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Pedimos disculpas de antemano.

Advertimos que más


de un lector se sentirá ofendido por el contenido de
este trabajo. La intención que nos lleva a publicar el
material no es la de crear animadversión, sino
cuestionar y reflexionar sobre algunas costumbres
muy vigentes en pleno Siglo 21, que nosotros creemos
poco civilizadas.
Comencemos con algo
impactante: “la ablación”. Si
bien este término no es muy
utilizado, representa uno de
los mayores crímenes que se
comete en este mundo
moderno, civilizado, actual y
democrático. Según la
medicina, la ablación es la
extirpación de cualquier
órgano o parte del cuerpo
mediante una operación o
escisión quirúrgica.
Es inconcebible aceptar que la ablación clitoriana, que se
realiza de manera brutal, sangrienta y dolorosa en las niñas,
sea practicada en casi 30 países africanos. En algunas tribus
una mujer es más deseable si cuando le hacen la ablación no
llora, ni grita, pues eso significa que es valiente y fuerte.
La criatura, si es
que sobrevive a
esta circuncisión,
cuando sea
adulta cuidará y
educará a otras
niñas y les dirá lo
que a ella le
hicieron
aprender: que la
ablación la hará
santa y digna.
Aunque usted no lo crea, esta locura irracional tiene su
explicación: para esas sociedades (varones y mujeres) la
mujer no tiene derecho a sentir placer, pues puede caer en la
tentación de “probar” otro hombre y su deber consiste
únicamente en servirle hasta la muerte.
Y no es una película de
ciencia ficción, ni del género
épico, si decimos que
cuando un hombre decide
que ha llegado su momento
para el matrimonio, debe
recurrir al padre para saber
cuánto cuesta su hija. El
“novio” y el “suegro”
llegarán a un acuerdo para
que este entregue a la chica.
En Somalia, por ejemplo,
una mujer es más barata que
un camello. Pero ojo, cuanto
más sumisa, casta y
servicial sea, el precio se
eleva. Eso ocurre hoy.
No es fantasía.
Pero si pensamos que este tipo de conducta sólo se estila en
los pobres, lejanos y bárbaros países de África estamos muy
equivocados. Una de las potencias mundiales, tanto en
poderío económico como militar todavía embandera una
aberración quirúrgica en chicos varones: la circuncisión.

