos tiempo –respondemos Milah y yo al unísono.
–No puedo hablar contigo de ese tema... –señala a mi chica –es tu marido... estaría interfiriendo entre
ustedes dos y la verdad que no me gusta ese rol...
–No interfieres en nada, él y yo no tenemos absolutamente nada... no desde que conocía a Sicilia, es a
ella a quien amo y protejo.

Miro perpleja a Milah, sé de su amor por mi, pero es la primera vez que lo confesamos a un tercero, y
no a cualquiera, sino a Julieta... Me pregunto qué buscará poniendo todas las cartas sobre la mesa,
quizás piensa que de esa forma la niña hablará más rápido.

–Disculpen, son las dos de la mañana, Sicilia está temblando de frío, la profesora se puede volver a
despertar o peor aún, nos pueden escuchar, mejor terminamos de hablar mañana ¿les parece? –propone
Juliana.

–No –le contradice Milah– entremos a nuestra habitación, ahí estaremos tranquilas, me interesa zanjar
este tema cuanto antes.

Juliana asiente y entramos a la habitación. Estoy muerta de frío e incómoda, desearía cambiarme, sin
embargo, me dirijo a la cama y me tapo con el acolchado, siento que por fin voy a poder armar el
rompecabezas. Sebastián es un misterio para mi, hasta ahora.

Juliana se sienta al borde de la cama, está pálida y nerviosa. Respira profundo, entrecruza sus dedos
jugando con un anillo mientras empieza a hablar con una trémula voz:

–Conocí a Sebastián el día de mi cumpleaños, el año pasado. El me dijo que no estaba casado –lanza
una mirada de disculpa hacia Milah que no le quita la vista de encima. De todas formas ella levanta la
mano, puedo ver que no le causa ningún efecto el saber que él está con otras mujeres –Y bueno, él es
un adonis, lo sabes. El caso es que empezamos a salir, lo hicimos por unos meses hasta que se puso un
poco más serio, entonces él me propuso trabajar en su bar, como necesitaba el dinero acepté y me
ubicó como encargada de DejaVú.
“Todo marchaba de maravilla, es un hombre muy atento –cuando quiere–, nuestra relación era...
podría decirse que perfecta, todos los días lo veía, disfrutaba mucho de su compañía, me hacía reír...
en fin, todo cambió cuando me enteré de que estaba casado (de Matías recién supe el día que hablamos
las tres) y no sólo eso, sino que además su esposa eras tú –señala a Milah– . Como es lógico lo quise
dejar y él se trasformó. Se volvió un psicópata, me llamaba a cada hora pidiéndome que no lo deje,
que él quería formar una familia. Poco a poco me fue alejando de mis amigas, de mi familia; mi
mundo era él. Sin darme cuenta me había quedado sola. Y yo, bueno, yo lo amaba. Me ilusioné con la
idea del casamiento, hasta me pareció romántico que llore por mi declarando su amor.

“Pero poco a poco él se fue poniendo violento, un día me golpeó. Luego se disculpó diciendo que
nunca más iba a suceder. En su momento le creí. Sin embargo de pronto me asustaba su presencia, le
temía y no podía hacer nada ya que me tenía amenazada... hasta que una noche...

–Lo sé –la interrumpe Milah– no hace falta que sigas, yo también he pasado por eso. Lo que pueda o
no hacerme Sebastián me importa un comino, me preocupa lo que pueda hacerle a Sicilia. –Hace una
pausa y agrega– ¿Cómo es que empezaste a seguirnos?

Juliana agacha la cabeza, avergonzada, y le lanza un tímida mirada a Milah quien asiente en forma
compasiva.

–Empezó a pegarme –se excusa Juliana– me tenía tremendamente amenazada, como se los dije. No
podía creer que ése era el mismo hombre al que amaba. Una noche se puso especialmente violento,
estábamos en el bar y yo intenté escaparme...

–Error –vuelve a interrumpir Milah. Juliana asiente y continúa:

–Esa noche estaba en el depósito cuando se acercó sigilosamente a mi y me agarró del cuello, me
habló despacio diciéndome que tenías una nueva amiga, que habías cambiado mucho, que parecías
otra persona. Él quería averiguar cuál era el motivo de ese cambio: “tu nueva amiga” o algo más,
alguien más. Mi primer impulso fue negarme a su pedido pero me eché atrás al ver la bronca que tenía
acumulada. Empecé a seguirte y al poco tiempo descubrí la naturaleza de la relación que entablaron...
por algún extraño motivo no pude contarle la verdad, un poco porque estaba en deuda contigo y otro
porque tenía miedo de ser la que reciba sus primeras reacciones cuando se descubra la verdad. –Milah
suelta un suspiro de alivio y yo hago lo propio. No podía creer la clase de monstruo que es este
hombre.

