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Veamos: El daño jurídico, el resarcible, el reparable, tiene que cumplir con una serie de requisitos que enseña la
doctrina: debe ser cierto, concreto, directo, personal, diferenciado.
El daño ambiental no cumple con ninguno de estos requisitos, pues es indirecto o reflejo, impersonal, muchas veces
incierto, hasta hipotético o conjetural, es de causalidad difusa, es decir, presenta para el operador jurídico un desafío
enorme de redefinición, aggiornamiento de los conceptos clásicos del derecho de daño porque el instrumental jurídico
tradicional “disfunciona” frente a la problemática del daño ambiental.
La doctrina civilista enseña que son presupuestos de la responsabilidad por daño, en primer lugar, la “antijuridicidad”
o la ilicitud; segundo, el factor de atribución o de imputabilidad que puede ser objetivo o subjetivo; tercero, la relación
de causalidad; y, cuarto, el daño. En realidad, este cuarto requisito o presupuesto de responsabilidad por daño es el
primero de todos, porque si no hay daño no se puede ingresar dentro de la materia.
En diversas Leyes Generales del Ambiente, también denominadas Leyes de Base o Leyes Orgánicas, de América
latina y el Caribe hay conceptos de daño ambiental, que lo plantean como “toda lesión, menoscabo, deterioro”.
Se utilizan distintas palabras para un significado común: lesión, menoscabo, deterioro, disminución, perjuicio,
“significativo”, “inferido al ambiente o alguno de los elementos que lo integran”. Algunas agregan que esa
alteración significativa o relevante, debe ser además, “antijurídica” o “ilícita”.
Veamos un requisito que desde el punto de vista del daño ambiental, puede generar problemas para en su
determinación:
La relación de causalidad es, probablemente, el “talón de Aquiles” de la responsabilidad por daño.
Para empezar, hay que decir que la relación de causalidad es un concepto diferente en el derecho del que se utiliza en
las ciencias duras, las ciencias de la naturaleza.
Jorge Mosset Iturraspe destaca que el enfoque científico no necesariamente coincide con el jurídico. En realidad, la
relación de causalidad o el nexo de causalidad en el derecho, es un nexo de imputabilidad. El profesor Isidoro
Goldenberg dice que la relación de causalidad es un juicio de probabilidad retrospectivo, en abstracto; objetivo, es un
juicio de idoneidad. Por otra parte, la culpabilidad es un juicio de previsibilidad en concreto, atendiendo a las
circunstancias de tiempo, lugar y personas.
El nexo causal responde a la siguiente pregunta: tal hecho ¿es de por sí, apto o idóneo, normalmente, en forma regular,
para producir este hecho dañino? La relación de causalidad es lo que la doctrina denomina la prognosis póstuma o lo
que el Código Prusiano llamaba el quod plerumque fit, es decir, un juicio de regularidad, lo que ocurre normalmente,
“según el curso normal y ordinario de las cosas”. Siendo la relación de causalidad un juicio de probabilidad, desde el
punto de vista del derecho, es una posibilidad que se acerca a la certeza. El derecho no exige certeza absoluta, se basa,
fundamentalmente, en sistemas de reproches y de responsabilidad frente a la conducta positiva o negativa del sujeto de
derecho.
El daño ambiental contiene una problemática propia inherente a la cuestión medioambiental; cierto grado de
“incerteza” o “incertidumbre”. Hace tiempo que, aún dentro del campo de las ciencias duras o de las ciencias de la
naturaleza, se ha abandonado la idea del determinismo, de la relación de causalidad absoluta, de causalidad cierta e
indubitable. Si las ciencias físicas y las de la naturaleza nos están enseñando que hay que tener en cuenta elementos de
incerteza, no hay razón por la cual en el ámbito de la responsabilidad por daños y, en particular, por daño ambiental,
se exija una relación de causalidad absoluta, indubitable, lejos de la idea de la probabilidad.
