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ESPACIOS SURANDINOS y LA CIRCULACIÓN DE BIENES

EN ÉPOCA DE TIWANAKU

Myriam Noemi Tarragó'

RESUMEN

Los Andes centro-sur constituyeron un ámbito de interjuego complejo de factores polfticos, sociales
y econ6micos durante la época de hegemonía del estado Tiwanaku, entre los siglos V Y XI dC. Se
propone ampliar la discusión, mediante la incorporación de los procesos históricos que estaban
ocurriendo en esa época en los Andes meridionales. La inclusión de esta gran área permitirla
comprender las diversasformas de integración de las regiones bajo la órbita política de Tiwanaku,
así como las interacciones entre formaciones sociales en distinto grado de desa"o!!o. El tema es
abordado a partir del análisis de cuatro casos de estudio que aportan evidencias de la circulación
de bienes de prestigio en la regi6n limítrofe de Bolivia, Chile y Argentina.

Palabras clave: Interacciones, Tiwanaku, Andes meridionales.

ABSTRACT

The south-central Andes constituted an orea characteriud by a complex interplay amongpolitical,


social, and economic factors during the period ofTiwanaku state hegemony, between the Vth
and Xlth centuries. This paper proposes to enlarge the discussion, incorporating the historie
processes that took place during this period of time in the southem Andes. The inc!usion ofthis
large area a!!ows an understanding of the diverse forms of integration in the regions within
Tiwanaku~ political orbit, as well as the relationships among socialformations at different degrees
ofdevelopment. The subject is approachedthrough the analysis offourease studies thatcontribute
evidence about traffic in prestige goods in the region bounded by Bolivia, Chile and Argentina.

Key wordt: Relationships, Tiwanaku, Southem Andes.

l. Museo Etnográfico:]. B. Ambrosetti, Facultad de FiJosofía y Letras, Universidad de Buenos


Aires. Email: rntarrago@mailretinaar

33 2 MVRIAM T ARRAGÓ

Los ANDF..5 CENTRO-SUR Y meridionales constituyeron un ámbito de interjuego com-


plejo de factores poüticos y socioeconómicos durante la época de hegemonía del estado
de Tiwanaku, entre los siglos V y XI d.C. Para una mejor comprensión, se propone
incorporar en la discusión los procesos históricos que estaban ocurriendo en esa épo-
ca en los Andes meridionales (sensu Lumbreras 1979), un área considerada como "ultra
periférica" o más allá de la frontera respecto del núcleo de la cuenca del Titicaca. La
ausencia de estas regiones no es casual, sino que se relaciona, entre otros factores, con
la parcelación producida por las actuales fronteras nacionales y los diversos caminos
académicos que fueron promovidos por la política estatal. La consideración de esta
gran área sureña permitiría percibir con más claridad las diversas formas de integra-
ción de las regiones involucradas en la esfera política de Tiwanaku o las razones de la
no-inclusión en la misma de amplias zonas meridionales. Del mismo modo, puede
aportar luz sobre el comportamiento de las sociedades locales y las organizaciones
regionales que también estuvieron en juego.
El tema es abordado a partir del análisis de cuatro casos de estudio en la región
limítrofe de Bolivia, Chile y Argentina: puna deJujuy, Lípez y Tarija, alto valle Calchaquí,
valle de Lerma y quebrada de Humahuaca. Tomando como base las evidencias mate-
riales de contextos mortuorios y de asentamientos de puna y valles, se revisan diversas
posibilidades de interpretación de las redes de circulación de bienes "exóticos" o de
prestigio en relación con las interacciones entre formaciones sociales en distinto grado
de desarrollo.
Las zonas de frontera constituyen escenarios propicios para investigar los procesos
expansivos, ya que en eUas la interferencia de organizaciones políticas foráneas supone,
necesariamente, cambios y transformaciones en las sociedades locales (Berenguer 1998).
Las estrategias de expansión pueden variar desde una modalidad de dominación di-
recta, mediante la imposición de colonias vinculadas al núcleo hasta la estrategia de
establecer alianzas selectivas con las elites locales de acuerdo con el poder que cada
una de ellas tuviera (Earle y D'Altroy 1989). La dominación no sólo es territorial sino
también ideológica. Cuando la ideología se materializa, es decir, toma forma concreta
y es controlada por un grupo dominante, se convierte en una importante fuente de
poder social al alcanzar el esta tus de valores y creencias compartidas. Es posible, tam-
bién, que se extienda más allá de la sociedad local, comunicando el poder de una auto-
ridad hegemónica a una población mucho mayor. Dado que los símbolos son objetos
materiales, sus distribuciones en el espacio y sus asociaciones, preservadas en el regis-
tro arqueológico, pueden reflejar amplios patrones de actividad sociopolítica y econó-
mica. Entre los símbolos se incluyen los paisajes y monumentos públicos, los eventos
ceremoniales y los íconos y objetos portátiles, estos últimos especialmente eficientes
para la comunicación a larga distancia entre elites (DeMarrais, Castillo y Earle 1996).
En cualquiera de los tipos de expansión está involucrada alguna modalidad de inter-
cambio. Esto crea la conexión entre el intercambio y el valor de las cosas que se camb ian
E.'WAC IOS SU KA N DI NOS y LA C I.KCU I.AC!ÓN n I( III EN I'.5 EN ~I'OCA UI~ T 1WANA KU
333

es la política entendida en sentido amplio. En este sentido, Appadurai (199 1) sostiene


que las mercancías en su más amplio sentido, como las personas, tienen una vida so-
cial que es pasible de ser analizada. Las mercancías y las cosas, en general, constituyen
el primer y úl timo recurso de los arqueólogos. Son la sustancia de la cul tura material
que unifica a éstos con los antropólogos sociales. Siguiendo las trayecto rias de las
cosas, sus formas y usos, es posible interpretar la circulación y los motivos humanos
que animaron ese movimiento. Es necesario considerar la trayectoria total de las co-
sas, desde la producción hasta el consumo, pasando por el intercambio y la distribu-
ción en forma de obsequios y dones. Estos últimos constituye n fases de la trayectoria
total. A veces es posible efectuar una biografía completa, otras veces sólo es posible
capturar "segmentos" de esa trayec toria, como ocurre con los casos tratados en el
presente ensayo, en los cuales es fac tible seguir pacte de la ci rculación y el momento
en que fue ro n extraídos de los circuitos para formar parte de contextos mortuorios.
En las sociedades antiguas, la articulació n de los espacios económicos no habría
involuc rado en primera instancia grandes volúmenes de mercancías, ni tampoco se
observan la regularidad y la sistematización de épocas recientes. Si bien los bienes de
consumo y las materias primas son una fuente primaria de intercambio en todos las
épocas, éstos no habrían carac terizado a las primeras articulaciones interregionales,
sino, más bien, los bienes de alto valor agregado, escaso volume n y de consumo no
masivo. Éstos son los productos aptos para el tráfico a larga distancia. Eran los
conocimientos específicos de una fundamental cualidad sagrada y oculta lo que definía,
entre Otros aspectos, el valor de dichos b ienes (Habe r 2001). Esta clase part icular de
objetos se caracteriza generalmente por su tamaño reducido, una manufac tura cuidada
y un diseño singular, atribu tos que permiten diferenciarlos de los artefac tos aplicados
al trabajo y a la vida cotidiana. Entre los objetos/íconos se encuentran tabletas para
alucinógenos, vasos apropiados para libaciones y bienes de adorno personal que apare-
cen ampliamente distribuidos en territorios de los Andes centro-sur (Eere nguer 1998).

T iwanaku y su expansión territorial

Desde una perspectiva sociohistórica, el estado actual de las investigaciones permite


comprender, al menos en parte, los procesos que posibilitaron que Tiwanaku, en una
relación de competencia con otras formaciones sociales de las márgenes de la cuenca del
lago T iticaca, lograra imponerse sobre los demás estados e ntre los siglos III Y IV de
nuestra era y que, a partir del siglo V I, iniciara una expansión mac rorregional más allá
del área circuntiticaca que perduraría, por lo menos, cinco siglos (Stanish 200 1). Esta
expansión involucró a enormes territorios del altiplano y de los valles anexos (Figura 1). ¡

2. El té rmino de "periferia" usado en el texto no implica que la autora adscriba en fo rma


estricta al modelo centro-perife ria, sino que util iza la de no minación que está en uso para
334 MVltl AM T ARRAG O

Los avances se han realizado tanto en el centro como en las zonas de fron tera
vensu Berenguer 1998). Son conocidas las interpretaciones dadas por los diversos au-
tores que han trabajado en la cuenca del lago Titicaca y en el centro cívico estatal
(Browman 1978, 1980, 1997; Kolata 1993, 1996, 2003). Del mismo modo, va rios inves-
tigadores involucrados en trabajos en el área centro sur y en el tema del tráfico
carava nero han formulado inte resantes alternativas de exp licación acerca de esta inte-
gración macroespacial. Entre eUas se cuentan la movilidad giratoria, el modo altiplano,
relaciones de colol/iaje )' c1ientelismo (N úñez y Oillehay 1979; Berenguer 1994, 1998,
2000; Berenguer y otros 1980; Goldstei n 1993). Browman ha propuesto, en su modelo
de federación (1997), la intervención de las dos modalidades de control que desarrolla-
ron los estados antiguos: el dominio directo o territorial y el hegemónico o indirecto
(Earle y O'Altroy 1989). Dentro de esta segunda modalidad se ha propuesto una relación
de "clientela" c ntre elites locales y las de la cuenca del Tiricaca. Estas re lacio nes ha-
brían estado sostenidas por las redes de intercambio a larga distancia (Berenguer 2000¡
Berenguer y Oauelsberg 1989). Este último modelo se ha aplicado en especial para
interpretar la modalidad de relación ocurrida en San Pedro de Atacarna, en primer
lugar, por Berenguer, y desarrollado luego, con la incorporació n de novedosa informa-
ción e mpírica, por Agüero y Uribe (2001). Aunque con diversidad de matices, existe
un consenso entre los distintos amores acerca de la intervención de factores econó-
micos, políticos e ideológicos en las acciones que habría desplegado la organizac ión
estatal a nivel macrorregional.
Los avances se produjeron, especialmente a partir de los años oche nta, con la puesta
en marc~a de proyectos regionales de largo alcance en Moquegua, valle del extremo
sur del Perú (Goldstein 1993) yen el centro mismo, con el proyecto WilaJawira <Kolata
1993,1996,2003). Particular importancia revisten las amplias excavaciones de conjun-
tos arquitectónicos vinculados tanto con estructuras ceremoniales como e l Akapana
(Manzanilla 1992) y Puma Punku, como con grupos residenciales y productivos (putuni,
Akapana Este, C h'ijiJawira). Estos trabajos estuvieron apoyados por una prospección
inte nsiva e n toda la región y la determinación de decenas de sitios de diversas catego-
rías y épocas (Albarracín-Jordán y Mathews 1990).
Los estudios acerca de la infraestructura de Tiwanaku han sid o muy significativos
para compre nder cómo funcionaba el sistema económico que sustentó al estado. Se

mayor clarid ad. Nuestro concepto comparte la vis ió n de Lumbreras en su enfoque sobre la
arqueología de la América andina (1981), donde todas las regiones tienen sus grados de
especificidad y de importancia, establecié ndose ent re las pobLaciones relaciones dialécticas
más que una simple reLaci ón en un solo sentido y con preeminencia del núcleo. Se conside-
ra, además, que para comprender la época del período Medio en el área cent ro-sur es apro-
piada la noc ión marxista del "desarrollo desigual y combinado" (Novak 1973).
E SPAC IOS SURAl'\'l)INOS y LA CIRCUI ..... CIÓN DE BI ENES EN I~ I'OCA DE TI WANA KU 335

destaca la importancia de la ganadería, el tráfico de caravanas y el ingenioso desarrol1o


