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Aun en 1973 Basadre mantenía este diagnóstico[1]. Consideramos que, al ser formulado, era
no solo correcto sino particularmente agudo y sintético. Procedía, después de todo, de quien
ordenó y sistematizó nuestra historia republicana. Sin embargo, han pasado ya poco más de
cuarenta años. Vale la pena, entonces, revisarlo y analizar en qué medida preserva hoy su
vigencia.
El abismo social parece haber disminuido. A partir del crecimiento que experimentó nuestro
país desde los años 90, la clase media creció cuatro veces el promedio de la región. Mientras
el ingreso mensual de los hogares limeños del NSE A aumentó solo 13,5% entre 1991 y 2006,
la de los hogares del NSE D aumentó 145,5% en el mismo periodo. Asimismo, el coeficiente
de Gini -donde 0 es igualdad absoluta y 1 desigualdad absoluta- pasó de 0.54 en 1997 a 0.44
en 2014.
A esto se suman el fin del esquema agrario de características semifeudales que se mantenía
en algunos lugares de la sierra (en la costa las cosas ya habían cambiado bastante antes) y las
migraciones del campo a la ciudad. Si bien estas últimas inicialmente solo evidenciaron la
precariedad en que vivía buena parte del país, a largo plazo facilitaron la movilidad social al
expandir las oportunidades de los migrantes. Propulsaron aquello a lo que de Soto ha llamado
“la revolución informal”.
Nuestra clase media llega hoy al 57% del país, uno de población mayoritariamente urbana.
Todavía hay mucho por hacer, pero bastante ha cambiado respecto de la situación que
preocupaba a Basadre. Pese a ser aún insuficiente, el cambio en cuestión se ha venido dando
sostenidamente por varios años y mantiene una tendencia positiva. Perviven, es cierto,
prejuicios e imaginarios que contribuyen a la distancia; pero incluso estos están hoy
atenuados (ideas como las de Deustua, por ejemplo, difícilmente serían actualmente tomadas
en cuenta).
No se puede decir lo mismo del Estado empírico. The Economist, en su último Democracy
Index, nos clasificaba como una democracia defectuosa. En el Índice global de
competitividad del WEF, por su parte, ocupamos el puesto 116 de 140 en la categoría de
instituciones. Junto con la de innovación, es en la que peor puntuados estamos. A esto se
suman los resultados del índice de institucionalización del sistema de partidos del politólogo
del BID Mark Jones. En cuatro de los cinco indicadores de este ocupamos alguno de los tres
últimos puestos de américa latina [2].
Tampoco seamos tan pesimistas, también respecto a este problema estamos mejor que en el
pasado. El tiempo en que vivimos, después de todo, es el más largo que ha tenido el Perú en
democracia; superando la relativa estabilidad de la República Aristocrática. No obstante, en
medio de nuestra precariedad institucional y crisis de partidos, lo pendiente es todavía mucho.
Y, a diferencia de lo que ocurre con el otro gran problema, no se ve respecto a este una
tendencia clara hacia su atenuación. Si quisiéramos responderle a Zavalita, parece,
tendríamos que hurgar en los orígenes del empirismo de nuestro Estado.
[1] Ver Basadre, Jorge. El Azar en la historia y sus límites. Págs. 247-251.
[2] Sobre este último indicador ver Tanaka, Martín. Perú: el sistema “neodualista” de una
democracia sin partidos. En Democracia en la región andina. Cameron, Maxwell y Juan
Pablo Luna (editores).
5.-Centralismo y concentración.
Si la premisa es que el modelo puede aún redistribuir mejor, las condiciones para que ello
sea así saltan a la vista. Por ejemplo, es indudable la necesidad de llevar a cabo una profunda
reforma fiscal, donde estaría inscrita la descentralización fiscal y el inaplazable impuesto a
las sobreganancias que obtiene la actividad minera. También es necesario el rediseño en la
asignación del canon que generan las actividades extractivas del país. En el ámbito político-
administrativo, las evidencias para promover cambios en el diseño también son muy fuertes.
