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310 LA VENTANA, NÚM.

46 / 2017

Forjar un cuerpo trabajador. Etnografía


retrospectiva sobre la construcción de
masculinidades

Juan Miguel Sarricolea Torres1


1
Escuela de Antropología e Historia del
Norte de México, México. Correo elec-
trónico: jmsarricolea@gmail.com

Resumen
A través de una etnografía retrospectiva realizada en Jerez, Zacatecas,
con un grupo de varones “viejos” con experiencia migratoria, argumen-
to que la construcción social de las masculinidades es recreada y puesta
en marcha por ellos y por otros mediante la construcción física y simbó-
lica de cuerpos trabajadores. A través de la reconstrucción del ciclo
cultural de vida y las trayectorias laborales y familiares muestro que los
varones construyen y significan sus cuerpos mediante dos mandatos
culturales de la masculinidad (trabajadores y proveedores): noción que
enfatiza la existencia de ciertas regularidades en el sistema de género, en
este caso, constantes de la masculinidad (Rosas, 2008).

Palabras clave: cuerpo, masculinidades, ciclo cultural de vida, migra-


ción, Zacatecas.

Abstract
Through a retrospective ethnography conducted in Jerez, Zacatecas
with a group of old men with experience of migration, I argue that the
social construction of masculinity is recreated and implemented by them,
REVISTA DE ESTUDIOS DE GÉNERO, LA VENTANA, NÚM. 45, ENERO-JUNIO DE 2017, PP. 310-339, ISSN 1405-9436/E-ISSN 2448-7724
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and by others, through the physical and symbolic construction of worker


bodies. Through the reconstruction of the cultural cycle of life as well as
the career and family pathways I show that men build and represent
their bodies through two cultural mandates of masculinity (workers and
suppliers), a notion that emphasizes the existence of certain regularities
in the gender system, in this case, the constants of masculinity (Rose,
2008).

Keywords: body, masculinity, cultural cycle of life, migration, Zacatecas.

RECEPCIÓN: 18 DE NOVIEMBRE DE 2015 /ACEPTACIÓN: 15 DE NOVIEMBRE


DE 2016

Introducción

Inicié este camino etnográfico buscando representaciones y prácti-


cas en torno a las masculinidades como si éstas es-
tuvieran dadas. Escuchar las voces de hombres Utilizo comillas en los vocablos “viejo”,
2

“añejo”, “nuevo” y “morro” para indi-


“viejos”2 de Jerez, Zacatecas y sus experiencias de car que es terminología local, no un jui-
cio de valor.
trabajo me alejaron del camino emprendido. No
escuchaba los anhelados significados de “ser hombre”, es más, lo
preguntaba insistentemente o lo disfrazaba retóricamente con otras
palabras. Ellos, los hombres “viejos”, regresaban una y otra vez al
inicio de su conversación y al fluir de sus recuerdos: eran hombres
trabajadores.
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De sus recuerdos descubrí representaciones sobre el trabajo ins-


critos y ejecutados corporalmente. La relación cuerpo, trabajo y
“ser hombre” se iba tejiendo en una red de representaciones que
delineaban los contornos de masculinidades ahora existentes. El
cuerpo debía de ser vestido y actuado de hombre: aprender a ha-
cerlo mediante sus movimientos, interacciones y pensamientos.
Las entrevistas se enfocaron en las experiencias de hombres “vie-
jos”3 ex migrantes (documentados y/o indocumen-
3
Son hombres rancheros y migrantes
nacidos entre las décadas de 1920 y 1940. tados). Las conversaciones que sostuve con ellos
Crecieron y trabajaron en un contexto
de vida campirana y en algún momen- destacaron la importancia del trabajo y ser hombre
to de su vida migraron al “norte” para
cambiar su situación económica o por trabajador: afirmaron su “gusto” por el trabajo.4 Elegí
“aventura” (Alanís y Roque, 2007).
trabajar en la ciudad de Jerez, Zacatecas, por tres
4
Ana María Alonso concibe el término
gusto como una forma de hacer cosas motivos. Primero, cuenta con una trayectoria his-
con placer o disfrute. Es la realización
de los deseos y opciones del “yo” (1992: tórica de migración a los Estados Unidos desde los
165). El gusto por el trabajo fue algo per-
ceptible en los hombres “viejos” años cuarenta, incrementándose notablemente
jerezanos; trabajar por y con gusto cons-
tituyó su subjetividad e identidad de desde los cincuenta hasta la actualidad. Sus fuen-
género.
tes de ingreso económico son el envío de remesas y
5
Santoyo (s/f). Recuperado de http://
www.jerez.com.mx/2004/xerez.html. el turismo promovido e impulsado por los mismos
migrantes.5
Una segunda razón para estudiar las masculinidades es la lucha
emprendida por ex braceros, viudas, hijos e hijas de braceros que
laboraron en los Estados Unidos entre 1942 y 1964. El principal
objetivo de esta agrupación es que se reconozca la violación de sus
derechos y la recuperación del 10% de su sueldo que les fue rete-
nido por el Gobierno de México (Córdova, 2013; Schaffhauser, 2012).
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La tercera razón se relaciona con la fuerte identidad regional de


Jerez, una cultura típicamente ranchera: los varones jerezanos están
orgullosos de montar a caballo, de sus destrezas en las artes charras
y de portar su vestimenta de charro (o ranchera). Estas caracterís-
ticas, además de ser pilares de la identidad regional, hacen alusión
a la construcción de representaciones de masculinidad.

