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CARRANZA

Y LA REVOLUCIÓN DE MÉXICO
BIBLIOTECA CONSTITUCION ALISTA
TOMOS PUBLICADOS
L—Carranza t la revolución de México, por Edmun­
do González-Blanoo. Segunda edición corregida y aumen­
tada considerablemente.
n.-ÜN déspota y un libertador (El Problema de
México), por Andrés González-Blanoo.
III.—Db Porfirio Díaz a Carranza. Conferencias da­
das en el Ateneo de Madrid por Pedro González-Blanco.
1 EN PRENSA
IV. —Madbro, por Andrés González-Blanco.
V. —El clericalismo y la revolución oonstituoiona-
lista, por Edmundo González-Blanco.
VI. —El pretorianismo en México, por Andrés Gonzá­
lez Blanco.
Vil. - Leyes oonstitucionalistas comentadas , por
Franoisoo Rivera Pastor, Profesor en la Facultad de
Derecho, de Madrid. •
VIII. —Obrbgón, por Pedro González-Blanoo.
IX. —Historias db los principalbs hechos db armas
librados por el ejército coNSTiTnqiONALisTA, por Joa­
quín Alvarez.
X. —La rbaooión zapato-villista, por Andrés Gonzá-
lez-Blanoo.
XI. —La convención db Aguas Calibntbs (Dato» para ’
la Historia), por Enrique A. Salgado.
XII. —El problema económico bn México después db •
.revolución constitucionausta, por Vicente Gay,
. Profesor de Eoonomia polítioa en la Universidad de
Vallad olid.
XIII. —Pablo González, por Andrés González-Blanco.
. . XIVi—Altanado, por Pedro González-Blanco. *
XV. —Cándido Aguí lar, por Edmundo González-
Blanoo. ' ;V
XVI. —El • problema agrario bn Méxioo, por Julio
Prieto Villabrilie:
XVII. —Historia compendiada db la revolución oons-
TtTUOroNALiSTA, pór Edmundo González-Blanco.
XVIII.—Los civiles del constitucionalismo, por Pe­
dro Gouzález-Blanoo.
XIX. —Los Estados Unidos y la revolución oonstitu-.
CI0NAU8TA, por Joaquín Alvarez.
XX. —Jacinto TbbviSo, por Pedro González-Blanoo.
BIBLIOTECA CONSTITUCIONALISTA.-Tomó1.

EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

CARRANZA
Y LA REVOLUCIÓN
= DE MÉXICO =

SEGUNDA EDICIÓN

IMPRENTA HELÉNICA
PASAJE DE LA ALHAMBRA, NÚM. 3, MADRID
1916
ES PROPIEDAD
PROLOGO DE LA PRIMERA EDICION

En este libro, destinado a examinar la re*


volución de México desde los puntos de vista
económico y político, la tarea que me incum­
be parecerá bien ingrata, pues casi es un des­
afío a la opinión general, y principalmente a
la opinión europea. Por lo que respecta a la
opinión española, valdría más no hablar de
ella, ya que en rigor no existe. Doloroso es
confesarlo, pero no concuerda con mi caráncr
el disfrazar la realidad con el ridículo traje
de los convencionalismos al uso: la crítica de
la revolución de México está por hacer en Es­
paña. No ha mucho lo confesaba, lamentán­
dose de ello, mi amigo y compañero de perio­
dismo Marfil, en una de sus cultas crónicas
sobre Política extranjera (publicada en la re­
vista Nuestro tiempo, de Marzo de 1914). Re­
siden 60.000 españoles en México, con intere­
ses creados y capitales invertidos; hay negó*
cios mexicanos con relaciones directas y no
despreciable« en España; y sin embargo, ni
1—TomoL
2 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO \

loa poderes públicos ni 1» prensa dedican la


atención merecida al grave problema que
pitantes la revuelta constitucionalista. Si 9e
recorren las columnas de los periódicos diarios, •
no se encontrarán’más informaciones que lae
telegráficas que sirven las agencias y que pecan
todas de parciales. Datos nuevos, estudios docu­
mentados, se encuentran en Europa sólo en la
prensa francesa ó inglesa; pero tampoco es­
tán exentos de parcialidad, ni enfocan bien,
á mi juicio, la cuestión. Para obviar éstos
inconvenientes, he tomado la determinación
heroica de recurrir a laa fuentes puras, a
los documentos originales; he emprendido la
tarea de procurarme y compulsar periódicos
mexicanos y norteamericanos que tratan di­
rectamente el asunto; he leído algunos li­
bros y folletos publicados en México du­
rante los últimos meses en pro y en contra
de la revolución; he consultado los números
todos de El Comtitucionalista, órgano oficial
del partido revolucionario; he completado mi
información con las de muchos periódicos de
lia América latina, especialmente de Cubo, y
casi no necesitaría añadir más si no fuese una
obligación para mí, gratísima de cumplir, ex­
presar mi agradecimiento a todos aquellos que
me alentaron a reunir, comparar y juzgar loa
datos que integran el libro que ee va a leer.
No ee atribuya lo que ahora digo a deseo de
preparar el ánimo de los que consulten al li*-
CARRANZA T_LA REVOLUCIÓN D® MÉJICO ~3

bro en favor de quien ee «irve de 1» pluma


con un fin honrado. Confiesa que me impulsó
a darle a lúa la persuasión de que responde»
rán mis opiniones a la® de la inmensa mayo­
ría de los lectores no prevenidos; pero esto no
ha de quitar ni poner nada a la imparcialidad
de mi juicio, que se fundará en el examen frío,
circunstanciado y científico de los hechos. No
por ello ee tema tampoco que conduzca a loe
lectores a través de un largo y penoso proceso
de investigación. Mi propósito es más modesto,
y se reduce a darles a conocer, en la forma
más sencilla y general que me sea posible, el
resultado de numerosas observaciones, que les
permita apreciar ein esfuerzo y de un solo
golpe de vista, en su conjunto y en sus prin­
cipales rasgos, el animadísimo cuadro de la
revolución de México. ¡ Ojalá les convenza de
hasta qué punto debemos desear todos que su­
cumba el actual régimen mexicano, que nada
. tiene que ver con México mismo, con el gran
pueblo exento de toda culpa y »capaz de rege­
nerarse por la revolución! „ v
Y ante todo, permítaseme hacer esta senci­
lla y perentoria advertencia, es a saber:. que la.
revolución mexicana viene siendo muy mal jua­
gada en Europa. Nadie ignora que cuando
los miopes miran una página escrita o impresa
, a cierta distancia, no ven en ella lo blanco y
lo negro, y sólo distinguen una superficie uni­
formemente gris. La gran distancia a que M6-
'4 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

xico se halla de Europa ha contribuido en gran


manera a esa verdadera miopía intelectual con
que se viene juzgando la revolución que nos
ocupa: no ee tiene de su conjunto más que
un cuadro borroso; no se discierne bien lo que
presenta de fatal y justa y lo que ofrece de
circunstancial y recusable. <De luengas tie4
rras, luengas mentiras!, dice un proverbio; y
en verdad que pocas veces pudo este proverbio
aplicarse mejor. No ee menos verdad que las
tales mentiras provienen en gran parte de la
'reacción plutocrática y conservadora que como
'" un cáncer ee extiende hoy por la opinión eu­
ropea. Unicamente los que se aferran con la
energía de la desesperación al régimen del Vie­
jo Mundo pueden hacerse intérpretes en serio
de la suprema inepcia de afirmar que la revo>-
lución mexicana es un complot de descontentos
y forajidos. ¡Y qué pensar de los que Bupo-
nen que esa revolución no tiene importancia ni
significa nada! Todo defensor de la civiliza­
ción capitalista es por fuerza incomprensivo
y miope, y sólo siéndolo se entiende que sa­
que a plaza inevitables horrores de toda con­
moción popular, que nada significan en el jui-
ció imparcial y sereno ni en nada afectan a
la legitimidad do la conmoción misma. ¿Es
lógico creer que las consecuencias de uno o
varios tumultos, más o menos fundados, pue­
dan poner en conflagración a todo un pueblo,
acostumbrado por mucho» años a trabajar pa-
oabraxza t ta rkvoluctóx db Méjico 5

cíficamente? Paréceme que hay que buscar con


más detenimiento los motivos de un desas­
tre tal.
En el tránsito brusco de la dictadura a la
revolución, en la continua discordia civil y
en la incertidumbre internacional, hallan ob­
servadores superficiales de los asuntos de Mé­
xico un lamentable signo de decrepitud. ¿Por
qué no ha de ser, al contrario, un síntoma de
rara vitalidad? ¿Por qué, a lo menos, no ha
de interpretársele como crisis de formación?
¿Por qué, en todo caso, no ee llama a ese des­
orden contemporáneo trágico despilfarro de
superabundantes energías? Naturalmente, no
pretendo decidir aquí si estos criterios son de­
finitiva y rigurosamente aplicables a un pue­
blo víctima primero de la violencia interna y
en segundo término de la agresión extranjera.
Desde tan lejps resulta difícil dirimir esas
cuestiones. Pero creq también que, no ya la
opinión europea, la misma opinión norteame­
ricana, dista mucho de fundares en el conoci­
miento exacto y en la comprensión dara de
las condiciones económicas y políticas que ac­
tualmente existen en México. Torpeza es y
prejuicio grande, que debí huirse con todas
veras, el que tanto en Norteamérica como en
Europa sólo se haga caso a. los que informan
los capitalistas extranjeros residentes en Mé­
xico, que miran la cuestión desde el punto de
vista de cus intereses personales. Y no es lo
6 bdmukdo gokzálbz-blanco

peor del caso que se atengan a tan parciales


informaciones: lo má9 grave es que no se vea
que loe capitalistas extranjeroe sólo desean,
frente al ideal patriótico y revolucionario, el
restablecimiento de un estado de cosas que fa­
vorezca la continuación y el fomento de sus
negocios. El ex diputado mexicano Cabrera lp
dejó bien sentado no ha mucho en una confe­
rencia que dió en inglés en la Universidad de
Clark (Worcester, Massáchussetts), y que pu­
blicó con el título de The mexican eituation
from a mexican point of vieu>. En ella demues-
ira que a lo# capitalistas extranjeroe les impor­
ta un bledo los problemas mexicanos de carée-
ter verdaderamente nacional, por lo que no los
consideran como factores necesarios para Tesol-
ver la situación, tal como ellos la comprenden.
Y un poco mié abajo, increpando á loe capita­
listas extranjeros no residentes en México, que
presumen autorizar sus condenaciones con la
opinión de loe residentes tomadas sin tiento,
dice que para, comprender de una manera com­
pleta la situación mexicana y encontrarle solu­
ciones satisfactorias, es preciso estudiar el asun­
to desde el punto de vista exclusivamente me­
xicano, y no norteamericano o europeo. Tal es
t-mbién tí propósito de mi libro.
. Yo espero que después de haberlo leído aten­
tamente pueda verse cuál ee tí rumbo de la re­
volución mexicana. En medio del trueno en que
explota tí combustible acumulado, en medio de
CARRANZA 1 LA REVOLUCIÓN DH MÉJICO '

las llamas rojas que silban alrededor de aquel


país y se arremolinan rugiendo hasta el cielo,
se descubrirá, no lo dudo, la fuerza potencial
que ha engendrado tai impulso, dislocada el ré­
gimen y sembrado el suelo de ruinas. No es este,
en verdad, el objetivo a que se dirige la opinión
norteamericana y europea. Para los más sesu­
dos representantes dé esta opinión, todo el jui­
cio se disuelve y esfuma en palabras agresivas:
deshonra, desprestigio, bancarrota, crueldad,
robo, traición, hervidero de ambiciones, charca
de sangre, fusilamientos, asesinato y pillaje,
‘ actos de salvajismo...
Pues bien: otorgando al instinto criminal y
anárquico la parte que le corresponde en tantos
y tantos fusilamientos, y concediendo a los he­
chos comprobadoe de asesinato y pillaje la fe
que lee debemos, nadie podrá negar que eetoe
actos de salvajismo son, por desdicha, malee
que acompañan a toda revolución, ni que sería
injusto el atribuir a la mexicana el privilegio
de eu multiplicación y encarnizamiento. En «u
Hit torre politique de VEurope contemporaine, z
ha escrito Seignobos que el siglo xix fué, en el
Viejo Mundo, una edad de revoluciones. ¿Cabe
condenar sin atenuantes la revolución mexica­
na, que no ha alcanzado todavía en su triste ac­
tuación el grado de brutalidad criminosa de las
principales conmociones europeas? ¿Podremos
tirar la primera piedra nosotros? ¿Acaso es pri­
vativo de México el espíritu de esa civilización
8 sdjtundo gonzález-blanco

capitalista, que allí y bajo la dictadura de Por­


firio Díaz desparramó las semillas de cobardía,
de odio y de venganza que, dado el carácter del
pueblo, hoy están produciendo si natural fru­
to? «¡Hemos de explicar esto sumariamente con
las palabras barbarie, bandidaje, violencia, de­
cadencia, indisciplina, etc., etc?
Además, en este proceso la revolución mexi­
cana ha sido condenada sin defensa. No ha te­
nido jueces, sino acusadores solamente, y acu­
sadores interesados e injustos; la pasión y la
prevención más malévolas y más obcecadas han
inspirado todo cuanto se ha escrito contra ella
de tres años a esta parte: este e9 un hecho que
hoy día empieza a ser reconocido, pero que es
preciso explicar y ampliar con todo detenimien­
to. Permítaseme, pues, resumir aquí algunos de
los fundamentos históricos y jurídicos que for­
man el sólido respaldar en que descansa mi opi­
nión optimista sobre la revolución mexicana.
Gracias a loe documentos de primera mano de
que dispongo, mi criterio está, ya que no otra
cosa, orientado, y me consideraré muy feliz ai
puedo daT rumbo al de los lectores.
Empero, antes de entrar de lleno en materia,
he creído útil hacer algunas consideraciones
muy importantes sobre la revolución mexicana
en general. Muchas gentes se figuran, y dan
' por cierto e indubitable, que el ejercicio revo­
lucionario de los constitucionalistas de Méxi­
co se funda en un impulso ciego y aupersticio-
CARRANZA TU REVOLUCIÓN DE MÉJICO___ 9

so, cuyo ideal no tiene otro motivo que la sumi­


sión más completa a la política internacional
norteamericana. En los números del 20 al 23
de Junio de 1914 de La Voz de Avilés se ha pu­
blicado, con el rótulo de Causat del conflicto
yanqui-mexicano, un notable estudio de’, publi­
cista Barzini. Este estudio está escrito con una
olaridad de estilo deslumbradora; en breve es­
pacio hace el autor una buena síntesis de hechos
que agrupa con mafia; pero esto no es más que
una ilusión de perspectiva, Cuando se refiere,
no a las causas del conflicto yanqui-mexicano,
6Íno a las de la revolución misma de México,,
apunta de pasada (y no sin cautelosa insidia)
todas las causas segundas, pero deja en la som­
bra la causa primera de esa revolución. Reco­
nozco que no es un afirmativo y que procura
apoyar su manera de ver en algunas razones;
pero tengo el sentimiento de decir que estas ra­
zones no me han parecido nada sólidas y sí muy
especiosas. Fruto de tal parecer es la crítica que -
ofrezco a los lectores, temeroso, no debo ocul­
tarlo, de que pueda provocar interpretaciones ,
torcidas.
No deja de ser para mí un placer quebrar
una lanza con inteligencia tan reflexiva y es­
píritu tan culto como loe que me complazco en
reconocer, desde luego, en mi adversario de oca­
sión. Por miras más altas, ein embargo, me he
conducido al emprender esta polémica. Yo he
sido, entre los escritores españoles, uno de los
.10 KDMUNDO GONZÁLKZ-BLANCO

pocos en número que desearon y auguraron des­


de un principio el triunfo de la revolución de
México, y vieron la victoria inevitable del país
regenerado poT el esfuerzo persistente del cons­
titucionalismo, en choque con un régimen fede­
ral y usurpador en que la dictadura de Porfirio
Díaz había abolido la voluntad del pueblo, y
por tanto, sus libertades y garantías. Y estoy
en la persuasión de no haberme equivocado al
orientar en este sentido mi criterio, cuando veo
expresada, por un autor tan comprensivo y sin­
cero como Barzini, una opinión como ésta:
«No intervendrán por ahora loe Estados Uni­
dos con las armas, y si lo hacen será cuando el
país mexicano se encuentre completamente des­
organizado, empobrecido, postrado, deshecho.
Ahora se limitan a ahogarlo con el bloc finan­
ciero, a paralizarlo con la crisis económica, a
desangrarlo con la revolución. Y la guerra a
México te hace por medio de los mexicanos mis­
mos, aprovechando los defectos de éstos, su de­
bilidad, ios vicios del país, estirando rencillas
y ambiciones, extinguiendo las fuentes de la ri­
queza nacional y toda« las de resistencia, aca­
bando casi con toda la actividad laborante, y
sitiando por hambre y desesperación a los mexi­
canos... Lo que ahora sucede puede decirse que
ha sucedido siempre, y el pasado se repite; la
situación actual no ee nueva. La crisis revolu­
cionaria de los Estados del Norte recuerda la
crisis revolucionaria de Tejas, cuando Tejas era
CARRANZA Y LA RKVOLÜCIÓN M MÉJICO 11

mexicano y pidió tu anexión a los Estados


Unidos. >
Solicito que mi crítica sea ante todo consi­
derada como un gesto enérgico de protesta res-
pecto a tan arbitrario® como «porfirianos» jui­
cios, y suplico que se le dispensen todos sus de­
fectos en gracia a esa partícula de verdad que
contiene. No: la revolución de México no es
obra de los Estados Unidos: es obra del mismo
pueblo mexicano. Con y sin apoyo yanqui, con
y sin intervención yanqui, esa revolución exis­
tiría y subsistiría. Su existencia y su subsisten­
cia fúndanse en la esperanza consoladora de
que bajo la disciplina de un Tégimen constitu­
cional la justicia prevalezca en México y el
yugo de la tiranía sea apartado de un pueblo
que ya soporta demasiadas cargas. No ee posi­
ble suponer siquiera que el constitucionalismo
haga la guerra por la guerra misma; no cabe
admitir que la revolución de México se reduzca
a un estado de bandidaje y salvajismo, tan fal­
to de ideales como de razón; constitucionalismo
y revolución aparecen bajo do® aspecto®, uno
económico y otro político, que en realidad no
tienen sino un solo objeto legal.
Malestar profundo aqueja hoy a la nación
mexicana; ee la ve agitarse incesantemente
como un enfermo en su lecho para encontrar ali­
vio, y el alivio huye de ella. ¿Hay nada más
natural, «in embargo P Lo® disturbios que tres
años ha conmueven a México proceden dn la
12 BDMDNDO »OXZÁLBZ-BLANCO

mala administración de los negocios públicos


durante un período de má9 de treinta, corres*
pondientes a la dictadura de Porfirio Díaz. Los
plutócratas suponen que esos disturbios tienen
por único objeto la satisfacción de ciertas am­
biciones personales. Nada más falso ni más con­
trario a la realidad de los hechos. Si así fuese,
la güera intestina en México no habría adqui­
rido, desde los puntos de vista de la persisten­
cia y de la violencia, la importancia que tiene
en la actualidad. Esa revolución se hubiese ex­
tinguido, habría ya acabado, si la concupiscen­
cia y la rapiña fueran los motivos únicos que
determinaran e indujeran a caudillos y sol­
dados.
Fundado en que los disturbios mexicanos
constituyen una verdadera revolución de apa­
rente aspecto constitucional y político, pero que
tiene en el fondo tendencias económicas y so­
ciales, el ex diputado mexicano Cabrera alienta
los ánimos de los escépticos con estas graves
palabras: «Los principales propósitos de la revo­
lución presente consisten en libertar a las ole­
ses bajas de la condición de esclavitud en que
han permanecido por un largo período ele tiem­
po, y en mejorar las condiciones económicas y
sociales de esas mismas clases. La revolución
presente es tan sólo la continuación de la em­
pezada en 1910.» Así es como Cabrera lo dice.
Tras la usurpación de Huerta, cuyo gobierno
se deriva de notorio atropello y se funda en una
CARBAXZA'T'DA. REVOtUCtÓH DE MÉJICO J3

falsa legalidad, la actitud bélica de los cons-


titucionalistas estaba ordenada por la ley. Los
constitucionalistas no son los cabecillas de una
algarada, sino los representantes del poder le­
gal; y por obra misma del pueblo mexicano,
que ha dado a la causa de su patria el contin­
gente de su sangre y la afirmación de su porve­
nir, aquella representación, firmemente soste­
nida en el orden político, se ha convertido en
una verdadera guerra social, que no se resuel­
ve por convencionalismos vergonzosos ni por
transacciones cobardes, sino por la implanta­
ción serena de los principios de reforma que
sirven de lábaro a la gran lucha.
En su egoísmo de clase, los capitalistas ex­
tranjeros residentes en México quieren la paz
a todo trance; y en su impaciencia de plutó­
cratas no ven otro modo de conseguirla que la
mana de hierro, 'la gobernación despótica, la
fuerza. Por eso han simpatizado con todos los
dictadores: primero, con Porfirio Díaz; des-
. pués, con Félix Díaz, Reyes y Huerta. Nece­
sitan un apoyo gubernamental, y no se curan
de los intereses económicos y de los derechas
políticos del genuino pueblo mexicano. ¥ eJ
pueblo mexicano piensa muy de otro modo.
El pueblo mexicano rechaza esa teoría de la
mano de hierro, cuya práctica se resuelve en
una paz artificial y perentoria, estimando que
«un Gobierno fuerte no es aquel que puede man­
tener la paz únicamente por la fuerza de la»
14 BDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

armas, sino el que tiene el apoyo de la mayo­


ría de los ciudadano» del país». De la actua­
ción ordenada y regular de esta mayoría resul­
tarán la legítima prosperidad material de Mé­
xico, su adelanto moral y el afianzamiento de
la nacionalidad, base de su poderío. exterior'
y de su tranquilidad interior.
Júntese a lo dicho que en México se hace
sentir, más que en nación alguna, la necesidad
de una clase media. Después de Porfirio Día2,
en México gobiernan ávidas plutocracias, tai­
fas de politiquillos, castas ambiciosas de mono- .
polios. Semejantes plutocracias son peligrosas.
Un escritor del Brasil, Sylvio Romero, en su»
Provocares 'e debates, las llama iokocracias,
porque reposan sobre el antiguo concepto de la
familia, con SU9 parientes y adheridos, a imita­
ción de la dientel«. romana. Traigamos también
a cuento un pasaje del peruano García Calde­
rón, muy provechoso en esta materia: «Un cua­
dro de Watta» presenta a Mammón, de testa
\ vulgar y abultados músculos, sentado en trono
macizo y aplastando a dos mujeres armoniosas:
la Virtud y la Belleza. Bajo la pesada auto­
ridad de los nuevos oligarcas de México pue­
den ceder las débiles bases sociales, la tradición,
la alta cultura, la integridad de los antiguos
patricios.» Siempre dominaron castas en Mé­
xico, militares después de la Independencia,
conservadoras después de la Constitución, pero
más castizas el cabo que ese grupo plutocrá-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 15

tico apadrinado por Porfirio Díaz, en su delirio


de cosmopolitismo y de fausto europeo. Las
familias arcaicas sólo conservan, su prestigio
cuando poseen riquezas, pero sirven más que loe
plutócratas para obtener un equilibrio social.
El propósito de la revolución actual es crear
una clase media económica, independiente, sin
el egoísmo de las olases Ticas, y destinada a
conquistar las 'posiciones ocupadas por grupos
beduinistas. Sin esa clase no puede existir un
verdadero equilibrio eocial, ni puede haber paz,
ni puede privar una forma democrática de Go­
bierno. Pero loe constitucionales van aun más
lejos, o por mejor decir, quedan aun más cer­
ca: quieren que bu labor traiga por resultado él
predominio del pueblo agrícola y el reintegra-
miento de su dignidad económica. Esto es lo
que intentaré poner en clara luz.

Luanco (Asturias), 28 Julio 1914.


PROLOGO DE LA SEGUNDA EDICION

El tiempo corre tan de prisa y la situación


del mundo ee campiica con tan asombrosa ra-
pides, que la tarea más ingrata del publicista
en la actualidad es someter loe grandes plei­
tos internacionales a juicios que puedan mere­
cer la calificación de decisivos o permanentes.
Comenzaba la guerra europea a punto de acabar
yo de escribir la primera edición de esta obra.
Poco después, Carranza entraba triunfalmente
en la eiudad de México. Más tarde... todos sa­
ben lo que ha sucedido.
j Cosa estupenda! Cuando llegaba a un felia
desenlace aquella revolución, encabezada en
Coahui’á por un hombre honrado, a quien
habían seguido muchos vengadores; cuando las
huestes del general Carranza penetraban vic­
toriosa« en la capital de la república y el ejér
cito federal era en eu mayoría licenciado en
desordenada e injuriante humillación; cuando
©on Bsta radical medida terminaba todo, y
Huerta huía • España; cuando la peí era un
Tomo i.
18 xdxuxdo gokzález-blakco

hecho consumado y el porvenir se mostraba en


absoluto despejo; cuando parecía imposible que
ninguno de loe rebeldes habría de atreverse en
lo sucesivo, ni aun en pensar en interrumpir
la magna labor emprendida en momentos tan
solemnes para la revolución, un triunvirato,
compuesto por Villa, Díaz Lombardo y el je­
suítico Angeles, ee sublevaba en el Norte con­
tra el primer Jefe del Ejército constitucionalis-
ta, produciendo una verdadera catástrofe na­
cional. Y por si fuera poco, en el Sur, Zapata
se ponía de parte de aquéllos, y a su vez pro­
clamaba el cisma revolucionario, dejando a
Carranza cogido entre dos fuegos y al partido
constitucionalista desprestigiado por un instan­
te ante la Europa culta.
En él transcurso de la obra examinaré sepa­
radamente y por extenso esto que ha venido
a trastornar la obra de la revolución de México
y a cambiar su rumbo, j Ganó o perdió con ello
el partido constitucionalista? Senténcielo quien
pueda: yo sólo diré que fué hazaña casi criminal
torcer su propia naturaleza y atreverse a obs­
truir «u acción, impidiendo o retrasando por
ende todas las reformas políticas y sociales con
las que ee prometía beneficiar al país. ¿Por
qué esta obstinación en desconocer a Carranza
y poner estorbos a la realización de sus planes ?
No me explico esto más que por las intrigas
de que estuvo siempre rodeado Villa, por las
calumnias que él odio de los adversarios lanzó
cmcrauza y ia MrvoweióN r>w Mft.nct> 19

sobre Carranza y también por esa especie de


impotencia inherente a cuantos persiguen in­
mediatos lucros personales en orden a la jus*
ticia, a la sinceridad y a la honradez, y contra,
riamente, su tendencia a defender los intereses
de las corporaciones que han ocasionado siem­
pre en México los disturbios políticos y la opre­
sión de la raza: el clero, al ejército y los comer-
ciantes extranjeros.
No vislumbrando término alguno al estado
de expectativa en que parecía querer colocar­
nos indefinidamente la prolongación del cisma
revolucionario, decidí no guardar silencio, y
aun me sentía fuertemente comprometido a rom­
perlo sin vacilación. Por esto, creí útil tomar
el problema del constitucionalismo en el punto
en que le dejé en 1914, decidiendo enfrentarme
otra vez con los estultos adversarios de Carran­
za y la revolución de México.
He refundido, corregido y aumentado la pri­
mera edición, al extremo de hacer de ella, en
cierto modo, un nuevo libro. En vez de conser-
' var los 16 artículos primitivos, que componían
217 páginas, he dividido la obra en dos partes,
gubdivididas a su vez en capítulos, y éstos, en.
párrafos, para dar mayor variedad y ameni­
dad al conjunto. Y si mucha porción del texto
es nueva, la antigua ha sido considerablemente
desarrollada.
En cuanto al fondo del asunto y al pleito
ventilado en la primera edición, baste decir
20 BDMUNOO GONZÁLKZ-8LAKCO

en ara honor lo siguiente: mi libro no ha con­


vencido ten Etpa.Ha a nadie. Dejo a paite el
silencio de la Prensa de Madrid, que cuando
mi discurso de la Casa del Pueblo (18 Julio
. 1914) tanto» elogio» me prodigó. Y no quiero
hablar de la» mil y una carta» que recibí, re­
bosante» en calumnia», insulto» y disparate».
Con mi libro he alcanzado una inmensa victo­
ria de impopularidad exterior y de éxito se­
creto.
‘ Un personaje español, que goza en México
de la consideración más justa, me dijo un día:
«El peor enemigo que loe revolucionario» tie­
nen allí es eJ miedo.* Se referí* a ese miedo
tui génerit que, como con Alemania ocurre,
suscita el odio. Yo creo que ee equivocaba, y
que el mayor enemigo que los revolucionarios
: tienen en México es el interés. Pero no el in­
terés de sus connacionales, del pueblo mexicano
mismo, sino el de loe capitalista» extranjeros.
Después de Juárez, el partido liberal a» ocupó,
principalmente, de expulsar a los frailee y de
declarar bienes nacionales Jo» conventos • igle­
sias, consiguiendo el benefic'o de una buena
parte de la población mexicana. Vino luego
Porfirio Díaz, y en vez de procurar el benefi­
cio dtel resto de la población, llamó ai capital
extranjero, y le concedió privilegios y garan­
tías excepcionaíDes, convirtiendo lo que era ya
problema social nacional, en problema social
internacional, pero dentro de México mismo.
OABBASZA Y LA BBVOLUOIÓH DB M*J1OO 21

¿Cómo do había de estallar tarde o temprano


la revolución?
Loa adversarios de la primera edición de mi
libro se aferraron al cómodo sistema de oponer
injurias a loe argumento« más daros, precisos
y categóricos. Con declarar que ee mentira todo
lo que dicen los hechos expuesto» y los docu­
mentos consultados, ' creen que han cumplido
su misión. No; con ese eisterpa sólo ee consi­
gue ocultar la verdad y embrollar loe asuntos.
Por haber defendido una causa, que creo justa,
se me ha tratado igual que ei quebrantase mis
deberes de patriota; por ser partidario de la
revolución de México, se me acusa de ser ad­
versario de España. Nada ha contristado mi
espíritu tan amargamente como esta falsa in- ,
terpretación de mis propósitos. ¿Es posible,
me pregunto, que a tales extremos haya lie*
' gado la libertad de la crítica? ¿ Ee concebible,
siquiera, que no puedan tener opinión loe que
estudian a México, y puedan tenerla los que
nada saben de él, ni de su vida política, ni de
los antecedentes y consiguientes de la revo­
lución? ,
Las persones que me han escrito acusándome
de estar mal informado, por no haber «¿do tes­
tigo de los sucesos, deben' sencillamente diri-
■ girse a ios libros, folleto« y periódicos mexica­
nos, norteamericanos y cubanos que menciono,
ya que suyos san los ¿tatos en que fundo mis
juicios. Esas personas debieran haber empe-
22 KDMUMDO GONZÁLBZ-BLANCO

«ado por hacerse cargo, cuando menos, dé pie


un pueblo como el mexicano, que no posee
nada, mal puede amar nada, ni aun respetar
nada. Pero, sobre todo, hubieran debido com­
prender que sus preceptos y postjuicios contra
el constitucionalismo y la revolución no sopor­
tan el más ligero análisis, siendo buenos, úni­
camente, para las luchas de la Prensa y de la
plaza pública, no para la Historia. Yo he te­
nido en cuenta, en este particular, todas las
noticias; pero ¿iba a reducirme a ellas? No;
no podía limitar mi información n acopiar sin
crítica datos contradictorios: necesitaba depu­
rarlos. Por encima, de los hechos apreciados,
conforme al agotamiento nervioso de las pa­
siones políticas, está el hecho general de la re­
volución, con todas sus vicisitudes; y por en­
cima de la revolución misma está el constitu­
cionalismo en cuanto ideal; es decir, en cuanto
significa una gran victoria social dentro de la
historia de México.
Después de publicada la primera edición,
he recibido muchas cartas de mexicanos impar­
ciales con prolijos detalles de lo acaecido en
eu país. Cuantos en ellas me han ayudado a es­
clarecer la verdad reciban la expresión de mi
gratitud. A los que se limitan a negar los su­
cesos en la forma que loe relató, les requiero
6 que demuestren que no es exacto nada de lo
giguiente: 1) que la dictadura de Porfirio Díaz
dejó al pueblo mexicano desheredado de inda-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 23

pendencia económica, de vida intelectual, de


dignidad moral y de libertad política; 2) que
. después de luengos años de reelección anti-
constitucional, no sólo en la presidencia de
la República, sino en la gobernación de los
estados, Madero fue el primer jefe de la na­
ción que llegó a la presidencia por voto popu­
lar, por sufragio efectivo; 3) quel la muerte de
Madero fué un crimen, perpetrado por loe
hambres del cuartelazo y de la Ciudadela en
1913; 4) que se colocó, en puesto y lugar de
Madero, a Huerta, jefe de lo9 asesinos; 5) que,
dado el régimen federativo de México, Carran­
ca, gobernador del Estado de Cohauila, al le-
vantarse en armas contra Huerta, hizo una
cosa tan legal como la que, por ejemplo, haría
el Rey de Sajonia, jefe de un Estado de la
Confederación germánica, si, asesinado el Kai­
ser, y colocado al frente del Imperio el asesino,
se levantase contra él en, arma®, seguido por
otros Estados de la Confederación; 6) que
Huerta ee ensañó en la persecución de sus ene­
migos y tomó contra ellos medida« draconia­
nas; 7) que semejante despotismo fué la causa
de su desprestigio y del triunfo constituciona-
lista.
Esto es lo que hay que contestar concretar
menta y no afirmar que he injuriado a nuestros
compatriotas residentes en México, pues nunca
he confundido a nuestra honrada colonia, que
merece todos mis cariños y respetos, con una mi-
24 EDMUNDO GONZÁU92-BUANCO 1

noria de españoles antimaderistas y huertistas.


¿ Y quiénes son los que componen esta mino­
ría? No loe pobres emigrante» que llegan a
México sin más recursos que loe neoesarios para
poder valérselas mientras encuentran coloca­
ción; tampoco lo® que en tiendas de abarrotes
y bodegones llevan una vida miserable y arras­
trada; menos aún aquellos que comparten con
loe indígenas las labores del campo y se re­
signan a un régimen de existencia estrecho y
raquítico. Los que contribuyeron a volcar el
Gobierno de Madero, provocando el espíritu
de venganza en los reivindicadores de aquella
situación, loe que apoyaron y aplaudieron al
general Huerta y le indujeron a constituir un
Gobierno dictatorial, dándole como piedra an­
gular las bayonetas; los que hostigaron y pa­
garon, despreciándolos, a los fanáticos, a los
ignorantes, • los serviles, a los degradados,
por el régimen tiránico del cientificismo^ inca­
paces de comprender, y menos aún de amar la
Libertad, fueron los grandes terratenientes de
nacionalidad española. De ellos hablaré a su
debido tiempo y con la debida extensión; por
ahora, baste (asimilándolos al resto de los ca­
pitalistas extranjeros) que queden considera­
dos como loe eternos enemigos de la democra­
cia, de la verdad, y como los necesarios alia­
dos de todos los despotismos. No les sepa mal
que se les señalen sus egoísmos de clase, para
que procuren corregirlos: de esa manera aun
OABIUNXA V t>A MBVOLUOIÓK DB MÉJIOO 25

podrían ser ejemplo que evitase las eternas


revuelta« y conmociones sociales y políticas en
México, en las que se echan en cara unas a
otros, escandalosamente, sus pecados, como
aquella turba de judíos que apedreaba & la mu­
jer adúltera, siendo todos ellos adúlteros.
A los detractores internacionales de 1» revo­
lución de México contestó enérgicamente Wil-
son, presidente de los Estados Unidos, en un
. discurso político, pronunciado en 8 de Enero
último en Indianópodis, por estas graves pala­
bras: <Una cosa hay acerca de la cual tengo
gran entusiasmo, casi podría decir entusiasmo
temerario, y esta cosa es la libertad humans.
El gobernador del Estado de Indiana acaba
de hablar de expectativa vigilante en México.
Yo deseo dirigiros dos palabras sobre este país,
o mejor, sobre nuestra actitud hacia él. Sos­
tengo como principio fundamental que cada
pueblo tiene el derecho de determinar cuál ha
de ser su forma de Gobierno. Hasta esta últi­
ma revolución en México, hasta el final del.
régimen de Porfirio Díae, el 80 por 100 de loe
mexicanos no han tenido la menor dificultad
para determinar quién había de ser «u presi­
dente, ni qué forma de Gobierno debía tener.
Pues bien: yo estoy m favor del 80 por 100. '
No me concierne el tiempo que empleen para
determinarlo, ni el modo como procedan. De
ello* «1 paíe, suyo es el Gobierno, la liber-
|gd (si logran alcansarla, y Dios tes ayude
26 edmündo oonzAlbz-blancO

en esa tarea), es suya. Mientras yo sea presi*


dente, y en cuanto alcance mi influencia, na­
die los embarazará. ¿Es que puede suponerse
siquiera que el pueblo norteamericano ante­
ponga a ttn pequeño beneficio material, a una
pequeña ventaja para loe que tengan negocios
en México, la libertad y la felicidad de este
país P¿ No han empleado las naciones europeas
todo el tiempo que han. necesitado y no han
derramado toda la eangre que han tenido por
conveniente para arreglar sus asuntos P ¿Y
hemos de negarle ese derecho o,México por­
que es débilP No; lo deolaro sinceramente: me
enorgullece pertenoer a una nación fuerte que
afirma: Este país, que podríamos aplastar, ha
de tener la misma libertad en sus asuntos que
tenemos nosotros en los nuestros. Si soy fuerte,
me avergüenzo de imponerme al débil. En pro-
porción de mi fuerza está mi orgullo en im­
pedir que mi fuerza oprima <* otros pueblos.
Y me consta que, cuando expreso este juicio,
interpreto el sentimiento del pueblo nortéame*
ricano.» (1). ~ ‘ '

. (1) En el momento ¿o corregir las prueba» de


esta página llega a mí' la noticia de que los repre­
sentantes de loa Estados 'Unidos, Argentina, Bra­
sil, Chile, Bolivia, Uruguay y Guatemala, reunido»
en Now-York, han decidido, por unanimidad, reco­
nocer el Gobierno de Carranza como Gobierno de
hecho en México. ¿Qué dirá ahora el ex presidente
Itoosevelt, defensor de loe frailee mexicanas, ene-
CABUANZA T IA ltBTOr.UCIÓN DB MÉJICO 27
................................ -..... -...nwrr.r-- |

