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¿Cómo analizar desde el estado colonial/moderno, las políticas de atención a víctimas

de los pueblos indígenas afectados por el conflicto armado Colombiano?

En realidad esto que parece más, una pregunta de carácter metodológico, pretende rastrear el
paradigma que sustenta el enfoque de la atención a víctimas del conflicto armado
colombiano, miembros reconocidos o no, de pueblos indígenas.

La verticalidad con la que el estado-nación, asume “la atención a poblaciones vulnerables”


partiendo de la matriz republicana y paternalista, donde los ciudadanos son individuos que
necesitan de la protección bonachona del pater familias (estado), con un sentido
estrictamente vertical, soportado en los ideales de capital del modelo colonial/moderno.

Se consolida entonces, la lógica de la protección a la “víctima” con un carácter excluyente,


que intenta subsanar, sobre el discurso de los derechos humanos, las grandes afectaciones
derivadas de las dinámicas estructurales del estado, en otras palabras “el estado entrega aquí
con una mano lo que ya retiró con la otra” (Segato, 2011). Y es que en Colombia durante
más de dos siglos de vida republicana, (desde su propia génesis constitucional) nunca se han
tenido presentes las ciudadanías, por fuera de la erigida por el mundo blanco. Esta es la
discusión central de la atención a las víctimas pues los pueblos indígenas vulnerados por el
conflicto armado son invisibilizados como ciudadanos, a la luz del asistencialismo funcional
del estado que los percibe como un problema1.

Las afectaciones que se generan a partir de las acciones contempladas desde ese estado
neófito, podrían desplegar dos tipos de victimización, las afectaciones de carácter directo,
generadas del cara a cara de los pueblos con los actores armados, que repercuten en la
persona, pueblo y/o territorio y otras b) de carácter indirecto que son las ocasionadas a partir
de la intervención estatal dada en función de la “reparación integral” una vez ya se han
incluido dentro de la nueva categoría de víctimas.

1
En Colombia, a partir de la Ley 089 de 1890 Por la cual se determina la manera como deben ser gobernados
los salvajes que vayan reduciéndose a la vida civilizadam, se otorga a las misiones la responsabilidad de reducir
a la vida civil a los “salvajes” para que los pueblos pudiesen tener cabildos en los que un gobernador, elegido
por la comunidad pudiese ejercer liderazgo sobre el pueblo. Y es tan solo hace 27 años cuando la Asamblea
Nacional Constituyente declaró la existencia de comunidades indígenas y abogó por el respeto de sus tradiciones
y cosmovisiones. Sin embargo, la práctica redunda en permanentes estigmatizaciones y exclusiones de toda
índole para con los pueblos indígenas, debido a la falta de aplicabilidad de la constitución.
Sobre este panorama, cave la pregunta ¿Cómo un estado que en la práctica nunca ha
reconocido la existencia de ciudadanías no blancas puede garantizar su protección?
Cuando los territorios con mayor influencia de grupos armados (oficiales o al margen de la
ley) y narcotráfico han sido y siguen siendo en gran parte el espacio de los pueblos indígenas
(vamos a hacer énfasis en los pueblos de la Amazonía colombiana como lo son los Tukano
orientales y centrales), esto como consecuencia directa de la estructura centralista que los
cataloga dentro de la periferia, destinandolos a sufrir cíclicamente, primero desde la colonia,
las misiones, y luego el modelo de república, finalizando con la modernidad, en una especie
de “recolonización”, que deja el terreno abonado para desatar los cultivos ilícitos y la
barbarie del narcotráfico, convirtiendo a los pueblos en una de las víctimas más grandes del
país2.

Al imponer creencias cívicas, que ciegan la posibilidad de seguir el camino de los derechos,
se convierte al territorio, en un escenario tan complejo y de tal desgaste en las relaciones de
género y mutuales, que la hibridación resultante del “entre-mundos” desdibuja la posibilidad
de pensarse un territorio plural.