Cuerpos trabajadores y construcción de masculinidades

La mayoría de las investigaciones que abordan el vínculo cuerpo y


género en los varones se han centrado en las prácticas sexuales
homoeróticas e identidades de hombres gay (Núñez, 1999; 2001;
2007; List, 1999; 2002; 2004; 2005; Laguarda, 2005; Hernández, 2001;
Córdova, 2003; Parrini y Amuchástegui, 2008; González, 2003). Los
estudios sobre masculinidades poco han reflexionado sobre el cuer-
po trabajador en la construcción de representaciones, prácticas e
identidades masculinas. No obstante, hoy día existen algunos
acercamientos al vínculo trabajo y masculinidades, aunque no se
aborde a profundidad la corporalidad de los hombres en los espa-
cios laborales (ver: Jiménez y Tena, 2007; Tena, 2014; Hernández,
2016).
Considero que existen otras esferas de la vida social y de las
experiencias de los individuos en donde el cuerpo ha quedado re-
legado o desaparece en el desarrollo mismo de la investigación.
Haciendo una relectura de los estudios sobre tra-
Tal como hizo metodológicamente
6

bajo y masculinidades6 podemos observar cómo la Minello (2002).


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corporalidad está presente no sólo en las vivencias que atañen a la


sexualidad sino también en otros campos de la vida social que com-
parten hombres y mujeres.
La masculinidad, como una configuración de la práctica social
de género, no puede ser entendida como un objeto aislado sino
inserto en una estructura de relaciones de género más amplia y en
relación con otras estructuras sociales (Connell, 1995). Gutmann
(1998; 2000) sostiene que el género es un concepto que permite
explicar la construcción de diferencias y semejanzas relacionadas
con la “sexualidad biológica” y cómo a partir de ésta se construyen
diversos discursos, relaciones e identidades de género; de esta for-
ma los significados de ser hombre son parte constitutiva de las ca-
tegorías culturales de género en una sociedad determinada.
La categoría género nos sirve para estudiar cómo hombres y mu-
jeres en sus interacciones cotidianas construyen masculinidades.
A decir de Amuchástegui y Szasz:

Masculinidad no es sinónimo de hombres sino de proceso


social, estructura, cultura y subjetividad. No se trata de la
expresión más o menos espontánea de los cuerpos masculi-
nos sino de cómo tales cuerpos encarnan prácticas de género
presentes en el tejido social. No son tampoco ideas que flotan
en el aire y que fácilmente se descartan, sino esquemas que
organizan el acceso a recursos, segregan los espacios sociales y
definen ámbitos de poder. Se trata de la historia que constitu-
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ye posibilidades de sujetos, margina deseos y define identida-


des no inherentes a los cuerpos masculinos (2007: 16).

Al afirmar que las masculinidades son parte constitutiva de las prác-


ticas y representaciones de género, argumento que en el análisis
de la construcción social de las masculinidades es necesario tomar
en consideración los siguientes dos criterios. Primero, concebir las
masculinidades como parte de la producción cotidiana, relacional,
práctica, situacional y contextual de las relaciones de género (West
y Zimmerman, 1999; Connell, 1995; Butler, 1998). Segundo, las
masculinidades son un conjunto de prácticas y representaciones
sociales creativas, generativas y transformadoras (Connell, 1995)
puestas en marcha por hombres y mujeres pero enmarcadas en po-
sibilidades y situaciones históricas específicas.

Mandatos de la masculinidad
Las representaciones de género que los hombres “viejos” constru-
yeron a lo largo de su vida para hacerse hombres, las he agrupado
en dos mandatos de la masculinidad (Rosas 2008): hombres traba-
jadores y hombres proveedores familiares. Carolina Rosas define
este concepto como la existencia de ciertas regularidades en el
sistema de género, particularmente, constantes de la masculini-
dad:

Ser proveedor, controlar la sexualidad y fidelidad femeni-


nas, así como enfrentar riesgos son, entre otras, prácticas
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regulares que los hombres realizan y que pueden encontrar-


se en distintas sociedades, aun cuando las especificidades
culturales les impongan determinados matices. En este sen-
tido considero que, por tener cierto carácter trascendental,
estas regularidades constituyen “mandatos” o “prescripcio-
nes” de la masculinidad (2008: 32).

Rosas agrupa al hombre trabajador y proveedor familiar en un solo


mandato: el “rol de proveedor”. En mi caso, la separación no sólo
responde a fines analíticos sino también empíricos. Soy consciente
que ambas representaciones y actividades están estrechamente vin-
culadas; sin embargo, estoy convencido que hacerse hombre traba-
jador puede ser comprendido de manera separada del hombre
proveedor. Ser buen trabajador no implica necesariamente ser buen
proveedor; pueden llegar a diferir por el incumplimiento de alguno
de los dos mandatos, o por la dificultad que se les presenta a los
varones para ser buenos proveedores familiares aunque den mues-
tras de ser buen trabajador y desempeñar los “jales”7
7
Terminología local para hacer referen-
cia al trabajo y/o trabajar. con “gusto”.

