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Nómadas del viento

Erase una vez un desierto. Un desierto de arenas cambiantes. Dunas rojas por el sol y el calor
asfixiante. Un océano de arena que a primera vista parecería muerto, pero que ante unos ojos
expertos rebosaba vida.

Esta es la historia de una caravana que nunca llegó a su destino.

Todo empezó un día...

Los camellos se asustaron. Abrieron las aletas de sus narices, nerviosos y atentos. El hombre
cubierto por completo, solo dejaba vislumbrar una pequeña rendija para poder observar a su
alrededor.

El jinete y su montura llegaron al límite de la duna y en el fondo de la siguiente se hallaba la


causa de su nerviosismo. Un grupo de gente caminaba acompañada de sus camellos y enseres.

Dictan las normas de cortesía que al encontrarse en el desierto el saludo debe de ir


acompañado de hospitalidad. Allí mismo plantaron las tiendas ya que la noche se le echaba
encima. Era raro no encontrarse con alguien, ya que los caminos, aunque no marcados por
nada ni por nadie, existían. Como sí una memoria ancestral guiara a las caravanas hacia su
destino.

Así fue ocurriendo durante varios días y se iban acercando hacia el oasis, punto final de su
recorrido.

A través de muchos años, se habían establecido alianzas y compromisos en el uso del agua y
del fruto de las palmeras del oasis. Pero aún así existía en ese lugar un venerable anciano al
que todos recurrían cuando surgía algún problema. O para oír de su experiencia en algo que se
desconocía.

Llegó un día en el cual el anciano reunió a todos los viajeros de las arenas. Era de noche y sólo
el techo lleno de estrellas les cobijaba.

Les convocó para contarles un secreto, solo por él conocido. Todos respetaban al anciano pues
les había dado muchas muestras de sus acertados consejos a lo largo de los muchos años que
le conocían.

Les habló así:

- Queridos hijos, hermanos. Os he visto crecer y os he seguido aún en los sitios en los que
creíais que ya no me alcanzaba la vista. Así que creo saber cómo sois realmente. Estáis
viniendo a este lugar para dar de beber a vuestros animales y habéis tomado este oasis como
punto final de vuestro viaje. Pero no es así.

Un murmullo de sorpresa se extendió entre los presentes. Algunos pensaron que el viejo
desvariaba.

- Os digo que más allá de estas dunas que nos protegen. Más allá del Desierto Negro, existe un
oasis donde el agua fluye desde el cielo...

- ¿Cómo sabes eso, anciano?


- Lo sé porque yo nací allí. No debéis conformaros con este agua, porque aunque vosotros la
veáis limpia y pura, y os quite la sed, os aseguro que la del Nacimiento es incomparable.

La mayoría de los que estaban oyéndole empezaron a retirarse pensando que era tarde, que
para qué ir tan lejos si ya estaba allí el agua, para que arriesgarse... Encontraron mil excusas.

Quedaron solo unos pocos asombrados por lo que oían.

El anciano les miró y dijo:

- Entre vosotros algunos han reconocido el lugar del que hablo, otros os quedáis por curiosidad
y otros porque se quedan los demás. Sed honestos con vosotros mismos y quedaos sólo si
sentís la llamada. El viaje será peligroso y a la vez fascinante. Aprenderéis muchas cosas y
tendréis que renunciar a muchas más. Pero la recompensa que obtendréis superara todas
vuestras expectativas. Mañana por la mañana iniciaremos el viaje.

- ¿Cómo, tú también vienes?

- Naturalmente, ¿es qué acaso alguno de vosotros sabe llegar al lugar del cuál os hablo?.

Al día siguiente, cuando el sol despuntaba sobre las dunas, los que iban a iniciar el viaje,
recogieron todas sus pertenencias dispuestos a continuar por el Desierto Negro, así llamado
porque el sol había requemado el suelo de tal manera que parecía carbón.

Al cabo de poco tiempo comenzaron a formarse grupos de personas que hablaban entre ellas.
El anciano les observaba y comprendía. Entre ellos hablaban de si era correcto dejar el mando
de la caravana a alguien tan anciano, e incluso alguien empezó a comentar en voz alta su
inseguridad ante el viaje iniciado.

Todo ese día siguió igual y al llegar la noche el anciano les hizo parar y convocó una reunión.

- Escuchad. Aquellos de vosotros que estáis aquí por curiosidad, aún estáis a tiempo de
volveros atrás, conocéis el camino de vuelta. Los que os quedáis porque siempre habéis estado
siguiendo a otro, os digo lo mismo, ya que a partir de mañana aunque vayamos juntos cada
uno debe de velar por sí mismo. Debe de confiar en la huella del camello que lleva delante.
Procurad no dormiros, ya sabéis que la muerte aguarda en el sueño.

