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TEORICA.
abril 26, 2020
Serán tres sectores los que confluirán para satisfacer dicha demanda de mano de obra. Un primer
sector, mayoritario, compuesto por inmigrantes desocupados provenientes de distintas regiones de
Europa, que resultaban más económicos que importar esclavos. Otro componente de trabajadores
agrícolas, provenientes en general de la zona del Norte y Cuyo, mestizos e indígenas con una
relación semi servil que no conocían el salario en dinero (trabajaban por el alimento o la vivienda) y
un último sector integrado por negros. Un historiador señala sobre estos últimos: En la segunda
mitad de los años cincuenta, en Buenos Aires, algunos negros letrados serán responsables de la
aparición de periódicos con un claro sesgo de reivindicación étnica e incluso autopostulantes de la
representación de los trabajadores del sector... En 1858 aparecen la Raza Africana y El Proletario
dirigido por Lucas Fernández (Falcón, Ricardo 1999.)
Junto a esto, la existencia del trabajo a destajo y largas jornadas de labor, no sólo eran moneda
corriente; sino que en estas primeras décadas contaban con cierto beneplácito de los propios
sectores del trabajo. Los primeros socialistas y anarquistas se quejaban de dichas actitudes y lo
atribuían a cierto “deseo individualista” o afán de enriquecimiento (no perdamos de vista que en
verdad a eso venían aquéllos que cruzaban el Atlántico) que luego la realidad, demostraría
injustificados, irrumpiendo conflictos de cierta envergadura.
Dicho sindicato realizará en 1878 la que parece ser la primer huelga de la historia argentina,
en donde la exigencia para su reconocimiento legal junto a la demanda de jornadas y salarios
dignos, conforman las principales d No es un dato menor, cuando trabajadores alemanes
forman el Comité Internacional Obrero en la sociedad alemana llamada Vorwarts, y empiezan
a plantear la necesidad de organizar un acto en conmemoración del 1º de Mayo tal cual lo
estipula la recientemente creada II Internacional de trabajadores. La crisis también empujaba
a la protesta.
La situación interna, retroalimentada por la crisis económica y financiera que vivía el viejo
mundo, conocida como Gran Depresión; se dejaba ver en los siguientes datos: En 1890, un
obrero carpintero cobraba, en términos reales, el 54% de su salario de 1886. La caída era aun
mayor en el caso de los peones rurales. Entre 1886 y 1896, el arroz y el asado registraron un
alza del 133,33%, el azúcar del 86,1%, el bife del 150%, el café del 137,5%; en tanto los
alquileres subieron a razón de un 7,5 5 anual (Panettieri 1982).
Las 8 horas y la prohibición del trabajo a destajo, estaban entre sus principales puntos. Sin
embargo, y pese al desinterés legislativo, en 1895 gremios como los yeseros, los pintores y
los constructores lograrán dichas reivindicaciones en sus respectivas actividades; hecho que
era presentado por sus protagonistas como “resultado de la unidad en la lucha y la constancia
por reclamos justos, en aras de la dignidad humana y en contra de toda explotación”, según lo
aseveraban muchas páginas y volantes que éstos editaban.
En el otro polo social, la recientemente creada UIA (Unión Industrial Argentina) realizaba en sus
reuniones y boletines internos un sombrío panorama sobre la oleada huelguística, y pedía a las
demás corporaciones patronales sudamericanas la atención sobre la entrada de “agentes
perniciosos” provenientes de Europa y su limitación o expulsión si cupiese.
Decían sin ambages: Apreciando de urgente necesidad una providencia rápida en atención a los
inmensos perjuicios que las huelgas ocasionan, el Consejo de Administración de la UIA nombra de
su seno compuesta de cinco miembros para que, en cada caso, arbitre los medios de
solucionarlas (Boletín de la UIA 1896). El pedido de actuación estatal para garantizar el
disciplinamiento social ya está en marcha y las futuras leyes de Residencia y Defensa Social -
sancionadas en la primera década del siglo XX - intentarán dar respuesta a dichos requerimientos.