Curso de vida: entre trayectorias y transiciones


Las investigaciones sociológicas que se interesan en estudiar el
engarce entre procesos históricos y vidas personales han desarrolla-
do un enfoque teórico-metodológico denominado “curso de vida”.
El objetivo es la aprehensión (por parte de los investigadores) de
las interpretaciones y percepciones (representaciones) de las vi-
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vencias de las personas y sus familiares en contextos históricos de-


terminados (Caballero y García, 2007: 23):

Las decisiones, acciones e ideologías de las personas se modi-


fican a lo largo de [sic] tiempo por circunstancias históricas
como las guerras o los colapsos económicos. Se entrelazan
tres tiempos y espacios distintos que marcan la vida del indi-
viduo y que son definidos como: los contextos social, indivi-
dual y familiar comprendido por la familia de origen como
por la de procreación (Caballero y García, 2007: 23).

Además de tomar en cuenta el entrecruce de los tiempos, también


deben considerarse otros dos ejes organizadores del curso de vida:
las trayectorias y las transiciones. Las trayectorias refieren a los
diferentes derroteros de vida, por los cuales transitan los sujetos en
relación a un dominio particular: educativo, laboral, conyugal,
reproductivo, sexual. Las distintas rutas de vida no suponen una
secuencia lineal ni un ritmo y velocidad particular; no obstante,
debe de tenerse en cuenta que las trayectorias se ven influenciadas
por los marcadores socioculturales que se esperan para una cierta
etapa de vida o edad (Caballero y García, 2007: 23-24).
Las transiciones se definen como los movimientos que realizan
individuos y familias a lo largo de su curso de vida inserto en
“cronogramas socialmente construidos”. Las transiciones son con-
sideradas como “normativas” cuando la mayor parte de la pobla-
ción las vive y la sociedad espera que sus miembros pasen por dichos
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cambios. Sin embargo, existen transiciones “normativas” que pue-


den vivirse como crisis: “puntos de inflexión”. Las transiciones “se
enmarcan en las trayectorias y son los cambios de estado, posición
o situación” (Caballero y García, 2007: 24). El análisis del curso de
vida debe tener en cuenta cómo son vividas las continuidades y
discontinuidades en las experiencias de las personas y sus familias.
El presente estudio tomará en cuenta las trayectorias laborales y
familiares de hombres ex migrantes dentro de un contexto históri-
co regional específico: Jerez, Zacatecas, a partir de la segunda mi-
tad del siglo XX y principios del XXI. En estas trayectorias laborales y
familiares desentraño las representaciones que los sujetos hacen
en torno a ciertos objetos y sujetos, hablan de algo y alguien (Jodelet,
1986: 475): los trabajos, el “norte”, el campo, la familia, la esposa,
los hijos, los patrones y los cuerpos.

Forjarse cuerpos trabajadores

8
Metodología inspirada en la relación La etnografía retrospectiva que desarrollo en esta
entre antropología e historia (Wolf, 1987
[1982]; Roseberry, 2014 [1989]; Zendejas, investigación ha sido elaborada por las trayectorias
2008). La denomino retrospectiva por-
que parto del presente etnográfico (a laborales y familiares de los hombres entrevistados.8
través de observaciones, entrevistas,
historias orales) para reconstruir las ex- Con base en sus narrativas elaboré un cuadro del
periencias de vida individual, familiar y
comunitaria en relación a procesos his- ciclo cultural de vida9 de estos hombres. Lo he di-
tóricos particulares, en este caso, la mi-
gración México-Estados Unidos vidido en cuatro etapas denominadas localmente
durante los Programas Braceros (1942-
1964). “morros”, “nuevos”, “añejos” y “viejos”.
9
Lo denomino “cultural” para diferen- Este ciclo cultural de vida de los hombres jere-
ciarlo del ciclo biológico de vida que se
basa en cambios fisiológicos. El ciclo zanos posee similitudes, en cuanto a la edad bioló-
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gica y características culturales, con las etapas de cultural se puede definir partiendo de
criterios sociales y culturales que pue-
vida descritas por Martha Chávez (1998: 205-206) den no coincidir con los fisiológicos. Esta
razón me llevó también a distinguir entre
para la sociedad ranchera que ella estudia.10 edad social y edad biológica. En la edad
social enfatizo en las prácticas y repre-
sentaciones asociadas al trabajo que se
espera aprendan y ejecuten los hom-
1)El rango de edad de la “chi- bres jerezanos acorde al ciclo cultural
de vida (morros, nuevos, añejos y vie-
quillada” corresponde perfectamente con jos).

la de “morros”. Aunque en esta investi- Las localidades que trabajó están ubi-
10

cadas en la región denominada Jalmich:


gación no abordé el rango de 1 a 5 años. “se sitúa entre Jalisco y Michoacán”
(Chávez, 1998: 60).
2)La “muchachada” con la de
“nuevos”. Chávez contempla la edad ca-
sadera entre los 20 y 30 años. En mi cuadro esta fase
termina a los 20 años, inicio de la búsqueda de pareja
para contraer matrimonio.
3)Los “macizos” con los “añejos”. Cuyo rango de
edad está entre los 30 y 45 años en la propuesta de la
autora. Mi trabajo contempla la vida de casado y forma-
ción de la familia de procreación. Es una edad en donde
los hombres, por lo general, incrementan sus jornadas de
trabajo (algunos en Estados Unidos) debido a la respon-
sabilidad de ser proveedores.
4)Los “viejos” coinciden en cuanto al vocablo
utilizado. En mi caso el rango de edad lo elaboré toman-
do como base las edades de mis entrevistados que osci-
laban entre los 70 y 90 años (entre 2009 y 2010). Chávez
por su parte inicia esta etapa de vida a los 50 años.
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Tabla 1. Ciclo cultural de vida


