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IMPRIME: Omagraf, S. L.
ISSN 1130-7269
Política editorial 4
ARTÍCULOS 11
Eduardo Pérez-Rasilla, La escritura más joven. Algunas notas
sobre la literatura dramática emergente en España 13
Robert Muro, Crear y mostrar en el siglo XXI. Mirando al futuro
sin ira 33
Ana Contreras, Líneas emergentes en la dirección escénica en Espa-
ña durante el siglo XXI 55
CARTAPACIO 83
Introducción de Ignacio García May 85
Alfredo Sanzol, Delicadas 95
MONOGRÁFICO SOBRE EL
TEATRO ESPAÑOL EN EL SIGLO XXI
Eduardo Pérez-Rasilla
Eduardo Pérez-Rasilla
Eduardo Pérez-Rasilla
La escritura más joven. Algunas notas sobre la literatura
dramática emergente en España
Robert Muro
Crear y mostrar en el siglo xxi. Mirando al futuro sin ira
Ana Contreras
Líneas emergentes en la dirección escénica
en España durante el siglo xxi
ARTÍCULOS
Eduardo Pérez-Rasilla
Universidad Carlos III
Víllora, Itziar Pascual, Laila Ripoll, Luis Miguel González, etc. En los úl-
timos años se advierte también la huella de determinado teatro argentino
(Veronese, Daulte, Tolcachir, Spregelburd, Bartís, etc.).
Aunque el texto dramático sea permanentemente remozado y revisado
y aunque se experimente con él sin descanso, en la dramaturgia contem-
poránea suelen respetarse finalmente los paradigmas clásicos, aunque en
ocasiones —más escasas, pero muy significativas— se produzca una ruptu-
ra con los modelos tradicionales. La preocupación formal converge con la
mirada sobre un mundo cambiante, abierto y múltiple, equívoco y diver-
so, en el que se superponen planos diferentes. La experimentación formal
deviene discurso, que muestra una realidad incierta, que parece ejercer
a un tiempo sobre estos escritores fascinación y rechazo crítico. De nue-
vo la paradoja. Los dramaturgos más jóvenes practican con asiduidad el
ejercicio de las variaciones sobre el mismo tema o el juego de la mirada
diversificada sobre el mismo fenómeno. Ensayan con complejas estruc-
turas que alternan con las percepciones convencionales del tiempo y del
espacio. Sienten predilección por el experimento. Recurren a la elipsis,
fragmentan, ocultan, practican la recurrencia, diseminan los componen-
tes que previsiblemente tendrían una relación de contigüidad, establecen
puentes entre escenas o unidades estructurales alejadas en la composición
del texto, etc. En suma, manejan con inteligencia y pericia estructuras y
lenguajes, a veces hasta un cierto grado de autocomplacencia que, por
momentos, puede resultar excesivo.
La relación de temas y motivos abordados es amplia. La ciencia, la his-
toria y el lenguaje, el teatro mismo, se convierten en materia de reflexión
sobre la escena con lo que se establece una continuidad entre conteni-
do y su resolución formal. No es inusual que los imaginarios de muchos
de estos autores no se circunscriban a lo inmediato, sino que pertenez-
can a otros ámbitos más alejados, por ejemplo, determinadas realidades
culturales europeas, la mitología clásica griega, el cine norteamericano o
ciertas circunstancias sociales africanas o latinoamericanas. La tradición
del malditismo, de estirpe romántica, y neorromántica ejerce una notable
capacidad de seducción sobre algunos de estos autores. La exploración
—más emocional que racional— de la marginalidad humana, la ruptura
—descarada o violenta— con la norma moral o social imperante, la admi-
ración (disimulada o no) o hasta la exaltación del transgresor, incluso del
perverso, del ser asocial o amoral, a quien se considera portador de un
incalculable valor estético, la atracción hacia el abismo de lo pasional, etc.,
son notas que advertimos frecuentemente en los textos a que nos referi-
mos. No es nueva esta actitud, pero sí se advierte una recurrente adhesión
a las maneras irracionalistas, muy presentes en las últimas décadas de la
cultura contemporánea. La violencia o la sexualidad no toleradas por la
ortodoxia moral y social, o algunas formas de inversión de la sexualidad
aceptada, ocupan un amplio territorio en este teatro.
En ocasiones, la reflexión se plantea desde una perspectiva autobio-
gráfica o desde una consideración de las relaciones interpersonales, rela-
ciones interpersonales casi siempre enrarecidas y dependientes, viscosas y
obsesivas, paralizantes y ambiguas, difíciles de romper o de reorientar. Su
disección desvela con frecuencia la mentira y otras formas de ocultamien-
to inherentes a estas relaciones, y la violencia está presente, contenida o
explícita y desbordada. A veces la violencia es mirada desde esa fascina-
ción propia del malditismo a que nos hemos referido. Otras, se mira desde
ángulos que proporcionan una perspectiva estética que no necesariamen-
te excluye juicios morales adversos, aunque complejos, sobre ese ejercicio
de la violencia. Otras, por último, se aborda desde una reflexión más pro-
funda, en la que interviene ya la razón y no solo la emoción o la pasión. En
cualquier caso, esta joven promoción ofrece una imagen decididamente
violenta de la sociedad a la que mira.
Algunos escritores se han asomado a las raíces políticas o sociales de
la violencia y no solo a esa vertiente estética fascinante o a su condición
irracional, y por lo tanto incomprensible, pero poderosa e innegable. El
análisis de la violencia, desde sus raíces sociales y políticas, conduce a las
causas históricas en algunos textos singularmente lúcidos, que se acercan
a cuestiones como los movimientos migratorios, la guerra (y, en concreto,
la guerra civil española, la guerra mundial y las guerras imperialistas más
recientes), la represión política de las dictaduras contemporáneas o del
capitalismo como sistema implacable y excluyente, las prácticas brutales
(aunque política y socialmente admitidas, con una no disimulada hipocre-
sía) de segregación y anulación de identidades individuales y colectivas,
el desarraigo, la soledad, la pobreza y la marginalidad social, etc. Y, entre
lo histórico y lo filosófico, surge la reflexión sobre la identidad, muy po-
derosa en este teatro.
No falta, en alguna ocasión, el tratamiento cómico y desaforado de la
sexualidad violenta, un tratamiento que quizás presupone la familiaridad
estética del espectador con estos motivos. Sin embargo, el tono dominante
en esta promoción de dramaturgos es más serio que cómico. Aunque no
suele ser fácil encasillar sus obras en los géneros descritos por la precepti-
va clásica, se prefieren las formas más próximas al drama o a la tragedia.
El humor propende a lo agrio o a lo sarcástico; pocas veces —aunque haya
excepciones— nos encontramos ante un humor amable o indulgente.
Por otro lado, el lenguaje tiende a inclinarse hacia lo poético y, aunque,
en ocasiones, se muestra brutal o violento, esta circunstancia no impi-
de advertir su profundo lirismo ni su condición luminosa y su expresión
precisa. Son muy escasas las concesiones al casticismo o al lenguaje tó-
picamente mimético, coloquial o realista. Sí tienen cabida, sin embargo,
registros propios del lenguaje juvenil o de determinadas formas de argot,
aunque en menor medida que en las promociones anteriores, y, desde lue-
go, cabe la posibilidad de lo soez o lo escatológico. Pero este lenguaje está
tamizado casi siempre por una elaboración literaria y/o por una referencia
metateatral que lo diferencian de un uso más inmediato o más pedestre y
que percibimos en otras manifestaciones comunicativas. Esa metateatra-
lidad se asocia a una pérdida muy consciente de la ingenuidad —a pesar
de la mirada joven—. La marca metateatral, implícita o explícita, apunta
hacia la reivindicación del teatro y de la escritura dramática como formas
de resistencia, intelectual y política. Por último, en lo que a la disposición
formal se refiere, advertimos una tendencia a la brevedad, a la concisión,
a la síntesis. Las duraciones de estos trabajos suelen ser inferiores a las
que por convención se acostumbran, si bien, en este sentido, no hace sino
continuar una tendencia claramente perceptible en el teatro de las últimas
décadas.
Como ha quedado dicho, nos ocupamos aquí de los escritores más jó-
venes, aunque, por razones metodológicas, esto suponga dejar fuera del
presente estudio a otros escritores, también muy jóvenes, que o bien cuen-
tan con algunos años más de edad que los citados o bien iniciaron su tra-
yectoria un tiempo antes, en los años últimos del siglo pasado. Toda línea
divisoria resulta siempre, huelga decirlo, arbitraria. Por ello, no deberá
sorprender la ausencia de las listas siguientes de nombres de dramaturgos
estimables como son, entre otros muchos que podrían recordarse: Pau
Miró, Luis García Araus, Susana Sánchez, Alfredo Sanzol, Diana de
Paco, David Montero, Miguel Ángel Zamorano, David Desola, Emilio
Encabo, Pedro Rivero, Juli Disla, Arturo Sánchez Velasco, Eva Hiber-
nia, Irma Correa, Gracia Morales, Dámaris Matos, Jordi Blesa, Carlos
Rod, Pilar Campos, Victoria Szpunberg, Carlos Be, Juan Pablo Vallejo,
José Busto, Ángel Martos, Xavier Puchades, Anaïs Schaaf, Roger Del-
mont, Marilia Samper, Marc Rosich, Sonia Gómez, Marta Galán, Helena
Tornero, Pere Riera, Guillem Clua, Diego Lorca, Pako Merino, Jeró-
nimo Cornelles, Pascual Carbonell, etc. A pesar de esta «exclusión» nos
encontramos con más de treinta dramaturgos (no están todos los que son,
sin duda, aunque sí son todos los que están), la mayoría de ellos con una
obra incipiente, pero ya relevante en muchos de los casos.
