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Consideraciones acerca de la femineidad desde una perspectiva psicoanalítica

Soledad Belcasino

Freud nos dice que aquello que hace a la masculinidad y a la femineidad no puede ser
aprehendido por la anatomía y nos revela cuán insuficiente resulta apoyar esa diferencia en la
antinomia actividad-pasividad. La madre es activa con respecto a su hijo y tanto las mujeres
como los hombres despliegan conductas activas y pasivas.
La identidad sexual, la realización de la posición sexual en el ser humano, no se
consigue de una vez y para siempre, implica la travesía de una relación fundamentalmente
simbolizada: el Edipo -tal como dice Lacan, tomándolo de Freud-, y no siempre la asunción
sexual, esto es, la elección de sexo, coincide con el sexo biológico.
Verdadera confusión, es allí que el concepto de identidad de género cobra su función,
poniendo un cierto orden a esta cuestión -concepto que se desprende del campo de la
gramática pasando luego a la medicina-, para dar cuenta del sentimiento que alguien tiene de
ser varón o mujer más allá del sexo biológico.
Ahora bien, desde su encuentro con la histérica, es la vertiente femenina aquella que se
presenta a Freud como un enigma. Él se pregunta ¿qué quiere una mujer? Démosle la
palabra al propio Freud quien nos dice: “sobre el problema de la feminidad han meditado los
hombres en todos los tiempos” (1932-33, p. 3165) y recurre allí a modo de ejemplo a una
cita de un texto de Heine, El mar del norte, para dar cuenta de lo trabajoso que le resulta al
hombre comprender la esencia de lo femenino: “pobres, sudorosas cabezas masculinas”.
Prosigue: “Tampoco vosotros, los que me oís, os habréis excluido de tales cavilaciones. Los
hombres, pues las mujeres sois vosotros mismas tal enigma” (1932-33, p. 3165). Más
adelante dice: “Si queréis saber más sobre la feminidad, podéis consultar a vuestra propia
experiencia de la vida, o preguntar a los poetas, o bien esperar a que la ciencia pueda
procuraros informes más profundos y más coherentes” (1932, p. 3178).
La mujer como enigma, pero se equivoca Freud en un punto pues la pregunta acerca
de la mujer, esto es: ¿qué quiere una mujer? o bien ¿qué es ser una mujer?, no es privativa del
hombre, y como enigma, en tanto algo que no puede ser comprendido, interesa tanto a
hombres como a mujeres.
Lacan nos dirá en uno de sus primeros seminarios, el seminario 3, Las Psicosis, (en
ese momento de su desarrollo teórico daba primacía al registro simbólico como aquello que
nos brinda todo el sistema del mundo, en tanto el hombre conoce cosas porque dispone del
símbolo, de la palabra) que estrictamente hablando no hay simbolización del sexo de la mujer
en cuanto tal, y esto, nos dirá, porque lo imaginario sólo proporciona una ausencia donde en
otro lado, del lado del hombre, hay un símbolo muy prevalente. Y toma allí el historial
freudiano de Dora, quien se plantea la pregunta por la mujer, dice Lacan, bajo la forma de la
histeria: por la vía de la identificación al padre. Su identificación al hombre es el modo de
aproximación a esa definición que se le escapa.
Ausencia, vacío, agujero, falta de un significante a nivel del universo del discurso que
nombre lo femenino, que responda por esa pregunta acerca del ser de la mujer. Por tanto, la
mujer como enigma.
En Freud, tanto la niña como el varón pasan por una etapa previa al Edipo (pre-
edípica en la medida que la triangulación no se ha constituido todavía) de vinculación con la
madre. A pesar de que las fantasías en la histeria ubicarán al padre como agente de la
seducción, Freud descubre esta etapa pre-edípica, donde será la madre quien ejerza un efecto
de seducción sobre la niña. A través de los cuidados corporales hará de su cuerpo un cuerpo
sexuado. Sucede que la niña, al apartarse de la madre transfiere al padre la responsabilidad de
haberla iniciado en la vida sexual. Ese lazo intenso con la madre está sostenido en la ilusión de
constituir con ella un todo unitario y perfecto.
¿Cómo se produce en la niña el pasaje de la madre al padre, y del clítoris, como
órgano de placer, a la vagina?, o lo que es lo mismo según Freud, ¿el pasaje de la
masculinidad a la feminidad?
En la fase fálica la mujercita se comporta como un hombrecito, haciendo caso omiso
de la diferencia sexual. Y se hallará, al igual que el varón bajo la égida del falo. Pero ¿qué es
el falo? Freud responderá: “es la premisa universal del pene”. Por tanto no es el pene real,
sino que tiene que ver con el orden de la legalidad. Lacan, siguiendo a Freud, nos dirá que el
falo no es una fantasía, no es tampoco un objeto (parcial, interno, bueno, malo, etc.), y menos
aún el órgano, pene o clítoris, del que es el símbolo. Y agregará: el falo es un significante. En
esta etapa tanto para el niño como para la niña todos los seres tienen pene, pero si pueden
plantear este universal es porque alguna constatación de la castración se ha comenzado a
producir. Freud apela al mito de Medusa para introducirnos a la cuestión de la castración
materna. En su texto “La cabeza de Medusa” -de tan sólo una página pero de una riqueza
incomparable, texto que ofrece múltiples aristas de lectura-, nos dirá que la cabeza de
Medusa significa el terror que produce en el niño la visión de los genitales femeninos, en
particular y principalmente los de la madre, esto es, la falta de pene en la madre. Este símbolo
puede ser pensado como producto de una condensación, pues decapitar es tomado como
sinónimo de castrar. Por lo tanto expresaría tanto el pene como los genitales femeninos. Freud
nos invita a investigar el origen del símbolo. ¿Quién es Medusa? Medusa es un monstruo
marino, una de las tres hermanas que reciben el nombre de Gorgonas, siendo la más conocida
dentro de la mitología griega. Sus cabellos eran figurados como serpientes por un castigo
impartido por la diosa Atenea porque Poseidón la violó en su templo y quien expía este acto
es Medusa. En la mirada de este monstruo marino estaba su poder, pues petrificaba a quien
se atreviese a verla, pero de las tres hermanas era la única mortal. Este mito trata de la hazaña
del héroe Perseo quien, ayudado por Hermes y Atenea, se dirige a la guarida de los
monstruos marinos y aprovechando que Medusa está dormida, utilizando un espejo, un
escudo pulido, le corta la cabeza con una filosa hoz y la lleva en sus hazañas para petrificar a
sus enemigos, pues la mirada del monstruo sigue conservando su poder aún después de
muerta.
Ahora bien, Lacan traducirá la castración materna en tanto falta de pene en la madre
como Deseo de la Madre . Desde esta perspectiva la falta de pene en la mujer está
simbolizada en el Falo como significante de la presencia y de la ausencia. El niño (o la niña)
constatará la castración materna en tanto dispone del símbolo fálico, sino allí, en lo real, no
faltaría nada. Hasta ese momento (etapa pre-edípica de vinculación con la madre) para
satisfacer el deseo de la madre
que en su fundamento es insaciable, el niño por la vía que sea
toma el camino de hacerse él mismo objeto falaz. Este deseo
que no puede ser saciado es cuestión de engañarlo.
Precisamente porque el niño le muestra a la madre algo que él
no es, se construye toda la progresión en la que el yo (moi)
adquiere su estabilidad (Lacan 1956-57, p. 197).