Clasificación cultural Edad biológica Edad social
(aproximado) (características)

Morros De 5 a 12 años De 5 a 7 años


-Aprendizaje del trabajo a través de la observación
-Realizan mandados para los adultos
De 7 a 12 años
-Se inician en los trabajos del campo. Sembrando
y agarrando yunta
-Realizan mandados más pesados para los adultos
-En ambos rangos de edad existe una relación de
respeto y obedencia a sus progenitores y a otros adultos

Nuevos De 12 a 19-20 años -Continúan desempeñando labores del campo, sin


la vigilancia (o muy mínima) de los varones adultos
-Apoyo en la manutención del núcleo familiar de origen
-Interés e incursión erótico-sexual con las “muchachas“
-Asistencia a bailes y consumo de alcohol
-Relaciones de cortejo: casaderos

Añejos De 20 a 50 años -Matrimonio y formación de familias de procreación


-Continúan trabajando, la jornada laboral se
incrementa debido a la responsabilidad de proveer
a la familia
-Ejercicio de la paternidad: enseñan a trabajar a
sus hijos
-Experiencias laborales migratorias

Viejos De 70 en adelante -Sobre el trabajo: a) trabajan a paso lento,


b) apoyan a hijos y amigos en sus labores y
c) dejan de trabajar
-Se convierten en abuelos
-Muchos de sus hijos están en Estados Unidos.
-En caso de ser viudo, están bajo el cuidado de
algún hijo, por lo general mujer
-Recrean escenarios de descanso y/o diversión
con otros hombres
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Este cuadro resulta de utilidad por el tipo de enfoque metodo-


lógico propuesto: una etnografía retrospectiva para la construcción
del curso de vida a través de las trayectorias laborales y familiares
del grupo de hombres “viejos” estudiados.

Cuerpos “morros”. Aprendiendo a trabajar,


obedecer y respetar

Los hombres “viejos” a quienes entrevisté11 coincidieron que sus


primeras experiencias de trabajo las habían inicia-
Este apartado hará mención a las na-
do estando “morros”. Estas experiencias eran un
11

rrativas de Sergio, Matías, Juan, Jorge,


Roberto y Regino. Los nombres origina-
proceso de aprendizaje y socialización dirigido por les han sido cambiados por seudónimos
para mantener el anonimato de los en-
una persona mayor, por lo general, el padre. Matías trevistados.
recalcó que: “me ha gustado trabajar, porque mi
papá me enseñó, ya ve que más antes, taba [estaba] uno morrito así
luego, luego y ya hacer mandaditos, ya va creciendo ya más
mandaditos y más pesaditos. Pues uno se impone, se enseña uno.”
No siempre era la figura paterna la que guiaba este aprendizaje,
podían ser otros hombres mayores de la familia de origen o política.
Jorge de 91 años recuerda que fue su padrino quien lo introdujo al
mundo laboral.
Los padres u otros hombres mayores llevaban a los “morros” al
campo para que éstos observaran cómo se trabajaba y, posterior-
mente, ya agarraban yunta o hacían alguna otra faena relacionada
con el proceso de la milpa. Matías ejemplificó lo que implicaba
corporal y socialmente trabajar en el campo estando “morro”:
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Investigador: ¿A qué edad comenzó usted a trabajar?


Matías: No, pues desde chiquillo, como de siete u ocho años.
Investigador: ¿Sólo usted o tenía otros hermanos?
Matías: No, tenía otro ayudante, otro muchacho que lo tenía
ahí, agarrábamos dos yuntas. Yo me acuerdo que se me
12
Lo que está entre corchetes son acla-
raciones o agregados míos. estiraban las cuerditas que tiene uno aquí [se refiere al
ingle],12 no podía el “aradón” [material de madera que
sirve para arar], me dolía.
Investigador: ¿Y eso por qué?
Matías: Pos [pues] de tan pesado el arado.
Investigador: ¿Su papá lo llevaba o usted iba porque quería?
Matías: No, pues él. Él se quedaba [en la casa]. [Iba] a llevar-
nos el “lonche” como a estas horas [entre las 11:00 y 11:30 de
la mañana]; y nosotros ya nos íbamos temprano a arar, a pegar
los bueyes [la yunta].

Dos aspectos sobresalen de este diálogo y de las narrativas de los


otros varones. En primer lugar, la centralidad del cuerpo físico “mo-
rro” en el aprendizaje del trabajo, a pesar de ser débil en un princi-
pio, debía comenzar a prepararse para forjarse un cuerpo trabajador
que demandaba fortaleza física para aguantar las horas de trabajo
bajo el sol en el “barbecho”. Sentir el cuerpo adolorido, pero callar
el dolor y no quejarse implicaba entrenar al cuerpo para el trabajo
del campo.
En segundo lugar, el hecho de que los padres delegaran las res-
ponsabilidades laborales o parte de ellas a los “morros” enfatizaba
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el hecho de que ellos podían contribuir con el bienestar familiar a


través de sus horas de trabajo. Muchos de estos
En mi trabajo de campo encontré el
13

varones no tuvieron escuela, ya que eran puestos a caso de Jorge, quien fue introducido por
su padrino al mundo del trabajo a pesar
trabajar por sus padres. El aprendizaje resultaba vi- de tener padre. En una entrevista me
comentó que su padrino se hizo cargo
tal para niños y adultos. Para los padres, era una
13 de él porque su padre era muy pobre. Lo
cual demuestra que el padrino, como
forma de demostrar su paternidad: los enseñaron a un segundo padre o padre sustituto,
también podía hacerse cargo de la en-
trabajar. señanza laboral de un “morro”.