–Cuando vinimos a Mar del Plata, antes de partir, me dio la cámara –continúa– supongo que ya
sospechaba que yo le estaba mintiendo. Me pidió que la coloque en la habitación e intenté no hacerlo,
hasta que hoy ya no pude esperar más y la coloqué en el baño cuando ustedes estaban afuera. –Se
produce un silencio incómodo, estoy conmocionada. No puedo creer en el lío en el que estamos
metidas. Milah por su parte, está pálida, puedo escuchar a su mente maquinar. Quiero romper el hielo,
preguntarle a Milah que qué haremos, pero Juliana se adelanta:

–Quise advertirles, las he buscado por todas parte y no las encontré, de todas formas ustedes no
querían hablarme, por eso es que he dejado la nota sobre la cama.

–¿Qué nota? –preguntamos Milah y yo al unísono mientras buscamos el dichoso papel.


Milah palidece aún más, si eso es posible, cuando definitivamente no aparece.
–Sicilia –me dice –agarra tus cosas. Nos volvemos a casa cuanto antes. Apúrate.
A mi se me paraliza el corazón.
Capítulo 31

–¿Por qué? –pregunto desafiante, antes de ponerme en movimiento quiero entender todos los cómo los
cuándo y los por qué. Entrecruzo mis brazos, en signo de que no voy a moverme. Claro que no me veía
venir la reacción de Milah:

–¡Sicilia! Por una vez no cuestiones nada, la situación es de por si ya bastante grave.

Esta vez me pongo en movimiento en contra mi voluntad. Escojo un poco de ropa y me dirijo hacia el
baño pues Juliana sigue en la habitación. Ella y Milah se quedan a solas, no puedo evitar sentir una
puntada de celos y me golpeo mentalmente por permitir que ese sentimiento se apodere de mi en ésta
situación. Dejo entreabierta la puerta en mi afán de escuchar lo que hablan.

–¿Te ha violado? –Escucho que Milah pregunta. Suelto un gemido de sorpresa. Juliana contesta en
silencio, temo que la respuesta sea afirmativa. Si ese hijo de puta le ha puesto una mano encima a mi
chica sin su consentimiento... no sé lo que soy capaz de hacer. De repente mi cerebro ata los cabos:
hoja desaparecida, la cámara, Juliana, el apuro de Milah por salir de aquí: Sebastián está en la ciudad.

El corazón golpea violentamente contra mi pecho, la adrenalina inunda mis venas. La habitación está
en silencio, sólo el sollozo de Juliana lo rompe. Me cambio de forma apresurada, siento que la puerta
se cierra y salgo corriendo hacia afuera.

Milah se ha quedado sola –posiblemente Juliana fue a buscar sus peternencias


– está ordenando la ropa que ha quedado afuera. Me detengo a su lado pero no se percata de mi
presencia, en lugar de eso elige una remera, un jean y guarda el resto en el bolso, sin diferenciar lo que
es mío y lo que es suyo. Cuando termina suspira profundamente mientras se viste. Por fin me dedica
una mirada, en su cara está impresa la preocupación.

–¿Qué sucede? –Le pregunto con cautela.

–Creo que Sebastián está en la ciudad –responde con una trémula voz– temo por Matías y por ti.

Asiento suavemente sin quitarle la vista de encima, después de todo ya lo suponía.

El ambiente está cargado con una tensión tangible y todos mis sentidos están atentos. De repente
siento una punzada de miedo, quiero abrazar a Milah pero aún está cambiándose por lo que reprimo
esa necesidad. Ayudo a ordenar las cosas aunque lo hago de forma automática, mi cabeza está
trabajando en varias hipótesis, una más descabellada que la otra.

Luego de 15 minutos aparece Juliana compungida, con un bolso en la mano. Su presencia me molesta
un poco, quisiera tener a Milah sólo para mí. (Y nuevamente me siento patética por la posición que
tomo ante esta situación)

–¿Sabe la profesora que nos vamos? –pregunto intrigada, recién me percato de ese detalle.
–No le he avisado –contesta Juliana intercambiando una mirada con Milah. Ella asiente mientras se
detiene a pensar por unos minutos, luego resuelve:
–Le dejaremos una nota, donde diga que hemos tenido un problema en algún bar de mi marido,
después de todo, Juliana trabaja allí y bien que tú –me señala– podrías hacer lo mismo. No creo que
resulte sospechoso.

–De acuerdo –apruebo, ya que se dirige exclusivamente a mi.

Milah se aparta de nosotras para escribir la nota, mientras yo termino de recoger las pocas
pertenencias que quedaron afuera. Juliana está pendiente del celular, esperando, supongo, que
Sebastián se comunique con ella.

Aproximadamente media hora después abandonamos el hotel, las tres estamos en silencio, no hay
mucho que decir. Tomamos un taxi hasta la Terminal de ómnibus.

Milah no para de mirar a nuestro alrededor y eso me pone aún más nerviosa, sin mencionar que no
puedo evitar sentirme observada. Además Juliana no ayuda con su actitud, realmente está asustada. La
tensión de ambas es contagiosa y no puedo evitar que mi ansiedad se dispare considerablemente. Me
pregunto que más les habrá hecho como para que ambas salgan corriendo ante la mínima suposición
de que él está aquí.