Pero luego cuando aquello que él tiene para ofrecer se le revela insuficiente para
satisfacer a la madre, emerge un punto de angustia respecto de esa imposibilidad de colmarla,
de proveerla de aquello que le falta, al decir de Lacan: “el niño cae en su propia trampa
confrontado con la enorme hiancia que hay entre cumplir con una imagen” (como falo
imaginario completando a la madre) “y tener algo real que ofrecer”. Y prosigue: “esa madre
insaciable, insatisfecha, a cuyo alrededor se construye toda la ascención del niño por el
camino del narcisismo, es alguien real, ella está ahí y como todos los seres insaciables busca
qué devorar” (Lacan 1956-57, p. 197).
La constatación de la castración materna genera un punto de angustia porque la
madre, el Otro materno, se le revela al niño como alguien que podría devorarlo y respecto a
esto Lacan toma el caso Juanito, uno de los historiales de Freud, donde la fobia al caballo
tendría una vertiente materna devoradora.
Cuando cae el engaño, la completud narcisística entre la madre y el hijo, y el niño
comienza a ver como una trampa lo que durante largo tiempo fue para él el paraíso, la
felicidad, se produce un punto de angustia. Cuando el niño es el falo imaginario de la madre,
se reconoce especularmente “soy eso que mi madre desea”. Cuando esto cae porque ningún
deseo podría satisfacerse completamente, sino perdería su condición de tal, aparece la
angustia porque el sujeto no se reconoce especularmente. Lacan, de modo magistral, expresa
ese punto de no reconocimiento especular:

En resumen, la angustia es correlativa del momento de


suspensión del sujeto, en un tiempo en el que ya no sabe
dónde está, hacia un tiempo en el que ya nunca podrá
reconocerse. (Lacan 1956-57, p. 228)

Para que el niño pueda salir de esa posición angustiante es necesaria la intervención
del padre, quien ocupándose de esa mujer libere al hijo de ese lugar que se le ha tornado
insoportable. En Hamlet, por ejemplo, se puede pensar ese deseo materno como un deseo
voraz (Lacan decía que las mujeres en Shakespeare son abisales, feroces, diríamos
insondables). Esta madre, la reina, sustituye rápidamente un hombre por otro, sustituye al rey
a quien matan para casarse con su cuñado, autor del asesinato, sin que medie prácticamente
un tiempo de duelo. Se presentifica allí un deseo voraz, no hay duelo, la misma comida que
sirve para los funerales se usa para el casamiento, y esto es insoportable para el hijo, Hamlet.
En este recorrido y como decíamos antes, con la intervención necesaria del padre, se opera
un pasaje de ser el falo de la madre, posición imaginaria, a tener, o no tener. Hasta aquí no
hay diferencias tanto se trate del niño como de la niña.
Vemos entonces que tanto para uno como para la otra existe sólo un órgano que atrae
el interés, el órgano masculino. Lo que hace que esta fase tenga un valor fundamental para la
constitución del sujeto, tal como lo plantea Massota, es que