Para los “morros” la enseñanza laboral no pare-


cía molestarles en absoluto, por el contrario formaba parte de una
actividad propia del varón entre la edad de 7 y 12
Juan, en tono de indignación y triste-
14
años. Juan, a pesar de criticar a su padre por no za, me contaba que su padre no respeta-
ba a su madre porque le llevaba
cumplir con las responsabilidades de hombre pro- “queridas”; además, no contribuía al
gasto de la casa. De igual manera no les
veedor, responsable, familiar y con un modelo afec- prodigaba atención a ellos —sus hijos—
lo que ocasionó que fallecieran dos de
tivo-moral de paternidad,14 agradece a su padre el sus hermanitos.
haberle enseñado a trabajar desde pequeño.
Empezar a forjar un cuerpo trabajador desde “morros” introdu-
cía en sus subjetividades un “deber ser” dentro de un ordenamien-
to de género que dictaba y guiaba a los varones a ser hombres
trabajadores. No sólo se vislumbra el inicio de la relación de los
hombres “morros” con el espacio público, también reforzaba cómo
el trabajo los colocaba en un sistema de prestigio (Ortner, 1990). El
trabajo desempeñado por los varones es más valorado —desde el
punto de vista de los mismos hombres— que el realizado por las
mujeres en sus respectivas unidades domésticas. Como señala
Ortner (1990: 143), el género en sí mismo es un sistema de presti-
gio, construye, en términos diferenciales, lo masculino y femenino
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en cuanto a valores, diferentes prestigios pero con valores jerarqui-


zados.

Un cuerpo “nuevo”. Demostrarse trabajador en el “norte”

La transición (Caballero, 2007) de “morro” a “nuevo” forma parte


de un ritual de crisis vital e iniciación (Van Gennep, 1986; Turner,
1988) que coloca a los individuos en un estatus social diferente. Se
trata de un ritual de iniciación marcado por las representaciones
de género que involucran las posibilidades biológicas y simbólicas
del cuerpo. Trabajar para ganar dinero e iniciarse sexualmente con
mujeres y ser partícipe de otras prácticas no permitidas en la etapa
de “morros” (como el consumo de alcohol e ir a los bailes) caracte-
riza esta fase del ciclo cultural de vida definido localmente como
“nuevo”.
La palabra “nuevo” no sólo era utilizada por Matías sino tam-
bién por otros hombres. Matías fue a trabajar a los Estados Unidos
soltero y a la edad de 16 años; dicha experiencia lo hace un caso
excepcional comparado con los demás hombres entrevistados, quie-
nes se fueron a laborar al “norte” ya casados y con
Roberto se fue la primera vez al “nor-
hijos o a punto de casarse.15 Estar “nuevo” se ca-
15

te” para juntar dinero y regresar a cons-


truir su casa y casarse.
racterizó por dos iniciaciones: a) trabajar para ga-
nar dinero, y b) la incursión en la sexualidad y en
prácticas como el consumo de alcohol y asistir a los bailes. Matías
experimentó ambas iniciaciones en Estados Unidos.
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En la narrativa de Matías en cuanto a sus experiencias laborales


al “otro lado”16 figura su desempeño y demostra-
Nevada e Illinois son los estados en
16
ción de ser buen trabajador. Me aseguraba que en donde trabajó Matías.
los Estados Unidos aprendió rápido los “jales” pro- La construcción y mantenimiento de
17

las vías del ferrocarril. Otros “viejos” le


pios del “traque”,17 los cuales implicaban ciertas denominaban “el camino de hierro”.
fuerzas y destrezas corporales que no conocía. Matías
se enseñó a través de la observación y perseverancia. En los si-
guientes fragmentos de narrativa se hace evidente su capacidad,
aprendizaje y gusto en el trabajo estando “nuevo”:

Me fue bien en aquellos años ¿pa’ qué me quejo?, la suerte me


dio seguro porque me vio chiquillo Dios, pero yo le echaba
ganas. Le echaba ganas así chiquillo, yo me ponía a vaciar las
góndolas [de grava]. Yo me columpiaba, no podía, y le daba y
no querían abrir, yo me colgaba de ellas y me hacía pa’ allá,
pero yo me pegaba hasta que las abría; ya abriéndolas pues ya
va chorreando el trenecito chiquito, va chorreando la grava
por un lado […] Metíamos nueve tallas, ahí les nombran
tallas, aquí le nombran durmientes a los palos que van atra-
vesar, era tarea meter nueve pero taba’ [estaba] duro, no crea,
me pegaba aquí las piernas me acuerdo, ah cómo me dolían y
luego con el frío, nos llegaba la nieve hasta aquí mire [me
señala las rodillas], ya le digo, sufre uno poquito […] Yo des-
empeñaba mucho trabajo, pues estaba nuevo verdad, chiqui-
llo, pero nuevo, pues tiene uno fuerza, tiene uno más potencia.
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Trabajar en los Estados Unidos estando “nuevo” y en trabajos dis-