Aunque no es
tan traumática
ni sangrienta
como la
anterior, la
costumbre
religiosa de los
judíos hace
que a cada
niño se le
ampute el
prepucio.
Lo que en otra
época tenía
–quizá- una razón
porque vivían en el
desierto, con
escasa posibilidad
de higiene, hoy no
tiene sentido.
Y menos si la
“moda” se da en
ciudades
modernas.
La tradición de la circuncisión se traslada de padres a hijos.
Y estos últimos no tienen derecho a protestar ni a cuestionar
la pérdida de la sensibilidad del glande, pues sus
progenitores decidieron por él, “por su bien”.
Ocurre hoy y tampoco es fantasía.
Las conductas salvajes
están tan arraigadas en
las sociedades del
siglo 21, que ni
siquiera nos atrevemos
a mencionar el derecho
que tienen las bebés de
occidente cuando sin
permiso suyo se les
perforan las orejas,
pues es de buen gusto
regalar aritos a las
recién nacidas.
Aunque cuestionables, aquellas personas que usan esos
adornos tan de moda y actuales llamados piercings y
tatuajes tienen derecho a ellos, pues los tienen por propia
voluntad y con plena conciencia
Así que tampoco sería
lógico protestar por las
costumbres del gobierno
de Tailandia, que no
permite a las mujeres estar
mucho tiempo fuera de su
aldea. ¿El motivo? Es que
desde muy pequeñas,
tienen el hábito de lucir
collares y con el tiempo se
las conoce como “las
mujeres jirafa”. Si. Según
una antigua tradición, en el
cuello se colocan unos
aros dorados que
gradualmente logran un
alargamiento de fabulosas
dimensiones.
Por supuesto, los turistas pagan por ver a las jirafas
humanas y poco les importa que las mujeres no se los quiten
jamás, ni para lavarse, ni para dormir, ni para comer. Este
zoológico queda a 40 km de Mae Hong Song. No es fantasía.
Pero esta vez tampoco vamos a
cuestionar a esa tribu, pues lo
hace con plena conciencia y
derecho, así como los punks, los
emos y los nuevos floggers.
También podríamos hablar de los
discos de cerámica de las
mujeres Mursi (platos labiales y
aros lobulares) o de las jóvenes
turkana y sus vistosos pectorales
de cuero con abalorios o de las
pequeñas campanitas de plata
que estilan usar en brazales y
tobillos las jóvenes árabes.
No los vamos a cuestionar. Ni a los Kayapó, que es un pueblo
indígena que habita en las tierras planas de Mato Grosso y
Pará, en el sur de la Amazonía brasileña. No los vamos a
cuestionar, pero tampoco dejar de sorprendernos.
Un hecho reciente
que conmocionó al
mundo fue la muerte
de Osama Bin
Laden. No
entraremos a
polemizar si fue un
asesinato o un
ajusticiamiento.
Están los que sostienen que los EEUU no tenía derecho a
invadir un país soberano y a asesinar a nadie de una manera
tan cobarde. Menos sin un juicio previo y sin condena. Y
mucho menos si se tiene en cuenta que ellos son los que
pregonan eso de que uno es inocente hasta que se
demuestre lo contrario. Los de Obama afirman que fue legal,
que tenían derecho a hacerlo. Que incluso estaba armado y le
dieron oportunidad de rendirse.
Dicen que este criminal debía pagar por la muerte de 3.000
ciudadanos en New York. Otros creen que Bush también
debería rendir cuentas por la muerte de 300.000 civiles
inocentes. Pero lo que tomamos como una salvajada no son
esas opiniones encontradas, sino que miles de estadouni-
denses salgan a festejar la muerte de un ser humano.
Festejar la muerte de alguien. Ocurre hoy y no es fantasía.
Pero ya que estamos con eso de las fantasías,
algunos podemos recordar cierto episodio en una
serie de tv de los años 70. En él se veía una
escena en la que miles de ciudadanos hacían cola
para entrar en unos tubos “desintegradores” que,
evidentemente, los desintegraban. Lo incongruente
del caso era que esos ciudadanos accedían a la
muerte por propia voluntad porque su civilización
había desterrado la guerra. En vez de usar cañones
o misiles que destruirían ciudades completas, los
gobiernos utilizaban computadoras para
determinar a quiénes había “alcanzado” una
bomba virtual. Entonces, los buenos ciudadanos
–conscientes de su aniquilación virtual- aceptaban
su suerte. Como pagar impuestos. Así se veía
cómo los desafortunados que, con grandes
lagrimones, se despedían de su seres queridos y
concurrían a los tubos.
Si analizamos la guerra, notamos
que siempre los civiles han sido
el blanco inocente. Los honores
se los llevan los militares. Son
héroes, son salvadores de la
patria, pero para los ciudadanos
no queda más que dolor y
traumas irreparables.
Es más, en la actualidad la guerra
se ha convertido en un negocio de
venta de armas. Los grandes
asesinos del mundo crean guerras
a voluntad para ganar dinero a
costa de la sangre y terror de las
naciones. Con tantos adelantos
tecnológicos, es increíble que la
humanidad “civilizada” todavía
acepte esta barbarie.
No sabemos si calificar al narcotráfico como querra o como
negocio, pero la realidad es que con él, contadas personas
se convierten groseramente en millonarias a costa de la
destrucción de inocentes. Según las últimas noticias, cada
vez es mayor el volumen y la calidad de la droga incautada
por los antinarcóticos. Esto se debe a que el nuestro es un
país “de tránsito”. Nunca las autoridades se preocuparon por
tener un sistema de control, de radares eficientes. Si uno es