Propongo a continuación un somero recorrido por la obra de algunos
de los jóvenes dramaturgos más significativos, cuyos nombres he orde-
nado alfabéticamente. Deliberadamente omito circunstancias biográficas,
formación, premios —son numerosísimos los que ha recibido ya esta pro-
moción, y no solo los que se destinan específicamente a autores jóvenes o
a los noveles— y otras referencias que el lector podrá obtener con facilidad
en otras fuentes. La semblanza propuesta es breve y ni siquiera figuran to-
dos los títulos escritos por los autores, sino alguno (o algunos) que ponen
de relieve sus aportaciones a la escena.
Marc Angelet (1977) escribió Call center, una visión despiadada e iró-
nica de la explotación laboral y de los mecanismos alienantes y represivos
que las empresas multinacionales adoptan con sus trabajadores y con sus
clientes. El humor sarcástico se entremezcla con la crueldad en un texto
compuesto con precisión, con diálogos rápidos y escenas que alternan un
lenguaje realista con momentos farsescos o de corte onírico, y que alteran
frecuentemente la continuidad temporal.
Paco Bezerra (1978) es uno de los dramaturgos jóvenes que ha sido
mejor valorado por la crítica y que ha obtenido un mayor reconocimiento
en diversos ámbitos. Sus textos responden a una indudable exigencia te-
mática y a una rigurosa preocupación formal. Entre sus títulos merecen
recordarse Dentro de la tierra o Grooming. Dueño de una escritura apretada,
precisa y dura, que combina un hiperrealismo o realismo sucio con un sin-
gular lirismo y con la presencia de un rico entramado cultural que va des-
de la agricultura al cine, o de la ciencia a la filosofía, Bezerra se adentra en
los territorios asfixiantes de la prohibición y/o de la transgresión sexual,
de las imposiciones familiares y en los no menos incómodos espacios de la
exclusión social y moral. Sus textos se caracterizan por una construcción
elaborada y sugestiva, que revela una peculiar madurez y oficio, y por una
audacia desprovista de prejuicios en el tratamiento de los temas más espi-
nosos. Dentro de la tierra, que recupera —puestos al día— aspectos del viejo
drama rural, explora un agobiante medio familiar que pretende consti-
tuirse en norma moral y social, aborda los problemas relacionados con
comete sin más razón que el hastío vital o que el deseo de imitar acciones
semejantes ejecutadas por otros jóvenes o adolescentes. La composición,
basada en escenas cortas y elípticas que se entrecruzan sin ajustarse a la
cronología de los hechos, proporciona, por su precisa frialdad, un singu-
lar desasosiego que induce a la reflexión y que lo aleja de los peligros de
truculencia o sentimentalismo.
Marco Canale (1977) ha escrito un teatro de inequívoca naturaleza
política, siempre audaz y vigoroso. Entre sus títulos, Evita Montonera, una
durísima y documentada historia sobre la resistencia frente a la dictadu-
ra militar argentina de los setenta, escrita con buen pulso, en la que el
dramaturgo ha huido del tono panfletario y ha procurado enfrentarse a
la complejidad de algunos fenómenos políticos, sin que esta ponderada
actitud le haya impedido, sin embargo, mostrar la brutalidad y la crudeza
de aquel régimen criminal. Es autor también de La bala en el vientre o de La
puta y el gigante, un vigoroso alegato contra las acciones terroristas de los
paramilitares colombianos y sobre el clamoroso silencio con que las ha
acogido la prensa, incluida la pretendidamente progresista
Jordi Casanovas (1978) cuenta ya con una obra de interés, de la que
es imposible olvidar Andorra, una deliciosa comedia urbana y juvenil im-
pregnada de ternura, y construida con extraordinaria agilidad, muy ajena
a las líneas dominantes de la escritura de su generación. La humanidad
de sus personajes, el fino humor y la transparencia del diálogo expresan
indulgentemente la sensación de fracaso en las relaciones. Y merecen des-
tacarse también títulos más recientes, como la ambiciosa trilogía Hardcore
videogames y Un hombre con gafas de pasta.
Alberto Conejero (1978) escribió Húngaros, obra cuya acción se sitúa
en los invernaderos —presumiblemente en El Ejido— y en la que, por una
curiosa licencia teatral, los trabajadores marroquíes son sustituidos por
trabajadores húngaros. Desde esa situación, la obra explora una variante
del motivo de Antígona e imagina unas historias de amor imposible entre
propietarios y trabajadores. Y no faltan en la obra algunos ecos del teatro
de Koltès.
Carlos Contreras (1980) es el autor de Verbatim drama, un texto que
proclama explícitamente su intención de insertarse en la denominada es-
critura postdramática y que, en efecto, cumple los postulados de ausen-
cia de personajes y de diálogo propiamente dicho, de la sustitución de la
trama única por la elección de cinco segmentos textuales, independientes
en apariencia, pero ligados por una afinidad íntima diferente de las rela-
agua; Carles Mallol (1981), que cuenta con títulos como Molta aigua o M de
mortal; Jordi Oriol (1979), autor de OB-sessions; Jacobo Paz (1979), autor
de Estigma; Pablo Gisbert, autor de Un cine arde y diez personas arden; etc.
En definitiva, una apretada lista. Son todos muy jóvenes y, aunque es
pronto para presentar un mapa fiable de la situación de la nueva escritura
dramática en España, dado que su obra está en proceso de búsqueda y,
en la mayoría de los casos, apenas ha sido estrenada, el propósito de estas
líneas ha sido dar noticia de esta escritura, escudriñar algunos de los tex-
tos que parecen más notables y apuntar determinadas líneas estéticas que
asoman en el conjunto de la obra de estos dramaturgos.
La presencia de mujeres en esta promoción no es solo muy amplia, sino
que resulta relevante y permite atisbar —por fin— un equilibrio natural
entre creadores y creadoras, que, ciertamente, no parece haberse produ-
cido plenamente todavía.
Algunos de los textos a los que nos hemos referido presentan todavía
señales de ingenuidad o están lejos de la madurez literaria que previsible-
mente alcanzarán sus creadores, pero, con no poca frecuencia, en muchos
de estos dramaturgos advertimos una calidad teatral notable, una nada
desdeñable personalidad en su escritura, de modo que sus aportaciones
deben ser tenidas muy en cuenta por el conjunto del teatro español actual.
Notas
3
Dispongo de copia del texto por cortesía de la autora.
4
Disponible en la red.
5
Se estrenó en el CDN en marzo de 2011.
6
El espectáculo se programa en la Muestra de Teatro Español de Autores
Contemporáneos de Alicante en 2010.
Robert Muro
Tal vez debido a que cuando escribo estas líneas todo parece estar en una
tremenda inestabilidad, no veo que sean demasiados los elementos del sis-
tema al abrigo de cambios. Señalo apenas un puñado, consciente, en todo
caso, de que son rasgos sustanciales para el devenir del teatro.
Una generalidad elemental, que propone un escenario de relativa tran-
quilidad histórica para los espectáculos en vivo y en particular para el teatro,
b) Una vez más, ¿lo privado vs. lo público? Hacia el tercer sector
i) Las ferias
En el panorama que se dibuja con cuanto vamos diciendo, las ferias —ex-
presión perfecta del viejo mercado al que unos acudían con sus productos y
otros con el dinero para llenar la cesta— irán perdiendo —lo están haciendo
ya— buena parte de su utilidad. Buena parte de las dificultades para su
supervivencia vienen originadas por la incongruencia de ser un mercado
convocado por los compradores. Sin duda, de subsistir se convertirán en
otra cosa, probablemente más importante, más grande: las ferias como
muestras del músculo creativo de un país en un momento determinado; las
ferias como lugares abiertos de encuentro de creadores, distribuidores y
exhibidores; las ferias como laboratorios de producción de espectáculos…
Unas palabras sobre los llamados distribuidores, hasta hoy agentes de
las compañías para vender a los teatros públicos sus producciones y obte-
ner con ello un porcentaje. Así entendida tan chatamente, la distribución
habrá de cambiar sus rasgos. Los nuevos distribuidores habrán de aportar
valor añadido específico a las dos partes ante las que media. Y ese valor será
conocer de igual modo, con idéntica profundidad las necesidades de los tea-
tros —sean públicos o privados— y de sus espectadores, y, al mismo tiempo,
las características de las compañías y productoras y sus espectáculos. Sola-
mente poniendo el conocimiento de ambos extremos al servicio mutuo y en
último extremo, al de los públicos, tendrá sentido su subsistencia.