El ámbito regional debe ser el espacio en el que la representación política empiece a formular
su institucionalidad, además de profundizar la participación, de manera que se fortalezcan
los procesos de construcción y toma de decisiones. Aun cuando la importancia de estos
procesos es indudable, ha sido poco el esfuerzo aplicado para clarificar las claves que
subyacen en ellos y, de esta forma, implementar una estrategia definida que tenga como eje
el desarrollo en función a la disminución de las desigualdades. En efecto, es notoria la escasez
de publicaciones que aborden las diferentes aristas del problema mencionado, aun cuando
existe la difundida percepción de que en la concentración y centralización radican parte de
los fundamentos de nuestras desigualdades persistentes. El presente volumen de Perú Hoy
busca incentivar este debate tan importante para el país, más aún cuando se ha iniciado el
proceso de las elecciones presidenciales del año 2011. Luego de veinte años de economía de
mercado y democracia electoral, las propuestas deberían conducirse por el lado del balance
de lo realizado hasta el momento. Sólo así podemos debatir seriamente sobre los rumbos que
debemos tomar.
La sección Ensayos presenta diez artículos, iniciándose con uno de Ricardo Vergara que
aporta a des-ideologizar nuestra mirada de Lima. Alberto Adrianzén invita a reflexionar sobre
la crisis de representación política del país y los costos que ello tiene. Scurrah y Bielich dan
cuenta de los aspectos que impiden la articulación de los movimientos sociales en el Perú.
Fernando Eguren recorre lo acontecido en el agro peruano durante las últimas décadas, para
ofrecernos una comprensión de la impresionante concentración en la propiedad de la tierra
que existe actualmente en el país. Peter Larsen presenta tanto un balance de la actuación del
Ministerio del Ambiente como un agente en la gobernanza ambiental en nuestro país, como
el contexto internacional en el que este se inscribe. Erick Pajares nos habla de las dinámicas
de concentración de los recursos naturales en el contexto del capitalismo sustentable y las
implicancias medioambientales que ello conlleva. Culminamos esta sección con cuatro
artículos referidos a los avances y retrocesos del proceso de descentralización que vive el
país. Ricardo Vergara analiza lo que él tipifica como el fracaso de la descentralización y el
rol de las ciudades en este proceso. Javier Azpur brinda una mirada general del proceso
descentralista a diez años de iniciada la actual reforma. Javier Paulini analiza el proceso de
recentralización del presupuesto público. Y, por último, Cinthia Vidal y Sonia Paredes dan
cuenta del avance del proceso de descentralización educativa, analizando tanto el presupuesto
asignado a cada nivel de gobierno como la gestión de algunos de los programas del sector.
La sección Estudios nos introduce a dinámicas regionales específicas de territorios en los que
desco tiene presencia. Luis García Calderón del Programa Selva Central nos introduce a la
historia, identidad, interrelaciones y problemas comunes de tres ciudades de esa zona. No
propone la creación de una nueva región, sino la implementación de estrategias de desarrollo
que las consideren como una unidad territorial y realidad socioeconómica distinta a las áreas
andinas de sus respectivas regiones, y reducir así inequidades. El estudio de Gissela Ottone
y Ángela Dionisio del Programa Sierra Centro destaca el funcionamiento institucional y los
resultados que se obtienen a nivel regional –en este caso, Huancavelica, la región más pobre
del país– cuando predomina una lógica centralista. Teresa Cabrera, tomando como caso un
conjunto de «Nuevos barrios» limeños, contrasta el discurso presidencial sobre la
descentralización del gasto público con el funcionamiento de los «Núcleos ejecutores»,
agentes de la llamada «Descentralización Popular». El Programa Regional Sur (descosur)
analiza las dinámicas y políticas de la macro-región sur, en un contexto de reconcentración.
Con esta nueva entrega temática, desco intenta aportar al debate y reflexión sobre las
posibilidades de encontrar alternativas a nuestro desarrollo.
Ricardo Vergara