Lo cierto es que el Derecho ambiental tiene hoy en día soluciones incluso singulares en materia de relación de
causalidad. Dada esta situación, se han generado una serie de teorías en materia de relación de causalidad que tratan de
aligerar la carga de la prueba, de suavizar la exigencia de prueba con respecto a la relación de causalidad, porque se
sabe que puede fracasar todo el sistema de responsabilidad si no se prueba el nexo de causalidad entre la actividad
presuntamente o potencialmente dañina y el daño.
Una de las teorías que se aplica, es la holandesa de la causalidad disyuntiva o alternativa, también llamada “teoría de
la responsabilidad colectiva”.
En Argentina ya aparece consagrada en la ley 25.675 o Ley General del Ambiente que más adelante trataremos con
relación a este tema. También se la conoce como la teoría de la responsabilidad anónima, la que se cumple cuando
existe un grupo presuntamente responsable. En ese caso, la reacción del derecho es tornar responsable a todos
solidariamente y darles derecho a repetición. La Ley General del Ambiente de Argentina 25675 dispone, por ejemplo,
en el artículo 31, que producido un hecho de daño ambiental colectivo cuando hubiera dos o más personas, dos o más
industrias y no se supiera el aporte de cada uno de ellos a la producción del daño ambiental “todos serán responsables
solidariamente por la reparación frente a la sociedad”.
Esta norma en realidad está basada en la teoría de la causalidad alternativa; trata, de esta manera, de aligerar el
régimen de responsabilidad. Por ejemplo, en una situación de contaminación por hidrocarburos, en la zona donde se
generó aparentemente el hecho o zona de afectación, las empresas tienen lo que se llama una pluma contaminante, que
genera una zona de afectación. En el sector afectado por este hecho, basta con ubicar a las dos o tres industrias que
manipulan o producen hidrocarburos para considerar que alguna de ellas, debe haber sido la responsable. Si no se
conoce el aporte individual de cada una de ellas al daño, la Ley señala es que son todas responsables solidariamente
por la reparación del daño ambiental.
También existen sistemas probatorios que tratan de aligerar la carga de la prueba desde la inversión de la carga de la
prueba con base en el principio de precaución, pasando por las llamadas pruebas “prima facie”; o bien, sistemas de
presunción de responsabilidad o de causalidad hasta la aplicación de principios procesales tan viejos como res ipsa
loquitur, es decir, dejar que los hechos hablen por sí mismos, en virtud de la cual se generan presunciones en contra
del sujeto al que se le imputa un hecho de responsabilidad por daño ambiental.
Desde hace ya tiempo, la doctrina judicial argentina plantea que el daño ambiental tiene mucho de inasible, de
cambiante, como en el caso de los compuestos tóxicos.
También, dice que el juez no debe actuar de forma rutinaria, pues debe aplicar un sistema de apreciación especial
diferente al clásico. Asimismo, reconoce que el análisis debe ser integral, totalizador, “holístico”, con especial
importancia en la prueba de presunciones. Para la doctrina argentina el daño ambiental se prueba con pruebas de
presunciones, es decir, se prueba con prueba indirecta, con indicios plurales y concordantes, que generen
convicciones, inferencias, deducciones, presunciones, las que, en su conjunto, sirven para justificar la condena o la
imputación condenatoria en casos de daño ambiental.
- Hacia un concepto o definición de Daño ambiental: Es una expresión ambivalente que designa, por un lado, el
daño al ambiente en sí mismo o e daño ambiental colectivo, lo que, a mi juicio, siguiendo la ley argentina, es toda
alteración negativa relevante del ambiente, del equilibrio del ecosistema, de los recursos, de los bienes o valores
colectivos. En realidad, la definición de la ley argentina es el fruto del desarrollo de la legislación latinoamericana y
caribeña, como se señaló supra.
El daño ambiental produce pérdidas o menoscabos de oportunidades, de expectativas de vida; una disminución de la
aptitud vital genérica de la víctima, real o potencial, se dice en la jurisprudencia argentina.
