Está en la página 1de 1

Llueve Llueven lágrimas, llueve sangre, llueven balas.

Ella era dulce, una criatura con corazón de porcelana. Quizá por eso los hombres siempre la
pisaban. Llegó dos horas más temprano, insertó la llave sin preocupación, la puerta del
departamento soltó un leve rechinido. Entonces el mundo colapsó. En la sala había dos cuerpos al
calor de la intimidad. Las piernas de una extraña abrazaban la cintura del hombre al que ella tanto
amaba; su garganta formó un nudo imposible de desamarrar, sus venas bombearon gasolina por
un instante, y un «No es lo que parece» salió disparado desde el sofá. Se desató una lluvia cálida
en los ojos de la chica y las palabras se alejaron lo más posible de sus labios. Una masa de
recuerdos la embistió mientras subía las escaleras: el viaje a París, las caricias de media noche, los
proyectos que sacrificó por él, las mil tonterías que le perdonó, las promesas que ahora se
quemaban a fuego lento. Revolvió el closet en una salvaje búsqueda. Las lágrimas habían dejado
un rastro húmedo detrás de ella, el pasado y el presente chocaban con violencia. Después de
despedazar el orden que regía dentro del closet, finalmente halló la pequeña caja que buscaba. Un
arma descansaba dentro: ligera, brillante, ansiosa. Ellos se vestían apresuradamente cuando ella
regresó. Y en cuanto el arma los miró de frente, sus rostros se decoloraron. El gatillo aguardaba
ansioso su gran momento de protagonismo, los labios entreabiertos no supieron que palabras
dejar escapar. El tiempo tuvo miedo de seguir avanzando, de dar un movimiento en falso y
destruir el universo. Ahora sólo existían aquellos cuatro: ella, él, la tercera y el silencio. Dos gotas
ardientes resbalaron por las mejillas de la chica. Su mandíbula temblaba, sus ojos gritaban “te lo di
todo”. El sol se alejó de las ventanas, los edificios gritaron enardecidos. La rabia apretó el hombro
de la chica, y su dedo se hundió en el gatillo. Llueven lágrimas, llueve sangre, llueven balas…

También podría gustarte