de la agricultura en campos elevados (came llones) a 4000 msnm. Otros trabajos se
han ocupado del estudio arqu itectónico de los grandes monumentos y de desentrañar
el proceso histórico que llevó a su construcción, remad elación y ampliaciones. Es
decir, Tiwanaku dejó de concebirse como un centro estático, estructuralmente dado,
y sin cambios sustanciales a través del largo período en que ejerció su influencia. Al
contrario, varios de los trabajos, han puesto el énfasis en los cambios dramáticos ocu-
rridos en Tiwanaku, a partir de! 600 d.C y, especialmente, a partir de! 800 d.C (Janusek
1994, 2001). Estos nuevos planteas tienen consecuencias de peso para todo tipo de
interpretación formulada en relación con las regiones lejanas que estuvieron, de algún
modo, bajo su órbita de influencia.
El análisis de las enormes muestras materiales para la determinación de proceden-
cias (como los materiales líticos), el esrudio de la tecnología aplicada y los estilos de
bienes estandarizados (sobre todo, en cerámica¡ en menor grado, textiles y maderas; y
en la actualidad, metales) ha producido un verdadero salto cuantitativo y cualitativo
en cuanto a la especificidad de los datos. Es de destacar e! esrudio del bronce (Lechtman
2003) y los diversos trabajos efectuados sobre la variabilidad estilística de cerámica
Tiwanaku (Alconini 1993; Burkholder 200 1;]anusek 1994,1999,200 1; Goldstein 1985,
20 0 0; Rivera 2 0 03).
Los estudios iconográficos en litoesculturas y textiles han aportado, desde los años
setenta en adelante, una comprensión de la generación de antiguos sistemas simbólicos
en Chiripa, Pucara y otros grupos y su materialización en estilos, como Yaya Mama
(Chávez y Mohr 1975). La reunión de estos antecedentes de! Intermedio Temprano o
Formativo ha brindado datos fundamentales para comprender los procesos del pri-
mer milenio d.C en el área del Titicaca. Otros trabajos han estado dirigidos a un
análisis cuidadoso y pormenorizado de la figura frontal de Tiwanaku y de las figuras de
perfil o acompañantes en la litoescultura y en otros soportes, en particular, en textiles
(Cook 1994; Oakland 1986; Berenguer 1998, 2000; Agüero 2000). La importancia
material y simbólica de los tejidos en el mundo andino señalada en su momento por J.
V. Murra (1975) cobra cada vez una dimensión mayor en las investigaciones. }
Por otro lado, desde los sesenta, los trabajos regionales emprendidos por colegas
chilenos con una sistemática exploración de sitios de asentamiento y de lugares funera-
rios en el Norte Grande han aportado datos sustantivos y totalmente independientes
en cuanto a su generación, del núcleo y de la región del altiplano del Titicaca. Particular-
mente, han sido muy importantes las evidencias de contextos de ofrendas y la funebria
en Arica, Tarapacá, Loa y Atacama (Berenguer y Dauelsberg 1989; Agüero y Uribe
200 1; entre otros). La menor conservación de materiales perecibles en Bolivia incide

3. Trabajo sobre textiles Tiwanaku de Carolina Agüero en este volumen .



M VRI AM T :\ II.RACO


en la escasez de info rmació n sobre conjuntos mortuorios. A pesar de esta dificultad,
los hallazgos del Niño Korin, San Sebastián y los contextos funerarios excavados en
diversos sectores de Tiwanaku, como en Putuni, Akapana y Akapana este (Kolata
1993;Janusek 2001) posibilitan una serie de cruces de evidencias. Como señala Kaulicke
(200 1) en sus reflexiones finales sobre el simposio "Huari y Tiwanaku": "el análisis de

esta última info rmación debería profundizarse para mejorar el conocimiento acerca
de los bienes suntuarios y ceremoniales y para comprender más profundamente las
relaciones a larga distancia que se entablaron con zonas donde abunda información de
esa naturaleza".
Otra cuestión de carácter conceptual fue el cambio en la consideración de Tiwanaku
como "centro ceremon ial y lugar de peregrinaje" sustentado, por djversos inves tiga-
dores en la década de los setenta, al planteo de Tiwanaku como centro urbano, ocupa-
do permanentemente y de gran extensión. Se lo concibe ahora como capital cívica y
religiosa de una organjzación estatal que, al menos en su época de expansión, entre
600 y 1100 d. C., afec tó e incluyó a numerosas zonas extrarregionales (Browman 1978¡
Kolata 1993. 2002; Janusek 2001).
La postulac ión de una relació n directa con control territorial se sostiene para los
valles orientales de Cochabamba y para los valles occidentales en Moquegua (Goldstei n
1985. 1993) YArica (Berenguer 1998). Se han detectado asentamientos y lugares cere-
moniales que se adsc riben al período y al dominio de Tiwanaku en Moquegua. por lo
que existe ahora un conocimiento pormenori zado sobre los bienes producidos bajo su
influencia o que circulaban con la iconografía estatal. En cambio, se cuenta con me-
nor int:0rmación sobre el altiplano de Oruro (Browman 1997).
A gran distancia, a unos 900 km en línea recta del núcleo existen casos como el de
Atacama , que ha sido ampliamente considerado en la discusión debido a la excepcional
calidad de la info rmación recuperada en la zona. Ahora empiezan a sumarse trabajos
en el altiplano sur y valles conexos en un espacio en forma de arco que rodea a la
subárea circum puneña venIII Núñez (979). Entre la lejana Atacama y el lago se interca-
lan los territorios de Potosí. C huquisaca y Oruro sobre los cuales se han producido
interesantes novedades a partir de los trabajos y tesis de varios investigadores (AreUano
1984. Arellano y Berberián 1981; Lecoq 2001; Lecoq y Céspedes 1997; Céspedes y
Lecoq 1998; Nielsen 1998.2001).
En cambio, no aparecen propuestas para comprender los procesos económicos y
políticos ocurridos al sur de estas regiones, en los Andes meridionales del noroeste
argentino (NOA) o, más apropiadamente, área del sudeste andino, con la excepción
de los trabajos pioneros de González (r961-1964.1963) y algunos trabajos que reconocen
que parte del noroeste estuvo integrada en la órbi ta de Tiwanaku (Browman 1978.
1980: " 5; Berenguer 1998: 20). Cabe señalar. a modo de ejemplo. que en el excelente
acopio de trabajos, ideas e hipótesis que representa la publicación del simposio sobre
Huari- Tiwanaku (Kaulicke e IsbeU 2000-2001). el NOA no aparece tratado. A lo
E..'iI'ACIOS SUItANDINOS y 1.,\ CIIKUI.AC ION DE HtreN ES I\N (iPOCA 1)1\ TI WANA KU 337

sumo, se menciona a La Aguada como un mero nombre, pero sin ningún tipo de
análisis, mientras que los amplios territorios de la puna seca y salada, así como la
quebrada de H umahuaca y del Toro no se mencionan en ningún caso.

E n los confines meridionales

Las inves tigaciones en los Andes meridionales de Chile y Argentina han tenido un
desarro llo sostenido en los últimos cincuenta años, Los trabajos de secuencias, estilos
y cronología de González (1955, 1963, 1977, 1979, 1992, entre ot ros t rabajos) fundaron
las bases para una arqueología de índole regional con un fuerte énfasis en la cronolo-
gía, que se apücó en valles y en la puna de la ve rtiente andi na e impulsaron t rabajos
referidos al periodo tratado (pérez Gollán 1973, 1986, 1994; H eredia 1974; Tarragó
1968, 1977, 1989)· D el mismo modo, colegas chilenos recibieron un estímulo en sus
trabajos de cronología en el Norte G rande y una preocupac ión sob re las evidencias de
relaciones que pudieron ocurrir con el NOA en distintas épocas (Núñez 1987, 1994.
N úñez y otros 1975; Berenguer 1984; Castro et al. 1994, L1agosrera 1995). A pe.'ar de
esta larga trayecto ria de investigación, los Andes me ridionales no aparecen tratados
en las discusiones referidas a T iwanaku a que hemos hecho refe rencia más arriba.
Desde nuestro punto de vista, las razones para esta marginac ión tienen que ver, en
forma muy marcada, con las cuestiones derivadas de las fronteras nacionales y las
diversas políticas científicas implementadas en las actuales repúblicas de Argentina,
Bolivia y Chile.'
El presente trabajo se propone como objetivo llamar la atenció n sobre esta parce-
lación y sobre la necesidad de incorporar al sudeste andino en la discusión, no visto
desde la zo na li toral y portuaria de Buenos Aires, sino desde el corazón de los Andes.
Dentro de este espac io desearnos dist inguir dos sectores que se comportan diferencial-
mente e n el registro arqueológico:
- el Sector Norte, que incluye las quebradas del Toro y J-1umahuaca, el al to valle
CaIchaquí, los valles de Lerma, Zema y Santa Victoria y la puna norte de las provin-
cias de Salta y J ujuy;
- y el Sector Sur O región central del noroeste, que comprende el área valliserrana
en las p rovincias de Cata marca y La Rioja (rel/Ju Go nzález 1979), y la puna salada de
Catamarca (Figura 1).

En esta segunda sección se gestaron los fenómenos que confluyeron en las mani-
festaciones sociopolíticas y simbólicas de La Aguada siendo definidos y delimitados

4. Véase la 2,' part e del T aller,


MYH IAM T AR RAGÓ

cronológicamente por González en sucesivos trabajos a partir de la década del cin-


cuenta (entre otros, 1955, 1961-1964, 1963, 1977, 1992 Y 1998). En el seno de su defini-
ción aparece reiteradamente la cuestión de las formas de relación con Tiwanaku. Con
anterioridad, a comienzos del siglo veinte, Debenedetti (1912) había intentado un pri-
mer planteo y Uhle, por su parte, propuso un esquema de periodización que contem-
plaba la relación con Tiwanaku (1912). Estos promisorios inicios no encontraron se-
guidores durante varias décadas en el desarrollo de la arqueología del noroeste argentino.
Es recién en la década de los sesenta en que González llama la atención e n el Primer
Simposio Internacional de San Pedro de Atacama. Este tema fue retomado en mayor
profundidad en 1993 y 1998. Los fenómenos de integración regional, en los que se
involucran aspectos sociales, simbólicos y políticos, han recibido una mirada renova-
dora en las últimas épocas (pérez Gollán 1986, 1994, 2000).
En cambio, existe una amplia región que padece una situación de vacancia y que,
por ende, requiere atención. En este trabajo consideramos de interés tratar el área
intermedia o de frontera con el área circumpuneña que comprende al sector norte. Para
ello, se pone en juego la información empírica recabada en décadas pasadas en el valle
Calchaquí yen Humahuaca (Heredia 1974; Pérez Gollán 1973; Tarragó 1977, 1980,
1996). Por otro lado, se acude al cuerpo de datos generados en la investigación sobre
los contextos funerarios de Atacama (['arragó 1968 , 1976, 1989). Uno de los ejes de ese
trabajo fue la indagació n, en el periodo comprendido entre 50 0 y 1000 d.C., de las
relaciones de las poblaciones de esa zona con Tiwanaku a partir de los bienes foráneos
que aparecían integrados en complejas ofrendas mortuorias en los cementerios de los
oasis. Sin embargo, uno de los resultados más sorprendentes fue la constatación de
qüe había existido un gran dinamismo en la época y que, al mismo tiempo en que se
daban relaciones con Tiwanaku , ocurrían también vinculaciones con muchas otras
formaciones sociales contemporáneas del altiplano sur, la región valluna de Bolivia y
el NOA (['arragó 1989: 423-435, 460-480, 1994). El análisis en profundidad de estas
situaciones de interacción nos llevó además, a plantear la existencia de una esfera de
interacción social y política diferente de La Aguada, en la quebrada de Humahuaca y
la puna deJujuy durante el período Medio (¡999: 309).
Por otra parte, estos trabajos sirvieron de base para otras investigaciones más recien-
tes que profundizan el análisis de los grupos cerámicos alóctonos presentes en ofrendas
mortuorias de A tacama. Como era de esperar se han agregado nuevas muestras diag-
nósticas y novedosas propuestas en la interpretación del proceso (Stove! 20 0 1, 2002).
Retomarnos aquí algunos de los casos ya planteados y agregamos otros que consi-
deramos de valor para los presentes objetivos. Nos basaremos en las relaciones intrín-
secas y en las situaciones de asociación para acercar una ubicación temporal relativa a
la que se sumarán los fechados, en los casos en que existan análisis radiocarbónicos.
Las interacciones sociales en la vasta región que corresponde estrictamente al con-
cepto de región circumpuneña por L. Núñez (1979) es de larga data lo que involucra a
Es I'ACIOS SURANJJlNOS y I.A CIR CUlACIÓN DE BIENES EN IiPOCA DE TIWANAKU 339

gente del Arcaico y aldeanos tempranos. Testimonios de estas vinculacio nes son los
restos materiales de alfarería del borde oriental de la puna en el alto Loa. El sitio 2 de
la vega de Turi ha brindado un interesante conjunto de evidencias de diversos estilos
cerámicos tempranos del NOA como Condorhuas i y Vaquerías, evidentemente bie-
nes de valor para el tráfico a larga distancia (Castro y otros 1994: fotos 3, 4, 5, 6).
Del mismo modo, es de sumo interés la asociación a pisos de habitación en la aldea
de T ulor [(Llagostera et a/. [984: Figuras [y 2), en donde se ha constatado la indudable
presencia de cuencos negros g rabados de San Francisco y restos de vasos Vaquerías
Tricolo r en las viviendas de barro de planta circular. Pero tal vez, lo más sobresaliente
es que estos contenedores cerámicos estuvieron en uso en actividades sociales, al pa-
recer como vajilla de servir. Es decir, es comparable a las evidencias de Turi 2. donde
también se trata de áreas de habitac ió n vinculadas a gente en tránsito.
Para el período Medio, existen claras evidencias de la presencia de materiales de
l.a Aguada en contextos fun erarios con alfarería Negro Pulido y, en algunos casos.
asoc iados en las mismas tumbas con bienes Tiwal1aku en Atacama. En forma recípro-
ca, se ha constatado la presencia de cerámica negra pulida importada de Atacama en
contextos de Tebenquiche y en tumbas de Ciénaga III - La Aguada del valle del Hualfín
(González [963, Tarragó 1976, [984, 1989). Sin embargo, cabe destacar que fuera de
esta franja diagonal que articula el cor32ón del NOA con Atacama a través de la puna
salada de Catamarca, es muy llamativa la ausencia total de bienes de Aguada en la
provincia deJujuy y en el norte de la provincia de Salta, mientras que sí circulaban, en
cambio, otras clases de bienes alóctonos junto con materias primas líticas del altipla-
no y recursos de las florestas o rientales.