De esta manera, reviste la doble naturaleza de daño colectivo e individual, sobre lo cual ahora veremos.
Lorenzetti describe al daño ambiental como "un bien no monetizable que, sin embargo deberá tasarse, evaluarse,
apreciarse en términos económicos, para establecer de esta forma mecanismos de reparación en especie, justos,
equitativos, proporcionados a la magnitud del daño ocasionado a la comunidad, por la disminución, pérdida,
deterioro, inquinamiento, lesión, daño o menoscabo del patrimonio natural y/o cultural y/o de compensación o
fijación de monto indemnizatorio, que tomen una realidad incontrastable, lo necesariamente, preventivo de la
tutela y efectivo del derecho ambiental del siglo XXI" (2).
Según Bustamante Alsina, el daño ambiental “es una expresión ambivalente, pues designa no solamente el daño que
recae en el patrimonio ambiental que es común a una comunidad, en cuyo caso hablamos de "impacto
ambiental", sino que se refiere también al daño que el medio ambiente ocasiona de rebote (par ricochet, como dicen
los franceses) a los intereses legítimos de una persona determinada, configurando un daño particular que ataca un
derecho subjetivo y legitima al damnificado para accionar en reclamo de una reparación o resarcimiento del
perjuicio patrimonial o extrapatrimonial que le ha causado” (3).
En Argentina hubo un fallo muy interesante de la justicia contencioso-administrativa de la ciudad de Buenos Aires.
La Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires inició ante la Justicia Nacional en lo Civil una acción contra
el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y los titulares y/o propietarios del inmueble sito en la avenida
Juan B. Alberdi nº 2476 (“Casa Millán”) tendiente a obtener la preservación del patrimonio cultural e histórico de la
Ciudad. Sostuvo que la omisión de protegerlo amenazaba y lesionaba derechos de incidencia colectiva. También
solicitó el dictado de una medida cautelar que evitara su demolición.
Al comparecer al proceso, CIADA CONSTRUCCIONES S.A., demandada, denunció que adquirió el inmueble de la
Av. Juan B. Alberdi nº 2476 los Sres. Lauro el 22/11/00 y solicitó que se dejara sin efecto la medida cautelar
peticionada por la Defensoría, ya que el 23/11/00 el inmueble fue demolido, previa presentación del pertinente plano
de obra y obtención del correspondiente permiso de demolición y de obra nueva por parte del Gobierno de la Ciudad,
condición que había requerido al vendedor para efectuar la operación de compra venta. Ante esa circunstancia, la
Defensoría del Pueblo solicitó que se condenara a resarcir el daño moral colectivo. El juez interviniente condenó a
CIADA a abonar la suma de $ 1.000.000 y al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, codemandado, a afectar una
suma igual a la preservación, recuperación y difusión del patrimonio cultural, por medio de un programa a llevar a
cabo por la Comisión de Patrimonio Histórico de la Ciudad. La Sala II de la Cámara de Apelaciones en lo
Contencioso Administrativo y Tributario, por mayoría, resolvió: “Confirmar la sentencia de primera instancia,
excepto en lo relativo al monto de condena que se fija en la suma de $ 500.000 en el caso de Ciada Construcciones y
$ 550.000 a cargo del GCBA..”(4)
Estas son las soluciones novedosas que hacen distinto al Derecho ambiental. La relación de causalidad es diferente de
la clásica, no debemos alejarnos de las reglas de la sana crítica ni del concepto de causalidad adecuada. Lo único que
debemos hacer es tratar de flexibilizar el requisito de causalidad del concepto de daño, porque, paradójicamente, en
palabras del profesor Augusto Morello “es igual pero diferente” que el clásico.
“El daño ambiental comprende, además, la amenaza, el riesgo o la lesión.”
El Derecho ambiental tiene pretensiones regulatorias en la etapa del riesgo y ella es la que le da potencialidad o
ámbito de aplicación al principio precautorio y al de prevención.
