INFORME DE LECTURA “Ciencia y técnica como <<ideología>>” - Jürgen Habermas Habermas comienza definiendo el concepto de “racionalización” utilizado por Max Weber para describir el proceso de institucionalización del progreso científico y técnico en la sociedad moderna. Se trata de un proceso a través del cual las reglas y principios puramente racionales que rigen los ámbitos científicos y técnicos van penetrando en los ámbitos institucionales sociales, suplantando los antiguos criterios de legitimación y modificando así las instituciones mismas. Para Herbert Marcuse, lo que Weber llama “racionalización” no es más que la imposición de una forma de dominio político escondido detrás del atractivo rostro de la “racionalidad”. La acción técnica por sí misma es un ejercicio de control y dominio sobre sus objetos: la naturaleza y el hombre; y en un sistema social que busca regirse por principios de acción racional con respecto a fines, no se la puede desvincular de su contenido político. Es decir, la razón científico-técnica lleva en sí misma determinados fines e intereses de dominio, por eso, desde el punto de vista político, la técnica se presenta en este caso como un proyecto o una proyección histórico-social de los intereses dominantes de una sociedad. Lo que legitima este sistema de dominio es el aumento progresivo de las fuerzas productivas de la técnica, lo cual se traduce en un estilo de vida más confortable para los individuos y de esta manera evita que los mismos sean conscientes de la dominación y represión a la que se hallan sometidos. Además de postular a las fuerzas productivas como fuente de legitimación, plantea que las relaciones de producción se presentan como el marco institucional necesario para el funcionamiento de una sociedad “racionalizada”. Es decir, las grandes fuerzas productivas y las relaciones de producción son las dos caras de la “racionalidad” en sentido weberiano. Marcuse encuentra en los principios y la metodología de la ciencia moderna los conceptos e instrumentos que le permiten al hombre, mediante la dominación de la naturaleza, ejercer una dominación cada vez más efectiva sobre el hombre. En definitiva, la “racionalización” de Weber no es más que el mantenimiento de este estado de dominio, es una “racionalidad del dominio”. Por eso la única manera de modificar esta situación de dominio es a través de un cambio en la estructura de la ciencia misma, pero no sólo de la estructura teórica sino también de la metodología: una técnica que cambie del dominio represivo al dominio liberador de la naturaleza. Lo llama “liberador” porque este tipo de dominio desataría los potenciales de la naturaleza. Y esto, para resultar efectivo, debería ser un proyecto de la especie humana en su conjunto. En este punto Habermas acerca una expresión de Arnold Gehlen, quien sostiene que la historia y la evolución de la técnica están íntimamente ligadas a la naturaleza de la acción racional del hombre, y esta acción racional controlada por el éxito no es otra cosa que el propio trabajo (la capacidad de trabajo del hombre). Entonces lo que Marcuse propone se trata de un cambio de actitud del hombre con respecto a la naturaleza: ya no tratarla como objeto sino como un interlocutor, un sujeto. Así, en lugar de trabajarla, el hombre establecería una relación de comunicación con ella. Pero hasta que la comunicación de los hombres entre sí no se vea libre de dominio, no será posible pensar en una comunicación de intersubjetividad hombre-naturaleza. En definitiva, Marcuse desconfía de la posibilidad de darse el cambio de esta manera, ya que colocar a la naturaleza en el lugar de sujeto comporta sólo un cambio en la acción (técnica) y no de acción racional con respecto a fines (estructura natural del trabajo del hombre) que responde a la propia naturaleza humana. En otras palabras, este sería un cambio de marco institucional que no afectaría a las fuerzas productivas en sí mismas. Dejando a Marcuse, Habermas intenta ahora reformular el concepto de “racionalización” a partir de un problema planteado por Weber: reconstruir conceptualmente el cambio institucional que viene inducido por la ampliación de los subsistemas de acción racional con respecto a fines. Para esto comienza haciendo una distinción entre trabajo e interacción. Decir trabajo es lo mismo que decir acción racional con respecto a fines, la cual comprende tanto la acción instrumental, que es un saber empírico orientado por reglas técnicas, como la elección racional, que es un saber analítico orientado por estrategias. La interacción por su parte es una acción comunicativa simbólicamente mediada, que se basa en normas intersubjetivamente vigentes entre los sujetos. Mientras que el marco institucional de una sociedad está regido por esta interacción fundada en normas que dependen del reconocimiento general de obligaciones entre los sujetos, dentro de él se encuentran insertos los subsistemas de acción racional con respecto a fines que se fundan en la validez de enunciados empíricamente verdaderos o analíticamente correctos. Por eso, volviendo al problema anteriormente planteado, el camino para que se dé el proceso de racionalización no es otro que la institucionalización de las reglas técnicas y las estrategias que rigen las acciones racionales con respecto a fines. Es decir, un marco institucional que no esté regido por normas de interacción que exigen una expectativa de comportamiento, sino por las reglas provenientes del saber empírico y el analítico. Los sistemas sociales basados en los criterios de las culturas superiores han recibido el nombre de “sociedad tradicional”. Y se habla de cultura superior por tres motivos: se organiza en un poder central, se divide en clases según la realidad socioeconómica y se sostiene una cosmovisión central, esta última es la que cumple la función de legitimar el dominio establecido. Dado que este tipo de culturas posee una técnica relativamente desarrollada y organiza su producción en base a la división del trabajo, luego de tener satisfechas las necesidades básicas obtiene un excedente de producción. El problema del excedente