Y hasta aquí los que a mi modo de ver son los principales cambios que
apuntan a un futuro diferente.
Termino este artículo menos contento de lo que esperaba. Hablar del
futuro es ingrato por más que al hacerlo uno se apoye en la evolución
reciente y en los rasgos verdes que brotan buscando un sol al que mirar.
Tienes la fuerte sensación de especular. Y sin embargo, releo y no escri-
biría contra lo dicho. Seguramente faltan muchas cosas, eso sí. Algunas
tienen que ver con deseos —que a veces también iluminan el porvenir—,
y por eso los he dejado para el final. Los deseos tienen que ver con cómo
uno «sueña» el futuro del teatro, que se ha convertido en mi vida. Dado
que son muy, muy grandes, citaré solamente dos.
El primero tiene que ver con el papel que espero y deseo para el Estado,
un papel que no aceptará graciosamente, pero que no puedo dar por per-
dido porque ello sería tanto como perder la esperanza democrática. Veo al
Estado asumiendo el espíritu de la Constitución y con ello su responsabili-
dad en el desarrollo cultural, humano habría que decir, de los ciudadanos,
apoyándose en la educación y en la cultura y el arte. En esta cuestión de
fondo no es relevante si la gestión de un teatro es pública o privada sino a
qué política cultural sirve la actividad de ese espacio y si el Estado, a sus
Bibliografía citada
Notas
1
Entendemos por sistema teatral la suma y mezcla de los modelos de pro-
ducción y exhibición, y su interrelación con la acción pública, con las políticas
culturales, y con el mercado y los públicos.
2
Vilches de Frutos, Mª.F. y Dougherty, D., La escena madrileña entre 1926 y
1931: un lustro de transición, Madrid, Fundamentos, 1997. pp. 191 y ss. Ver también
coordinada por estos autores, Teatro, Sociedad y Política en la España del siglo xx, Ma-
drid, Fundación García Lorca, 1996. Otro artículo referencial que propone un
brillante balance sintético sobre el teatro español del siglo XX en Pérez-Rasilla,
E., «Un siglo de teatro en España. Notas para un balance del teatro del siglo
XX», en Monteagvdo, 6 (2001), pp. 19-44.
3
Ver Aguilera Sastre, J., El debate sobre el Teatro Nacional en España (1900-
1939), Madrid, Centro de Documentación Teatral, 2002.
4
Con obvias excepciones, claro está, que no alteran el panorama general aun-
que expresan que bajo él se producían diversos movimientos innovadores. El
Teatre Viu y la Agrupació de Teatre Experimental, en Cataluña, o Arte Nuevo y
La Carátula en Madrid, son algunos ejemplos.
5
Un recorrido breve por los diversos grupos teatrales y por los espacios escé-
nicos en Gómez García, Manuel, Diccionario del Teatro, Madrid, Akal, 1997.
6
Sobre la práctica desaparición del teatro privado en Madrid y Barcelona ver,
Pérez Coterillo, Moisés, Los Teatros de Madrid, 1982-1994, Madrid, Fundación
para el análisis y los estudios sociales, s.f. Pp.31-44.
7
La revista de gestión cultural g + c, dedica su tema centra al tema de «La priva-
tización de la cultura», en el nº 1, septiembre de 2009, con artículos que abordan
la cuestión desde perspectivas diversas.
Ana Contreras
RESAD
Palabras clave: Dirección de escena, teatro español, siglo xxi, género, multicul-
turalismo.
Abstract: The various historical events, economic crises and ideological trans-
formations that have taken place so far this century, have affected Spanish stage
direction. The present article analyses the scenic paradigm shift, the crisis of the
concept of director, the influence of the management model on creation, new the-
atre spaces, the notions of participation and social authorship of the artistic work,
contemporary composition procedures, as well as the contributions propitiated
by the recent and significant incorporation of women to this profession.
Key Words: Scenic direction, Spanish theatre, twenty-first century, genre, mul-
ticulturalism.
Traducción: Diana I. Luque
Marco histórico
Paradigmas escénicos
Durante el final del franquismo y todavía en los 80, una buena parte de
los «hombres de teatro» españoles se definían como intelectuales «de iz-
quierdas», señores «comprometidos» o «progresistas» (algunas «mujeres
de teatro» también, aunque siguieran vigentes las connotaciones de toda
la vida). En los 90, con el triunfo del capitalismo como único credo global,
las palabras «política» e «ideología» empezaron a estar mal vistas en la vida
cotidiana. Hasta tal punto que, en nuestro país, los contenidos y el formato
de las noticias de política no se han diferenciado mucho, en lo que llevamos
de siglo, de los de los programas y la prensa del corazón. Como nos recuer-
da Abril (2003: 103-104): «La estetización de la política en que Benjamin
cifró el giro cultural estratégico del fascismo tenía que culminar en esteti-
zación de la información mediática una vez que, medio siglo más tarde, lo
mediático terminó por absorber los últimos residuos de lo político en las
condiciones, hoy vigentes, de un neoliberalismo populista y autoritario».
No deja de ser reseñable que el periódico de mayor difusión en Es-
paña, El País, haya inaugurado en su versión digital una nueva sección:
Para finalizar
El siglo xxi se ha iniciado con una crisis que no solo es económica, política
y social: también el concepto de director está en crisis. Craig, Meyer-
hold y Reinhardt nos decían que un director tiene que analizar un texto
dramático y crear la partitura escénica de forma individual, para llegar
a los ensayos con todo prediseñado. El director de escena debía ser un
líder que supiera convencer al resto del equipo a través de argumentos
sólidos. El director emergente, sin embargo, crea a pie de escena, con
el resto del equipo, a partir de múltiples experiencias, haciendo menos
uso y abuso del logos y del poder que de la intuición y el compañerismo,
transformando la energía. También las herramientas que debe manejar
han cambiado: hoy el director es un poco coreógrafo y un poco realizador
cinematográfico. Toma importancia la improvisación, pero su concepto
y finalidad se han modificado. El análisis activo deja de ser central en la
dirección de actores, aunque no desaparece, en un teatro en el que prima
la composición frente a la situación. Porque la acción escénica no es lo que
entendía Stanislavski, sino que hoy hablamos de acción performativa. La
comprensión de la misma no se produce desde la psicología (análisis de
la conducta y de los procesos mentales), sino desde la psicagogia (arte de
conducir y educar el alma). Superado el textocentrismo y el espectaculis-
mo, la imagen, lo visual, renueva su importancia de modo parejo a como lo
Bibliografía citada
Notas
1
Agradezco a Rafael Díez-Labín, Agustina Aragón, Juan Pedro Enrile, Ele-
na y Diego Costa las conversaciones y reflexiones compartidas que tanto me han
ayudado en la elaboración de este escrito.
2
En la Comunidad de Madrid pasó algo parecido unos años después.
3
Mientras escribo este artículo tienen lugar los atentados en Noruega por
presuntos extremistas de derechas, que sirven como ejemplo.
4
Para quien no se haya percatado de la relación íntima entre teatro y política,
échese una ojeada al parlamento español: reproduce exactamente el espacio del
teatro grecolatino.
5
Es interesante aquí rememorar cómo en los ataques a las plazas tomadas por
el 15-M lo primero que la policía destruyó fueron los archivos porque, como decía
Derrida, la democracia implica participación y acceso a los archivos, pero es el
poder el único que quiere construir la memoria colectiva.
6
El cristianismo trasmite la tradición de la oratoria hasta nuestros días a tra-
vés del discurso (sermón) en el ritual de la misa. A su vez, el cristianismo ha he-
cho perdurar la sensibilidad romana de la crueldad, la sangre y la violencia en los
espectáculos, toda vez que esta religión celebra la tortura de su fundador.
7
Para mayor información sobre este tema puede consultarse el artículo del
sinólogo Víctor H. Mair en: http://www.pinyin.info/chinese/crisis.html.
8
También mi espectáculo Hamlett expone lo que casi nadie quiere leer en la
obra de Shakespeare, el embarazo y aborto de Ofelia. Para un análisis más de-
tallado pueden leerse mis notas de dirección publicadas en ADE Teatro, nº 127.