introduce una relación de objeto allí donde no hay objeto. En


la fase oral y en la fase anal se podía hablar de objetos reales y
de experiencias reales, pero aquí no. La relación ahora, y esto
es lo que obliga a introducir la fase fálica, es la falta de objeto
(la castración en tanto que falta de objeto), lo que supone el
dominio de la fantasía. La fantasía de castración es un pequeño
mito con el que se trata de explicar algo verdaderamente
molesto y que no tiene explicación: es la deducción de que la
diferencia anatómica es resultado de un acto. Si no tiene es
que le fue cortado. Por este motivo aparece contra el fondo
alguien que se lo cortó, la figura de un castigador, el padre. La
explicación de la mera diferencia como resultado de un acto y
la aparición del agente constituyen la fantasía de castración
(Massota 1975, pp. 74 - 75).

Y más adelante dirá que las primeras experiencias estarían ligadas a objetos reales,
por ello no podrían fundar una estructura de fantasía, en cambio en la fase fálica lo que está en
juego es una falta imaginaria, no un objeto real.
Ahora bien, prosiguiendo con Freud, diremos que el varón sale del Edipo por la
angustia de castración. Frente a la amenaza de castración (teniendo pene teme perderlo)
renuncia a la madre y se dirige al padre como objeto de amor y de identificación. En cambio
la niña entra al Edipo por la angustia de castración, frente a la constatación de la falta de pene
surge la envidia del pene. Pero hay un punto común: tanto el niño como la niña renuncian a la
madre y se dirigen al padre.
Vía el complejo de castración, tres son los caminos posibles en la niña: uno conduce
a la inhibición sexual o a la neurosis, la mujer asustada por la comparación con el varón, se
torna insatisfecha con su clítoris y se aparta de la sexualidad en general; otro lleva a la
transformación del carácter en el sentido de un complejo de masculinidad, aferrándose a la
idea de que de alguna manera tiene pene o que algún día lo tendrá. Esta posición puede
desembocar en una elección de objeto homosexual.
Sólo uno de ellos es aquél que Freud nombra como la femineidad normal. Este último
camino implica que la niña, decepcionada frente a la falta de pene en la madre, se dirige al
padre bajo promesa de que éste le dará un hijo, y frente a la ruptura de promesa se dirige al
hombre, para obtenerlo de él. Ahora bien, esta operación también inscribe a la mujer en la
vertiente fálica, en el sentido de la ecuación que Freud nos señala pene: niño: falo (como
aquello que le falta y que el hijo viene a colmar). Estos tres caminos, entonces, están regidos
por la primacía del falo.
Lacan, tomando la posta dejada por Freud, en uno de sus más avanzados seminarios
continúa con sus desarrollos y nos dirá “la mujer...no toda en la función fálica...no es verdad
que no lo está del todo....pero hay algo de más” (Lacan 1972-1973, p. 90). Y hablará de un
goce más allá del falo. Es más, Lacan se atrevió a plantear la famosa frase “La Mujer no
existe”, así con mayúsculas, frase del escándalo, a cuyo alrededor se generaron y generan
tantos malentendidos. Y entonces desarrolla las fórmulas de la sexuación, para dar cuenta que
la elección de sexo, como decíamos más adelante, no coincide necesariamente con el sexo
biológico, y entonces cada quien se ordenará del lado hombre o del lado mujer de acuerdo al
modo de inscripción en la función fálica. Del lado de la mujer Lacan escribe ∀x Φx, la
negación que afecta al cuantor se lee como no- todo. No hay La Mujer, artículo definido
para designar al universal, la mujer sólo puede escribirse tachando el La, puesto que por
esencia ella no- toda es. Tiene un goce adicional, suplementario respecto al goce fálico,
suplementario no complementario, porque sino estaríamos otra vez en el Todo. Hay un goce
del cuerpo que está más allá del falo, pero es un goce del que ella nada sabe.

Referencias Bibliográficas

Freud, S. (1922 - 40) La cabeza de Medusa (Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, 1973).

Freud, S. (1931) Sobre la sexualidad femenina (Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, 1973).

Freud, S. (1932 - 1933) Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis. XXXIII: La


feminidad (Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, 1973).

Lacan, J. (1955 - 56) Las Psicosis (Barcelona: Ediciones Paidós, 1984).

Lacan, J. (1956 - 57) Las relaciones de objeto (Barcelona: Ediciones Paidós, 1994).

Lacan, J. (1972 - 73) Aun (Barcelona: Ediciones Paidós,1981).

Massota, O. (1975) Lecturas de Psicoanálisis. Freud, Lacan (Buenos Aires: Ediciones


Paidós, 1992).

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