–Estoy preocupada por Matías y no podemos dejar sola a Juliana –dice Milah en un susurro,
adivinando, como siempre, mis pensamientos.

Cuando llegamos a la estación Juliana saca tres boletos en el colectivo más próximo mientras nosotras
nos sentamos en los bancos de la plataforma. Luego de unos minutos se acerca a nosotras:

–Debemos esperar una hora y media –nos informa.


–De acuerdo –dice Milah mientras yo muevo afirmativamente la cabeza.

–Deberíamos comer algo –propongo luego de un momento. Me pongo de pie y les indico que me
sigan. Entramos en un bar un tanto lúgubre, el ambiente provoca que se me ericen los pelos de la nuca,
pero hago caso omiso a ese detalle. Nos sentamos en una mesa alejada, como cuando Milah y yo nos
escondíamos de la sociedad, solo que ahora la situación ha cambiado notablemente.

Nos atiende un camarero entrado en años, no puedo evitar fijarme en sus uñas largas y sucias. Me da
un poco de asco y tengo un nudo en el estómago pero de todas formas ordeno un plato de ensalada
para cada una y una coca. No quiero que pasemos hambre, al menos una de las tres tiene que estar
atenta a estos detalles.

–¡Que lugar más deprimente! –comenta Juliana intentando aligerar la tensión.


–La verdad –coincide Milah.
–Por la hora es el único bar que está abierto –me defiendo un poco molesta–. Además ¿cuando se ha
visto un bar moderno en una Terminal?
Por fin Milah sonríe, lo hace forzosamente, pero al fin y al cabo, es una sonrisa.
El camarero vuelve con nuestras ensaladas y las comemos sin prisa.

Quisiera preguntar por Sebastián, llegadas a este punto es hasta necesario que yo sepa de quién me
estoy escapando y cuán lejos es capaz de llegar, sin embargo no encuentro el momento oportuno para
hacerlo.
Pagamos la cuenta y nos sentamos en el andén a esperar la media hora restante hasta que llegue
nuestro ómnibus. El lugar está casi desierto, y hay un murmullo incómodo que me pone nerviosa.
Milah coloca unas monedas en el televisor, el mismo se enciende y luego sube el volumen al máximo
escogiendo un canal al azar. No puedo evitar mirar alrededor, todo parece normal, pero la sensación de
que nos están observando no desaparece desde que salimos del hotel.

–¿Qué te apetece... –La pregunta es interrumpida por un sonido proveniente del bolso de Juliana. Ella
se apresura a sacar el aparato, y grande, en la pantalla, aparece “Llamada entrante – Sebas”. Se pone
blanca del miedo. Mira fijamente a Milah, haciéndole una pregunta en silencio.

Ella asiente a modo de aprobación y, con cautela, atiende el teléfono. Está a punto de hablar con él,
cuando Milah le arranca el aparato de las manos y frota el papel de un caramelo sobre el auricular,
esto imita a una interferencia en la señal, y luego corta la llamada.

–Mejor que no hablemos con él –dice contestando a la pregunta no formulada de Juliana– puede que
sospeche que estás con nosotras, y con Sebastián nunca se sabe, no me extrañaría que le haya puesto
algo al celular o que soborne al telemarketer para que le diga desde dónde se realizó la última
llamada.

Juliana no dice nada, el color aún no ha vuelto a su rostro. Yo por mi parte, voy atando cabos: bien,
Sebastián es peligroso, eso está claro, sólo que aún no sé hasta dónde es capaz de llegar y cuán
precavida debo estar. No puedo evitar sentir un poco de agradecimiento por esta ignorancia, quizás si
supiera un poco más sobre él estaría mas asustada.

El colectivo llega a horario y nos ubicamos en nuestros asientos, estamos solas en el piso de abajo.
Sospecho que es por la hora y por la época del año. Milah y yo nos sentamos juntas mientras Juliana
se ubica en el asiento de adelante. No son los lugares que nos corresponden, pero como el ómnibus
está vacío no creo que alguien nos lo reproche.

Cuando se pone en marcha me recuesto sobre el hombro de Milah, necesitaba ese contacto desde que
iniciamos la travesía. Por fin me siento segura. Ella es mi lugar seguro. Cierro los ojos mientras me
acaricia la mejilla, no puedo evitar adormilarme un poco.

–¿Cuántas veces ha abusado de ti? –pregunta Milah creyendo que estoy dormida.
–No lo sé –contesta Juliana avergonzada.
–Ese hijo de puta... no soy capaz de hacer nada. Yo debería pedir ayuda, llamar a alguien, sólo que...
–Tienes mucho miedo–. Dice Juliana con resignación.
–Él sabrá ingeniárselas con la policía –dice Milah, más para si que para Juliana. Ha dejado de
acariciarme para enderezarse en el asiento.
–Es un psicópata.
–Lo sé, pero ¿cómo logramos demostrar eso?
Se produce un silencio en cual aprovecho para respirar acompasadamente, dando a entender que estoy
profundamente dormida.