Por otra parte, tiene “una pretensión de regulación continua”, como lo enseña Ricardo Lorenzetti, de manera que, una
vez ocurrido el daño el régimen de “responsabilidad” por daños pasa por volver las cosas a un estado anterior,
restablecer o recomponer. Remediar es lo que tiene urgencia y prioridad en materia de daño ambiental. Ocurrido el
daño ambiental, sea in situ sea ex situ, se debe recomponer o compensar ambientalmente; si no es posible, entonces se
deberá recurrir a la pretensión en subsidio, de naturaleza reparatoria o resarcitoria económica, es decir a la
indemnización.
Esto enseña el Artículo 41 de la Constitución Nacional cuando establece que “…El daño ambiental generará
prioritariamente la obligación de recomponer, según lo establezca la ley…”
Lo que queda claro es que daño ambiental es daño colectivo y como tal tiene un componente de derecho público, más
allá de su mixtura. Daño privado y daño público pueden ocurrir al mismo tiempo y sin excluirse.
La contaminación ambiental no tiene fronteras, no tiene límites en el tiempo ni en el espacio, ni en las personas, de
manera que se presenta como un hecho que puede generar daños progresivos, acumulativos y a futuro.
Debido a ello, tiene mucha importancia en el Derecho ambiental el principio o criterio de equidad intergeneracional.
Daniel Sabsay plantea que el concepto de “futuridad” en el Derecho ambiental, indicando que es clave en la
interpretación de los diversos temas.
Ricardo Lorenzetti señala que hay un nuevo sujeto de derecho colectivo protegido, que son “las generaciones
futuras”.
De tal manera, el derecho debe actuar con un sentido muy amplio, muy flexible para poder captar una problemática
tan diferente y relevante como lo es la ambiental.
Se debe tener presente que el Derecho ambiental es un presupuesto del desarrollo humano, porque el daño ambiental
produce menoscabo no solamente en las oportunidades y en la expectativa de vida de los individuos y de la
comunidad en general, sino que también sella la suerte de una colectividad en términos de futuro.
Un fallo notable en la materia ha sido de la Corte Suprema de Justicia Argentina, en el caso “Mendoza, Beatriz S. y
otros c/ Estado Nacional y otros s/ daños derivados de la contaminación ambiental de la Cuenca Matanza
Riachuelo”, en especial, la resolución de apertura de dicha causa del 20/06/06 y la sentencia dictada el 8 de julio de
2008, en relación a las pretensiones de recomposición y prevención del daño ambiental colectivo. (5)
Es que la demanda de reparación de pasivos ambientales coloca a sus demandantes frente a casos que iluminan al
nuevo paradigma del derecho ambiental, cuya clave de bóveda es la proyección hacia el futuro, a través de
procedimientos atípicos, adaptativos, plásticos, pragmáticos, transversales, en el que el juez ejerce facultades amplias
moldeadoras, que conllevan un grado de flexibilidad procesal extraordinario (necesario a los fines pro-
ambientales), donde las decisiones que se adopten influirán o incidirán sobre terceros que no han sido parte en el
proceso, que en su mayoría no han sido oídos y ni siquiera han intervenido como terceros en él. Es así que la actuación
del accionante debe ajustarse a las especiales características que impone el nuevo paradigma ambiental, para que
pueda verse efectivizada en el plano de la realidad la aludida remediación del ambiente. (6)
Las “funciones” de la responsabilidad civil. Hay que reflexionar si la función del Derecho de Daños se agota en
indemnizar a la víctima de un menoscabo patrimonial o extrapatrimonial o bien si es necesario también idear
soluciones que se alojen en un instante o estadio anterior al acaecimiento del perjuicio.
La premisa de indemnizar pecuniariamente las consecuencias inmediatas o mediatas, según el caso, que generare un
evento dañoso, en un principio tuvo un carácter netamente sancionatorio para el dañador y luego fue girando hacia la
idea de reparación de la víctima de un daño injustamente sufrido.