Ya lo he dicho alguna vez: esta obra no esté


escrita para mexicanos, sino para norteameri­
canos y europeos, y entre éstos principalmente
para españoles que no tengan interetet en Mé-

migo jurado de loe constitucionalistas, acusador de


Wilson, autor del malhadado artículo publicado en
The Daily Netcs of Chicago el 6 de Diciembre
de 1914? Bien es verdad que se trata del mismo
personaje que ha estado trabajando lo indecible para
que el Gobierno de su país declarase la guerra a
Alemania. (Bolicoso e intranquilo Rooeevelt) Des­
pués de haber cazado españoles en Cuba, leones en
Africa y cocodrilos en América (quedándole fuerzas
todavía para pescar en Panamá), necesitaba inter­
venir en México. Y en cuanto lo pensó, así lo pro-,.
puso. ¿Por qué no reconocer inmediatamente a Huer­
ta como presidente de la República mexicana? Era
su pesadilla. El trato dado por loo revolucionarios
i los religiosos fuá el primer motivo serio que Roose-
velt adujo para que, sin dilaciones de ninguna es­
pecie, se pasase a cuchillo a los «bandidos» mexica­
nos. ¿No eran éstos los menos? |Pues contra ellos!
Wilson, patriota y ecuánime, evitó dignamente la
intervención. Cuando intervino, fuá contra- Huerta
y sin resultas. Pero lo mismo a tirios que a' troya-
nos exigió, con vigorosa templanza, con razonada
energía, las explicaciones oportunas, a la vez que
demandaba a Alemania una indemnización por dados
y perjuicios, en loe casos de hundimiento del Lusi-
tania y del ¿rabie. El ex presidente se burló del pre­
sidente. Para Roosevelt era una cobardía no exter­
minar a Carranza y no ir en tono bélico contra el
Kaiser. ¿Qué importaba que los Estados Unidos no
estuvieran ni estén preparados para guerra alguna?
(Contando con til ¿Qué importaba, otrosí, que Ca>
2g bpmüxdo ookzAlbiz-bljlhco __ _____ -

jbíco. Hubiérame puesto en serio compromiso


de haberme obligado, como decía. el proverbio
de loe antiguo«, a llevar lechuzas a Atenas. Pero
ai esta obra no está «sarita pera mexicanos, lo
esto con criterio mexicano, y de ningún modo
cm ed criterio que pretenden imponer al man*
do norteamericanos y europeos en general, y '
muy particularmente españole». Y eef, discu-
Tramos más de cerca sobre el carácter propio
de la revolución mexicana, aunque apenas po- .
drá pasar de leve indicación la que hagamos,
ni consienten otra cosa loe límites de esta pre-

rransa «atuviere dispuesto a dar explicaciones y r*


Kaiser ofreciere reparaciones de todo géneroP jNo
era lógico que México y Alemania mantuviesen por
la via diplomática cus justes derechos P Pero Roose­
velt no entendía de rasones, y continuó riéndose de
Wilson. Llegó • declarar que «en al conflicto de
México pegó, pero pegó oon suavidad», y que «en
la cuestión de Alemania cubrió de bochorno a la na­
ción y acreditó su incompetenciav. La plancha no he
podido ser snéa monumental para ei pobre Roosevelt,
y a ella re refiere Zárraga, en en donosa crónica so­
bre «La victoria del pacifismo» (en A B C de 16 de
Octubre de 1615), cuando dioe: «El ex coronel Roose­
velt re ha suicidado... políticamente, 5 mejor, impo­
líticamente. Ya no volverá a la presidencia, aun por
otra» muchas populachería» que lograra emprender,
pues hay algo que jamás perdonan las mujeres ni
loe pueblos: el ridículo. RooseveH cayó en el más
espantoso. | Desdichado Roosevelt! El ex coronel,
ex emperador y ex comediante, desde que surgió la
guerra en Europa no podía dormir. Soñaba oon las
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN OE MÉJICO _ 29

iación. Porque, ante todo, aerá bien reoordar


lo que aseveré en la dedicatoria de la primera
edición., ofrendada a Delbrouck, director de
El Noroette, de Gijón, por aquel entonce». El
revuelo que en Asteria» produjeron loe trece
artículo» que sobre la revolución de Méxioo
y escudados por mi firma se publicaron, gra­
cia» a la amabilidad de Delbrouck, etn el pe­
riódico que tan brillantemente dirigía, me con­
venció una vea más de cuáh imposible es que
un autor eea juzgado con imparcialidad, aun
cuando con imparcialidad escriba sobre una

arma« y despertaba a diario pidiendo un lugar en


la» aún vírgenes trincheras de los Estados Unidos.
La nostalgia de sus tiempos de héroe lo impelía a
la incha. ¡Oh, aquella campaña de Cuba, cuando él,
voluntariamente, se decidió a empuñr un fusil con­
tra loe españoles I 8us hasafiaa de entonces fueron
el pedestal que te elevó hasta la presidencia. ¿ Re­
cordéis, lectores, el toldado de chocolate f Roosevelt
fué su precursor... ¿Cuál será ahora la actitud de
RooseveltP Difícil es predecirlo. Por lo pronto, un
numeroso grupo de,personas pudientes le ha visitado
para felicitarle por sus bélicas emergías y manifes­
tarle al propio tiempo que, no estando loe Estados
Unidos en oondicionee para arrostrar las ooneecuen-
edaa de una guerra inoportuna, y siendo una gran láa-
t’ma que se malogren los impúteos guerreros del ex
ooranal, le ofrecen 10.000 dollars, y más si lo deeea,
para que se aliste carné voluntario junto a toe alia­
dos, y salga cuanto antes camino de lea trincheras
da Francia o de Rusia... El humorismo norteame­
ricano está de enhorabuena.»
30 JTOMUITOO eONZÁLXZ-SLAXCO ____

cuestión, si esta cuestión es política, social o


religiosa. En vano el autor se limitará a poneT
de relieve, con vigorosa templanza, loe aspectos
agrarios, económicos e históricos de esa cues* ■
tión. El apasionamiento surgirá/y el autor se
verá acusado de pecados que no ha cometido.
Respondo con esto de una vez por todas a los
que supongan que existe sombra de ofensa, pro­
pósito remoto de escarnio al juzgar severamen­
te al México dictatorial, capitalista y extran­
jerizado de Porfirio Díaz y de Huerta. Preci­
samente es el amor, la simpatía, la compasión
que me inspira el verdadero pueblo mexicano,
lo que ha dictado alguna de mis palabras a pri­
mera vista despectivas. Porque todos los radi­
cales de Europa deben, a mi juicio, querer y
anhelar la redención de México, es por lo que
no deben ocultar el grado de rebajamiento mo­
ral a que han hecho descender a 6U nación Por­
firio Díaz y Huerta.
Fuera de esto, y aun en esto mismo, mi tra­
bajo es un trabajo de ciencia, y no otra cosa.
Ha sido elaborado recogiendo datos y anali­
zándolo«, observando una serie de fenómenos
y demostrando sus caracteres comunes, exami­
nando hechos y sacando conclusiones. No está,
pues, en mi intención insultar ni injuriar a
nadie, y me preocupa muy poco que la revolu­
ción de México sea adversa a los extranjeros en
general y a los españoles en particular: tan
poco como puede preocupar a un naturalista,
• CARRANZA Y LA RSVOLUOIÓS DB MÉJICO 31

que estudia los parásitos o los animales fieros,


el que éstos sean funestos para los demás or­
ganismos.
Yo soy español y aun asturiano de añadidu.
ra; pero no he estado en México ni tengo allí
intereses de ninguna clase. Vivo aquí de mi hu­
milde trabajo de publicista, y el menor de loe
derechos que se me pueden conceder es el juz­
gar con toda libertad de espíritu acontecimien­
to® que han sucedido y suceden a muchas le-
guas de distancia.
Bien sé que no se haoe crítica histórica, psi­
cológica y social con noticias recortadas de los
periódicos. Mas precisamente por ello no me
he valido de las noticias de los periódicos euro­
peos, y rara vez de los de Norteamérica. Casi
todos mis datos lo son de periódicos mexicanos,
utilizados con espíritu crítico. A las noticias
he añadido pareceres de escritores de México no
sospechosos de parcialidad revolucionaria. He
consultado cuantos libros y folletos se vienen
publicando en México en pro y en contra de
la revolución. Y por lo que toca a los antees-
dente» del conflicto, tengo el orgullo de decir
que he 6Ído en España el primero que los ha
expuesto ante las miradas del gran público.
Tampoco ignoro que se puede falsificar la rea­
lidad con datos verdaderos. Desgraciadamente,
mi probidad, y si se quiere mi candidez intelec­
tual, es excesiva, y no tengo talento para tan­
to. Desde 1912 vengo estudiando el problema
32 bdmuhdo gomzAusz-buahoo _ '

americano en general y el mexicano en partí*


cular, y al resolverme hoy a dar mi opinión
stíbre el último, he utilizado a este propósito do­
cumentos de primera mano. Lo que se publicó
en El Noroeste no fué más que un aspecto, una
parto de la labor qqe me impuse y que tuvo
cumplida síntesis en la primera edición, que
me complací en dedicar a Deúbrouck. ¿ A quien
mejor que a él, director hospitalario por exce-
lene» de todas las ideas avanzadas, hombre
abierto a todos los anhelos progresivos, debe-
lador así del clericalismo como del caciquismo,
así de la reacción como de la inmoralidad, con
todas aquellas partee que se requieren para ser
sostén y columna del mée popular de los dia­
rios que. ven la luz en nuestra adelantada re­
gión ?
Ahora, aunque sea duro decirio, debo mani­
festar que sólo estudiando el problema mexi­
cano como lo hago yo, se evitará el que se pro­
duzcan ciertos movimientos de opinión, que
saben fomentar muy bien los reaccionarios
cuando ocurren bochas contra compatriota»
nuestros, que como ya oportunamente advirtió
El Socialista, tiene su explicación en la labor
antimexicana, porfirista, reaccionaria, contra
el pueblo, én que se ha distinguido la mayoría,
la gran mayoría de nuestra colonia en México,
para estar a bien con su protector, el mona
truoso tirano, digno del odio de los ciudadanos
honrados de todos los países, Porfirio Díaz,
CARRANZA Y LA BJBVOLUCIÓN DB M&JI0O 33

padre putativo de Huerta y demás «oLdadones.


En las cueetiones arduas y comprometidas,,
lo máa expedito es abandonarla», sobre todo si
as trota de cuestiones extranjeras de carácter
político. Para estos caeos se inventó la socorri­
da cantinela de que a los españolee nos basta
con ocuparnos de 'loe asuntos de nuestra casa.
Esto es lo más expedito; pero creo que lo me­
jor es abordar loe tales problemas coa franque­
za. Todo el mundo desconfía de aquel a quien
oye hablaT coa subterfugios, reticencia« y an- >
fibologíae: por el contrario, se Teepeta la opi­
nión de quien emite con. claridad y «in doblez
un pensamiento, siquiera sea falso, o tal que
no se pueda convenir con él. Esto me parece
haber hecho al abordar el problema pertinente
a la situación económica y política del pueblo
hermano en tiempo de Porfirio Díaz, y al es­
cribir con imparcialidad en un punto en que
por una y otra parte se había escrito con apa­
sionamiento y desmedido calor. Críticas eran las
circunstancias en que hablé, y con todo, he
•ido ««cuchado y he logrado rectificar alguna«'
ideas. Aunque mi labor no hayo producido otro
efecto que el de abrir ios ojos de muchas per­
sonas y calmar la efervescencia que reinaba
en el ánimo de otras, escribiendo juiciosamente
en la materia, entiendo que ésa labor responde
al derecho y a la obligación que Europa tiene
de documentarse y de estar el corriente de loe
acontecimiento* mexicanos, por razón de la in*
1—Tomol,
34 EDMUNDO GONZÁDEZ-BLANOO

fluencia material y moral que allí ejerce. So­


lamente un despotismo de criterio, tímido, sos­
pechoso y esclavo en sus vagas inquietudes de
su propia'intolerancia, podría prohibir discu­
siones tan gravee como sinceras sobre un asun­
to que en tan alto grado interesa a loe espa­
ñoles.
Loe que en todo lo que hacen loe españoles,
tanto dentro corno fuera de la península, sólo
quieren ver glorias; los que creen que la críti­
ca histórica o social, aplicada a nuestros com­
patriotas1, únicamente debe servir para decir
lo bueno y callar lo desfavorable; los que adu­
lan al país y a sus colonias en el extranjero,
pintándole todas nuestras cosas como grandes
y acertadas, no se avendrán con la idea que doy
do la mezquina y desacertada actuación polí­
tica de los españoles en el conflicto mexicano.
Nuestros antepasados calumniaron a Mariana,
suponiéndole hijo de un francés, porque en su
Historia de España consignó algunas verdades
muy duras para nuestro país; y con todo, el
genio bilioso del jesuíta toledano escribía con
hiel, porque sú corazón rebosaba en ella al ver
la Tápida decadencia de nuestra patria. ¿ Cómo
han de avenirse los contemporáneos, si tienen
intereses en México, a pasar por la triste idea
que de su actuación política allí he de dar, ate­
niéndome a los hechos que la acreditan P ¿ Y
quién ignora que el estado de espíritu intelec­
tual y comercial de loe países europeos sólo se
, 0ABRANZA Y LA HBVÓLUCJÓB DB MÉJICO 35

explica por la ignorancia completa de aquellas


regiones inmensamente ricas, o por temor a las
dificultades que encontraría una acción cual­
quiera de Europa, que desafiase al proteccio­
nismo económico y militar que loe Estados Uni­
dos han pretendido siempre imponer en las re­
públicas americanas?
Cuento con que este escrito, dictado por una
convicción profunda, chocará mucho con las
opiniones en una época en que la prensa y el
público de Europa son hostiles a los hombres
que han tomado parte en la revolución de Mé­
xico; pero esta consideración ¡no me impedirá
decir lo que creo que e» verdad. Y aun juzgo
que importa hacer aquí una afirmación, no va.
nidosa, pero sí perennal y de cuyo alcance sólo
podrán darse cuenta clara los que conozcan
bien estos asuntos. Hay no poco valor en mis
aseveraciones, mucha independencia, que es lo
que da la medida más exacta de la honradez
intelectual de un hombre, al par que del vigor
de sus convicciones. Hay no poco valar en afir­
mar resueltamente, por más que sea la verdad,
que las causas de la revolución mexicana son
escuetamente patrióticas o nacionales, de ín­
dole económica y política. Hasta ahora el tema
oomún de las declamaciones de los «intelectua­
les» porfirianos ha sido que esa revolución pro-
cede de la debilidad del pueblo mexicano, apro­
vechada por el Gobierno de loe Estados Unidos,
.cuando en realidad, aunque al pueblo mexica-
36 BDMtfXDO GOKZÁLEZ-BLAXCO

no ««tuviera situado en la Patagonia y fuese


una sociedad de resignados anacoretas, no hu­
biera dejado de rebelarse contra su» impuden­
tes dictadores. Esta es la verdad. Aunque sea
del dominio de lo» hombres enterados, no es del .
vulgo de los periodistas ni’ en Europa ni en
Norteamérica. Y es también transcendental con­
fesar que la administración maderista fué un
lamentable fracaso, mientras que el porvenir
lo representa el carrancismo, lo cual vale tanto
como salirse del estrecho círculo de las pasio­
nes políticas (en el que han estado exclusiva­
mente encerrados hasta ahora los mexicanos)
para elevarse al patriotismo de raza. Que yo
sepa, he sido el primer publicista no mexicano
que en estas materias ha obviado en lo posible
todo apasionamiento crítico. '
Hace falta, mucha falta, que esta clase de
cuestiones se trate con seriedad entre nosotros.
Así lo comprendió toda la prensa madrileña
al ocuparse con extensión y elogio, desde la
; más conservadora hasta la más radical, del dis­
curso que pronuncié en la Casa del Pueblo de
la corte el 18 de Julio de 1914. Así lo compren*
dieran también, al dar cabida en sue columnas
a artículos míos sobra la« cosas de México, pe­
riódico» de criterio» tan distanciados como
Mundo Gráfica y España Nueva, La Tribuna
y El Radical. El público, para obtener garan­
tí» de verdad, necesita, antes que nada, conocer
Ja revolución mexicana verificándose,’ verla
.CARRANZA T LA RBVQLUCIÓK Da MÉJICO 37

desarrollarse, pero a la revolución entera, que


ce forma, como saben loe que la entienden,
tanto de loe elementos cultos como de los igno­
rantes y loe ineducados; y verla, además, en •
La« condiciones normales de su actuación po­
lítica, no bajo el falso prisma, mixtificación
debería llamarse, con que ee costumbre la mi­
ren loe capitalistas extranjeros, incomprensi-.
vos respecto al patriotismo férvido de una nación
tan digna de respeto como cualquiera de las
suyas.
Se ha dicho con exactitud que la revolución
de México es una de las formas más agudas del
•ctual conflicto mundial, por cuanto sintetiza
en sus diversas fases el carácter de la conflagra­
ción que tan violentamente sacude * la huma- -
nidad en nuestra época. Pero reviste nota« más
aguda«, y la razón es que las democracias «¡me- ■
ricanae, en general, no han alcanzado todavía
una estabilidad comparable a la de las monar­
quía« europeas. La estabilidad existe, sin duda,
más no en el régimen político y administra­
tivo, sino en los sentimientos colectivo« y so­
ciale«. No hay Estado monárquico de Europa
sin republicanos, y no hay república de América
con monárquicos. En Mayo de 1822 sólo había,
en México, según el historiador Zavala, res­
pecto a partidarios de la república, unos cuan­
tos individuos que habían leído a Rousseau: Un
año después, todos los habitantes de la nación
capace« ele pensamiento en política, eran re-
38 roiíüNDO gonzAlbz-blanco

publicanos, excepto loe españolee y algunos es­


pañolizados enemigos de la independencia o .
fieles al plan de Iguala. El hecho es tan inau­
dito, que un hombre de inteligencia tan. otara
y penetrante corno el ingenioso sociólogo Bul-
nee (en su obra sobre La guerra de indepen­
dencia), no puede explicarlo sino de una ma­
nera' vulgar y sofística, indigna de su nombre
y de su ciencia. ¿ Cómo explicar, en efecto, que
un pueblo que, por testimonio de sus historia­
dores, fué educado 300 años para el servilismo
de la monarquía absoluta, en meno» de un año
se hubiera transformado en ardiente republi*
cano democrático? ¿ Cómo explicar que ee con­
virtieran rápidamente en republicanas gran
parte de da olese rica criolla, la clase media,
la submedia y las plebes mestizas? Désele la
explicación que se quiera, quede consignado
aquí un hecho tan honroso para la mentalidad
cívica del pueblo mexicano.
El problema de la clase indígena fué, sdn
duda, muy otro. La clase indígena, que en la
época de la independencia formaba la mayoría
de loe naturales del país, no eTa entonces mo­
nárquica (en sentido españolista), ni (demo­
crática, sino tradicionalista azteca (1), y su

(1) Corrigiendo laa pruebas llega a mi» aunos


el último artículo de la serie publicada por el padre
Monjas, «cerca de «La revolución de Méx’co» (en
la revista España y América., de 16 de Octubre
de 1915), y ® fl « llama la atenciáa sobre «la
GARBANZA. Y LA REVOLUCIÓN DE MÉUICO 39

escaso pensamiento político ee manifestaba de­


cidido por la represión. Más tarde, «u pro­
grama represivo se manifestó como un progra­
ma fundamentalmente agrario, acabando por
resolverse en un ideal colectivista, en la mani­
festación espontánea de un pueblo oprimido,
generada por el hambre y lae vejaciones secu- .
lares. Porque, en el fondo, no «otra la cuestión:
el peón, el indio, cansado de pedir justicia con­
tra su patrón, acabó por hacérsela. Los indios
acabaran por enterarse de que lae tierras eran
de sus abuelos y que cambiaron de dueños, pri­
mero con la conquista guerrera de los aventu-,
reros españoles, que al menos les dejaron «ua
ejidot, y últimamente, con la conquista insi-

sorprendente ausencia da todo recuerdo o monu­


mento de la conquista y ocupación española... De
1* epopeya de Hernán Cortés y sus compañeros no
hay en todo México la mée mínima conmemoración.
Pero en medio de la grande y hermosa avenida que
conduce desde la ciudad de México hasta el palacio
presidencial de Chapultepeo (nombre indio), se le­
vanta una gigantesca estatua de bronce. ¿De Her­
nán Cortés P No: de Cvantemoc o Quatimocin, el
último emperador azteca, muerto a manos de loe
hombres de Hernán Cortés. La estatua, que ea de
proporciones colosales, representa a su personaje en
pie, en traje de gran jefe indio, y lleva en la ca­
beza el simbólico penacho de plumas. En el monu­
mental basamento, cuatro bajorrelieves representan
a sus compañeros de lucha y vencimiento, y en uno
de lo* frentes hay esta inscripción: A la memoria
dt Cuantemoe y de rus puerteree, que combatieron
40 EDMUNDO GONZÁLSZ-BLANCO

diosa de loe capitalista« extranjeros, que nada


lee dejaron. Lógico hubo de ser que tratasen
de reconquistarlas, que la luz se hiciese en su
espíritu, y que se creyesen con el mismo dere­
cha que a recuperar la posesión de México que
SU9 antepasados, los «hijos del sol». Y la luz
creció, y fué al principio como de luna, cuan­
do al nacer asoma color de fuego, por reflejar
aun. loé arreboles solares. Y hoy, ya es luz me­
ridiana, que alumbra la totalidad de la po­
blación indígena, pese a sus imprudentes dic­
tadores. ;
La revolución eocial va a empezar, ha dicho
Carranza, después de su triunfo sobre Huerta;
pero ¿en qué forma? El ilustre ciudadano y

heroicamente en defensa de la patria. Ese monumen­


to es la expresión en piedra y bronoe del alma me­
xicana... Una da las primeras reformas llevadas a
cabo por la revolución, cuando Carranza entró en
México, fué la de cambiar los nombres de las- ave­
nidas de San Francisco • Isabel la Católica por los
de Francisco Madero y José Pino Sváree.» Razón
tenía el periodista colombiano Coroned, craando, a vuel­
ta del Congreso Panamericano celebrado en México,
decía: «México he perdido iodo tipo español; allí
predominan lo» mestizo», y hasta el idioma de Cer­
vantes está llamado a desaparecer.» Este estado del
espíritu público aeró muy triste, pero «a muy real,
y dado él, no ae explica que loa españole» se empe­
ñen «n emigrar • un país que no lee quiere, y me­
nea todavía se concibe que entren en A como en país
conquistado. Máa lea valdría quedar en la madre
patria y «»altiva» nuestro jardín».
CARRANZA Y LA RKV0LVC1ÓN O» MÉJIOO 41

artista que oculta «u nombre bajo el pseudó­


nimo de «doctor Ati», dió loe máe firme» toques
a esa revolución, exponiéndola en términos ta¡n
vigorosos y convincentes, y con tan profundo
s ntido de lo que pudiéramos llamar ei radi-
o tierno agrario de la misma, que no es posible
a quien trata esta materia dejar de repetir al-
.guna» palabras suyas: «Por nuestras especia-
lee condicione® telúrica», étnica«, económicas
y políticas, estamos en condiciones de solucio­
nar de una manera satisfactoria los grandes pro­
blema« sociales, de orden general, en beneficio
del continente entero. Las reformas, implanta­
das en México, por nuestro gran movimiento
revolucionario, podrán servir el mundo como
ejemplo de verdadera renovación humanitaria
y de efectiva justicia distributiva, y nuestra ac­
ción .podrá alcanzar universal importancia, ai
obramos sin prejuicios y radicalmente. Las des­
agregaciones verificadas, dentro de la revolu­
ción, no deben espantarnos ni entristecernos,
porque son la consecuencia inevitable del pro­
fundo sacudimiento de todo el organismo na­
cional, o mejor dicho, la natural «elección de
loe distintos elementos que constituyen el ca­
rácter, las aspiraciones, las ambiciones, las ne­
cesidades, la vida misma de 'la raza. Lo esen­
cial es que, durante estas conmociones fatales,
quedan en pie los hombree y los principios que
deben orientar la atribulada conciencia de la
nación... Es indispensable encontiar a los gtan-
42 BDMÜNDO GONZálXZ-BLANCO

des problemas sociales, no una solución arbitra­


ria, según el deseo de tal o cual grupo, sino se­
gún las exigencias ineluctables del país entero.
Como el programa que tracemos para llevar a
cabo esta revolución social corresponda verdad©
r ..mente a los intereses colectivos, la humanidad
entera secundará nuestro esfuerzo, y sólo tenien­
do miedo de destruir el pasado y sus utilidades
espúreas, respetando creencias bárbara« y di­
plomáticos Venales, y limitándonos a modifi-
c.cienes reducidas y a contemplaciones debi­
litadoras, trabajaremos en medio de la indife­
rencia o de la oposición universal, y nuestro
pueblo seguirá arrastrando su miseria en me­
dio de la más estéril de las luchas.» " ■'
Si la revolución maderista se hubiese anti­
cipado en veinte años, a lo menos, habría ma­
logrado la dictadura en que vivió el país a con.
secuencia de la desacertada gobernación cien­
tífica y habría también demostrado con hechos
que no era Porfirio Díaz el salvador de la re­
pública, evitando que al criterio público se le
tratase de extraviar, como se procura hacerlo
hoy, atribuyendo a aquel general méritos que
no tuvo. Se me dirá que es ridículo ponerse a
pensar en que «la batalla de Lérida no se debió
perder». La objeción tendría fuerza si la cien­
cia social hubiese de reducir su esfera de in­
vestigación a observar lo presente y fantasear
sobre ló futuro. Pero no es así. Todo lo que esa
ciencia tiene propiamente de tal, consiste pre-.
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MEJICO 43

cieamente en buscar las causas de los grandes


efectos o hechos sociales, y esas causas en lo
pasado están siempre. El descontento contra
Porfirio Díaz, en las últimas etapas de bu Go­
bierno, sobre todo, no por gordo era menos vas­
to, y en este sentido puede decirse que la revo­
lución maderista vino a salvarle de una desca­
lificación inevitable y que para él sólo fué be­
néfica.
Alguna vez llegó a afirmar Porfirio Díaz que
las revoluciones en México erad una planta ■
exótica, y que había desaparecido el germen
de la revolución en las nuevas generaciones,
porque los revolucionarios en México habían
muerto algunos, otros fueron exterminados, y
los más, atraídas ai lado suyo, y enfáticamen­
te, confesaba que no quedaba en pie más revo­
lucionario que él, añadiendo que las fáciles y
rápidas vías de comunicación hacían imposi­
ble cualquier movimiento armado en el país.
A primera vista, esto no ofreció dificultad;
pero luego, ocurrióse una, y no leve, y fué que
durante la larga dictadura de Porfirio Díaz,
no sólo no se habían llevado a cabo en México
las reformas económicas, políticas y sociales,
que hacía tantos años venía redamando la na­
ción, sino que esa dictadura fué la defensora
de los capitalistas extranjeros, el escudo del
clero y de la reacción y la base de toda tenden­
cia militarista. Porfirio Díaz no merece que se
le tenga por uno de los buenos hijos de Méxi-
44 /. EDMUNDO QONZÁLM-BLANCO

co, ni menos que se le erijan estatuas: es digno,


tratándole con indulgencia excesiva, del ol­
vido más completo.
Como este libro lo es de crítica sociológica,
y no de erudición documental, reservo mi jui- .
ció sobre el valor que puedan tener lae Memoria»
inédita», de Lerdo de Tejada, comenzadas (a lo
que parece) en 1880, terminadas (según se in­
fiere del contexto) en 1885, y publicadas en dos
tomos y en Puebla en 1889 (es suposición que
se desprende del prólogo poético de González
Mier, que las precede, pues el pie de impren­
ta no lleva fecha alguna). Como muchas obras
póstumas, esas Memoria» pueden ser apócrifas,
y en tal dudoso concepto las tendré cuanta« ve­
ces las cite en lo sucesivo. La historia, sin em­
bargo, debe utilizar y utiliza, con reserva, los
apócrifos, como expresión más o menos inexac­
ta, pero nunca desdeñable, del sentir colectivo
de una época; y las Memorias de que se trata,
si no son realmente de Lerdo de Tejada, reflejan
oon bastante aproximación su pensamiento
y con toda fidelidad el de la mayoría de sus
adeptos y contemporáneos. Pues bien: en el
«testamento político» con que da fin el tomo II,
hace el autor una profecía a la que sólo se puede
tachar el haberse retardado quince años su cum­
plimiento. Hela aquí: «Yo profetizo para Méxi­
co, en el término de diez años, la más grande
y poderosa de laa revoluciones; no revolución
de partido», gastada y estéril, sino revolución
0ABBANZA Y LA RBVOLUCIÓN D® MÉJICO 45

social. Nadie podrá evitarla ni contrarrestarla;


su desarrollo ea ahora pausado y latente, seme­
jante a las fuerzas subterráneas que determi­
nan las explosiones cósmicas. La administra­
ción de Porfirio Díaz ha acumulado dos grandes
factores dex disolución, dinero y violencia; el
primero, distribuido entre sus partidarios como
un despojo; la segunda, repartida entre los
gobernantes como un elemento de propia con­
servación. El robo sistemático y el error per­
manente son situaciones que, por ^anómalas,
han de ser efímeras; ee prolongarán más o me-1
nos tiempo, pero nunca se cimentarán en un
organismo que reúna condiciones de sanidad.
Tengo la convicción de que, fuera de laa gentes ,
del Gobierno, el pueblo mexicano odia terri­
blemente a Porfirio Díaz y a sus mandarines,
y ese odio es debido a la política económica ob- '
servada por esos señores. Se han hecho ferro­
carriles para un pueblo sin zapatos, y esto, no
para beneficiar a ese pueblo, sino para preve­
nir revoluciones. Rusia está llena de rieles y
de tiranos; México tiene tantos tiranos como
rieles. Loe mexicanos han conquistado dos dere­
chos: el de viajar muy de prisa y el de morir
muy de prisa. Porque, cuando menos lo pien­
sa, un ciudadano es detenido en un tren a toda
la marcha y fusilado sobre la marcha. Ese ciu­
dadano tiene el privilegio de viajar, pero no
tiene el derecho de vivir. Otro cultiva su te­
rreno y piensa alegremente: Lo» negocio» van
46 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

a maravilla; ahora, que hay ferrocarril, esta


tierra valdrá más. Pero no bien se hace tan
lisonjero razonamiento, aparece un deslindador
y le dioe: Vamos, amigo, fuera, esta propiedad
no le pertenece. Y le arroja a latigazo« de su
heredad. Así, el tal sujeto, tiene el derecho
de figurarse que és propietario, pero no tiene
el derecho de conservar eu propiedad. En estos
dos ejemplos está sintetizado el movimiento
progresivo de México bajo la férula de Por-
firio Días.*
El juicio que pronunciaron los contempo­
ráneos de Porfirio Díaz es el que debe ser ra­
tificado por la posteridad. Y la profecía ence­
rrada en las palabras anteriores se ha cumplido
en todas sus partes, pues la revolución cons-
titucionalista que Carranza representa no es
«revolución de partidos, gastada y estéril, sino
revolución social.* Ni Carranza ni sus hombres
tienen la culpa de que al entronizamiento del
constitucionalismo triunfante ee hayan opues­
to la barbarie específica simbolizada en Villa,
el militarismo representado por el general An­
geles y la intriga clerical sintetizada en el doc­
tor Silva, en el licenciado Lombardo y en el
judío Somerfield. A Carranza no le han alterado
ni conmovido traiciones y deslealtades, y por
mi parte, no pretendo haberlo previsto todo en
la primera edición de este libro. Indiqué algo
de lo que ocurrió después. Mucho menos me
faltó al deseo de aprender, por miedo de saber
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MEJICO 47

demasiado. Digo más: «obre acontecimientos


que ocurren a muchas leguas de distancia y
llegan hasta nosotros a través de la bruma de
informaciones apasionadas, no son. copiosas las
noticias fidedignas, y más de una vez hay que
emitir alguna suposición, siempre razonada,
en los puntos dudosos. Pero a la par que esto
reconozco, no puedo menos de protestar, con
toda mi energía, contra ese odio cobarde e irre­
conciliable que en España se siente hacia todos
los revolucionarios mexicanos, sin excepción;
odio sólo comparable al que, mezclado oon as­
querosa envidia, se siente, en tantos medios
europeos, por la fuerza y el patriotismo del
gran pueblo alemán. Permítaseme que lo diga:
el error no está sólo en los que se conduelen
de la suerte de nuestros compatriotas residen­
tes en México; el error, desgraciadamente,
está en los disparatados informes de los perio­
distas. En esa revolución cruel en que luchan
poderes tan irreductibles y alrededor de cuyo
magno duelo se desataron con intensidad dolo- -
rosa los odios y las pasiones, no es prudente
aventurar juicios sobre la base parcial y recti­
ficable de lae primeras noticias motivadas por
un hecho determinado, sobre todo si carecen
del marchamo oficial.
Tomar un momento determinado del curso
de la revolución como todo el curso de la mis­
ma; considerar alguno de loo rasgos más «a-
lienta« de «u actuación como toda su actúa-
48 BDMÜNDO GONZÁLBZ-BLAMOO ,

ción; juzgar a uno de sus prohombres como a


todas sus prohombres; considerar, en una pala­
bra, algo de en carácter como su carácter unq
y entero, marchando directamente hacia el
error por el oamino de insuficiente crítica, he
aquí el vicio capital en que han incurrido la
mayor parte, cuando no el total, de los publi­
cistas europeos que, desde 1910, han redactado
trabajos referentes a México y al'constituciana-
lismo. ¿Me preguntáis Ja causa de ese vicio?
La falta de ideas democráticas y radicales como
ideas directrices: nada se aprueba ni se con­
dena nunca en nombre de un principio político
superior, general e infalible, sino en el de las
conveniencias, en el de los capitalistas extran­
jeros, que miran el problema mexicano en sen­
tido rigurosamente utilitario.
Ya lo he dicho muchas veces, y estoy dis­
puesto a repetirlo muchas más, a ver si a fuer­
ce de repetirlo, lo convierto en axioma: he di­
cho que en las informaciones de loe periódicos
europeos, pero muy singularmente de los espa­
ñoles, cuando a cosas de la revolución de Mé­
xico se refieren, no hay una palabra de verdad.
Casi todas ellas son, por ende, recusables en
principio. Hasta cuando llevan la garantía del
marchamo oficial, y refiriéndome tan sólo a
manifestaciones categóricas, preciso será com­
putar siempre la inclinación, natural en los
bandos opuestos, de atenuar el alcance de los
dnñr>e y yerros propios, ampliando paralela e
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO . 49

imaginativamente loe del adversario. Por tal


razón., si loe eonstitucionalistas no quieren que
la revolución ee extinga, como la vida de un
hombre, misteriosamente, poco a poco, desvaa
naciéndose e¡n la sombra inquietante de lo que
no ee sabe, deben seguir sin vacilación dos re­
glas de conducta muy provechosas, son a saber:
la primera, indicar los errores de Ja revolución
misma, señalar sus defectos y no elogiar sin me- 1
dida sus triunfos; pues si sus errares no se co­
rrigen, acabarán por constituir un obstáculo
insuperable a su propio programa de renova-,
ción; y la segunda, demostrar a los pueblos
cuál es el verdadero carácter de dicha revolu­
ción y llamar en su apoyo a todos los partidos
avanzados del mundo que sienten y piensan
como ellos, que persiguen loe mismos ideales
que ellos persiguen y que se han organizado
para pretender lo mismo que ellos defienden.
Abundando en mis ideas, el doctor A ti, en
una conferencia dada en el Teatro Arbeu, el 5
de Febrero de 1915 sobre El país y los partidos,
se expresó en estos términos: < Para que nuestra
acción sea efectiva, debemos difundir en el
país nuestros principios, pero también organi­
zar en di1 Extranjero una intensa propaganda
en defensa de nuestras ideas y de nuestra na,
ción, a semejanza de lo que ha hecho la Argen­
tina. La reaoción, que hoy ee levanta encabe­
zada por Angeles y Villa, no ha ganado su pres­
tigio en Jas batallas de Torreón, ni de Zac&te-
■ 4.—Tomo L
50 EDMUNDO GONZÁUEZ-BLANCO

cae, sino que se ha hecho fuerte con la propa­


ganda en loe Estados Unidos, en París y en
Londres. Por lae condiciones actuales de la
vida moderna, una campáña, en cualquier or­
den de ideas o de hechos, no puede llevarse a
cabo sin el auxilio de la prensa internacional.
La importancia que nosotros demos a nuestra
revolución en el extranjero ee reflejará pode­
rosamente en nuestro' propio país, después de
haber ganado en todas las naciones del globo
la simpatía y el apoyo que ee merece. Desde la
época de Madero ha sido descuidada la pro­
paganda internacional en pro de la revolución.
Durante la campaña de defensa revolucionaria
que hice en París en 1913 y 1914, pude darme
cuenta de la importancia política que tiene el
apoyo de la prensa internacional y de la opi­
nión pública en el desarrollo y en el triunfo
de cualquiera clase de empresas, sin exceptuar
lae políticas o sociales. Si nosotros no proclama­
mos y defendemos en América, en Europa y
en Asia la grandeza de nuestros principios y
loe fines de nuestra revolución, cuando haya­
mos triunfado, dentro de nuestras fronteras,
nos encontraremos con dificultades exteriores
que no podremos vencer fácilmente. Nuestros
enemigos han establecido en loe Estados Uni­
dos y en Europa un servicio de propaganda e
información que ha hecho mucho daño a nues­
tra causa.»
Innecesario me ee decir que no se ha publi-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MEJICO 51

cado aún la última palabra sobre esta impar,


tante materia. Por fortuna, la actuación de
Carranza, sólo en bien ha dado que hablar a
la «ana crítica. Julio Sexto, en la novela me.
xicana de base histórica que intitula Cómo ar­
dían los muertos, observa, con referencia a loe
comienzo« del movimiento constitucionalista
de 1913, que la noticia del día en la capital
era la protesta del Gobierno de Cohauila contra
el Gobierno central, por loe asesinato« del pre­
sidente y el vicepresidente de la república.
Esta noticia no la dió la prensa, pero el públi­
co la conocía. Había muchas persona« que es­
taban enteradas de qne en Coahuila se prepa­
raba un levantamiento que encabezaría el pro­
pio goberndor, en nombre de la Constitución
ultrajada, ¡ Eso fué lo primero que produjo la
farsa de la Ciudadela I ¡ Ese fué el primordial
efecto de la obra del cuartelazo!
El levantamiento se realizó, dirigido por Ca­
rranza, y en vano los conservadores mexicanos _
y los capitalistas extranjeros quisieron ahogar­
le en calumnias y desacreditarle ante Europa.
Carranza, atento tan sólo a los dictámenes del
patriotismo, de la justicia y del hollado senti­
miento constitucional, prodújose con la altiva
nobleza del que ee siente superior, no sólo a la
vida común, sino al común destino. Para los
liberales mexicanos,' Carranza está muy por
encima de las calumnias que sobre él han lan­
zado y siguen lanzando loe capitalistas extran-
52 - EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

jeroe. Pero como la calumnia, cuando no man­


cha, tizna, es preciso hacer ver a un público
ignorante que cuanto hoy realiza Carranza, lo
realiza con un fin general y predeterminado
por las circunstancia« del pueblo y de la época,
y lo realiza además con una tortísima dosis de
circunspección, de buen sentido y de razón
práctica, aplicando sagazmente los medios al
fin. Y, sobre todo, hay que insistir en que las
informaciones de los periódicos de España, sin
excluir el tan serio y ponderado A B C, «obre
México y su revolución, son casi todas calum­
niosas o ridiculas, odiosas o falsas.
Indignación causan esas estúpidas informa­
ciones en que se muestra a México como un país
salvaje, donde no impera otra ley que la del
más fuerte, y donde el europeo es considerado
como un sér extraño al medio en que allí ®e
vive. Hace treinta años, u¡n insigne periodista
español, Elices Montes, que había residiólo cua­
tro en México, se quejaba amargamente, en
el tomo I de sus Memorias íntimas, de la crasa
ignorancia y de la refinada malicia de los viaje­
ros que recorrían aquel país en busca de impre­
siones que transmitir luego a lectores anodinos,
ociosos y vulgares. Hace falta que entre España
y México se establezca una reí ación leal y basa­
da en un conocimiento escrupuloso de los dos paí­
ses. ¿ Cómo tolerar más tiempo loe enormes dis­
parates que en España se publican por los que
hablan de México con una injusticia que de-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 53

muestra mala fe y absoluto desconocimiento


de cuanto se dice, y en cuya ingrata tarea
únicamente pudiera acompañarles algún tenor
de ronca y apagada voz, algún cloun del Circo
Orrin o algún yanqui despechado porque no
vió al pueblo azteca dócil y sumiso rendirse a
bus plantas y entregarle todos los ricos teso-
ros que posee-? Y no es lo malo que escritores ,
atolondrados maltraigan y ridiculicen e inju;
rien a México y finjan indiferencia o desvío
u odio a lo que die justo y de santo, verdade­
ramente justo y santo, hay en su revolución;
lo peor es que hasta hombree de carrera y posi­
ción, que han visitado a México con misiones
oficiales, hayan cometido grandes errares de
apreciación, que todo escritor imparcial y en­
terado de las cosas de aquella nación debe
apresurarse a disipar por completo, presentan­
do las cosas sobre el espejo de la realidad,
para evitar así el extravío de la opinión pú­
blica. «En todas las naciones (ha dicho jui­
ciosamente Azorín) se hacen pinturas extre­
madas de líos naturales de otros pueblos, y
todos loe países pueden quejarse de excursio-
nistas que no han sabido ver las cosas de la
tierra, o la® han visto de través y a contra­
pelo.» México no podía ser una excepción res­
pecto a la pintura que de él han hecho algu­
nos autores desaprensivos. ¡ Qué cosas han di­
cho de loe mexicanos (aunque no tan duras
como las que han dicho de los tudescos), loe
54 ' bdmündo gonzAlbz-blanco

franceses Charnay, Chevalier y Bazancourt! Y >


Dupin de Saint-Andró, en 1882, ¿no hizo,
can su obra Le Méxique Aujourd’hui, la más
estrambótica y disparatada caricatura, una ca­
ricatura superior a la que de España plugo ha­
cer a D urnas P
Loe escritores mexicanos no perdonarían,
y harían bien, mi temeridad en meterme así
de rondón en su coto o término propio, para
decirles quizá menos de lo que tienen ya ave­
riguado y pasado en cuenta. Pero consideren,
como antes dije, que esta obra no está escrita
para ellos, sino para la inmensa mayoría del
público no mexicano que totalmente ignora
lo que México es y lo que en México viene
ocurriendo desde la dictadura de Porfirio Díaz
hasta la restauración del orden constitucional
por Carranza, pasando por la administración
de Madero, la contrarrevolución de Félix Díaz,
el despotismo de Huerta y la reacción de Villa
y de Zapata, esas dos figuras demagógicas y
radicales en la revuelta, pero conservadoras y
reaccionarias en el triunfo? Si sus facciones
logTasen adquirir preponderancia, feria pre­
ferible, para la civilización y para el pTesti-
gio de México, convertir en una hoguera a la
República: «Aniquilar ambas facciones—ha di­
cho el doctor Atl—, aun a riesgo de aniquilar­
nos a nosotros mismos, es, no sólo un deber na­
cional, sino un deber humanitario. Dejarlas
CABRAN«A Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 55

crecer, sería crear un obstáculo en América al


progreso, a la libertad y a la justicia.»
El estudio de época tan tormentosa, prolon­
gada hasta los momentos actuales, es difícil,
y más difícil aún el juicio que pueda formar­
se de todos sus pormenores. Doe ideales, sin
embargo, sobrenadan en ese confuso piélago
como característicos de la política de Carran­
za; dos ideales sin cuya realización no hay
porvenir posible para un país tan trabajado
como México: 1) Cumplida la misión de de­
rrocar al general Huerta y de aniquilar al
ejército federal, quiere el constitucionalismo
llevar a cabo, de una manera decidida, las re­
formas económicas exigidas por las apremian­
tes necesidades de Ta república (2). Acorrala­
dos Zapata y Villa, aspira a restaurar la de­
mocracia fundada en los derechos naturales,
en la soberanía papular, en ‘la separación de
la IgJiesia y el Estado, en todos loe principios
modernos. Can toda imparcialidad y recto jui­
cio pretendo estudiar 'la persistencia de estos
ideales en el nuevo régimen mexicano, pro­
curando encontrar la solución más atinada y
i conforme a la índole de las necesidades del
país, y examinando las razones e intereses que
por completo borran la estúpida odiosidad, los
absurdos rencores y las necias preocupaciones
que en toda Europa se dejan sentir contra Ca­
rranza y loe conetitucionalistasi ■
En virtud de las consideraciones que acabo
56 »DMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

de exponer, comprendí que me era indispen­


sable enmendar algunas de las deficiencias de
que se resiente la primra edición; entre otras
causas, por haber sido escrita disponiendo de
espacio limitado y en el poco tiempoi que me
dejaban libre atenciones y obligaciones, ape­
nas llevaderas, que se habían aglomerado so­
bre mis cansados hombros. Faltóme, además,
una información tan dilatada e idónea oomo
la de que dispongo actualmente: era, sí, bas­
tante abundante, pero no todo lo escogida que
hubiera deseado yo; y no hallándome seguro
de no haber cometido a'gún error involunta­
rio en las citas, exposición e interpretación
de hechos hasta entonces consumados, dispues­
to estuve, desde un comienzo, a hacer, con áni­
mo humilde y buena voluntad, cuantas rec­
tificaciones exigiese mi primitiva labor. Y no
ee suponga que estas rectificaciones me han
llevado a cambiar de criterio en mis juicios
de conjunto: muy en contrario. Hoy creo fir- ;
memento que, para honra del jefe constitucio-
nalista, de su ejército y de su ilustrada oficia­
lidad, no existe el menor motivo para desvir­
tuar, ni siquiera para modificar, las afirmacio­
nes fundamentales que sobre la revolución de
México hice en la primera edición.
El plan de esta nueva edición es, pues, muy
sencillo, y consiste en traer a discusión Iba
grandes cargos que loe capitalistas extranjeros
han hecho a los prohombres del constituoiona-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÍJIOO 57

llamo después de su triunfo a mediados del es­


tío pretérito; analizo esos cargos can serenidad
y en buen orden; refuto ¿tos que me parecen
falsos; acepto lealmente y sin distingos loe que
estimo justificados, y sobre todo, doy a cono­
cer las razones que explican «4 cisma revolu-
. cionario, que la prensa europea opone por to­
dos lados a Carranza, como la cabeza de Me­
dusa. Para apreciar rectamente estos nuevos
hechos, existen nuevos datos, y a dar cuenta
de ellos me creo obligado, pues e) valor de una
crítica depende de las fuentes en donde se ha
inspirado, bien así como el caudal y hermo­
sura de un río depende de la abundancia y
claridad de sus manantiales. Fuera de esto, y
aun en esto mismo, la índole de . la nueva edi­
ción no permite entrar en discusiones cuyo
término está lejano aún. Esperemos que una
vez sofocada por el triunfante constitucionalis­
mo la reacción de Villa y de Zapata, termine
esta revolución como otra vez terminaron los
combates continuos de los mexicanos entre sí,
con motivo de las reformas que debían destruir
el predominio del clero.
En el momento en que llegaba a su término
y remate (23 Julio 1914) la primera edición
de este libro, declaré no saber, aunque lo pre­
sumía, cuál sería el desenlace de aquella lucha
homérica del pueblo mexicano contra sus im­
pudentes dictadores; pero hice votos por que •
cayesen al' fin de la batalla ruda los corifeos ■
58 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANOO

de treinta años de civilización capitalista. «La


resolución—decía—es una imposición de la
conciencia del pueblo. mexicano, y peor para
los que no oigan la voz del destino y no quie­
ran ver y aun leer en la persistencia y hasta
en la violencia de esa revolución la inscrip­
ción fatídica que edi profeta Daniel interpretó
en el festín de Baltasar: ¡ el Mane Thecel Pha-
ret de un régimen que se desploma!»
Al cabo de un año, y a pesar del cisma re­
volucionario que representa la reacción de Za­
pata y de Villa, reafirmo el mismo concepto.
Para mí, la empresa de Carranza no ha sido
una revolución mal calculada y en que no se
contaba can los medios suficientes de ejecución.
Lejos de ello, sigo considerando eül partido
que hasta ahora se ha llamado constituciona-
■: lista, como el que lleva en sí los gérmenes más
fecundos de una verdadera renovación nacio­
nal. En el orden político, las naciones como
México no deben poseer sino aquello que son
' capaces por sí mismas de adquirir y conservar.
Las revueltas utópicas y las dictaduras absor­
bentes, que continuamente han perturbado la
paz pública y las naturales funciones del Go­
bierno mexicano, sólo en el constitucionalismo
pueden hallar un útil contrapeso. Y en el or­
den económico, también del constitucionalismo
debe esperarse la radical reforma de las con­
diciones de la propiedad agraria y de las re­
laciones entre hacendados y operarios, condi-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 59

cionea y relaciones que, para afrenta de la


civilización en México, casi no han cambiado
un ápice desde ¿a época colonial española. Que
no en vano Carranza dijo, én forma muy cla-
r , la noche misma de su llegada a Veracruz:
¡Hoy comienza la revolución tocial!