–Deberíamos buscar en internet –propone Juliana. No puedo evitar sonreír sobre el hombro de Milah,
me resulta divertida la salida que ha encontrado. Por su parte, mi chica se queda en silencio, absorta
en sus pensamientos, supongo.
Mi mente maquina a una velocidad vertiginosa, si él es tan... definitivamente no será fácil la vida que
me espera al lado de Milah. Sólo me preocupa saber cuál será mi límite y si estaría dispuesta a
soportar estas situaciones por el resto de mi vida. Una cosa es esconderse de la sociedad y otra muy
distinta es esconderse de un psicópata.

En algún hilo de mis pensamientos me quedo realmente dormida. Tengo una pesadilla, donde Milah es
atrapada por Sebastián y la obliga a hacer cosas delante de mí, me despierto sobresaltada con la voz de
Juliana.

–¡Milah! ¡Vamos despierta!


–¿Hemos llegado? –pregunta en un murmuro, se ha recostado sobre mi estómago.
–No, aún no ha amanecido. Pero creo que he visto el auto de Sebastián – contesta Juliana un poco
acelerada.

Milah se levanta violentamente y mira por la ventanilla mientras yo hago lo propio. Sólo hay
oscuridad, un negro paisaje que no es interrumpido por absolutamente nada. En un instinto de defensa
miro en el pasillo del ómnibus, está desierto. Por algún extraño motivo eso me asusta aún más.

–¿Estás segura? –pregunta Milah sin quitarle la vista de encima.


–Completamente.
–¿Has podido ver la patente?
–No he llegado a hacerlo pero era el mismo auto. ¿Tú crees que es posible que nos haya seguido hasta
acá?

–Al menos a mi me está siguiendo–. Contesta Milah mientras me abraza fuerte.


–No lo entiendo ¿por qué no te deja en paz? –pregunto sin poder contenerme. Él tiene a otras mujeres
y no comparten nada, ¿qué es lo que tiene ella que no tienen las demás?

–Dinero y estatus social.


–¿Qué? –no lo comprendo.

–Sabes que vengo de una familia adinerada, la misma que lo ayudó a construir sus bares, pero la
avaricia es así, cuando más se tiene, más se quiere. Y él quiere demasiado. Sabe que si me pierde mis
padres son capaces de quitarle absolutamente todo, a pesar de lo conservadores que son, siempre
aprenderán a apoyarme, aún cuando no cumpla con los cánones que impone la sociedad. Es por eso ha
buscado – y encontrado– la fórmula ideal para asegurarse de que no lo vaya a dejar nunca:
amenazarme, a mi, a ti, a Matías.

Me tomo unos minutos para procesar la información, ¿yo también corro bastante peligro? ¿Qué tan
grave es la situación? No puedo evitar sonreír, todo me resulta inverosímil, hasta ridículo y se lo digo.

–Me parece ridículo. Que alguien se comporte así por dinero o para sentirse poderoso.
La respuesta de Milah queda en suspenso cuando la carretera se ilumina, un auto vuelve a pasar, pero
esta vez en dirección contraria.
Milah y Juliana se apresuran a mirar por la ventanilla.
–Es él –contesta Milah.
–¿Se imaginará que estamos en este colectivo? –pregunta Juliana en un susurro.
El miedo vuelve a inundar mis venas, de repente no me parece tan ridículo el móvil de su locura, sólo
me preocupa que salgamos ilesas.
–El celular –dice Milah –. Posiblemente lo está rastreando como lo imaginábamos.
–O el sonido del ringtone, la Terminal estaba casi vacía. –digo– Además me sentía observada en todo
momento.
Ambas me miran fijamente, sin saber qué decir.
Capítulo 32
El viaje es bastante tenso, pues el auto de Sebastián ha vuelto a pasar dos veces por el camino. Estoy
segura de que sabe que viajamos en el colectivo.
Juliana se ha ido a la cabina del chofer, ya que desde ahí se observa mejor. Aunque, a decir verdad, yo
desde mi asiento no dejo de mirar hacia afuera.
Milah, por su parte, no deja de preocuparse por Matías, mientras sostiene mi mano llama a cada uno
de los bares de su marido.
–No saben nada –dice mientras corta el teléfono una vez más.
–¿Tú crees que es capaz de viajar con el niño? –pregunto mientras acaricio su mano.
–Con Sebastián nunca se sabe... –responde mientras marca un nuevo número– espero tener más suerte
aquí.
–Déjame ayudarte –digo mientras busco mi celular en la mochila– pásame unos números.
Milah me indica con su dedo dos números, sin cortar la llamada. Me mira extrañada, pues quito la
batería de mi celular y maldigo por lo bajo.
–Nada, tampoco saben nada aquí –vuelve a decir– ¿qué sucede?
–Este aparato... –lo golpeo suavemente sobre la palma de mi mano– se apagó, no sé qué le sucede. Tú
sigue llamando, yo me arreglo.