Socialistas y Anarquistas
Quizás un poco esquemáticamente, podemos inferir que esto tenía que ver con sus orígenes. Los
artesanos, ex campesinos jornaleros y trabajadores domiciliarios; se encontraban entre sus primeros
adherentes. Reivindicaban la pequeña propiedad, criticaban al socialismo como otra forma de
opresión estatal y defendían un difuso federalismo político, en una línea política que se puede
extender desde los sans culottes de la gran revolución francesa, pasando por Proudhon y terminando
en Bakunin.
Un historiador especializado en esta corriente señala: El anarquismo pretendía ser algo más que
una agrupación político - ideológica representativa de los trabajadores y de su discurso emergía
una clara heterodoxia clasista. Sin negar que apelaba esencialmente a los trabajadores en tanto
éstos eran los sectores más oprimidos de la sociedad y que sus prácticas alentaban la lucha de
clases, el mensaje libertario pretendía ser universalista y no clasista. El clasismo implica para
ellos subordinar al individuo a otra clase y esta idea era percibida como autoridad y atentatorio de
las libertades individuales. En términos generales la doctrina anarquista era vagamente anti
clasista y negaba la idea de conciencia de clase marxista al sustentar su tesis de la participación
política en la voluntad de cada individuo. En la base de esa idea se hallaba fuertemente arraigada
la idea de libertad absoluta, una libertad que tenía como objeto excluyente hacer feliz al individuo
en tanto era un derecho natural del hombre (Suriano, Juan 2003).
Digamos también que hacia los primeros años del siglo XX, Buenos Aires se había convertido en
un centro anarquista de importancia mundial, sólo equiparable a Barcelona. La edición de
materiales de propaganda, el dictado de cursos y seminarios por distintas personalidades libertarias
venidas desde distintos lugares del mundo y la cantidad de locales de dicha tendencia, así lo
certifican.
Como decíamos líneas más arriba, con la creación de la FOA se produce la primera huelga de
carácter nacional: “la cuestión social” - tal cual gustaba denominarla el bloque gobernante - se
manifiesta en toda su extensión. La relación de la clase obrera con el sistema institucional, se
da por fuera de éste; aunque algunas fracciones obreras se propongan formar parte del
mismo y lo logran incipientemente.
Muy especialmente la FORA, llega a manifestar actitudes de rechazo a todo tipo de política
que no sea la meramente económico-corporativa, asumiendo una conducta que podríamos
denominar sectaria.
Sin embargo confluirán en las acciones directas, tanto con la central socialista como con
la CORA (Confederación Obrera Región Argentina) en la cual militaban
fracciones socialistas y sindicalistas revolucionarios que seguían los lineamientos, entre
otros autores, del pensador francés George Sorel.
Entre 1901 y 1904 la huelga general se constituye en forma de lucha de la clase obrera
argentina y, a la vez, surge una de sus modalidades: la huelga con movilización de masas,
que presenta como uno de sus rasgos el choque armado con la policía, con muertos de
ambos bandos. Así ocurre el 1ro de mayo de 1904, de 1905 y de 1909 (Semana Roja) y en
agosto de 1907. (Iñigo Carrera, Nicolás 2000).
Los conflictos agrarios eran moneda corriente. Los chacareros - pequeños productores que en
su mayoría empleaban mano de obra familiar - realizan desde 1910 reclamos por el
desmedido aumento del canon de arrendamiento que había aumentado del 15 % de la
cosecha hacia 1903, al 54 % de la misma ocho años después. En la localidad de Alcorta
(provincia de Santa Fe) se produce un gran levantamiento - no es nuestra intención hacer un
pormenorizado análisis del mismo - del cual nos interesa resaltar dos consecuencias
importantes que el mismo ocasiona: ganan la solidaridad del pequeño comerciante y los
sectores obreros, obligando a nuevas negociaciones y la baja del arriendo por parte de los
terratenientes, y por otro lado dan vida a una organización del campo que representará sus
intereses: la FAA (Federación Agraria Argentina). Hacia fin de esta década, dicha institución
participará de manifestaciones y firmará acuerdos de asistencia mutua con la FORA.
El surgimiento de la llamada Primera Guerra Mundial acelera la recesión que parecía cernirse
sobre la economía argentina ya desde 1911. Un autor corrobora: La guerra, hizo que la
agricultura decayera y provocó el cierre o la disminución de la producción en muchas fábricas
y talleres. De modo que el desempleo, que en 1914 afectaba ya a más de 300.000
trabajadores, llegó en 1917, a afectar a 455.870, casi un 20% de la población activa (Del
Campo 2005). Y las consecuencias son un reflujo en la combatividad obrera, que no hace
más que seguir una tendencia histórica: el aumento de la desocupación muchas veces
“aplaca” el espíritu de lucha por el entendible temor a la pérdida del empleo de aquéllos que sí
están ocupados.