tintos a los del campo mexicano, implicaba aprendizajes corporales
distintos, los cuales requerían adiestramientos y capacidades físi-
cas nuevas. A través de aprendizajes laborales, “aguantando” las
durezas y penalidades de los “jales”, y el clima inhóspito, forman
parte del proceso de forjarse un cuerpo trabajador. El reconoci-
miento de ser buen trabajador debe ser validado
El reconocimiento de ser buenos traba-
por “otros”; en el caso de Matías, el patrón es quien
18

jadores hace eco en la mayoría de mis


entrevistados, quienes aseguraban que
si iban a trabajar, no sufrían discrimina-
realiza esta validación. Su entereza y arduo trabajo
ción. Por el contrario, se les reconocía
por su esfuerzo.
en el desempeño del “jale” ocasionó que su patrón
lo apreciara: “me quería mucho” —aseguró.18
Estar “nuevo” en Estados Unidos le permitió a Matías tener nue-
vas experiencias, me afirmó que más de una vez llegó a emborra-
charse con amigos, aunque nunca “agarró” el vicio. Las aventuras
sexuales fueron posibles gracias al aprecio que le tenía su patrón,
era éste quien lo llevaba a los bares: “nos íbamos, pero yo no podía
estar ahí, yo no más entraba y la bonita que me gustaba luego,
luego la agarraba de la mano y vámonos, y no más salía y vámonos
pa’ [para] afuera, porque yo no podía estar ahí, llegaba la policía o
la migra, ahí por menor de edad, luego a ver, identifícate, no tenía
con que, y ya nos veníamos”.
“Aventura” es precisamente lo que caracteriza las incursiones
de Matías en el terreno sexual. Por una parte, estar en el burdel
encerraba un sentido de peligrosidad por ser indocumentado y menor
de edad. Por otra parte, las relaciones sexuales que él mantuvo
estando en el “norte” estuvieron mediadas por el dinero, es decir,
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había que pagar por servicios sexuales; lo anterior era posible por-
que se contaba con recursos económicos gracias al trabajo ejercido
como migrantes (documentados y/o indocumentados). Las relacio-
nes sexuales con mujeres formaron parte de un aprendizaje en el
proceso de hacerse hombre: ser sexualmente activo y demostrarlo
formó parte de las representaciones de género que alimentan las
masculinidades.

Cuerpos añejos migrantes

Trabajar en el “norte” significó contar con mejores ingresos para


sostener a la familia y seguirse forjando como hombres/cuerpos tra-
bajadores. Las experiencias corporales a las que estuvieron sujetos
estos varones marcaron sus cuerpos y representaciones, por ende,
sus masculinidades. En la siguiente conversación que sostuve con
Juan, de 82 años, muestro cómo el cuerpo trabajador se expresa en
lo que denomino el trabajo y sus anclajes corporales:

Investigador: La pizca de algodón ¿dónde fue?


Juan: No pues, me llevé veinte temporadas de pizca de algo-
dón, en Texas, en Tamaulipas, en muchas partes de Sonora y
en Baja California y en el Valle Imperial [California]. Mucho
algodón pizqué, me gustó mucho ese trabajo.
Investigador: ¿No era pesado el trabajo?
Juan: Pues para mí no se me hizo difícil.
Investigador: ¿Cómo era?
328 LA VENTANA, NÚM. 46 / 2017

Juan: Ese trabajo me gustó, como gustarme un deporte. A


muchos sí se les hacía muy pesado; sí me enfermaba del estó-
mago, de diarrea por el calor que se encierra en el estómago.
Andaba uno siempre muy agachado.
Investigador: ¿Cómo era?
Juan: Pues muy agachado, estirando el saco por aquí en el me-
dio de las piernas [abrió sus piernas señalando que entre me-
dio de ellas estaba el saco y con sus manos hizo un movimiento
similar a la de recoger un objeto que ha caído al suelo].

En varias pláticas que sostuve con ex migrantes jerezanos, las prác-


ticas del cuerpo en ciertas actividades laborales resultaron doloro-
sas y fatigosas. Estar agachado por mucho tiempo en diferentes
“pizcas” —como el betabel—, producía un dolor insoportable que
muchas veces terminaba por enfermarlos, como el caso de Juan.
Roberto habla de su experiencia en esta pizca: “tiene que andar
uno doblado desyerbando dos meses, batallaba uno para enderezar-
se”. Las largas jornadas de trabajo producían cansancio y fatiga
cuando llegaban a sus dormitorios; un trabajador me comentó que
había ocasiones que ni se bañaban porque “tocaban cama” y que-
daban profundamente dormidos hasta el día siguiente.
Las experiencias laborales en los Estados Unidos también pro-
ducían ciertos beneficios como el aprendizaje de nuevas formas de
sembrar. Este fue el caso de Roberto que observaba cuidadosamen-
te los tipos de semilla y las formas de cultivo; aprender a manejar
tractores, sin previo conocimiento, es una experiencia singular e
JUAN MIGUEL SARRICOLEA TORRES 329