Luanoo (Aaturiaa), Agoato-Octubra 1915


PRIMERA PARTE

CARRANZA

CAPITULO PRIMERO

VIDA Y OBRA DE CARRANZA

§ 1. CARACTERÍSTICA DE CARRANZA

Nació don Venustiano Carranza el 29 de Di­


ciembre de 1859 en la villa de Cuatro Ciénagas,
y cumpjido el tiempo de la instrucción elemen*
tal o primaria estudió sucesivamente en la ca­
pital del Estado (Coahuila) y en la capital
de la república. Sobre él ejercieron una po- .
aitiva influencia los profesores del Ateneo Fuen­
tes y de la Escuela Nacional Preparatoria, res­
pectivamente, en el dominio de las ciencias
prácticas y empíricas. Por desgracia, una enfer­
medad de ¿los ojos, tan grave que estuvo a pun­
to de perder la vista, le desvió de sus estudios.
Curado en los Estados Unidos por un oculista
62 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANGO

notable, regresó a su pueblo natal, donde con­


trajo matrimonio con una señorita de buena
condición, discreta y sencilla, doña Virginia
Salinas, de la que ha tenido varios hijos, a
quienes educó con esmero. Y en este ambiente
de paz, Carranza se consagró por completo a la
ganadería y a la agricultura.
Las noticias más directas que de él se tienen
han sido suministradas por los rasgos biográ­
ficos escritos en 1912 por su secretario particu­
lar, el mayor Breceda, y publicados con el tí­
tulo de Documento» para la historia de la revo­
lución constitucionalista en el número de 30
de Abril de 1914 de Vida 'Nueva, diario polí­
tico y de información de Chihuahua. Ya en Di­
ciembre de 1913, y en forma más doctrinal y
literaria, había aparecido en Hermosillo un
folleto rotulado: Carranza y el constitucionalis­
mo, escrito por el diputado Martínez Alomía,
director del periódico trimestral El Constitu­
cionalista, que es el órgano del Gobierno revo­
lucionario de la república mexicana.
Parece que Carranza heredó de su madre,
la respetable dama doña María Garza, la bon­
dad y amabilidad del carácter, y de su padre,
el teniente coronel don Jesús Carranza, la dig­
nidad y entereza de la conducta. Muy particu­
larmente, empero, influyó en él' este último,
gran amigo y auxiliador de Juárez, al «mo­
desto presidente de frac negro», como le lla­
mara nuestro Prim. En la grave crisis políti-
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓN DB MÉJICO 63

ca por que atravesó México cuando la interven­


ción francesa, don Jesús dió a su pueblo y llegó
a su ¡hijo altee ejemplos de desinterés, de ini­
ciativa, de civismo, de valor y de espíritu de­
mocrático. Carranza en esto ha sido noble ému­
lo de su progenitor: en su conciencia no ha pa-
deoido la fe patriótica transitorios eclipses; en
su corazón de ciudadano no ha clavado la duda
su diente de reptil, frío y áspero.
El grave error en que incurrió Porfirio Díaz,
que por su patria tanto trabajó en otros órde­
nes, fue el haber descuidado un problema para
México gravísimo: el problema agrario. El in­
discutible acierto de Carranza ha sido, en cam­
bio, el haber consagrado todas sus energías al
estudio y solución de este problema. Inspira­
ción suya o fruto de sus propagandas fueron,
en 1887, varios proyectos de reforma en la in­
dustria ganadera y agrícola, que le valieron
de sus paisanos el nombramiento de presidente
municipal de Cuatro Ciénagas. Su cultura y
su actividad se han desarrollado al aire libre,
lejos de los mullidos cojines y de loe facticios
perfumes cortesanos, entre el balar de rijosos
sementales, bajo el toldo de prolíficos aromas
que esparoen las robustas floraciones silvestres.
La libertad adquirida en sus labores campesi­
nas tuvo sobre su formación espiritual decisiva
importancia, pues no sólo le obligó a pensar
oon reposo, sino que dentro de ella, por un na­
tural contraste con las turbulentas inquietudes
64 EDMUNDO GONZÁLHZ-BLANCO

• \ ' ,
y loe Agitados sueños de la humana ambición,
se entregó a copiosa» lecturas de sociología e
historia, que le llevaron a un conocimiento exac­
to de la evolución política moderna.
No es menester, ni se compadecería con <ba
realidad, encarecer aquí la tristísima y absurda
idea que tienen algunos de la revolución mexi­
cana al considerarla como una algarada de pi­
llastres y bandidos. Precisamente su jefe es un
hombre honrado y fuerte, de notoria individua­
lidad y definida orientación. Desde que ocupó
la presidencia municipal de Cuatro Ciénagas re­
veló altas dotes administrativas, espíritu em­
prendedor y reformista, propensión constante
a dar a cada uno Ib que es suyo, exactitud en
el cumplimiento de los compromisos sociales
y firmeza inquebrantable frente a la dictadu­
ra del general Díaz. Uno de sus primeros actos
de cívica franqueza fué negarse a redactar,
como quería e’.' Gobierno, un informe en que se
hiciera constar que la municipalidad atrave­
saba por una época de inusitado esplendor, in­
forme, se le decía oficiosamente, que redun­
daría en aumento de su honra y en beneficio
de la República. Carranza respondió con ente­
reza que no se le había dado el cargo que desem- ¡.
peñaba para engañar, Bino para servir loe inte­
reses del pueblo; no para la conveniencia de
la política militante del Estado, sino para in­
formar a éste de la verdadera situación del mu­
nicipio, Y a loe treinta y cuatro años de edad,
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 65

en 1893, cuando el despotismo y la corrupción


habían llegado al período máximo, Carranza,
ayudado por su hermano Emilio y unos cuan­
tos amigos más, se declaró en rebeldía abierta
contra el entonces gobernador de Coahuila,
Garza Galán, quien pretendía una reelección
tan impopular corno injusta. En los momentos
en que imperaba ei mayor anarquismo políti­
co, Carranza mantuvo siempre el lema de que
el mundo pertenece a los pueblos que poseen la
superioridad social.
Después de presidente municipal, Carranza
ha sido diputado, gobernador del Estado de
Coahuila y senador. Y en todos estos cargos,
perseverante como lo fueron los españoles de
otrora en su cruzada de ocho siglos por lia pa­
tria, luchó sin desmayar, atento a su misión,
no a su persona. Tan sólo una vez hubo de per­
sonalizar, pero en beneficio de sus conciuda­
danos: fue cuando en 1909, en lae postrime­
rías del Gobierno de Cárdenas, aceptó la candi­
datura, contestando al enviado de Díaz, gene­
ral Treviño, que le insinuaba la conveniencia
de renunciarla: <Diga usted al presidente, se­
ñor general, que mientras haya una sola per­
sona que trabaje mi candidatura no la renun­
ciaré; antee afrontaré todas las consecuencias
de mi conducta, cualesquiera que ellas sean.»
Al año siguiente (1910) ee afiliaba a la revo­
lución, estando al lado de Madero y siendo
miembro de su Gabinete provisional.
6,—Tomo L
66 bdmuxdo gonzálzz-blanoo

Estos hechos generales señalan la gradación


porque ha ido pasando el actual jefe supremo
del partido constitucionalista, evolución que,
impuesta por la realidad y aconsejada por las
lecciones que ha recibido de sus experiencias
incesantes, se presta a comentarios provecho­
sos: no es esta la ocasión de hacerlos, ni hay
para qué juzgar la conducta de quienes, con in­
tenciones nada cristianas, han hecho correr so­
bre él rumores, por cierto harto calumniosos..
Baste saber que en México, sobre todo en el
México rural y popular, goza degran prestigio,
y con el poder de su espíritu se ha ganado poco
a poco los corazones. Afable, al par que sereno,
reúne ante la multitud las cualidades de gran
caudillo. En Parras una numerosa fuerza ene­
miga pretendía rodear la ciudad, y las autori­
dades rogaban a Carranza que no pernoctase
en ella; pero él, organizando un pequeño ser­
vicio de avanzadas, se esforzó en devolver la
tranquilidad a los ánimos, y ae recogió a dormir
confiadamente. u
Carranza tiene hoy cincuenta y seis años, y
es tan vigoroso y tan comunicativo como un
hombre en su primera juventud. Martínez
Alomía refiere que ha podido en sesenta días
recorrer unas 800 leguas (más de 3.000 kiló­
metros) e caballo por los Estados de Nuevo
León, Coahuila, Durango, Chihuahua, Sinaloa
y Sonora, visitando los campamentos militares,
inspeccionando todos loe servicios y dando un
CARRANZA y la revolución t>» mAjioo CT

gran empuje a la revolución, entre la» propias


fila» enemiga«. Cuando llegó a Sinaloa, sus
vestidos y calzado se habían consumido mate­
rialmente; y él, jovial y animoso como siem­
pre, se sentaba y comía, en medio de los he-
; roísmoa anónimos, el rancho de la tropa. Esta
jira de Carranza no sólo reveló bu vigor físico,
sino que también bus facultades organizadoras
y su serenidad en el peligro. Cree, como Na­
poleón y como nuestro Prim, que no está aún
fundida la bala que habrá de matarle, y asi,
al atravesar la vía del ferrocarril central, cer­
ca de Torreón, mientras una lluvia de proyec­
tiles caía en torno suyo, llamó a Gustavo Es­
pinosa Míreles y despachó tranquilamente bu
oarreepondencia ordinaria, sin que parecieran
preocuparle las peripecias del combate.
Ni aun por su aspecto físico parece Carranza
un hombro de su raza*, su jovialidad social y
la precisión y galantería de sus maneras; su
afán por cuanto significa arte, ciencia y civis­
mo; su admiración particular por Wàshington;
bu gran eencillez de carácter, que cautiva, por­
que además deja transparentar una singular
modestia, que acrecienta su positivo saber y
> valer y que contrasta con el ansia de notoriedad
y con la egolatría, que pareoe ser la enferme­
dad congènita al tipo étnico genuinamente me­
xicano; el amor al país y a la libertad en todas
bus manifestaciones, unido a la austeridad de
loe hábitos militares, eon notas que agrandan
68 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

su prestigio nacional y le hacen acreedor a la


veneración de su9 secuaces y al respeto de sus
adversarios políticos. Cualquiera que sea el jui­
cio que ee forme de las causaB y efectos de la re­
volución mexicana, la figura de su jefe como
hombre y como patriota, quedará siempre a
salvo de toda insidiosa censura.

§ 2. LA LABOR AGRARIA DE CARRANZA

Durante la dictadura de Porfirio Días, el


progreso material de México fué sorprendente,
casi inaudito. Se estableció la paz por medio
de la fuerza y treinta años se mantuvo por el
mismo medio; pero México prosperó en su ri­
queza de un modo considerable. De un país in­
grávido, México se convirtió en un país se­
guro, sobre el que cayeron, como moscas sobre
la miel, los capitales extranjeros. Se abrieron
escuelas en todas partes, se establecieron nue­
vas industrias, se modernizaron las antiguas,
se construyeron grandes vías de comunicación
con el extranjero y en el interior, y así fué au­
mentando la producción carbonífera, loe ingre­
sos de las grandes Compañías de ferrocarriles
(la Nacional, la Interoceánica, la México
Railway) y, en general, todas las manifesta­
ciones de la riqueza. Un escritor español, hom­
bre docto, enteradísimo de cuestiones diplomá­
ticas y coloniales, Marfil, hace observar que
en 1903 y 1904 el comercio mexicano (son ci-
CAKBANZA T LA TUSVOLÜCIÓK DB MÉJICO 69

iras todas da estadísticas oficiales publicadas


en The American Journal) alcanzaba la cifra
de 39.626.066 de 'libras ester’inas, y en 1910
y 1911 se elevaba a 50.999.600, debiendo ad­
vertirse que el balanoe para México era favo­
rable en el primer año en 3.312.708 libras, y
se elevó en e’. segundo año a 8.974.786. La pro­
ducción de oro llegó aeer de cerca de 50.000.000
de pesos; 'la de plata, de cerca de 90.000.000;
más de 30.000.000 la de cobre; 6.000.000 la de
plomo; 1.000.000 aproximadamente la de zinc.
Y en el centenario de su independencia, México
recibía digna y brillantemente a loe emisarios
de bienestar y fraternidad de todos lo» países
civilizados del mundo.
Han transcurrido cuatro años desde enton­
ces y todo ha cambiado. La Tenta exterior de
4 por 100, que se cotizaba a 96,60 en 1910, ha
bajado a 76,50. La interior de 5 por 100 ha
descendido de 51,60 a 39. Las acciones del
Banoo Nacional, en ve« de valer 1.150 valen
625; las del Banco de Londres han pasado de
654 a 407; las del Banco Central, de 465 a 110.
La moneda mexicana está depreciada, y va­
liendo nominalmente el peso 2,58 francos, hoy
, vale menos de 2 (1). Y como desastrosa con­
secuencia de esta penuria del Tesoro, aniqui­
lamiento de las renta», dilapidaciones y con-

(1) Hablaba Marfil aaí, téngase en cuenta, el


»fio de 1913.
70 BDMUMDO GONZÁLBZ-BLANCO

elisiones en la administración local, abandono


de las vías públicas y de todas Jas obras y fá­
bricas de utilidad general, miseria y ruina de
los municipios, anarquía general, persistente
e incurable impotencia de los Gobiernos, vio­
lación de las leyes, arbitrios de loe fuertes,
opresión de 'los débiles, asonadas en las calles,
bandolerismo en los campos.
¿Es concebible ni posible que un grupo de
descontentos, y de foregidos sumados a los des­
contentos, guiado por unos cuantos agitadores, .
hayan llevado a una nación de 15 millones de
habitantes a tan espantable estado de oosas ?
La pregunta lleva en sí la respuesta. Hay cau­
sas varias e importantes que explican esa com­
pleta bancarrota; pero las causas por exoelen- ’
cia, las indiscutidas e indiscutibles, son las
causas agrarias. Ellas explican el éxito de Ca­
rranza y las simpatías con que contó siempre
entre los insurrecto«.
El corresponsal de The Economút, que ha he­
cho estudios especiales muy atinados sobre la
situación de México, ha llegado a decir que
la causa principal de Ja caída de Porfirio Díaz
se encuentra en el descontento de loe campesi­
nos. Marfil le apoya sin reservas. Y el eminen-
, te e imparcial publicista Cabrera, en Ja confe­
rencia quo dió en inglés en la Universidad de
Clark (Woroester Massáchuseetts), dedica una
larga tirada a probar que las causas principa­
les de la revolución en México eon, indudable-
OARSAUZA Y LA RBVOLUCaÓW DB MÚJICO 71

mente, de carácter económico, y principalmen­


te, agrario. ¡ Aún existen haciendas poseídas
por antiguas y ricas familias de origen espa­
ñol, que son el motivo de este conflicto lamen­
table! '
La colonización española tuvo una parte bue­
na, como lo fué la creación de tierras llamadas
ejido» y propio» para el uso común de los indí­
genas; pero tuvo una parte mala, como lo fué
, la formación, frente a ceta población indíge­
na, de la clase rica de los terratenientes. El la­
tifundio y la mano muerta han sido el régi­
men agrícola de México; régimen feudal que
Porfirio Díaz no sólo no- reformó, sino que acre­
centó. El fué quien principalmente concentró
la propiedad en pocas manos, dejando al peón
deudor perpetuo de lia hacienda, hasta al pun­
to de no recibir a veces más que un salario no­
minal.
De aquí muchas y muy graves consecuencias:
falta de iniciativa y de libertad en los traba­
jadores; abusos de administración en los ca­
ciques; favoritismo en el nombramiento de
empleos para l¡os Gobiernos locales; muerte de
la pequeña propiedad agrícola; un sistema de
impuestos invertido; loe peone» rebajados al
rango de siervos; la usura como motivo agra-
> vante de su conservación social. Porfirio Díaz,
no mal patriota, pero sí patriota equivocado,
sólo pensó en favorecer a los capitalistas extran­
jeros. Y cuando los peone» se sublevaron, Por-
72 EDMUNDO OONZÁLHr-BLANCO

firio Díaz mandó contra ellos a loa rurales, es­


parcidos par todo el territorio bajo la dirección'
de los jefes políticos, a quienes el? Gobierno
concedía plenos poderes, de loe cuales, por con­
fesión de los mismos adversarios de la revolu­
ción, abusaron muchísimo. Y luego, cuando
llevado Madero a lia presidencia por loe agra­
rios nada hizo en su favor y se rodeó de pa­
rientes y «científicos», Carranza, el Graoo me­
xicano, fué el único que sostuvo la bandera de
la reivindicación.
¿ Qué muchoP La dictadura de Porfirio Díaz
fué tan poco favorable a la agricultura, que
cuando la producción de oro llegó a ser de oerca
de 50 millones de pesos, el jornalj del labrador
mexicano no alcanzaba a una peseta española.
¡ Y esto precisamente en los momentos en que
el costo de la vida aumentaba de una manera
escandalosa por la inversión de capitales ex­
tranjeros ! Pero líos grandes terratenientes no
carecieron de trabajadores, gracias a su in­
fluencia política y a pesar de lo mezquino de les
jornales.
• Estos hechos tienen suficiente elocuencia. La
falta absoluta de una clase media moderadora
no podía llevar otro resultado. Mientras efe pe­
der de las clases ricas aumentaba día por día,
el estado de los trabajadores del campo era más
precario cada vez. á Qué desenlace había de te­
ner un contraste tan antinatural ?
El punto de partida de la obra que ha que-
(UXBXMZA T l-A. lUSVOLUCIÓN DB MÍJICO 73

rido siempre realizar Carranza, la base del nue­


vo edificio que pugna por levantar hoy, está
principalmente en la reconstitución agraria de
su país. Esta es la parte máe importante de su
obra revolucionaria, Ja raíz de todo lo acaecido
hasta la fecha y la conditio sime gua non de la
pacificación del pueblo mexicano. La econo­
mía política de Carranza, como la de Henry
George y Loyd George, es una economía en
cierto modo bucólica, que recuerda Ib prosa
poética de nuestro Trueba, por el americano
Arguello tan encomiada: es una economía que
supone la casita limpia y blanca, de techo so­
lariego, a cuya puerta un mastín ronca y sacude
a intervalos las orejas con un ronronamiento
desoonfiado; el fuego del hogar iluminando
cazuelas evangélicas; buenos viejos bíblicos y
madres que abrevan en sus pródigas ubres al
hijo de sus entrañas, mientras el anciano de
la casa puebla el contorno de leyendas; el amor
sin ambajes, a la luz, como el de las rosas del
valle, y como el de ellas, grato y verdadero,
bañado de co'bree y perfumes; todo lo que de­
sea la gente rural en sus valles y en sus monta­
ñas, lejos del artificio, lejos de la pose hipó­
crita y del menguado embozo. Carranza ha dig­
nificado este ideal agrario. ¡Lástima que la
realidad, con sus impurezas y horrores, haya
dado a veces por auxiliares, a un hombre que
74 bdmundo GONZÁLBZ-BLANCO

tan grande misión asumió, aeree en su mayoría


incultos (cuando no de instintos feroces) e in­
capaces de comprender los móviles de sus actos!

§ 3. LA LABOR CÍVICA DE CARRANZA

Para la diplomacia extranjera, que pretende


escudriñar las reconditeces de los problemas
políticos mexicanos, Carranza es un descono­
cido. Mas para los que han estudiado de cerca
e imparcialmente la revolución mexicana, es
el director de un gran movimiento, que trata
de hacer un servicio indiscutible a su país y
a 'ja causa de la civilización. A las huestes de
Carranza las acompaña en México universal
simpatía: ellas han velado por la honra de la
patria de Juárez, y la reconcilian con la civi­
lización, lastimada potr la mano de un déspota
sin ejemplo. Porque las balas homicidas que
atravesaron los cuerpos de Madero y Pino Suá-
rez la noche última de la decena trágica, no he­
rían sólo a doe hombree cuya vida, por abne­
gada y heroica que fuese, era al fin transito­
ria: herían a doe representantes constituciona­
les de una república, en quienes políticamente
se encarnaban lae aspiraciones y la voluntad
de todo un pueblo. Así, la revuelta constitucio-
nalista, lejos de significar un cisma, expresa­
ba, apoyada en la fuerza, el más alto concepto
de justicia y de solidaridad nacional.
Los beneficios de una Constitución libre que-
CARRANZA Y LA MVOt.UOTÓN DB MÉJICO T5 ~ '

dan necesariamente limitados al país que se


rige por ella. La Constitución de 1857, regu­
larizando ell pacto federal, tomando corno base
de sus procedimientos legislativos los derechos
del hombre y limitando democráticamente los
tres poderes constitutivos del Estado, necesi­
taba descender de las alturas del pensamiento
filosófico que la inspiró al orden práctico, vtr
gún lo venían determinando las especiales con­
diciones de México. El pueblo, con lia natural
clarividencia del instinto, pudo apreciar en su
■ exacto valor las oualidades de entereza, de ener­
gía y de civismo que en Carranza concurrían
para acometer labor tamaña. Cierto, la histo­
ria, para grabar en sus tablas de bronce la figu­
ra definitiva de un hombre, no debe apoyan» „
únicamente etn los juicios de eua contempo-'
rúñeos, siempre defectuosos o falseados par la
refracción de una demasiada proximidad: tan
sólo cuando a la humosa y vacilante antor­
cha de las pasiones suoede la luz o!&ra y tran­
quila de los resultados, puede, con' mano se­
gura, afirmar determinadamente su buril en
los verdaderos rasgos de una personalidad y
aun en los perfiles más o menos esfumados de
los personajes secundarios que le rodearon en
- vida y compartieron' en mayor o menor grado
sus responsabilidades y tareas. Respecto a Ca­
rranza oabe, ain embargo, decir que es eA
hombre representativo del período de evolución,
de verdadera crisis social y política porque
76 aDMTHTDO GOXZÁUBZ-BLAMOO

atraviesa el país mexicano. A él, más que a nin­


gún otro, ee debe el que este pueblo, cansado
de servidumbre, haya vuelto firme y perseve­
rantemente por la conquista de sus derechos
y de su libertad.
Hace cuatro años Méxioo festejaba solem­
nemente el centenario de su independencia.
Madero había hecho ya su entrada en el campo
político con un libro sobre La sucesión presi­
dencial; pero pasaba inadvertido: se le con­
sideraba con un espíritu inofensivo, original
y desequilibrado, y no faltaban personas de su
amistad que sin rebozo le calificaban de necio
e iluso. Por la misma época, Moheno, reunía
. algunas consideraciones en un volumen intitu-
, lado Hacia dónde vamos, donde juzgaba ya ex­
tensamente la situación de México, y determi­
naba muy bien el origen de loe males y revuel­
tas que se venían encima. Aun los más opti­
mistas, aquellos para quienes el régimen de
Porfirio Díaz era bueno, no se atrevían a ase­
gurar que a la muerte de éste continuaría la.
tranquilidad en la nación ; antes instintiva y
confusamente percibían varias causas y sínto­
mas que auguraban un desastre. La revolución
de México y el imperialismo yanqui, de Trave-
sí, dice que una de esas causas fué el estanca­
miento que sufrió el país durante los treinta
años de un mismo Gobierno. La paz existía
sin duda, pero sólo a causa del letargo en que
estaba el pueblo. La estabilidad se mantenía,
Y LXMTVOLÜCIÓS DB MÉJICO TT_

pero con presagios nefastos para -el autocra-


tismo porfiriano, y el porvenir de México apa­
recía risueño ante la publicación de estadísti­
cas, decretos, prensa amordazada y halagüe­
ños ofrecimientos financieros, todo ello sin ob­
servar detenidamente el mañana, sin disminuir
la intervención corrosiva de la burocracia, sin
atender a las desgracias del pueblo, sin prepa­
rar, en fin, a su futuro gobernante. «La Cons­
titución política de México—confiesa Traveeí—
previene la elección popular de sus mandata­
rios, y nunca, en los treinta años de Gobierno
de Porfirio Díaz eligió el pueblo a uno solo.
. La reelección de este general se sucedía cada
sexenio, y lo mismo la de ¡loe gobernadores de
lo» Estados. Igual aoontecía con loe diputados,
senadores, magistrado», etc., habiendo salido
electos algunos de estos funcionarios por un
distrito para ello» desconocido, al punto de
desconocerse en ellos hasta el nombre de su re­
presentante en las Cámaras. Esta situación de­
terminaba evidentemente una gravísima difi­
cultad futura, pues no se atalayaba el hombre
capaz de suceder a Porfirio Díaz y de conti­
nuar su gobernación, y mucho más difícil to­
davía que el pueblo mexicano soportara una
segunda dictadura de personaje no formado
aún o apenas en gestación política.» A lo que
se añade que, en sus últimos años, él presiden­
te se hallaba entregado en cuerpo y alma al
nefasto grupo científico, cuyos prohombres eran
78 ■DMÜiroO •OHZÁLBZ-K.ANCO

verdaderos maestros en eso de absorber y des­


prestigiar le administración de loe negocios
públicos.
En setas condiciones llegó Madero a la pre­
sidencia, no sin antes haber sido reducido a pri­
sión en su tránsito por la ciudad de Monterrey.
Carranza fué entonces el único que sin temor a la
ira oficial y pasando por alto las consecuencias
propias del caso, visitó a Madero en la cárcel.
Apenas la revolución iniciada, se adhirió re­
sueltamente a ella, marchando para San Anto­
nio (Texas) en Enero de 1911. Muy peligrosa
fuá la persecución que sufrió de parte de los
agentes de ¡la dictadura, pero supo burlarla; y
noticioso Madero de que Carranza era el alma
de la Junta revolucionaria convocada en los Es­
tados Unidos, solicitó se le nombrase goberna­
dor provisional del Estado de Coahuila y jefe
de la división militar que abarcaba las opera­
ciones, además de en aquel Estado, en los de
Nueva León y Tamaulipas. Aunque Madero
fuese ante todo un apóstol, un iluminado, no
era hombre que tuviese a eue lugartenientes
por objetos de lujo. Las muchas simpatías de
que en el país disfrutaba el agraciado aumen­
taron el contingente de las fuerzas revolucio­
narias hasta un grado tal, que el general Díaz,
eoliamente preocupado, llegó a decir a sus ami­
gos: «Un peligro mayor que el de Chihuahua
apunta en Coahuila, si Carranza se posesiona
CAKBANZA T Uk BMVOLÜCIÓN DB 1ÍÉJIBO 79

de aquella región.» Acto seguido empezaban


extraoficialmente las negociaciones de paz.
Loe prematuros tratados de Ciudad Juárez
hicieron cesar las hostilidades y levantaron
ante el avance de la ola revolucionaria el muro
de un Gobierno interino. A la toma de esa po­
blación, donde se estableció el Gabinete pro­
visional, acompañó Carranza a Madero, y más
tarde, fué a la vez espectador y actor de loe
acontecimientos que obligaron a loe federales
a entablar formales negociaciones de paz con
los representantes de dicho Gabinete. Las nego­
ciaciones, en que Carranza tomó parte muy ac­
tiva, se llevaron a feliz término y constituye­
ron un gran triunfo para la causa de la revolu­
ción. En las estipulaciones figuraba (La de que
Carranza sería gobernador de Coahuila, no­
ticia que causó entusiasmo en todas las clases
sociales. Realizados los propósitos de la revo­
lución, se dirigió Carranza a Saltillo, adonde
llegó el 28 de Mayo de 1911, Iba, de acuerdo
con lo estipulado, a hacerse cargo de la prime­
ra magistratura del Estado; y de allí en ade-
* lante, a los ojos de la sincera observación, «u
figura política' comenzó a tomar considerables
relieves.
Es de justicia decir unas cuantas palabras .
acerca de la entrada triunfal de Carranza en el
territorio coehuilenae, pues ello as la demos­
tración más elocuente del cariño profundo que
«ü pueblo le tenía. Pero mejor que yo lo hará
80 BDMÜNDO GONZÁLBZ-BLANOO

su biógrafo Breceda, cuyo ce este párrafo: «En


todos los puntog de su itinerario, el pueblo se
agolpó en masa a las estaciones de ferrocarril
a tributar respetuosos homenajes al digno hom­
bre público: a su paso por (la capital de Nuevo
León, el heroico pueblo regiomontano le hizo
una gran demostración de simpatía; en Ramos
Arispe fué saludado y aclamado con entusias­
mo; pero a su llegada a Saltillo fué objeto de •
una imponente manifestación que hará época
en los anales de la historia política de Coahui­
la. En el andén de la estación del Nacional se
habían dado cita todas las clases sociales para
saludar y aclamar al ilustre coahuilense que
llegaba: capitalistas, industriales, obreros, inte­
lectuales, señoras, señoritas, niños, asociacio­
nes diversas con sus respectivos estandartes,
formando toda una masa compacta de 5.000
almas, se habían reunido en aquel sitio para
significar su afecto al nuevo jefe del Estido.
Seguido de toda esa masa y con un séquito de
800 soldados ded ejército libertador, Carranza '
hizo una verdadera entrada triunfal: las cam­
panas se echaron a vuelo en todos los templos,
los clarines danzaron al viento sus notas béli­
cas de los grandes días cívicos, las músicas mi­
litares y municipales hacían oír sus acordes
e¡n todos loe paseos, y el bello sexo arrojaba
millares de flores, significando todo un sincero
y hondo entusiasmo.!
Los primeros actos de Carranza fueron licen-
gtnntwz.A Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 81

ciar las fuerza» insurgentes que ya no eran ne­


cesarias, eliminar los impuestos de caírácter
personal, reducir el impuesto minero y mejo­
rar la situación financiera del Estado. Em­
prendida después la ducha electoral, fué tal la
mayoría que Carranza obtuvo, que puede decir­
se que por unanimidad se le eligió gobernador
del Estado de Coahuila para el bienio oone-,
titucional de 1911 a 1913. Y una vez en el Go­
bierno «ee condujo como funcionario discreto,
respetuoso de la ley y celoso en el cumplimien­
to del deber; enérgico por temperamento, no
toleró abusos de ningún género, y aun ordenó
se procesase a loe funcionarios que se extrali­
mitaban en sus funciones; inició grandes re­
formas y remedió grandes males, sosteniendo
la paz en el Estado en medio de da ola roja por
que atravesaba la república.»

§ 4. LA LABOR GUBERNATIVA DE CARRANZA

No es hora todavía de juzgar serenamente


la obra política de Carranza, del hombre a cuya
responsabilidad han sido entregados directa­
mente y durante tanto tiempo los destinos del
partido eonstitucionalista, y cuya influencia,
ai bien ha sido poderosa en el régimen del
Estado de Coahuila, mientras lo gobernó, ten­
drá proyecciones mucho mayores aún en lo por­
venir; pero ya es tiempo de preparar para los
historiadoras futuros apuntes imparciales en
■ . ; S—Toma},
82 JBDMUNDO GONZÁLSZ-BLANOO

lo posible, exentos ¿el entusiasmo partidario


o interesado que todo lo alaba en espere dé
alguna remuneración. Esta actitud expectante
es tanto más lógica cuanto que está solicitan­
do la atención demasiado recientemente el
ejemplo de Madero, quien, lejos de distanciar­
se de los elementos incompatibles con el sen­
tido revolucionario, los toleró y protegió hasta
conseguir casi el desmembramiento de eue par­
tidarios. Madero no fué culpable de lo que
hizo, sino de lo que dejó de hacer: en él se
patentizó qué abismo separa al apóstol del po­
lítico y cuán cautamente se debe provocar en
las masas ansias redentoras e indefinido» ape­
titos de bienestar, que no se colman ni oon
decretas ni con revoluciones, ya que, oomo
observa juiciosamente uno de los historiado­
res de la revolución, su realización depende
de leyes sociológicas que no está en la mano
del hombre violentar ni romper.
Con todo, la obra de Madero será siempre
, motivo de admiración para los verdaderos de.
. mócratas, ya que con su plan de San Luis
dió a las masas mexicanas un hondo senti­
miento de loe derechos. Y Carranza, oon su
plan de Guadalupe, formuló la declaración de
desconocimiento de los poderes que han trans­
gredido la Carta Magna y la resolución de sus- ,
I tituirlos por otros que queden dentro del es­
píritu, de la letra, de la observancia terminan­
te de la ley, con los derechos que para día
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 83

tiene el pueblo mexicano. A partir de enton­


ces, Carranca apareció a lo» ojo» de todo» oomo
nm patriota desinteresado, un1 genuino liberal
y un notable político llamado a servir gran-
dea intereses nacionales. Mas ya entes, cuan­
do Madero asumió la presidencia y Carranza
ocupó el Ministerio de Guerra y Marina oon
beneplácito dé todos, Teveló bus altas dotes
de estadista. - El citado biógrafo Martínez Aló­
nala ha tratado este punto oon tal erudición
y juicio, que me ahorra, en su mayor parte,
al trabajo. La fastuosidad cortesana que pudo
disfrutar en aquel Ministerio, al lado de Ma­
dero, no desvió a Carranza de loe deberes con­
traídos con sus coterráneos, y aceptando «u
postulación para el Gobierno de Coahuila,
hizo, en compañía de jóvenes entusiastas, ora­
dores y periodistas, la primera jira de propa­
ganda democrática que se realizaba en el Es­
tado, conociendo al mismo tiempo las condi­
ciones especiales de cada región y de cada
municipalidad, cuyo disimbolismo, aun tratán­
dose de una misma entidad federativa, forma
el complejo problema de la, organización ad­
ministrativa de cada Estado. Entre las cuali­
dades de gobernante conocedor de loe hombres
a quienes gobierna y del medí» en que opera,
‘ posee Carranza las de la oportunidad y la sin­
ceridad ; convencido de que las promesas ora­
torias producen un entusiasmo lírioo que sue­
le desbaratarse al contacto de la realidad, no
84 , EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANC0

gusta de infiltrar irrealizables teorías, ni es­


bozar proyectos de implacables leyes, ni ha­
cer ofrecimientos que no podrían cumplirse:
sobrio en sus palabras, como en su vida toda,
va directamente a la realización de los propó­
sitos que satisfacen necesidades efectivas y
aboga por el cumplimiento de los preceptos
constitucionales, dentro de la más estricta
equidad, como norma invariable de la función
pública. Poco más de un año de Gobierno
constitucional había hecho en Coahuila cuan*
do se desarrollaron los trágicos sucesos de Fe­
brero de 1913 en la ciudad de México; los pun­
tos capitales de su programa administrativo
eran: reintegración de la libertad municipal
en contraposición con el cacicazgo de las je­
faturas y prefecturas políticas; independencia
real de loe poderes orgánicos del Estado; des­
arrollo de la enseñanza pública, especialmente
entre las clases humildes, y responsabildad de
los empleados como elemento esencial de nor­
malidad en todas las funciones públicas.
En esta labor sorprendieron a Carranza,
como a toda la nación, loe acontecimientos de
la llamada decena trágica de México. El des­
orden de la capital y la bondad excesiva de
Madero, siempre dispuesto a perdonar a sus
enemigos, provocaron las intrigas de ciertos
jefes militares, como Reyes, Félix Díaz y Mon-
dragón. «No de mañana precisamente, sino
entre tinieblas aún, como convenía a propósi-
carranza t la revolución de Méjico 85

to tan sombrío», para emplear las castizas fra­


see de Amado, en su opúsculo sobre La revolu­
ción mexicana de 1913, salieron de un cuartel
de Tacubaya unos cuantos militares sin deco­
ro, rodeados de un grupo de cadetes, rumbo
al Palacio Nacional, con intención de temerlo.
Fracasó el intento y murió en la refriega Re­
yes; pero aun avergonzados y transidos de co­
bardía, Félix Díaz y M on dragón tomaron la
Cindadela, que retuvieron en su poder por espa­
cio de diez díaB, y cuya guarnición estaba
ganada previamente. A pesar de la decena se­
guida de cañonazos y de fuego de ametralla­
doras y de fusilería, que dejó en ruinas una
parte de la ciudad, sin la traición y el crimen
hubieran sucumbido los sitiados, El general
Huerta, en vez de castigar la barbarie porfi-
riana que se restituía, se aventuró a conferen­
ciar con Félix Díaz y Mondragón, internán­
dose en la Ciudadela, y siendo entonces cuan,
do se acordó el pació unilateral que, sin la
magnanimidad del de Ciudad Juárez, destruía
la finalidad de la revuelta, vista desde el punto
objetivo del bien de la patria, y traía consigo
la inexorable resolución del asesinato de Ma­
dero. Al amanecer del día 20 de Febrero da
1913 terminaba la obra iniciada en el alborear
del 9.
Carranza contempló la infamia, pero no ee
desconcertó. Su gesto fué entonces magnífico,
«como para ser referido poT Plutarco», al de­
86 bdmundo qonzálbz-blamoo

cir de de sus admiradores. Sin alhariocas


se limitó a desconocer eá. llamado Gobierno
huertista, invitando al país a protestar de la
conducta del pretorianismo; y ara palabra fué
un conjuro mágico que desde el Norte había
de correr por todo México, despertando loe
corazones muertos y resucitando las esperan-
see dormidas. A Madero le llamaron débil unos
é imbécil otros, sin duda porque en latín no
hay más que una palabra para expresar los
dos significados. Pero de Carranza todos reco­
nocen que es un hombre de temp’e en quien
la pasión política no llega a perturbar la se­
renidad de criterio, indispensable para el buen
éxito de la acción. Elegantemente lo dice su
biógrafo Martínez {Alomía: «Hombre de ne­
gocios y hombre de mundo, conoce igualmen­
te las rudezas de la vida del campo y del troto
con loe humildes que loe formulismos de las
relaciones sociales y los vericuetos de lae com­
plicaciones políticas; por eeo, bajo la inmuta-
bilidad de su continente, a la vez afable y se­
vero, se adapta a todas las circunstancias es­
peciales en que lo coloca era intensa labor ac-
‘ tual. Las clases humildes lo juzgan por su in­
vestidura patriarcal, que emana de su bondad
sincera; la oficialidad a sue órdenes reconoce
en él una vasta facultad organizadora paro du-
p’icar elementos diversos, y los polítioos e in­
telectuales que llegan a conocerle no pueden
dejar de hacer justicia a su integridad y a su
CARRANZA Y DA RBVOLUCIÓN DB MÉJICO 87

perspicacia.» Eb, en efecto, un hombre auste­


ro e inteligente, y se advierte al ver bu re­
trato que la prestancia física ha de correspon­
der a la noble contextura dei ánimo. , ' ,
A comienzos de 1914, cuando la usurpación
huertieta, o eea el llamado Gobierno federal,
suspendió el pago de loe interessa de la Deuda
Nacional, ocasionando con semejante medida i
una sensible baja de loe valoree mexicanos en
loe mercado» exteriores, el Gobierno oonsti-
tucionalista, en la amplitud del territorio por
él organizado y dominado, despertaba confian- .
za creciente. En tanto que la emisión del pa­
pel del constitucionalismo tenía oomo deudor
al Estado, con toda su solvencia y su seriedad
financiera», el papel del feder dismo, que obli­
gó a lanzas* el usurpador, se emitió sin la ga­
rantía de depósito que exige la ley de Insti­
tuciones de Orédito y no ofrecía la menor se- >
guridad legal. . .
Gracias a Carranza el constitucionalismo es
ya un poder organizado: ejerce sistemàtici-
mente eus funciones,, (restituye loe servicios
públicos, ofrece garantías, acepta responsa­
bilidades ; su triunfo será el de la ley, y de este
triunfo debe esperarse como resultado que se
modifique la legislación, política de México y
que se restituya uní Gobierno institucional in­
terrumpido en «u funcionamiento por el cuar­
telazo, por la» traiciones y por el crimen. Ya
•n 1913, por dtmdeqpiera que la revolución
88 EDMUNDO GONZÁUSZ-BLANOO

constitucionalista dominaba (y al final de ese


año su radio de aoción se extendía a buena par­
te del suelo mexicano), iba dejando a su paso
y fuertemente instaladas autoridades respetuo­
sas, respetables y respetadas, que hacían sen­
tir al pueblo manumitido cómo es la autoridad
que de la revolución constitucionalista emana;
garantía plena de que todos han de respetar los
derechos de todos. Razón sobrada tuvo, por
tanto, el ex diputado mexicano Pesqueira al
escribir en su réplica al gubernamental Flores
Magón: «La autoridad que damos al pueblo es
hechura del pueblo mismo, y no una nueva car­
ga, una nueva forma de opresión y tiranía, que
a todos irrite y a todos rebele. > En ningún
país de América el partido revolucionario ha
. hecho tan bien su propaganda como el consti­
tucionalieta en México, ni ha removido masas
■ tan numerosas. Y en pingún otro estas masas
democráticas han respetado tanto lia legalidad
política.
Los constitucionalistas han cumplido desde
un principio su programa, siguiendo implaca-
, bles su marcha. Siempre adelante, se han he­
cho dueños de casi todos los Estados de la Repú­
blica, reorganizando los servicios de adminis­
tración, restableciendo las vías férreas, dando
a toda la nación un ejemplo que ha admirado
a los hombres más conocedores del país. Su
núcleo político es una asociación de patriotas
que mueve su clientela de proletarios con pa-
CAKXANZA T LA BBVOLUOIÓM DB MÉJICO 89