Región de Chicha y Yavi


Desde comienzos del siglo XX se conocen vasijas de un estilo muy particular en la
fronte ra de las actuales repúblicas de Bolivia y Argentina. Los hallazgos proceden de
una franja espacial transversal que articula las tierras altas puneñas con los valles orien-
tales (Rosen 1924, 1957). Se trata de una cerámica con engobe blanquecino o rosado
sobre un fondo rojo, levemente pulido, sobre el cual se ha realizado una decoración
con finas líneas negras en un tono muy desvaído. Se asocian, también, piezas con
engobe sin decoración. La forma más popular es un tazón profundo, de cuerpo tronco
ovoide, provisto de largas asas verticales que se desprenden del borde del vaso (Figura
2). En otros casos, las asas terminan al inicio del borde que es muy acampanadoj o se
ubican en la unión del cuerpo con el cuello (Figura 3). El diseño característico consta
de juegos de líneas paralelas describiendo ángulos O zigzag que se alternan con trián-
gulos negros, a veces muy alargados. Krapovickas , quién las registró en sitios de asen-
tam iento y tumbas de la puna de Jujuy, como La Q uiaca Vieja y Cerro Colorado,

5. Por analogía con los "baldes para helar botellas de vino".



MYRIAM T ARR AGÓ


llamó "baldes" s a la primera forma y para djferenciar a estos vasos de los más tardíos
de Yavi, los denominó "Calahoyo" (rensu Krapovickas 1994: 9-10). En la intensa bús-
queda que realizó este investigador en pos de la definición de estos nuevos estilos para
el borde oriental de la puna, descubrió que se habían recuperado baldes lisos y decora-
dos similares en Rodeo Colorado, departamento de Santa Victoria, provincia de Salta,
durante las exploracio nes realizadas por Márquez Miranda (¡941). '
Durante la expedición sueca del Chaco a la Cordillera de 1902, el equipo llegó al
valle de Tarija, en Bolivia, con la idea de recuperar fósiles de animales prehistóricos.
En la localidad de Tolomosa, cercana a la ciudad de Tarija, Eric van Rosen dirigió
excavaciones en las que recuperó un interesante conjunto cerámico que incluye una
forma de vasijas profundas denominadas "urnas" (Figura 3 a), por lo cual podría inferirse
que contenían entierros de infantes (1924: Figuras 161 a 164).

De los 29 objetos de alfarería hallados aquí (urnas, botellones, tazas y pla-


tos), no hay menos de doce del mismo tipo, que, por lo que conozco, no han
sido halladas en Otras partes del antiguo Perú. Dos urnas que en su forma
recuerdan bastante a las aquí reproducidas, se hallaron en sepulturas de la
Puna deJujuy (Casabindo y Rinconada) (véase Rosen 1957: 255)

Por otro lado, al oeste de La Quiaca, un conjun to cerámico procedente de las


localidades de Calahoyo y Casira fue desc rito por J. Fernández (1978: Figuras 5 a 9).
Sin duda, debe tratarse de ofrendas de carácter mortuorio por el estado y la integridad
de los especímenes. Aunque el autor no proporciona datos de asociación, puede
suponer~e por la composición de la colección, que estos vasos apareciero n asociados a
piezas del Negro Pulido de San Pedro de Atacama que también integran la muestra
(Figuras 10 a 16). La cantidad de ejemplares estaría indicando la exploración de varias
tumbas , hecho que es un indicio muy interesante en cuanto a la interpretación de la
población allí exhumada.
Pasando a la vertiente occidental de la puna, en cementerios de los oasis de Atacama,
fue posible constatar, en 1964, cinco casos de asociación de estos tazones (Close 27.4)
con ofrendas de vasijas Negro Pulido, cuyas formas se ubican en el período Medio.
Los entierros individuales de Quitor 2, N .' 1233 Y 1265; Tchecar N.' 691 Y 857; Y Solar
3 N.' 1631, comprendian entre las ofrendas mortuorias, además de la alfarería local y
objetos de piedra y made ra, especimenes de esta clase de vasijas foráneas tanto por la
manufactura (antiplástico blancuzco de probables lutitas) como por la morfología ab-
solutamente excepcional en los oasis (Tarragó 1989: Figuras 22.1 y 55.5, 6, 7). Es
destacable el cruce formal y estilístico entre el balde de Quitor 2 1265, piezas de

6, Colección Márquez Miranda nll 8035-359 y 8°31-312, Museo de Cienc ias Naturales de La
Plata, comunicación personal del doctor Pedro Krapovickas.
EsPACIOS SURANDlNOS y I.A CIRCUl.ACION DE BIENES EN ~POCA m: TIWAN AKU 34 1

Calahoyo (Museo Arqueológico de Cachi N.o 2722 y Fernández 1978: Figuras 5 y 8)


con el vaso de Tolomosa (Figura 3 b).
En el caso de la tumba de Quitor 6 N.o 2704-2705 que corresponde a la inhuma-
ción de dos niños, las ofrendas comprendían cubiletes y botellas de Negro Pulido
Decorado, cestería decorada con diseños polícromos, un arco y una cuchara de made-
ra con una llama esculpida en el mango (Figura 4). Como ofrenda, el niño mayor (2704)
tenía una tableta de rapé tallada con el motivo de cóndor de estilo Tiwanaku. Por
medio de incisiones y recortes para producir bajorrelieves se ha dibujado el cóndor de
perfil, con las alas hacia arriba y portando un complicado tocado cefálico (Figura 4a).
Completaban las ofrendas, dos vasijas de pequeño tamaño absolutamente excepcio-
nales en su es tilo y fabricación. Una de ellas era un vaso tronco cónico de fondo gris
muy claro y un diseño de dos líneas ondeadas en cinco registros horizo ntales, asimila-
ble a una de las modalidades de la forma de kero (Figura 4b).

El segundo es un jarro pequeño, de unos 6 cm de al to, de asa vertical y


borde muy evertido. Posee una decoración compuesta por dos guardas ho-
rizontales de líneas en zigzag e hileras de pequeños triángulos. Presenta la
particularidad de tener gránulos blancos como antiplástico que resultan muy
visibles en superficie.] arros de forma similar fueron registrados para la zona
de La Quiaca y Cerro Colorado por Krapovickas y Aleksandrowicz (1988).
(Tarragó 1989: 317)

Además de las implicaciones que se derivan de la vinculación absolutamente ex-


cepcio nal de un equipo psicotrópico a niños y la probable pertenencia por nacimiento
a un determinado secto r de es tatus, es muy interesante que, como bienes de prestigio,
se combinen con la tableta Tiwanaku, estas vasijas procedentes del altiplano sur y
Yavi (Tarragó 1994).
El conjunto de evidencias intrínsecas y el cruce con fechados por TL de otros
contextos de similar asociació n (Berenguer el al. 1986) permitió ubicar a esta clase de
vasos e n la Fase íi¿¿¡itor, entre 400 y 700 d. C. Otro atributo diagnóstico que pudo
observarse, además de la forma tan característica, fue la presencia en la pasta de grá-
nulos blancuzcos que recuerdan a las partículas de lutitas determinadas por estudios
petrográficos, en la producción cerámica de Yavi y Chicha. Los estudios de Krapovickas
coinci den en ubicar a este gtupOen épocas previas a la tradición tardía del Yavi C hico
Polícro mo. En consecuencia, su ubicación en la época se reconfirma en ambos lados
de la puna y por medio de claros cruces con bienes de Tiwanaku. Como reflexión
ge neral se puede pensar que esta clase de vasos pintados habrían formado parte de
vajilla de servir bebidas que eran altamente ap reciadas en la vida social de una amplia
franja de poblaciones desde Tarija a Atacama. El grado de su valor puede inferirse en
la vinculación expresa con objetos/íconos de Tiwanaku donde se combina el compo-
nente "kero" y el componente tableta para aspirar alucinógenos (Berenguer 1998).

MVRIAM TARRAGO

A [to Valle Calchaquí


Calchaquí
La quebrada de La Paya y la de Peñas Blancas confluyen en la margen derecha del río
Calchaquí, a la altura de la localidad de La Poma a 3000 msnm, provincia de Salta,
Argentina (véase Figura 1). Esta cuenca constituye un sendero de comunicación con la
puna por el abra de "Ingamoyo" y de Peñas Blancas. A 40 km al occidente se llega a las
vegas de la laguna de Los Pastos Grandes. Desde allí,los caminos se bifurcan dirigiéndo-
se uno hacia la punta catamarqueña y ootro,tro, por el abra de Huay#quiTUl, a la cuenca
endorreica del salar de Atacama. EEnn linea de aire existen 164 km entre La Poma y este
1996: 109, Figura 1). Con procedencia
paso hacia la actual república de Chile (Tarragó 1996:
de "La Paya de La Poma" fue registrada una colección de vasos Negro Pulido en el
antiguo Museo de Ciencias Naturales
Natu rales de la ciudad de Salta, en '949.
'949. Este conjunto
fue revisado por Antonio Serrano, en los anos sesenta, quien prestó atención a este
hallazgo pretardío en su intento por proponer una cronología para la arqu
arqueología
eología
salteña:
salteña:

En La Poma hay una pequeña quebrada llamada La Paya de donde procede


una cerámica negra con lustre córneo lustroso [sic] de formas muy particu-
lares (fig. 19).

De esta cerámica Latcham publicó tres ejemplares procedentes de San Pe-


dro de Atacama y Bennett uno o dos de Chiu Chiu. [... ) El P. Le Paige al
estudiar el rico material por él recolectado en San Pedro de Atacama (Chi-
le), considera que la cerámica negra a que nos referimos, conjuntamente
con una roja pulida y otra incisa, integran la
la primera fase de la
la cultura
atacameña. (Serrano 1963: 35-36)
El grupo está integrado por tres cubiletes (forma XIII de Tarragó 1976: Fig. Fig. 6), un
cuenco ovaloide de forma X y dos bellas botellas del Negro Pulido Decorado variedad
B (Figu
(Figura
ra 4 y 5). Se trata de una asociación típica de la clase 6, Fase Q
Quitor.
uitor. Este conjunto
es similar al juego de vajillas de servir de la tumba de Quitor 6, N N.O
.O2532. Como se puede
el contenido de líquidos en las óotellas y de alimentos secos en los cuencos
apreciar, el
era protegido por tapas de cestería decorada (Figura 6).
6). Dada la gran coherencia del
sostener que representa parte del ajuar de, al menos, una
conjunto de La Paya, se puede sostener
tumba. Es posible que hayan existido otras ofrendas, como artefactos de piedra pulida
y de metal. En forma aislada, pudimos registrar la presencia de otro botellón Negro
Pulido con cara antropomorfa (voried,rdA) en el Museo Histórico del Norte, Salta.'
Si se vinculan estas evidencias con las descritas para Calahoyo por Fernández, es
posible pensar en enclaves o, más apropiadamente, ~n la
la presencia de gente de proce-