Asiente y marca otro número más, mientras yo coloco la batería en el equipo y lo enciendo. Quizás los
golpecitos funcionaron porque el equipo se prende. Junto con los mensajes de configuración llega un
mensaje de mi hermana:

“¿No te advertí que tuvieras cuidado?”

Me da un subidon, dudo si mostrarle a Milah, pues nunca le mencioné nada acerca de las advertencias
de Pierina. Decido que no hay necesidad de agregarle mas problemas a mi chica, por lo que le contesto
disimuladamente. “No entiendo, ¿qué quieres decir?”

Entro a configuraciones mientras espero la respuesta de mi hermana, Milah observa como continúo
luchando con el aparato y encoje los hombros.
–¿Por qué tardarán tanto en contestar? –pregunta exasperada.
–No lo sé, realmente no lo sé –miro mi celular: nada. Suspiro sonoramente– supongo que es la señal.
A los quince minutos Milah por fin puede comunicarse con un bar y a mi me llega un mensaje de
Pierina:
“¿Entre Milah y tú hay algo?”

Pongo los ojos en blanco. La adrenalina corre vertiginosamente por mis venas, decido que no tengo
tiempo para estar hablando por mensajes, así que decido llamarla.

Me pongo de pie y me dirijo al baño, ahí tendré un poco de privacidad, espero. Entre señas le digo a
Milah que me espere, pues me ha dirigido una mirada escrutadora. Ella asiente.

–¿Hola? –al escuchar la voz de mi hermana no puedo evitar sentirme un poco más tranquila. Ella, por
otro lado, suena asustada.
–Hola hermanita –contesto haciéndome la inocente.
–¿Es verdad lo que dicen de Milah y de ti? –pregunta alarmada, sin darle vueltas al asunto.
–Depende de lo que digan... –respondo evasiva.
–Dicen de todo –me recrimina– espero que no sea cierto, pues si algo sucede entre ustedes...
–¿Qué? –la interrumpo.
–Te mataré, primero porque te advertí que tengas cuidado y segundo porque ¿cómo no vas a
contármelo? ¿Por qué tengo que enterarme por lo demás?

–Pierina...
–No empieces Sicilia, ¿para qué ocultármelo? si algo sucede entre ustedes... a mi no me debes ninguna
explicación, mamá se va a infartar y papá... ni hablem...

No sé qué decirle, ojala hubiese elegido otro momento para hablar. Me apoyo en la bacha del baño –a
pesar de que está asquerosa– necesito hacerlo pues las piernas me han empezado a temblar.

–Pieri... no es momento para hablar de esto...

–Sí que lo es, Sebastián lo sabe, está hecho un monstruo, casi me mata (sabe que eres mi hermana), sin
mencionar al pobre niño que lo ha dejado tirado acá como a una bolsa de papas.

–¿El niño? –vuelvo a interrumpir su perorata, pero necesito asegurarme de que escuché bien.
–El niño –responde.
–¿Matías?

–Si, Matías ¿qué otro niño sino? –mi hermana está muy exaltada, y no puedo evitar sentirme culpable.
De todas formas le digo que la llamaré un momento y salgo a buscar a Milah, que al verme llegar me
abraza.

–No vuelvas a desaparecer de mi vista... necesito asegurarme de que tú estás bien.


–Matías está en Amadeus –le digo mientras me siento sobre su regazo.
–¿Cómo lo sabes? ¿A ti si te han atendido?
–No, por mi hermana –dudo un momento– También sabe lo nuestro... y Sebastián y todo el mundo.
Milah me deja a un lado y se pone de pie. Empieza a caminar por el pasillo del colectivo, mientras se
agarra la cabeza con las manos.
–Lo sabía, nos vio por la cámara, eso disipó cualquier duda. Me haré cargo de todo amor.
–¿Qué quieres decir?

–Sici, –pone su cabeza a la altura de la mía y me mira fijamente a los ojos– prométeme que harás lo
que yo digo.
–¿Por qué?

–Vamos, no es momento de hacer preguntas –suplica.


–Está bien, haré lo que tú digas, si es que eso no te perjudica.
Pone los ojos en blanco, resignada.
–Promételo bien.
–Lo hice. –sé que soy una caprichosa, pero si ella corre peligro y me ordena que vea el espectáculo,
está desquiciada si piensa que lo voy a hacer.
–Vamos...
–Si, vamos, dime qué tengo que hacer.
–Juliana –grita sobre su hombro– ¿cuánto falta para que lleguemos a Buenos aires?
–Hora y media –contesta Juliana desde la cabina.
Levanta la palma de su mano indicándome que espere un momento. Cierra los ojos, puedo escuchar
como su cerebro está trabajando.
–Bien, le dirás a tu hermana que vaya a esperarnos en la Terminal, que lo lleve a Matías.
–¿Estás segura? Sería mejor si no involucramos al niño. –sugiero, hasta Sebastián con lo psicótico que
es ha dejado a su hijo de lado.
–Haz lo que te digo –está muy alterada, pero luego se suaviza y me dedica esa mirada dulce que tiene–
por favor.
–Está bien, eres su madre.
–No, no lo soy, pero créeme que es lo mejor.
El resto del viaje lo paso ultimando detalles con Milah y Pierina, yo solo opero, pues no comprendo
nada.

