Está en la página 1de 1

¿Programático o absoluto?

Hombre de celuloide

En la apreciación estética hay dos facciones. Unos sostienen que la obra debe ser un universo cerrado. Son
los absolutos. Otros piensan que el arte evoca imágenes. Son los programáticos. El cine absoluto sería el
cine por el cine mismo. Sus valores serían estrictamente fílmicos: la actuación, la fotografía y el sonido.
Por su parte, el cine programático iría en pos de otros valores que incluyen el chisme de farándula, el dato
curioso y, por supuesto, la trama. Con Annette (disponible en Mubi) Léos Carax ha tratado de producir la
obra de arte total, esto es, una que resulte al mismo tiempo programática y absoluta. ¿Es esto posible? A
juzgar por el resultado, no. Escrita junto con el grupo de culto Sparks, Annette es un puro fuego de artificio
y en este sentido resulta muy congruente con la escena más famosa de Carax, la que lo lanzó a la fama en
1991, cuando en Los amantes del Pont-Neuf Juliette Binoche enloquece de amor y en el cielo de París
estallan los fuegos artificiales. Como se sabe, Annette es un musical. O, mejor, una ópera. Y desde las
primeras escenas, cuando se nos advierte que debemos dejar de respirar o cuando se nos explica que la
película costó quince millones de dólares (que es, según el autor, muy poco dinero) uno entiende que el
realizador está presumiendo descaradamente que nos va a enseñar a todos nosotros lo que el cine es. Y más
aún: lo que un musical es. Qué pretensión. Carax está anunciando que su obra va a superar a Wagner y a
Puccini; a Disney y a Lloyd Webber. Pero la verdad es que no bastan las referencias programáticas (a
Esther Williams, por ejemplo) ni la intensión de entrar, como Tommy o The Wall, en las honduras de la
familia disfuncional de nuestra pobre Annette, un personaje robado, (“prestado”, dirían los posmodernos)
de Pinocho con todo y su final predecible en que la marioneta adquiere carne y hueso. Pero bueno, al
menos la banda sonora será grandiosa, pensarán los entusiastas, después de todo la película ganó el premio
a mejor dirección en el pasado festival de Cannes. Pues no. Sparks, como su nombre lo indica es una banda
que presume de jugar con la música lanzando chispas. Y, en efecto, a lo largo de las más de dos horas y
media aparecen de pronto dos o tres melodías que despiertan al espectador del letargo en que lo han metido
letras tan insulsas como esta: “el verdadero amor siempre encuentra un camino, pero el verdadero amor se
extravía.” Esta letra (que no está elegida al azar, sino que es el leit motiv de la ópera de Carax) da razón a
aquella frase de Bernard Shaw según la cual si algo es demasiado estúpido para ser dicho siempre se puede
cantar. Gira en la red una canción de Sparks que se llama Dick Around. Si uno considera que aquello
representa la cima del arte sin duda disfrutará de Annette, sus letras frívolas, sus pésimas actuaciones
(jamás pensé que Adam Driver pudiese llegar tan bajo) y su música radiante. Aún así hay un par de
espectadores que se han dejado asombrar por los destellos de Carax. A ellos les recomendaría que entrasen
mejor en las profundidades de Bailando en la oscuridad del artista de lo absoluto Lars von Trier. Eso es un
musical y aún más: una reflexión filmada en torno a lo que es la ópera. Y la de Bjork es, sin duda, música
absoluta. En cambio, Annette… Annette es solo un intento más por recuperar las glorias del cine de
Francia. Y Carax comete la vulgaridad de tratar de revivir el gran cine de su país cantando opereta. Y en
inglés.

Naomi, una joven y bella esposa. Eitan Tzur. Israel, 2010.

Fernando Zamora

@fernandovzamora

También podría gustarte