¡Labras de orden expedidas desde el cuartel ge.


netral del ejército oonstitucionalista; es un Es­
tado completo, organizado, activo, con su Go­
bierno central, su fuerza armada, sus periódi­
cos oficiales, su correspondencia regular, su au­
toridad establecida, sus representantes y agentes
locales; estos últimos administran de hecho al
lado de las administraciones anuladas o a tra­
vés de las administraciones existentes. Con el
constitucionalismo se puede dar por concluida
en México la etapa de 'las sublevaciones locales,
de los alzamientos chicos, de las intentonas con
partiditaa y tontadas. En resolución: el cons-
titucionalismo, desde el punto de vista revo­
lucionario, es un hecho aparte, excepcional y .
casi imposible de clasificar en el museo de las
revoluciones. Es esta constituciomalieta una in- ,
surrección extraordinaria, en que se ha mani­
festado, de una manera imponente, la santa có­
lera del pueblo reclamando sus derechos tota­
les y en protesta contra viles usurpadores. Es­
tos la han combatido, ¿cómo no? pero son in­
capaces de probar que la han combatido porque
atacase a la república.
Corno es de razón, yo deseo para mi patria
un buen Gobierno: por eso me gusta ver desde
aquí a loe que ayudan al gnan Carranza en. su
obra redentora. Que no ee el patriotismo sen­
timiento egoísta' de nacionalidad, limitado por
fronteras, como el ideal de un avaro está limi­
tado por sus cálculos mezquinos: sobre que es-
90 BDMONDO QOMZÁLKZ-BLANOO

tos conflictos nos afectan a todos, aunque no


queramos. Después de la trágica, muerte de Ma­
dero, el cariño popular hacia el hombre que
inconsciente todo lo pospuso al deseo de mejo­
rar la condición deplorable del pueblo bajo de
México, estalló en ingenuas y admirables ma­
nifestaciones, A estas manifestaciones ded. sen­
timiento siguió la manifestación formidable de
la voluntad nacional encarnada en el constitu­
cionalismo. Loe hombree de Carranza aplicarán
su programa, que están dispuestos a defender
hasta el último momento. Las energías no fal­
tan, y todos prestarán su apoyo para levantar
el prestigio del país, comprometido hoy por
hombres sin conciencia. Cuando Carranza triun­
fe, complicadas serán los problemas de diversa
índole que habrá de resolver: unos económicos
y eociailes, otros de orden moral y político. Oa-
rranxa encontrará cerradas las tiendas y alma­
cenes, deprimidos los fondos,. consternada la
Bolsa, suspendido el comercio, paralizado» loe
negocios, precipitadas las quiebras, escaso el
dinero, las fortunas privadas inquietas, el cré­
dito público vacilante, desconcertada: la indus­
tria, loe capitales retirándose, el poco trabajo
que haya malí pagado, por todas partee el mie­
do. Y resucitará el México espléndido de los
días del Centenario, con la libertad de que en­
tonces carecía, encaminándose ya, por tLa senda
recta de la pac y del trabajo, al engrandeci­
miento a que le dan derecho un suelo rico y
_ _____ OAKRANXA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJIOO _ 01

un pueblo noble. Después de una larga y dura


esclavitud, después del combate por recobrar
la independencia nacional, y a fuerza de sa­
crificios, se llegaré seguramente a reconquis­
tarla, si la» miras demasiado ambiciosas y loe
viles celos de alguna» potencias rivales no ha­
cen rendir de nuevo a México bajo la espada
de sus dictadores. ,

§ 5. LA LABOR LEGISLATIVA DE CARRANZA

Si queréis saber cómo, sin originalidad en


los ideales, se pueden hacer, no obstante, gran­
des y extraordinarios servicios a la nación, leed
Las disposiciones legislativas de Carranza, res­
taurador del orden' constitucional en México.
¿Qué novedad tienen estas disposiciones le­
gislativas P La novedad del método, su confor­
midad can la tradición liberal dlei régimen de
la república, y con sólo eso crean un régimen
futuro de democracia genuina y colocan a Ca­
rranza entre los fundadores de esta democra­
cia. Todo el México ilustrado sabe que en Ca­
rranza se sintetiza, en caso particular e intere­
sante, el carácter reformista e innovadbr de las <
democracias moderna», y lo único que se le nie­
ga en determinados ambiente» de España, es
ia solidez, la estabilidad y la aptitud de su par­
tido para fundar un Gobierno ordenado. Sin
embargo, Carranza no ha oamentido más falta .
(y en ello se diferencia de los revolucionarios
92 bdmundo gomzálbz-blasoo

políticos) que empezar a legislar contra el su­


frimiento, es decir, en el orden económico, con­
vencido como se halla de que hay sufrimientos
nacionales que pueden ser desterrados por Ja
ley. Así lo han comprendido también algunos
de los más valiosos elementos que del Norte
surgieron y con lealtad se declararon dispues­
tos a colaborar con él, y ha sido, para su labor
legislativa gran suerte la colaboración de los
más inteligentes, los más ilustrados, los más
capaces de concebir las ventajas de fundar una
patria libre, una nación progresiva, una repú­
blica democrática.
¿Qué importa que Carranza carezca de ori­
ginalidad política, y que lo deba casi todo a su
iniciativa inmensaP Ni él quiso inventar dog­
mas políticos, ni tenía para qué hacerlo, bas­
tándole con restaurar el orden constitucional,
Claro que esto no basta todavía, en el concepto
y bajo la consideración de lo futuro. Como no
basta en los tribunales'que las sentencias sean
justas, sino que se necesitan también los pro­
cedimientos legítimos; «n eL gran consejo de
las naciones no basta hoy alcanzar reformas,
sino que se pide y exige que las reformas sean
realizadas por las leyes. Es más: para prevenir
los males que traería consigo todo lo que pu­
diera comprometer la soberanía nacional, hay
que reformar las leyes mismas, contrariamente
a lo que hacen esos políticos que no llevan en
la cabeza sino cuestiones de forma, ni perei-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN D» MÉJICO 93

guen, en realidad, m&a que el Poder. En este


punto, la conducta de Carranza ha venido a
dar a su obra revolucionaria, que, desde el pun­
to de vista legal, estaba plenamente justificada,
un solido cimiento moral. Vera Estañol, el más
seño e intelectual de loe adversarios del cons­
titucionalismo, en carta publicada en las co­
lumnas de El Pueblo, francamente reconoce
que < Carranza ee sistemático en sus procedi­
mientos, y ha hecho comprender ail pueblo que
es un verdadero redentor: su fuerza política con­
siste en sus medidas, y ha logrado rodearse de
una gran popularidad». '
En la labor legislativa de Carranza encarna,
pues, el bello ideal de loe Gobiernos democrá­
ticos, de los procedimientos republicanos, de
la organización popular a que deben aspirar loa
sistemas políticos en las naciones verdadera­
mente libres. Su Plan de Guadalupe es, en este
sentido, una obra maestra, que empieza por
desconocer el general Huerta como presidente
de la república y acaba por proclamar el derecho
de elección para el día siguiente ai del triun­
fo de la causa constitucional ista. ] Qué de dis­
gustos y censuras no le valió tan gallarda acti­
tud de parte de sua propios secuaces I Pero no
ee él hombre que anteponga las conveniencias
del partido al bien común; diñase que ha to­
mado por divisa la frase de Valtour: «Para ser
útil a todos, el hombre de Estado debe tomar
la determinación de no ser agradable a ningu-
M bdmundo gonzálbz-blanco
X

no.» Desde el comienzo de su labor legislativa,


hecha entre los fragores de lia lincha, Carranza
comprendió que necesitaba una mano de hierro
enfundada en guante de terciopelo. ¿ Es, pues,
de esperar que las resultas de esa labor, que
implican la total renovación económica y po­
lítica de Méjico, se hagan, al fin, efectivas,
por encima de las leyes injustas, de los prejui­
cios ancestrales y del fantasma de la interven­
ción internacional P
La posteridad lo ha de decir. Yo sólo puedo
informar, e informaré diciendo, oonforme a mi
conciencia de espectador y de crítico, que los
que han acusado a Carranza de tañer sólo una
cuerda de bronce, debieran meditar las siguien­
tes palabras de su irreductible y culto adversa­
rio Vera Estañol: < Aspira a la desmembración
de las tierras, la emancipación de los obreros
e indios y otras locura» que, de llevarse a cabo
no podrían menos de conducirnos al abismo.»
Esta confesión, sacada de una, epístola dirigida
por el autor a El Pueblo, es el elogio más pa­
ladino que pueda hacerse de la labor de Ca­
rranza, demostrando que tal labor no está afec­
tada exclusivamente de formalismo político,
sino que lo es de verdadera transformación so­
cial, por cuanto aspira a legislar para los tra­
bajadores y campesinos. En este sentido se ha
hecho muy poco hasta la fecha, y realmente
nunca hubo, no ya más derecho, pero ni más
motivo que hoy, para ejercer un acto de justi-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉUIOO 95

cía, pues las complicaciones internacionales,


lejos de atemorizar, más bien deben animar a
los revolucionarios mjicanoe a llevar adelante
su empresa. En un notable discurso publicado
poco ha y varias veces citado, el doctor Atl,
analizando las relaciones entre el conflicto
mundial y su país, consiguió mostrar con cla­
ridad a la inteligencia general que «las nació*
nes de Europa están suficientemente ocupadas
en arreglar sus complicados y pooo limpios
asuntos, para que vuelvan su atención hacia
los revolucionarios de Méjico, mientras éstos
realizan el más noble acto de justicia social de
nuestros tiempos».
Radicando en Veracruz, publicó Carranza las
adiciones que se echaban de menos en el Plan
de Guadalupe, con más buen golpe de leyes de
importancia suma, como la del Divorcio, la del
Municipio libre, la de Accidentes del trabajo,
la de la Independencia del Poder judicial y,
sobre todo, la ley Agraria. ¡ Cuán humanita­
rias y oportunos á la vez que eficaces y estrictos
son, por ejemplo, sus deatetos sobre supresión
del presidio de Sa¡n Juan de Ulua (El Pueblo,
de Veracruz, de 7 de Julio de 1915), sobre la
aplicación de la ley de 25 die Enero de 1862
(La Voz de Sonora, de 20 y 21 de Diciembre
de 1913) y sobre la administración de justicia
militar en el ejército oonstótuaianfaiiHtia (La
Voz de Sonora de 1913)! El semanario La
Vanguardia, a partir de su número de 21 de
96 ÜDMUWDO GONZÁLBZ-BLANCO

Abril de 1915, consagró una sección especial a


recopilar la obra legislativa de la revolución
(decretas de la Primeria Jefatura y elle loe go­
bernadores constitucionalietas), que es un ver­
dadero llamamiento & loe intelectuales del país,
y ai mismo tiempo, y por loe comentarios ana.
líticoe que la acompañan, una obra popular y
v vulgarizadora, destinada a que las masas com­
prendan con exactitud la transcendencia eco­
nómica, social y política que entrañan las re­
formas efectuadas en loe antiguos Códigos.
En las ya citadas Adiciones al Plan de Gua- -
dalupe y decreto» dictados conforme a la» mis­
ma» (publicadas en 1915 en Veraoruz, por la
Secretaría de Instrucción pública y Bellas Ar­
tes), llaman lú atención, a más de las leyes de
.que hice mérito, las que suprimen la Lotería
Nacional, las que hacen pasar a poder de la na­
ción las obras construidas sin autorización en
las zonas federales y las que atañen a la legis­
lación obrera!. Combinadas con la ley Agraria,
forman un magnífico conjunto de reformas eco­
nómicas, que, como ha dicho Fernández Ca­
brera en su Viaje a Méjico (libro redactado con
ocasión y a propósito de Ha revolución de 1915),
constituyen la conditio sine qua non del cons­
titucionalismo, y resuelven en parte el gran
problema de la riqueza pública a la manera de
Lloyd George, preconizado como bueno para
•u adaptación en la fórmula Benito Juárez,
que aportaron Pesqueira, Pratto y Negri. Son
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 97

fórmulas a la vez radicales y poeibilistas, y este


es el mejor e’ogio que se .puede hacer de ellas.
Más adelante expondré las distintas y casi siem­
pre concordantes interpretaciones que lee han
dado los distintos jurisperitos y sociólogos que
en torno a Carranza se congregan y sin descan­
so luchan. Básteme consignar, por ahora, que, .
si nada hay en «u letra ni en su espíritu de
realización difícil ni d» doctrinarismo utópico,
«1 programa á que responden sin reservas no
es a1, programa mínimo (que, como todo lo que
se relaciona con las leyes, está fuera de la re­
volución), ni el programa medio (cuya ñoñez
sólo iguala a su ineficacia), sino el programa
máximo de la nacionalización de la tierra, pro.
grama que, como todas las grandes traneforma-
ciones, espanta a muchos de los miemos cons-
titucionalistas, y por el que, del Bravo a Yu-
catán toda la tierra debe ser confiscada en nom­
bre del pueblo, sin respetar derechos adquiri­
dos ni propiedades extranjeras. Legislador ex­
perto, y que como ta¡’J en nada estima la inde­
pendencia política sin la independencia eco­
nómica, Carranza tiene a honra destruir el ba.'
luarte de loe intereses Creados, calificándolo de
baluarte de hierro, que ha pesado sobre su pa­
tria por espacio de cuatro centurias.
No he de intentar, ni cabe en los límites de
esta obra, considerar a Carranza en todos los
aspectos de su actividad, legislativa. Como las
páginas anteriores vienen a servir de prefacio
7,—Toa* L
98 EDMUNDO GONzAlEZ-BLANCO

a sus grandes luchas con los cismáticos de la


revolución por él acaudillada, fuerza será ha­
blar más extensamente del aeg nndo período de
su vida política y guerrera. Pero no terminaré
esta parte dé mi tarea sin de nuevo encomiar
a ese varón excelso cuya silueta moral, enér­
gica y austera recuerda la de ios más caracte-
í izados revolucionarios históricos, y que ha
sido encargado de la difícil misión de afianzar
el régimen conquistado con sangre generosa en
la bella tierra de Anahuac. Fratricidas luchas
intestinas, que evocan dolorosos episodios de
nuestra efímera república del siglo pasado, han
llevado la intranquilidad a la opinión mexica­
na, con singular regocijo de los defensores de
la reacción, que veían reverdecer sus marchi­
tas esperanzas de dictadura. Pero magna est ve-
ritas et praevalebit.

§ 6. CARRANZA Y PORFIRIO DÍAZ


-r •
I
Puedo asegurar que me siento profundamen­
te conmovido, al par que por mis fibras todas
vibra y zigzaguea el interno estremecimiento
que suele producirnos lo verdaderamente serio,
sublime y generoso, cuando en la mente me re­
presento al general Carranza luchando contra la
más acreditada de las dictaduras, desafiando
las iras de ios elementos desencadenados del ca­
pitalismo extranjero, exponiéndose a cada ins­
tante con sin igual arrojo a la suerte más cruel,
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB líAjIOO 99

todo ello por salvar a su pueblo de l*ae oonee.


cuencias terribles de treinta años de política
bastarda, aristocrática y antipatriótica. Porfi­
rio Díaz mantuvo la paz por medio de la fuerza
sola y de sus procedimientos arbitrarios e in­
justos. Carranza quiere establecer la paz por
medio de una Constitución reformada, equita­
tiva y adaptada a las necesidades de la nación.
Porfirio Díaz, preocupado par el adelanto ma­
terial en sentido capitalista, olvidó la única
base estable que garantiza d verdadero y per­
manente bienestar de un país: su desarrollo mo­
ral. Carranza reivindica las franquicias cons­
titucionales, no como derechos de los capita­
listas, sino como derechos de los menesterosos. .
Porfirio Díaz tomó la Constitución como un con­
trato ficticio, bueno para ser violado cada se­
mana. Carranza la afianza y defiende como un
contrato efectivo, en cuya virtud ministros,
eclesiásticos, plutócratas, funcionarios, cam-
■■ pesinos, todos quedan obligados unos para con
otros. -
Bien pálidas ahora y bien desiabazadas pa- '
reoerían cualesquiera otras razones que yo invo­
case en favor del constitucionalismo mexicano,
si se las compara con mis conceptos anteriores,
que, expuestoe con vigorosa templanza, serán lla­
mados, espero, a implantar en efl. muro de las
almas de loe lectores la cuna robusta y pene­
trante del convencimiento. En la civilización
capitalista todo ae fía ai acaparamiento y estén-
100 EDMUNDO GONzAleZ-BLANCO

tación de riquezas y grandezas; peno la reali­


dad, triunfadora de insensateces y prejuicios,
, nos advierte que todo ello es humo, eá no se im-
. pane á las naciones él cumplimiento de los de­
beres cívicos, si no se cultiva en los ciudadanos
las virtudes democráticas, veracidad, justicia,
tolerancia, previsión, cooperación ai bien pú­
blico. Y esto no se logra más que por la educa­
ción social. El eminente pensador sudamerica­
no García Calderón, en un libro que intitula
La creación de m continente, recordando en­
señanzas d|e los modernos sociólogos, escribe
> que deben hacerse hombree para las institucio­
nes y no instituciones para loe hombres, y que
no está en el poder de un hombre solo transfor­
mar durante su vida a una nación, obra de cen­
tenares de siglos. La civilización mexicana con­
firma estas sentencias. La larga dictadura de
Porfirio Díaz no venció la discordia, y una lar­
ga serie de revoluciones fue eCl epílogo de su si­
lenciosa tiranía. El sombrío dictador no había
formado hombres aptas' para la vida democrá­
tica. Pomposas leyes escritas fueron impoten­
tes para reformar seculares costumbres.
Porfirio Díaz quiso hacer de su patria u¡na,
democracia a la moderna, es decir, una demo.
Gracia en que por imposiciones del Poder, y
no can arregfló a las necesidades del país, se
administrase bien la justicia, se cumpliese®
las leyes y se respetasen lae libertades y ga-
rantías constituoionaiee. Peno ¿cómo exigir de
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MfeJICO 101
................ ................................... .............. ........... ........................................... ~ ¡""

un pueblo dominado por activas plutocracias


y sujeto a un régimen dictatorial esa alia fun­
ción jurídica P En tareas de esta ótase, a las
veces ocurre que el albañil más experto y dili­
gente agrieta. la pared oo¡n el esfuerzo del hie­
rro o de la madera; y bueno es entonces que
suspenda el martilleo y acuda a cegar la cisura
con acertada mezcla de campanearte® silíceos en >
cal incorporados. Por esto misma, y como mam­
postero que «s Carranza del edificio de su na­
ción, consideró acertado interrumpir en este
punto todo régimen dictatorial y consolidar
la obra can la argamasa reparadora de una
revisión general y fundamental de la Consti­
tución de México.
Los fines de la revoíhieión que hoy acaudilla .
Carranza son «ustitutivos, en el orden econó­
mico y político, de la dictadura y de la contra­
revolución anteriores. La fuerza de eu; celo se
manifiesta por la firmeza de su actitud y la
seriedad de su atención hacia los problemas
que oota'trarrevoll'uiciión y dictadura han platn^
toado a su patria. Quiere establecer la paz en
México; pero evitando que, triunfante otra vea
la civilización capitalista, el equilibrio des­
aparezca y la anarquía ee presente pana reco­
ger «fj fruto de la victoria. Quiere derrumbar el
régimen dictatorial1 dé Porfirio Díaz, dictato­
rial sin otras excepciones que las en favor de las
clase» ricas y de loe capitalistas extranjeros.
Quiere mejorar la condición de las clases ba-
102 BDMüNDO GJONZÁLBZ-BLANOO

jas, comenzando por la creación de una clase


media, de un tercer grupo capaz de contraba-
Hancear la aspiraciones de la primera clase so­
cial y de la última. Quiere que con Huerta
acaben todas lea aspiraciones del preterían»,
mo, todos loe planee de loe que sueñan con la
restauración de un régimen porfiriano de pri­
vilegios y especulaciones. Quiere, en fin, que
surja de nuevo limpia y luminosa el alma de
su nación, que tanto ha sufrido por recuperar
la conciencia de su poder. ¥ por esto y para
esto ha levantado el espíritu aba/tido de sus
compatriotas, agrupando elementos dispersos,
sacudiendo voluntades enfermas, reavivando
ímpetus desmayados, encendiendo entusiasmos
perdidos, desenterrando bríos en vacación,
descubriendo pujanzas sepultadas y galvanizan­
do lo que se temía por muerto.
Loe panegiristas de Porfirio Díaz no se can­
san de entonar himnos a «su obra patriótica y
civilizadora». Barzini está lo suficientemente in­
formado para no decir tanto. Hé aquí cómo se
expresa: «Porfirio Díaz tenía seguridad india;
sabía aprovecharse de enemigos que no podía
suprimir. Era despiadado y conciliador a un
mismo tiempo. A sus adversarios loe transfor­
maba en aliados o en cadáveres; rara vez los
dejaba huir. Así se dobló a todas las exigen-
cías de los Estados Unidos. Logró pacificar el
país y garantirse contra las intrigas exterio­
res. México, cansado de guerras y de matan-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÍMICO 103

zas, tenía necesidad solamente de paz para


prosperar, y prosperó mamavillosam)Bntp. Se
encontró en una especie de vasallaje económi­
co de Norteamérica; pero Porfirio Díaz com­
prendía que este vasallaje constituía la condi­
ción inevitable de la tranquilidad. La dicta­
dura de Porfirio Díaz, que durante treinta y
cinco años representa el único período de tran­
quilidad que México haya disfrutado desde su
liberación de la dominación española. El país
9e lanzó adelante con ímpetu juvenil, se trans­
formó con rapidez sorprendente, sus enormes
riquezas naturalliee fueron puestas de relieve,
el dinero fluía, la prosperidad se desarrollaba,
fortunas colosales surgían cada día, sus gran­
des ciudades adquirieron aspectos suntuosos j
monumentales, las cajas del Estado se llena­
ron de aro. Todo lo que aquí existe de gran­
de, de bello, de útil, es de la época de Porfirio
Díaz. Mas las grandes empresas eran norteame­
ricanas, lias grandes concesiones de ferrocarriles
y las minas eren norteamericanas también.
Los Estados Unidos obtenían todo lo que pe­
dían. Era. el precio de su protección.» <
El movimiento eonstitucionalista que se su­
pone apoyado por los yanquis, no es más que
una protesta contra la absorción de México
par los Estados Unidos. Llámese a esa movi­
miento emancipación agraria, reivindicación
política, libertad ecdnómiaa o vindicta social,
la revolución mexicana responde al llamamien-
104 • BDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

' i® de todos los que sufren, de todos los que han


hambre y sed de justicia, y no hace bího ade­
lantarse, por ley inconfundible de que quien más
soporta más pronto se rebela, al gran movi­
miento universal que ha de sacudir las bases
agrarias, políticas, económicas y sociialles de
este siglo.
Aun olvidando este punto de vista y admi­
tiendo ciertas ventajas die la reforma dictato­
rial de Porfirio Díaz, procede alegar la pro­
pensión de sus parientes, amigos y partidarios
a considerar corno propios los bienes del Esta-
’ do, convirtiéndose desde el más ínfimo, emplea-
dito hasta el más encumbrada personaje en otros
tontos parásitos del erario, inútiles para cual­
quier servicio público, pero como esponjas
para cobrar. Bunge reconoce que en el capí­
tulo de la Deuda pública pueden hacerse ob­
jeciones al gobierno de Porfirio Díaz. De 1867
a 1876 no se oontrajo ninguna deuda pública:
Lejos de ello, Juárez, no pudiendo cobrar da-,
. ños y perjuicios a las naciones que tan injus­
tamente fueron a intervenir en loe asuntos me­
xicanos, dóapués del triunfo dijo: «No puedo
hacer que me compensen monetariamente. el
daño causado al país; pero tampoco pago lo que
el país debía y que estaba dispuesto a pagar
antes que le perjudicaran con su intervención.
Por consiguiente, estamos a mano; el que quie.
ra cultivar relaciones mercantiles y de aznis-
• tad, ha de ser haciendo completo abstracción
CARANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 105

de lo posado y olvidando por ambas partes mu.


tuoe resentimientos y mutuas deudas: nosotiv*
las de odio y venganza, y ellos las de dinero $
quiméricos agravios, que tnaducen también en
dinero.» De suerte que el paite, hasta 1876, n*
debía un eolo centavo, habiéndose mantenida
e' ido mejorando poco a poco su estado econó­
mico, al cual vinieran a comprometer las dos
revoluciones iniciadas y • sostenidas por Por­
firio Díaz: Já de la1 Noria y la de Tuxtepec. En
aquella época, sólo el presidente y dos minis­
tras tenían carruaje por poseer bienes de for­
tuna: Leudó e Iglesias; los detmás funcionarios
no lo tenían y sólo usaban los coches del Go­
bierno para asuntos oficíales, y en proporción
a ellos, todos los empflieados públicos y servi­
dores dd Estado guardaban una adecuada si­
tuación económica. En 1905, el país debía, en
números redondos, 500.000.000 de pesos oro;
los ministros que no tenían bienes de fortuna
conocidos en 1876 eran dueños de palacios
suntuosos y poseían acciones en los Bancos, fe-
rrocarril|et9, fábricas, ntegobialc iones mineras,
etcétera, etc..; los que antes tenían algunas mi­
les de pesos reunían capitales de 10 a 15 mi­
llonea; los jefes de loa Cuerpos armados del
ejército disfrutaba de casas propias, carrua­
jes, caballerizas, y así sucesivamente descen­
diendo en la escala social, sin que los sueldos
hubiesen, aumtonlbado gran cosa desdle dichlq
año. El hijo de Porfirio Díaz era accionista
106 EDMUNDO OONZÁLEZ-BLANCO

en varias negociaciones del país, y el hijo del


presidente Juárez, que nunca fué jugador, be
rraeho, mujeriego ni capruloso en ningún sen­
tido, estaba atenido a su sueldo de senador y
a lo que le quería dar el Gobierno. j
; ¿Tendrá de todo esto la culpa quien dirigió
durante más de treinta años la política mexi­
cana? En su mayor parte sí; pero no quiso
equilibrar, ©amo hubiera debido hacedlo, el
capitalismo yanqui can el europeo, ni contó can
los recursos propias del país. Sin que sea mi
ánimo combatir loe señalados boato y riqueza
de los funcionarios públicos, que en parte obe­
deció al progreso capitalista general, creo que
en una buena parte cabe atribuirlos al peculado
y al latrocinio. Por mucha que fuese la vita­
lidad económica del país renaciente, la deuda
era demasiado crecida para un Gobierno pru­
dente y sensato. En este sentido, la revolución
constitucianaliista necesita marchar siempre
adelante, sin que nada ni nadie la bifurque
del camino que Carranza lie trazó. El indiscu­
tible acierto de este caudillo está en haber an­
tepuesto a los ficticias esplendores dó la civi­
lización capitalista llevada a México par los ex­
tranjeros, las necesidades, los intereses y loe
derechos genuinamente populares. Como aquel
papa (Benito XI) que se negó a reconocer a
«u madre vestida con lujosos trajes, y la estre­
chó con efusión entre sus brazos al verla cop
las sayas que indicaban su nativa pobreza, h?
CARRANZA T LA RBVOLÜOIÓN DK MÉJICO 107

rechazado el seudo México de Porfirio Día« el


México capitalista y extranjerizado, pana abra­
zarse, cotmo a áncora, salvadora, al México in­
digente e indígena, agrícola-y obrero. Quiere
Constitución, pues antes qu» provinciano es
mexicano y patriota, nacionalista empederni­
do, diré, su mayor gloria; peno quiere también
que los preceptos constitucionales sean, practi­
cables, de constante y general aplicación. Y
para esto, estima preciso crear una nueva
Constitución' de carácter esencialmente popu­
lar en lo económico y que no pueda ser explo­
tada por mandarines desalmados, ni converti­
da en burladlero, como hasta ahora, para po­
neras a cobro de desmanee y crímenes polí­
ticos.
Pretende Barzini que la situación actual de
loe Estados mexicanos del Norte es semejante
a la de Texas, cuya independencia duró, corno
«8 sabido, pocos años, y fué seguida por su
anexión a loe Estados Unidos. Sí, lleva razón,
mucha razón, Barzini; sólo quie de semejante
estado de cosas no tienen lia culpa los revolu­
cionarios, sino Porfirio Díaz. Este no pecó,
ciertamente, de desamor a Norteamérica. Los
businest men yanquis encontraran en él siem­
pre un decidido protector, y bajo «a mando,
varias Compañías norteamericanas obtuvieron
concesiones escandalosas. Cierto que esto era
de igual a igual, y México, quiero decir, el
México extranjero, capitalista, adventicia,
108 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO
I ............. *.......................

prosperaba en su riqueza cte un modo conside-


itabLe; pero también es muy ciéHo que; ese
«normé desarrollo de la riqueza pública, por
una fiebre de empresa que se aproximó al deli­
rio, produjo una obra imperfecta en principio
y de oonSecuenciae funestas qute en vano trató
de atajar a última hora Porfirio Díaz con su
proyecto de nacionalizar las vías terreas que
surcaban el 'territorio dé la república. Estos
ferrocarriles alejaban, por un lado, eflj peligro
de lee revoluciones, facilitando la movilización
del ejército; mas por otro lado, otorgando Por­
firio Díaz crecidas subvenciones a ferrocarriles
netamente norteamericanos (más dé 80.000.000
dé pesos oro), echaba la simiente de pefldgroeas
reclamaciones futuras. Un clamor unánime en
los campos más diversos déploró la gravedad
died mal. A loe enemigos de la revolución les
. gusta consignar iba decadencia de México des­
pués d» la retirada de Porfirio Díaz, y los re­
volucionarios lo confiesan. ■ Duelos-Salinas Ja
apunta en el libro I de su México pacificado;
y cuantos allí se dedican seriamente al estudio
dé 'Las finanzas y demás elementos económicos
deíi país, no pueden menos die retroceder con
gesto agrio cuando se enfrentan con este dato
numérico: < En un momento dado, y en cir-
. «instancias especiales, el mundo puede recla­
mar o retinar de México 1.000.000.000 die pe-
eos (en ferrocarriles, minas, haciendas, Ban­
cos, títulos de la Deuda., etc.), y de esos mil
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DK MÉJICO 109

millones, ¡ loe Estados Unidos repoteteentain na­


da menos que 600.000.000!> ¿Cómo loe revolu­
cionarios habían de desconocer este manso con­
flicto, si loe más celosas de ello® descubrieron
ffia llaga a fin de curarla, y se dirigieron, indig­
nados, a los indígenas, que ya por degrada­
ción moral, ya por preocuparse exclusivamente
de las necesidaldlds inmediatas, no se daban
cuenta de que, bajo Porfirio Díaz, México se
estaba vendiendo ? . , . _ ‘
La paz prolongada de 1a dictadura porfitris-
ta hizo renacer, o simplemente nacer, la con­
fianza del extranjero en los destinos naciona­
les dte México, que llegaran a considerar como
nación pacífica, y sol vente. Y en virtud de esto,
* el capital foráneo, sobre todó el dle loe yan­
quis, penetró las frontera« y se esparció por el
territorio de la república, sin serias cortapisas.
¡ El extranjero, y cobre todo el temido norte­
americano, encontró a México, al México de
Porfirio Díaz, dispuesto a venderse! Este ma­
nifiesto peligro ha sido firinemente denunciado
por loe publicistas de México más distanciados
de la revolución. Sea efli primero el citado Du­
elos-Salina®, autor dle la obra Emigrados po­
líticos. «Dentro de pocos año® (escribía en
1907) las mejores mimas, los mejores terrenas,
el comercio más fuerte, las industrias más pro­
ductivas, se hallarán, en mano® de nacionales.,.
dte lo® Estados Unidos (porque los nortéame,
riamos no se civd.adan.izan en México). Y den-
110 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

tro de otro® pocos años (ei algún acto impre-


visto no nos salva), la situación de loe mexica­
nos «n eu misma patria será poco más o menee
como la de loe mexicanos en Tesas. Ya no ha­
brá mexicanos con haciendas, ni can minas
valiosas, ni con ferrocarriles, ni con grandes
industrias, ni el comercio general de la repú­
blica se hallará en sus menoe. > >
También el culto Raigasa, en su opúsculo so­
bre La población, decía: «Si pasamos revista a
nuestra situación presente, veremos que la ban­
ca, el alto comercio, la gran industria, las vías
férreas, las mejoras, la propiedad territorial
más productiva, el crédito público federal y
local, todo lo que significa movimiento y vida,
todo lo que acusa prosperidad y crecimiento,
en su mayoría, en su inmensa mayoría, no
pertenece a mexicano^ a elementóte activas
que se funden en la masa nacional, naturali­
zándose, desleyéndose, incorporándose a ella
en totalidad, sino a elementos activos colocados
etnoima, como estratificaciones distintamente
individuales, a elementos del género parasita­
rio y frecuentemente transitorio que explotan
la vena mientras produce-»
Sosa, en sus Conquistadores antiguo» y mo­
derno», sin. poderse ir a la mano, se expresaba
aeí: «Con motivo de Iob vaatae adquisiciones de
terreno que unía Compañía explotadora de pe­
tróleo acaba de hacer en Tampico, toda la
Prensa as ha lamentado con justicia de que el
carranza y la revolución PE Méjico 111
• , - r
territorio nacional esté pasando a marchas do­
bles a manos de los extranjeros, y parhiouilatr-
mente de los norteamericanos. En este caso,
colmo cuando se ha tratado de ventas de terre­
nos baldíos, de concesiones mineras y otoas, es
de temer que, a fuerza de adquirir terrenos en
el país, los norteamericanos o los extranjero«
en general acaben por despojamos de nuestra
soberanía, y que d día menos pensado nos en­
contremos con que México no es ya México y
que su autonomía. ha pasado con armas y ba­
gajes al enemigo.»
Sosa pone a continuación la estulta respues­
ta que a eso suele darse, y ee que, ya perte­
nezca a extranjeros, ya a compatriotas, sobre
«1 terreno nacional la nación ejerce el dominio
«mínente, es decir, el derecho de legislar, el
de nombrar sus autoridades, el de cuidar el
orden, el de adtministrar justicia, y que en
esto consisten la autoridad y la soberanía na­
cionales. ¿Hay nada más inocente? Y sobre
inocente, es ilegal, pues mal se conforma en
México con el espíritu filosófico, y debería
agregar patriótico, que dictó la ley de 1 de
Febrero de 1856, la cual, en su artículo 2, dice
así: «Ningún extranjero podrá, sin previo per­
miso del Supremo Gobierno, adquirir bienes
raíces en los Estados o territorio» fronterizas,
sino a veinte leguas de la línea de la fronte­
ra. » Pero aun hay más todavía. La ley de 26 de
de Marzo de 1894, la más liberal y mejor me-
112 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

dítada en materia de colonización, al relevar


(en su artículo 6) a la® (Compañías deslinda. '
dona® de la obligación de enajenar lote® de
2.500 hectáreas, permitió adquirir terrenos sin
limitar sru extensión, a todo habitante de la
república, «exceptuando tan sólo a lo® naturales
y naturalizado® de las naciones limítrofes»,
quienes no podrán adquirir baldíos en los ins­
tado® de la república que con. sus respectivos
países colindan, y «conservando las restriccio­
nes establecidas y por establecer» sobre adqui­
sición por extranjero® de bienes raíce® en la
república.
Razón tiene Sosa para señalar como causa
y origen de la desmembración del territorio
mexicano la® enajenaciones hechas en Texa® '
a ciencia y paciencia de loe Gobiernos consti­
tuido®, sin previsión, san patriotismo y sin
cordura. Por demás absurdo le parece que
cuando sabia® y previsora® leyes y hábiles es- .
tadistas prohíban a loe extranjero® la adquisi­
ción de propiedades dientro dje ciertas zonas
fronterizas, y cuando se procura que la coloni­
zación no vaya a crear un Estadio dentro de
otro, haya quien oee proclamar que, si llega­
se a suceder que todo ed territorio de un Es­
tado fuere adquirido por extranjero®, no ha­
bría pendido por eso un- ápice la soberanía na­
cional. Hasta la designación por los porfiris-
tn® de un Estado fronterizo, como lo es el d*e
Tamaulipas, como ejemplo de que podría ser
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 113
.......... 'Mv............................................. •;*

vendido todo entetro sin menoscabo de la so­


beranía nacional, se hizo sospechosa a los revo­
lucionarios, loe cuales creyeron ver de nuevo a
Mefistófeles presentando a Margarita eü arca
de joyas y logrando que se arroje en los
brazos de Fausto. Porque ni loe sofismas más
hábilmente presentado«, ni las argucias más
sutiles, llegarán a convencer a ningún patriota
mexicano de que se puede incrustar un terri-
torio extranjero por la nacionalidad de sus
habitantes y por su idioma dentro de la repú.
blica, sin peligro alguno para ésta, que se ha
reservado el dominio eminente. Loe que ven­
den sus hogares renuncian a vivir en su patria.
Asombro produce que en cabeza de Porfirio
Díaz haya puesto el novísimo México todas
sus glorias, haoiemído ¿be étl una especie de
mito político, expresión y símbolo de toda la
vida social dle la rana. Porfirio Díaz fué un
peligro, tanto pana aquellas instituciones se.
ciliares de México (principalmente de carácter
agrario) que merecían conservarse por su ca­
rácter popular, como pana las fimstátucionfis
civiles consolidadas por el liberalismo después
de la sangrienta guerra llamada de «loa tres
años» (1857 a 1860). El sombrío dictador aca.
bó con unas y otras. Con astucia, haciendo la­
bor intensa, pero disimulada, supo rodearse
de capitalistas, promover el fausto y hacer
brillar el! lujo, halagando así la sensibilidad
mexicana. ¿No hubo en México ostentación-
8.—Tomo L
114 Edmundo gonzález-blanoo