7. Museo Histórico del Norte, Edificio del Cabildo. Colecc


Colección
ión de Miguel Arias Figueroa,
San Pedro de Atacama".
año 1949. Referencia "Vaso negro barbado de San
E.~ PACIOS SUKAN DINOS y loA CIRCULACIÓN DE m ENES EN ~i'OCA DE T IWANA KU 343

dencia atacameña, tal vez en pequeño número, que estaba residiendo en los bordes
orientales de la puna y optimizando al máximo el acceso a recursos y a bienes por
tráfico, al mismo tiempo que se entretejían los lazos sociales y se sostenían los circuitos
de interacción a través del tiempo. En este sentido, resultan muy sugerentes las histo-
rias de vida de don Calixto Llampa y donjuan Vilca a los que apelaJosé L. Martínez,
entre muchos otros datos, para proponer una interdigitación de poblaciones en el
área circumpuneña en siglos posteriores a los aquí tratados (1998: 15-18).
Cabe señalar, por otro parte, que este contexto es contemporáneo a otros casos de
circulació n de bienes a larga distancia, que involucra al espacio social del curso inferior
del río Calchaquí y del valle anexo de Santa María. Se trata de pequeñas escudillas de
color negro o naranja con cliseños grabados que integran uno de los estilos reconocidos
como Candelaria en la bibliografía (Heredia 1974). Consideradas, en primer término,
como parte integrante de las fases "Choromoro" y "Rupachico", se propuso luego, una
diferenciación en "cultura de San Carlos" (Heredia y otros 1974). El estado de la cues-
tión permite sostener, actualmente, que es una alfarería propia de los valles calchaquíes
(Tarragó y Scattolin 1999). En San Pedro de Atacama aparece n como ofrendas en
contextos funerarios de la FaJe Coyo (Tarragó 1976, 1989). El avance de los trabajos en
el valle de Santamaría han aportado fechados que confirman su posición cronológica en
siglos anteriores al período Tardío del NOA (Scattolin y otros 2 00 1) .
En lo que se refiere a la distribución de materiales vinculados estilísticamente con
La Aguada de la región vaUiserrana central, se puede señalar entre las apariciones más
septentrionales, un bloque grabado con una cara an tropomorfa, ubicado en la finca de
Esquina de Pircas (SSalLap 23), departamento de La Poma, Salta. Salvo la cara de
apoyo, el resto está cubierto por dibujos ejecutados por martillado poco profundo
(Figura 8). Tiene la particularidad de ser una figura dual de naturaleza "anatrópica", es
decir, una imagen ambivalente que cambia de acuerdo con la posición en que se coloque
el objeto: mirado éste en sentido normal nos muestra la forma de un rostro humano
felinizado (rostro oval, ojos y boca rectangulares, esta última con hilera de dientes,
cejas unidas a la nariz y adornos cefálicos). Si se rota la imagen 180 0 nos muestra una
imagen de gato o de felino propiamente dicho. Es importante remarcar que esta se-
gunda representación permanecía oculta, excepto para el especialista que ejecutó el
grabado y para los que participaban en e! mensaje icónico. Este caso fue tratado por
Alberto R. González en su momento quien afirmó que es uno de los más notables
ejemplos de figuras anatrópicas de! NOA (1974: 64, Figura 17). E l estilo posee claros
atributos que lo vinculan con manifestaciones Aguada. Un grabado parecido se regis-
tró en quebrada del Toro (Raffino 1967: Lám. 1,7; VIII).
Desde e! punto de vista de la comprensión de las modalidades de interacción en e!
área surandina, estas evidencias concretas son indicios de una zona de frontera, donde
determinados límites o espacios no debían o no podían trascenderse en el complejo
interjuego de poder político y de relaciones en pugna entre dos centros generadores de

344 M YRIAM TARRAGÓ

mensajes ideológicos de fuerte carga, como eran Tiwanaku desde el Titicaca y La Aguada
desde el Ambato.

Valle de Lerma
Por su particular posición geográfica, el valle de Salta se intercala entre la regió n llana
del C haco, al este de las sierras subandinas, y los valles calchaquíes, la quebrada del
Toro y la puna de Atacama al occidente. Actúa, en consecuencia, como un importan-
te articulador espacial po r medio de los cursos de agua. Los ríos Mojotoro y Juramen-
to llevan al Chaco, el río de la quebrada del Toro hac ia la puna de Atacama, y los ríos
G uachipas/Las Conchas hacia los valles calchaquíes. En época precolombina, estas
excelentes vías de comunicación, sumadas a las posibilidades productivas de una agri-
cultura subrropical y a la explotación de variedad de animales, aves y plantas de las
yungas, deb iero n constituir faccores atractivos para la circulación de bienes y produc-
tos a larga distancia (véase Figura I).
En localidades del valle se reportó en la década del setenta un tipo de vasijas
polícromas, de superficie roja pulida de buena manufactu ra, que están decoradas en
tres colores, negro y ro jo sobre blanco opaco. Por sus características específicas se
diferencia del estilo tricolor más temprano, identificado como "Vaquerías" en el sitio
homónimo y en otros del mismo valle de Lerma (González, Pérez y Hererua 1974).
Entre las piezas conocidas, se recuperó en Sumalao, al sur de la ciudad de Salta, un
vaso de 20 cm de alto con "guardas geométricas, grupos de líneas en zigzag. escalona-
dos y líneas de triángulos llenos. La mitad inferior del cuerpo es rojo, posee asa ve rti-
cal, base plana, cuerpo subglobuIar y cuello que se cierra en su parte superio r abrién-
dose luego en una pequeña pestaña" (Navamuel 1978-[979: 7', 75). El diseño está
ejecutado sobre un fondo blanco y el zigzag está marcado por una gruesa línea negra,
mientras que las interiores son muy finas alternándose rayas rojas y negras (Figura 9 e).
Otra modalidad comprende registros horizontales de rombos encadenados rellenos
con líneas entrecruzadas y rectángulos que encierran juegos de líneas paralelas rojas y
negras (Figura 9 a Y b).
Material similar se ha registrado en la superficie de diversos sitios del valle como
en Tilián, San Nicolás, el Antigal de G rení y La Pedrera. En este último paraje se
encontraro n, además , lineamientos de piedra, que hab rían delimitado fondos de vi-
viendas. Sobre la base de la evidencia proporcionada po r Navamuel y de los resultados
de las excavaciones estratigráfi cas en "Silisque-Tilián", Escobar ([996) propuso una
fase LA Viña constituida por el componente superior (ID del sitio, que se ubicaría en
el período Medio o Formativo Superio r del valle de Lerma. El fechado de ['50 ± 50
años AP G..ATYR - 22.1) sobre restos óseos de un entierro, resulta congruente con el
período tratado. Del mismo modo es coherente con el fechado de [360 ± 120 AP (KN-
43[) obtenido en el sitio II de Ampascachi por Menghin y Laguzzi (1967 :3')·
EsI'ACIOS SURA N IJINOS y LA C IR CU I~C I ON IJE IHEN F.5 EN ~I'OCA DE TI WANA KU 345

Desde una postura teórica que busca la reconstrucción histórica de las interacciones
surandinas, resulta sumamen te interesan te la aparición de varios vasos de este estilo
en contextos mortuorios de San Pedro de Atacama (Figura 9 a, b y tO a y b). El beUo
cuenco de la tumba N.O168. de Sequitor Oriental ([arragó 1989: 431-432; Figura 55.9),
se encontraba en la tumba de un solo individuo, probab lemente de género masculino,
que tenía como ofrendas, ade más de cerámica Negra Pulida Lisa y Decorada variedad
B, una tableta de madera con mango rectilíneo liso, una espátula de hueso, un hacha T
de bronce y una placa rectangular del mismo metal como pectoral. Corresponde a una
lI
asociac ión típica del período Medio.
Las otras dos piezas proceden de Toconao Oriente N .O 4534, tumba de la cual se
cuenta con una datación por termoluminiscencia de un cubilete Negro Pulido forma
V II ([L-2O: 620 ± tOO d. C.) fechado que es consistente con los fechados del vaUe de
Lerma (Berenguer, Deza, Román y Llagostera 1986: 33). Respecto a la historia social
particular de estos dos objetos, se puede inferir una compleja biografía de usos por la
superficie descarada en algunas zo nas y la pintura borrada (Figura 9 a, b). Debieron
formar parte de varias cadenas funcionaJes, tal vez implicando traspasos de una mano
a otra, hasta que finalmente encontraron su destino definitivo como ofrenda mortuoria
(Appadurai 1991).
En el momento de nuestro estudio, este grupo de vasos fue diferenciado como un
bien exótico, de alto valor para el intercambio que integra la clase de t1Sociación 27.10
definida como "Período Medio de Lerma-Tarija" ([arragó 1989). Como considera-
c ió n fmal , creemos que este caso se compara con el primero que tratamos para Tarija.
En ambos, aparece cerámica circulando en tráfico a larga distancia, que por su forma
corresponde a vajilla de servir, en particular, a tipos de vasos apropiados para beber en
contextos ceremoniales y festivos. En grupos sociales donde la producción local se
caracterizaba por los tonos mo nócromos, estos bienes coloridos y extraños parecen
haber jugado una particular atracción para usuarios de cierto nivel socioeconó mico de
los oasis del desierto.

~ebrodo de Humohuoco
La morfología de estrecho vaUe longitudinal y un extenso recorrido longitudinal de
18 0 km convierten a la quebrada en una de las vías más importantes de tránsito en las

épocas prehispánica y colonial entre el altiplano de Bolivia y los valles del noroeste
argentino (Figu ra 1). Además, las quebradas occidentales que confluyen en el río Grande
de Jujuy han sido los pasos obligados hacia la puna de Atacama y los oasis del desierto
de Chile. Del mismo modo, ab ras, como la del Cóndor y de Aparzo, permiten la co-

8. El hacha T de la tumba 1682, estudiada por la Dra. Heather Lechtman en el Museo R. P.


Gustavo Le Paige (N.o registro 16.475), debe corresponder a este co ntexto y no a Vare ,
como aparece erróneamente registrado en la ficha.
M YRIAM TAR RAGÓ


municación con los valles orientales de lruya y Santa Victoria y en el escalón topográ-
fico más bajo, con el Chaco. Por ende, las posibilidades de interacció n y de circulación
de bienes en distin tos sentidos y con gente diferente fueron muy grandes.
En trabajos previos hemos planteado la circulación de vasos de La Isla y afines
(Clase 27./ , T arragó 1989: 423-24) y su inclusión en contextos funerarios del pe ríodo
tratado en Atacama. Cabe destacar que en el caso de Q uita r 5 N .o 2241, se trata de la
tumba de un solo individuo y que el vaso Isla T ricolor era el único ejemplar cerámico
de las ofrendas que incluían, entre los objetos de madera, un hermoso ke ro h·w anaku
de dos cinru ras, muy similar por sus proporciones al kero de oro de Larrache. La
cintura superior ha sido grabada con el mo tivo en greca conformado po r el elemento
en L o de "ángulos e ntrelazados" típico en las tallas de T iwanaku (1977: Figura 4 Y5;
Torres 1984). Desde el punto de vista cronológico, estos hallazgos serían contempo-
ráneos con las datacio nes de Vizcarra y Casa G rande realizadas por Nielsen para la
quebrada de Humahuaca (1997).
D eseamos comentar, en esta opo rtunidad, el kero de o ro que fuera descubierto
por Eduardo Casanova y Santiago Gatto durante sus excavaciones de 1935 en el im-
portante ase ntamiento de Volcán, emplazado en la parte inferior de esa quebrada. El
asentamiento se dispo ne sobre la estrecha y alargada cima de un cono de deyección
transversal al río Grande de Jujuy, a 2000 msnm en el tramo donde todavía ing resan
los vientos húmedos del este, lo que posibilita la formación de pastizales y la penetra-
ción del bosque sub t ropical de las yungas con especies como el cedro y el cebil (Gatto
1946). Cubre un área de 7 ha, dentro la cual queda comprendido el conglomerado
habitacional que, en su mo mento de máximo desarro llo, Begó a alcanzar los 600 re-
cintos pircados. U n camino axial, sobreelevado en fo rma intencional, lo recorre en
sentido este-oeste, dividiendo al asentamiento en dos mitades, la no rte y la sur. Se
trata de una estructuración interna compleja con espacios públicos en el centro y
senderos secundarios que vinculan los diversos grupos de viviendas con la vía centra1.
Al occidente y separado por un ancho muro, se djspo nía una zona funeraria lo mismo
que al no rte, en o tro espoló n sedimentario.
Las exploraciones de 1935 comprendieron unos vein te recintos y un núm,ero no
determinado de tumbas ubicadas al occidente del sitio y en morros cercanos. En 1969,
a invitación de Eduardo Casanova, Juan Manuel Suetta realizó un nuevo croquis del
sitio y e fectuó numerosas excavaciones de tumbas. Sin embargo, debe señalarse que la
gran cantidad de materiales exhumados no se condice lamentablemente con la esca-
sez de información contextual y cronológica registrada.
En la década de los noventa, se inició una nueva etapa en las investigaciones con la
incorporación de un enfoque integral y un registro sistemático de los rasgos que se
plasmó en un excele nte plano (Garay de Fumagalli 1998). Las excavaciones estratigrá-
ficas en áreas de descarte de materiales permitieron efectuar varios fechados, que van
desde la da tación de un episodio de 1900 años de antigüedad, hasta fechas contempo-
EsPACIOS SUIV\N OINOS y LA CI II.CUI .ACJÓN DE BI ENES EN nrocA DE TIWANAKU
347

