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003 Capítulos 11 Al 14
003 Capítulos 11 Al 14
GENE EDWARDS
CAPITULO 11
Las cuevas no son el lugar ideal para levantar el estado de ánimo. Hay cierta
semejanza en todas ellas, no importa en cuantas usted haya vivido. Oscuras,
húmedas y frías. Con el aire viciado. Una cueva se empeora aun mas cuando
usted es el único habitante… y puede a lo lejos oír el ladrido de los perros.
Pero algunas veces, cuando no estaban cerca los perros ni los cazadores, la
presa cantaba. Comenzaba en voz baja y luego alzaba la voz y cantaba aquella
canción que compuso cuando salvó al corderito. Cada nota resonaba en las
paredes de la cueva así como otras veces había resonado en las montañas. La
música vibraba en la oscuridad de la profunda cueva, que se convertía de
inmediato en un coro que repetía su canto.
Ahora tenía menos que cuando era pastor. No tenía arpa ni sol, y ni siquiera la
compañía de las ovejas. Se habían desvanecido los recuerdos del palacio. Su
mayor ambición no era más alta que el cayado de un pastor. Todo se estaba
extinguiendo para él.
CAPITULO 12
Corría por los campos empapados por la lluvia, y bajaba por los resbaladizos
cauces de ríos. Algunas veces se acercaban los perros, pero otras veces hasta
lo encontraban. Pero lo ocultaban los ríos, los fosos y los pies veloces. Tomaba
su alimento de los campos, arrancaba raíces a la orilla del camino, dormía en
los árboles, se escondía en las zanjas, se arrastraba entre las zarzas, y avanzaba
lentamente sobre el fango. Corría durante muchos días, sin atreverse a parar
o a comer. Bebía la lluvia. Semidesnudo, todo sucio, caminaba, tropezaba, y se
desgarraba la piel al arrastrarse.
CAPITULO 13
Otros tuvieron que huir a medida que aumentaba la locura del rey. Primero
uno, luego tres, después diez, y por último cientos. Al término de prolongada
búsqueda, algunos de éstos fugitivos hicieron contacto con David. Ellos no lo
habían visto por largo tiempo.
CAPITULO 14
El lugar era otra cueva oscura. Los hombres se movían con impaciencia de un
lado para otro.
David habló pausadamente, con una delicadeza que parecía decir “oí lo que
preguntaste, pero no preste atención a la manera en que lo hiciste”.
- Porque esta vez, hace ya mucho tiempo, él no estaba loco. Era joven. Era
grande… grande ante los ojos de Dios y de los hombres. Fue Dios mismo quien
lo hizo rey.
Dios, no los hombres.
Aquella noche los hombres se acostaron sobre las piedras húmedas y frías,
murmurando acerca de las opiniones masoquistas y pervertidas de su líder
en cuanto a las relaciones con los monarcas, y sobre todo con los reyes
insensatos. Aquella noche también se acostaron los ángeles, y soñaron – en
el resplandor crepuscular de aquel día extraordinario – que Dios aún podía
dar su autoridad a un vaso digno de confianza.