desde la época de loe virreyes? jNo fué en


capital la ciudad de los pulamos, la población de
las grandezas materiales P A esto proveyó Díaz
en la mayar ¡medida, aprovechando el resurgi­
miento económico mexicano, pero sin trabajar
por el perfeccionamiento moral del pueblo.
Años antee de Porfirio Díaz, México demos­
tró que conservaba poderosa influencia demo­
crática. Lo proclamó así la actuación de Juá­
rez, de Lerdo de Tejada, de Iglesias. Pero sus
resultados duraron poco. El partido liberal se
desorganizó déspués del triunfo de Porfirio
Díaz, quien tuvo el cuidado de irlo debilitan,
do, sin matarlo por completo, porque podía ne­
cesitarlo para contrarrestar los ímpetus del par­
tido reaccionario, militarista y clerical, en caso
de que éste se atreviese á entra’" en liza.
Poco después se formó el partido científica,
que había de acabar, a título de progreso, con
lo que constituía la base de unión más sólida
del pueblo mexicano: la democracia, que abar­
caba todos los Estados, regulaba todas las
ciudades, caracterizaba, todas lae costumbres
e inspiraba todas las leyee. Obra de loe cien­
tíficos parfirianos fué el despotismo del Go­
bierno central, y después, y como consecuen­
cia, el alzamiento de Orozco y la» subleva­
ción de Félix Díaz, y, finalmente, la actuad
reacción d» Villa y de Zapata, que ame­
nazó nn momento acabar con Cía república.
Lo que, en todo caso, debió haber sido obra
CARRANZA Y LA RBVOLUOIÓN DB MÉJICO 115

de sucesiva« reformas y de patriótica» coila,


boracicmee, quiso dictatorialmente improvi­
sarse en meses, hipotecando las fuentes dto ri­
queza natural a la bandín extranjera, entre­
gando el mando del Ejército a jefels que no
sentían el deber militar fundido can el na­
cional. '
La pacificación interior es una de las voces
dé que han abusado mée leía trapaceros de to­
dos los tiempos y (Boa déspotas de todas las edh-
des. Unos han visto su realización en una paz
impuesta por el terror y el militarismo; otros,
la oligarquía de una minoría infiaresadia
y medrosa, y hasta los hay que la han descu­
bierto del todo en el silencio de loe pueblos,
y han pensado que dei hecho de la obediencia
nacía paira ellos el derecho del mando. No es
cierto que Porfirio Díaz haya sido traidor a
todos loe partido®, por la steucilla razón d»
que no habiendo bajo su administración par­
tidos en México, era imposible traicionarlos.
La dictadura higiénica y quirúigioa, vale
decir, la reacción sucia y descarnada, es u¡na
invención del sombrío cientificismo, que nece­
sitaba amargar las vidas meoticanaa can sus
pesimismo» inmobles e infundir al miedo a la
democracia pera justificar al mismo tiempo
ias atrocidades de las administraciones ante­
rioras a Madieox», lo que hicieron tos hambres
de ’la civilización capitalista, todo un comer­
cio basado en loto (errores de un<a sociología
116 EDMUNDO OONZÁLEZ-BLANCO

implacable. La civilización capitalista de los


científicos preltendió realizas* lo que PericLes
en Atenas, Augusto en Roma y Carlos III en
España. Pero, ¿de qué sirven lia magnificen­
cia de las ciudades, el brillo de los monumen­
tos y el acrecentamiento del capitel, mientras
el pueblo no alcance su perfección ? ¿Puede ex­
trañarse que en México se haya repetido el caso
de Atenas, contra la que se levantó un día la
férrea Esparta y la dtaninó y avasalló? ¿Por
ventura no son hoy en México loe hambree del
Norte lo que en la antigüedad fueron, ios es­
partanos: representantes de una gran escuela de
gimnasia, que se mantuvo más pura en sus coa.
tambres que loe corrompidos atenienses?
México no es ya hoy, como en tiempos de la
conquista, una presa feudal que puedan distri­
buirse unos cuantos aventureros osados, sino
un campo destinado a ser dividido en muchas
parceJae, en las que cada apetito democrático
aspira a encontrar medio de satisfacer el ham­
bre. A menos que el fuego de la revolución ae
gaste vanamente, como la lámpara de la virgen
fatua que consumió su luz antee de la llegada
del esposo, no queda otra solución al problema
que la de prolongar una revolución que empezó
con la independencia, es decir, con Ja libertad
exterior dd pueblo mexicano, y no habrá de
terminar sino con el constitucionalismo, es de-,
cir, con sru libertad interior. Empero esto no
podrá realizarse cumplidamente más que á con-
■ OAXRAKZA T LA BBTOLüCIÓU OH M&nCO__ in___

dición de que las reformas que deban implan-


taTse sean ejecutada» de una manera rápida y - ?■
profunda. Proceder de otro modo sería proate».
mar la impotencia y la, esterilidad del esfuerzo
■realizado por el constitucionalismo y hecho
indispensable por la vesania de loe científicos
porñriamos.
Convengo con los que opinan que cada in­
tento, cada revolución por resolver un problema, .
deja planteado en México, como consecuencia,
otro más hondo. En esto, como en muchas otras
cosas, existen los incomprenqivoe y los que com­
prenden con finura, toe que todo lo ven ¿lie
color de rosa y loa que, en su excesiva pene­
tración, llegan a un pesimismo exagerado.
Peno ¿hay derecho para que tes revoluciones
se pierdan en la inacción, como se pierden loe
seres en la muerte? El! partido oanstituciona-
lista es, de todos los partidos en lucha, el que
time una más completa comprensividad de las
necesidades colectivas. ¿ Quién, pues, como él
para satisfacer estas necesidades? ¿Quién, co­
mo él, para acabar de una vez oon el escar­
nio del principio de autoridad en éul elemento
civil, la cábala de loe politicastros, la antipa-
. tía del comercio, la resistencia, del contribu,
yente, te rebelión armada convertida en poder
gubernativo, la tiranía del capitalismo extran­
jero? Los federales de Díaz y de Huerta todo
' lo han sacrificado a este capitalismo. Para los
connacionales, para su precaria eituaoión eco-
118 EDMUNDO QONZJlLBZ-BLANCO

nómica, para la sinceridad dé su fe democrá­


tica, no ha habido (más que desdenes o perae-
cuciones. En el pecado llevaron aquéllos la peni­
tencia. Lo doloroso eetrá que iodos tengan que
cumplirla.
Confieso que, tratándose de política, es difí­
cil evitar en loe juicios más claros el asomo
de una sonrisa escéptica. Los políticos hablan
frecuentemente de «sacrificios»; pero sus ac­
ciones se reducen, por lo común, a complicar y
trastornar el'- país con el pretexto de normali­
zarlo. Para ellos sacrificarse es gobernar, bu-
bir, aspirar, sobreponerse, y entonces sopor­
tar sobresaltos, afrontar oposiciones, hacer pre­
parativos vesánicos, crear al pueblo situacio­
nes de hambre y al comercio situaciones de
penuria. Empero, hoy par hoy, ningún motivo
hay paTa decir lo propio respecto al constitu-
cfonailismo de Carranza. Desdé la dictadura
dé Porfirio Díaz hasta el triunfo dé Madero,
el movimiento constitucionalista se caracteri­
zaba por una santa y vioifenta indignación,
que era, a pesar de todo, fundamentalmente
partriótica. Después del triunfo dé Madero, ese
movimiento fué de menos violencia; pero su
desencanto, su suspicacia, bu menosprecio por
el poder central no fueron menores en el fon­
do. Can el adVenimtetnto diei general Huerta
a la presidencia, el movimiento constituciona-
lista fué claramente revolucionario, sin ilega­
lidades ni suplantaciones, peto de una distan-
GARBANZA Y LA RHVOLüCIÓN DE MÉJICO 119

ciación producida en loe hombree del Norte


por ver cómo el resto de loe mejicanos no re­
beldes ee resignaba á que lee dirigiera un
poder público sobrepuesto a la vida nacional.
¿Existe, efectivamente, semejante superiori­
dad de loe hambree del Norte? ¿A qué puede
atribuirse esta superioridad? Pensando en esto
serena y desapasionadamente durante lo álgi­
do de la lucha constitucionalista, Julio Sexto
cavilaba que «loe hambree del Norte han con­
sumado casi siempre lias grandes irrupciones
históricas y han poseído avasalladoras cuali­
dades guerreras, habiéndose llatmado a loe de
Europa por eso los bárbaros del Norte; pero
¿ poseerán a la ves cualidades de mando, cua­
lidades de gobernación? Porque, en Méjico,
loe hombree de Gobierno vinieron del Centro
y del Sur. Ahora bien: ei los Estados Unidos
lindaran con ei Sur, ¿no serían loe hambres
del Sur los que se levantaran? Los hambres
del Norte, más altos, más fornidos, más so­
brios, más fuertes que loe del Centro y loe del
Sur, dan la respuesta a esas preguntas. Cuan­
do menos, la superioridlad1 étnica existe. La
superioridad moral estaba en que loe hambree
del Norte lanzaban un grito de protesta con­
tra la inmoralidad administrativa, contra la
conculcación constitucional, y después del gri­
to, lanzaban mortíferos chorros ,de metralla.
Coahuila aparecía como la cuna de <la morali­
dad pública. Y a Coahuiila respondían todas
120 EDMUMDO GONZÁLBZ-BLANCO

las provincias fronterizas: Chihuahua, Sonora,


Nueva León... Tal vez loe Estados de la fron.
tera estén influenciados por la cercanía de la
ética política de Norteamérica». Loe hombres
del Norte crecieron viendo las observancias cí- ’
viras dei pueblo yanqui. Bien puede ser éste
un factor. El otro puede ser climaitológico. En
cuanto a la síntesis, está en los hechos. Y los
hechos eran la inmoralidad de los hombres del
ejército gobiernista, que no se batían y que se
lucraban escandalosamente, y la propulsión de
los hombrés dei Norte, aguerridos y abnega­
dos, que hacían crecer el rollo de la tierra,
aquel rollo dé la república, que empezaba a
enroscarse como un mapa en bo más ancho y
amenazaba acabar en Yucatán, y pasar como
. un rasero, como un cilindro de valles y d.e
montañas y de cañonee par todo el país, nive­
lando desigualdades y aplastando soberbias.»
Hora es ya de sacar las principales conse­
cuencias de la argumentación que he procura­
do desarrollar. Tres muy importantes llaman
la atención, desde luego. La primera conse­
cuencia es que una civilización capitalista no
puede sostenerse más que con la dictadura. La
segunda consecuencia es que la de Porfirio Díaz,
no obstante su duración, demostró hasta qué
' punto toda diotadúra es impotente a la larga
paira imponerse a un pueblo que saibe defen­
der sus intereses y derechos. La tercera conse­
cuencia es que en la revolución mexicana, como
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓN DB MÉJICO 121

en toda revolución, hay elemento« d¡e ban­


didaje, de venganza y de ambiciones persona­
les; pero hay también elementos de reivindi­
cación y de sed de justicia.
Los que han dicho que un Estado no se sos­
tiene sin el capitalismo, se engañan. Un Es­
tado que no estuviera fundado más que en rf
dinero no podría existir. Para todo Estado x
digno de este nombre ejl dinero no es más
que un medio. La revolución se impone desde
que, como en México, el Estado, apoyado en
capiteles extranjeros, deja de ser el servidor y
el auxiliar de una patria, real, de una raiza
pegada a la gleba, de un sentimiento que une
a millares de corazones. No hay dictadura que
perdura contra la voluntad en contrario de un
pueblo viril que protesta contra el Gobierno
de una sola casta, de una oligarquía absor­
bente, que es la más áspera de las tiranías. Ig­
norancia y despotismo arriba, esclavitud y mi­
seria abajo: he aquí lo qué perdió a tantee
repúblicas antiguas y lo que hubiera perdido
a la dle México sin la enérgica intervención
y resistencia de Carranza. A los que le obje­
taban que, durante y después de Porfirio Díaz,
México no poseía siervos, te esclavitud había
desaparecido barrida por la civilización y el
hombre era libre, respondió Carranza, con su
actitud y con su ejemplo, ser el reparo vil im- '
postura e impudente mentira, presentando la
enorme masa dé proletarios y miseriosos que,
122 EDMUNDO aONZÁLBZ-BLANCO

cautivos de su libertad tristísima y acosados


por ella, viven en abyección perpetua, en tu­
tela vorgonnosa, faltos de pan y de justicia,
sujetos a la desapoderada ambición dé los te­
rratenientes.
Puestos a hacer revoluciones, es claro que
se debe empezar por lia base. Sobre todo, en
materias sociales hay que comenzar por el
principio y dejarlo bien rematado. Se impone
el método dé las matemáticas: cantar las cen­
tenas antes que las decenas, y éstas antes que
las unidades. Las centenas son loe más, eü gran
número; las decenas son' ios menos, la aristo­
cracia plutocrática; las unidades son loe jefes
del Estado, monarcas o presidentes de repú­
blicas, Cuando la conciencia y la razón de un
núcfíeo social tiene normalidad1 y equilibrio, se
atiende primero & lo que debe ser estimado
como primero. Pero cuando, como bajo la dic­
tadura dé Porfirio Díaz, la conciencia se des­
organiza y la razón se desorienta, los agrega­
dos sociales son capaces de poner las unidades
en. priimter lugar y las centenas en el último,
j Y qué cálculoe se hacen entonces I Mucho me
temo que no hayamos organizado nuestra vida
social como antaño organizó su ejército un se­
ñor de Bouxwiller, según ha recordado el in­
signe moralista francés Carlos Wagner en una
reciente conferencia sobre Le materialiime dañe
let moeurt* Dicho señor puso en cuadro a la
cabeza de sus trapas al hombre máa alto y más
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 123

grueso, empenachándole de generalísimo. Loe


más gallardos, que venían después, se vieron
procfamados oficiales, por suponérseles ligero.
ee, y soltura. Los simples soldadlos eran los
más pequeños, j Quién, sin embargo, ignora
que el más chico de cuerpo es a veces el más
valeroso y espiritual, y que un alma mezqui­
na pued<e corresponder a una gran amplitud
corpórea P Un ejército serio no respondería a
organización semejante. Y hay que notar, ade-
más, la diferencia. En el antiguo señorío de
Bouxwiller, que era no más que una sombra
de señorío, eC, señor podía sin inconveniente
pagarse de esta fantasía un poco obtusa, pues
sabía bien que no hacía más que jugar a los
soldados, como loe niños. Pero la vida social
no es un juego, y si la organizamos de tal
modo que loe intereses groseros y aparentes
pesen más en la balanza, oorremos inminente
riesgo de dar el mando de nuestras fuerzas al
menos digno de mandarlas y de reducir a ser­
vidumbre a los que deben1 marchar en ei pri­
mer rango. Tendremos el reinado dé la apa.
riencia, de la brutalidad, dé la fuerza mate­
rial, de los apetitos maiterieUes. Tal fué en
México y durante treinta años etl reinado de
Porfirio Díaz.
Frente a este reinado, la revolución de Mé--
xico, sin dejar dé ser una guerra civil, más
quie revolución es una reaccdón., una recon­
quista, una vuelta a la tradición agraria de
124 . KDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

las civilizaciones del mundo. Loe compañeras .


do Núñéz de Balboa, atravesando épicamente
loe Andes con sus carabelas etn hombros, san
menas héroes que estos humildes revaluciona-
ríos mexicanos. Aunque también pese sobre
ellos la carga, de la iniquidad, par ellas será
removida dé los hombros de bu patria, de esa
patria cuya gloria invocan hoy tiramos y ca­
pitalistas, es decir, los mismos que la prosti­
tuyen y deshonran.

CAPITULO II

CARRANZA DESPUÉS DEL TRIUNFO


’-••*• ’ f • >'
§ 1. ANTECEDENTES DE LA RUPTURA ENTRE VILLA

Y CARRANZA

' «¡Que ae ¿maldiga. mi nombre, pero que


triunfe la libertad !», fué siempre la divisa de
Dantan, y ha venido a sea* la de Carranza par
injurias del destino. Dentro de las condicio­
nes ordinarias de la vida constitucional de una
nación no cabe cisma alguno, porque en toda
sociedad bien organizada las actividades y las
energías políticas se funden a la larga em un
• ideal patriótico, en un fin común, y van dere­
chas & un blanco, aim que sea posible ninguna
órbita excéntrica, a menos de tropezar a cada
paso con las leyes naciotnaf.es y democráticas, '
fijas ya con carácter imperativo y absoluto.
CARRANZA Y LA RBVOI.UCIÓN DB MÉJICO 125

Pero en las oandicioneB extraordinarias en que


la rebelión de Villa cólooó al partido de la re­
volución, no cabía adoptar otra actitud ni to­
mar otro partido que loe que asumió Carranza.
Después de haber intentado amordazar la Con­
vención revolucionaria, rodeándola de tropas
en Aguascalientes, Villa no podía seguir mili­
tando en las filas constitución alistas. Por aquel
fentoncee, Mema publicó en La Opinión, de
New-Odleans (de 15 de Diciembre de 1914),
un pequeño estudio deCi contumaz rebelde, en .
el que dice lo que sigue: «Villa cambia de piel
como las víboras, sin cambiar por ello de pon­
zoña. Este, que hemos visto hoy en la muy
vieja, noble y heroica ciudad de los aztecas, ,
es el mismo salteador de caminos que en otro
tiempo persiguieron los ruraDes. Sin alterar su
candiicdón moral, Villa se ha vengado plena- .
mente de la justicia. Siempre contra la ley,
antes fue perseguido por ella. En los días que
corren, él es quien a la ley persigue.» No es '
-<a pasión la que pone tan terminantes acusa­
ciones en la pluma de Mena. Ni temor ni cóle­
ra han sentido nunca loe constituoionalistas
ante el espectáculo que Villa ofreció al romper
sus blasones de guerrero y unirse en abrazo
íntimo oon la hidra revolucionaria; asco, sí,, y .
mucho, y algunos, indignación compasiva;
¿ hay nada más digno de lástima que la con­
ducta de un hombre que, habiendo podido cu- ,
briT su pasado borrascoso y sombrío con el
126 EDMUNDO GONZÁDEZ-BLANOO

manto indulgente de la lealtad, prefirió man*


cha¡r eü nombre can La rebeldía y la defec­
ción P
Tiempo hacía que Villa, comandante de la
división del Norte, mostrábase descontento oef
primer jefe del ejército confititucionaliata, obe­
deciendo sus órdenes con desagradó y censu­
rando algunos de sus actos. Ya al comienzo de
la primavera de 1913, estando en Ascensión,
envió Carranza, para que se entendieran can
Villa, a Breceda y Sánchez Azcona y cuyo en-
caa^o era hacer comprender a Villa que la pri­
mera jefatura había dividido el país en zanas
para loe efectos militare®, y qtse Chihuahua en­
traba en la del Noroeste. Villa creyó que se
trataba de someterle a régimen, y alegando
que sus hombres no estaban acostumbrados a
obedecer a nadie, despachó a los comisionados
destempladamente. ¡ Y esto cuando toda la afi-1
cialidad revolucionaria había reconocido a Ca­
rranza como primer jefe del ejército constitu-
cionalista! ; ■ • . ,' •
En. Febrero de 1914, Villa desobedeció las
órdenes de Carranza. Los primeros rozamientos
entre ambos jefes ocurrieran al acaecer la
muerte, a la sazón misteriosa, de Benton, su­
ceso que, durante la revolución, sólo se dió en
territorio ocupado por Villa. Un escritor que,
por razones morales que no oculta, ha insisti­
do particularmente sobre eso® suceso®, Azcona,
asegura que «Villa ignoró siempre los esfuer­
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 127

zos que Carranza hizo para tapar al humo de


esas hogueras, que delataba un cáncer moral
en la revolución».
Después del combate de San Pedro, regresó
Villa a Torreón, y a poco llegó a Chihuahua,
donde se encontraba Carranza con su Gobierno.
Allí conoció Carranza a Villa. Aguirre Bena-
vides, constitucionalista sincero, e historiador
que traita de exponer la verdad, nos enseña que
«a los ojee de Villa, Carranza estaba a aque­
lla fecha enteramente desacreditado por loe
que, en su despecho, habían venido de Sonora
a dar en la división del Norte.»
Villa no fuá a ver a Carranza, como era su
deber sino al tercer día, y a instancias de per­
sonas sensatas, no sin advertirles que iría, pero
que no tenía por qué andar besando la grupera
(sic) a aquel viejo. * Y sin embargo, en aquel
viejo radicaba de hecho y de derecho la cen­
tralización militar, y aquel viejo disponía los
movimientos y reforzaba loe ejércitos. ¿Y quién
sino él había organizado la campaña, debiéndose
en primer término a su dirección el éxito total ?
Procuraré ampliar mi información, o más bien
la de Aguirre Benaivides, que me ha dado pie
pama entrar en materia. . .
En la primera quincena de Abril ocurrió el
desembarco de loe norteamericanos en Vera-
cruz. De primer momento, Villa se mostró con­
forme can Carranza por el gesto patriótico que
puso al suceso, afirmando que para hacerle la
128 BDMUNDO GONZÁLBZ-BLANC0

guerra a lo» gringos (sic) no necesitaba armas


y qu» le bastaba una botella de petróleo por
hombre para hacer la campaña en Texas. Muy
1 pronto, empero, cambió, si no de parecer, de
comíducta, inducido por e"J general Angeles,
hombre plasmado en el criterio porfiriano, hi­
pócrita de nacimiento y militarista por edu­
cación. Merced a las insinuaciones de Ange.
' les, puso Villa un telegrama a Wíleon, por
conducto del cónsul Cerothers, manifestándole
que él admiraba al> pueblo norteamericano y
a su honrado presidente, y que no estaba de
acuerdo con Carranza en el problema interna­
cional. «Es lástima (dijo también a los co­
rresponsales yanquis en el teatro de la gue­
rra) que ios Estados Unidos hayan prestado
atención a las tonterías de ese viejo borracho
de Huerta. Ponerse México en guerra con los
Estados Unidos es un atrevimiento que hará
re ir a toda. Europa. Si el presidente Wilson
quería obtener satisfeiccáonee, debió dirigirse a
nosotros, y habríamos saludado a la bandera
norteamericana con júbilo, no una, sino diez
veces. No me dejaré arrastrar por nada ni por
nadie a ponerme al lado del general Huerta.»
Villa agregó que se alegraba de que loe norte­
americanos se hubiesen apoderado de Veracruz,
y manifestó su esperanza de que sabrían guar­
darla con firmeza, terminando así*. *Si el señor
Carranza me hubiera consultado antes de en­
viar su nota al presidente Wilson, o no habría
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 129

sido enviada, o habría sido redactada de una


manera que no pudiese ofender la susceptibili­
dad de los Estados Unidos.» Este hecho mo­
tivó que Carranza le dirigiese una reconven­
ción severa, obligándole a la rectificación in­
mediata. La furia de Villa no tuvo límites, y
ordenó a uno de sus hombree: Póngale un te­
legrama a ese desgraciado viejo, que me anda
con Celas y tarugadas (sie), diciéndole que
vaya a la.., El coronel Madero y Oonzález
Garza, le hicieron desistir de tan descabellado
propósito; pero él, al otro día, en marcha para
Chihuahua, aun dalmaba amenazador: Aho­
ra verán cómo les va a esos...
Lejos de ello, cuantas veces le necesitó Villa,
acorrióle Carranza con refuerzos de otros Cuer­
pos de ejército, ya que lo de que se trataba era,
no del prestigio particular de nadie, sino de 5»
■victoria definitiva, que coronara los esfuerzos
del constitucionalismo. , V
A la observación de Carranza no podía, em­
pero, ocultarse la sombra del desvío de Villa,
el cual no había de tardar-, en rebelarse con
caracteres indudables de la más radical sedi­
ción. En Torreón, ya Villa se negó franca­
mente a asistir a banquetes en que estuviese
Carranza. A este propósito, Aguirre Benavi­
des señala «la ida de Villa a Ciudad Juárez
como un movimiento'sospechoso de sus tropaB.
Para evitar la ruptura, se enviaron Comisio­
nes, que llegaron a una solución inconsistente.
-v Ö.—Tomo I. .
130 BDMUNDO GONZÁLBZ-BLANOO

Villa seguía siendo jefe de la división del Nor­


te y Carranza de la revolución. Entretanto,
continuaba el movimiento de hostilidad ootn^-
tra Cawaniza. A Chihuahua llegaban todos sus
enemigos, como «i esto fuera prenda segura
de la protoación villista, y allí se hacían apres­
tos bélicos. Maytorena, gobernador de Sono­
ra, se mostraba hostil, y Blanco, que man­
daba 15.000 hombree de caballería en el ejér­
cito del Noroeste, parecía también resentido.
Villa h izóle creer que le apoyaría como presi­
dente de la república.»
A fines de la primavera de 1914 hubo sen­
sacionales rumoree sobre un rompimiento en­
tre Villa1 y Camra¡naa>, o por lo menos so­
bre dificultades surgidas entre amibos ge­
nerales; dificultades que se supusieron ins­
piradas por los reaccionarios y científico», que
deseaban dominar la región. (Véase La Revo­
lución, de Monterrey, de 20 de Junio de 1914.)
Parece que Villa, considerando nociva le diga-,
de algunas políticos can Carranza y peligroso
el que dictaran órdenes sin autorización, y se
interpusiesen así en los movimientos que te­
nía que emprender, resolvió eliminar elemento
tan perjudicial a sus miras. Todo esto no eran
más que disculpas y modos tía hacer tiempo,
mientras se ponía de acuerdó con ex generadles
federales, llegando, en su lúbrica carrera de
inconsciencia, a pactar con Carvajal, presiden­
te provisional después de la huida de Huerta,
CARRANZA. Y LA REVOLUCIÓN DÉ MÉJICO 131

para reconocerle oqmo presidente legítimo. La


cosa no pasó a más, a causa de los aconteci­
mientos que namaié después.

§ 2. PRIMERA INSUBORDINACIÓN DE LA DIVISIÓN

DEL NORTE

Ei 10 de Junio de 1914, habiendo em/pe.


zaido el general Natera openacioneiB d» éxito
probable sobre la plaza de Zacatecas, a la
sazón ocupada por tropas federales, ordenó Ca-
rrantaa a Villa que se dispusiera desde luego
a réforzar a aquell generad. Villa prome­
tió hacerlo; pero su promesa quedo incum­
plida, como consta del telegrama que el 11
le dirigió Carranza, apremiándole a que en­
viase 3.000 hombres (1), cuando menee, con
dos baterías de artillería, en auxilio de Nate.
ra, mientras éste se resistía heroicamente en
espera de loe refuerzos anunciados. La sitúa- -
ción era crítica, pules aunque «Tj ejército de
Natera había tomado fácilmente los alrededo­
res de Zacatecas, aU aitacair las principales po­
siciones hallaron gram resistencia, que oponían
fuerzas recién llegadas. Fundándose en esto,
Villa aconsejó a Oarranz«» que ordenase a Nate­
ra lai suspensión, del ataque a la plaza, por no , ■

(1) Azcona, en en opúsculo sobre Villa, el cienii.


ficismo y la reacción, oomete el error de reducir este
número a 600. Agu’rre Benavidee So eleva por su
parte • 4.000.
132 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

poder él terminar antes de cinco días al moví-


miento completo de su división, llevando con­
sigo todos los elementos de boca y guetnra nece­
sarios para la campaña. El 12, Carranza insis­
tió en que Villa enviase 'los 3.000 hambres, y en
caso de precisión 5.000, al mando del general
Robles, para municionar las tropas de N atora y
ayudar a Arriata, que haibía ocupado en Zaca­
tecas las principales posiciones, y necesitaba
parquje y artillería para ocupar la ciudad.
Villa se negó a prestar tal ayuda, pretextando,
primero, que estaba la vía interrumpida a con­
secuencia de fuertes aguaceros, y después, que
se hallaba enfermo él general Robles, y que
con Arriata no congeniaría ningún otro de sus
generales.
La contestación dada el 13 por Carranza no
pudo ser más racional ni comedida. «El hecho
de que 5.000 hambres, de los que usted tiene,
se adelanten a"J resto de sus columnas, no im­
pide que éstas vayan inmediatamente a oeraar
a Zacatecas... No trato de que vaya usted a
ponerse a las órdenes del general Natora, sino
que una parte de sus fuerzas cooperen can él
a la tama de la plaza, y quede «1 caprino expe­
dito para su paso al Sur... No es necesaria, ni
creo conveniente, "a separación de usted del
mando de las fuerzaB que están ahora bajo sus
órdenes; pero ai tuviese que tomar tal de­
terminación, procedería como debiera en bien
de la causa y dél ejército constótucionalis-
CARRANZA. Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 133

ta, que me honro en dirigir como primer je­


fe... Espero que, poniendo a un lado toda con­
sideración que no tenga importancia, allane
los obstáculos que se presenten para que sal­
gan los refuerzos... Si tf. general Robles no
puede ir, vaya cualquiera de 'loe generales que
usted juzgue oportuno... El general Natera me­
dies que podrá sostenerse dos días más en las
posiciones que ocupa, en cuyo caso empezarían
a llegar loe ref uerzos y no se perdería lo que ya
se tiene conquistado.»
A tan sensatas y templadas observaciones,
Villa repuso con la declaración de que, o bien
marchaba en peraona al frente de su división,
o renunciaba al mando de ella. «Las observa­
ciones que le hago son en beneficio d'e los sol­
dados y de la causa. Los generales Natera,
Arrieta y usted han padecido un error al creer
que pueden tomar Zacatecas sin el auxilio de
toda esta división. Yo no puedo autorizar el
sacrificio de mis hambres, ni el prestigio de *
la divisen, fraccionándola, para que las fuer­
zas huertistas acaben con ella a pedazos. Usted
no me entiende o no me quiere entender. Pre­
fiero retirairtme del mando.» (1).

(1) Estas palabras entre comillas no constan en .


el Manifiesito dado al público por loe generales de ta ,
División del Norte; pero existen en la copia que a
raí» de los acontecimientos proporcionó uno de los
jefee a Prida, y que éste incluyó en el apéndice al
tomo II de su obra De la dictadura a la anarquía.
134 kdmondo gonzález-blanco

Loe oficial ee, jefes y generaiee de Villa 1»


apoyaron, pero contra Carranza, desaprobando
su d eterna inación. El general Contrerae, en ’la
reunión que tuvo con eras colega« dJe la división
del Norte, manifestó que aquello no podía ser
de ninguna manera, y que si Villa dejaba el
mando de la división para retirarse a la vida
privada, y siempre que fuese irrevocable esa
determinación, él haría otro tanto, y por lo
¡mismo invitaba a todos ios demás a secundar­
le. Carranza, demostrando en aquella ocasión
la ecuanimidad de siempre, y tratando dé man.
tener incólume, hasta donde le fuera posible,
el principio 'esencial de la disciplina de su
ejército, replicó a Villa que no era necesaria, ni
conveniente su renuncia, y que, en cambio, en­
viase a Natera el auxilio requerido, ya que
este general se encontraba terriblemente com­
prometido en su acción. Villa de nuevo dijo
que estaba! enteramente resuelto a renunciar
y que dejaba el mando dle la división del Norte.
Carranza entonces aceptó la renuncia.
Y aquí viene lo monstruoso del caso. Cuando
Carranza ordenó a los generales de la división
dél Norte que procedieran en seguida «a po>-
nense de aculando acerca del jefe que debía sus­
tituir a Villa», le fué contestado lo siguiente:
«Podríamos, siguiendo ai general Villa en su
conducta, dejar el mando de nuestras fuerzas,
disolviendo con ello la división del Norte;
pero no óébemos privar a nuestra causa de un
CARRANZA Y LA RBVOLUOIÓN DB MÉJICO 135

tan valioso elemento de guerra, y, por tanto,


pasamos a convencer ai jefa de dicha división
parta que continúe la lucha en contra del Go­
bierno de Huerta, como si ningún aconteci­
miento desagradable hubiera tenido lugar, y
amonestamos a usted para que obre de igual
manera; con objeto de vencer al enemigo co­
mún. » En apariencia, no hay aquí más que un
conflicto entre edementes militares. En reali­
dad estos elementos componían una coali­
ción creadora de perfidias tremendas, ejecu­
tora de crímenes horrorosos y conservadora die
todos los detritus políticos y sociales del pasa­
do, oamo más adelante pondré en plena luz.
El cientificismo, el militarismo y el cCericalis- ,
mo, cuyos representantes tenían tanta prácti­
ca en el manejo de loa suimideroe de la políti- .
ca, que Villa en sus manos, y habida razón
de su ignorancia y veleidad, se convirtió en su
más dócil instrumento. -z
En vano Carranza insistió en las órdenes
que había dado. En vano, para evitar dificul­
tades y designar con unanimidad serena al su­
cesor de Villa, convocó a Junta en Saltillo a los
generales Angeles, Utrbina, Herrera, Ortega,
Benavides y Hernández. La contestación die és­
tos, el 14, desconsiderada y procaz, fuá como
sigue: <Su último telegrama nos hace com­
prender que no ha entendido, o no ha querido
entender, nuestros dos telegramas anteriores.
Ellos dicen, en su parte más importante, que
136 . EDMUNDO GONZAlBZ-BLANOO

nosotros no tomamos en consideración las dis­


posiciones de usted, que ordenan deje el general
Villa el mando de la división del Norte, ni
podíamos adoptar otra actitud frente a disposi­
ciones tan impolíticas, anticonstitucionales y
antipatrióticas. Hemos convencido al general
Villa de que loe compromisos que tiene con­
traídos con la patria le obligan a continuar en
el mando de la división del Norte, como si us­
ted no hubiera tomado la malévola resolución
¿le privar a nuestra causa democrática de su
jefe más prestigioso, en quien los liberales y
demócratas mexicanos tienen cifradas sus es­
peranzas más halagüeñas. Si él le escuchara
a usted, el pueblo mexicano, que ansia el triun­
fo de nuestra causa, no sólo anatematizaría a
usted' por determinación tan disparatada, sino
que vituperaría también al hombre que, en ca­
mino dJe .'libertar a su país de la opresión bni
tal de sus enemigos, abandonaba las asmas
para sujetare© en obediencia a un jefe que, de­
fraudando lias esperanzas del pueblo, por su
actitud dictatorial, su labor de desunión en los
Estados que recorre y su desacierto en la di­
rección de nuestras relaciones exteriores, com­
promete el éxito de la revolución y la indepen­
dencia nacional. Sabemos bien que esperaba us­
ted la ocasión de apagar un sol que entenebre­
ce el brillo de usted y contraría sus deseos de
que no haya en la revolución hombre de pode»
que no sea incondicional carrancista ; pero so­
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓN DH MÉJICO 137

bre los intereses de usted están los del pueblo


mexicano, a quien es indispensable la acredi­
tada y victoriosa espada del genferal Villa.
Por todo lo cual, la resolución de marchar ha­
cia ei Sur es terminante, y, por consiguiente,
no pueden ir a ésa loe generales que usted in­
dica... » La forma en que el mensaje estaba re­
dactado y su contenido implicaban tan grave
falta de insubordinación, que Carranza, du­
dando de la autenticidad de él, lee exigió una
ratificación por escrito, firmadla con puño y
letra de todos, oomo así lo hicieron en Torreón
el 15 los interesado».
De este modo, Villa, a pesar de haber rtv
nunciado y de haber sido aceptada su renun­
cia, siguió en el mando de la división del Nor­
te, con cuya conducta dió motivo para que loe
patriotas mejicanos dijesen de él que lo único
que aímbicionaba era conservar su poder mili­
tar, y si se propuso, como después se pretendió,
salvar el prestigio ante sus subordinados y la
integridad) de la división del Norte, fué por­
que, defendiendo ambaB cosas, aseguraba aquel
poder. A mayor agravio, además de haber de­
jado abandonado ante el fuego del enemigo a
un compañero de armiaB, que, por la insubor­
dinación de Villa, vió morir a centenares de
hombres, ordenó la aprehensión del cajero ge.
’ neral y de otros oficiales administrativos del
Gobierno constitucionalistia, y se apoderó de
los fondos de la Tesorería.
138 bdmundo uonzálbz-blanco

§ 3. FRACASO DE ARREGLOS PACÍFICO8

Serio confliclte, SBlfpfcajdo de sangrientos


incidentes, hubo en Sonora entre su goberna­
dor, Maytarenai, y las fuerzas constituciona-
iistas que en aquel Estado mandaba el coro­
nel Calles. Maytorena, alegando supuestas vio­
laciones del territorio, se rebeló contra Carran­
za, apoyado por las fuerzas yanquis, ai mando
de Urbalejo y Acosta, Entonces Carranza auto­
rizó ampliamente a los generales Obregón y
Villa para que, juntos, procuraran un arreglo
pacífico en aquel Estado.
Obregón fué muy bien recibido en Chihua­
hua par Villa, quien trataba., a lo que parece,
de corromperle. 'MaytoMana, que le esperaba
en Nogales con sus fuerzas, quería también
hacedle diesconober 1» jefatura de Carranza.
Los soldados, según informa Aguirre Bena-
vides, llevaban una cinta en ios 'Sombreros que
decía: ¡Viva Angeles! ¡Viva Villa!, y acepta­
ban tácitamente la soberanía del úffitimo. Obre
gón interpuso sus buenos oficios cenca, de Urba­
lejo y de Acosta, convención deles de que los
deseos del primer jefe del ejército constitucio­
nal ista no podían ser más favorables a May­
torena. Se acordó que éste quedase de gober­
nador del Estado y de oomnndante militar,
que depusiese su actitud hostil, que reconocie­
se por jefe al general Obregón (que tenía él
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 139

miando supremo de la división del Noroeste)


y que ed coronel Gallee fuese ratinado de So­
nara.
Con todo, lo< conferencia de Nogales, como
casi todas las verificadas por aquel entonces, re­
sultó uno de tantos fracasos, y de nada valió
al primer jefe su gran deseo de tolerancia!, de
paz y de armonía. Por parte de Carranza se
cumplió e¿ pacto. No sólo se le quitó al coronel
Calles el mando de sus fuerzas, sino que se le
trasladó de territorio, y dichas fuerzas que­
daron al mandó del general Hill, amigo per­
sonal de Maytorena. Este, en cambio, no cum­
plió lo convenido, pues además de negarse a
poner en libertad al general Al varado, deeco*
noció la autoridad de Obregón e hizo que le in­
juriaran sus subalternos. En vista de tal con­
ducta, Obregón dió por nulo lo pactado con
el gobernador de Sonara, y encomendó a Villa
que amenazase con batir a Maytorena si per­
sistía en su hostil actitud.
No ¡se puede ser más dlealeal de lo que lo fuá
Villa en aquella ocasión., Engañó, obligado
par secretas inteligencias con Maytorena, al
general Hill, diciéndode que, por orden de
Obregón, debía retirarse con sus tropas a Chi­
huahua. El general Hill le contestó que no
tenía más jefe injmediaito que Obregón, ni po­
día, par ende, obedecer otros mandatos que
los suyos. A tan razonable respuesta, Villa
contrarreplicó enviando desde Chihuahua fuer-
140 EDMUNDO OONZÁLBE-BLANGO

zas para atacar, no a Maytorena, según lo


, convenido con Obregón, sino ai general Hill.
Esta aberración sería inconcebible ai no fuera
notorio que la traición era quien la dictaba.
Con motivo de ella, regresó Obregón a Chihua­
hua para tener con Villa’ una conferencia amis­
tosa. Instigado par Angeles y otros jefes, y
contrariando la opinión de los elementas civi­
les, Villa trató de fusilar al generad Obregón,
en ocasión de ser éste su huésped. Y no con­
tenta can semejante enormidad, pretendió que
Hill saliera del Estado de Sonora, e intenta
invadir con sus tropas esta región para auxi­
liar a Maytorena contra Carranza. Por tal ra­
zón, Carranza tomó la medida defensiva ¿te
suspender di tráfico entre AguasceJientíes y
Zacatecas.
Esta medida fué ed pretexta por Villa invo­
cado para declárame en rebeldía; pero ¿es que
no tenía Carranza motivos bastantes para pro­
ceder de esa manera P Cuando el general Obre­
gón, comisionado por Carranza, fué a Chihua­
hua para arreglar pacíficamente las diferen­
cies surgidas (no sólo en el Estado de Sano,
na, sino entre los generales Amete, de su
miando inmjediato, y Contretras, d|e la divi­
sión del Norte), en oompañía del propio Villa,
tuvo conocimiento de lo indicado. Villa quiso
fusilar a Obregón sin formación de causa y
faltando a los deberes de la hospitalidad. Man­
dó detener el tren en que Obregón se restituía
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 141

a México, y cuando, después de tremendas lu­


chas, consiguió salvar otra vee su vida, arre­
pintióse Villa de haberlo dejado escapar y
mandó, primero a Fierro (quien le desobedeció
por primera vez) y después al general Alman-
sa, que alcanzasen, detuviesen y fusilasen a
Obregón con todo su Estado Mayar. ¡ Gracias
a que el secretario de Villa retrasó el tele­
grama!
El general Madovio Herrera, que estaba en
El Parral, desconoció a Villa, llamándole oo-
barde y bandido ¡par telégrafo, y Carranza, sin
perder su moderación, le pidió cuenta de su
conducta. En vez de dársela, le dirigió un men­
saje en el que le manifestaba que no concurría
a la junta de generales y gobernadores convo­
cada por él y que le desconocía como «primer
jefe de la repúblicas. No debo dejar pasar in­
advertido que el hecho de desconocimiento de
Carranza, en su doble carácter de jefe del ejér­
cito y del Ejecutivo de la Unión, no fué obra
de todos Ros generales de la división del Norte.
A noticia de muchas no llegó sino después de
haber sido anunciado a Carranza par Villa.
Dados estos hechos, ¿quién era el que iniciaba
las hostilidades, Carranza, que había enviado
al general Obregón para que solucionara las
dificultades surgidas en el Norte en compañía
de Villa, o éste, que quería aprovechar la oca­
sión para deshacerse del jefe del Cuerpo de
Ejército del Noroeste, que permanecía fiel al
142 EDMUNDO GONZAlEZ-BLANCO

comtetiltucioinalilsmo>R Ante tafl atpnitaido, tomó


Carranza las medidas precautorias de carácter
urgente que eü; caso requería, y al efecto man­
dó cortar las comunicaciones oon la división del
Norte.
' § 4. EL PACTO PE TORREÓN