ráneas a la dominación Inca, en el siglo XV. Esto ha llevado a las autoras de los traba-
jos a sostener una prolongada ocupación en el emplazamiento de Volcán que se ha-
bría iniciado con una instalación del Formativo, caracterizado por la presencia de un
conjunto de alfarerías del complejo San Francisco. Por otro lado, la aparición de cerá-
mica Negra Pulida en niveles medio y superiores de los otros basureros excavados en
el conglomerado indicarían que la ocupación temprana debió tener una extensión
temporal considerable (Cremonte y Garay 2001: 167). Este planteamiento es de inte-
rés para el caso tratado aquí.
El recinto denominado por Gano yacimiento N. o 10 proporcionó un conjunto de
evidencias excepcionales. Estaba cercado por un muro de o So m de ancho, construi-
do con piedras de diferente tamaño. De forma rectangular tenía 6,30 m de largo por
4050 m de ancho; cerca de su ángulo sudeste, se ab ría una abe rtura de 0,60 m de
ancho, limitada por dos grandes lajas clavadas ve rticalmente en el suelo. Esta puerta
daba a un camino transversal que después de un corto trecho se unía con la calzada
principal. El piso fu e ubicado a una profundidad de 0 ,75 m. A corta distancia del muro
occidental se halló una piedra de molino (Figura 11 a) y algo más hacia el norte dos
urnas pintadas (Figura 11, b, c).

[... ) entre ambas estaba la piedra de molino ()5-270 ) sobre la cual se hallaba
un cráneo de Llama y otros huesos, al parecer del mismo animal , en su alre-
dedor; delante de ésta, una urna tosca ()5-192), y a/ pie de ésta, algo tumbado,
un vaso de oro ()5-224). H acia la extremidad norte de la habitació n se halló
una tercera piedra de molino <J5-250)¡ y en su proximidad una gran mano de
pecana ()5-225), varias moletas y fragmentos diversos de alfarería. (Garra
1946: 18, subrayado nuestro; Figura 11 d-i). 9

El kero de oro posee una serie de atributos que permiten asignarlo estilísticarnente
a Tiwanaku (Figura 12). El contorno hiperboloide lo acerca a la forma clásica por la
relación de propo rción entre el diámetro de la boca (115 mm) respecto al de la base
(8805 mm) y por las tres bandas o cinturas convexas que tiene como detalle decorativo,
en su parte central (Cf. ]anusek 2001: Figura 2). Mide 16 1 mm de alto y pesa 1)2 g.
Según un estudio preliminar, el metal que aparece en la superficie es oro de alta ley,
probablemente argentífero (Garra 1946: 63).'° Si se compara con el kero de Larrache,

9. Los trabajos fueron realizados con el patrocinio del Musco Argentino de C ienci as Narurales.
Entre paréntesis, el autor indica el número de entrada a esa institución. Todos los materiales
fueron transferidos luego, al Museo EtnográficoJuan B. Ambrosetti, Facultad de Filosofía
y Letras, Universidad de Buenos Aires, ingreso en 1947- El kero está registrado con el N.O 2276.
10. El Dr. Romeo Ceoee, del Museo Argentino de C iencias Naturales, t rató la pieza con ác ido
nítrico co nce nt rado, sulfuro de amonio yagua regia, procedimiento que era el usual en esos
afios. Según comu ni cación personal de Luis R. Go nzález, había sectores de la superficie
MVRI AM TARRACÓ

en Atacama (Figura 13), se pueden apreciar similitudes en la técnica de fabricación. Es


visible en ambos una zona de debilidad en la unión del cuerpo con la base que en el
caso del kero de Volcán ha producido una rotura¡ del mismo modo, se observan seme-
janzas en la morfología, presentando ambos huellas de dimi nutas abolladuras, provo-
cadas por el uso prolongado en épocas previas a su depósito final como ofrenda. Según
información recabada por Gatto , habrían existido otros vasos de oro en el asenta-
miento extraídos con anterioridad, por "huaqueros".
El conjunto de objetos asociado en el recinto la es muy sugestivo. En primera
instancia, existe una relación funcional entre los artefactos: a) los tres molinos planos,
la mano de pecana y las moletas, todos elementos apropiados para la molienda de
maíz; b) la presencia de tres vasijas ovoides de considerable tamaño apropiadas para
procesar y contener líquidos como sería el caso de la chicha y c) el vaso kero, que
constituye la forma clásica utilizada para libaciones. En segundo lugar, se debe consi-
derar el carácter de este kero como un bien totalmente excepcional en el ámbito de la
quebrada y, por ende, puede pensarse en un alto valor social. En tercera instancia, es
muy sugerente la presencia de los restos de una Uama, aparentemente sacrificada, y
dispuesta en asociación con todo el conjunto mencionado.
Por otro lado, es llamativa la integridad del conjunto de los objetos, en particular
del vaso de oro que debió estar guardado en la vasija, dado que no apareció aplastado.
Estos aspectos y la disposición espacial hacen pensar en un acto de carácter ritual que
quedó sellado en el interior de este edificio. Es por eso, que nos pareció interesante
reproducir las ideas que le surgieron al autor de los trabajos:

La disposición de los objetos, al parecer intencional, y la clase de los mis-


mos nos hacen suponer que nos hallamos ante un altar en el cual se hubiese
sacrificado el animal de cuyo cráneo hicimos referencia, y se hubieran des-
parramado las ofrendas excepcionales que a su alrededor se encontraban.
(Gatto [946 : 18).

Es sabido que el sacrificio de animales, en particular de la llama, jugó un importante


papel en el estado incaico como parte de la manipulación de eventos ceremoniales y
símbolos religiosos a través de los cuales se legitimaba el poder de las elites. Los hallaz-
gos en el Akapana mismo (Manzanilla 1992) y en diversos lugares, como San Pedro de
Atacama durante el período Medio, brindan un marco contextual al presente registro.
Cabe señalar que, a pesar de su excepcionalidad, existen noticias de otros hallazgos
de vasos de oro en Pueblo Viejo de La Cueva que fueron extraídos por un colec-
cionista privado. Por ello, reviste especial importancia el descubrimiento de objetos

que se veían muy rojizos, como si aflorara cobre . Por ello, sería interesante realizar nuevos
esrudios cales como, un análisis dispersivo en energía de rayos x (EDAX)¡ fluorescencia de
rayos x y una mecalografía.
EsI'AC IOS SUk ANDlNOS y LA Clk CUI..J\CI ÓN DE 8IF.NF.5 FJ'\' ~POCA DE TIWANAKU 349

metálicos en Doncellas, borde oriental de la puna deJujuy (Rolandi de Perrot 1974).


En este caso, se trata de dos vasos timbales de aleación plata-oro y de clara raigambre
Tiwanaku. La parte superior de ambos está modelada mediante repujado, en forma de
una cabeza humana con gorro. Las caras son de forma trapezoidal con ojos romboidales,
boca rectangular y una nariz bien marcada que se une a la línea de las cejas. Lateral-
mente, uno de ellos presenta adornos auriculares y el otro una figura en forma de
rectángulos. Miden 102 y 105 mm de altura (1974: Fig. 3-6). Fueron descubiertos ca-
sualmente, durante una prospección en la zona de cementerio del gran asentamiento
de Doncellas, en la cuenca del río Miraflores.
El hallazgo es muy intrigante por sus características. Apareció una olla doméstica,
con huellas de hollín, que estaba tapada con una escudilla y una base de otra olla de la
misma clase. En su interior se habían colocado los dos vasos metálicos, uno en posi-
ción normal que tenía en su interio r, un collar de 394 cuentas de malaquita y el otro
invertido, que tapaba el anterio r. Dentro de la vasija había, además, un brazalete y tres
placas metálicas, de forma circular y perfil cóncavo con perforación central. Se trata
de un contexto aislado, sin asociación a entierros humanos. Con toda la apariencia de
un "escondrijo", la auto ra de los trabajos sugiere que este conjunto excepcio nal de
piezas metálicas fue enterrado en forma apresurada y con el fin de ocultarlo.
Por otro lado, hace unos años, investigadoras del Museo de La Plata recolectaron
una interesante muestra de cerámica polícroma en la superficie de sitios arqueológi-
cos de Iruya, provincia de Salta. La colección incluye fragmentos de cerámica Tiwanaku
clásica y otras modalidades de Cochabamba, entre los cuales había restos de keros."
El kero sea de metal, de madera O de cerámica es valorado como un objeto/ícono
en la iconografía patrocinada por el estado de Tiwanaku y aparece ampliamente dis-
tribuido por distintas regiones de los Andes centro-sur. En la litoescultura de Tiwanaku
es notable la inclusión del "componente kero" en los Rostros Frontales de la Puerta
del Sol y en el Personaje de los Cetros del Receptáculo Lítico de Ofrendas N.O 1 del
Templete Semisubterráneo. En los Monolitos Bennett y Ponce, el personaje sostiene
un kero en una de las manos, mientras que en ]a Otra porta una tableta para aspirar
alucinógenos. Mientras esta imagi nería estaba con finada al núcleo (sector sur del lago
Titicaca), "las versiones metonímicas de estas imágenes circulaban por los Andes cen-
tro-sur a través de artefactos portátiles (objetos/iconos) empleados en rituales que
eran específicos a la modalidad expansiva implementada por Tiwanaku en las diferen-
tes regiones de su esfera" (Berenguer 1998: 34).

11 . Fue posible observar la colección expuesta por la Lic. L. Mamone, UNLP; durante el se-
gundo encuentro del TaJler de Interacciones socieconómicas entre el noroeste argentino y norte de
Chile en épocas prehisPánictl.S, Buenos Aires, 1997. Elías Mujica, que revisó con nosot ros la
muestra, co nfirmó que había varios fragmencos de Tiwanaku propiarnence dicho y ocros
rcgionaJes de Cochabamba. Lamentablemente, el material no ha sido publicado.
35 0 .MYRIAM T . . RRA GO


Alberto R. González en su trabajo seminal sobre metalurgia del noroeste argentino,
sostiene que el período Medio en la Quebrada "se caracteriza por la profusión de
objetos de adorno o suntuarios de oro, máscaras funerarias, keros, cuentas o vine has,
campanillas de oro y campanillas de cobre" (1979a: 119). Otros de los objetos diagnós-
ticos son las máscaras de oro y plata. Menciona que se conocen seis, dos de ellas con
condiciones de hallazgo, y aunque es difícil individualizar la asociación cerámica cree
que hay argumentos para suponer que su utilización comenzó durante la época de La
Isla.
Si reunimos el conjunto de evidencias de la quebrada y el borde puneño del río
Miraflores podemos sostener que en esta región existió un particular interés en la
circulación y consumo de bienes de prestigio entre las elites emergentes de las diver-
sas formaciones en proceso de desigualdad social que habrían tenido sus núcleos polí-
ticos en Doncellas, Pueblo Viejo de la Cueva, La Isla y Volcán. Es llamativo el énfasis
en objetos de oro y plata para el adorno personal y para celebraciones ceremoniales, y
el hecho que estos bienes fueron el producto de tráfico a larga distancia con socieda-
des de raigambre Tiwanaku. Entre ellos, se destacan los keros metálicos, como plan-
tea González, estos objetos "indican una relación directa con Tiahuanaco" ... "Sin
embargo, conviene hacer notar que los vasos keros de este tipo no se incorporaron a
las formas usuales del área valliserrana, aunque su fabricación no es tecnológicamente
más compleja que las hachas decoradas O las placas tipo Lafone" de La Aguada (González
1979: 107)· La constatación de este importante proceso sociohistórico, no implica
desconocer que, en forma contemporánea, se sostenían otras interacciones
socioeconómicas transversales con la puna de Atacama y los valles, aspectos que agre-
gan complejidad a la época dentro de estos espacios.
Por otro lado, los fechados y los particulares contextos hallados en Volcán condu-
cen a vislumbrar un énfasis en las interacciones con las yungas a través de los ríos
Grande y Ledesma. A la vez, este asiento permanente habría favorecido el acceso,
tanto a otros asentamientos de la quebrada como a los situados en las cabeceras de la
quebrada del Toro y con los oasis de Atacama (Cremonte y Garay 2001). Con este
conjunto se cierra una densa red de interacciones socioeconómicas en la franja fronte-
riza entre la subárea circumpunefia y los Andes meridionales.