Los últimos 20 minutos Juliana se sienta con nosotras y le explicamos, finalmente, lo que sucedió
mientras estaba en la cabina. Ella parece comprender cuáles son las intenciones de Milah. Perfecto.

Llegamos a Retiro a horario, y en la plataforma resalta el color rubio de mi hermana. Sostiene de los
hombros a un niño de pelo negro que está ansioso. Vaya modo de conocer a Matías.

No hay rastros de Sebastián, pero las tres estamos alertas.

Somos las últimas en bajar, no puedo evitar sentirme nerviosa pues tendré que hacerle frente a mi
hermana, y ella sabe lo nuestro. Matías corre a saludar a Milah, la sonrisa en su rostro me dice que es
un niño alegre. Además es muy hermoso, tiene los ojos cafés, el pelo crespo y usa unos anteojos
azules, que me enternecen.

–Hola Matías –lo saludo.

–Ésta tarde te quedarás con ella. Mamá y yo tenemos que hablar. –Levanto la vista y mi corazón se
paraliza. Sebastián, lascivo y alterado, está a nuestro lado, tirando por la borda todo lo que habíamos
planeado.

Abro la boca para contestarle, pero Milah me detiene.


–Cuida a mi niño –me dice al oído, mientras acompaña a Sebastián fuera de la Terminal.
Capítulo 33

Observo indefensa como Milah se aleja de la plataforma, con Sebastián agarrándole el codo. Ella gira
su cabeza hacia mi y veo el miedo reflejado en sus ojos.

Tomo de la mano a Matías, que me está sonriendo genuinamente, ajeno a todo lo que está sucediendo.
–¿Quieres una hamburguesa? –le pregunto cordialmente.
–¡Si! –responde el niño emocionado. Miro a mi hermana que hace un guiño con la cabeza y nos
dirigimos al auto.
Juliana nos pisa los talones, y yo deseo hablar con ella, pero no delante del niño
Cuando subimos al taxi, los 4 amontonados atrás, apenas mantengo el miedo a raya, ¿qué le hará?.
No puedo contener mis ganas y le envío un mensaje de texto:
“Por favor mi amor, dime que estás bien”

Pierina ve mi estado de ánimo y me acaricia disimuladamente el hombro, dejo escapar una lágrima, no
lo puedo evitar. El trayecto se me hace largo, pues no dejo de pensar en Milah.

Llegamos por fin hasta el lugar donde venden las hamburguesas. Es el típico bar donde tienen un
combo para niños y un pelotero. Matías tiene una emoción que hace contraste con mi miedo. En otra
situación, yo estaría jugando con él. Pierina se lo lleva a la caja a pedir un combo para cada una –
aunque yo no tengo hambre–. Aprovecho esa oportunidad para interrogar a Juliana.

–¿Qué le va a hacer? –pregunto sin vueltas mientras nos sentamos en una mesa de color azul, ella
suspira profundo.

–No lo sé... pero se le puede ir de las manos.


–No lo entiendo, ¿por qué? Si no la ama. –las lágrimas corren por mis mejillas sin que pueda hacer
nada para detenerlas.

–Dinero, supongo. Quizás también... él es muy posesivo, le tocaron el orgullo y son las primeras
personas que son capaces de hacerlo. Él es Narciso...
No digo nada más, sólo me quedo pensando. El miedo y la angustia se mezclan produciendo una
sustancia horrenda.
Disimulo lo que siento lo mejor posible, pero en mi cabeza sólo entra un pensamiento, y no soy capaz
de eliminarlo.
¿Qué le estará haciendo?
***

Son casi las 6 de la tarde, estoy en mi habitación mirando fijamente el celular como si con eso se me
fuera la vida. Le envíe a Milah 5 mensajes pero todavía no he recibido respuesta alguna. Puedo
escuchar como Juliana, Pierina y Matías juegan en el comedor. Quisiera estar con ellos pero a penas
mantengo a raya el miedo.

Miro el reloj: 6:10, el tiempo pasa insoportablemente lento y sigo sin recibir un mensaje. Tomo mi
cabeza entre las manos sin saber qué hacer. Impotente.

Siento unas ganas terribles de llorar, pero se quedan ahí, en el pecho, oprimiéndolo. La situación se
nos ha ido de las manos y no puedo dejar de preguntarme: ¿Qué le estará haciendo?.

De repente, todos mis pensamientos se bloquean y mi cuerpo se mueve por si solo. Sigilosamente y
sin que nadie me escuche salgo de mi habitación, de mi departamento, del edificio entero y corro las
cuadras que me separan de la casa de Milah.