Y vosotros, aquellos que tenéis constancia de la verdad. Continuad en vuestra creencia. Yo os


conduciré al final. Mi compromiso con vosotros es tanto o más que el vuestro conmigo.

Acto seguido, algunos de entre todos ellos dijeron que se marchaban. Preferían seguir como
antes, que no veían seguro el resultado del viaje...

Pasaron varios días, y en su recorrido del desierto sucedió que se encontraron viajeros que se
unieron a su caravana y algunos de la caravana que la dejaban por diversas razones.

Pero el tiempo pasaba, y ni todos los curiosos, ni todos los acompañantes se habían marchado.
Resultaba que en sus corazones no anidaba el anhelo de la verdad, sólo el ver que era aquello
de lo que se hablaba y los otros, en su cobardía, no querían aceptar que estaban allí sin desear
estar.

De nuevo, por la noche, el anciano los reunió:

- Sé que entre vosotros anida la duda del viajero. Empezáis a pensar en lo que habéis dejado
atrás. Tenéis miedo a lo desconocido que hay más adelante. Solo os pido que confiéis en mí.
Estáis aquí por libre voluntad, y si conseguimos estar más juntos, lo que empezó como una
reunión de gentes dispersas conseguiremos transformarlo en un autentico pueblo. No
desesperéis. No queráis ver ya el oasis de la Fuente, aún queda mucho camino. No prestéis
vuestros oídos a todos aquellos que llamándose vuestros amigos quieren apartaros del camino
que lleváis en el corazón.

Siguieron pasando los días. Los puntos de desunión y unión se iban cada ensanchando vez más.
Se llegó a plantear en una reunión, en la que no estaba presente el anciano, el continuar el
camino por otro lugar menos agreste y que fuera más gratificante. Alguno entre ellos les dijo
que él había oído hablar que parecía ser había otras caravanas surcando el mismo desierto,
que si se unían a ellas todo iría mejor, y más cosas...

El anciano conocía todas estas cosas y su corazón se entristecía. Él les había abierto las puertas
del conocimiento, del conocerse a sí mismo, y ellos mismo le planteaban que estaba
equivocado. ¿Cómo podía estarlo si él era quien había hecho la ruta que ahora ellos
pretendían conocer mejor que él?

El clima de los viajeros llegó a tal extremo que uno de los que no eran corrió el rumor de que el
anciano estaba perdiendo el juicio, que ya no podía seguir guiándolos porque lo que hacía no
estaba bien, que él sabía que las cosas no eran de la manera tal como el anciano lo contaba.
De nuevo la duda anidó en los corazones de los viajeros. Pero lo que más le dolía al anciano
era que nadie de entre todos ellos se dirigiera a él para preguntarle nada, sino que daban
crédito a alguien que ni siquiera había hecho esa ruta con anterioridad. Pero el anciano les
dejó hacer. Si estaban con él voluntariamente él no era nadie para obligarles a hacer algo que
no querían.

Aún así los convocó a una última reunión: Y dijo:

- Cuando iniciamos este viaje, todos vosotros vinisteis voluntariamente. A nadie obligué. Os
conté el lugar de la Fuente, el lugar donde yo nací. Y vosotros aceptasteis venir. Os avisé que
era un viaje largo y duro. Y sin embargo, ahora, habláis de otros lugares, de otras rutas. No os
puedo detener. Os dije que había tres grupos entre vosotros. Vosotros habéis elegido a qué
grupo queréis pertenecer. Sólo una cosa más. Yo he de continuar mi viaje, y lo haré aunque
continúe en solitario. El desierto es ancho y lo recorren innumerables sendas. Esta es la mía y
el que quiera caminar por ella debe hacerlo de acuerdo a las reglas establecidas para este
camino.

Los miró uno a uno, con gravedad y una extraña sensación se apoderó de los corazones de los
viajeros. Se miraron entre ellos y cuando volvieron su vista hacia donde había estado el
anciano, no había nadie.

Un revuelo recorrió a todos. ¿Qué hacían? ¿Hacia dónde dirigirse? Ahora, incluso aquellos que
hablaban, que decían saber otros caminos, callaban. Solo unos pocos se levantaron de la arena
y mirando a las estrellas continuaron caminando.

Dicen los narradores de historias que esta es una historia inacabada. Que la tribu de los que se
levantaron aún sigue caminando aunque sin saber hacia dónde dirigirse, sólo recuerdan que
un día el anciano mencionó La Estrella y ellos ya no buscan la Fuente, si no ese punto de luz
que los alumbre en su caminar a ningún lugar.

¡Ah! Se me olvidaba. ¿Sabéis el nombre por el que eran conocidos?

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