Discusión

El panorama que se desprende de la exposición de evidencias empíricas es complejo y


polivalente. Un primer intento por visualizar esta intrincada circulación de bienes y,
por ende, tratar de comprender los mecanismos involucrados en las interacciones fue
el trabajo presentado en el Taller de Costa a Selva donde se enfocaba un análisis cuan-
titativo a partir de la información de Atacama (Tarragó 1994). En los gráficos se ve
con definición que el mayor porcentaje de situaciones de interacción ocurrieron en la
EsP .... CIOS SURAN DINOS y U. CIItCUI..... CIÓN DE BIENES EN t l'OCA DE T¡WAN .... KU 351

franja transversal este-oeste entre valles, quebrada y puna. En segundo lugar, se desta-
ca una franja diagonal nordeste-sudoeste que involucra a Lípez y otras provincias de
Potosí con Atacama. Estos dos circuitos estuvieron interconectados. En cambio, existió
una franja totalmente independiente, en sentido noroeste (Atacama)-sudeste (Hualfín
y Ambato), que fue particularmente notable en el Formativo y el Medio, disminuyendo
el flujo en forma sensible en épocas prehispánicas tardías. Esto se correlaciona con los
datos expuestos aquí. Hasta el momento, no existe ninguna evidencia que las forma-
ciones sociales de La Aguada hayan mantenido relaciones con la quebrada del Toro,
de Humahuaca y la puna deJujuy. Si se toma en consideración el estado del arte en la
región, con gran cantidad de investigaciones recientes, la ausencia es más evidente y,
por ende, significativa.
La única circulación que superó esa frontera y la trascendió, que llegó hasta la
misma cuenca del Titicaca fueron las placas de bronce del tipo "Lafone Quevedo" y
siempre en un bajo número (González 1992). La distribución septentrional de otros
bienes de La Aguada alcanza en forma esporádica el valle de Lerma donde se han
registrado fragmentos cerámicos en superficie (NavamuelI978-1979), y la parte media
de los valles calchaquíes. Por esa razón, es significativo el emplazamiento del bloque
grabado en La Poma como la última expresión de este estilo hacia tierras norteñas.
Sus características parecen reunir los atributos de una "huanca" sagrada, marcadora de
una cartografía social que reivindicaba la simbología de La Aguada frente a la podero-
sa ideología que se expandía desde el norte.
El silencio o falta de interacción es diagnóstica para nosotros y está planteando que
existían límites políticos que no eran atravesados, a pesar de la aparente gran fluidez
de circulación en el tráfico de hombres y caravanas. Las rutas del Sudeste parecen
haber estado bajo el control político de grupos sociales de La Aguada que ejercían su
hegemonía en el espacio "valliserrano" y que, aunque compartían con Tiwanaku, temas
y núcleos religiosos de antigua raigambre surandina (pérez 1986), mantenían su auto-
nomía política y económica dentro de sus espacios.
A su vez , el sector norte del NOA tampoco presenta profusas evidencias de vincu-
lación con Tiwanaku sino, más bien, sobresale la excepcionalidad de una serie de bie-
nes metálicos de índole suntuaria y ceremonial. El oro y la plata tuvieron un especial
significado cultural en los Andes. Desempeñaban su papel principal en el dominio de
lo simbólico. "Llevaban y representaban el contenido o mensaje de jerarquía, riqueza
y poder político" (Lechtman 1991: 12)
Respecto al hallazgo en el yacimiento 10 de Volcán, por Gatto (1946) cabe señalar
que la descripción que hace del edificio y el croquis de la planta que presenta reúnen
todas las características de un área de producción y consumo de chicha (molinos,
moletas, vasijas ovoides lisas y decorados negro sobre rojo, al estilo de las chicherías
de los Andes) al mismo tiempo que indica eventos ceremoniales (el vaso de oro) y de
ofrenda (el cuerpo de la llama).

M " RIM.t TAKRAGÓ
352

ilo "La Isla", con
Otro aspecto interesante es la clase de vasos aleos o jarros de est
) equiparables
decoración negro sobre rojo o tricolor (se suman fajas o puntos blancos
arqueo lógicos de
a los vasos kero . Esta clase de jarros aparecen en diversos contex tos
s radiocar-
vivienda y basurales en Pueblo Viejo de la Cueva, enmarcados en fechado
la quebra -
bónicos entre los siglos IX y XI d. c., así como en otros asentamientos
de
a. Cabe traer
da. Se exhumaron varios casos en tumbas de los cement erios de Atacam
se ha realizado un
a colación que en el otro extrem o de la periferia, en Moquegua,
que ofrece bue-
estudio pormen orizado de la cerámica local de Tiwanaku IV, V Y VI
una de las derivacio-
nas posibilidades de comparación. Es sumamente sugerente que
por Bennet t como
nes del kero sea el jarro compu esto, bitronc ocónico , caracterizado
observan cier-
"reloj de arena" en La Isla (Goldstein 1985: Fig. lJ d, 14 e). Tambié n se
Se trata, al
tas similitudes con los patrones decorativos tardíos de triángulos y zigzag.
entre sí, pero que
parecer, de dos est ilos regionales diferentes y muy distanciados
como, durante la
comparten ciertos atributos formales y elemen tos de diseño. Así
en celebraciones
dominación i.ncaica, la imposic ión y distribución de cerámica estatal
parecería que habría
y actos público s, generó diversos estilos provinciales y "mixtos",
influjo de Tiwanaku.
ocurrid o un proceso similar en las diversas regiones que sufrieron el
Sin duda, es todo un tema a indagar.
que en los valles
Por otro lado, los indicios existentes, aunque escasos, sugieren
ku, sobre todo,
orientales de lruya y Santa Victoria habría circulado cerámica Tiwana
dades de manu-
de tipos cochab ambinos aunque también había ejemplares con modali
contex tos se en-
factura y decora ción vinculados con el núcleo. No sabemos en qué
posición geo-
contrab an y cuáles habrían sido los medios de circulación. Pero por la
l por la subárea
g ráfica podría supone rse que se trata una vía de interacción orienta
valluna de Tarija, C huquisaca y Cochabamba.
n el hecho
En forma contem poráne a a estos procesos, es muy importante tambié
ron ac tivas mante-
de que tanto las redes del sureste como las del este-oe ste estuvie
positivo s estarían dados por
niendo interacciones sociales con Atacama. Los signos
quí (Tarragó
los objetos de ofre ndas mortuorias registradas para el alto vaUe Calcha
1996: 109-1I0 ) y en Calahoyo (Fernández (978), enclaves en los borde
de la puna. En el
a Huaytiquina
caso de La Paya de La Poma, la distancia de aproximadamen te 170 km
caravaneros.
era un tramo relativamente corto en el tráfico a larga distancia de
n, hasta el
En cambio, en la quebradas del Toro y de Humahuaca no se conoce
, algunos vasos de
momen to, evidencias de materiales de Atacama. Existen, en cambio
más tardíos.
tItilo Huruqui/laírura de Potosí en ajuares fúnebres, pero podrían ser algo
Alto valle Calcha quí (Museo
Del mismo modo, hay unas pocas botellas con pico en el
desde épocas
de Cachi) y varios en Atacama. Esta red a1tiplánica habría existido
aldeas de Campo Colorado (Y.
formativas más tempranas. Las excavac iones en las
el patrón de
Calchaqui) y Las Cuevas (Q. del Toro) han descubierto similitu des con
n zas con Tafí,
vivienda Wanka rani. Del mismo modo, se han plantea do semeja
EsPACIOS SURANDINOS y LA CIK CU LACIÓN DE BIENES EN I!POCA DE TIWA NAKU 353

Candelaria y El A1amito, en particular, en la Iitoescultura y en formas del hábitat


doméstico.
Las dos esferas de interacciones socioeconómicas y políticas planteadas en zonas
de los Andes del NOA, coinciden con una clase de evidencia totalmente indepen-
diente. El análisis de las fuentes de procedencia de la obsidiana utilizada en diversos
asentamientos del NOA, demuestra la circulación de obsidianas de la fuente Ona en
la parte central del noroeste argentino, mientras que en el sector norte, la fuente ha
sido con exclusividad el volcán Zapaleri (Yacobaccio e/ al. 2002: 192).

Conclusio nes

Desde el punto de vista metodológico, hay un claro acuerdo respecto a la necesidad


de incorporar las excavaciones de sitios de asentamiento y generar registros arquitectó-
nicos de espacios habitacionales, ceremoniales y productivos, como se ha implementado
en el centro cívico de T iwanaku y en Moquegua. Las muestras resultantes de tales
trabajos brindan múltiples vías de análisis, en gran medida independientes entre sí,
tales como fechados por 14C y análisis de fuentes de procedencia de minerales, infor-
maciones esenciales para cruzar datos. Sin embargo, en igualdad de imporrancia se
ubican los finos estudios que posibilitan los "contextos mortuorios" en cuanto a
microhistorias, adscripciones de rango y pertenencia social. Al mismo tiempo, estos
contextos proporcio nan múltiples vestigios para estudios tecnológicos, físicos y quí-
micos de los objetos y de las ofrendas de alimentos, bebidas y sustancias psi ca trópicas.
En este sentido, la publicación detallada de los contextos mortuorios en Tiwanaku
podría ampliar notablemente los cruces con los nudos de interacción a larga distancia
donde se distribuían bienes ¡'muebles" o portátiles, tales como tabletas de rapé, texti-
les, placas y keros metálicos que funcionaron como objetos/iconos.
El análisis efectuado sobre las esferas de interacción pone de manifiesto que las
redes transversales este-oeste y viceversa, son las más directas y por ende, de antigua
data. Sus raíces deben buscarse en la época de los cazadores-recolectores. Estas rela-
ciones continuaron, bajo diversas modalidades, hasta la actualidad como lo indican
diversos estudios históricos y etnográficos (Martínez 1990, 1998).
A pesar de la revisión de los diversos modelos que se han formulado para interpre-
tar las interacciones sociales, emerge un panorama complejo que se muestra esquivo a
un solo tipo de explicación. Diversos mecanismos estuvieron en juego en la segunda
mitad del primer milenio en conexión con un proceso sociohistórico en el que
interactuaron formaciones sociales en distintos niveles de desarrollo (Novak 1973).
Los circuitos ancest rales de movimientos de pequeños grupos y animales, en condi-
ciones más O menos igualitarias. se transformaron profundamente. Los factores polí-
ticos pasaron a definir la accesibilidad o no a ciertas redes espaciales, sobre todo cuan-
do eran controladas por estratOs sociales de mayor poder en la compleja trama social.