La gente camina por mi lado, son sólo manchas borrosas que pasan desapercibidas para mi, pues solo
tengo la mente fija en una cosa: buscar a Milah. Sin embargo, otra pequeña parte de mi se detiene a
pensar en lo increíble que es el hecho de que ellos, la gente, esté como si nada sucediera mientras
dentro de mi el mundo se está desmoronando.

Abro el portón con cuidado y me acerco a la entrada principal, dudo. No sé qué hacer, unos momentos
antes estaba decidida a comportarme como una luchadora de valkiria, pero ahora, mirando impotente
la casa, siento como toda la seguridad desaparece. Decido que, al menos, necesito verla, saber que está
bien. Miro a mi alrededor buscando un buen escondite entre los árboles del jardín, toco el timbre por
apenas un segundo y salgo corriendo. Me escondo tras el árbol y veo como Griselda abre la puerta,
siento una punzada de decepción, aunque al menos, Milah no está sola.

El miedo vuelve a invadirme cuando decido llamarla por teléfono, no sé si será la mejor idea, pero la
desesperación es más fuerte.
Ahí estaba, marcando su número cuando siento un grito, Sebastián:

–Harás lo que yo digo– salgo de mi escondite buscándolos, pues se escucha claro y es obvio que están
en algún lugar fuera de la casa. Por fin los encuentro en el jardín trasero.

Sebastián tiene agarrada a Milah por el brazo y le ha pegado en la mejilla. Ella está agazapada
cubriéndose la cara con su mano libre y no para de llorar.
Me quedo petrificada, horrorizada. A pesar del temor no puedo quitar mi vista de ellos, me siento
impotente mientras escucho como Sebastián sigue hablando:

–¿Es que ya no me quieres? Dijimos que estaríamos juntos para siempre–. Milah asiente. Puedo verla
temblar. El hombre está fuera de si, la suelta bruscamente y empieza a caminar alrededor de un árbol
mientras le dice a Milah que tenga cuidado. “Conozco gente” repite mucho. De repente golpea el auto
con fuerza, justo al lado de ella y se sobresalta.

–¿Qué harás sin mi? –grita.

Miro a mi alrededor y veo al celular de Milah que no deja de encenderse, alguien ha tenido la misma
idea que yo y la está llamando. Sebastián continúa gritando:

–Te prometí que cambiaría, pero la culpa es tuya –dice mientras camina en círculos– ¿Por qué me
desafías?
De repente mira el celular y, fuera de si lo recoge, y lo tira hacia ella. Le golpea el pecho y Milah
vuele a sobresaltarse pero continúa con la cabeza gacha
–¿Es que ahora tienes amigas?, te lo prohíbo, te quitan tiempo para mi –dice mientras empieza a
llorar– perdón, no quiero golpearte pero te lo mereces.
Milah levanta la cabeza y automáticamente sabe que ha cometido un error. Cualquier atisbo de
arrepentimiento por parte de Sebastián se evapora.

–¿Por qué me miras? ¿Te he dado permiso a que lo hagas, acaso? –Toma a Milah por el cuello y la tira
al suelo, está por pegarle un patada cuando decido que es más de lo que pueda soportar.

Sin pensarlo ni por un momento salgo corriendo y me interpongo entre ellos.


–¡SICILIA! –Escucho que grita Milah horrorizada. Siento como una patada llega hasta mis costillas
tirándome al piso, doblada de dolor.
***

Me levanto en el hospital, me duele absolutamente todo el cuerpo, pero no veo a nadie a mi alrededor
para preguntarle qué está pasando. La cama de al lado está deshecha pero vacía. Observo la
habitación: el televisor está encendido, posiblemente quién me esté acompañando ha salido un
momento.

Miro mi cuerpo, y veo unos pequeños cardenales en el brazo, pero nada más. Observo detenidamente
el suero, y hago un análisis interno de todo lo que me duele: las costillas –me pregunto si las tendré
fisuradas–, el brazo, el cuello... Luego de diez minutos la puerta se abre y entra mi hermana.

–¿Y Milah? –a pesar de que quiero saber qué ha sucedido, lo más importante ahora es ella.
–Está con el psiquiatra, ya vendrá. –dice mientras toca mi frente para ver si tengo temperatura.
–¿Qué ha sucedido? –pregunto finalmente.
–Sebastián te ha golpeado hasta dejarte inconsciente, no tienes nada grave, por suerte. Milah también
está bien –agrega al ver que abro mi boca para preguntar.
–¿Cómo llegué hasta aquí?

–Juliana se dio cuenta de que te habías ido, adiviné a dónde, así que dejé a Matías con ella y salí
corriendo a buscarte. Llamé a la policía, no sabía que más hacer, pero cuando llegué ellos a estaban
allí. Un vecino que escuchó lo que sucedía tuvo la misma idea que yo. Cuando pude verte, estabas en
la hierba inconsciente, mientras Milah intentaba despertarte...

La explicación de mi hermana se interrumpe cuando ella entra en la habitación, a pesar de que está
muy golpeada –tiene hematomas en el rostro– camina bien y me sonríe al verme. Siento una inmensa
felicidad que se traduce en mi sonrisa. Mi hermana se excusa y nos da un poco de privacidad.
–Mi heroína –dice –estás loca...