Pruebas al canto: decenas de huelgas rurales en La Pampa entre 1917 y 1922, la huelga de
La Forestal en el noroeste y paros de actividades parciales en Córdoba y Santa Fe ya bien
entrado el año1928 - por no mencionar los
sucesos de enero de 1919 y la Patagonia en 1921/2 - con la existencia de muertos y heridos,
son prueba palmaria de que la faz represiva no estuvo ausente, sino por el contrario
constituyó un sesgo determinante en el largo interregno radical (Bilsky, Jorge 1984)
El contexto mundial iba a presentar la emergencia de un proceso político-social, que marcará
la relación de fuerzas a nivel mundial en las próximas décadas: el triunfo de la revolución
bolchevique en la ex Rusia zarista en octubre de 1917. La fuerza de su “ejemplo” fue
apabullante. Nuestro país no será la excepción y esta influencia a grosso modo dicho se
efectuará en dos niveles. En las superestructuras sindicales, la corriente llamada comunista y
“tercerista” - ya que se acababa de crear la Tercera Internacional - cobrará mayor influencia;
mientras que en el nivel político el viejo partido Socialista sufre la escisión del sector
internacionalista (PSI) que luego ya adoptará el nombre de partido Comunista, quien
mantendrá lazos cada vez más estrechos con Moscú. También el “síndrome soviético” fue
agitado por los propios sectores dominantes. Esto dio pie al surgimiento de cuerpos
paramilitares - la Liga Patriótica fue su máximo exponente, pero no el único - que
colaboraban en la represión física o actuaban directamente como “carneros” saboteando
medidas de fuerza, bajo afirmaciones de tipo nacionalista en el peor sentido del término
(antisemitismo, autoritarismo, etc).
Señalábamos con anterioridad que junto al año del Centenario, 1919 era el otro punto de
mayor efervescencia del conflicto social. La génesis del mismo es la que sigue. Hacia fines de
1918, un taller metalúrgico de una barriada obrera de la Capital - Vasena en Parque de los
Patricios - vive una huelga protagonizada por sus 2500 operarios en reclamo de mejoras
salariales. La empresa contrata reemplazantes y matones provocando escaramuzas físicas
entre ambos sectores: en uno de ellos muere un cabo de la policía y el 7 de enero un piquete
de huelguistas es ametrallado por las fuerzas del orden, con un saldo de cinco muertos y
veinte heridos. La reacción popular no se hizo esperar: solidaridad espontánea, cese de
actividades, multitudinario cortejo fúnebre de las víctimas, etc.
Los sucesos acaecidos en enero de 1919 - como asimismo la huelga general de 1936, el 17
de octubre de 1945 o el Cordobazo de fines de los 60 - conforman un mojón importante en la
formación de la clase obrera argentina.
Se manifiestan en ellas aspectos que dan cuenta de un salto cualitativo (al menos de una
fracción importante de la misma) en su conciencia y organización: sus demandas “exceden” el
mero marco corporativo y se elevan a un cuestionamiento de la totalidad del régimen político
social y algunas de sus principales instituciones (tres poderes del estado, fuerzas armadas y
de seguridad, etc) son fuertemente cuestionadas. Logran también la adhesión de una amplia
franja no proletaria de la sociedad - pequeños comerciantes, estudiantes - conformando una
alianza que está potenciando el surgimiento de una hegemonía económica-social y
planteándose en forma embrionaria la conquista del poder político.
La terrible represión y muerte de los trabajadores en la Patagonia - quizás por la menor
importancia geográfica de su ámbito territorial - apuntaban en la misma dirección. No
ahondaremos en ellos, la bibliografía que acompañamos es un buen referente para aquellos
que quieran profundizar sobre los mismos.