Delicadas
Alfredo Sanzol
PIEZAS DE SANZOL
Origen
Fragmentados
Taxonomía
Memoria
Y por eso la memoria es tan importante en estas obras. Días estupendos evo-
ca un verano que es el Verano Eterno del recuerdo adolescente. Delicadas
está dedicada «A ti», le dice el Nieto a la Abuela, ¡dentro de la propia
escena!, «y a la tía Ger, y a la tía Guada, y la tía Isabel, y a la tía Filo, y al
tío Felipe, y al tío Clemen, y a la tía Trini», familiares reales del autor que
se cuelan en la obra transmutados en personajes de ficción. Dado que la
memoria es selectiva, tímida, caprichosa, los tiempos se mezclan en un pa-
sado que no es historicista: en una escena se habla de «pasarse a los nacio-
nales» y en otra aparecen unos milicianos de la república, lo cual parece
situar el texto en medio de la Guerra Civil. Pero otros momentos sugieren
el clima de la posguerra y más adelante se habla de Los Picapiedra, Starsky y
Hutch y Epi y Blas, empujándonos de pronto hacia los años sesenta, setenta
y ochenta de un mismo golpe. En otra escena vemos a un padre y su hija
discutir sobre Facebook e inmediatamente después volvemos a estar inmer-
sos en el ambiente del 36. La obra entera se parece al personaje de esa
«abuela mayor» que aparece hacia el final y que confunde a unos nietos
con otros mientras mezcla los recuerdos. Pero también a la otra abuela,
más joven, que poco después se muestra reticente a hablar del pasado
porque cree que carece de importancia, pero que sin embargo no duda
en relatar bellos cuentos sobre santos y milagros. «El pasado es territorio
extranjero», escribe L. P. Hartley en El mensajero. «Las cosas se hacen de
forma diferente, allí». Para Sanzol el territorio del pasado es Pamplona.
Pamplona no como espacio geográfico sino como un estado mental. Todos
sus personajes, se encuentren donde se encuentren, habitan allí. En Sí,
pero no lo soy un turista dice: «Hay algo que hace que la gente se convierta
a una religión extraña. La religión de ser de Pamplona». Incluso cuando
no se menciona explícitamente, ese país del pasado aparece en pequeños
o grandes detalles: la magnífica escenografía realizada por Alejandro An-
dújar para Días estupendos visualizaba perfectamente el paisaje navarro a
través de un árbol enorme, hiperrealista en todo excepto en el hecho de
que se nos mostraba en blanco y negro. La suprema imbecilidad de esta
España en la que vivimos hizo que a Sanzol se le concediera, por Delicadas,
el premio Max «al mejor autor teatral en catalán o en valenciano» solo
porque la obra se estrenó antes en catalán que en castellano. De haber
tenido un poco de sentido del humor le habrían considerado «mejor autor
pamplonica».
El humor
El público se carcajea viendo las obras de Sanzol, y confieso que este de-
talle me intriga porque hay algo en su humor que no invita a la risotada
sino a la meditación. Acaso sea yo el equivocado pero me parece que su
universo es más lírico que abiertamente cómico. Dicho de otro modo, su-
ceden en estas escenas tales cosas que la risa, siendo merecida, no resulta
suficiente para premiarlas en su justa medida. El dramaturgo es especia-
lista en cambiarnos de dirección sobre la marcha. Además, vuelca sobre
sus personajes una capa de ternura que le distingue radicalmente de los
«graciosos» autocomplacientes que proliferan en nuestro tiempo, y no solo
en el teatro. Sus personajes pueden ser de lo más estrafalario pero el autor
jamás se considera superior a ellos, jamás se burla de ellos: por el contra-
rio, celebra sus extravagancias como prueba de que existe algo rescatable
en el fondo del ser humano. ¿Podemos decirlo con claridad? Sanzol es
un autor optimista, lo cual no significa que sea ingenuo. Sanzol mira a su
alrededor y le gusta lo que ve, incluso cuando lo que ve no es hermoso.
No se atrinchera en el victimismo ni en la desesperanza, que tanto y tan
inmerecido prestigio intelectual tienen. Tampoco promete nada ni cae en
la trampa de ofrecer soluciones. Sencillamente nos invita a ver, a dete-
nernos por un momento en los detalles de lo cotidiano. «Contemplar»,
como insistía la pintora de Delicadas. ¿Y acaso no es esa la etimología de
la palabra teatro? Hay una escena en esta obra que explicita su forma
de entender el humor (así como sus procedimientos dramatúrgicos). Es
aquella del músico que toca los platillos en una banda y que ensaya en
público un concierto entero pero tocando solo su parte mientras repasa
mentalmente el resto de la melodía. Quizá nosotros, como los atónitos tes-
tigos del ensayo, pensemos que el personaje es un pobre imbécil, un tipo
ridículo. Pero al final de la escena, en un giro glorioso, descubrimos que
la novia del muchacho entiende el juego y lo comparte dichosamente con él.
«Aunque solo te oigo a ti», dice la novia, «es como si estuviese escuchando
a toda la banda». Solo hacía falta un poco de imaginación para disfrutar
de la propuesta. Imaginación, y el deseo de escuchar (¡y de respetar!) las
razones de los demás.
Milagritos
temas. En rigor, no sucede nada aunque los espectadores, como los otros
personajes de la escena, estamos convencidos de que algo va a suceder. En
otro momento de Delicadas las muchachas se reúnen, estupefactas, ante
un ciruelo del que ha brotado una manzana. ¿Broma o malformación?
¿O acaso un milagro? Una de ellas dice: «Yo pienso que si ha sido un
milagro ha sido un milagro como para nosotros, un milagro-milagrito, un
milagrito particular». Todo aquí es pequeñito, pero no porque carezca de
importancia sino porque «la vida es esto». Me atrevería a decir que Sanzol
ha entendido a Valle sin necesidad de copiar sus florituras verbales: el
esperpento es el naturalismo español.
Las mujeres
Bibliografía
Obra dramática
Notas
Aunque, dejando de lado Al caer la noche, que era un film de terror, dichas
1
ALFREDO SANZOL
Delicadas
Personajes
1. Alcohol y Nivea
Una cocina. Int. Día
Guadalupe y un militar
(Oscuro. Oímos la caída silenciosa del agua sobre la tierra. Llueve muy fino, y las
gotas en los cristales resbalan con pereza. Amanece lentamente, con algún ladrido
de perro, y los rayos de luz producen un absurdo y cristalino tintineo, parecido al
que hacen las frágiles campanitas de un comercio macrobiótico. Aún en penumbra,
aparece la silueta de una desolada banqueta, y detrás de ella un tenue resplandor
naranja. Es la vela que ilumina los pasos de una mujer vestida con un largo cami-
són blanco. Atraviesa la cocina ligera, pero sin prisa. Se tropieza con la banqueta,
y dice: «Coña». La luz, con esfuerzo, sigue cogiendo espacio. La mujer vuelve con
una palangana de hojalata. En el hombro una toalla pequeña, y de la muñeca
cuelga una bolsita de tela que guarda una botella de alcohol de 96º y una lata de
Nivea. Deja la bolsa en el suelo. Acerca la banqueta. Se sienta. Moja la toallita
en la palangana y comienza un lento y meticuloso aseo. Primero la cara. Los ojos.
Las orejas, detrás de las orejas. Las mejillas, el cuello y la nuca. Luego las axilas,
los brazos y los antebrazos. Luego el pecho y la tripa. Oye pasos y no mira porque
ya sabe quién es. Un Militar entra como si entrase en un templo. Se quita la
gorra y en silencio espera. La mujer sigue con su aseo. Los pies. Cada dedo. Las
pantorrillas y los muslos, y un poco más de tiempo en las rodillas porque están
doloridas. Ahora coge el alcohol. Se lo da en las manos y comienza unas friegas
firmes y rápidas que abarcan todo el cuerpo en sentido contrario.)
Guada.– Yo, todos los días, alcohol y nivea. ¿Ves? Poquito a poquito.
Así. Por todo. Sin dejar nada. Es lo mejor.
(Ahora comienza con la nivea… todo el cuerpo… No sabemos quién es él, pero ella
no tiene pudor, y por ejemplo se da la nivea en el pecho, y entre los muslos, como si
estuviese sola.)
Guada.– Bat, bi, hiru, lau, bost, sei, zazpi, zortzi, bederatzi, hamar, ha-
maika, hamabi, hamahiru, hamalau, hamabost, hamasei, hamazazpi,
hamazortzi, hemeretzi, hogei, eh? Hasta veinte sé. ¡A desayunar hay
que venir afeitado!
(Guarda la nivea y el alcohol. Se lo lleva todo, menos la banqueta. Trae una mesa,
una silla, una taza, una cuchara y una hogaza de pan. El hombre se sienta. Ella
se va a por la leche. Sirve.)
Guada.– ¿Así?
Militar.– ¿Qué?
Guada.– ¡Que si así está bien, o quieres más!
Militar.– Más.
Guada.– ¡Si te echo más no podrás mojar el pan! ¡Bebe un poco!
(El Militar se bebe casi la taza entera y Guada echa más leche.)
Guada.–. ¿Así?
Militar.– Sí.
(Guada sale con la leche. El Militar trocea el pan en el cuenco. Guada vuelve,
se sienta en la banqueta y comienza a peinarse, con parsimonia.)
(Silencio.)
Guada.– ¡Inútil!