En la actualidad existe un consenso prácticamente generalizado en cuanto a que la responsabilidad civil entendida
sólo como un mecanismo tendiente al resarcimiento de daños ya acaecidos es insuficiente.
Por el contrario, se propicia la introducción de mecanismos y técnicas que, desde el Derecho de Daños, vayan
dirigidas concretamente a la evitación de perjuicios probables o previsibles y también a la sanción de aquellos agentes
que actúen a través de conductas cuya gravedad merezca una reacción adicional.
Es ésta la línea que han seguido los autores del nuevo Código al incluir dentro del Título V, Capítulo Primero, Sección
Primera, dedicada a regular las disposiciones generales sobre la responsabilidad civil, donde aparece el artículo
1708: “Funciones de la responsabilidad. Las disposiciones de este Título son aplicables a la prevención del daño, a
su reparación, y a los supuestos en que sea admisible la sanción pecuniaria disuasiva”.
De este modo, se amplían las funciones del Derecho de Daños, agregándose a la par de la faz resarcitoria o
reparatoria, las funciones preventiva y disuasiva o punitiva.
La ampliación de las funciones de la responsabilidad civil revitaliza el sistema y lo torna mucho más compatible con
los caracteres del daño ambiental.
Esto es así debido a que en materia de perjuicios ambientales nos encontramos generalmente frente a situaciones
continuadas en el tiempo e irreversibles en sus efectos.
El fin último del resarcimiento del daño, cual es el de volver las cosas al estado anterior a la producción del mismo
(artículo 1083 del Código Civil anterior), resulta de cumplimiento imposible en la mayoría de los casos.
Podríamos preguntarnos entonces ¿Cuánto vale la extinción de una especie de aves o de elefantes? ¿Qué valor tiene la
afectación del paisaje por la construcción de un complejo habitacional que altera notablemente el hábitat? ¿Qué precio
le asignamos a la destrucción de un inmueble perteneciente al patrimonio histórico de la ciudad que ha sido demolido
para construir un edificio? .Todos estos interrogantes y dificultades teóricas y prácticas han enderezado los esfuerzos,
en materia ambiental, hacia la búsqueda de mecanismos de anticipación del daño.
Función preventiva. Sostiene la jurisprudencia que “Se deben instrumentar las herramientas que en una clara
actitud de "evitación" sean capaces de lograr que se obtenga el objetivo apuntado en el artículo 41 de la Constitución
Nacional, donde "El derecho ambiental debe tener un carácter eminentemente preventivo por motivos funcionales y
teleológicos" y "desde el punto de vista del análisis económico del derecho, la preferencia por los instrumentos de
actuación "ex ante", frente a los instrumentos "ex post", origina dudas serias sobre la utilidad del instituto de la
responsabilidad".
En los Fundamentos del nuevo Código Civil y Comercial se indica que: “En los derechos de incidencia colectiva,
surge con claridad que la prevención es prioritaria y precede a la reparación, sobre todo cuando se trata de bienes
que no se pueden recomponer fácilmente. En estos casos se observa además la “tragedia de los bienes comunes”, ya
que los incentivos para cuidarlos son mínimos, y por eso es un ámbito en el que se reconoce la facultad judicial de
aplicar multas civiles o daños punitivos”.
Bajo este paradigma es que el Código, luego de exponer sobre cuáles serán las funciones específicas de la
responsabilidad civil, desarrolla la función preventiva entre los artículos 1710 y 1713.
El primero de los dispositivos citados aporta lo siguiente: “Deber de prevención del daño. Toda persona tiene el
deber, en cuanto de ella dependa, de: a) evitar causar un daño no justificado; b) adoptar, de buena fe y conforme a
las circunstancias, las medidas razonables para evitar que se produzca un daño, o disminuir su magnitud; si tales
medidas evitan o disminuyen la magnitud de un daño del cual un tercero sería responsable; tiene derecho a que éste
le reembolse el valor de los gastos en que incurrió, conforme a las reglas del enriquecimiento sin causa; c) no
agravar el daño, si ya se produjo”.