Los articulados del estatuto de esta recientemente creada nueva organización obrera
permiten vislumbrar las agrias disputas que se daban en su interior. El mismo rechaza “la
intervención en la central de los partidos políticos”, aunque se postula la necesidad de la libre
expresión de ideas en su seno. Se incluye también una de las tesis fundamentales del
sindicalismo resumida en la fórmula Todo el poder a los sindicatos, a la vez que proclama la
acción directa como arma primordial contra el capitalismo. Expresión de lo anterior son los
rechazos a la participación en el congreso de la entidad de Francisco Perez Leirós - municipal
- y de José Penelon - gráfico - por ser el primero, diputado nacional por el PS y concejal de la
Capital por el partido Comunista, el segundo.
El período que comienza va a presenciar entre otros aspectos - no el menor, sin dudas - la
irrupción del peronismo y la “ciudadanización” de los sectores obreros (“integración vertical”) y
su preocupación por problemas “nacionales”. Ese proceso ya está en germen con la creación
de la CGT. Otro minucioso investigador de esa época afirma: La fundación de la CGT en el
año 1930 tiene ese sesgo decididamente sindicalista que también obligaba a una definición
nacional. Si usted consulta los periódicos sindicales de la época va a encontrar que la
mayoría de los sindicatos - y por cierto la CGT - izaban en sus plenarios la bandera argentina
junto a la roja de los socialistas o la negra de los anarquistas. (Matsushita, Hiroito 2002)
Eso ocurría cuando el panorama social era el siguiente: Según los propios datos oficiales, el
número de desocupados llegaba en 1932 a 334.000, de los cuales 264.000 lo estaban en
forma total y 70.000 en forma parcial. Un 44% del total eran trabajadores agrícolas y
jornaleros sin especificación de tareas, y un 37% obreros industriales y del transporte; más de
la mitad de los desocupados estaban en la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires - lo
que muestra la incidencia de la construcción, la industria y el comercio - y casi un 30 % en las
otras provincias agrícolas más importantes (Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos)... La ocupación
sólo había aumentado en algunas actividades improductivas (hotelería, 74%, espectáculos
públicos 4%), los transportes (7% los terrestres y 6% el resto) y unos pocas industrias (textiles
17%, gráficas 7%, confecciones en taller 8%). (Del Campo 2005)
Este verdadero “ejército industrial de reserva” provocó un efecto tijera que se retroalimentaba:
permitió un marcado descenso del salario obrero y del presupuesto de consumo familiar y por
el otro ofició de freno a las luchas que tuvieron el piso más bajo de toda la historia de la clase
trabajadora. Será recién a partir de fines de 1933 y comienzos de 1934 cuando la curva se
revierta. Recuperación económica, baja del desempleo y reanimamiento de las batallas
reivindicativas son sus coordenadas. Hacia mitad de la década, promovido por políticas
públicas emanadas desde el estado, comienza un sostenido fomento de la industria local
liviana asentada en un crecimiento de naturaleza extensiva, es decir, caracterizado por una
masiva incorporación de mano de obra antes que por inversión de capital.
Demás está decir que las condiciones de trabajo eran más que precarias y constituyen un
elemento central de la “Década Infame”. Démosle la palabra a un investigador del
período: Las condiciones de trabajo, en la mayoría de los casos, eran fijadas unilateralmente
por la parte patronal. Aunque la práctica de los convenios colectivos se fue extendiendo
lentamente durante la segunda mitad de la década, la mayoría de los trabajadores no llegó a
gozar de sus beneficios... La falta de convenios dejaba un amplio margen para la
arbitrariedad patronal, que las organizaciones sindicales - no siempre reconocidas por las
empresas - trataban de limitar con éxito variado. Aun en el caso de que existiera un convenio,
no era raro el incumplimiento de sus cláusulas por parte de los propietarios, y lo mismo
ocurría frecuentemente con respecto a la legislación laboral. En ambos casos era también la
organización sindical la encargada de bregar por que se pusieran en práctica las
disposiciones, ya que, si los convenios no tenían carácter obligatorio, el estado no se
mostraba tampoco muy interesado ni eficaz en asegurar el cumplimiento de las leyes que
dictaba. En cuanto a la jornada de trabajo, fue reduciéndose a lo largo de la década - gracias
a la paulatina imposición del sábado inglés - de un promedio de 48 horas semanales al
principio a no de 44 al final. En 1935, los obreros se repartían aproximadamente por mitades
entre ambos tipos de jornada y eran muy pocos los gremios que gozaban de vacaciones
pagas. (Del Campo 2005)
Esta nueva clase trabajadora proveniente de las migraciones internas ya mencionadas, fue
objeto de estudio pormenorizado por parte de las ciencias sociales. El corte entre la “nueva” y
la “vieja” clase trabajadora mereció al investigador italiano Gino Germani primero y al
argentino Torcuato Di Tella después, una jerarquía interpretativa considerable. Para ellos,
dichos sectores recientemente desplazados de sus tareas agrícolas habían sido esquivos a
las organizaciones de clase y constituían una “masa en disponibilidad” para el ejercicio de
proyectos autoritarios y demagógicos - emanados de su supuesta “virginidad” política -, que
luego empalmarían con el discurso y la práctica del coronel Perón.