La que guarda
La que guarda.– Guardo los botones. Guardo los retales. Guardo el hilo
que me sobra en las agujas. Guardo las cuerdas de las cajas. Guardo
las cajas. Guardo el papel de envolver regalos. Guardo los tornillos,
las tuercas y los alambres. Guardo los cables de los aparatos viejos.
Guardo las baldosas que han sobrado. Las maderas que han sobra-
do. Las macetas que se quedan sin planta. Guardo las camisas viejas
para hacer trapos porque limpian muy bien los cristales. Guardo los
pantalones viejos para hacer trapos porque limpian muy bien el polvo.
Guardo los trapos. Guardo las mejores galletas y los bombones para
el día de la fiesta. Guardo los cordones de los zapatos para atar cosas.
Guardo los frascos de colonia. Guardo las medias rotas para colar el
café. Guardo las tarrinas de mantequilla. Guardo los vasos de yogur
para plantar semillas. Guardo los clavos si no están oxidados. Guardo
las botellas. Guardo las bolsas de plástico. Guardo las cuerdas de ten-
der. Guardo las sábanas. Guardo los abrigos porque las modas siempre
vuelven. Guardo el motor de la lavadora porque poniéndole una piedra
viene muy bien para afilar cuchillos.
2. La rosa
Un jardín. Ext. Día
Luisa.– Pero mírala, mírala qué bonita, que pensábamos que te habías
muerto, y mira lo que ha tenido. Has tenido una hijita. Has tenido un
bebé. ¿Sí o no? Has tenido un bebé. ¡Qué guapa! ¡Qué preciosa! Más
bonitas que las de antes. Se lo dije a la señora: «El rosal parece que
está muerto y no lo está. Está como en un letargo. Como los osos. Que
parece que están muertos y no lo están». Y me dijo la señora: «Y a mí
qué me importa. ¿Cuál es la diferencia entre que el rosal esté muerto y
que parezca que está muerto? Yo lo que veo es que no tengo rosas, ni
tengo nada. Tengo un palo pelado». Pero yo le dije a la señora: «Este
rosal no está muerto y como las rosas de este rosal no las hay». Y me
dice la señora, dice: «Eso es verdad». Claro que es verdad, ¿eh? Claro
que es verdad. Mírala qué guapa. Qué guapa.
(Viene Luisa.)
Luisa.– Señora.
La Señora.– ¿Ha visto que el rosal ha resucitado?
Luisa.– Sí, señora. Y qué rosa tan bonita ha sacado.
La Señora.– Tráeme las tijeras.
Luisa.– ¿La va usted a cortar?
La Señora.– Se la vamos a regalar a Begoña, que se casa la semana que
viene.
Luisa.– Aún es muy pequeña.
La Señora.– Pues mejor, así se le abre en casa.
La novia.– Muchas gracias.
(Luisa se va.)
La señora.– Toma.
La novia.– Sí, muchas gracias.
El Señor .– (Cogiendo al Novio por el hombro.) Te voy a regalar un puro,
que vas a ver. ¡Cubano! ¡Auténtico! ¡Te encantará!
La novia.– No fumamos.
El novio.– No. Sí. Un día es un día.
El Señor .– Dí que sí hombre. No te tragas el humo y ya está. ¡A los pies
no creo que les haga daño!
(Luisa se queda sola con el rosal decapitado. Las tijeras en la mano. Lo mira
incrédula y alucinada.)
3. Cristo y Cemento
Una habitación. Int. Día
(Intenta quitarlo.)
(Silencio. Se secan las lágrimas con pañuelos que llevan en las mangas.)
(Llaman a la puerta.)
(Vuelven a llamar.)
Miliciano 1.– Cuanta más prisa tiene uno más tontas o ponéis. ¿Estabais
en pelotas o qué?
(Los Milicianos se ríen. El Miliciano 2 trae dos sacas. Una para las camisas
y otra para los pantalones. La Mujer 1 se pone a doblar los pantalones.)
Miliciano 1.– ¿Qué os había dicho de esa mierda? ¡¡Que qué os había
dicho de esa mierda, me cago en Dios!!
4. El Aviador
Jardín. Ext. Día
Hortensia y El aviador
El aviador.– Sí que tenía sed. (Se ríe satisfecho.) Bueno… ¿Le apetece a
usted venirse conmigo?
Hortensia.– A dónde.
El aviador.– A volar. Al cielo. Este avión es biplaza. Yo soy el primer
aviador que cruza España de Cádiz a Barcelona sin parar.
Hortensia.– Ya se ha parado.
El aviador.– ¿Qué?
Hortensia.– Que ya se ha parado.
El aviador.– Sí. Bueno. Estaba muerto de sed. Y además, esto, si usted
no ve inconveniente, puede quedar entre nosotros.
Hortensia.– Por mí no se preocupe.
El aviador.– Muchas gracias. Entonces, qué ¿se viene conmigo?
(Silencio.)
El aviador.– No llore.
Hortensia.– Es que tengo muy mala suerte.
El aviador.– Pues no se preocupe, que eso va a cambiar. Me llamo Felipe
Lekumberri.
Hortensia.– Hortensia Ferrús.
5. El ratón
En la sala. Int. Día
(Silencio.)
(Ya están en la casa de Amalia. Pepe apunta con su tirachinas. Todas detrás de
él conteniendo la respiración. Amalia tiene una escoba.)
(Pepe apunta.)
(Amalia se va con la escoba a por el ratón y se ensaña. Ríe, grita, grita, ríe. Las
(Amalia romántica llora en el hombro del hombre que mató al dragón. Angeli-
nes mira. Llega Jacinto. La primera que lo ve es Amalia. Las Hermanas se
van callando. Cuando Angelines descubre a Jacinto se desmaya.)
Jacinto.– Angelines, ¿me oyes? ¿Me oyes? ¡Abrid las ventanas, coño!
Angelines.
(Angelines se recupera.)
(Pausa.)
Jacinto.– Payaso.
6. Pedro y Pablo
Puerta de casa. Ext. Día
Pedro y Pablo
(Pausa.)
Pedro.– Sí.
Pablo.– Pero esos no se llaman como nosotros.
Pedro.– Pero también están siempre juntos.
Pablo.– ¿También son amigos?
Pedro.– Sí. También nos llaman Starsky y Hutch, Batman y Robin, el
Dúo Dinámico y Ramón y Cajal.
(Silencio.)
(Pausa.)
(Pausa.)
(Pausa.)
(Pausa.)
Pablo.– Bueno, pues ya iré. Ya iré. Qué hija puta es la gente. Las cosas
que te hacen hacer.
Pedro.– Y así paseamos los tres.
Pablo.– Que sí, joder, que sí.
Pedro.– ¿Nos vamos?
Pablo.– Se está nublando.
Pedro.– Voy a coger un paraguas.
Pablo.– ¡Coge dos, me cago en sos! ¡Que ya es lo que nos faltaba!
7. Las partes
Al borde de una carretera. Ext. Amanece
(Pausa.)
(Pausa.)
(Pausa.)
(Pausa.)
(Silencio.)
(Silencio.)
(El Hermano 1 saca de la caja un chorizo, un queso, una botella de vino y man-
zanas. Todo envuelto en papel de periódico.)
8. Los intelectuales
El salón de una casa. Int. Día
(Silencio.)
Mamá.– Vamos a ver, María. Las cosas se pueden decir de muchas mane-
ras. ¿Qué pasa si el niño va al colegio y cuenta lo que usted le ha dicho?
Niñera.– No se lo he contado para que lo diga en el colegio.
Mamá.– Pero lo dicen. Los niños lo dicen todo. ¿Y nosotros?
(Pausa.)
Mamá.– ¿Qué quiere que piense la gente de nosotros? Usted forma parte
de la familia María.
Niñera.– (…).
Mamá.– Si el niño le pregunta algo, digamos, delicado, hable primero con
nosotros, y nosotros ya le diremos lo que tiene que decirle, o ya se lo
diremos nosotros directamente a él. ¿De acuerdo?
Niñera.– Sí.
Mamá.– ¿Usted qué piensa de nosotros, María?
Niñera.– ¿A qué se refiere, señora?
(Pausa.)
Niñera.– Intelectuales.
Mamá.– Intelectuales.
Niñera.– Sí.
Mamá.– ¿Qué quiere decir eso, María?
Niñera.– Que les gusta hablar de las cosas.
Mamá.– ¿Y qué quiere decir que nos gusta hablar de las cosas?
Niñera.– Que no repiten lo que los demás dicen.
(Silencio.)
9. Margarita
Jardín. Ext. Día
Uno
Uno.– Margarita criaba unas gallinas como pavos, y las vecinas la envi-
diaban.
«¡Margarita, aparta esas gallinas de la carretera no las vaya atrope-
llar un veraneante!»
A Margarita se la traía floja la envidia, y otras muchas cosas. Veía la
vida con los ojos de la naturaleza y si la mano le alcanzaba para coger
una pera, pues la cogía. Su marido la quería por eso. Y por eso mismo
la temía.