En segundo lugar, el conflicto armado colombiano, tiene consecuencias muy diferentes en


términos de la victimización y su carga psico-social, que el discurso político ha manipulado
para poder establecer estrategias a favor del no reconocimiento de la diversidad. En el 2011
el establecimiento de la ley de víctimas, homogeniza la reparación e incluye un discurso
multicultural basado en el enfoque diferencial, estableciendo dentro de los pueblos, una
nueva categoría que parece “asumirse como identidad” La Victma, y entra a ser parte de una
gran masa que bajo la sombrilla de las diferencias funcionales construye una identidad
política subsidiaria y en condiciones “diferenciales” que la mantienen dentro de una gran
mirada estereotipada (Segato, 2007).

2
Según el Informe anual sobre violación de derechos humanos a los pueblos indígenas. (2014) Consejería
de Derechos de los Pueblos Indígenas,Derechos Humanos, Derecho Internacional Humanitario y Paz
Organización Nacional Indígenas de Colombia - ONIC, Entre enero y septiembre del 2014 se presentaron
3.193 casos de violaciones a los derechos humanos e infracciones al Derecho Internacional Humanitario,
DIH, que afectaron a los pueblos indígenas del país. En el cual se enfatiza sobre el control de las tierras por
grupos armados como las FARC, el ELN y el paramilitarismo.
Estas segundas afectaciones, convocan escenarios en los que el “blanco” interviene a favor
del indígena, tratando de que este se adapte a las normas sociales y culturales. Negando la
posibilidad de que florezca en la diversidad ese pluralismo histórico. Reduciendo y
cristalizando todas las formas posibles de relación a la visión blanquecina de la colonización
(Segato, 2011).

¿Cuáles son las principales consecuencias que enfrentan los pueblos indígenas cuando
no tienen posibilidad de contar su historia, desde un enfoque de pluralismo histórico?

La mayor parte del sustento investigativo que se tiene de los pueblos originarios, proviene de
un carácter eurocéntrico que marca la construcción del significante, a partir de una condición
relacional oprimido – opresor, que bajo la bandera de la civilización, logra establecer un
principio colonizador, limitando la autonomía de los pueblos y destinándolos a la periferia
del estado/nación. (Quijano, 1992)

Los pueblos, siendo incluidos posteriormente en políticas de asistencia social, con el peso de
la cooperación internacional y el intervencionismo estatal que acarrea el discurso de los
derechos humanos3, terminan desencadenando dificultades derivadas de la inflación a
jerarquías, trascendiendo, esos sistemas de relación duales y pasándolos a binarios donde el
papel de la mujer fue relegado e inferiorizado (Segato, 2011). Esto, consecuencia de la
trasgresión de la condición de género, que para algunos pueblos, estaba desligado de la
estructura biológica. De aquí que se pueda plantear una de las mayores dificultades que
enfrentan los pueblos hoy, es la posición de sus mujeres como sujetos históricos a quienes se
les ha cercenado la palabra, pues enfrentan una doble violencia y victimización de los
cuerpos.

3
Aquí voy a mencionar un caso personal que enfrenté al tratar de coordinar encuentros con un resguardo
indígena del pueblo JIW (departamento del Guaviare, Colombia), que presentaba problemáticas debido a que
se construyó una base militar que le quitaba parte del territorio asignado como resguardo. Al intentar concertar
una cita con el capitán, para poder trabajar con un programa de salud para niños, niñas y adolescentes, nos
encontraos que tenía agenda hasta dentro de 3 meses ya que en promedio habían en 2015, 16 organizaciones
diferentes realizando intervención al tiempo, y sin un proceso de articulación.
El gobierno colombiano en consonancia con las aparentes aperturas del obsoleto
modelo colonial/moderno, ha venido generando una serie de acciones afirmativas en
procura de reconocer la Justicia Especial Indígena (JEI), en gran medida debido a la
presión de los movimiento sociales e indígenas que desde distintos espacios reclaman
superar el binarismo propio de la colonia, inmerso en la concepción de la justicia
occidental. En este sentido la pregunta es ¿Cuáles son las principales contradicciones
que se presentan al tratar de articular la JEI y la Justicia Ordinaria (JO) en la atención
a mujeres víctimas de violencia sexual y de género, en las comunidades indígenas.