Será una nueva camada de investigadores - fundamentalmente Miguel Murmis, Juan Carlos
Portantiero y Juan Carlos Torre – quien relativice dicha caracterización, sosteniendo -
resumidamente dicho - que: a) en la segunda mitad de la década del 30 y en los albores del
peronismo, tuvieron una intensa participación organizaciones y dirigentes del sector de
obreros antiguos: la “vieja guardia sindical” b) que la acción de la nueva clase obrera no fue
para nada pasiva ni heterónoma, sino de participación cada vez más creciente y c) esta
interacción conjunta entre “nuevos” y “viejos” llevaba implícito un proyecto social de cierto
alcance y tenía como componente importante la continuidad programática con reclamos
previos de las organizaciones gremiales, del mismo modo que la posibilidad de participación
obrera en una alianza policlasista era ya una tendencia con importantes antecedentes en el
sindicalismo anterior. Ya volveremos sobre ello.
La exclusión en el plano político, su condición de cuasi “no ciudadano” - problema que como
vimos en otro apartado, no interesaba al proletariado extranjero residente aquí - comienza a
plantearse como tarea política clave de este período de transición. Pensamos que sin él la
aparición del peronismo sería mucho más difícil de interpretar. Precisamente el acto del 1ero
de Mayo de 1936 es un buen ejemplo de ello. En una ocasión pocas veces vista, comparten
el palco conducciones sindicales y dirigentes partidarios de toda la oposición: radicales,
socialistas, comunistas y demócrata progresistas. Un Frente Popular como el que comenzaba
a gobernar en Chile, aparecía como plausible dentro del arco opositor al régimen fraudulento
comandado por Justo y el bloque dominante por él encarnado.
De no menor importancia será el auge que otra tendencia política tuvo en esta etapa, nos
referimos a los comunistas. Cuando comentábamos el origen de dicho partido señalábamos
la influencia de la Revolución Rusa en su constitución. Esto se mantuvo por largo tiempo y
es por ello que los propios cambios que aquélla sufría repercutían en su línea política. Un
trabajo reciente confirma esa relación. En la coyuntura que a grosso modo se extiende entre
1928 y 1934 llamada del “tercer período” de la Internacional Comunista, la línea estratégica es
la de “lucha de clase contra clase” bordeando el ultraizquierdismo más extremo y aboliendo
toda distinción entre países metropolitanos y periféricos.
Producido el golpe, tanto la CGT 1 como la CGT 2 expresan cierta expectativa hacia el
gobierno surgido. Uno de sus comunicados lo dice con claridad: “el apoyo a las medidas de
gobierno tendientes a poner término a la especulación y al agio en los artículos de consumo
popular y a resolver el problema de los alquileres de las viviendas, teniendo en cuenta las
buenas disposiciones del PEN al encarar estos problemas”. Dirigentes importantes de la
segunda como Pérez Leiros y Borlenghi se reúnen con el ministro del Interior para hacerle
conocer estas posiciones.
Para los integrantes del gobierno, la denominada “cuestión social” no tenía una lectura única.
Rawson el primero de los militares que ocupa la presidencia señala que “el comunismo
amenaza sentar sus reales en un país pletórico de posibilidades por ausencia de previsiones
sociales”. Ramirez, que lo sucede en el cargo, muestra otro matiz cuando afirma “el ejército se
ha movido no para hacer una revolución, sino para dar una solución al angustioso problema
en que se hallaba el pueblo, sobre todo la masa trabajadora, convulsionada ya por la
desesperación a que la llevaba la imposibilidad de vivir, víctima directa como era de la
especulación de gente sin conciencia”.