«Margarita, no mires a los hombres cuando te miren, no vayan a
pensar lo que no tienen que pensar».
«Yo los miro para ver cómo me miran».
«Eso a ti no te importa».
«Pues son dignas de ver esas caras».
Margarita, a los hombres del pueblo los tenía muy vistos, y no solo
vistos. Antes de casarse, claro, había hecho inventario. El jaleo de ce-
los de su marido era injustificado, y ella, más que nada, se reía, pero
una mañana llegó al pueblo la camioneta del pescadero y… traía pes-
cado fresco.
«A cómo está la pescadilla».
«La que se muerde la cola o la otra».
«Ay, qué gracioso. No será usted humorista».
«No, señora. Yo soy Casimiro. ¿Y usted?».
«¿Yo?».
Las vecinas no perdían comba, y con los ojos, distraídas, miraban
el pescado, y con las orejas, atentas, radiografiaban la conversación.
«Yo soy la Señora de Álvarez».
«Toma castaña» musitó Luciana la del cartero. Una risita, lerda y
general, brotó de entre el público femenino que acariciaba la caja fuer-
te de sus monederos con la axila ancestral. El pescadero, achantado, se
limitó a su oficio y Margarita vigilada por el gentío se despidió con un
gélido: «Adiós».
Al marido de Margarita la pescadilla le supo a gloria. Alabó el gé-
nero, y se alegró de que Tomás, el antiguo pescadero, hubiese hecho
«¿Qué?».
El pescadero se había quedado en un qué pétreo, perpetuo y pesa-
do. Su asombro había entrado en las ruedas de su mente como un palo
atravesado, y no sabía dónde dar el siguiente paso. Margarita tuvo que
llevarlo de la mano. «Córtame dos rodajas de merluza. Venga, coña».
«¿Así?».
«Me da igual. No me mires. Corta la merluza. Te vas hacia Revilla,
y te metes al molino. ¿Te estás enterando?».
«Sí».
«Que no me mires. Espérame ahí. Dame la merluza. Pero envuél-
vemela, bestia».
«Me he puesto nervioso».
Las dos rodajas de merluza rodaron entre las manos del pescadero
como las ruedas de la bicicleta que llevó a Margarita hasta el puente
del molino. Allí, en un recodo muy fresco, bajo los chopos, junto al
agua rumorosa que acarician con su tripa las golondrinas, Margarita
y el pescadero gozaron su amor furtivo. Fue algo breve y precipitado,
acuciados por el miedo a que les viesen, pero lo pasaron bien, a pesar
de todo, más por lo prohibido que por otra cosa.
De aquello se enteró todo el pueblo, claro. Todos menos el marido,
y gracias a estas cosas que pasan en los lugares pequeños, aquel secreto
entró a formar parte de otros mil secretos que se guardaban en las ca-
sas. Secretos que solo salen a relucir en las sobremesas, resguardados
por la intimidad de las familias, cuidados y arropados, cultivados y
desarrollados, alargados, transformados y aumentados. Secretos que
conoce todo el mundo, menos los interesados, secretos que los demás
guardan con esmero de bibliotecarios, porque todos saben que sobre
esos secretos se sostiene el pueblo entero, todos saben que esos peque-
ños y grandes secretos son los cimientos del pueblo, y sacarlos de lo
íntimo, mancharlos con la luz, sería como escribir el final del universo.
Por causa de aquello, Margarita se quedó preñada, y el chico salió
clavado al pescadero. Todo el mundo lo veía, menos su marido, y nadie
jamás osó decirlo en voz alta. Un día, un imbécil, en la taberna, le dijo
al chaval «tú qué miras, pescadito frito», y ante la mirada atónita del
chico, entre todos, le dieron al imbécil una buena paliza.
10. Facebook
Jardín. Ext. Día
Hija y Papá
(Silencio.)
(Silencio.)
(Pausa.)
(Silencio.)
(Silencio.)
Papá.– Lo siento.
Hija.– ¿Estás bien?
Papá.– Es que me acuerdo de cuando eras pequeña y venías a tocarme la
cara y te quedabas dormida tocándome la cara. Perdóname. Nunca,
nunca podría haber imaginado yo que iba a pasarlo así de mal. Per-
dóname. Es que veo como creces y no sé qué hacer para parar la nos-
talgia de cuando eras pequeña. Lo siento. Lo siento mucho. Lo siento
mucho.
(Silencio.)
(Silencio.)
Hija.– Papá.
Papá.– ¿Qué?
Hija.– No es que no quiera estar contigo. Es que…
(Pausa.)
(Pausa.)
(Pausa.)
(Pausa.)
Hija.– ¿Ya?
Papá.– Sí. ¿Me das un beso?
Hija.– Ahora me da vergüenza.
Papá.– Vale.
Hija.– Luego.
Papá.– Vale.
Hija.– No llores.
Papá.– No.
Hija.– Me da mucha pena que seas así.
Papá.– Lo siento.
Hija.– Me haces sentir culpable.
11. La foto
Jardín. Ext. Día
Hortensia.– ¿Me la tiene que hacer usted? ¿No me la pueden hacer mis
hermanas?
Onésimo.– Es que esto no es tan fácil como parece, y para que salga bien…
¿Me entiende usted? La película está muy cara, y vaya…
Hortensia.– Si la hace usted me tendría que ver desnuda.
Onésimo.– Sí, señora, pero a través del objetivo.
Hermana 3.– ¿Te la vas a hacer? (Se parte de la risa.)
Hermana 1.– Tú ten en cuenta que se la enseñará a todos sus compañeros.
Hortensia.– Eso no lo haría nunca.
Hermana 1.– Los hombres son así. Antes de verla él, ya se la habrá ense-
ñando al de al lado.
Hermana 2.– Felipe es muy educado y no va a hacer eso.
Hermana 3.– Felipe es un salido de tres pares de cojones.
Hortensia.– Bueno, pues con algo se tiene que aliviar, ¿no?
Hermana 3.– Que use la imaginación, no te jode, o fotos de guarras.
Hortensia.– ¡Eso es lo que no quiere él! ¡Ni yo tampoco! ¡No quiere
fotos de guarras, porque me echa mucho de menos, y me quiere a mí!
No quiere fotos de otras, quiere mi foto, porque para cascársela quiere
mi foto, ¡eso dice!
Hermana 3.– ¿Y tú qué? ¿A ti no te hace falta una foto suya en pelotas?
Hortensia.– A mí no me hace falta.
Hermana 3.– Pídesela. ¿A ti no te hace falta? ¿Qué eres,una monja? Si ya
no te acordarás ni de cómo era su cuerpo. ¿Cómo era su polla, eh? ¿Te
acuerdas de eso? ¿A ti no te hace falta una foto de Felipe con la polla
bien tiesa? Que se joda, que te quiere para hacerse pajas. ¿Con qué te
haces tú las pajas, eh?
Hortensia.– Yo no me hago pajas.
Hermana 3.– ¿Tú no te haces pajas? ¡Qué hipocresía, madre mía! ¡Qué
hipocresía! Pues háztelas. Háztelas, coña, y no seas mojigata. Hazte
pajas y le pides una foto desnudo. A ver cómo se queda. Y le dices para
qué es. Pegándose tiros unos a otros y mira en qué está pensando, en
meneársela a tu costa. Mandarlo a la mierda. Eso es lo que haría yo.
Mandarlo a la mierda.
(Silencio.)
12. La pintora
En su estudio. Int. Día
Pintora y Cliente
Pintora.– Yo pinto flores. Y entre la gente moderna está muy mal visto
esto de pintar flores, porque se ve como una cosa de abuelitas, ¿no?
Pero Van Gogh pintaba flores, ¿no? Y revolucionó la historia del arte
con sus girasoles. Desde luego los artistas tienen objetivos muy dife-
rentes al pintar, y yo no sé cuales eran los objetivos de Van Gogh, ni
los sabe nadie, a lo mejor su hermano Teo y no del todo, porque las
cartas que le escribía sirven para hacerte una idea de lo que pensaba
pero no para saber qué pensaba. Lo que uno piensa cuando pinta no lo
sabe ni uno mismo, para empezar porque cuando se pinta no se puede
pensar. Se puede pensar, si quieres, luego, pero durante, es imposible,
porque lo que haces es pensar, no pintar, entonces ahí está la cosa.
¿Qué quería Van Gogh? Tampoco lo sé yo. Ni lo sé yo de mí misma.
Yo lo que sé es que cuando pinto, intento ver a través del detalle físico
material de la rosa, a través del acto de pintar exactamente la rosa,
intento trascender todo eso. Intentar pintar lo que es, y no lo que te
gustaría que fuese, te abre el camino, el pensamiento, la imaginación
se abren. La gente se queja y habla de cómo le gustaría que fuesen las
cosas y de cómo son, pero en realidad no saben cómo son las cosas
porque la ansiedad por satisfacer sus deseos les impide pararse a mirar.