prácticamente no existe porque se da una distribución desigual de la riqueza y del trabajo que, al igual que el dominio, está legitimada. Este tipo de sociedades sólo ha tenido limitadas innovaciones técnicas y organizativas que han estado lejos de llegar a modificar de alguna manera el marco institucional. Mientras las cosmovisiones centrales conserven su poder legitimador por sobre la evolución de los subsistemas de acción racional con respecto a fines, las sociedades “tradicionales” seguirán en pie. Por eso en estas sociedades existe una superioridad del marco institucional con respecto a los subsistemas insertos en ellas. Ahora bien, Habermas sostiene que con el surgimiento del capitalismo, y el crecimiento regular de la productividad que le otorga al sistema económico, llega a institucionalizarse la incorporación de nuevas técnicas y estrategias. La innovación pasa a ser parte del marco institucional. En otras palabras, el sistema capitalista de producción permite una continua expansión de los subsistemas de acción racional con respecto a fines, lo que termina eliminando la superioridad del marco institucional por sobre las fuerzas productivas antes mencionada. A este tipo de sociedad se lo llama “sociedad moderna”, el cual comienza a cuestionar el modo que tienen las sociedades tradicionales de legitimar el dominio de unos sobre otros. En el capitalismo el proceso de producción está organizado en base al principio de reciprocidad, que rige las relaciones de intercambio de mercancías entre propietarios privados y les otorga una justa equivalencia. Esto, al ser la base del trabajo social, es lo que legitima el dominio político. Como lo expresa Habermas, es un tipo de dominio “desde abajo” en contraposición al dominio “desde arriba” de las sociedades tradicionales. Este sistema de dominio queda totalmente justificado porque se sostiene en las relaciones legítimas de producción. En la última parte del siglo XIX los países capitalistas más avanzados comienzan a registrar dos tendencias evolutivas: el Estado comienza a tener un rol intervencionista en el sistema de producción y comercio, y la primera fuerza productiva pasa a ser la ciencia (debido a la creciente interdependencia de investigación y técnica). Esto rompe la lógica del esquema de marco institucional y subsistemas de acción racional con respecto a fines que encarna el sistema social del capitalismo liberal; y al caer esta ideología, el dominio político se encuentra en la necesidad de una nueva forma de legitimación. La ideología del libre comercio es sustituida ahora por un nuevo programa que se basa en un sistema global que garantiza la seguridad social y las oportunidades de promoción personal y, sobre todo, en la prevención de los riesgos del crecimiento. Este programa sustitutorio coloca a la actividad política en una posición negativa: su función, en vez de ser la realización de fines prácticos, ahora es la de prevenir errores y evitar los riesgos que puedan amenazar al sistema. La actividad estatal se reduce a la resolución administrativa de tareas técnicas que, al no estar referidas a la discusión pública, conduce a la despolitización de la masa de la población. Aquí el marco institucional continúa siendo una cuestión práctica ligada a la interacción lingüística, a la comunicación. Desde el fin del siglo XIX el progreso de la ciencia y el de la técnica quedaron asociados y se alimentan uno a otro. Habermas lo define como una “cientifización de la técnica” y, como se ha dicho anteriormente, ésta pasa a ser la primera fuerza productiva, echando por tierra las condiciones de aplicación de la teoría del trabajo de Marx. Esta nueva fuerza productiva tiene un potencial que logra hacer pasar a un segundo plano el dualismo trabajo - interacción. La ciencia y la técnica comienzan a tener un progreso casi autónomo del cual depende a su vez el progreso económico. El horizonte de esta realidad es un sistema social cuya evolución está determinada por la lógica del progreso científico y técnico. De esta manera, los subsistemas de acción racional con respecto a fines van absorbiendo a la acción comunicativa hasta el punto de ejercer un total predominio sobre el marco institucional. Todo esto daría paso a una ideología “tecnocrática” que conduciría en última instancia a la desaparición de un marco institucional propiamente dicho regido por la interacción mediada lingüísticamente, para ser sustituido por un comportamiento social de tipo adaptativo. Las dos tendencias evolutivas antes mencionadas (el rol intervencionista del estado y la ciencia como primera fuerza productiva) generaron tal cambio en la sociedad capitalista que han dejado sin vigencia la teoría marxista de la lucha de clases sociales (clases objetivamente reconocibles en la sociedad tradicional). Esta nueva forma de capitalismo regulado por el Estado acalla ese conflicto de clases, aunque no lo elimina, sino que lo deja latente. La despolitización de la masa de la población está legitimada por la conciencia tecnocrática, la cual, al mismo tiempo, reprime la categoría de la ética en la vida social. El núcleo ideológico tecnocrático es la eliminación de la diferencia entre práctica y técnica, producto de la caída del marco institucional y la autonomía de los sistemas de acción racional con respecto a fines. Las fuerzas productivas siempre han sido el motor de la evolución social, pero Habermas revela que, en contra de la suposición de Marx, no siempre representan un potencial de liberación ni provocan movimientos de emancipación. Este modelo está determinado por dos tipos de adaptación: una activa por parte de los subsistemas de acción racional con respecto a fines, acomodando culturalmente el entorno natural a las necesidades propias; y una pasiva por parte del marco institucional, cuyos cambios no han sido producto de una acción planificada sino de una evolución espontánea. Esto muestra una desproporción entre adaptación activa y pasiva que permanece oculta a la conciencia y que sólo puede develarse con la crítica de las ideologías burguesas.
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