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objetos de manufactura muy simple son una buena fortuna:

escasas vestiduras y viviendas bastante efímeras en la ma-


yoría de los climas11 ; unos cuantos adornos, sin contar el
pedernal y otros elementos, tales como «los trozos de cuar-
zo que algunos médicos nativos han extraído a sus pacien-
tes» (Grey, 1841, vol. 2, pág. 266); y, por último, las
bolsas de piel en las cuales la fiel esposa lleva todas esas
cosas, «la fortuna del salvaje australiano» (pág. 266).
Para la mayoría de los cazadores esa opulencia sin abun-
dancia en la esfera de los productos no esenciales para la
subsistencia es algo que queda fuera de toda discusión.
Mucho más interesante es preguntarse por qué están tan
contentos con pertenencias tan escasas: para ellos se trata
de una política, de una «cuestión de principios», como dice
Gusinde (1961, pág. 2), y no de una desgracia.
No desear es no carecer. Pero, ¿no será que los caza-
dores requieren tan escasos bienes materiales porque estan-
do esclavizados por la consecución de alimentos, «lo cual
exige un máximo de energía del mayor número de perso-
nas», no les quedan ni tiempo ni fuerzas para proporcio-
narse otros bienes? Algunos etnógrafos aseguran lo contra-
rio, es decir, que la consecución de alimentos es tan satis-
factoria que la gente parece no saber qué hacer con la mitad
de su tiempo. Por otra parte, el movimiento es una de las
condiciones de ese éxito, en algunos casos más movimiento
que en otros, pero siempre con rapidez suficiente como
para despreciar las satisfacciones que surgen de las perte-
nencias. Del cazador se suele decir con propiedad que su
fortuna es una carga. Dadas sus condiciones de vida, los
bienes pueden volverse «una carga agobiante», como lo
señala Gusinde, tanto más cuanto más se los transporte de
un lado para otro. Algunos recolectores de alimentos tienen
canoas, y algunos, trineos tirados por perros, pero la mayor
parte deben transportar por sí mismos todas sus pertenen-
cias; es por eso que sólo poseen lo que ellos mismos pue-
den transportar con comodidad. Incluso tal vez sólo lo que
las mujeres pueden llevar; con frecuencia los hombres
quedan libres para poder reaccionar ante una oportunidad
de cazar o ante una súbita necesidad de defensa. Tal como
escribió Owen Lattimore refiriéndose a un contexto no muy
distinto, «el nómada auténtico es el nómada pobre». La
movilidad y la propiedad son incompatibles.
Que la fortuna pronto se convierte más en una molestia
que en algo apreciable, es evidente incluso para un extraño.
11
Ciertos recolectores de alimentos que no han pasado a la histo-
ria por sus creaciones arquitectónicas parecen haber construido vivien-
das más sólidas antes de que los europeos los pusieran en fuga.
Véase Smythe, vol. 1, págs. 125-128.

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