Lote villistas y carrancistas reunidos en To­


rreón, alarmadlos por el cisma que se cernía
sobre constitucionalismo y por la inquietan­
te circunstaimciiai de que éste no hubiera logTaido
aún en definitiva victoria, trataron de llegar a
un pacto. Con este objeta celebraran conferen­
cias, de una parte, el general González y de­
más jefes de la división dldl Noroeste, y de
otra, los jefes del ejército de Villa. El resul­
tado de «tetas contenencias fué qu» los diplo­
máticos de la última fracción revelasen la trans­
cendencia de un nuevo movimiento político en­
gendrado por di partido de la reacción, des­
echando todas las enmiendas propuestas afl
Plan de Guadalupe, cuna del constitucionalis­
mo, y acordando que de nuevo se iteoonociera
a Villa como jefe de la división dél Norte.
Muy lacónica fué la única medida que se tomó
pana que fuese sometida a la aprobación de
Carranza y se debe transcribir a la letra: <Tan
pronto como la revolución haya triunfado, se
citará a una convención, que tendrá lugar en
la ciudad de México, oon el objóto de decidir
cuándo deban celebrarse las elecciones presi-
CARRANZA. T LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 143

dmciaües en la república. Esta conrviención se


compondrá de un delegado por cada 1.000 sal­
dados sobre las armas. El delegado será ele­
gido por un Comité dle jietfee militares, y su
elección aprobada por ios comandantes de las
divisiones respectivas.» ' .
Potr una enmienda dió su aprobación Ca­
rranza, ectítiemiéndola can razones que llamó
políticas y de conveniencia. En su sentir, los
delegados debían ser nombrados uno por cada
general, gobernador de Estado y jefe militar
con mando dé fuerzas, cuando éstas no pudie­
ran concurrir. Por donde se ve que malí pudo
Carranza faltar al cumplimiento de un conve­
nio no habiendo aceptado, sino modificado, la
proposición sometida a su arbitrio. J Y por qué
no dió a esta proposición una adhesión com­
pleta P ¿Por bastardos intereses y bajas miras?
Muy en contrario: parque se reservaba preci­
samente ei derecho de extenderla, haciéndola
más democrática y más en armonía con la na-
turalleza y fines déla revolución.
No había, ciertamente, menester, el primer
jefe revolucionario de alabanza y reconocimien­
to semejantes para la satisfacción de su con­
ciencia, tranquila por el deber cumplido para
con el constitucionalismo y fla democracia; peno
bien está para sus coetáneos y para la poste­
ridad saber que al extender ei poder de enviar
delegados a los gobernadores de Estado y je­
fes mdlitaree con mando de fuerzas, no sóQb no
144 BDMÜND0 GONZÁLBZ-BLANCO

restaba influencia a Villa, sino que le benefi­


ciaba en grado sumo. La proposición de refe­
rencia tenía mucho de arbitraria, pues colo­
cando el poder de elección en cuatro bómbice,
comandante» de división, $ no habiendo más
que cuatro en el ejército constitucionalista,
Villa salía altamente perjudicado etn su in­
fluencia, ya que sólo disponía de 24.000 hom­
bros, mientras que el resto del ejército suma,
ba 101.000. .
El 27 de Septiembre de 1914, los generales
y jefes de "'a división del Norte dirigieron
desde Chihuahua a Carranza un mensaje apre­
miante, que es documento cuitoso de cómo,
pretextando integridad revolucionaria y es­
píritu patriótico, se puede quebrantar la dis­
ciplina del ejército y corromper loe conceptos
de la moral, del deber y del honor nacionales.
Con este motivo y con el prudente intento de
conjurar esa sedición reaccionaria, reunió Ca­
rranza, en Octubre y en la capital, una junta
de generales a la cual, entre otras cosas, en­
cargó la misión de reencauzar el cisma a que
Villa había lanzado a la división del Norte.
Su contestación al mensaje de referencia es
un modelo de entereza cívica y de dignidad
militar. Pretendían loe villistae en él imponer
la voluntad de los jefes de una división en me­
noscabo de la de los de otras divisiones, a una
que entregar el mando supremo «ai incorrup­
tible liberal Iglesias Calderón, quien, por su
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DR MÉJICO 145

talento, energía y limpios antecedentes», setría


tuna garantía para la revolución », porque «sa­
bría llevar la república por la senda del ho.
ñor», y jamás haría traición «a loe idéalo» de
la causa». En esta última propuesta convino
■ Carranza, mas no el interesado mismo. Iglesias
Calderón, jefe d» los libérenles mexicanos y de­
chado dó todlas las virtudes cívicas, respondió a
Villa que «sólo se vería obligado a aceptar
presidencia provisional, pana impedir una nue­
va guerra civil, en el caso de que se la ofre­
ciesen todos los elementos de la nación reuni­
dos; pero nunoa ante eil dictado de una sola
división del ejército (la del Norte)». En
cuanto a loe demás extremos dei mensaje, Ca­
rranza defería en sus jefes la solución que tu­
viesen, por conveniente tomar, a cuyo efecto,
y para evitar que ja desleal tad de Villa tuviese
respecto a él las oanseouenciae que respecto a
Madero había tenido la dé Orotzco, encomenda­
ba a lia j umita de generales que el 1 de Octubre
debía verificarse la misión de adoptar una de­
terminación definitiva y enérgica, que llevase
por un sendero común las operaciones milita­
res del ejército oonstitucianalista, para conti­
nuar en perfecta unidad su obra de regenera­
ción popular, hasta verla coronada con la sal­
vación de la patria, en que con tanta abnega­
ción se había empeñado y a la cual había con-
eagradlo ya enormes y dolorosos sacrificios. Al
mismo tiempo, mandaba a aquella Junta su
, 10.—Tomo!.
146 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

renuncia como primer jefe del ejército consti-


tucionalista y encardado del poder ejecutivo del
Gobierno en México, para determinar, según
que fuese aceptada o rechazada,. su valimiento
moral en el ánimo de los que le seguían. Y
entonces la Junta denegó la dimisión de Ca­
rranza por unanimidad de votos, tributándole
frenética demostración de aprecio, adhesión y
respeto.
• t

§ 5. LA CONVENCIÓN DE AGUASCALIENTES

La actitud de los villistas ee hacía cada vez


máe inaguantable para Carranza por la condi­
ción especial d'e su estulto promovedor. Esa ac.
titud, tan torpe y falsa como deslea! y rebelde,
había, con todo, permeadó el espíritu e influido
en los miembros más prominente» de la junta
de generales del 4 de Octubre, induciéndoles a
trasladarse, como cueipo dleliberante, a la ciu­
dad de Aguascalientes, para allí continuar sus
labores. El general Villarreal fué el presidente
de semejante convención constitucionalieta,
reunida con él objeto de procurar la paz en
México. Se suponía que su nota característica
fuera la «comciflíiación»; pero en realidad redú-
jase a una farsa, toda vez que la convención
así planteada ee componía de do» partee hete­
rogéneas, que, como el agua y él aceite, no
era posible mezclaT. '
Mientra» Carrañas., a pesar de ser al primer
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 147

jefe deT ejército constitucionalista, daba prue­


bas de su espíritu esen vi alimente democrático,
convocando a subalternos suyos, a deliberar so­
bre asuntos públicos, que bien podía por gí
solo resolver como encargado del poder ejecu­
tivo, Villa inficionaba sediciosameínte d» ma­
tonismo militar el ambiente de lía convención,
para que sus subalternos declarasen traidor a
bu rival, al hombre que cubría con el manto
indulgente de su moral pública loe crímenes
que deshonraban a la división del Norte. Y
mientras Carranaa, honradamente, sometía al
juicio de 1& convención 'las bases de un acuer­
do pacífico que sus adversario® le propusieran
y cuya presentación era por lo menos prematu­
ra, Villa se dejaba llevar de lo® manejos de la
reacción científica, que tendieron, desde que en
la revolución apareciera en una sola figura un
cerebro para la organización, un carácter para
el triunfo y un prestigio para la moralidad, a
destruidla por 1a insubordinación de sus más
populares caudillos. Un escritor joven de mu­
cho corazón, Mena; que con calor sostuvo siem­
pre en punto a revolución la unidad más es­
tricta, hubo de confesar honradamente que
«aquella convención herida estaba de muerte
por su propio crimen; y cuanto de eu seno sur­
gió, hombres 0 decretos, quedó fuera de ¿La
ley». Agregúese a esto la afirmación de un
caracterizado villista de que «no era posible,
democráticamente, convocar una convención
148 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

con la obligación de aprobar tal o cual ooea.»


La pretensión de que-Carranza aprobase las
bases de Villa (tan mal formuladas como in­
oportunas) antee de celebrarse la convención
no .tenía objeto, pues pora jello se celebraba.
El rompimiento de Villa fué, pues, un ardid
que el cientificísimo disfrazado jugó con ven­
taja, abusando dé la poca cultura legislativa
del jefe de la división del .Norte, de su inex­
periencia en las cosas públicas, de eu ignoran­
cia de los hombres. Por lo demás, Villa obró
de hecho como un (hipócrita consumado. El au­
tor anónimo de La revolución libertaria y la
reacción en México observa que «lia junta oayó
bajo el poder armado de Villa, quien la reor­
ganizó a su talante, admitiendo el elemento ci­
vil que la junta había, en la capitaT.1, Segrega­
do de su seno. Luego indujo a Zapata a que en­
viase un contingente numeroso die representan­
tes, y lo que en su origen fué simplemente una
asamblea económica e íntima de generales,
convocada para cooperar con el poder ejecutivo
en la dirección ddl Gobierno Imilitante aún,
mientras eT. país realizaba su absoluta pacifica­
ción, se constituyó por sí y ante sí en conven­
ción soberana, con una sola voz directiva, la
de Villa, su opresor, quien la convirtió en un
megáfono de eu desconocimiento del primer
jefe del ejéroito oonstitucionalista. Contra él
enarboló Villa la bandera desplegada de la re-
beWón, y llevó su atrevimiento hasta ofrecer
, CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 149

$ 200.000 a caída delegado que le diese su


apoyo>.
Entonce» la convención se dividió. Durante
aquellas gestiones la situación de México se ha-,
bía empeorado gravemente, y así el presiden­
te de la convención como las más poderosas
divisiones del ejército oonstitucionalista, se se­
pararon de ella con tanta decisión como disgus­
to. La convención quedó, al fin, integrada .tan
sólo por v<08 representante» de Villa y de Zapa­
ta, quienes eligieron, para sustituir a Carran­
za, al general Gutiérrez con el título de presi­
dente por veinte días. Una vez más tuvo con­
firmación aquel famoso cuento que se refiere a
una conocidísima colmedia de Sudiermann, y que
dice que, estando Sarah Bernhardt en El Sal­
vador, ai terminar el primer acto, lie presen­
taron al presidente do la república, y en el
tercer acto le volvieron a presentar al presi­
dente de la república; pero era ya otro, porque
durante ióe dos entreactos había variado el
Gobierno. Y una vez más también quedó de
relieve en Villa el hombre de que debe servir­
se la Divina Providencia, esa Providencia nor­
teamericana que invocan la Finanza Carco­
mida, la Prensa Amarilla y la Hipocresía Pu­
ritana, para imponer al globo la última ma­
ravilla ¿él mundo moderno: la doctrina de
Manroe. «Una doctrina Monroe-Browning»,
que dice Ponceiet, con triste ironía.
150 BDMUNDO GONZAl*Z-BLANCO

§ 6. OJEADA RETROSPECTIVA T JU8TIFIOAO1ÓN

GENERAL DE CARRANZA

Por todo lo expuesto se corrobora cuán arbi­


trariamente afirmó Villa que la división del
Norte, «que había sido objeto de las intrigas
políticas de Carranza, temiendo, más que cual«
quier otra, que fueran defraudados las ideales
revolucionamos», propuso, de acuerdo con los
jefes del cuerpo de ejército del Noroeste, en
ios arreglos de Torreón, que se celebrase una
convención sobre bases democráticas, y que
Carranza se negó a aceptarla. No se había lle­
gado a decir toda la verdad sobre las conferen­
cias de Torreón, y era preciso que el gran pú­
blico La supiese. Loa convenios de Torreón fue­
ron celebrados a iniciativa de loe jefes del
cuerpo de ejército del Noroeste, y no de la di­
visión deí Norte, como asevera Villa, con ob­
jeto de solucionar las dificultades creadas por
las más gravee desobediencias de este caudillo.
Pero dejemos habtar al propio Carranza: '
«Estos fueron los hechos: el general Natera,
que atacaba a Zacatecas y ya había tomado im­
partantes posiciones en aquella plaza, me pidió
urgentemente auxilio, y yo, entonces, ordené a
Villa que enviara a Zacatecas, con -a mayar
rapidez posible, 5.000 hombres, o más, a las
órdenes del jefe que él estimara conveniente.
Villa me contestó, después de ponerme algunos
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 151

pretextos fútiles, que iba can todas sus fuer­


zas, o renunciaba a la jefatura de la división
del Norte. Le contesté que no había razón para
esa renuncia, reiterándole mis órdenes de que
auxiliase al general Natara, a cada momento
más «jmprometido. Entonces Villa, me presen,
tó su renuncia creyendo que yo no la aceptaría.
A pesar de esa renuncia y de su aceptación, el
general Villa continuó al frente de la división
del Norte y en actitud rebelde contra la prime,
ra jefatura a mi cargo, marchó sobré Zaca­
tecas.
»Loe generales del cuerpo de ejército del
Noroeste, viendo en la actitud deth general Villa
un grave peligro interior y exterior, acordaron
con los jeifee de la división del Norte celebrar
unas conferencias en la ciudad de Torreón. En
esas conferencias se convino en someter a mi
aprobación algunas propoeicionea- Debo mani­
festar que yo no intervine ni fui parte en esos
convenios; de consiguiente, no estaba obligado
a aceptar sus decisiones. Sin embargo, al ser
presentados a mi oonsideraciói los puntos de
dichos arreglos, yo acepté algunos y rechacé
otros. Convine en que el general Villa siguiera
al frente de la división del Norte; en propor­
cionarle haberes para sus fuerzas, y el carbón
de las minas de Coahuifa para sus trenes y
para las necesidades del tráfico ferrocarrilero,
en la región que él ocupaba. Por su parte, la
división del Norte se comprometió oon el cuer­
152 kdmündo oonzálbz-blamco

po de ejército del Noroeste a volver sobre sus


pasos, quedando nuevamente a mis órdenes; a
poner bajo Ca jurisdicción de la Secretaría de,
Comunicación es loe ferrocarriles que se halla,
ban en las comarcas en que operaba la división
dd Norte, y a entregar Ja Tesorería General
de la Nación, la adnana de Ciudad de Juárez,
la administración del Timbre, Cía Jefatura de
Hacienda y todas las oficinas federales de que
se había apoderado por la fuerza al insubordi­
narse, y varios millones de pesos de emisión
constitucionalista que indebidamente retenía
en su poder. Por mi parte, de las cláusulas pri­
vadas de esos convenios no acepté otorgar ei
grado de general de división a Villa, porque
no estimé justo premiar con un ascenso una
insubordinación. Tampoco estuve conforme en
consentir que el general Angeles, a quien yo
había destituido, por no merecer ya la con­
fianza de la primera Jefatura a mi cargo, vol­
viera a su puesto de subsecretario de Guerra,
con la promesa de que él inmediatamente pre­
sentaría su renuncia, por ser éste un procedi­
miento indigno de hombres serios, semejante a
los perdones simulados que concedía efl general
Díaz, y que sólo pueden aceptar personas sin '
delicadeza.
»Se ha pretendido ocultar o desvirtuar 'os
hechas, can ed objeto de hacerme el cargo de .
habeT violado unos convenios que para mí nada
tenían de obligatorios, y ¿te haberlos oontrave-
_____ ^CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DB MEJICO Í53

nido, al convocar a una junta de generales y


gobernadores de 'los Estados en la ciudad de
México. Esto último sí era pana mí un com­
promiso dimanado de mi propia voluntad, y
por eso lo cumplí. Pero el general Villa, que
siempre se escuda con da división del Norte y
habla en nombre de ella, aunque sabe muy bien
que no todos los generales, jefes, oficiales y Rol­
dados de esa divieón piensan como él, afirma
que ti la división del Norte había perdido la.
confianza en el primer jefe, no podía tenerla
tampoco en una junta cuyos miembros eran
de hecho designados por mi supuesto que yo era
quien tenía facultades para conferir el grado
de general y para nombrar los gobernadores de
los Estados, por lo que tendría siempre una
mayoría asegurada.
>¡ Qué grave imputación lanza imprudente­
mente el general Villa al ejército constitucio-
nalista, a sus dignos jefes! ¡ Hasta dóndé llega
la osadía del hombre que por taíi de lastimar­
me, extiende la ofensa a todos los compañeros
de armas 1 Sepa el general Villa que en caso de
tener una mayoría en esa junta, sería porque
la mayoría de los jefes constitucionalistas per­
manecían fieles, a su palabra y a su honor, y no
por el solo hecho de que yo los haya nombrado
generales. También nombré general á Villa,
y él faltó a su palabra y a su honor. Como pri­
mer jefe del ejército constituciouaüista, pro­
testo, con mayor energía que ai se tratara de
154 BDMUÑDO GONZÁLBZ-BLANCO_

mí mismo, contra la imputación de servilismo


y de bajeza con que el general Villa pretende
. manchar ante la historia de mi patria loe nom.
bre de todos loe generales que me han seguido
bajo la bandera do Ca ley. Todos ellos, según
Villa, son indigno». Villa sólo, según él, ee
honorable. ,
»Esa mayoría de jefes incondicionales y ser­
viles será, según el manifiesto de Villa, el fir­
me apoyo que yo tenga para «permanecer en el
poder un tiempo indefinido y gobernar con ab­
solutismo que ningún Gobierno había tenido
en nuestra historia >. Parece mentira que el ge.
neral Villa finja ignorar todavía que el Plan
de Guadalupe, aceptado por él, me imponía la
obligación de asumir al poder ejecutivo al en­
trar a la capital de la república y dé conser­
varlo hasta que, pacificado el país, y celebra-,
das las elecciones, se restableciera el orden
constitucional. Finge también ignorar el ge-
' nerai Villa que eC Plan de Guadalupe me auto­
rizaba para fijar la fecha de la celebración de
las elecciones; y si yo, declinando democráti­
camente esta autorización, convoqué a junta
de generales y gobernadores de los Estados, lo
hice para que, entre obras cosas, ellos fueran los
que determinaran esa fecha; y si, conforme con
eso, quise dejar aja junta una libertad abso­
luta y ante ella presenté la dimisión de loe car.
goe de primer jefe del ejército constiituciona-
lista y de encargado del poder ejecutivo, no
_____ __ CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 155

puedo dar un mentía más completo, can la irre.


futaibilidad de loe hechos, a la calumnia del
general Villa, que asegura que tengo intención
de permanecer en al poder un tiempo indefini­
do. A esto sólo puede contestar el general Villa
con otra calumnia: que di consigna a todos los
jefes para que no aceptaran mi renuncia, y que
ellos, efectivamente, me devolvieron el mando,
no por un acto voluntario que juzgaron patrió­
tico, motivo para mí de noble orgullo y de pío.
fundo agradeoimento, sino por el servilismo
que lea atribuye el general Villa.
•Pero no solamente tengo intenciones de per­
manecer indefinidamente en el poder, según
Villa, sino de gobernar durante ese tiempo in­
definido con un absolutismo que ningún Go­
bierno había tenido en nuestra historia. Pre­
tende Villa fundar su aserto en varios cargos.
Dice que me rehusé a aceptar el título de pre­
sidente interino que conforme a£. Plan de Gua­
dalupe me correspondía y me colocaba bajo las
restricciones constitucionales, conservando úni- <.
eamente el de primer jefe del jército consti.
tucionalista, encargado del poder ejecutivo. El
título de presidente interino se deja entender
en el Plan de Guadalupe; pero, no estando
precisado, adopté el que de una manera clara
en eee Plan se consigna: encargado del poder
ejecutivo. Además, el título de presidente in­
terino no podía colocarme, oomo lo pretende
Villa, bajo lae Testriccioniee constitucionales,
156 EDMUNDO GOSZÁLB2-BLANCO

puesto que no podría sujetarme a un orden cons-


titutíonat1 que todavía no existe, Ei solo hecho
de titularme presidente interino no podría po­
ner en vigor la Constitución de la república, >

CAPITULO III

CARRANZA ANTE SUS DISIDENTES

§ 1. EL CARÁCTER REVOLUCIONARIO DE CARRANZA

«Mas trabajo cuesta a los partidos llevarse


bien consus adeptos que maniobrar contra los
enemigos.» Es sentencia ded cardenal de Retz,
la cual, acomodada a mi asunto, explica en
principio el por qué del cisma revolucionario.
Si, contra lo que todos esperaban, Carranza se
hubiese visto impelido por la corriente reaccio­
naria de la división del Norte hacia una rectifi­
cación, del constitucionalismo; si la energía
que todos (sin excluir a un autor tan neutral
y objetivo corno Prida) le reconocían y recono­
cen. le hubiera faltado en el momento supre­
mo; ai, dejándose marear por la adulación y
oyendo loe consejos peirversos que no le falta­
ron, hubiese desatendido a quienes le hicieron
ver el peligro con claridad, ésta sería la hora
en que la flojedad y el desconcierto d¡e la opi­
nión, con los malos hábitos que habían arrai­
gado en México en loe años anteriores al de
1913, lejos de disminuir el mal, habrían con-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 157

tribuidlo a aumenitaailo, y provocado la definiti­


va intervención, de los Estados Unidos.
Carranza estaba destinado a vencer, sencilla­
mente porque su programa ara más legal, más
realizable y a la vez más rico de contenido que
los programas confusamente eJaborados por la
división del Norte y el plan de Ayala. Venci­
do Huerta, prevaleció ed régimen libre sobre la
dictadura; pero las naciones no viven tan sólo
de victorias y libertades: necesitan un Gobier­
no, y desgraciadamente se combinaran varias
causas para que no lo tuviera México inmedia­
tamente después del triunfo de la revolución
constitucdonalieta. En los primeros momentos
Carranza no logró imponer tni autoridad. Vi-
llistas y zapatetas, en la convención de Aguas-
calientes, decretaron 3a separación de Carranza
como encangado del poder ejecutivo, nombran­
do para que lo substituyese ai general Gutié- ’
rrea, y designando el 10 de Noviembre para
que tomase posesión del cargo. Entonces Ca­
rranza trasladó la presidencia a Córdoba, y des­
pués a Venacruz, donde estableció, como en otro '
tiempo Juárez, el Gobierno legítimo y la capital
de la república. Y una vez en Veracruz, sin in­
mutarse lo más mínimo, reunió en su mano to­
dos los poderes.
Cuando se está bajo el régimen de una Consti
tuoión, hay que acatarla, porque de la obedien, '
oía a la Ley nacen el orden y la fuerza del Es­
tado. Pero en la situación difícil en que Carran-
158 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANOO

za se encontraba en 1914, sin domicilio fijo, sin


elementas de resistencia que abarcase® la tota­
lidad del territorio mexicano, y temiendo ver
disminuir súbitamente ie(l número de adeptos
que le seguían, no podía hacer otra cosa que
reunir en sus manos todos loe poderes para que
así fuese más uniforme y vigorosa. la resistencia
nacional, oamo lo hizo Juárez en 1858 y 1863,
Y cuenta que en esta última fecha la situación
de Juárez era mucho más despejada que la de
Carranza en 1914, a lo menos lo bastante des»
pojada para no llegar a medida tan extrema
como largamente trata de probar el crítico Villa,
señor en el tomo II de sus Estudios históricos.
Pero dejemos hablar ai propio Carranza. Con­
testando al reproche de Villa de haber asumido
en su persona «loe tres poderes constitucionales,
suprimiendo 'las autoridades judiciales y dejan­
do la vida y los intereses de loe mexicanos al ar­
bitrio, sin restricción legal alguna», le pone el
siguiente comentario: «Ello era una necesidad
impuesta por la revolución misma, y no podía
ser de otra manera; en el Plan de Guadalupe,
secundado y sostenido por el propio general Vi­
lla, «Jara y terminantemente se descanocteron
los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judi­
cial. En estas condiciones, creadas por la natu­
raleza misma de la revolución, la Primera Jefa­
tura y los gobernadores de los Estados, etn vista
de las neoesidadtes públicas, han tenido que dic-
teT medidas legislativas por una parte, y por
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 159

otra han nombrado autoridades judiciales de


carácter transitorio y con facultades especiales,
con el objeto de garantizar la vida y los intereses
de los habitantes de la república. Desgraciada­
mente, en el Estado de (Chihuahua, las vidas y
los intereses de los mexicanos y de loe extranje­
ros que allí residen, han quedado casi sin garan­
tía alguna, en manos de Villa, que par falta de
conocimientos administrativo« y desposeído de
toda noción de orden, es instrumento de las per­
sonas interesadas o ignorantes que están cerca
de él, pues ha tenido el tino de llevar a su lado
a muchos de aquellos que precipitaran a Madero
al desastre, y a un general federal, quien a pe­
sar de haber aceptado el desempeño de una co­
misión del usurpador Huerta en Europa vino
a mi lado can recomendación de alguno« miem­
bro« de la familia Madero, que garantizaban su
honradez, y que ha tenido una funesta influen­
cia sobre el general Villa. Es preciso que yo
confirme lo que todo« saben: que Villa, sin pre­
via autorización de la Primera Jefatura, ex­
pulsó en masa a todos loe españoles de la comar­
ca laguneras ®u investigar si esos extranjeros
habían tomado parte en nuestros asuntos públi­
cos con motivo de la lucha que sostuvimos con­
tra la dictadura, interviniendo la mayor parte
de sjs propiedades y disponiendo de los produc­
tos de sus fincas agrícolas, sin pensar en las re­
presentación«} diplomáticas consiguientes e esa
conducta, ni en las indemnizar iones que el Go-
160 EDMUNDO GONZÁLÉZ-BLANCO

bierao tendrá que pagar por daños y perjuicios


sufridos por los extranjeros.» .
Se ha dicho con exactitud que en los tiempos
de revolución la vida humana corre con extre­
mada rapidez, porque en pocos días se adquiere
la experiencia de un gran número de años. Así,
Carranza, firme en sus proyectos, se encogió de
hombros cuando se vió abrumado por todo gé­
nero de insultes, maldiciones y anatemas, y
llevó su obra adelante, dejando que connaciona­
les y extranjeros le llamasen latroíaccioso, pre­
varicador y asesino. La frase fulmínea que
en 1913 aiplicó a «Huerta y aras cómplices» la
aplicó en 1914 a Villa y los suyos: «O los ex­
terminamos o nos exterminan.»’ Esta capital
sentencia histórica, pronunciada cuando la re­
volución justiciera había llegado a su cumbre
trágica, demostró, no la testarudez a todo tran­
ce, que más de una vez atribuyó a Carranza la
Prensa de los Estados Unidos, sino una inflexi­
ble voluntad, sostenida por serena y madura re­
flexión. Juárez redivivo, Carranza sintió que,
a despecho de todas las defecciones, su concien­
cia era la recta conciencia del país, o que, a lo
menos, no existía entonces otra conciencia más
llena de posibilidades relativas ai problema de
México que la suya.
- Hay que convenir en que, comparado con Ma­
dero, carece Carranza de las brillantes cu al ida.
des que requiere el papel de conductor de masas
en principio. Dotado estaba Madero del admira­
CAKBXNZA T LA BBVOLUCIÓN DS MÈJIOO 161

ble poder que los griegos llamaron p»icagógico,


es decir, guiador y conmovedor de las almas, y
ejerció, por eso, aquel imperio y señorío sobre
loe afectos, moviéndolos o refrenándolos, que
ya en lo antiguo fue ed triunfo más codiciado
del orador. El vínculo que unís Madero con
el pueblo, el destello que encendió en sus com­
patriotas el amor y la admiración hacia él, no
fué su inteligencia, con ser tan brillante, ni su
cultura, can ser tan sólida, ni la austeridad de
6u vida, con ser tan acrisolada: fué su corazón.
Pero una vez en el Poder, no supo levantarse a
la altura de las circunstancias. ¿ Qué medió?
Triste es decirlo: ninguna determinación enér­
gica, ninguna medida radical; una política pe­
queña a merced de las intrigas, nunca delante,
siempre a remolque de loe acontecimientos. Ve»
lázques, en el opúsculo I de su publicación pe­
riódica Criterio revolucionario, no puede menos
de confesar que Madero, hombre talentudo, ilus­
trado y probo, si derrocó al Gobierno no qua- ■■
brantó el capitalismo, ni expatrió á los frailes,
ni abolió el confesonario (con el cual la se-
paración de la Iglesia y el Estado no es más
que una peligrosa ilusión), y entonces las tra­
mas infernales de loe ricos científico» y las ma- 1
quinaciones de los clérigos engendraron la trai­
ción, cambiaron las armas defensoras en puña- .
les asesinas, realizaron el cuartelazo y mata? - ,
alevosamente al que será emblema de la demo­
cracia y de las aspiraciones nacionales de Méxi.
IL—Torno! .
162 BDMUNDO GONZÁLRZ-BLANOO

co. Contra este hecho, Kelley, echando a buena«


la gobernación de Modero, opone que < si el clero
hubiera estado realmente en el complot para de­
rribar al presidente, lo natural parece que el
movimiento hubiera sido general. Por otra par­
te, ¿cómo pudo tener tiempo el clero paro tra­
zar, combinar y llevar a cabo sus planee en diez
días P Y sobre todo, j qué interés podio tener el
clero en derribar al primer gobernante que, des­
pués de más de cincuenta años, había dado su­
fragio libre y efectivo, por medio del cual el
partido católico hubiera podido esperar conse.
guir el Poder. La caída de Madero era un gol.
pe tremendo para los intereses de la religión.»
Abrazo con gusto la confesión que encierran
estas palabras, mas no puedo asentir a la extre­
ma y arbitraria opinión de Kelley, cuando ase­
gura que «al lanzar Carranza su grito de ven­
ganza contra los asesinos de Madero, olvidaba
que en los últimos días de éste estuvo para le-
vantarsé contra su Gobierno, y ya tenía muchos
de los preparativos para una revolución antima­
derista. Los sucesos con que terminó la decena
trágica en México no hicieron más que darle
ocasión para cambiar los detalles de la revolu­
ción que ya había concebido y estaba a punto
de llevar a cabo, como también ,para achacar
al clero el haber cooperado al asesinato de Ma­
dero, sin aducir más pruebas que las de haber re­
conocido dicho clero el Gobierno de Huerta.»
Así formula Kelley su incoherente acusación,
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 163

y por toda razón da la de «yo lo digo y basta«.


Ahora bien: la verdad que se contiene en ella
es que, en efecto, bajo la administración de Ma­
dero, la« esperanzas de libertad parecían perdi­
das y un desastre inmenso había hecho retroce­
der al país más de cincuenta años. La Constitu­
ción había sido respetada en la elección de pre­
sidente y continuaba exteriormente siéndolo en
la marcha de la vida pública; pero las reformas
sociales por ningún lado aparecían. Y cuando,
después del asesinato, Huerta subió a la Presi­
dencia, la fuerza de las armas y el poder de las
riquezas acabaron de prevalecer sobre lo poco
que en México quedaba de espíritu democrá­
tico. • ■ ' ’ '
Pero no coartemos los opiniones más de lo
justo. Precisamente porque Huerta disponía del
dinero de loe científicos y de los famosos vales,
a una que de muchos cañones, fusiles, generales
y soldados, es más de admirar el valor con que
Carranza, cual otro Hidalgo, levantó un ejérci. -
to secular, improvisado y bisoño, pero numero­
so, aguerrido y fiel, que dió al traste con la co-
dicia capitalista, la soberbia militarista y la
ambición clerical. Madero era bueno, «tan bu»,
no, que no hizo nunca más que tonterías*, como
el personaje de Galdós. Empero Carranza se ir.
guió en tono de protesta, y agrupando en derre­
dor suyo una masa de hombres generosos, salvó
ante el mundo la dignidad de todo un pueblo.
La Prensa de los Estados Unidos no estaba ol
164 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

principio bien informada, y por lo mismo no


podía interpretar fielmente loo sentimientos de
este pueblo, y sólo poco a poco fue compren­
diendo la justicia de la causa constituoionalista,
y »1 patrotismo, la firmeza, la honradez y la
buena conducta de Carranza y sus secuaces. Es­
tando muy en loe estribos Tupper, en sus últimas
visitas de inspección a México les daba en roa
tro a loe huertistas con estas consideraciones:
«Mi admiración hacia (Carranza ha aumentado
de un modo considerable, y creo que es física,
mental y moralmente un magnífico hombre de
Estado y un espléndido conductor de pueblos.*
Y sin dejar puertecilla ni trascorral a los ad­
versarios del constitucionalismo, les movía liza
declaradamente diciendo: «La guerra que ac­
tualmente envuelve a México se parece, y en ri­
gor es igual, a la guerra de secesión de los Esta­
dos Unidos, El tirano es en México Huerta,
como en los Estados Unidos lo fué la Gran Bre­
taña... La paz en México sólo se puede conse­
guir peleando sin descanso contra Huerta, tal
como lo hacen los constitucionalistas. > La mis­
ma campaña emprendió luego Lind, comisiona­
do por Wilson para estudiar el problema, y el
cual confesó que < Carranza, con su honorabili- -
dad personal, ya demostradla, su experiencia de
la vida pública y «u indomable voluntad, es el
único mexicano que vemos dar promesas de ca­
pacidad para resolver el problema.* De esta
manera de pensar dió muy buenas razones Nie-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 165

to, subsecretario de Hacienda y Crédito Públi.


co, en un informe publicado por el Evening
Star, principa] periódico de Wàshington, y re­
producido por loe demás diario» dé la capital,
expresándose así: «La Prensa norteamericana
ha venido prohijando la idea de que se elimine
a los jefes de los partidos contendientes y se co­
loque el Poder en manos de alguna persona
que se haya mantenido alejada de la lucha acti­
va. Este es un grave error. En los actuales mo­
mentos sólo una personalidad fuerte y vigorosa,
de sólido prestigio, ganado en largo tiempo de
lucha y sacrificio, podrá imponerse y controlar
la situación. Nuestro pueblo, por su escasa cul­
tura y natural idiosincrasia, necesita personi­
ficar sus ideales en individuos cuyos nombres
hayan sonado prestigiosamente en sus oídos día
por día durante su cruenta lucha de libertad y
redención. El prestigio de Carranza, fundado
en su actitud patriótica y viril a raíz del ase­
sinato dé Madero, en sus antecedentes honrados
e intachables de hombre público, en la ejempla-
ridad de su vida privada, en su tenacidad, ab­
negación y desinterés, demostrados constante­
mente durante la lucha que derrocó al usurpa­
dor Huerta, ha sido un factor de vital importan,
eia para mantener unidad y cohesión en las filas
constitucionalista». El ya moribundo prestigio
militar de Villa mantuvo en sus filas hasta la
primera batalla de Celaya una relativa cohe.
sión. El prestigio de Carranza (no exclusiva-
168 BDMÜNDO GONZÁLKZ-BLANCO

mente militar) pudo sobrevivir y acrecentarse,


a pesar de las adversidades sufridas en la cam­
paña durante los últimos meses del año próxi­
mo pasado. El prestigio de Villa, fundado ex­
clusivamente en el éxito militar, ha tenido lógi­
camente que derrumbarse al sufrir sus primeras
derrotas. En los momentos actuales, el grupo
villista no se puede contar como factor de ver­
dadera importancia en la resolución de los pro­
blemas nacionales, pues que prácticamente se
halla en la impotencia tros los fracasos que le
infligiera el general Obregón en serie ininte­
rrumpida, a pesar de las aseveraciones en contra
de los representantes de Villa eu este país. Si se
pretendiera, aun cuando sólo fuese temporal­
mente, retirar a Carranza la primera jefatura,
para cuyo competente ejercicio ha dado las prue­
bas más elocuentes, venciendo al que por in­
vencible se tenía dentro y fuera del país, man­
teniendo la unión y la disciplina entre los di­
versos componentes del partido constitucional
lista, cimentando el restablecimiento de la paz
y el progreso de México; si se pretendiera, re­
pito, aun cuando sólo fuese temporalmente,
quitar de manos de Carranza, para depositarla
en cualesquiera otras, 'la dirección del movi­
miento político, la desorganización de los ele­
mentos revolucionarios, hoy unidos, se verifica­
ría, desaparecería la cohesión y la disciplina
que, a fuerza de tantos sacrificios, energía y
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 167

sangre, está logrando implantar lenta, pero se.


guramente, el primer jefe.» ,
Tal es, en efecto, el hombre que durante la
revolución ha representado en México un pa­
pel capital, hombre nacido de buena y honrada
familia, educado en la austeridad y en las cos­
tumbres puras, cuya vida privada es intacha­
ble, cuya vida civil está llena de actos de des­
interés personal y de sacrificios por el engran­
decimiento de su región, cuya vida política es
un ejemplo del patriotismo más acendrado y de
la entereza más firme, y cuya vida total no ofre­
ce desliz, caída ni error grave; hombre ilustra­
do, de conocimientos históricos y sociales muy
sólidos, y que comprende las necesidades na­
cionales por larga y directa experiencia; hom­
bre a quien no se han atrevido a calumniar, en­
tre los que le conocen, ni aun los que le inju­
rian; hombre que ha permanecido fiel a sus
principios cuando le han traicionado, y se ha
limitado a hacer justicia cuando le han zahe­
rido; hombre que ha prestado sus primeros ser­
vicios en altas y graves magistratura« y hoy es
el único que tiene facultad en toda la república
para reorganizar el orden constitucional ; hom­
bre, en fin, creado por las circunstancias para
devolver a México las libertades y la paz públi­
ca, poniendo a contribución todos los elementos
materiales e intelectuales de que dispone en la
obra de reforma que se ha propuesto cumplir.
168 ' , EDMUMDO GONZÁLEZ-BLANCO

§ 2. EL CARÁCTER REVOLUCIONARIO DE VILLA

¿Quién era Villa P Poco menas que un liber­


tario, un comunista. Era el Zapata del Norte,
y en todas las revueltas en que tomó parte se
hizo notar por la violencia y la pasión con que
se producía. Había en la actuación revoluciona­
ria de Villa algo que recordaba la virulencia, el
frenesí y la locura ¿Le Marat. Villa se ensañó
contra sus adversarios, y tuvo para engañar a
sus amigos todas las mañas del hombre igno­
rante y rudo. Como revolucionario, se halló en
la más popular de las situaciones: era, como se
ha dicho, el «héroes obligado en todas partes.
Súbitamente se vió al guerrillero, al radical,
ai demagogo, convertirse en sostén del cientifi­
cismo, en elemento militarista, en reaccionario.
¿Cuál pudo ser la causa de este cambio tan
brusco P Algunos lo derivaron de una ambición
impaciente; otros lo atribuyeron a no tener
Villa consistencia de criterio e inclinarse a to­
das las sugestiones, con tal que le sean hechas
con habilidad, sin poder discernir los resulta­
dos que produzca su adopción, por carecer por
completo déla cultura necesaria. Sea como quie­
ra, con el mismo ardor con que antes defendió
la causa del constitucionalismo eostuvo des­
pués loe interese« de la reacción. > ¡ >■
Mal informado yo sobre la barbarie específi­
ca simbolizada en el «Napoleón bandido», cuan- <
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 169

do publiqué la primera edición, hube de escri­


bir las siguientes frases: «Respecto a Villa, creo
que en medio de sus defectos ha tenido hasta
hoy (no nos comprometemos para lo porvenir)
las cualidades de -vergüenza, valor, energía y
lealtad. Marfil le reconoce otras dos: prudencia
cuando hace falta y altivez llevada hasta la lo­
cura; y a estas cualidades morales le añade las
físicas de ser grande, vigoroso, infatigable, ji­
nete notable y tirador infalible. Además, nos
cuenta su novelesca historia. Huérfano, muy jo­
ven, era el único protector de una hermana, muy
linda. El hijo de un jefe político se enamoró
de ella y la raptó. Villa se lanzó en su persecu­
ción, les alcanzó, y después de corta visita a un
■cura benévolo, que celebró el matrimonio, alo­
jó una bala en la cabeza de su ya cuñado-, y se
volvió a casa, con la seguridad de haber cum­
plido sú deber. El padre de la víctima se
dirigió al vengador en busca de explicaciones,
que fueron cortas, puee Villa le dejó tendido
en los umbrales de la puerta. Intervino el Go­
bierno, y Villa, por e4 imperio de las circuns­
tancias, se convirtió en un outZaw... Esto ee lo
que sobre Villa sabe Marfil. Lo que yo eé lo
debo a las informaciones de un redactor anóni­
mo del Heraldo de Cuba (27 de Eneró de 1914)
y al artícu’o de Urquidi, Villa mexican patriot,
publicado en Thelrish AmCrican (28 de Febre­
ro de 1914). Según esta» informaciones, Villa
era un labrador humilde de Chihuahua, un hom-
170 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

bre que, como todos los de su condición, habla


sufrido la oprobiosa tiranía tuxtepecana, y como
todos sus hermanos, había sido víctima del viejo
huésped de Chapultepec, a cuyo amparo acumu­
laron varias personas grandes riquezas y expío,
taron para obtenerlas al noble indio mexicano, a
quien consideraron siempre bestia de carga y
negaron siempre toda clase de derechos. Pues
bien: Villa ee rebeló y reveló desde entonces
• como guerrillero, y sus frecuentes victorias sobre
el churrigueresco ejército provocaron las iras del
dictador, quien ordenó a la Prensa capitalina
que arrojase lodo sobre aquel guerrillero a fin de
contrarrestar sus hazaSas triunfantes. Y fué en.
toncos cuando esa Prensa Comenzó su tarea de
ultrajar a los hombre» de la revolución, dando
a Villa el epíteto de bandido y forjando leyen- :
das que espeluznaban y crispaban los nervios. >
Todo este párrafo es una continuada equivo­
cación, que hay que corregir, después de la lec­
tura: 1) De la obra de NuSez de Prado sobre
La revolución de México, obra de criterio apa­
sionado, pero de exacta información en algunos
puntos. 2) Del folleto de Poncelet que lleva el
título irónico de Le général Villa prix Nobel
(petit biographie d* un grand komme). 3) De
los datos inéditos suministrados por Aguirre Be­
navides, ex secretario del bien llamado «hom­
bre de Nerdhenthal» y actualmente constitucio-
nalista. Pero es de advertir que estos autores
discrepan entre sí en muchos detalles, y no de-
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 171

talles secundarios, sino detalles importantes.