En ambas afirmaciones se pueden visualizar dos líneas de acción claras del nuevo gobierno.
Por un lado, tener en cuenta la precariedad de la situación social que de alguna manera
planteará una política estatal que hasta allí había estado ausente. La revitalización de la
Secretaría de Trabajo y Previsión obrará en ese sentido. Por el otro, la estigmatización del
Partido Comunista, quien sufrirá una represión sistemática y la persecusión de sus dirigentes
y militantes, en perfecta sintonía con los gobiernos anteriores. Se privilegia entonces la
relación con la CGT 1, más acuerdista, pero siempre con la premisa de que “los sindicatos no
deben moverse en vista de finalidades políticas ni, por medio de pretextos ficticios, provocar
huelgas ni originar movimientos que puedan causar desconcierto en la opinión, sino que,
antes bien, deben confiar en la constante y patriótica preocupación del estado para atender y
hallar la solución adecuada del problema social”. Veamos ahora qué transformaciones
estructurales ha sufrido la clase obrera.
En el ámbito de los estudios sociales, Germani quien había vivido de cerca la experiencia
fascista en Italia, esgrimió una hipótesis que tuvo fuerte peso explicativo. El surgimiento de
ese “híbrido” que resultaba ser el peronismo se entendía a partir del rol pasivo, como “masa
de maniobra” que dicho sujeto social había cumplido. O sea, hay una visión de un corte
abrupto dentro del movimiento obrero a nivel estructural y también superestructural o
institucional: Perón sería el “demiurgo” ( intérprete) de la conciencia de clase que éste
adquiriría y de sus propias instituciones. Los ya citados, Del Campo, quien ve el corte pero
también lazos concretos de continuidad en especial con todo un sector: la denominada
corriente sindicalista, como Torre que enfatiza el rol de la llamada vieja guardia sindical en el
entronque con el peronismo junto a Murmis/Portantiero quienes son en verdad los primeros
(1971) que revisan a fondo la tesis germanística. Detengámonos un poco aquí.
Ellos llegan a la conclusión que en la génesis del peronismo tendrán activa participación
dirigentes y organizaciones gremiales “viejas”, la CGT y el Partido Laborista (ya en otro
apartado nos referiremos a él). Estos actores confluirán con los sectores “nuevos” porque más
allá de las existentes diferencias políticas, padecían un cuadro económico social idéntico.
Dicho en forma exhaustiva: más que destacar la división interna de la clase obrera, toma
como punto de partida su opuesto: la unidad de ésta, como sector social sometido a un
proceso de acumulación capitalista sin distribución del ingreso bajo control conservador que
tiene lugar durante la década del treinta.
Y precisamente la estructura sindical que conformó la base de sustentación del peronismo fue
la resultante de una alianza entre los sindicatos que habían formado la CGT nro 1, los que
integraban la USA y los autónomos, a los que se sumaron los gremios nuevos y aquéllos
organizados paralelamente a los sindicatos que habían dado vida a la CGT nro 2 y que
mantenían una vinculación estrecha con el comunismo y el socialismo.
Otra vez dicho: el gobierno de facto surgido el 4 de junio de 1943 toma muy en cuenta la
“cuestión social” y el Coronel Peón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, será el
máximo exponente de esta política social e integracionista
Pero lo que es más importante es que acompañando la práctica discursiva, hay toda una serie
de respuestas a la ausencia de política social de los gobiernos conservadores - como muestra
este mismo volumen en otro capítulo - y que entre otros aspectos significó la celebración de
900 convenios de trabajo, la extensión del beneficio de la jubilación y la propia conformación
de gremios en donde antes no existían como la FOTIA, la Unión Obrera Molinera, los
fidereros, el Sindicato de la Industria Vitivinícola, etc. Esto le merece a un estudioso la
siguiente reflexión: Salvo las organizaciones dirigidas por los comunistas - y unas pocas que
lo eran por socialistas o sindicalistas intransigentes -, prácticamente la totalidad del
movimiento obrero había manifestado su apoyo a la política de la Secretaría de Trabajo y
Previsión. En casi todos los casos seguían al frente de esas organizaciones los mismos
dirigentes que las venían conduciendo desde antes de 1943, algunos por lustros o por
décadas. (Del Campo 2005).