Este deber genérico de prevención del daño impuesto por el artículo transcripto enmarca de modo certero el principio
de prevención contenido en el artículo 4° de la ley 25.675 y torna exigible a toda persona, dentro del sistema de
Derecho de Daños en general, y del Derecho de Daños Ambiental en particular, una conducta consistente en la
evitación de perjuicios.
Claro está que la frase “en cuanto de ella dependa” debiera entenderse como la exigibilidad de acciones que se
encuentren al alcance o dentro de la esfera de control de la persona, excluyéndose aquellos comportamientos que
resulten de cumplimiento imposible o que impliquen conductas irrazonables o “heroicas”.
En cuanto a la procedencia de mecanismos de prevención del daño ambiental por sobre los estrictamente resarcitorios,
podemos destacar lo sostenido por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en la Causa Mendoza: “… la presente
causa tendrá por objeto exclusivo la tutela del bien colectivo. En tal sentido, tiene una prioridad absoluta la
prevención del daño futuro, ya que —según se alega— en el presente se trata de actos continuados que seguirán
produciendo contaminación. En segundo lugar, debe perseguirse la recomposición de la polución ambiental ya
causada conforme a los mecanismos que la ley prevé, y finalmente, para el supuesto de daños irreversibles, se tratará
del resarcimiento”
En la misma línea, la ley general del ambiente N° 25.675 consagra la plena aplicación de los principios preventivo y
precautorio (artículo 4°) y la prioridad de la recomposición del daño ambiental, colocando al resarcimiento mediante
indemnización en una posición subsidiaria y solo para el caso en que no resulte técnicamente factible la
recomposición (artículo 28). Por su parte, el último de los incisos del artículo 1710, al imponer el deber de no agravar
el daño ya producido, refleja también una idea consolidada en materia ambiental.
Luego de este “deber genérico de evitación”, el Código avanza un poco más e incluye una serie de dispositivos de
tinte más bien procesal (artículos 1711 a 1713) que regulan el ejercicio y la tramitación de la denominada “acción
preventiva” que nace frente a un hecho u omisión antijurídica que haga previsible la producción de un daño.
Ingresando al estudio de estas normas, podría decirse que el artículo 1711 exige la previsibilidad de la producción del
daño ya que nos encontramos aquí en el campo de la prevención. Por el contrario y recordando que las normas
analizadas forman parte de la teoría general de la responsabilidad civil, no se ha previsto regulación alguna en el
Código respecto al principio precautorio en materia ambiental, el que opera frente a daños o riesgos imprevisibles,
generados en el campo de la incerteza científica.
También la operatividad del artículo 1711 presupone la antijuridicidad en la conducta de aquel que tiene a su cargo el
deber de prevención. Ahora bien, cabe reflexionar si este requisito debe ser entendido del modo tradicional; esto es
una antijuridicidad subjetiva y formal, a la manera en que lo ha reglado el Código vigente, siguiendo en este punto los
preceptos del derecho penal.
Vale destacar que en materia ambiental esta postura resulta insuficiente, al punto que parte de la doctrina propicia la
inexigibilidad del requisito de la antijuridicidad formal para la procedencia del daño, resultando además
completamente irrelevante la autorización administrativa previa para la activación del sistema de responsabilidad por
daño ambiental.
Podría pensarse que esta situación queda subsanada si se recurre al texto de los Fundamentos presentados por la
Comisión, según el cual se entiende por cumplido el requisito de la antijuridicidad con la mera violación al deber
genérico de prevención consagrado en el artículo 1710.
El razonamiento resulta convincente debido a que si el Proyecto introduce un deber expreso de prevenir, la sola
omisión de tal exigencia torna operativa la acción preventiva regulada en el artículo 1711, independientemente de que
la actividad o proyecto cuenten con autorización administrativa o no conculque norma alguna prevista por el resto del
ordenamiento jurídico.
Se responde, en conclusión, aún por daños causados a través de actividades perfectamente lícitas y autorizadas
administrativamente.
