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las Helénicas, sobre los últimos años y las consecuencias de la Guerra del
Peloponeso (431-404 a. C.) y la continuación temática de Historia de la Guerra del
Peloponeso del historiador Tucídides.
Entre sus obras se cuenta la Anábasis. El título no conviene más que a una parte del
libro primero, en el cual el protagonismo corresponde a Ciro.
Esta obra también se conoce con el nombre de Expedición de los diez mil.
A su lado se encontraba el secretario real, intermediario y agente del rey, por cuyas
manos le llegaba la correspondencia oficial que le transmitía las órdenes reales y
espiaba su conducta para denunciarlo al monarca con miras de substituirlo en el
puesto.
La influencia opuesta de estos tres rivales se equilibraba de tal modo que las
rebeliones resultaban poco menos que imposibles.
Para colmo de precaución, el Rey enviaba a las provincias a ciertos inspectores (ojos
y oídos del rey) para referirle todo cuanto podían descubrir en los confines más
remotos del Imperio. Estos aparecían cuando menos se los esperaba, a fin de revisarlo
todo, corregir leyes, reformar decretos y suspender al sátrapa, si fuera necesario. Un
informe desfavorable del secretario, una desobediencia mínima, la más leve sospecha
de infidelidad, bastaban a menudo para perder a un hombre y mandarle ejecutar por
sus propios servidores a simple vista de la firma real. En todo caso, las tropas que
acompañaban a los inspectores reforzaban ampliamente su autoridad. Debido a su
presencia en todas partes, se mantenían en buen estado los caminos de la Persia,
facilitando así las comunicaciones con el Rey, con quien estaban en continuo
contacto, gracias a los rápidos correos a caballo, relevados por etapas, que llevaban
en pocos días un despacho de un extremo a otro del Imperio.