354 M YKIMI TARR AGÓ


En la base O infraestructura se encontraban las necesidades básicas de subs istencia y
de reproducción social que requerían materias primas, productos agropecuarios .¡
minerales valiosos como metales y obsidianas. Pero esta demanda estaba atravesarla
por otros aspectos igualmente sustanciales corno las facetas sociales vinculadas con el
culto, las ceremonias, las alianzas y la legitimación de las elites locales.
Circulaban, e n relación con estos requerimientos, bienes manufacturados de tec-
nologías complicadas como los textiles con iconografía, placas de bronce y vasos de
oro, pequeñas tallas en madera del complejo alucinógeno, cosas en las que se reprodu-
cían mensajes enraizados en las prácticas simbólico-religiosas muy dramáticas como
la represe ntación del Sacrificador. Cabe señalar que este tema no sólo circulaba con el
estilo estatal de Tiwanaku , sino también con el de La Aguada. La distribución y el
consumo de bienes especiales que, en pequeño tamaño, reproducen los densos nú-
cleos simbólicos surandinos, podrían estar indicando que muchas de las sociedades
compartían aspectos y temas de este sistema a través de ceremonias y festividades con
bebidas alcohólicas y polvos psicotrópicos. Muy probablemente, como plantea Pérez
GoBán, existieron peregrinaciones milenarias hacia la Isla del Sol desde distintas re-
giones de los Andes del sur, lo que hizo que gente diferente y sociedades desiguales
compartieran creencias y prácticas.
El seguimiento de la t rayectoria social de los objetos suntuarios posibilita captar el
interjuego en los espacios macrorregionales, al mismo tiempo que se puede penetrar,
si el registro arqueológico lo permite, en eventos funerarios de gran despliegue donde
personajes de alto rango eran inhumados con un cúmulo de objetos que marcaba ante
los vivos, su estatus y su integració n a las elites. Las evidencias permiten plantear la
existencia de distintas jerarquías y grados de poder entre estas elites. En primer lugar,
como es obvio se encontraba el estado de Tiwanaku, que integraba bajo su órbita la
periferia del altiplano sur y los valles orientales de Bolivia. El espacio social integrado
por la quebrada de Humahuaca y la puna oriental deJujuy habrían formado parte de la
"ultra periferia" de Tiwanaku junto con San Pedro de Atacama, aunque con una modali-
dad diferente.
El espacio de la quebrada donde confluían las rutas principales estuvo cont rolado,
de algún modo, por formaciones sociales propias que ejercían un poder político que
les permitía sostener la fluidez en la circulación de [a producc ión de cereales, recursos
selváticos del oriente y bienes suntuarios del Titicaca. A través de la frontera altiplánica,
en el límite con Lípez, estas formaciones mantenían relaciones dinámicas con [as so-
ciedades del altiplano homónimo y con el territorio de Chichas-Tarija, lo que tal vez
estaría indicando relac iones de poder equilibrado entre ellas.
U na situación homóloga, aunque con sus propias especificidades y contenido estaba
ocurriendo en el sector sur, con las redes sureste-noroeste, y los señores de La Aguada.
Las elites de Atacama la Alta si bien mantuvieron, aparentemente, relaciones de clien-
telismo con Tiwanaku, habrían tenido bajo su control las redes de la puna seca y los
EsPACIOS SURA N DINOS y 1.-\ CIRCULACIÓN DE Bl EN f..5!iN tPOC.!. DE TJWANAKU 355

bordes puneños que incluían espacios o "nichos" como los de SanJuanMayo, Calahoyo,
Cobres y Pastos Grandes. Al mismo tiempo, interactuaban con las elites de La Aguada
mediante la incorporación de bienes textiles, cesteros y tallas de madera de alto valor
social por la coexistencia con objetos de Tiwanaku en tumbas de la elite (p.e. Quitor 6).
El acceso e ingreso a las rutas y bienes de intercambio no fue homogéneo ni igua-
litario, sino que ocurrían diversos grados de selectividad y de falta de interacción o de
no-circulación de bienes en ciertas rutas, lo que estaría encubriendo conflictos y com-
petencia, que es muy marcada entre las sociedades de la quebrada (Isla y afines) y La
Aguada. Habrían existido diversas hegemonías sobre las redes de tráfico básicas. El
sur, representado por la parte central del NOA bajo la órbita de las formaciones socia-
les de Aguada, ejercía su preeminencia en las rutas del sudeste a través de una produc-
ción especializada como objetos de bronce por e! método de la cera perdida, cerámica
fina, maderas talladas y textiles, además del cebil y otros productos.
En síntesis, se postula la probable existencia en los confines meridionales (ultra
periferia sensu Berenguer 2.0 0 0) de núcleos resistentes a la penetración política de
Tiwanaku, aunque al mismo tiempo, compartían e! sistema simbólico y de rituales de!
área circuotiticaca, cada uno con sus especificidades y propios estilos, entre otros, la
figura frontal de los cetros o de "las manos vacías", el sacrificador, y la práctica de
cabezas trofeos.
La postulación de Lumbreras y Núñez en '979, acerca de la definición de un espa-
cio socioeconómico o subárea circumpuneña diferente del área de Andes meridiona-
les (región valliserrana, puna salada yyungas de Tucumán), coincide con los datos aquí
analizados. Entre el cúmulo de nuevas líneas de indagación, creemos que se ha contri-
buido a clarificar la zona de frontera o espacio "interdigitado" entre esta área sur y los
Andes centro-sur.
En la larga duración, las relaciones de conflicto y de desigualdad social que se insi-
núan en la segunda mitad de la Era, en el conjunto de los espacios surandinos, se
acentúan y se definen con fronteras mucho más netas durante las épocas tardías del
desarrollo social premspánico.

Agradecimientos

A la doctora Heather Lechtman, por e! esfuerzo personal y la dedicación puesta en la


organización del Taller "Esferas de Interacción Prehistóricas y Fronteras Nacionales"
y por la edición de las Actas de esas espléndidas jornadas de trabajo; al doctor Luis R.
González por e! impulso y la ayuda en el trabajo; al doctor José Antonio Pérez Gollán,
Director del Museo Etnográfico de Buenos Aires, por facilitarnos el acceso al kero de
o ro de Volcán; a Fernando Veneroso Centurión, encargado del Área de Conservación,
por su ayuda en la toma de fotos de esa pieza; a Catriel Greco M " becario estudiante
356 M VR IAM TARRAGÓ


de la UBA, quién destinó horas de trabajo en la preparación del mapa y en la compa-
ginación de las ilustraciones; y al equipo del Proyecto Yocavil, por la constante cola-
boración y el interés compartido en los trabajos de investigación.
EsI'ACIOS SUItANDINOS y LA CIRCUl AC iÓN 1JF.1l1E..'\lES EN EIlOCA 1) 1i T I W ANAKU 357

BOLIVIA
.la Paz

·Coehabamba

.. ~
N


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CHILE ~ .1

".

I T~ri

h an Pedro (,
de Alacama r,
Antofagasta
Pasod

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-........
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" )' r

Figura I. Mapa de la región con localidades.



M l'RIAM T AltM AGÓ

Figura 2.
Vasos IflxlJdestt. Tarija:
a) Tolomosa. Atacama:
b) y d) Tcheca , 691
e) T checar 857, a
e) Solor 3 16JI.
-

Figura J. Tolomosa,
a) vaso tri color, b) bicolo r
(Roscn ' 924: figuras , 62, 166)

B i ene s de
prest i g io
Va.Jllla de
ser vicio

A lim entos

Figura 4. Diagrama de o frenda s en entierro de niños . Atacama, Q ui tar 6 27°4-27°5.


E.'WAC:I05 SU II:AI\'DI l'\OS y LA CIRC ULACiÓN DF.lllfu'lES EN tl"OCA DF. TI \'(1ANA KU 359

Figura). Vasos negro pulido de Sa n Pedro de Aracama, La Paya de La Poma (Sa lta).

Figura 6. Botellas negro pulido, va riedad B de San Pedro de Atacama,


La Paya de la Poma.

a
Figura 7. Vajilla de se rvir negro pu lido. Atacama , Quitor 62532.
MVKIAM T ARRAGÓ

a e
Figura 8. Grabado anatrópico, a) b loque de L:t Poma, Sah a, largo 330 mm.
b) visión normal , e) figura oculta.

a
Figu ra 9. Vasos polícromos, a) y b) Atacama, T oconao 4534. e) Sumalao (Salta, NavamueI1978-1979)·

Figura 10. Vasos pol.ícromos, a) cuenco Sequitor 1682, b) jarro de Larrache (San Pedro de Atacama)
EsI'¡\ClOS SU KANOlNOS y 1./\ C IKCUI.J\CIÓI'\' DF.IHENES EN ~ I'OCA DE TI WANAKU

{) t~
..,1
<e?

~
/)
)9

Figura tI. Volcán. Yacimiento N.O10, Croqui s: a) d) y h) molinos planos, i) mano de pecana,
b) y c) cántaros pintados, e) huesos de llama, f) cántaro tosco, e) kero, (G ano 1946: Fig. 4).

Figura 12. Kero de oro, Volcán. Museo Figura 13. Kero de oro, Larrache. Museo R. P.
Etnográfico de Buenos Aires N .O 2276. Gustavo Le Paige S. J., San Pedro de Atacama.


EsPACIOS SUk .... ND INOS y I.A CIRCUl.ACION DE IlIENES F.N ~POCA DE TIWAN AKU

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MYRIAM T ARRAGÓ / Discusión

A.M. Lorandi: Una aclaración, sobre el modelo que tú has mencionado.

M. T arragó: Desigual y combinado: se refiere a la coexistencia de sociedades en distinto


nivel de desarrollo social, desde pescadores y recolectores a sociedades estatales que,
a través de las interacciones entre las mismas, se combinan en un proceso de desen-
volvimiento desigual. Lo de laguna de Guanacache, por ejemplo, es un caso muy bueno
de Mendoza más al sur, con gente en distintos niveles de complejidad social. Se esta-
blecen relaciones dialécticas, pero no quiere decir que todos; no existe la igualdad en
eso. Creo que esto es lo que ocurrió en los Andes surandinos en la segunda mitad del
milenio. El que suele usar esta noción es Lucho Lumbreras; en varios de sus trabajos
de síntesis de los Andes aparece.

J. A. Pérez: Me encanta lo de esta categoría del desarrollo desigual y combinado, por-


que me torna coherente algo que es absolutamente confuso, que es este piedemonte
oriental que se mete en Santiago del Estero y que lo describen los primeros evangeliza-
dores. Hay una gran confusión donde parecen estar interdigitados grupos que son
cazadores-recolectores, grupos de clara ascendencia andina Y, probablemente otros
grupos de cultivadores o agricultores no tan evolucionados como los andinos. Hay
que sacarse de la cabeza esta cuestión evolucionista decimonónica, estatista donde
una cosa supone la eliminación de eso para pasar a otra cosa superior y, sin embargo,
queda dando vueltas esta combinación de distintas culturas.
Hay algo que nos falta, que es el Norte Chico. Hace mucho que no tenemos algo
que mueva el ambiente que tiene relación con el N arte Chico y ésta es una conexión
muy importante a partir de la segunda franja, esta franja que abarca Catamarca y la
Rioja y San Juan que tiene una dinámica que hasta ahora no ha merecido la atención
que tiene la parte norte.
En relación, a estas dinámicas, hay algo que también ha quedado congelado, que es
la quebrada del Toro. Nunca se ha terminado de definir después del trabajo de Cigliano;
¿qué pasa realmente ahí? En primer lugar, en una época en que las culturas se definían
por la cerámica, nunca se llegó a decir qué era la cerámica, el patrimonio cerámico, de
la quebrada del Toro. Yo creo que es la última manifestación de esta enorme larga y
profunda tradición Santamariana, muy compleja. Pero resulta que está muy ligada a
Tilcara, hay una conexión muy muy fuerte con T ilcara. Yo sostengo que lo que es

372 MYRI AM T AR RAGÓ

típico de esta zo na es una tradición santamariana pero se la ll amó -mal llamado-- La


Poma Negro Sobre Rojo, y está muy presente en Tilcara. Beatriz C remonte determi-
nó que esta cerámica Poma Negro Sobre Rojo se fabricó en Tilcara, lo cual no le
quita, en lo absoluto, su condició n de cerámica absolutamente distinta a la tradición
de la quebrada de Humahuaca; no tiene nada que ver. Es posible que también este
fenómeno este conectado o tenga una relación muy fuerte con la expansión incaica y
que sea gente trasladada y puesta en Tilcara por el Inca.

M. Tarragó: Con respecto a la quebrada del Toro, estoy totalmente de acue rdo. Ya en
los sesenta Rex González, c uando revisó lo del Molle - la cerám.ica rara, polícroma
que hay en la colección del Museo de la Serena- insistió mucho que había una serie
de indicios en la c ultura material de una fuerte relación entre lo que se ha conocido
como Ciénaga-Condorhuasi y lo del Molle y también Aguada; o sea, el complejo Con-
dorhuasi-Ciénaga-Aguada y lo del Molle de la zona del Norte Chico. Tengo una dia-
positiva que es del Museo Adán Quiroga de Catamarca, en la que hay un vaso típico
del Molle, también de manufactura no local, que se ve que salió en algún contexto de
la zona del valle de Catamarca. Entonces, sí creo eso. Además, que en el Tardío, la
interacción ésa ha seguido muy fuerte y después, etnohistóricamente, hay una serie de
información. Creo que esa zona de interacción la tenemos que trabajar mucho también
tanto para los mate riales, las materias primas y la producción metalúrgica. C reo que
ésa es otra área de interacc ión que tenemos que conocer mucho para después volver
sobre toda esta parte norte.

J. L. Martínez: Cuando tú planteaste esta desigualdad de tráfico, de circulación de


bienes ent re Humahuaca y Atacama, se me vi no un problema, me acordé de un tema.
En la documentación colonial temprana, aparece muy claro -lo poco que tenemos-
que los distintos ayllm de Atacama, tanto los del Loa como los del salar, iban a distin-
tOS lugares. O sea, desde una perspectiva documental, yo no puedo decir los atacameños
van. Eso es una generalización muy grande. La gente de Socaire va a lugares a los
cuales no va la gente Coyo y Beter y la gente a su vez de Peine va a lugares distintos de
los de Socaire. Entonces, yo no sé si ese tipo de práctica, que la tenemos documenta-
da, puede tener un reflejo. Cuando tu estas hablando que los bienes de Humahuaca
están en un lugar, ¿están en tOdo Atacama o están en algunos lugares de Atacama? que
nos den cuenta también de estas posibilidades de por qué hay circulación desigual de
bienes.