Quiero decir, que no ven la realidad. Intentas pasar por encima. Ver la
realidad es un acto de renuncia, ¿sabes? Tienes que renunciar al deseo,
al futuro, te tienes que parar y contemplar. Contemplar. Yo, antes de
pintar, meto las rosas en agua, les echo una aspirina, y me encierro con
ellas cuatro horas, por ejemplo. Hago un acto de recogimiento, ¿sabes?
Trato a las rosas como si fuesen personas. Contar esto me da un poco
de vergüenza pero es así. Hablo con ellas, ¿vale? Les hablo, y ellas me
contestan. Realmente, ¿eh? Me pongo a pensar como ellas, me pongo
(Silencio.)
13. Sol
En un jardín. Ext. Día
Hombre, Mujer
Hombre.– ¡Sol! ¡Sol! ¡Sol! ¡Ven aquí! ¡Ven aquí! ¡Sal de ahí! ¡Sal de
ahí! ¡Ven aquí! ¡Ven aquí, coño! ¡Fuera de ahí! ¡Sol! ¡A casa! ¡Fue-
ra! ¡A casa! ¡Sal de ahí! ¡Me cago en la madre que te parió! ¡Sol! (Lo
llama silbando.) ¡Toma, toma, toma! ¡Sol, toma, mira, mira, mira! ¡Ven
aquí Sol, toma, busca! ¡Toma! ¡Te voy a matar! ¡Cuando te pille te
voy a matar! ¡Hijo de puta! ¡Violeta! ¡Me voy a buscarlo que no me
hace ni puto caso!
(Pasa el tren. Un tren bastante largo. El Hombre se echa las manos a la cabeza.
Mira al suelo. La Mujer mira hacia a las vías con las manos colgando. El tren
suena como una trituradora que se aleja con velocidad, pero extrañamente nos
parece una velocidad lenta. Silencio.)
(Pausa.)
(Pausa.)
Hombre.– Vamos.
Mujer.– Espérate, coña. Si ahora nos metemos en el camino y el perro se
levanta no nos verá.
(Pausa.)
(Pausa.)
Mujer.– ¡No tienes cojones para ir a la vía con una bolsa, meter al perro
dentro y enterrarlo como es debido! ¡No tienes cojones! ¡Todo el día
acojonado! ¡Si no tienes perro porque no tienes perro, y si tienes perro
porque tienes perro! ¡Vive, coño! ¡Vive! ¡La vida es esto! ¡Nacer y
morir! ¡Es la vida! ¡Y tú no vives! ¡No vives! ¡No se puede vivir con
ese miedo a la muerte! ¡No se puede vivir así! ¡Respira, hostias! ¡Res-
pira! ¡Y vive! ¡Esto es lo que hay! ¡Tú también te vas a morir! ¡Ahora
ya lo sabes! ¡Pues ya está! ¡Ya lo sabes! ¡Pues muy bien! ¡Como todas
las cosas en este mundo! ¡Todo va a morir! ¡La Tierra va a morir! ¿Y
qué? ¿Qué hacemos? ¿Nos vamos a un rincón a llorar? ¿Eh? ¿Eh?
¡Tú eres el gilipollas! ¡Tú! ¡Disfruta de la vida, joder! ¡Disfruta de
la vida! ¡Y disfruta de la muerte, me cago en la puta! ¿Qué quieres?
¿Qué todo se quede dónde está? ¿Qué no pase nada? Pues ya te pue-
des ir jodiendo porque no va a ser así. Menuda mierda sería si fuese así.
¿Pero tú, quién te crees que eres? ¿Tú qué te piensas? ¿Que has na-
cido para quedarte aquí para siempre? ¿Eh? Imbécil. La vida es esto.
Cosas buenas y cosas malas. ¿Te enteras? Si el perro está muerto, qué
pasa. Pues que se ha muerto y punto. Cuando te mueras tú, ¿qué te
crees, que se va a acabar el mundo, gilipollas? ¡Te vas a morir! ¡Tarde
o temprano nos vamos a morir todos! ¡Ya está! ¡Se acabó el misterio!
¿Qué más quieres saber? ¿Cuándo te vas a morir? ¿Cómo te vas a
morir? ¡¡Eso no se puede saber!! ¡¡No se puede saber!! ¡¡Da igual!!
¡¡Lo importante es cómo quieres vivir, no cómo te vas a morir!! ¿Te
enteras? ¿Eh? ¿Te enteras? Pues entérate.
(Silencio.)
Mujer.– Míralo. Ahí está. Ahí está. ¡Sol! ¡Ven aquí! ¡Sol! ¡Ven aquí!
¡Que viene! ¡Ven aquí, mi amor! ¡Ven! ¡Que está viniendo!
Hombre.– Sí.
Mujer.– No se puede ser tan despistado.
Hombre.– No. Lo siento.
Mujer.– No pasa nada. No pasa nada.
Novia.– Hombre, es una oportunidad que tenéis para ver algo que no se
ve normalmente. Normalmente la percusión siempre se escucha con
los demás instrumentos, y con él tenéis la oportunidad de disfrutar solo
de los platillos. No sé, me parece una cosa muy especial. Muy diferen-
te. Y muy bonita. Sin más. No vais a ver un concierto.
(Pausa.)
(Pausa.)
(Pausa.)
(Silencio.)
Hermana 1.– Yo creo que esto que nos has dicho te lo deberías pensar un
poquito.
Músico.– Hola.
Todos.– Hola.
(Se prepara.)
(El Músico comienza a esperar. Por su cabeza pasa la música. Espera que llegue
su momento. Da una vez. Espera. Dos veces. Espera. Una vez. Espera. Dos veces.
Espera. Muchas veces muy cortitas. Coge carrerilla… Espera.)
Hermana 1.– Alfonso, mira, perdona. Es que nosotras como no somos tan es-
pecialistas como tú, nos cuesta seguirte un poco, ¿sabes? Entonces, claro,
me imagino que si sabes música tiene que ser un disfrute muy grande…,
pero nosotras no lo entendemos. Esto es más para iniciados creo yo, ¿no?
Hermana 2.– Yo creo que sí.
Hermana 1.– Bueno, pues mejor te dejamos ensayar tranquilo, ¿Eh? Nos
vamos.
Hermano.– ¿Qué?
Hermana 1.– Que hay que dejarle ensayar para que luego ensaye más
aún, ¿eh? Vámonos. (A la Novia. ) Mañana hablamos. ¿Vale?
(Pausa.)
16. El Milagro
Jardín. Ext. Día
(Todos miran.)
Cuatro.– Antes de cogerla habría que hacerle una foto. O llamar a más
gente para que la vieran, que luego no nos van a creer.
Tres.– Yo creo que esto…, cuanta menos gente lo sepa, mejor.
Uno.– Es muy raro.
Cinco.– Es una manzana muy bonita. O una ciruela muy bonita. Pero que
es bonita, vaya…
Dos.– Si la cogemos, nos la comemos, ¿no? Probamos a qué sabe. Ya que
la hemos cogido. Vamos, digo yo.
(Silencio.)
(Las cuatro mujeres rezan un Ave María sin que entendamos las palabras. Solo
llega la musiquita baja y las «eses» escapándose de los labios.)
Abuela y Nieto
La que guarda
La que guarda.– Guardo los corchos. Las gomas. Las cajas de bombones,
si son bonitas. Guardo los cuchillos sin mango para remover la tierra
de las macetas. Guardo los manteles. Guardo los plásticos para tapar
las plantas cuando hiela. Guardo el carrito de los niños por si alguien
lo necesita, y guardo las maletas para poder guardar cosas. Uno no
sabe cómo le va a ir en la vida, por eso está bien guardar. No hay que
ser avaricioso, eso es otra cosa. El que guarda algo tiene, y puede dar
algo. Uno ve un céntimo y le parece poca cosa, pero el dinero no son
más que céntimos uno encima del otro. Cuando se tiene, uno olvida de
dónde viene. Uno no se puede olvidar de dónde viene. No se puede
olvidar de dónde vienen sus padres y sus abuelos, y sus bisabuelos.
Las cosas no salen de la nada. También guardo los botes de cristal y las
tapas, para hacer conservas. Todo lo que tengo está aquí. Para que lo
disfruten mis hijos, y mis nietos. No hay mayor satisfacción que poder
dejar algo. Que sea más fácil para ellos. No pido más. Que para ellos
sea más fácil.
Fin
¿Son los libros que reseñamos en esta sección los diez mejores que se
han publicado en España desde el año 2000? No aspiramos a tanto.
Es cierto que al hacer una selección de libros, de obras dramáticas, de
películas, siempre se está valorando a los elegidos por encima de otros
que han quedado fuera. Toda lista tiene una parte de inevitable injusticia:
siempre habrá algún libro excelente que ha sido obviado frente a otros que
aparecen entre los elegidos.