inigualable para Miguel; ser calificado por los mayordomos como


buen trabajador es motivo de orgullo para un ex bracero que me
afirmó que él tuvo a su mando un grupo de trabajadores.
Estas experiencias corporales corresponden a lo que Lucía Ra-
yas (2009) denomina “cuerpo vivido”, es decir, las vivencias y per-
cepciones que el cuerpo del sujeto —como agente social—
experimenta ante ciertas situaciones, en este caso, los diversos tra-
bajos desempeñados en el campo. Por otro lado y en sentido opues-
to, se encuentra el discurso “descarnado” que los contratistas del
Programa Bracero plasmaron sobre la imagen de un campesino ar-
duo y diestro en el trabajo, nociones que permitieron a los contra-
tistas asegurar la capacidad que tenían los trabajadores para
desempeñar tareas difíciles y aguantar largas jornadas de trabajo.
A esta imagen la denomino “el cuerpo como discurso”, que se ca-
racteriza por desencarnar las vivencias del cuerpo de los indivi-
duos y en su lugar promueve una serie de representaciones que
evidencian intenciones y objetivos precisos.

Cuerpos “viejos”

La mayoría de las personas que acuden al jardín central de Jerez


son hombres de la tercera edad y ex migrantes. Por lo general se
reúnen a platicar entre amigos, leer el periódico o simplemente a
descansar. Algunos se quedan ahí por horas e in-
Localizado a una cuadra del Jardín
cluso regresan por las tardes. El jardín Hidalgo19 ha
19

central, en la parte trasera de la Iglesia


del Santuario.
sido ocupado por hombres “viejos” que se agrupan
330 LA VENTANA, NÚM. 46 / 2017

Una rutina similar pude comprobar


para jugar dominó por las mañanas y tardes. Des-
20

en el rancho de La Gavia. Una de las


alumnas de la Telesecundaria me co-
cansar, platicar y jugar es una rutina cotidiana para
mentó que su abuelito sale a jugar bara-
ja con sus amigos.
ellos.20
Cómo pensar la relación entre descanso y traba-
jo. Ambas actividades y experiencias corporales deben de mirarse en
retrospectiva. Los hombres han trabajado desde “morros” hasta que
sus cuerpos se ven imposibilitados para seguir labo-
Los 13 entrevistados aquí abordados
21

se dedicaron a trabajos del campo en rando.21 El descanso es claramente un reconocimiento


Jerez. En Estados Unidos la mayoría
también laboró en los campos. a su esfuerzo pasado, un premio que ellos mismos y
la sociedad han justificado por una vida de trabajo.
El descanso en espacios públicos (por lo general en parques) de-
muestra que los “viejos” siguen ocupando la esfera pública mientras
las mujeres aún se encuentran consagradas a la vida privada.
El descanso nos habla también de un cuerpo que ya no puede
trabajar o lo hace mínimamente, uno que, al menos físicamente, ya
no se está forjando con el hacer de destrezas labo-
A partir de aquí me apoyo, principal-
22

mente, en las narrativas de Jorge, Ca- rales. La mayoría de mis entrevistados 22 me


milo, Roberto y Matías.
platicaron sobre sus enfermedades, la cual les im-
pedía seguir trabajando. Jorge de 91 años de edad
me platicó que hace unos meses atrás todavía montaba a caballo y
se iba al cerro a cuidar a sus animales; hoy en día el médico le
prohibió seguir con dicha actividad. Camilo de 77 años también
me afirmaba que ya no puede ir a la milpa porque tiene lastimada
una rodilla, aunque en ocasiones ayuda a desyerbar a un amigo.
Con ello no quiero
23
A la edad de estos hombres el cuerpo se encuentra desgasta-
decir inservible. do, cansado y enfermo —parte de un proceso fisiológico de enve-
23
JUAN MIGUEL SARRICOLEA TORRES 331

jecimiento. Surge la nostalgia por el trabajo y ser trabajador. Una


constante en sus narrativas fue hacer alusión a su cuerpo “viejo”
en comparación con el cuerpo fuerte y trabajador que tenían cuan-
do “nuevos” y “añejos”.
Sin embargo, algunos de estos varones aún siguen trabajando, pero
no con la misma intensidad y velocidad. Los trabajos que desempeñan
algunos “viejos” son vistos como labores de apoyo a hijos y/o amigos.
Roberto de 82 años sigue yendo por las tardes al barbecho que ahora
trabaja su hijo. Una actitud similar asume el padre de Leobardo,
quien asegura que éste no quiere dejar el campo y el dinero de su
pensión lo invierte ahí, a pesar de que Leobardo y sus hermanos le
insisten de que es una pérdida de tiempo, dinero y esfuerzo, además
de que ya está viejo: “lo han operado de todo” —señaló Leobardo.
Existen otros “viejos” que siguen trabajando por cuenta propia.
Este es el caso de Matías, quien a sus 78 años en 2009 aún laboraba
en la albañilería y diariamente iba a darles de comer a sus animales
en un “corral” que tiene en las afueras de Jerez. Matías siempre me
sorprendía porque en varias de mis visitas lo encontraba en alguna
casa vecina mezclando cemento, acarreando material en una ca-
rretilla, cargando sacos de cemento, colocando bloques, etcétera.
A pesar de que Matías da señas de seguir siendo un hombre hecho
para el trabajo, era común escuchar de sus propios labios que ya no
trabajaba de la misma forma en que lo hacía antes, ahora va más
lento: “al pasito”.
Apoyar a hijos y amigos en sus trabajos y desempeñar “el jale” a
paso lento, revela que para los “viejos” trabajar es una actividad
332 LA VENTANA, NÚM. 46 / 2017

que se deja gradualmente. El cuerpo “viejo” —adolorido, enfer-


mo— de estos varones es precisamente el marcador de sus movi-
mientos, cada vez más lentos. Para estos hombres “echar la hueva”
se gana y no es lo mismo que “ser huevón”, con lo cual se califica
negativamente a los varones que siendo productivos no les gusta
trabajar.

