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Historia de la Literatura Griega cap.

IX Historiografía: “Otros historiadores del siglo


v y iv” (Jesús Lens Tuero). Madrid, Ed. Cátedra,1992ª (y algunos datos de
Wikipedia)

Jenofonte fue historiador y militar de la Antigua Grecia.


Como historiador, Jenofonte fue un cronista de su tiempo,
finales del siglo V e inicios del IV a. C.

Tuvo gran importancia en la literatura griega por la


variedad y amplitud de su producción y su influencia en la
posteridad.

Nació en cercanías de Atenas, en la región del Ática hacia


el 428 a C., probablemente de buena familia.
Murió hacia el 354, quizá en el curso de una estancia en
Corintio.
No se puede determinar la extensión cronológica de la asociación de Jenofonte con
Sócrates ni tampoco el alcance exacto de su influencia.

Escribió Recuerdos de Sócrates (en latín “Memorabilia”) y la Apología de Sócrates,


que trata de aclarar su juicio en el 399 a. C.

las Helénicas, sobre los últimos años y las consecuencias de la Guerra del
Peloponeso (431-404 a. C.) y la continuación temática de Historia de la Guerra del
Peloponeso del historiador Tucídides.

Entre sus obras se cuenta la Anábasis. El título no conviene más que a una parte del
libro primero, en el cual el protagonismo corresponde a Ciro.
Esta obra también se conoce con el nombre de Expedición de los diez mil.

La obra se encuentra unificada por la propia presentación de un ejército en marcha,


por lo que ha sido equiparada a memorias de guerra; tal configuración de otro lado,
permite a Jenofonte recuperar con singular talento, la tradición de la literatura de
viajes en la presentación de nuevos lugares, pueblos y costumbres. Estos escritos de
viajes parecen haber tenido un carácter autobiográfico del que Jenofonte en la
Anábasis es heredero y del que a su vez vino a convertirse en modelo.

En 401 a C, Jenofonte, incitado por su amigo Próxeno de Tebas, se unió como


caballero a la expedición que Ciro el Joven había preparado y cuyo objetivo resultó
ser el de intentar derrocar a su hermano Artajerjes II.

Después de la batalla de Cunaxa, en la que murió Ciro, se produjo la retirada de los


griegos en las condiciones que se conocen por la propia obra de Jenofonte.
Organización política de Persia:
Para comprender el contexto de la Anábasis, conviene entender un poco cómo era la
organización política del Imperio Persa.

El Imperio estaba dividido en provincias o satrapías que correspondía en general a los


antiguos reinos conquistados o determinadas regiones geográficas. En tiempos de
Darío I llegaron a 20.

Los sátrapas que las administraban tenían primitivamente las atribuciones de un


virrey, pero Darío limitó su importancia, repartiendo su poder en tres funcionarios
que administraban la provincia.

Al sátrapa, siempre elegido entre los nobles, se le confiaba la administración civil y


financiera, la recaudación del impuesto y el fomento de la agricultura.

A su lado se encontraba el secretario real, intermediario y agente del rey, por cuyas
manos le llegaba la correspondencia oficial que le transmitía las órdenes reales y
espiaba su conducta para denunciarlo al monarca con miras de substituirlo en el
puesto.

Por fin un general, completamente independiente, mandaba a los soldados de la


satrapía y no admitía más órdenes que las del Rey.

La influencia opuesta de estos tres rivales se equilibraba de tal modo que las
rebeliones resultaban poco menos que imposibles.

Para colmo de precaución, el Rey enviaba a las provincias a ciertos inspectores (ojos
y oídos del rey) para referirle todo cuanto podían descubrir en los confines más
remotos del Imperio. Estos aparecían cuando menos se los esperaba, a fin de revisarlo
todo, corregir leyes, reformar decretos y suspender al sátrapa, si fuera necesario. Un
informe desfavorable del secretario, una desobediencia mínima, la más leve sospecha
de infidelidad, bastaban a menudo para perder a un hombre y mandarle ejecutar por
sus propios servidores a simple vista de la firma real. En todo caso, las tropas que
acompañaban a los inspectores reforzaban ampliamente su autoridad. Debido a su
presencia en todas partes, se mantenían en buen estado los caminos de la Persia,
facilitando así las comunicaciones con el Rey, con quien estaban en continuo
contacto, gracias a los rápidos correos a caballo, relevados por etapas, que llevaban
en pocos días un despacho de un extremo a otro del Imperio.

Los magos eran sacerdotes y educaban al soberano.

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