Por ello nos conformamos con que esta selección (que ha sido objeto
de discusiones, a menudo apasionadas, dentro del Consejo de Redacción)
llegue a ser lo que pretende: una muestra representativa de lo que ha sido
la edición teatral española en los años del siglo xxi que llevamos vividos.
Hemos buscado libros con distintos enfoques, con objetivos y con forma-
tos diferentes, y hemos procurado que ninguno de los campos del arte tea-
tral quede sin tocar. Si hemos acertado, esta lista reflejará las luces y las
sombras de un ámbito casi abandonado por las grandes editoriales y que,
en algunos casos, no puede dejar de recurrir a las traducciones.
Esta lista, en conclusión, intenta ser un retrato. Esperamos simple-
mente que lo que ha quedado plasmado en el lienzo se parezca un poco al
modelo.
¿El orden o la libertad? El teatro es el lugar donde se debaten las ideas en-
carnadas por los personajes. Pero al artista no debe notársele detrás de los
personajes».
Buena parte de los materiales aquí publicados se encuentran ya en La
escritura dramática, pero en este volumen se completan con una reflexión
sobre la dirección escénica, la interpretación, la recepción teatral o la en-
señanza teatral. De esto modo, el lector tiene acceso a una poética que,
aunque personal y parcial (todas lo son), posee la ventaja de que viene de
un hombre de teatro y, por lo tanto, ha sido verificada en los escenarios,
ha sido refrendada por el público y los premios y, en segundo lugar, está
escrita por un pedagogo y, en consecuencia, es accesible sin dejar de ser
profunda.
samiento de Appia que subyace en todo este periodo artístico fue la idea
de la creación de la «obra de arte total», vista como máxima de la filosofía
artística de la modernidad. Esta aspiración recorrerá del romanticismo al
expresionismo y girará constantemente por la atmósfera de la creatividad
de todas estas décadas sin encontrar acomodo ni representación final.
Appia plasmó sus ideas en numerosos escritos y textos teóricos que,
al igual que sus diseños, influyeron en algunos de los protagonistas del
teatro de su tiempo, como Gordon Craig, Constantin Stanislavski o Max
Reinhardt. De hecho, Appia ejerció una gran influencia, por sus princi-
pios en el uso de la luz y la escena arquitectónica, en personalidades que
van desde el Vieux Colombier de Copeau a las escaleras de Jessner.
Sus propuestas las desarrollará después el escenógrafo Emile Petrorius,
en el Bayreuth de los años 30 y de forma más evidente Wieland Wagner
con sus montajes tras la ll Guerra Mundial. Sus textos teóricos funda-
mentales son La puesta en escena en el drama wagneriano de 1895, La música y la
puesta en escena de 1899 y La obra de arte viviente de 1921. En la edición que
aquí se reseña cabría criticar el muy escaso soporte de imágenes. Cuando
aparecen, están situadas lejos de su referencia en el cuerpo de texto y cla-
ramente carente de calidad fotográfica. Destaquemos, sin embargo, que la
aparición del volumen provocó la organización de una exposición antoló-
gica con sus dibujos originales en el Círculo de Bellas Artes, muestra que
generó, a su vez, un catálogo sobre nuestro protagonista y su obra. Y de
eso se trata, la aparición de un libro oportuno y necesario debe inaugurar
la continuación investigadora sobre el asunto en cuestión.
Anne Bogart. La preparación del director. Siete ensayos sobre teatro y arte.
Barcelona: Alba Editorial, 2008
¿Por qué nuestra revista ha distinguido este libro dentro de esta sección
que reseña diez libros de teatro importantes publicados en lo que llevamos
de siglo xxi?
No es un libro extenso; apenas tiene centenar y medio de páginas que
se leen en un par de horas; no es un manual que explique cómo se monta
un espectáculo teatral; a pesar del título no describe ningún programa
pedagógico; no analiza en profundidad ningún texto teatral ni describe
cómo se prepara un director antes de comenzar los ensayos de una nueva
obra. ¿Cuáles son entonces los méritos para destacar este libro entre los
publicados en la última década?
La elección del tema es uno de ellos. No es habitual en la literatura
teatral española la publicación de libros sobre el trabajo del director de
escena, a pesar de ser esta una profesión cuyo prestigio va en ascenso. Su
papel hace tiempo que ya no se limita a ordenar las entradas y salidas de
los actores y a hacer que pronuncien sus réplicas con cierta gracia; ahora
lleva a cabo un trabajo de gran complejidad para el que se necesita una in-
tensa preparación previa. Poco es, sin embargo, lo que en nuestro país se
divulga en forma de libros sobre dicha preparación y ese poco suelen ser
traducciones de otras lenguas, de otros países en los que sí parece existir
un interés mayor por el trabajo del director escénico.
Mérito es, por lo tanto, la mera publicación de un libro sobre el tra-
bajo del director. Mérito, sobre todo, para la editorial que se atreve con
la impresión de un libro cuya venta se prevé escasa. Pero también es
un mérito el original enfoque que la autora le da al contenido del libro,
pues no encontramos en él ni una serie de ejercicios escénicos, ni un
sistema de trabajo para aplicar en los ensayos ni tampoco un plan peda-
gógico para enseñar dirección escénica. Lo que la autora nos ofrece son
siete pequeños ensayos, siete meditaciones sobre el teatro, centradas
en el proceso de ensayos, en los acontecimientos a veces sorprenden-
tes que ocurren en su transcurso y en la relación escenario-sala, en la
recepción que el espectador hace del espectáculo. Hay un fuerte com-
ponente de experiencia personal, abundan los relatos sobre lo que hizo
o dijo un intérprete durante un ensayo dirigido por la autora o sobre lo
que un colega le contó y que desencadenó una serie de dudas, una re-
flexión que a veces provoca el tambaleo de ideas firmemente arraigadas
durante años.
Las siete reflexiones que dan título a esta publicación están repartidas
en siete capítulos, cada uno de los cuales aparece denominado con una
emoción: memoria, violencia, erotismo, miedo, estereotipo, vergüenza y
resistencia. En cada capítulo la autora reflexiona sobre la influencia que
cada uno de estos estados o emociones tienen en el proceso de creación de
un espectáculo, y en la recepción que de este hace el espectador. Y lo hace
desde un ángulo sorprendente, desde un punto de vista insólito, contrario
a veces a la lógica habitual y, sin embargo, tras leer sus claros y sencillos
razonamientos, apoyados por ejemplos tomados de anécdotas ocurridas
durante ensayos dirigidos por ella o relatados a ella por otros directores,
Anne Bogart nos hace concluir: «¡Caramba, pues tiene razón! No se me
había ocurrido verlo así».
¿Es bueno el empleo de estereotipos en la actuación? Nuestra res-
puesta inmediata será negativa, nuestro sentido común afirma que el es-
tereotipo no es bueno para el teatro, limita la imaginación del actor y del
espectador, es previsible, tosco e introduce la mentira en el espectáculo.
Pero Anne Bogart nos dice que si en lugar de rechazarlo cuando hace su
aparición, se lleva a su extremo, el estereotipo deja de serlo y otorga a la
escenificación un intenso aspecto de vida real.
¿Debe emplearse la violencia en los ensayos? Como si de un acto re-
flejo se tratase, diremos que no, que la violencia es contraria al arte. Anne
Bogart argumenta que la violencia no solo es útil en los ensayos, sino que
es imposible prescindir de ella.
¿Se debe permitir al actor sentir vergüenza en el ensayo o durante su
actuación ante el público? Bueno, a estas alturas ya puede imaginar el lec-
tor lo que nos dice Anne Bogart; nos dice lo contrario de lo que se nos dice
habitualmente; nos dice que el actor que no sienta vergüenza de lo que
está haciendo en escena, probablemente estará aburriendo al espectador.
Jorge Saura
Itziar Pascual
Yolanda Mancebo
Borja Ruiz Osante. El Arte del Actor en el siglo xx. Un recorrido teórico-
práctico por las vanguardias. Bilbao: Editorial Artezblai, 2008
Domingo Ortega
Notas
1
Hablamos de la última traducción al castellano de los dos volúmenes de
Konstantín Stanislavski El trabajo del actor sobre sí mismo en el proceso creador de la
vivencia y El trabajo del actor sobre sí mismo en el proceso creador de la encarnación, de 2003
y 2009, respectivamente.
Helena S. Kriúkova
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«Obras citadas». Ejemplos:
Monografías:
Doménech, Ricardo. García Lorca y la tragedia española. Madrid: Fundamentos, 2008.
Documentos electrónicos:
Rodríguez cuadros, Evangelina; Jordá, Tatiana y Canet, J. L. Iconografía del actor
[En línea]: <http://parnaseo.uv.es/Ars/ARST6/documentacion/actor.html> [Consulta:
28/5/09].
Rodríguez cuadros, Evangelina. «Actores y actrices de Calderón«. Acotaciones. Julio-
Diciembre 2000, núm. 5. [En línea]. <http://www.resad.es/acotaciones/acotacio-
nes5/5rodriguezcuadros.pdf> [Consulta: 28/5/09].
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