Aunque parezca una nimiedad, hago alto en
esta divergencia de informes, pues ella tiene in­
terés para lo que voy a decir, y disculpa sufi­
cientemente los errores que, con escasez de no­
ticias, cometí en la primera edición.
Fijamente es imposible determinar nada so­
bre Pancho Villa. Su verdadero nombre, Doro-
teo Arango, aparece en los registros de penados
de la prisión de Santiago Papasquiaro. No pue­
de decirse que saliese a la luz pública de las
heces sociales, aunque se sabe que nació el 4
de Diciembre de 1872, de familia humildísima,
según unos en San Juan del Río (Estado de
Durango), y según otros en El Rodeo, población
situada sobre el Río Nazas, que fecunda la ri­
queza de la región algodonera de La Laguna.
Sus progenitores poseían una pequeña heredad,
un rancho y un rebañito, cuya custodia se le
confió. La madre murió pocos días después del
nacimiento de Doroteo. El padre, Guadalupe
Arango, un honrado mozo de estribo, sobrevi­
vió a su mujer, hasta que la noticia de una de
lae primeras hazañas criminales de su hijo le
abatió de tal modo, que le produjo Ja muerte.
En pueblos como San Juan del Río, del tipo
aproximado de nuestros pueblos de Castilla, en
la tan cacareada época porfiriona, solía haber,
a todo tirar, una escuela, y ésta mala. Guada­
lupe Arango se había sacrificado por dar una
buena educación a Doroteo, y le llevó a la es-
172 ' • »DMtTKDO GONZÁLBZ-BLANCO

Cuela parroquial de San Francisco; pero es pro­


bable que no asistiera o asistiera poco a ella,
pues dotado, como indudablemente lo está, de
alguna inteligencia, hubiera aprendido a leer y
escribir, rudimentos de matemáticas, historia
nacional y el catecismo de la doctrina cristiana.
. Creció y se desarrolló en libertad absoluta, y
una de las primeras hazañas de su perversidad
precoz fué, según se dice, haber introducido
una mecha encendida (¡ esto a la edad de cator­
ce años antee de cumplirse el segundo trimestre
de su asistencia a la escuela!) en ed caballo que
a la sazón montaba su maestro el párroco Mar­
tínez, que, naturalmente, y muy mal de su gro.
do, dió consigo en el suelo, y hubo de guardar
dos meseg cama a consecuencia de) la «inou
cente» travesura. A partir de entonces, Villa em­
pezó a llevar la existencia activa y medio nó­
mada que endurece los músculos y templa la
voluntad. El robo de frutas, la caza casi conti-
.nua y todo género de atormentadoras piéardi-
gülelals cometidas can los compañeros de su
edad, fueron las ocupaciones ordinarias de Villa.
Cuando su padre, para quitársele de encima y
acaso con la esperanza de corregirlo, quiso
enrolarle Como marinero en un barco extranje­
ro, él tomó otro partido, y se convirtió en la­
drón de rebaños. Perseguido y capturado por
los rurales, sufrió eu primer encarcelamiento,
del cual libre abandonó la Sierra de San Fran­
cisco por la del Rosario, sin que la energía de
CARRANZA. Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 173

un patrón eevero, un tal Ruiz, consiguiese ha­


cer carrera de aquella personalidad indomable.
. En el pueblo de Villa eran caciquee loe Ló­
pez Negrete, y parece que uno de ellos, llamado
Martín, pretendió y aun burló a una hermana
del futuro general. Y aquí viene el aspecto ro­
mántico que han querido explotar los amigos
y admiradores de Villa, pero sobre el cual con­
trastan muchísimo las informaciones de sus
biógrafos. Si hemos de creer a Aguirre Baña-
vides, el mejor enterado de ellos, «al enterarse
Villa del agravio que en su hermana se había
cometido, esperó al Agustín, disparándole unce
cuantos tiros, hasta dejarle por muerto, si bien
merced a la solicitud y cuidados de la familia
y loe médicos logró salvarse.» Esta versión di­
fiere, como se ve, de la de Marfil, mencionada
antes de ahora, como también de la de Nuñez de
Prado. Este autor nos da una versión parecida
a la de Marfil, pero con algunas variantes, su­
poniendo (sin citar nombres) que el seductor
de la hermana de Villa fué, no el hijo de un
magistrado, sino el magistrado mismo, de quien
aquél tomó fiera venganza, y poniendo el se­
gundo asesinato cometido a raíz del suceso a
cuenta del individuo «encargado de dar cumpli­
miento a la orden de prisión dictada contra el
homicida, individuo que recibió otro balazo en
la cabeza cuando quiso ponerla en ejecución»^
Más radical Poncelet, niega toda esta aventura
y la existencia de sus personajes, así de la hetr-
174 .EDMUNDO OOKZAlEZ-BLANOO

mana de Villa como del magistrado, del hijo


del magistrado y del individuo encargado de
detener al vengador. Villa, según él, hizo el
prosaico papel de alcahuete respecto a un tal
Sánchez, comandante de rurales. Sánchez se
enamoró de una joven llamada Matianita, que
vivía en casa de Ruiz, el patrón de Villa, y
que tampoco era indiferente a éste. Surgió un
tercer pretendiente en la persona de un tal Cas­
tillo, y Villa sirvió de «intermediarios en los
amoríos de ambos, lo que le valió del coman­
dante un equipo completo de y del otro
no poco dinero, hasta que descubierta su bri­
bonería, Sánchez le destituyó de su cargo, pre­
via una paliza contundente. Por el momento,
Villa se refrenó, desapareciendo; pero a los po­
cos días tomaba soberbio desquite, asesinando
al comandante Sánchez. Se le condenó a muer­
te; pero pudo escapar de la prisión de Guana-
ceví, gracias al dinero que le proporcionó Mesa,
compañero suyo de cárcel. Entonces tomó el
nombre que había de hacerle célebre, y vivió
en El Parral, trabajando en unas minas de
plata. Pero las autoridades no perdían su pis-
ta, y su tranquilidad duró poco.
Cargado por el peso de sus asesinatos y perse­
cuciones, Villa huyó a las montañas, que ya
conocía por sus excursiones de muchachuelo ca­
zador. En las serranías de Durango y Chi­
huahua suelen encontrarse de trecho en trecho
modestos jacalet habitados por leñadores, car-
' CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DK MÉJICO 175

bañeros, etc.,, gentes esquivas para grupos de


personas, pero que ejercen con el viajero aislado
una hospitalidad nobilísima. Entre ellas vivió
Villa muchos años (quince, según Núñez de
Prado; diez y ocho, según Aguirre Benavides),
y de cuando en cuando gozaba largas tempora­
das de soledad en lo más abrupto de la cordi­
llera.
Por aquellas breñas encontró Villa fieles cou-
boys, que llevaban una existencia irregular,
empleada en el crimen vulgar e incalificable,
y que ejercieron, sin duda, sobre la formación
del carácter moral de su compañero una in­
fluencia desastrosa. Con ellos se libró de todas
las pesquisas de que era objeto y escapó a to­
das las emboscadas. Su agilidad, su valentía, su
fuerza, neutralizando su falta de cultura civil,
le dió gran dominio sobre aquellos vagabundos,
sus colaboradores en asaltos en camino real, in­
cendios, raptos y asesinatos por la espalda, ro­
bos de reses y de honras. Inútil resultó cuanto
fie hizo por su busca y captura, y aunque su ca­
beza fuese puesta a precio por 20.000 pesos me­
xicanos, las Sierras de Durango y Chihuahua
constituyeron para el presidiario vulgar y terri­
ble bandido asilos inexpugnables y seguros.
Unido a Urbina, que fué luego uno de sus ge­
nerales, a Ortega, Chavarría, Sánchez y otroe
que ocuparon lugar preeminente entre lo que
hasta hoy se llamó división del Norte, se de-
dicó al abigeato.
176 BDMUNDO «ONZÁLBZ-BLULNOO \

. Así vivió del bandidaje, saqueando las ha­


ciendas, arrebatando loe ganados y asesinando
los viajeros para despojarles de cuanto llevaban
siempre que se le presentaba ocasión oportuna.
Estos negocios eran muy peligrosos, pero extre­
madamente productivos. Tenía la gavilla muy
pocos competidores, pues los caminos de hierro,
los telégrafos, la mediana organización de los
cuerpos rurales y sobre todo la severidad de
los castigos, iba haciendo poco menos que im­
posible la vida de loe salteadores. La generosi­
dad de Villa y amigóte«, en los lugares adonde
iban a comerciar, no tenía límites. Les busca­
ban la gente alegre, mujeres de mala fama y
hombres de peor, y de ellos recibían oportunas
indicaciones para evitar que se les prendiera.
Los «rurales», interesados por la elevada prima
que seguiría a su detención, habían avivado su
oelo y afinado su olfato, y no les dejaban ni a
sol ni a sombra. Así, en los muchos años de que
antes hice mención, tuvo el audaz abigeo más
de ochenta encuentros con la policía rural, en
los que afirma Núñez de Prado que cuarenta g
tret guardias recibieron la muerte. También
el protagonista de esta brutal odisea a través
del crimen fué herido ocho veces en esos en­
cuentros, aunque ninguna de ellas gravemente,
pues las balas parecían estrellarse al chocar con.
tra su recia musculatura. , ¡ .. . .
Durante todo este tiempo, Villa pretendió co­
locarse en empleos honrados; pero si entonces no
_ _____ __ CARRANZA T LA RBVOLUCIÓN DB MÉJICO 177

robaba, mataba, y hubo de visitar varias cár­


celes y otras tantas veces huir de la persecu­
ción, convirtiéndose de cuando en cuando en lo
que fué siempre: un intrépido vagabundo de laa
llanuras y los montes, y un Loveiace aldeano
a quien sus amantes rústicas se cuidaban de

ocultar a las investigaciones de la justicia. Es­


tuvo, sin embargo, empleado algún tiempo en
la Compañía Empacadora Mexicana, y el ge.
rente le encomendó compras de ganado en lu­
gares lejanos, dándole dinero en crecidas sumas
y teniendo en él absoluta confianza. Sin embar­
go, como durante su estancia en El Parral ha­
bía perpetrado dos nuevos crímenes, hubo fie
retirarse a la Sierra del Perico, donde, median­
te una banda perfectamente organizada y que
capitaneó con excelente disciplina, y también
mediante el capital que le había proporcionado
Mesa, emprendió y realizó magníficos negocios.
Otra temporada la dedicó al contrabando en
Ojinaga, población mexicana fronteriza (en
donde el propio Villa había de infringir al ge-
neral federal Mercado, durante la revolución
constitucionalista, una de las más notadas de­
rrotas). Delatóle uno de sus compañeros, y ha­
biéndolo sabido Villa, le esperó a él y a los sol­
dados del resguardo, abriendo fuego y cayendo
el denunciante. ’ .
jCómo echar mano al famoso bandido? La
traición de uno de sus auxiliares, Claro Reza,
le entregó a las autoridades. Claro Reza había
■ II—TomoL ■
178 gDMCXDO aONXÁUJ-JILANCO , ■

establecido, en comandita con Villa, una car­


nicería en Chihuahua, negocio que al principio
se llevó con rectitud y no llamó la atención por
ende, pero que habiendo acabado por aumentar
las ganancias mediante compra y venta de ga­
nado mal habido, vino a hacerse sospechoso.
Aprehendido Claro Reoa, cargó sobre su socio
todas las culpas. Nuevamente se le condenó a
muerte; pero, aunque loe miembros del Consejo
estaban por la ejecución inmediata, el gober­
nador, más demente, le perdonó, conmutando
su pena por la de presidio. Al ser conducido a
la penitenciaría de Chihuahua, unos cuantos
hombres de su banda mataron a dos soldados y
huyeron, llevando consigo a su antiguo jefe.
Villa no perdonó a Claro Reza, y esperando una
ocasión propicia, le aguardó en los alrededores
de Chihuahua, asesinándolo y escapando a la
montaña, como de costumbre. ,
Al fin las circunstancias le ofrecieron1 úna
ocasión propicia para abandonar la salvaje y
terrible existencia que había llevado hasta en­
tonces, y cuando Madero levantó contra Por­
firio Días el estandarte revolucionario, Villa ee
decidió a seguir la fortuna del nuevo candidato
a la presidencia, y lo primero que hizo fué de­
tener el tren que conducía al Estado de Gue­
rrero al general Yepes con sus tropas. El jefe
resultó muerto en la catástrofe, sus soldados
diezmados, y Villa ganó el grado de coronel y
la consagración de ser declarado héroe de Ja re-
OAHRAMZA TIA BBVOLÜCIÓM DS VAjIOO 179

vuelta popular. Sin embargo, nadie podía de


golpe olvidar sus antecedentes, y aun después
de que Madero fué asesinado y se acusó & Huer­
ta del crimen, la sana opinión mexicana, se­
cundada por la Prensa mundial, contestaba
siempre: »Bien, sí, Huerta, ya se ve; pero... ¿y
Villa?»
Hay que advertir, aparte todo, que Madero
no dió a Villa el mando, como se dice, sobre
ninguna fuerza, sino que lo puso a las órdenes
de Herrera, en cuya compañía libró los prime,
res combates (Las Escobas y San Andrés) que
se registraran contra el despotismo porfiriano.
Reveló en estos combates prestantes cualidades
guerreras, y a partir de ese instante quedó He-
riera supeditado a él. Ante Ciudad Juárez, el
mando de las fuerzas correspondía a Orozco y
8 Villa. Después de la entrada triunfal de los
revolucionarios en esa población, el último, ad­
vertido de que Mesías pretendía darse a la fuga
con una crecida cantidad en billetes de Banco,
le dió alcance y le pegó dos tiras, apoderándose
de su dinero. Villa complacíase manifiesta­
mente en referir esta hazaña, como también las
realizadas »sin efusión de sangre» y por «pura
amenaza» en el Banco Minero y varias casas
comerciales de El Parral, en calidad de «botín
de guerra;».
En Ciudad Juárez comenzó 1<& enemistad entre
Villa y Orozco, enemistad cuyo origen y couse.
cuencias aprecié muy ligeramente en 1« prime-
180 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANOO

ra edición al decir: «¿No estuvo a punto Villa


de ser fusilado por Huerta P ¿No fué conducido
par ésta a la capital en calidad de preso y con
el cargo de insubordinado? ¿ Y todo por quéP
Sencillamente porque Villa había combatido y
destruido a la chusma orozquista, y no había
permitido que el cabecilla de ésta se uniese a
Huerta para consumar contra Madero una trai­
ción. > La traición existió, efectivamente. A se­
mejanza de Porfirio Díaz, una de las caracte­
rísticas de su madera mestiza, pintada de ma­
nera que parezca de hierro, ee su facilidad para
derramar lágrimas. El egoísmo de su carác­
ter, la falsedad de sus afecciones, la peque-
hez de sus miras y la violencia de sus críme­
nes obedecen a sus malos instintos, como la
palpitación del océano a la atracción lunar.
Por eso, todos los que le han tratado personal­
mente, aun los que más le favorecen al juzgar­
le, no han reparado en atestiguar que se trata
de un hombre atrabiliario e inculto, propicio,
por esas mismas cualidades, al engaño de los
intrigantes. Y así ha tenido, al fin de fiesta,
por séquito a la reacción conciliadora después
de haber sido infidente con Madero y con Ca­
rranza, punto de convergencia de los intereses
retrógrados que rodearon la administración
del presidente mártir, amigo de Fierro, ase­
sino de Benton, marido de diez mujeres, ju­
gador incansable e ignorante hasta el obscu­
rantismo.
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 181

Pero no conviene adelantar los hechos y sí


hacer constar sólo que tocia la valentía y re­
lativa nobleza de On>zco no le impedían ser
un mercenario y un hombre de armas tomar,
que quiso, inducido por Esquivel Obregón y
Braniff, traicionar a Madero, encontrando en
Villa un fácil auxiliar. Villa se prestó, desde
luego, a aprehender y asesinar a Madero,
.. aunque él ulteriormente haya negado esta su
' primera desiealtad. Si no la llevó a cabo, fué
sencillamente por él odio que ya le apuntaba
contra Orozco, y no porque le guiara senti­
miento alguno de nobleza. Sin embargo, Villa
ha protestado repetida« veces de su desinterés,
de su sinceridad, de su patriotismo, etc. Loe
hechas, como se ve, lo desmienten sin el me­
nor esfuerzo y sólo la profunda amoralidad de
Villa ha podido hacerle olvidar lo que debería
recordar siempre con vergüenza, conviene a
saber: que el 13 de Mayo de 1911, apenas to­
mada Ciudad Juárez, es decir, inmediatamente
después del triunfo, él y su covipañero Orozco
apresaron a Madero, entonces presidente pro­
visional de la República. Este, dominando con
su entereza aquel primer golpe de Estado, se-
Saló con repugnancia a Villa, diciendo a sus
soldados: «Fusilen a ése...», lo que no se ve­
rificó porque la bondad de Madero, como todo
«1 mundo sabe, era infinita. El mismo Carran­
za, que tantas veces acechó la ocasión; nunca
encontrada,-de fusilar a Villa, hubo de trun.
182 «»MUXDO GONZÁMBZ-BLÁXCO

aigir con una parte de la opinión popular me­


xicana, distinguiendo al innoble ídolo de esta
opinión con su benevolencia, tributándole dis­
tinciones y proveyéndole de dinero y de todo
género de auxilios para la división que coman­
daba. Así, pues, no es de extrafiar que el ham­
bre que quiso destruir en su cuna el Gobierno
democrático de Madero, obra grandiosa del
movimiento rebelde de 1910, ahora también
acuda a la violencia, pretendiendo imponer un
Gobierno al país en substitución del que afian­
zó el triunfo de la revolución ootostituciona-
lista.
Volvamos sobre nuestros pesas. Loe reac­
cionarios consiguieran 'la unión de Orozco,
jefe del Norte, con Zapata, jefe del Sur. Villa,
por su «parte, fué nombrado jefe de las fuerzas
rurales de Chihuahua, por Don Abraham Gon.
zález, Gobernador entonces del Estado de ChL
Huahua, Con la promoción de Villa a la coman­
dancia coincidió la insubordinación de Orozco,
a quien aquél ofreció sus servicios contra Ma­
dero. Orozco no los aceptó, y Villa, enterado
de que el general Huerta, al frente de una di­
visión, avanzaba para abatir a su antiguo co­
frade, de ‘orden de Madero, reconoció la sobe­
ranía del Gobierno de éste en principio, a la
vez que saqueaba sin escrúpulo toda ciase de
establecimientos de comercio.
■ Las instrucciones que Huerta llevaba eran de
reunirse a Villa, pero las quejas contra éstr
CARRANZA Y LA RBV0LU0IÓN DB MÉJICO 183

llovían sobre el cuartel general, y el primero


le arrestó. El motivo alegado por Huerta fué
el de insubordinación, pero lo que temía real­
mente era la preponderancia que iba adquirien­
do Villa, basta el punto de que, habiendo co­
menzado la campaña con 200 hombree, disponía
a la sazón de 3.000, gente toda voluntaria, muy
avezada a la guerra, tiradores excelentísimos y
fanátioos de su jefe.
Aquí me veo de nuevo obligado a rectificar lo
que en la primera edición escribí por el tenor
siguiente: < Villa, al haber expulsado a los espa­
ñoles huertistas que residían en Ohihuahua y
Torreón, no procedió ligeramente ni cometió
abuso o atropello digno de censura. Sepan los
que lo ignoren, que mientras otros extranjeros
(norteamericanos, franceses, ingleses, alemanes,
japoneses, chinos, etc.) no se mezclaron para
nada en loe asuntos de México, por lo que Villa
le dió amplias y seguras garantías, el elementó
español, en su mayoría, fué el peor enemigo de
Madero y de su administración y después el más
adicto sostenedor de Huerta. El Heraldo de
Cuba, en su número de 27 dé Enero de 1914,
recordaba que cuando Madero fué villanamente
asesinado, y mientras en la bahía de Veraaruz
un crucero antillano sostenía a media asta en se­
ñal de duelo el pabellón de la estrella solitaria,
un español de allí, dueño dé un gran café, dió
champaña a sus amigos en celebración del triun­
fo, y en Ohihuahua y Torreón los españoles ce-
184 BDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

labraron grandes fiestas, banquetes, bailes y au­


diciones musicales en lo9 parques públicos y
■dirigían a Huerta telegramas de felicitación.
Curas y frailes les apoyaban calurosamente.
¿Puede achacarse como un crimen a Villa el ha.
ber expulsado del territorio a la frailería y cle-
' rigalla, que sólo sirven de obstáculo al adelan­
tamiento de los pueblos P
• «Ya justifiqué antes, en la medida que estas
cosas se pueden justificar, el haber fusilado Vi­
lla a oficiales federales, defensores de un Go­
bierno nacido de la traición y del crimen. Huer­
ta aprehendió a Madero, haciéndole matar co­
bardemente y declarándose presidente por el
voto de una Cámara ilegal. Por otra parte, aque.
líos oficiales a su vez no sólo fusilaban a cuantos
1 constitucionalistas tenían la desgracia de caer
en sus manos como prisioneros, sino que eran
más crueles que ellos, pues los martirizaban,
atormentaban y daban muerte lenta para que
sus sufrimientos fuesen mayores. ¡ Dignísimos
discípulos de Huerta !>
«Hay que ponerse a la altura de las circuns­
tancias, y no calificar a Villa de bandido por él
hecho de haber confiscado sus bienes a los Te­
rrazas, los Creel y otros del mismo jaez, y haber
pedido al primero de los nombrados 250.000 pe­
sos por el rescate de un hijo suyo. Terrazas po­
see muchos millones robados al pueblo, y está
considerado como el segundo ganadero del mun­
do. Tanto él como su yerno Creel pertenecen
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 185

al número de los que han sacrificado al indio


para atesorar inmensa« riquezas. Ambos perso
najes son los hombre« representativo« del lati-
fundismo, los que han quitado a los indígenas
sus tierras, enviando a cuantos se resistían al
Yanqui o a las mortíferas regiones de Quinta­
na Roo. Las propiedades que poseen no las com­
praron; proceden del expolio, pues para ello se
cubría el expediente valiéndose de la expropia«
ción. La Constitución de México sólo admite la
expropiación por causas de utilidad pública;
pero durante la época porfiriana no hubo más
Constitución que el peculado, el monopolio y la
usura, y mediante una gratificación «1 ministro
del ramo se cubrían con la capa de la legalidad
oficial los robos más vergonzosos, ¿ Qué mucho
que el constitucionalismo quiera y pida que s«
aplique la democracia a la economía política ?•
Algo de verdad hay sin duda en lo transcrito;
¡pero ello no basta para desvirtuar las fechorías
llevadas a cabo por Villa en la revolución de
1913. La personalidad de este bandido está fue­
ra de discusión; su obra lo está también: ha sido
juguete dé la reacción social, causa de des­
agregación política, agente de disolución de todo
un organismo revolucionario.
. Uno de los mayores errores que en la prime­
ra edición cometí fué el de afirmar que «cuan­
do Villa hizo desaparecer al inglés Benton,
entre las protestas, no sólo de la Prensa britá­
nica sino que también de la Prensa alemana,
186 ■DMUMDO &0MZÁLHZ-BLAJ<0O

francesa, japonesa y hasta rusa, la Comisión


norteamericana, encargada de investigar en el
asunto, dictaminó que se trataba de un fusi-
lamiente legal.» Esto es completamente falso,
y con toda sinceridad lo reconozco. Carranza,
en su Refutación a un manifiesto del general
Villa, le echa en cara, entre otrae cosas, el no
haberse sujetado «a la Constitución que ahora
defiende con tanto ahinco, cuando dispuso de
las haciendas de Chihuahua, cuando fusiló sin
temer en cuenta las garantías constitucionales,
cuando ni siquiera respetó los Decretos de la
Primera Jefatura, cuando, en fin, sin impor­
tarle las reclamaciones internacionales, proce­
dió contra la Ley que tanto invoca en el caso
del subdito inglés Rentan.»
Gran error fuó asimismo el en que incurrí
ai redactar el siguiente párrafo, que literal­
mente copio: «Ahora vengamos a Carranza. Las
miayores enemigos, así nacionales como extran­
jeros, dé la revolución mexicana reconocen que
Carranza. es el más prestante de sus actuales
sostenedores y el promovedor y caudillo de la
restauración del orden constitucional. Marfil,
en su extensa crónica, sólo le dedica las breves
líneas siguientes: Carranza es algo más serio.
Es el organizador y jefe del partido constitucio-
nalista. Ha sido gobernador del Estado de Chi­
huahua. Villa figura como lugarteniente suyo;
pero ñ I# revolución triunfa, se impondrá a
Carranza. ¡ Así se despacha al varón ilustre
CARRAXKA Y LA RBVOLÜCIÓM DE MÉJICO 187

que viene siendo el alma y el prestigio de la


revolución de México! ¡ Con esta pobreza se
juzga al hombre que más ha contribuido al
desmoronamiento de la vieja dictadura porfi-
riana 1 Marfil se equivoca al hacer a Carran­
za gobernador de Chihuahua: no lo ha sido, ni
lo fué, sino de Coahuila. Y ee equivoca tam­
bién creyendo que al triunfo de la revolución
pretenda Villa ser presidente. Esa revolución
no es personalista', sino de' principios, y cons-
titucionalistas bien informado« que no consi­
deran a Villa corno un ambicioso, sino como un
patriota, se han atrevido a asegurar (sin que
esto nada quiera decir) que concluida su mi­
sión se retirará sin recursos, pues cuanto ha
obtenido Jo empleó en el sostenimiento de sus
disciplinadas tropas y de la causa revolucio­
naria.»
Llevado del prurito de la polémica, escribí
el anterior pasaje, del que sin reservas me des­
digo, en lo que a su última parte toca. Verdad
es que en ella hay ya reservas bastantes, y
también es cierto que Villa termina su Mani­
fiesto contra Carranza proclamando que no
aceptará los cargos de presidente o vicepresi­
dente interino ni constitucional de la .repú­
blica (candidaturas que nadie le ha ofrecido),
y añadiendo que no tiene ninguna ambición de
mando. Carranza contestó que muy pronto se
sabría si el cabecilla del Norte tiene o no am­
bición de mando, y acrecentó que la nueva gue-
186 ■DMUMDO _

francesa, iwponeea y hasta rw,


norteamericaina, encargada de m'vwtig» en
aguato, dictaminó que se trataba de un «
laxuiento legal.» Esto es completamant« wÉ
y <jtm toda, sinceridad lo neconoeco. Cari«11«
en su Refutación a un manifiesto del Pení1
Villa, le echa en cara, entra atrae ooe&s, »1
babease sujetado «a la Constitución que aho
defiende con tanto ahinco, cunado dispuso 1
laa hacienda« de Chihuahua, cuando fusilé *
tener en cuenta las garantías constitucional«
cuando ni siquiera respetó loa Decretos de 1
Primera Jefatura, cuando, en fin, sin iW0
tarle las reclamaciones internacionales, 'ProCi
dió contra la Ley que tanto invoca en el 0°*
del súbdito inglés Benton.s
Grata error fué asimismo el en que incun
al redactar el siguiente párrafo, que litará
mente copio: «Ahora vengamos a Carranza. L®
mayores enemigos, así nacionales como extra»
jeroe, dte la revolución mexicana reconocen qu<
Carranza es el más prestante de sus actual«
sostenedores y el promovedor y caudillo de h
restauración del orden constitucional. Marfil,
en su extensa crónica, sólo le dedica las breve«
líneas siguientes: Carranza et algo más serio.
Es el organizador y jefe del partido constituoio-
nalista. Ha sido gobernador ¿bel Estado d
huahua- Villa figura coma kigart
pero si la revolución triunfa, se t 9
Carranza. J Así se despacha al '>—■
0AR&A9EÁ Y HlBTOLUOIÓM DB MBJIOO 187

que viene siendo el alma, y el prestigio de la


revolución de México! ¡Con esta pobreza se
juzga al hombre que más ha contribuido al
desmoronamiento de la vieja dictadura porfi-
nana! Marfil se equivoca al hacer a Carran­
ca gobernador de Chihuahua: no lo ha sido, ni
fué, sino de Coabuila, Y ee equivoca tam­
bién creyendo que al triunfo de la revolución
pretenda Villa ser presidente. Esa revolución
UO es personalista, sino de' principios, y <xnu»-
fitucionalistae bien informado» que no conai.
doran a Villa como un ambicioso, sino como un
patriota, se han atrevido a asegurar (ein que
esto nada quiera decir) que conoluída su mi­
sión se retirará san recursos, pues cuanto a
obtenido lo empleó en <d sostenimiento de sus
disciplinadas tropas y de la causa revolucm- ¡
«aria.» ...
Llevado del prurito de la polémica, escpbí
tí anterior pasaje, del que sin reservas me des­
digo, en lo que a su última parte toca. Verdad
es que en ella hay ya reservas bastantes, y
también ee cierto que Villa termina su 3Lw£-
flesto contra Carranza proclamando que no
aceptará loe cargos de presidente o vicepresi­
dente interino ni constitucional de la .repú-
bltea (candidaturas que nadie le ha ofrecido),
no tiene ninguna ambición de
*a contestó_que muy pronto se

e-
188 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

rra, con ser lamentable, traería un provecho al


país: el de esclarecer quiénes eran los verdade­
ros revolucionarios y quiénes los malos patrio,
tas, amigos únicamente de fu propia conve­
niencia. La predicción se ha cumplido con
exactitud: después de haber asesinado a Ben-
ton, crimen que atrajo la inte: vención extran­
jera a las propias fronteras de <u patria, el ca.
becilla ded Norte corrompió la lealtad y em-,
ponzoñó la disciplina del ejército con el ejem­
plo de su defección, demostrando ser un ambi­
cioso vulgar y dejando reducida su supuesta
revolución a una conjura contra las libertades
del pueblo, ya que los conjurados no son otros
que los versátiles viliistas y los recalcitrantes
reaccionarios, representantes de la plutocracia
y de la dictadura, del fanatismo y del milita­
rismo. Hay, por ende, entre el movimiento vi- .
llista y la actitud revolucionaria de Carranza,
la insondable diferencia que separa á una fac­
ción sediciosa de un ejército libertador y a una
riña de amotinados de una restauración de prin­
cipios. ¡ ' _•

§ 3. EL CARÁCTER REVOLUCIONARIO PE ZAPATA

< El exponente más feo y discutido de la reac­


ción contra el constitucionalismo lo da el «Afi­
la del Sur». Este Atila es Emiliano Zapata,
revolucionario ya en 1910, es decir, en la mi»-
___ CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 189

ma época en que lo era Madero; aliado aun»


que romántico y poco seguro de los constitucio-
nalistas en 1913; reaccionario y adherente del
villismo, después del triunfo de Carranza
en 1914. Capitanea un gron número de gente
proletaria y agrícola, que aceptó, desde el co­
mienzo de su lucha contra el Gobierno, un pro­
grama de comunismo radical. Los vilee engaños
de que ha sido víctima por parte de la clase
media que milita en sus filas y lo innoble de
las ambiciones de los que le rodean no tapan,
a pesar de lo pomposo de las fórmulas y la
frescura e impavidez de los procedimientos, I
carencia de convicciones de esa clase media,
que, pretendiendo seguir la corriente popular,
se orienta, sin embargo, hacia el ideal reaccio­
nario más absurdo. Esto lo reconoce Kelley,
quien, mirando al aspecto religioso de la revo­
lución, dice de Zapata lo mismo que de Villa,
conviene á saber: que su nombre figura, es ver­
dad, en los relatos de los crímenes llevados a
cabo contra la Iglesia, peio si bien se nota, en
pocos casos relativamente, y aun en estos casos
fueron sus oficiales los que llevaron a cabo ta­
les crímenes, haciendo por su cuenta mucho de
lo que probablemente no tuvo él siquiera noti­
cia: sus disposiciones eran ya bastante malas;
pero ¿cuánto más habrán hecho sus acólitos
con la seguridad de que el jefe no podía Ínter-,
venir P A Zapata se le ha hecho responsable de
190 EDMUNDO GONZÁUDZ-BUANOO

hazañas sin cuento, que nunca ha soñado aco­


meter. .
. Así, pues, para ser justo, creo deber deoir
que según la opinión que he podido formarme
de loe asuntos mexicanas a fuerza de estudiar
documentos originales e informes de testigos,
este estudio minucioso no es completamente
desfavorable para Zapata, y que no se engañan
en absoluto los que aseveran, al hablar de las
distintas épocaB de su actuación revoluciona­
ria, que hay en ésta algo de honroso: quievi
cum alicua dignitate. El míama plan de Ayala,
aunque sus ideas aparecen envueltas en cier­
tas brumas, contiene, sin embargo, clara y per­
fectamente definido, el programa del constitu­
cionalismo en su parte agraria. Ello es tan
cierto que el propio Carranza, según El Demó­
crata, de Venacruz (10 Julio 1915), no temió
manifestar lo que sigue al periodista nortéame-
ricano Turnar: «Sólo el error de algunos cabe­
cillas, que sacrifican a los otros en favor de la
reacción, explica el hecho de que algunos de
ellos estén combatiendo contra nosotros. Puede
usted estar seguro de que el zaipatismo se con­
vertirá muy pronto en un aliado y sostenedor
del Gobierno constitucionaiista.»
Una biografía de Zapata quizá sería la des­
cripción más exacta y más ajustada a la ver­
dad de la parábola descendiente de la revolu­
ción mexicana. No pudiéndo hacerla al porme­
nor por falta de datos seguros, me limitaré a
CAR1ANZA T LA BBVOLUCIÓK DB MÉJICO 191

decir que Zapata procede de una muy humil­


de familia de Morolo». De cultura insignifi­
cante y de cualidades espirituales desordena­
das y viciosas, como plantas que crecen en ma­
torral sin cultivo, tienie, empero, condiciones
de carácter que hubieran sido propias para
todo bien, a no haberlas torcido la educación
y a no haberlas inficionado el malsano ambien­
te. Alto, proporcionalmente formado, tez mo­
rena requemada por el sol abrasador de la co­
marca, rasgos vulgares, largo bigote negro
y casi siempre hirsuto, aspecto en general adus­
to y áspero y burdo en sus modales, no le gus­
tan los paños calientes y obra por determina­
ciones concretas e impulsivas. Sus amigos le
comparan a un león, a quien dicen que se pa­
rece hasta en su aterradora mirada. Loe norte­
americanos, más humoristas, le representan
como una zorra (fox). Sus adversarios evocan
en él la monstruosa figura de Han de Islandia,
el de la fábula del poeta francés, pintándole
siempre encendido en cólera, ávido de sangre
y de rapiña, con sus ojos desmesuradamente
abiertos, inyectados de odsio, feroces y cente­
lleantes. Es posible que tengan razón unos y
otros. Lo cierto es que sobrepuja a todos los re.
volucionarios por su violencia y por su audacia
en el ataque y en la defensa^ a una que por ei
ímpetu salvaje de su pasión y por su insacia­
ble fiebre de dominio.
Antes de que, víctima de los hacendados, ex-
192 «DMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO _

poliado y perjudicado de continuo y tenazmen­


te perseguido por el caciquismo reinante en su
región, se hiciera agresivo, feroz y hasta sangui­
nario, Zapata era un hombre honrado, tranqui­
lo y trabajador. Hoy mismo es franco, leal y
generoso con sus amigos, y no por cálculo y para
ganarles la voluntad, sino parque de suyo e
impremeditadamente lo es. La infinidad de in­
gresos en la cárcel que contó antes de 1910 y
su vida errante, lejos del hogar y la familia,
no le han convertido en monstruo, dentro de la
vida privada. Sirva este caso, como tantos
otros, para poner una vez más al descubierto
la complejidad estupenda de esa máquina tan
sutil que llamamos el alma humana.
Como guerrero y jefe de partido, Zapata es
un valiente y un desequilibrado, pero no un alu.
cinado ni un felón. Su denuedo corre parejas
con su serenidad: nada le sobresalta ni le afli­
ge. Entusiasta y apasionado, pero lleno de sin.
ceridad, aunque no de fijeza, en sus entusias­
mos y pasiones, sus cambios tenían que ser fre.
cuentes e instables su posición y su significa­
ción. En una sola cosa no ha decaído nunca, y
es en llevar adelante su plan de guerra contra
el feudalismo y el capitalismo agrarios; pero
no ha sabido ni podido desmentir su complici­
dad en el bandolerismo y la criminalidad mi­
litante, organizados bajo la protección de la
clase media de Morolos. No preside el cálculo
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 193

trío, sino el instinto a sus mudanzas, que, se­


gún él, obedecen ai < interés colectivos.
' Melgarejo, uno de loe encargados de la «se­
cretaría general» de Zapata, después de rela­
tar su primera llegada a las puertas de Méxi­
co y su insurrección frente a Madero en 1911,
expone así el discurro que dirigió a cuantos se
habían unido en estrecho abrazo de contraten- •
nidad, agrupados bajo una sola bandera e iden­
tificados en una sola aspiración: «Muchachos,
carecemos de recursos para hacer una guerra
formal, y no nos queda otro que diseminarnos
por todo el Estado en pequeñas partidas con
su jefe a la cabeza e imponernos por medio del
terror; necesitamos elementos de vida y debe- *
mos adquirirlos por medio del saqueo, cuando no
se nos proporcione voluntariamente, del plagio o ■
del préstamo forzoso, o como ee pueda; necesi­
tamos que nos teman, y debemos hacerlo incen­
diando haciendas y ma/tando, que la cualidad
esencial de la guerra ha sido siempre la fen> .
cidad; y aunque la sociedad nos maldiga, cuan­
do se hayan realizado nuestros ideales, y nue- '
vas generaciones vengan a disfrutar el bienes,
tar que ahora sembramos con pedazos de nues­
tra carne, y regamos con torrentes de nuestra
sangre y con lágrimas de nuestras mujeres, la
historia nos justificará, y esa misma sociedad
que hoy nos maldice nos colmará de bendicio.
nes. El saqueo, el incendio y el asesinato no
son más que un medio para lograr el bienestar
IB.—Tomo I.
194 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO >

de nuestras pueblos, que es el fin de nuestro


ideal.z Parecerá increíble, ¿verdad P ¿Cómo
pensar que el famoso cabecilla suriano, una es­
pecie de aborto infernal, sin cultura y sin an­
tecedentes intelectuales bastantes para formar»
se un criterio de mediana elevación moral, pu­
diera resultar un apóstol del mejoramiento co­
lectivo P Ello es que pronunció tan estupendo
discurso en que se mezclan, en espantoso contu­
bernio, la lejana seducción del bien con la
inmediata práctica del mal. Alguna Ninfa Ege-
ria de ocasión tal vez le aleccionó sobre el par­
ticular, o él mismo, quizá sin, saberlo, proce­
día como Maquiavelo y como todos los explo­
tadores de hombres, prometiendo lo que de so­
bra saben que nunca cumplirán.