Conclusiones

La forja del cuerpo trabajador y las masculinidades no existen a


priori; más bien se van haciendo y demostrando (en la práctica) a
través de los cuerpos en movimientos y de las representaciones que
se anclan en libretos que los hombres reproducen en los escenarios
de la vida laboral y familiar.
A través de dos mandatos de la masculinidad analicé que ha-
cerse hombre es parte de un proceso de demostración de género
que implica validación social de los otros y alimenta las masculini-
dades de estos varones jerezanos a lo largo de su vida. En concor-
dancia con los planteamientos de West y Zimmerman (1999) y
Connell (1995), argumenté que forjarse un cuerpo trabajador, cons-
tituirse como hombres y dar continuidad a las representaciones e
interacciones de género es un “hacer” reiterativo, cotidiano y
creativo que los hombres realizan en situaciones sociales y contex-
tos históricos concretos.
La etnografía retrospectiva fue el camino que emprendí a lo
largo de estas páginas. Transité de los cuerpos “morros” a los cuer-
JUAN MIGUEL SARRICOLEA TORRES 333

pos “viejos”. Fui del presente al pasado para comprender cómo se


iban construyendo las masculinidades de estos hombres ex migrantes.
La mirada retrospectiva fue el eje articulador de este estudio y
alimentó el argumento teórico metodológico que lo sustenta.
Argumenté que la nostalgia por el trabajo forma parte de un
proceso constante de construcción de las masculinidades, pero par-
tiendo del presente. Su aprendizaje inicial en el trabajo tiene lugar
en la etapa de vida denominada “morros”, fase en la que se les
enseñan las destrezas del trabajo por parte de varones mayores, una
pedagogía de género24 que les prepara para desem-
peñarse en un futuro como trabajadores y, con el Hago referencia a un proceso discipli-
24

nario y constante de enseñanza-apren-


paso del tiempo, proveedores familiares. Siguiendo dizaje generacional. Trabajar implica
deberes, tareas, normas y castigos (si no
la mirada retrospectiva, nos detuvimos en otra eta- se realizaba adecuadamente). Además,
el trabajo de los hombres está revestido
pa del curso de vida: trabajar de manera autónoma de representaciones y prácticas de gé-
nero que también son enseñadas y
para generar ingresos y la exploración de la sexua- puestas en práctica por los aprendices.

lidad y otras actividades de ocio son dos caracterís-


ticas que marcaron a los cuerpos “nuevos”.
La construcción del hombre trabajador “añejo” y estando en el
“norte” aparece en los recuerdos de los “viejos”; ahora a través de
sus experiencias migratorias durante el Programa Bracero. Ser tra-
bajador fue un logro constante y reiterativo por parte de estos ex
migrantes y que se reflejó en sus cuerpos. Cumplir con este manda-
to de la masculinidad fue aparejado de otro: hacerse hombre pro-
veedor familiar.
Migrar se convirtió para estos varones en un objetivo que les
permitió continuar o iniciar con dicha responsabilidad, sea como
334 LA VENTANA, NÚM. 46 / 2017

esposo/padre proveedor o como hijo responsable de la familia de


origen. La migración posibilitó que estos jerezanos se forjaran un
cuerpo trabajador a través de la fusión de estos dos mandatos de la
masculinidad que, cabe añadir, no se realizaron individualmente,
por el contrario, necesitaron de la interacción de otros/otras para
ser demostrados y validados.
El descanso en espacios públicos para los “viejos” va más allá de
ser una actividad de reposo, representa la continuidad de un or-
den de género (depositado en los cuerpos) que vincula a los varo-
nes con el ámbito extra doméstico. Para otros, trabajar a paso lento
significó que aún construyen sus masculinidades a través de sus
cuerpos trabajadores que, aunque “viejos”, todavía desempeñan
“jales”, pero “al pasito”.
En resumen, la importancia del trabajo en la vida cotidiana de
los hombres “viejos” les permitió irse forjando un cuerpo masculi-
no. Las representaciones de ser hombre trabajador formaron parte
de dos mandatos de la masculinidad que tuvieron efectos sobre los
cuerpos (al ponerlos en movimiento y significarlos en sus trabajos),
las relaciones de género (al demostrarse a sí mismos y a los otros ser
hombres trabajadores) y las identidades masculinas (la construc-
ción de un “yo” genérico). Parafraseando a Gayle Rubín considero
que: un hombre sólo se convierte en hombre trabajador, proveedor
o jefe de familia en determinadas relaciones y prácticas sociales
(2003: 36).
JUAN MIGUEL SARRICOLEA TORRES 335

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