Por último, el artículo en análisis no exige la procedencia de ningún factor de atribución, lo cual resulta acertado ya
que la tutela inhibitoria prescinde totalmente de este requisito de la responsabilidad civil. No puede imputarse ningún
comportamiento subjetivo u objetivo -entendido este último en el sentido tradicional de los factores objetivos de
atribución- al agente por un daño que todavía no se causó pero que sí puede producirse en el futuro.
El artículo que sigue, el 1712, legitima para iniciar o promover la acción preventiva a “quienes acreditan un interés
razonable en la prevención del daño”.
Si de Derecho Ambiental se trata, claro está, el dispositivo debe ser releído bajo los preceptos procesales contenidos
en la normativa microsistémica. La única condición que exige el Código radica en la acreditación de un “interés
razonable” -en nuestro caso- respecto a la prevención de daños ambientales.
Este concepto jurídico indeterminado debiera ser interpretado, ante la duda, del modo en que mejor favorezca la tutela
del bien colectivo ambiental y aplicando la máxima del “in dubio pro naturaleza”, propendiendo siempre a la apertura
legitimatoria como puerta de entrada al proceso judicial en defensa de los derechos fundamentales, principal garantía
del acceso a la justicia.
Dentro del articulado dedicado a la función preventiva, el Código dispone que “La sentencia que admite la acción
preventiva debe disponer, a pedido de parte o de oficio, en forma definitiva o provisoria, obligaciones de dar, hacer o
no hacer, según corresponda; debe ponderar los criterios de menor restricción posible y de medio más idóneo para
asegurar la eficacia en la obtención de la finalidad” (artículo 1713).
En base a ello, el juez puede exigir al legitimado pasivo acciones o abstenciones concretas tendientes a la evitación de
daños previsibles.
Se habilita al magistrado a adoptar estas decisiones a pedido de parte o también de oficio.
En materia ambiental, la última de las facultades mencionadas posee su correlato en lo normado por el artículo 32 de
la ley 25.675, según el cual se otorga la posibilidad a los jueces para que, en pos de la tutela del bien colectivo,
adopten “las medidas necesarias para ordenar, conducir o probar los hechos dañosos en el proceso, a fin de proteger
efectivamente el interés general”.
Se trata del denominado “activismo judicial” predicado para este tipo de casos (ambientales), que debe ser amplia y
razonablemente ejercitado por cada uno de los jueces que a lo largo y a lo ancho de nuestro país han debido
enfrentarse a casos vinculados a la tutela del ambiente.
La última parte del artículo 1713 introduce una pauta interesante que también ha sido muy utilizada por nuestra
jurisprudencia y que hemos visto en unidades anteriores: el juicio de ponderación
Cuando de “casos difíciles” se trata es usual que se presenten contradicciones entre los principios y normativas que
concurren a regular determinada situación. Ante estos conflictos el juez debe razonar y necesariamente preferir unos a
otros para la aplicación al caso concreto.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación claramente ha hecho suyas estas ideas al fallar, entre otros precedentes,
tales como el caso “Salas”, indicando que “La aplicación del principio precautorio -art. 4°, ley 25.675- implica
armonizar la tutela del ambiente y el desarrollo, mediante un juicio de ponderación razonable, por lo que no debe
buscarse oposición entre ambos, sino complementariedad, ya que la tutela del ambiente no significa detener el
progreso, sino, por el contrario, hacerlo más perdurable en el tiempo de manera que puedan disfrutarlo las
generaciones futuras”.
En esta línea, y conforme lo faculta el artículo 1713, el juez privilegiará la preeminencia de la prevención, la cesación
y la recomposición por sobre la reparación de los daños ambientales. Asimismo tendrá necesariamente presente el
carácter colectivo del bien que está protegiendo. Todo ello, puede hacerlo de oficio e independientemente de lo que las
partes aleguen en sus pretensiones ya que así se lo imponen los mandatos constitucionales a los que está sometido.