–Por qué nunca me lo dijiste... –digo mientras le acaricio uno de los moretones.

–Temía que él te haga daño, apenas dejaba que me relacione con los demás, si sabía que te lo había
contado... pero ya está.. –dice finalmente sentándose derecha.

–¿Tú como estás? –pregunto.


–Bien, he tenido un ataque de pánico. Fui con el psiquiatra. Me medicará por ahora, pero tendré que
hacer terapia –dice un poco avergonzada.
–No estás sola mi amor, es un proceso por el que transitaremos juntas –digo mientras le acaricio la
mano.
–Lo sé –sonríe tímidamente.
–¿Sebastián? –pregunto, no quiero hablar de él, pero es necesario.
–Pues, Juliana y yo hemos hecho la denuncia. Ahora está a la disposición de la justicia.
–¿Y si lo meten preso y luego sale? –pregunto con miedo.
–No podrá hacernos nada...
–¿Cómo lo sabes? –vuelvo a insistir.
–Tiene una orden de restricción...
–Vaya garantía –digo con ironía. Ella sonríe divertida.
–Estaremos bien –repite mientras se inclina a darme un beso.
Epílogo

El sol me da en la cara pero aún así me niego a abrir los ojos. Tengo la cabeza apoyada contra el
cristal del coche sintiendo la placentera sensación que produce el calor del astro rey sobre mi piel.

Luego de unos momentos siento que nos detenemos y la voz de Milena, mi prima, resuena en mis
oídos.
–Vamos dormilona, hemos llegado.
***
El viaje de Argentina a Colombia ha sido tranquilo, al igual que el último año.
Teniendo en cuenta los acontecimientos relacionados con Sebastián, nada de lo que me suceda podía
entrar en la categoría de “estresante”.
Aunque debería aclarar que ha sido un año bastante movido: he podido reencontrarme a mi misma.

Por fin las respuestas que tenía se han ido respondiendo una por una, aunque en el camino hayan
surgido otras. Lo importante es que las respuestas llegaban sin preguntas y las preguntas ya no
necesitaban una respuesta.

Milah continúa haciendo terapia, aunque los ataques de pánico han cedido. Entregó a Matías a su
madre biológica y lo hecha de menos todos los días, sin embargo él la ha venido de visita bastante
seguido y ella hizo otro poco. Tuvo un nuevo renacer, por fin pudo salir al mundo y a mi me hizo
tremendamente feliz verla, por fin, extender sus alas.

Yo hice lo propio, de alguna forma extendí las mías, saber lo que una es, o lo que una quiere, es
bastante liberador y no lo habría conseguido sin la ayuda de las personas que me rodean.

Mi hermana aceptó nuestra relación sin miramientos y nos dio un apoyo tan incondicional que sin el
no hubiera sido posible seguir. Los padres de Milah, poco a poco, van comprendiendo que su hija está
enamorada de una mujer, y que lo importante es ser buena persona. A pesar de que hemos tenido
momentos muy malos, hoy, al menos, me tratan con cortesía y confío que en un futuro cercano
podamos tener una relación más estrecha.

Los amigos han tenido reacciones diferentes, algunos lo han aceptado sin preguntas, mientras a otros
les ha costado un poco más. Sin embargo con el tiempo se han acostumbrado a nuestra nueva situación
y la relación con ellos es tan buena como antes.

Claro que liberarte, descubrirte, tiene sus desventajas. Todos los días me topo con la discriminación o
el rechazo. Al principio era paralizador, pero después una se va acostumbrando y llega un punto en el
que ya nada importa, excepto Milah. Aunque no puedo negar que me ha traído ciertos problemas, bien
vale la pena enfrentarlos. Sobre todo porque la tengo a ella que siempre ha estado a mi lado.

***
Milah está ayudando a mi prima con las maletas, mientras yo observo, un poco tímida, la fachada del
lugar que me vio crecer: la casa de mis padres.
Es la primera vez que los visito con una acompañante, y ellos todavía no saben que es mi novia. Ruego
para mis adentros que se lo tomen con calma.

–¿Estás lista? –le pregunto sobre mi hombro a Milah, los nervios se han apoderado de mi. Mi prima
nos mira extrañada, ella tampoco lo sabe, aunque seguramente lo intuye.

–Ni un poquito –contesta entre risas –pero qué mas da.


Me toma de la mano y entramos juntas.
Así, siempre juntas. Tan simple y tan complicado a la vez.
Ha pasado mas de un año, pero para nosotras no. El amor sigue intacto, puro, a pesar de todo. Las
trabas han sido duras, pero no tanto como nuestro amor.

Yo lo supe, desde el primer día en que la vi. Y ella lo supo también. Mi hilo rojo, dos almas que
estaban destinadas a encontrarse y que inexorablemente lo hicieron. Porque así estaba escrito en
nuestro destino, y porque no queremos que sea de otra forma.

También podría gustarte