Para acercarnos a la pregunta, es preciso detenernos en el momento actual del país, según la
tercera entrega de informes, a la jurisdicción especial de paz (2018), la Fiscalía General de
la Nación, referencia que de las declaraciones entregadas por las FARC – EP, hay 945
víctimas de violencia basada en género, de las cuales el 96% son mujeres, por delitos como
acceso carnal violento, desnudez forzada, feminicidio, esclavitud sexual y prostitución
forzada (Fiscalía General de la Nación, 2018).

El mismo informe refiere que existen pruebas de abusos cometidos por agentes del estado:

“doscientos ochenta y un (281) víctimas, de ellas, 77% son mujeres, 52% entre los 18 y 30
años y 42% menores de edad. Por ocupación e identidad étnica, 25% eran estudiantes, 23%
amas de casas y 10 % indígenas. Dados los problemas de subregistro y el temor en la mayoría
víctimas que se abstuvieron de denunciar, se cree que el número de personas afectadas podría
ser mayor.”

La violencia sexual, si bien es un fenómeno condenado tanto por la comunidad indígena y la


sociedad occidental, presenta una serie de dificultades técnicas a la hora de articular la
atención a la víctima que favorece en ocasiones la impunidad y dificulta la atención oportuna.

La evidente distancia entre las concepciones de la JEI y la JO frente al delito de la violencia


sexual, se evidencia en la falta de complementariedad, pues a los ojos de la JO, la legislación
colombiana castiga las relaciones sexuales como delito, cuando se realizan con una menor
de 14 años, situación normal para las comunidades indígenas pues en muchos casos mujeres
de 14 años ya tienen esposo o hijos, generando una tensión entre la soberanía de la visión de
justicia occidental, que juzga estas actuaciones como degenerativas y en contra de la moral.
En este mismo sentido, las sanciones aplicadas por las comunidades indígenas, son señaladas
como una excusa “cultural” (usos y costumbres) para hacer de la violencia sexual un
fenómeno naturalizado, desconociendo y anulando en ocasiones las reales consecuencias que
puede ocasionar la violencia sexual en las mujeres de los pueblos. Así, el poder otorgado a
los “capitanes” y “gobernadores” cuyo requisito a veces para ser elegido dista del
reconocimiento de las necesidades su pueblo, (sino que se reduce a saber hablar bien español
e interactuar con instituciones) faculta que se cometan quizás delitos dentro de los pueblos
que terminan siendo reducidos sin ningún tipo de sanción.

REFERENCIAS

QUIJANO, Anibal. (2012). Sobre el concepto de colonialidad del poder: “Colonialidad y


modernidad/racionalidad”, en Perú Indígena, vol. 13, no. 29, Lima, 1992.

SEGATO, Rita Laura. (2006) La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad
Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado, Universidad del
Claustro de Sor Juana, México.

-------------(2011) Género y colonialidad: en busca de claves de lectura y de un vocabulario


estratégico descolonial” Feminismos y poscolonialidad. Descolonizando el
feminismo desde y en América latina.

-------------(2007) La Nación y sus Otros: La faccionalización de la República y el paisaje


religioso como índice de una nueva territorialidad. Pp 309 - 350

RUFER, Mario (2016) El Archivo: de la Metáfora Extractiva a la Ruptura Poscolonial.


(IN)DISCIPLINAR LA INVESTIGACIÓN: Archivo, trabajo de campo y escritura.
Siglo XXI editores y Casa abierta al tiempo Universidad Autónoma Metropolitana.
Pp 160 - 186

Fiscalía General de la Nación. Tercera entrega de informes a la Jurisdicción especial de paz.


Boletín 23865. 24 de Agosto de 2018. Recuperado de
https://www.fiscalia.gov.co/colombia/seccionales/tercera-entrega-de-informes-a-
la-jurisdiccion-especial-de-paz/

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