Por último, ponderando los intereses y principios en pugna, el magistrado pensará no sólo en las partes formales del
litigio sino en todos aquellos integrantes del grupo que serán afectados por la sentencia y, aún más, en las
generaciones venideras que también estarán alcanzadas por la decisión y a las cuales el juez está obligado a tutelar por
imperativo constitucional. Su decisión debe ser “atemporalmente convincente”
“La propuesta del nuevo Código, intenta recorrer ese camino y provee de un sistema de responsabilidad civil cuya
única función ya no es la resarcitoria o indemnizatoria sino que, por el contrario, promueve enfáticamente la
prevención de los daños y ofrece una acción específica y exigible de tutela inhibitoria, con reglas, caracteres y
efectos claros.”
Es necesario, entonces, que los operadores del Derecho Ambiental tengan a disposición y utilicen razonablemente una
teoría del Derecho de Daños funcional y apta para lograr el objetivo final que se persigue a través de la normativa
protectoria: propender a un desarrollo mucho más sostenible, con equidad para la población actual y también con
solidaridad para las generaciones futuras.
4) SU TRATAMIENTO EN LA LEY GENERAL DEL AMBIENTE.- Recordamos que en unidades anteriores nos
hemos referido a los principios de la política ambiental. Nos detendremos ahora en este estado del curso en lo
dispuesto por el artículo 4 de dicha ley que dispone: “La interpretación y aplicación de la presente ley, y de toda otra
norma a través de la cual se ejecute la política ambiental estarán sujetas al cumplimiento de los siguientes
principios…”
En especial analizaremos las derivaciones del denominado Principio de Responsabilidad que permean en diversos
artículos de esa ley.
Lo definimos con la ley indicando que “Principio de responsabilidad: el generador de efectos degradantes del
ambiente, actuales o futuros, es responsable de los costos de las acciones preventivas y correctivas de recomposición,
sin perjuicio de la vigencia de los sistemas de responsabilidad ambiental que correspondan”
Tal como aparece enunciado en la ley apunta a reforzar la idea de internalización de costos ambientales sobre todo en
cabeza del generador degradante del ambiente, conforme el principio 16 en la Declaración de Río sobre el Medio
Ambiente y Desarrollo, ONU, 1992: "Las autoridades nacionales deberían procurar fomentar la internalización de
los costos ambientales y el uso de instrumentos económicos, teniendo en cuenta el criterio de que el contamina
debería, en principio, cargar los costos de la contaminación, teniendo debidamente en cuenta el interés público y sin
distorsionar el comercio ni las inversiones internacionales", que ya hemos visto y analizado en unidades anteriores.
Asimismo sienta las bases para desarrollar un sistema de legislación nacional relativa a la responsabilidad y la
indemnización respecto de las víctimas de la contaminación y otros daños ambientales (principio 13 de la misma
Declaración de Río: "Los Estados deberán desarrollar la legislación nacional relativa a la responsabilidad y la
indemnización respecto de las víctimas de la contaminación y otros daños ambientales. Los Estados deberán
cooperar, asimismo, de manera expedita y más decidida en la elaboración de nuevas leyes internacionales sobre
responsabilidad e indemnizaciones por los efectos adversos de los daños ambientales causados por las actividades
realizadas dentro de su jurisdicción, o bajo su control, en zonas situadas fuera de su jurisdicción".
Cabe señalar que en materia de responsabilidad internacional, ya el principio 22 de la Declaración de la Conferencia
de Estocolmo de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, inducía a los Estados a cooperar para establecer el
derecho de la responsabilidad internacional en la materia. Aunque, en sucesivos Conferencias de la O.N.U, se
reconoce responsabilidades comunes pero diferenciadas (Declaración de Río principio 7, Convención sobre el Cambio
Climático, 1992, artículo 3, aparts. 2 y 3).
Esta introducción ya la habíamos abordado en unidades anteriores como dijimos, pero nos sirve para establecer
antecedentes del tema en cuestión. Pasemos ahora a los artículos de la Ley.