M. Tarragó: Es muy interesante. Creo que uno de los ayl/us es Solor, donde hay-insta-
laciones, hay restos de asentamjentos; es una zona que sería muy interesante de hacer
un t rabajo. Yo sé que ahora hay problemas para excavar con todas las comunidades
locales. Ésa es una zona. Y tendría que fijarme en los otros, pero, en todo caso , está en
DISCUSiÓN
373

la tesis de dónde proceden. Yo estoy aquí en esta ponencia tratando exclusivamente


de período Medio, un lapso que va del 600 al 1I00, entonces en el tardío hay que darle
una gran vuelta de análisis.
No te olvides que además yo marqué que durante todo el tiempo -tomando como
base la información empírica de Atacama de los contextos funerarios- esta interacción
que vos estás viendo, a nivel colonial estuvo. Y fue la más fuerte porque en el fondo es
el tramo también espacialmente más corto entre yungas, quebradas, puna, valles de la
zona de Atacama. Y lo mismo con sus dijes etc. Lo que yo percibo es que, en base a la
información que disponemos -que no es tan numerosa- vinculada con este período
para la quebrada, las sociedades que se están desarrollando, para mi modo de ver, en
proceso de desigualdad social en la quebrada tienen su grado de hegemonía, son dife-
rentes, no son atacameñas. Podemos decirlo en este momento como hipótesis: en
esta gran esfera de influencia de Tiahuanaco de la circuntiticaca, respecto a todos
estos territorios, tal vez se produjo un fenómeno regional de emergencia de est ilos
regionales cerámicos homólogos O análogos pero no de la envergadura de lo Inca. O
sea, el Inca cuando fue dominando e incorporando O influyendo, generó gran cantidad
de estilos regionales que recién ahora en cerámica nosotros estamos estudiando, por-
que la variabilidad es enorme. Peor, tiene cada uno sus características con algunos
elementos de Inca.
Fundamentalmente me estoy focal izando en lo que son los keros y vasos Isla, y en
lo que ocurrió en Moquegua del período, sobre todo la fase Chen Chen tardía de
relación entre Tiahuanaco y Moquegua. Paul Goldstein dice que una de las derivacio-
nes del kero clásico Tiahuanaco es un kero bitronco-cónico con una cinta lateral, que
es la misma forma de lo que Bennett llamó "reloj de arena" de la Isla¡ y son geométricos,
tienen este cruce, tienen líneas paralelas, zigzag, serían como dos estilos que de alguna
manera fueron algún tipo de estímulo, desde el Titicaca diferente. Ésta es una hipóte-
sis que se me ocurrió ahora.

A. NieiJen: Me parece genial este concepto de desarrollos desiguales, porque permite


acomodar desarrollos tan diferentes coexistiendo y, de algún modo explicándose unos
en función de los otros, al margen de sus diferencias. Me parece bien rico incluso para
ver desajustes temporales u horizontales también.
Es interesante como vemos la complejidad. Pareciera que hubiera como una dicoto-
mía4 Para mí no es una dicotomía; tal vez es un problema, por am, del marco conceptual
al que parece que apelamos para equiparar procesos ---<!sto de que hay una desigual-
dad temprana o esa desigualdad es tardía- cuando tal vez son dife rentes modos de
ser desiguales. Lo que comentábamos en un momento alude a dos aspectos de la des-
igualdad. Yo estoy viendo todos estos fenómenos por el caso de la quebrada. En el
período Medio vemos una sociedad de la riqueza, donde el poder se asocia tanto a la
riqueza, y posteriormente cuando pareciera que demográficamente uno ve una con-

374 M YIlIAM TARRAGO


centración de la gente como que desaparece la riqueza. Es este aparente empobreci-
miento -tal vez está aludiendo a un cambio en las formas del poder- que realmente
me parece apasionante.
Algo que el otro día mencionó Ana María (Lorandi) y tal vez nos hace ruido es este
concepto del señorío. Si sacamos esto, esta contradicción desaparece y se vuelve una
cosa interesante de comprender. El concepto de "señor" es una forma de poder mode-
lada sobre el caso Hawaiano. (Timothy) Earle toma este modelo de Hawai, donde
realizó su tesis doctoral. De hecho, en su libro Cómo lo! jefe! llegan a/ poder, considera
el caso de los Wanka, un grupo de la sierra central del Perú conquistado luego por los
Inkas, que contaba de 10 mil personas. H ace una pintura de los Wanka que es decep-
cionante, como un pueblo con "una institucionalidad poco desarrollada," perdiendo
así de vista todo lo que este pueblo (y diría que los pueblos andinos en general) tienen
de o riginal como experiencia política. Como piensa que la única vía evolutiva posible
es la hawaiana (la que pasa por una organización tipo señorío), considera a la organiza-
ción de Jos Wanka práct icamente como un fracaso evolutivo. Entonces, por ahí lo
que estamos viendo son modelos de cambio. El Arcaico Tardío tiene fenómenos de
riqueza que no encajan en ninguna parte, entonces si nos sacamos esos modelos pode-
mos e mpezar a ver un juego que es mucho más rico.

M . Ta"agó: Yo también quisiera lo del sefiorío; creo que no debemos dejarlo, sino
que tratar de ver todas las distintas modalidades de producción a través de las varias
líneas que en este taller están saliendo de análisis de materias primas. En el primer
intento publicado para las obsidianas, estas dos esferas que yo planteo y los límites, las
obsidianas que se anali zaron de todo el sector norte, provienen del cerro Zapaleri,
hasta ahora. Ahora veo que tu tienes otras cosas Axel y la parte sur es muy mandante.
Toda viene de O na, que es la parte de lo que es Aguada, Ambato, Valle Santa María,
Catamarca; toda viene de la fuente de obsidiana de Ona que está en la cuenca de
Antofagasta de la sierra. En cambio, al norte parece que hay mayor complejidad en la
circulación de obsidiana, pero en el caso de las muestras que tomó Yacobaccio, Escola,
Lazzari y otros, provendrían del Punto Tripartito del Zapaleri, entre los tres países.
Con respecto a lo que me decías de distintas formas y grados tal vez de desigualdad, es
muy interesante lo de la quebrada y lo de Atacama, que es como una cosa de manifesta-
ción de riqueza. Entonces me pareció muy interesante el trabajo de Emily Stovel que
presentó sobre el análisis de los vasos de oro de Larrache. Hace toda una reflexión que
dentro de la misma sociedad de Atacama hay un sector donde sólo han aparecido gran
cantidad de estos maravillosos keros, y otros objetos de oro en alta profusión. Des-
pués de leer lo de Emily pensé: ¿no habrá habido una estructura de tipo perceptible de
adobe o lo que sea en Larrache que esté vinculada con estas ofrendas sumamente
excepcionales?
DISCUSIÓN
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Lo sorprendente es que cuando me pongo a revisar los bienes de la quebrada, algo que
consumen las sociedades de la quebrada, les interesa, son los vasos de oro de tipo
Tiahuanaco. Hay d.os colecciones que no mencioné porque son privadas: están los
vasos de oro del Pueblo Viejo de La Cueva, que los vio Rex (González) y me dijo "son
de estilo definidamente Tiahuanaco"; y el hallazgo anteriormente publicado de Don-
cellas (Rolandi de Perrot (974), también de oro de estilo Tiahuanaco. Más otras cosas
de la Isla que están en el Museo Etnográfico en Buenos Aires. Hay un personaje ente-
rrado en la tumba 10 de la Isla, que tiene 104 ítems en total - un solo ind.ividuo en su
entierro-- cosas de oro y restos de mineral de cobre. O sea, algo tenía que ver con la
minería, el difunto enterrado y hay chapitas de oro se ve que han estado colgados en
las ropas. Y hay también felinos o llamas felinizadas, hay un montón de cosas que
serían para analizar.
Yo creo que lo de Larrache en cuanto al tipo de bien es, comparando, un poco a lo
que pasaba con la quebrada, que pasa por los metales y lo dorado, el oro etc.

J. A . Pérez: En relación a estos objetos de oro, hay algo que hace mucho no recorda-
mos, esta vieja tradición de la quebrada de H umahuaca de las máscaras de oro, que
son muy populares en relación al sur. Había una tradición, y debe ser muy temprana.

M. Uribe: Los estudios recientes cercanos al tema Tiwanaku muestran que hay una
diversidad mucho mayor y que ya no se trata del estado ni el imperio homogéneo que
se expande. Se trata de una cosa que tiene que ver mucho más con los desarrollos
locales también. En ese sentido dirigir la mirada a lo que está ocurriendo en cada una
de las zonas en donde aparecen estos vestigios Tiwanaku y que además especialmente
fuera del núcleo y de los dos centros de Moquegua y Cochabamba son mínimas, fren-
te a toda la otra can tidad de bienes que andan circulando y que son de los ámbitos de
múltiples partes, que es lo que pasa en Atacama, por ejemplo. En ese sentido también
integrar dos perspectivas, la diversidad y la cuantificación de esto, porque en cerámica
uno ve ciertas tendencias -por ejemplo, hacia fines del período Medio este gran
vínculo con el sur de Bolivia- , mientras que en otros materiales como la madera y los
cestos, por ejemplo, con el oeste.
Entonces, también hay que ver cómo se combinan y qué están diciendo esas ten-
dencias, porque no es una sola y también no es solamente un problema que viene del
lago. Ya sabemos que el cambio también viene de Cochabamba, que esa es la co-
nexión en San Pedro. Y, por lo tanto, es bueno también cuantificar y cualificar esas
diferencias para que nos ayuden simplemente para tener otro referente de compara-
ción. Y porque también en otras partes, como sucedió en el noroeste, pensábamos en
un período Medio, pero no está Tiwanaku. Entonces uno puede ir ahí evaluando me-
jor esas situaciones.


MYIUMt T ARKAGÓ

Otro e lemento es: ¿qué está pasando en los sitios habitacionales, sobre todo en
Atacama? Ésa ha sido siempre una situación que nos ha faltado. ¿Qué está ocurriendo
en el período Medio en San Pedro? Para ver también, como lo sugería José Luis, qué
está pasando en la cotidianeidad de esta gente, para aclararnos estos conceptos de
poder, de complejidad de riqueza. Porque ahí se está desenvolviendo la vida diaria.
Por último, el término riqueza¡ aquí en el período Medio surge una cuestión que es
muy evidente. Hay riqueza, que es una riqueza a nuestro concepto corno la entende-
mos, que se manifiesta c1a.ramente en oro, metales y tejidos sumamente maravillosos.
Pero en el Intermedio Tardio cambia completamente ese concepto. Entonces de ahí
hay que hacer una revisión también de estos conceptos para quizás plantearse otras
formas de complejidad y de tal vez discutir lo que sea señorío u otros. En el Interme-
dio Tardío sabemos que hay una complejidad enorme, pero en los cementerios -por
lo menos en Atacama- casi cero riqueza. Le Paige decía ya pobreza. Ese es un con-
cepto que habría que evaluar.

M. Tarragó: Respec to a la riqueza, siempre se que estamos atravesados por el mundo


capitalista moderno. Por eso, trato siempre de mantener una distancia y lo estoy pen-
sando en cuantO al valor, o a la dificultad, o a la alta tecnología puesta en la produc-
ción, por ejemplo, en los metales. Estoy pensando que sea para los laminados de los
vasos, y sobre roda, por ejemplo, para las placas o hachas Aguadas. Hay una alta tec-
nología. ¿Quién detentaba ese conocimiento científico, empírico, de cualquier mane-
ra? Ese poder también, ¿que implicaba' Por ejemplo, este personaje de la Isla que
tiene junto con roda lo otro un refractario y los pedazos de molienda --es otro de los
aspectos que habría que volver a darle una vuelta en los contextos funerarios de
Atacama- que hay muchos casos de evidencia de esros tipos de bienes de alta pro-
ducción o de muy escasa circulación. ¿Por que cuántos vasos de oro? Cuando encontró
Le Paige los tres vasos, los de Bennett, se habían extraviado, O sea casi no se conocían.
Q ue podría pasar la valoración de esto de "riqueza" en función de la dificultad de
producción, de la tecnología aplicada para la producción, y la escasez de cuanto circula.

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