bien pensado diría que sólo fue desidia inocente, pero si no,
sospecharíamos de los gobernantes que estuvieron en el
poder anteriormente.
¿O cómo se explicaría las
incalculables fortunas que
poseen en la actualidad? Viven
mejor que reyes y hasta ahora
son inalcanzables por la
Justicia. Ocurre hoy… hasta
ahora.
Otra gran salvajada de esta época
es que la mayoría de los políticos
venden una imagen falsa. No es
una casualidad, sino una
estratagema para seguir en el
poder con sus negociados. Tal vez
sea la razón por la que cada vez los
partidos tradicionales pierden
credibilidad y adeptos.
Y como sobradamente hemos publicado sobre el tema, sólo
nos limitaremos a reflexionar: ¿es civilizado votar por
alguien que sabemos no cumplirá con su deber para con sus
mandantes? ¿Es lógico que los fueros de los parlamentarios
estén en sus propias manos y no en las de los votantes?
¿Cuándo el pueblo podrá reclamar Justicia si la ley misma
los ampara? Y tampoco es fantasía.
Un hecho positivo a
favor de la
humanidad es que
cada vez más
personas toman
conciencia de otras
salvajadas que
arrastra desde
épocas tan remotas
como la Edad de
Bronce.
En países tradicionales de la tauromaquia como España se
alzan voces de protesta contra ese “arte” en el que la sangre,
el dolor, el paroxismo son aplaudidos casi con desenfreno.
Pero también ocurre hoy que los que están a favor de esa
actividad protestan por “sus derechos”. Es increíble, pero
cierto. Es el siglo 21 y aquí estamos siendo testigos de
diversiones tan atroces como la pelea de gallos o de perros.
Para los que son
menos salvajes,
queda reservado
el sano deporte.
Sano es un
decir, porque la
caza y la pesca
no les resulta
nada sano a los
inocentes
animales.
Más sanos sería, por ejemplo, “el viril deporte de los puños”,
que hasta hace poco se podía anunciar como “cosa de
hombres”… más también las mujeres fueron seducidas por
el espectáculo y el dinero. Mala combinación esa, dinero y
deporte, porque en este momento cometeremos un
sacrilegio, hablaremos mal del fútbol. Y eso que cada uno de
nosotros también tiene su propio club, el de sus amores.
Pero como debemos ser objetivos en este momento, sólo
quisiéramos comparar la actitud del público en el Coliseo
romano, hace dos mil años atrás, cuando los seres humanos
eran devorados por leones para diversión de los presentes.
Esa actitud es la que cuestionamos.
El que va a la cancha puede
sentirse un objeto, una res que
va al matadero, cuando debe
comprar las entradas o de
acceder al estadio. Puede notar
el rostro de los fanáticos, la
conducta violenta de las
barras, el nerviosismo, el
descontrol, los gritos, incluso
los puñetazos y patadas que se
regalan muchas veces los
mismo jugadores. Y la gente
aplaude. No es fantasía.
Vamos más, y ya
que hablamos de
ganado,
podríamos
escudriñar un
poco sobre esa
actividad. Una vez
un extranjero dijo:
es el único país
que conozco en el
que se comen a
sus mascotas.
Se refería a que en su homenaje, los anfitriones habían hecho
gala de su hospitalidad y mataron al chanchito de la familia.
Mientras el niño lloraba la pérdida, la cerveza corría en mares
de risas. Tanta es la cotidianidad de la salvajada que ya no
nos damos cuenta.
Y vamos más, dijimos:
cuando estamos ante la
góndola del súper se nos
hace agua la boca al ver
ese buen trozo de carne, o
de costilla, o las
irresistibles chuletas.
Comprar una pechuga de
pollo, significa romper la
bolsita de plástico antes de
tirarla sobre la parrilla.
Olvidamos o no queremos recordar algunas cosas. En todo
el mundo millones de pollos son sacrificados al día, cientos
de miles de cabezas de ganado son asesinados desangrados
para el consumo humano. Ni siquiera trataremos de decir que
está mal, sería un suicidio. Sólo queremos resaltar que eso
ocurre hoy y tampoco es una fantasía.
Lo que sí está
mal es la
incontrolable
depredación de
los recursos
naturales. Años
atrás, los ríos
eran generosas
fuentes de
peces. Hoy sólo
son cloacas de
residuos.

Los montes, protectores de la fauna y flora silvestres casi


han desaparecido. Se han convertido en montañas de dinero
que descansan en oscuras bóvedas … mientras la naturaleza
nos pasa su implacable factura.
Las otrora folclóricas chacras campesinas dieron lugar a los
mega cultivos en los que se utiliza pesticidas baratos para
mejor rendimiento de la tierra, para su pronta e inexorable
muerte. Lo único bueno de todo esto es que la tierra es tan
noble que ni siquiera hace falta enterrarla al morir. Hoy ni los
árboles siquiera mueren de pie. Y no es fantasía.
Tantas salvajadas invisibles aún nos quedan por desarrollar,
pero lamentablemente no hay más espacio. Sólo citaremos
algunas antes de concluir: Un ser humano cabal no puede
concebir el aborto, y menos leyes a su favor.

Ni la pena de muerte
Ni las violaciones
sexuales
Ni la publicidad dañina
Ni las religiones como
negocio
Ni el terrorismo
Ni el secuestro
Ni el hambre
Ni las brechas sociales
Ni las enfermedades
prevenibles
Ni la pobreza
Ni la prostitución
Y la peor de todas …

La indiferencia
Debemos cambiar hoy,
aunque parezca una fantasía.

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