CAPITULO IV \

LA LUCHA DE CARRANZA CONTRA ZAPATA


Y VILLA

§ 1. COMPROMETIDA SITUACIÓN DE CARRANZA


DESPUÉ8 DEL CISMA REVOLUCIONARIO

A semejanza de Alemania, atacaba en sus


dos fronteras terrestres por Francia y Rubís,
en el instante de estallar la conflagración eu­
ropea, o si se quiere, a semejanza de Bulgaria,
atacada por Servia, Grecia y Rumania, en el
momento de conseguir su grandioso triunfo so-
_ ___ CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DH MÉJICO 195

bre Turquía en la primera guerra balkánica,


el Gobierno central constitucionalista, en efl
momento de la entrada victoriosa de su ejér-
i , cito, a cuya cabeza marchaba el primer jefe, en
la capital de la república, vió cori sorpresa
que de él se separaban moralmente dos grupos
que habían formado parte de un todo oomún: la
revolución. Esa entrada que, como se ha dicho,
forma una época de la lucha de la democracia
en México, paralela tan sólo a la de Juárez,
al consumar la guerra de reforma y consolidar
la Constitución de 1857, primero y después
afl consumar la segunda independencia nacio­
nal, con el derrocamiento del* imperio de Ma­
ximiliano y el restablecimiento de la repúbli­
ca: esa entrada era el triste prólogo de un cis­
ma revolucionario ique habría de dar al país el
espectáculo más aborrecible y más desconso­
lador.
Una ve® fracasados los intentos de conci- ■
liación en Aguascaiiente®, el general Gutié­
rrez, nombrado presidente por veinte días,
nombró a su vez jefe del ejército que le apo­
yaba, es decir, de la división sublevada, al au­
tor de la sublevación misma, y ambos entraren
en la ciudad de México, a la penumbra de un
velo muy transparente de legalidad, pero con
una oonciencia muy pesada de rebeldía en los
momentos más difíciles para la nación. Zapa­
ta entró con ellos en la histórica ciudad, y
, a una con las manos poetizas del general Gu­
196 KDMUMDO GOKZÁLBZ-BLANOO

tiérrez toan«ron las riendas de la administra*


ción pública. El autor anónimo de La revolu*
eión libertaria y la reacción en México obser­
va que «bajo una. superficie mortecina como
la de lae aguas estancadas empecó a desarro*
liarse en la ciudad de México un carnaval
de desorden, de homicidios, de asesinatos
proditorios, de violaciones impúdicas, de in*
molámonos provocadas por antiguas quera*
lias personales y nuevas desafecciones de colu­
sión y complicidad, en el infernal torbellino
de la rebelión que envolvió a la desventurada
Tenoxtitlan. El mismo presidente consagrado
por Villa, amagada su vida por el desenfreno
de las pasiones de su hacedor, y, horrorizado
por la criminalidad de éste, huyó de la ciu­
dad, llevando consigo su artificiosa investidu­
ra, algunos de sus ministros, cinco mil solda­
dos y diez millones de pesos del tesoro públi­
co. En su fuga declaró Gutiérrez y denunció la
coerción militar de la Convención, decretando
la deposición de Villa, Zapata y otros genera­
les de bus respectivos mandos en la división
del Norte, sustraída a la obediencia suprema
del ejército coustituoionalista con cuartel ge­
neral en Veracruz, bajo la primera Jefatura
de Carranza. Después de referir los asesinatos
de los convencionales Arangón y Berían ga, el
primero víctima pereonal de Zapata, y de Villa
el segundo, el presidente Gutiérrez dijo: A «u
reciente regreta a la ciudad de México, "Villa
_ ________ CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 197

cometió nuevo» robot y asesinatos, violando


domicilios, segando vidas y apoderándose de
bienes de los sacrificados... Vino a mi casa acom­
pañado de dos generales y escoltado por dos
mil soldados de caballería, y con pistola en mano
me colmó de insultos por haber sabido que era
mi intención destituir a él y a Zapata. Para
conseguir este propósito y poner a salvo mi
Gobierno, me he retirado de la ciudad de Mé­
xico, que Villa y Zapata han estado gobernan­
do por la fuerza de las armas, sembrando el
terror y la desolación por todas partes... A la
eliminación de Gutiérrez, puso Villa al frente
de aquel orden funesto de cosas a Gonzáles
Garza, representante suyo y factótum de la
Convención de camaradas y cómplices; y este
nueva próoer asumió la responsabilidad de
1* gestión Villa-Zapata en el seno de la socie­
dad mexicana, designándose presidente interi­
no de la república, y «orno tal, declarando a
Gntiémeí prófugo del Poder. A su. ves, Gon­
zález 'Garza, abandonado a su propia suerte por
Villa, se despojó de la adventicia magistratura
y denunció la conducta del dispensador de ella.
Declaró que Zapata era un brigante, e igual-
menta declaró que las armas de Villa habían
sufrido serios neveBes en el Norte, que sus más
fieles generales se habían separado, que el pue.
blo estaba en contra suya y que el reinado del
desorden ér» supremo. Por fin, el mismo Villa
•e declaró presidente sin el palio ya de la Cosí-
198 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANOO

vención que había estado usando para disfra­


zar la ambición que le devoraba y por la cual
había venido sacrificando todo principio hu­
manitario y ético.»
Los acontecimientos que se verificaron en­
tonces en México fueron, tan extraordinarios,
tan ruidosas y, por decirio así, tan fulminan­
tes, que por espacio de un mee y medio sumie­
ron a la nación en un profundo asombro, de
que difícilmente se encuentran ejemplos, au'
en las crisis más señaladas de aquella infeliz
república. Carranza había gobernado en tiem-
PQS turbulentos y penosos, y ni aun a pesar
suyo tuvo que separarse una sola vez de la
ley, siendo, por ende, más a propósito para in­
augurar una época de equidad« estricta, cual en
aquella razón convenía a loe principios, a los he.
chos y a la situación. Es cierto que varió la fór­
mula de la protesta constitucional, pero apenas
comprendió que se le hiciese cargo tan pueril,
teniendo en cuenta que no cabía exigir a nin­
gún funcionario ni empleado público que guar­
dase e hiciese guardar la Constitución que no
había puesto en vigor todavía. Naturalmente,
entonces no se les podía exigir a los funciona­
rios y empleados públicos otra casa que la pro­
testa do procurar el restablecimiento del or­
den constitucional de acuerdo con el Plan de
Guadalupe, porque esa era la finalidad supre­
ma de la revolución legalista. El mismo Villa
que hizo un cargo a Carranza hasta por ha-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 199
í '

ber cambiado la forma de la protesta, ¿no acep­


tó, como una necesidad dimanada de la revo­
lución, que se pusiera en. vigor la ley de 25 de
Enero? También reprochó Villa a Carranza el
no haber formado su Gabinete de acuerdo con
la Constitución, dejando a los encargados de la
administración con el carácter de oficiales ma-
yonee. Aparte que este cargo, como «4 anterior,
no merecía una réplica, basta saber que, inde­
pendientemente de que Carranza no estaba-
obligado a sujetarse a un orden constitucional
que no existía aún, debiera haber comprendi­
do Villa, o mejor dicho, los que le redactaron
su manifiesto, que el desempeño de las secreta,
rías por subsecretarios u oficiales mayores era
tan legal como si la desempeñaran los secre­
tarios.
Pero es pender tiempo el ponerse a discutir
con Villa, o más bien cón eras consejeros en
punto a legalidad política. ¡ El «poibrecito» no
es capaz de meterse en tales honduras! Abso­
lutamente analfabeto, carece de toda expe­
riencia gubernamental y de dotes administra­
tivas. Su temperamento de libertario, su anti­
gua profesión (homo trium Uterorum) y la
debilidad innata de su organización moral, le
hacen y harán siempre juguete inconsciente de
aquellos que le han llevado a la infidencia y a
la reacción. ¿Pensaron, éstos bastante en que si
las riendas del mando se hubieran escapado
definitivamente de las manos de Carranza, en
200 EDMUNDO SONZÁLBS-BLANCO

ed torbellino que arrebataba y cambiaba todas


las inafitucionea, una ve® sujeta la república
a la acción versátil, criminosa y desorganiza­
dora de Villa, habría perdido de golpe toda, «u
estabilidad, ee hubiera franqueado la puerta
a la dictadura y convertido el supremo poder
en oligarquía demagógica, hubiera sido él
blanco de todos loe ataques, eienido entonces
escalado puesto tan alto de la propia manera
que lo había sido por Santa Ana, Porfirio Días
y Huerta?

§ 2. TRIUNFOS GUERREROS DEL EJÉRCITO CAREAN*


CISTA SOBRE LOS REBELDES

. Según loe dato» aportado» por Azcona, la


nómina de las divisiones del ejército revolu­
cionario a fines de 1914 era como sigue:

FUKBZAB qus APOYABAN AL GENERAL GARBANZA

Hombre*.

La división del Noroeste, al mando del ge­


neral Obregón...................... ................. 22.000
La división del Nordeste, al mando del ge­
neral González............................................... 35.000
La primera división del Centro, al mando
del general Natera....................................... 7.000
La segunda división del Centro, al mando
del general Carranza (Jesús)...................... 18.000
Las fuerzas de Jalisco, al mando del gene­
ral Diéguez.................................................... 12.000
Las tuerzas de Durango, al mando de los
generales Arrieta y Carrillo....................... 7.000
101.000
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓN D» MÉJICO 20}

FUERZAS QVB APOYABAN AL GBNBRAL VILLA

Hombrea

División del Norte, al mando del general


Villa.......................................... “.......... 22.600
Maytorena, en Sonora..................... 1.500
Total.......... ............ 24.000
a < .------------
iCoano se ve, »i Villa» en su vid» política,
tomando el término en. e¿ verdadero significa­
do ideológico, era un factor insignificante, no
era tampoco mucha la importancia militar que
podía tener para la suerte de 1» repúblioa au
traición al constitucionalismo. Cuando Juárec
«upo el famoso descalabro de Salamanca, ex­
clamó tranquilamente'. «Le fian quitado! una
pluma a nuestro gallo.» Ante ei eisna. revolu­
cionario, Carranza, si no dijo lo mónnoi debió
pensarlo por Id menos. Y esto fué todo. Sin
embargo, ¡ qué tribulación para él, que por un
precepto del Plan» de Guadalupe quedaba en­
cargado del Poder ejecutivo deepuéa de la vic­
toria «obre 'Huerta, y había contemplado el m
conocimiento que por esta victoria le tributó la
nación entera (1), considerar la sedición pro-

(1) JfaHs Sexta, «n su novel» realista. (y qu» b*.


brA de ser coa el tá«npo hist¿rios> Cómo ardi«»» Ja»
Muerto*, no ea tan qptimista- y expon* coa pooo es.
tuñasno «l efecto da be entrada de lee fneoms- ra.
rahraenañas en la capital da la república por astas
palabra»; «B< pneMo metrapoJitano, ya farvoroa»,
202 EDMUNDO GONZÁLÉZ-BLANCO ____

vocada a la hora providencial en1 que un ejér­


cito de ciudadanos consumaba la más gloriosa
reivindicación de los derechos de su patria y
ponía los cimientos de una era de libertad para
sus hermanos!
A mayar abundamiento de amarguras tuvo
Carranza la de perder a su hermano D. Jesús,
general del ejército constitucionalista, y a dos
sobrinos suyos, víctimas de la traición de San-
tibáñez. Fueron fusilados en Oaxaca el 11 de
Enero de 1916, mostrando el mayor valor y
entereza ante sus verdugos, que sólo Conside-
raciones y beneficios debían eli hermano d!el
Primer Jefe. A pesar dé las terribles circuns-

ya glacial, ya indiferente, se disponía o no se dis­


ponía * presenciar el desfile triunfal... En la Ave­
nidla JuArea, la multitud se agitaba, cual si estu­
viera próxima la primera división. Como esta mul­
titud no había ido a la revolución y había olvidado
la Constitución, en tantos afios de no ser acatada,
no se alborozó mucho... Cuando lee revolucionarios
desfilarán, apenas aplaudió.» Sin embargo, añade
par su cuenta: «Sudorosos, encorvados, andrajosos,
calmados, heterogéneos, los legionarios constituoio-
nalistas aparecían suibEmeB y estoicos... Cuando pasó
la retaguardia de 3a gran columna, en la Catedral
hubo repiques, se oían cañonazos en la Cindadela,
anunciando haber llegado los jefes a Palacio, el sol
sonreía con. dorada sonrisa, la gente empezó a entre­
oí usarse en la calle, y todo era movimiento, opta,
mismo, alegría, estruendo, confianza, luz.» Y con.
oluye aaí: «No entraron todos. Faltó una fuerte di.
visión. Parece que existían ciertas disidencias...»
CARRANZA Y LA RBVOLUOIÓN DB MÉJICO 203

tamcias y «1 peso de la infame felonía, Carran­


za permaneció sereno, admirando a todos por
su levantado espíritu y su viril resignación.
Don Jesús murió en los días en que el ejérci­
to canstitucionalista empezaba a obtener sus
mayores victorias sobre las huestes de Villa y
de Zapata. En Febrero, la brigada del general
constitucíonalista Carrasco atacó a las fuerzas
enemigas y emprendió, con refuerzos de las
tres armas, activas maniobras en tod¡a La parte
de Sinaloa (El Correo ¿te la Torete, 18 Febre­
ro 1915). De acuerdo con el plan de campaña
seguido hasta entonces, Iturbe, general en jefe
de la tercera división, ordenó la evacuación de
Rosario;* pero muy pronto volvió sobre esta
plaza, recuperándola. El enemigo, ante el
avance impetuoso de loe soldados constitucio-
naiietaa, huyó en el mayor desorden, y compile,
lamente desmoralizado, con. rumbo a Tapio (El
Correo de la tar¿te, 23 Febrero 1915).
Loa zapatistas sufrieron derrotas en Ornete-
pee y otros puntos (La Revolución, 27 Mar­
zo 1915). En Huammangd, Zacatián y mu-
chas comarcas del Estado de Puebla, las derro­
tas fueron tales que en todos los partes daban
ía campaña por casi concluida en este Estado
(El Puebla, 26 Marzo 1915). Mientras, las
desereionee aumentaban en di Norte al extre­
mo de verse las autoridades villistas en el caso
de dictar la ley marcial. Villa, en su intento
de ataque sobre Manzanillo y otras poblaciones
204 XDMUHDO GONZÁLBZ-BLAKGO __ ______ ~

cdlimenses, fué rechazado can pérdidas terri­


bles, y en la retirada que efectuó hacia Gua-
dala-jara sufrió nuevos descalabros (El Demó­
crata, 22 Marzo 1915). En Celaya, los consti-
tucionaliatas al mando del bravo General Obre-
gón rechazaron cuarenta cargas de caballería,
haciendo al adversario más de 1.000 muertos
y un número de heridos enorme.
En Abril el ejército constitucionalista con­
tinuó su avance, ocupando a Bilao, tomando a
Irapuato, guarneciendo Luz, Lagos y Abasólo,
y reparando hacia el Norte y Guadalajara las
líneas así telegráfica« como férreas que los vi»
Distas destruyeran en su precipitada fuga. Par
el Sur, las fuerzas del general Lechuga copar
rom a un núcleo de sapatistas entre- Guadalupe
y Núñes. En El Ebano, el general vülista Ur-
bina sufrió- serios reveses (El Dictamen, 17
Abril 1915) r al paso que se derrotaban a los
f-apatistas en Zumpango y Tixtla, persiguién­
doles hasta- Tierras Prietas y El Molino, y
apoderándose da un grao número de caballo»,
armas y municiones. Los planes del general
Obregón iban desarrollándose cota precisión
matemática desde su salida- de México, sin su«
frir un solo fracaso y sin variar en su primiti­
vo desarrollo. El aumento de piezas de arti­
llería en un número tal carne» hasta, entonces
ao había tenida ningún cuerpo do ejército y
la unión con las fuerzas de Jalisco pusieron a
1m tropas- de Obregótt en oandicionee de barres
CAEBANZA T LA RBVOLUOIÓM DB MÉJICO 205
.. ...................... . I., «—...
U| — «y......»».— ...„«I»

literalmente a] enemigo por dondequiera que


pasaban (La Vanguardia, 24 Abril 1915). Por
otra parte, la» fuerzas de Villa se hallaban tan
quebrantada*, que apena* podían oponer re­
sistencia al formidable empuje. Cerca de Te.
jupam, loe sapatistaa fueron batido* oon éxi.
to (La Revolución, 25 Abril 1915). Lo* ele.
mentó* reaccionarios desalojaban al mismo
tiempo numerosa* comarcas del Estado de So­
nora (La Vanguardia, 26 Abril 1915).
El mee de Mayo ee dedicó a preparar 1« x*-
superación de la capital, que continuaba en
poder de lo* zfcpatista*. £1 'experto general
González fué el encargado de esta empresa.
La» diversas columnas que asediaban a 1* ciu­
dad de México estrecharon el cerco día por
día, y en Junio, loe movimientos de esa* co.
lumnas, que se encontraban equidistantes de
l» población, ejecutaban con grao ptrecisión sus
movimiento* (El Pueblo, 18 Junio 1915). Y
como los zapatiñtas no se hallaban capacitados
para resistir, en el ánimo de todo* estaba que
la Jucha no se prolongaría mucho tiempo.
EJ 2 do Junio, Sánchez Azcona, enviado es­
pecial a España del Gobierno constitucionali*.
ta de México, dirigió al ministro de Estado
la siguiente comunicación: «He recibido de
mi Gobierno la orden cablegráfica de dar a co­
nocer al Gobierno dé S. M. y al pueblo espa­
ñol que, en vista de la seguridad que el Go­
bierno eonstitucionailieta de México tiene en el
206 BDMUNDO GONZÁLKZ-BLANOO

triunfo definitivo de sus ideales, el ciudadano


Carranza, primer jefe del ejército constitucio­
nal ista, encargado del Poder ejecutivo de la
nación, ha dado orden de que se permita la en­
trada de víveres a la ciudad de México, ex ca­
pital de la república, que se encuentra delibe­
radamente evacuada por nuestras fuerzas y en
poder del rebelde Zapata. Esta concesión obede.
ce a sentimientos de humanidad, y debe con­
siderarse como un preliminar dé la próxima
reocupación, sin combate, de la referida ciu­
dad de México. Sin instrucciones en el punto
concreto, pero por fundadas conjeturas perso­
nales, creo que la ocupación de la ciudad de
México por las fuerzas constitucionalistas se
efectuará el próximo día 7 de Junio, cuarto
aniversario de la entrada triunfal del liberta­
dor Madero a la entonces capital de la repú­
blica. Asimismo se me ordena hacer público
que las, últimas fuerzas villistas que permane­
cían en la región petrolífera de El Ebano aca­
ban de ser totalmente aniquiladas por nuestras
fuerzas, las cuales obtuvieron un triunfo com.
pisto, arrebatando al enemigo toda su artille­
ría y demás pertrechos de guerra.»
El 17 del mismo mee el mismo Sánchez Az­
cona envió a la Prensa de Madrid copia de un
telegrama que el día anterior recibiera, y se­
gún el cual las tropas carranicistaS, al frente
del' ínclito Obregón, después de un combate
de cinco díae, habían batido completamente a
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓN DB MÉJICO 207

las fuerzas de Villa y de Angeles, copando todo


su material de guerra, incluso trenes, y persi­
guiéndoles hasta el Norte. El telegrama aña­
día que los constitucionalistae habían ocupa­
do la ciudad de 'León y auguraba un triunfo
final y completo.
El 26 de Junio, el mismo Sánchez Azcona
comunicó al mismo periódico Otra detallada
nota que, casi literalmente, dice así: <E1 ge­
neral Obregón se hizo amputar el brazo herido ,
en la batalla de León, y, recobrando su puesto,
ha derrotado de nuevo a Villa y Angeles, y
prosigue su marcha sobre Torreón. A la vez, los
generales Diéguez y Murguía dominan los Es­
tados de Michoaean y Jalisco, y se han uni­
dlo con sus fuerzas a las de Obregón, y el ge­
nera) Alvarado gobierna loe Estados del Yu­
catán, Tabaeco, Ohiapas y Campeche, donde se
reanuda la vida normal. La ciudad de México
sigue cercada por las fuerzas iconstituciona-
listas del general González, quien se ocupa
de destruir las gavillas zapatistas de loe al­
rededores antee de ocupar la ex capital, lo
cual acontecerá en breve. En resumen: de las
veintinueve entidades federativas de que se
compone 'la república mexicana, en la actuali­
dad hay veintitrés Estados y doe territorios do.
minados por el constitucionalismo, y loe puer­
tos mexicanos que tienen tráfico marítimo con
Europa están bajo el dominio del Gobierno
constitución alista.»
206 ■DKÜNDO GONZÁLBZ-BUUiOO

.El 19 de Jimio las avanzada* del ejército


oonetitucionaliet» «o encontraban • 12 kiló-
. metro# de la capital. Medio mee más 'tarde, y
en las posiciones de San Cristóbal, Gran Canal
y Cerro Gordo, 15.000 zapatistas fueron ani­
quilado« por loe leales (El Demócrata, 9 Julio
1915). Con esta brillante victoria, en la que los
zepatistae sufrieron tremendo descalabro, la»
puertas de la ciudad de 'México quedaban fran­
ca» para loe coenstitucionalieta».
El 19 de Julio, los zapatistas que aun esta­
ban posesionado» de algunos lugares de la po­
blación fueron obligados a replegarse hacas
Xoahimiloo. Nuevos comhla^eo determinaron
la caída de la capital. El general González
pudo, al fin, entrar en ella, y el 25, loe reaccio­
narios surianos abandonaban precipitadamen­
te la ciudad de loe palacios. México se vió en >
poder de sus legítimos poseedora», y este triun­
fo oentrai y definitivo coincidió venturosamen ­
te con otro» muchos alcanzados por el ejército
bonetitaucionalúta (princilpalmenfis por la di­
visión del general Obregón) en diversos pun­
tos del Norte y del 8ur.
Al comienzo de Agosto, las águilas del cons­
titucionalismo se cernían triunfantes sobre loa
Estados de Aguascalientes, Zacatecas, San
Luis Potosí y Sinaloa y sobre el distrito fe-
deral. La marcha de la revolución fué un mo-
d-elo de estrategia a la moderna, y la lentitud,
aparente o real, con que se llevaron a cabo la*
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 209

operaciones en las cercanías de México obede­


ció & un plan preconcebido. La tama de esta
plaza hubiera podida efectuarse en un mo-'
mentó dado, en el transcurso de unce cuantos
días y hasta de unas cuantas horas. Pero en­
tonces habrían quedado muchos grupos de za-
patistaa en disposición de hostilizar constante­
mente, si no a la propia población, a las cer­
canas. Así, la toma de México fué lo que debió
ser: no la simple ocupación de una plaza, sino
un éxito militar serio y de transcendencia.
Temo que esta relación se va prolongando
demasiado, y por eso renuncio a hablar de otras
victorias secundarias, aunque ya advertí al
principio que, así coano en lo tocante a la con.
flagración europea lo importante no son sola­
mente los IhechoS consumados de la victoria
militan? sino el cambio de valoreé éticos hoy
en crisis, y que pedirán cambiar y cambiarán
con esta victoria, en lo relacionado con la revo­
lución mexicana lo importante no son los triun­
fos guerreros, sino sus consecuencias económicas
y políticas en orden a la futura prosperidad y
reconstitución nacionales. No es menester re­
cordar la obstrucción que se viene haciendo a
la realización de tales consecuencias por los
elementos reaccionarios mexicanos y la com­
placencia con que dichos elementos acogen y
propalan todas las noticias inexactas y tenden­
ciosas lanzadas en desprestigio de la política
earrancista.. Algunos llegaron a más. Invo-
1A—Torro i
210 EDMUNDO GONZÁDKZ-BLANCO

cando pretexto« históricos o necesidades socia­


les, tuvieron la osadía de hablar de interven­
ción armada y de conquista de México por los
Estados Unidos. Pero, como el presidente 'WiíL
san no ha dejado de repetir en continuados
discursos, la independencia 'de México es un
dogma para la democracia norteamericana, sin
que disparatados proyectos de calenturientas e
~ imperialistas imaginaciones puedan enturbiar
: él buéüt juicio ni tercer la soberana voluntad
del puebíteyanqui.
• i 'Afl». terminar‘ (aquí .este juicio de Carranza,
_ como hombre'y coime político, sólo debo añadir
> quriea^’él he hecho callar todo miramiento de
•suápatíá poreu personalidad y su labor, apre­
ciándole como «i se tratase, no ya de personaje
'dé un pafe-nemotó/p^no hasta de un tiempo
remoto. Mientras Huerta representó la reac­
ción porfirista, y Villa representa hoy la re­
acción maderista, es decir, el pasado, Carran­
za ha venido representando siempre la revo­
lución, ésto es, el presente y el futuro. Increí­
ble es la furia con que los restos de los patro­
cinadores del pasado se expresan contra el hom­
bre que hoy está al frente de los destinos de Mé­
xico. Peno una vez que Carranza, pensamiento
y brazo de la revolución, ha vuelto a ocupar la
presidencia de la ¡república, y sobre todo una
vez que su Gobierno ha sido reconocido por él
resto de las repúblicas americanas, esos inicuos
y criminales propósitos, forjados por inteligen-
CARRANCA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 211_

cías enmohecidas, cayeron en el vacío y cubrie­


ran de oprobio a eua autores. Celebremos, pues,
el reconocimiento a que se alude, porque es una
garantía de paz, de progreso social, y, en defi­
nitiva, de afianzamiento del nuevo régimen.
SEGUNDA PARTE

LA REVOLUCIÓN DE MÉXICO

CAPITULO PRIMERO

EL PRO Y EL CONTRA DE TODA REVOLUCIÓN

§ I. LAB REVOLUCIONES EN LA AMÉRICA LATINA

Para nosotros, españolee de hoy, salvajemen­


te conservadores y clericales, hechos a nuestra
mazmorra, que podemos anidar a pasos oartos
con nuestros grillos, y respiramos como azahar
nuestra atmósfera mefítica, y nos contentamos
con la* luz cenicienta que se filtra par nuestra
claraboya, es estupendo que las naciones her­
manas de la América latina consideren grato
correr y dilatar los pulmones en la cima de la
montaña, extendiendo la vista por el horizonte
infinito, inundado de meridiana luz. A este
noble ejercicio le damos el nombre de revolu­
ción y el apellido de bandidaje; le sustantiva-
214 SDMUNDO QONZÁLBZ-BLANCO

mos coano desoontento y le adjetivamos coano


salvajismo.
■ Loe norteamericanos no van tan lejos; pero
también se despachan a su gusto. Para ellos las
repúblicas latinas de América están pobladas
por razas caducas, sin energía, sin iniciativas,
sin moral, sin voluntad, y aunque situadas en
las comarcas más ricas del mundo, las creen in.
capaces de sacar partido alguno de sus recur-
sos inmensos. ,
No todos los norteamericanos, empero, juz­
gan tan ligeramente la cuestión. Con el título
de Whast is a revolutionl encontramos en The
American Review de Julio de 1913 un notable
estudio de Paxton Hibben, que estima las co­
sas muy de otra manera. Este profundo soció­
logo y elegantísimo escritor empieza por atri­
buir a incomprensión y simplismo la socorrida
opinión de sus compatriotas. »Nada (dice tex­
tualmente) es tan repugnante para un norte­
americano como el autoanálisis. No afronta­
mos los hechos desagradables que nos afectan.
Como nación grande entre las naciones, prefe­
rimos no obrar, y cuando obramos lo hacemos
generalmente antes de pensar. El pensar viene
después, en forma de explicación acomodati­
cia. Somos crédulos de lo que nos conviene
creer.» Y después de este sabroso exordio, aña­
de con ironía: «Las revoluciones latinoameri­
canas van decayendo: son de ópera bufa, reli­
quias de la barbarie de loe siglos pasados. Esto
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 215

es un punto de vista graciosamente sencillo que


adopta mucha gente de nuestro país y una ma­
nera muy cómoda de despachar la cuestión.!
Resulta muy cómodo, en efecto, poner un
mote denigrante o muchos motee a todo lo que
no cabe en nuestras medidas, a todo lo que ex­
cede de nuestra estatura. ¿Hay nada más im­
pertinente que la represalia política; más mo­
lesto que la reivindicación social; más insolente
y perturbador que el heroísmo; más aplastan­
te y vertiginoso qué la revolución? Así piensan
norteamericanos y europeos, y este criterio vul.
garísimo les lleva a quitar importancia a cuan­
to viene ocurriendo en la América española.
No hay tal. Las revoluciones latinoamerica­
nas no van decayendo. Es más: tienen una ra­
zón muy definible para contihaar. Y lejos de
que en nada afecten a los Estados Unidos, és­
tos son loe responsables de las ooindiciones en
que se inspiran, y su actitud general respecto
a loe países de la América latina las alienta. "
Pero dejemos otra vez la palabra a Paxtan Hib-
ben: «Aunque todas las naciones del mundo nos
contemplan para ver si hacemos algo práctico
sobre el particular, nada hemos hecho d» valor
positivo para resolver el problema. Gastamos
mucho dinero en congresos panamericanos muy
ornamentales; enviamos con mucha frecuencia
misiones especiales a esta o la otra república
hermana, y en ocasiones propicias nos enorgu­
llecemos de las amistosas relaciones que siem-
216 ■DMVXDO GOHZ¿LEZ-BLANCO

pre han existido, afortunadamente, entre no»-


otros y loe países del Sur. Pero las revoluciones
latinoamericana» continúan. Es verdad. Los
Estadas Unidos no comprenden esto. Para los
yanquis, países en que tales cosas ocurren son
pueblos desequilibrados que no saben gober­
narse a sí mismos, que no cabe tomar en serio,
y cuyos habitantes se les figuran más o menos
negros, ridiculamente vestidos y muy excita­
bles. Aun loe yanquis que conocen algo de es­
tos asuntas caneideraín a bus vecino« americanas
como pueblo poco prácticos, sentimentales y
deeestimables, que carecen dtel sentido de la
honradez y de la justicia.»
Vale, pues, la pena, siquiera por una vez,
insinuar lo contrario. Mas par lo pronto no
dejemos de consignar un hecho. Casi noventa
años hace, los Estados Unidos garantizaron a
los países de Europa, y por su intermedio a todo
el mundo, lo que Monroe llamó < Gobiernos que
han declarado su independencia y la mantie­
nen», y desde esa fecha han reiterado las ga­
rantías tan específicamente como él las afirmó
en estas palabras. Dos veces, en 1911 y 1912,
loa «presentantes de las potencias europeas
han preguntado ai Gobierno norteamericano lo
que intentaba hacer para garantizar sus inte­
reses en México, y sus seguridades tuvieron el
carácter de excusas. 1 ¥ esto cuando, desde 1904,
el presidente de los Estados Unidos afirmó cla­
ramente el deber que a su nación imponía la
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 217

doctrin i dé Monroe, cosa que no ignoran las re.


públicas latinoamericanas, pues hasta han sa­
cado partido de ello países como Guatemala
y Colombia!
Aun dejando esto aparte, graves razones ex­
plican y aun justifican el movimiento revolu­
cionario del Nuevo Mundo latino. Pululan los
elogios a loe Estados Unidos, república estable
y progresiva por excelencia; pero nadie ha es­
crito aún la defensa de la América española.
«Se olvidan en el poder norteamericano (escri­
be García Calderón) tempranas regresiones y
errores evidentes: se desconoce en el Sur latino
el avance formidable. > Los pueblos de esta no­
ble raza, que es la nuestra, al hacer revolucio­
nes buscan su inspiración en el alma nacional
interrumpida. Para ellos la revolución es mu­
chas veces el único método lógico de decidir
el derecho de ios grupos de políticos profesio­
nales que se disputan el poder. Es más que ésto:'
es muchas otras veces el único método práctico
de dlar efecto a semejante decisión. Aquí ra­
dica la verdadera razón de ser de las revolucio­
nes en la América latina. Desde su nacimien­
to hasta su muerte el latinoamericano choca
con condiciones, no con teorías, y debe para su
salvación intelectual hacer que las teorías se
adapten a las condiciones. Desde los pulpitos,
las tribunas y las columnas de una Prensa pro-
lífica, los pueblos latinoamericanos oyen decir
que éste es el único camino dip salvación, y es­
218 BDMUNDO GONZÁLEZ-BLANOO

tán persuadidos de ello. Cierto que no poseen


libertad y segundad; mas por lo mismo, ponen
su esperanza en el cambio constante, de donde
un día puede surgir el deseado estado de ielici.
dad colectiva. No es que esos pueblos sean tur­
bulentos, como suponen europeos y norteameri.
canos; es que son, literal e inexorablemente,
lógicos en su persecución de loe ideales inte,
groe de democracia positiva.
Fáltales, se dice, más serena concepción de la
democracia, mejor educación del pueblo, mayor
ejercicio de la franqueza y una completa absor­
ción por todas Las ciases de las ¡responsabilida­
des del Gobierno representativo. No hay duda
que así es; pero esto es tan cierto en la Améri­
ca latina como en los Estados de la Unión. Si
la Constitución de México, por ejemplo, es im­
perfecta, la del Norte-América dista mucho de
ser un monumento de sabiduría que debamos re..
verenciar. El diputado Cambell pronunció en
cierta ocasión la siguiente frase, que toda la
Prensa reprod'ujo: «Dicho sea entre amigos,
¿qué vale la Constitución?» (Whas w the Cons-
titution as betveen friends ?) El general Trum-
bull, cuya autoridad es indiscutible, expresó en
los siguientes términos su opinión acerca de la
efectividad de la Constitución Federal de los Es.
tadoe Unidos: «Apenas si existe la Constitución
en este país, no siendo como retórica.» (The
Constitución has hardly any existence in this
country, excep as rhetoric.) Shroeder, notable
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 219

abogado) y erudito publicista de Nueva York,


habla en esta guisa: «No hay en la actualidad
un solo Estado de la Unión en que la libertad
de la Prensa no sea limitada en vario« puntos de
legítima controversia. > (There is not a State in
the Unión to-day, in which the liberty of the
prest is not abridged upon several legitímate
subjects of debate.) Clark, presidente de la Su­
prema Corte de la Carolina del Norte, afirma en
su excelente obra Constitucional Changesto
Bulwork Vemocrati: Govemment, que la Cons­
titución norteamericana es tan metafísica e in­
eficaz cómo la de los pueblos del Sur. En más de
una ocasión los yanquis han estado dispuestos
a aceptar un presidente nombrado por una mi­
noría, procedimiento acaso más prudente y prác­
tico, pero que nadie sostendrá que no haya cons­
tituido una traición a loe principios del Gobier­
no representativo (1891).
Parece, por todo esto, que la revolución no es
en la América latina un hábito pernicioso, ni
un malestar continuo, ni una impotencia cróni­
ca, sino que es más bien un medio de llegar a
un fin deseable y justo, agitando lae concien­
cias y promoviendo loe arranques de la Taza.
Toda nueva regeneración no ee posible sino por
un nuevo bautizo de sangre. Muy pocos son to­
davía loa que lo reciben; pero llegarán a ser
activas levaduras y conductores de la masa
inerte. Hemos podido estudiar con detenimien­
to la personalidad y la labor Üle uno de esos
220 EDMUNDO GONZÁUSZ-BLANC«

hombres, ejemplar interesante de las virtudes


y facultades que la América latina desarrolla:
el general Carranza, caudillo de la revolución
de México. No es el único; pero sí uno de los
primeros que ha tocado, corno Moisés, con la
vara del amor y del patriotismo, penetrando en
las fibras y removiendo las entrañas del país,
aguijando los arranques caídos y promoviendo
loe anhelos fatigados, descubriendo y reani­
mando los veneros olvidados de savia nacional,
fecundando la semilla de las tradiciones agra­
rias y planeando para el pueblo mexicano todo
un porvenir político.
Suponer que las revoluciones de la América
latina se resuelven en1 perpetuas licencias, es
irracional. Suponer que están dejando de exis­
tir, es estúpido. México desmiente tan injus­
tas prevenciones. Ese pueblo tiene fuentes de
vida insospechadas. Fortalézcase una vez pacifi.
cade con la acción, y sorprenderá al ¡mundo por
sus grandes energías.

§ 2. LOS DETRACTORES DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

No seré yo quien me encargue de justificar en


todas sus partes el constitucionalismo de Ca­
rranza, ni negaré que haya alguna exageración
-en los elogios que le han tributado escritores
a él afectos; pero tampoco puede ponerse en
duda que los extranjeros y los enemigos polí­
ticos de ese caudillo han tenido un constante em­
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 221

peño en desacreditarle, j Y sabéis por qué los ex.


tranjeros le han profesado a Carranza tan mala
voluntad? Porque él es quien impidió que Mé­
xico se vendiese definitivamente a sus capita­
les; él quien sostuvo la causa de la población
indígena frente a la plutocracia; él quien des­
conoció al general Huerta como presidente de
la República, y a los poderes legislativo y ju­
dicial de la federación, y a ios Gobiernos de
los Estados que prestasen su concurso a los aee.
sinos de Madero.
Cuando se lee el plan de su Manifiesto a la
nación y se considera y mide el alcance del de­
creto, del XXII Congreso Constitucional del Es­
tado Libre Independiente y iSoberano de
Coahahuila de Zaragoca (Saltillo, 19 de Febre.
ro de 1913), compréndese el pánico que debió
apoderarse de loe buertistae en general y loe
residente« extranjeros en| particular. Por un
momento pudieron creer que iban a encontrarse
con revolucionarios flágidos, incierto«, tímidos,
sin precipitación, con los que sería fácil venir
a un arreglo. Pero la letra del texto era letra-
espíritu por lo terminante. Contra ella no ser­
vía método alguno de convencionalismo. El ré­
gimen porfirista tenía dos vicio« esenciales: la
existencia de los privilegio« económicos y la
falta de libertad en la geetión pública. Conve­
nían los guibemamentalistad conciliadores en
que estos dos defectos debían ser eliminados,
pero insinuando que para llegar a este fin no
222 EDMUNDO GONZÁDEZ-BLANOO

eran necesarias soluciones tan radicales como


las de una revolución armada. Hubo basta quien
públicamente afirmó que el régimen porfirista
sentía la neoesidad dé eliminarlos. Al adve­
nimiento de Urrutia al ministerio de Gober­
nación, se hicieron declaraciones públicas de
que el Gabinete huertista estaba dispuesto a
aceptar el control diei' obnstfctucionalisma en
todos los órdenes a que pretendía proyectar su
influencia. En carta de Floree Magón al ex di­
putado mexicano Pesqueira (18 de Junio
de 1913) se afirma bajo palabra de honor, em.
peñada al intermediario por el propio Urrutia,
que en la conciencia misma de las clases ricas
estaba el abolir los privilegios económicos y
cancelarlos por la Constitución mexicana, aña­
diendo que las inmediatas aleccionas serían
completamente legales, reveladoras de la vo­
luntad popular, y que se efectuarían sin pre­
sión alguna dé parte del Gobierno. Pero los
rebeldes del Norte no estaban dispuestos a fiar­
se demasiado en la palabra de un ministro
huertista, y a los cómodos procedimientos de
la transigencia amistosa prefirieron los más re­
sueltos de la revolución radical. No puedo re­
sistir al deseo de citar unas páginas intensas de
la réplica de Pesqueára a Floree Magón (11 de
Julio de 1913), páginas que, con toda la auto­
ridad d» su autor, corroboran La significación
del presente trabajo.
Antes, empero, de ofrecer ai lector los térmi-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 223

noe de esta réplica, noblemente intolerante, no


pasaré en silencio que muy poco después de ella
Urrutia, despechado, lanzó a la faz de la re­
pública el reto que más bochorno debía cau­
sarle, /diciendo a sua habitantes: Pasaré sobre
LA LEY... POR EL BIEN PÚBLICO. A seguida le

contestaron en El Progreso de Laredo (Texas)


(número de 29 de Julio de 1913), afeándole su
ignominia presuntuosa y su mala fe premedi­
tada. Lanzada por un soldadote ignorante e in.
culto, esa frase hubiera causado indignación
y cólera; vertida por un letrado, muy ventajo­
samente conocido en el campo de la ciencia,
produjo un sentimiento indefinible, mezcla de
decepción y estupor. Pero volvamos a lo
nuestro.
Recoge Peequeira las promesas de Urrutia,
que abarca con mirada singularmente lúcida,
fustigando con su ironía a loe mentirosos re­
presentantes dd partido democrático ('los polí­
ticos que siguen de lejos o de cerca el método
de Porfirio Díaz), y compara sus intenciones
con las del grupo científico, como dió en lla­
marse al núcleo de hombree que absorbían la
administración y negocios nacionales, cuyo
grupo, tan nefasto para el porvenir de la re­
pública, tenía por jefe anónimo al ministro de
Hacienda y Crédito Público, Limantour, quien
aspiraba a la presidencia. Urrutia, ministro ¿Le
Gobernación ten el Gabinete de Huerta, ha­
blando de elecciones libres, honradas, sin pre- -
224 bdmundo oonzAusz-blanoo

sión alguna de parte de aquel que se titulaba


Gobierno, recuerda a Pesqueira la ridicula,
figura de Limantour cuando, en las postrime-
rías del régimen del grupo científico, empuña­
ba un estandarte revolucionario de su invención
y pretendía hacer creer al pueblo de México
que, por primera vez en la historia de la Hu­
manidad, un tirano se transformaba en liber­
tador, siendo lo único cierto que muchos liber­
tadores se han transformado en tiranos. . . .
Rechazando después tod(ae las acusaciones
eufemísticas o groseras que ee dirigen a los
oonstitucionalistae, exclama Pesque ira: «No
somos loe rebeldes del Norte ni los bandidos
fronterizos, que destruimos y aniquilamos para
desarrollar un deseo brutal de devastación, que
honradamente rechazamos: somos los revolu­
cionarios del Norte, los ciudadanos del Nor­
te, los patriota» del Norte, los hombres del
Norte, que no aceptando como buenos los
hechos consumados, sólo por serlo, y sin
atender al origen brutalmente atentatorio de
los mismos, al usurpador le hemos gritado
¡ríndete! y al pueblo mexicano ]reivindícate!
Para el usurpador hemos exprimido la puni­
ción de nuestras armas, y para el pueblo mexi­
cano la alta significación de nuestro ejemplo.
No somos los rebeldes del Norte, como Floree
Magón, humanizándose, nos califica, ni los ban­
didos fronterizos, como por consigna guberna- -
mental nos llama esa asquerosa Piensa mexi-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 225

cana destinada a desaparecer, y que asalariada,


amordazada y envilecida, por cálculo, por co­
bardía o por impotencia, a nuestras grandes
victorias guerreras las denomina derrotas y *
nuestros grandes triunfos morales los titula ,
bandidaje y salvajismo. No somos los bandidos
fronterizos quo loe metropolitanos creen en per­
petua buida y en constante saqueo, como si se
tratase de las bordas de un Salazar o de un
Campa. Aquellos que conocen nuestros actos de
revolucionarios favorecidos poi «i éxito y que
también conocen loé negros procedimientos por
loe que Huerta llegó a ocupar el puesto del cual
le arrojaremos, todos loa que conocen la asque­
rosidad moral de esta tiranía usurpadora, j y la
conoce todo el mundo 1, reservan al calificati­
vo de bandoleros, de asaltantes del Poder, de
asesinos de hombres inmaculados, ungidos por
el pueblo libre, esa hampa social de soldado-
nes llenos de entorchados y de politicastros lle­
nos de oprobio, que encabeza un bribón y que
sostienen loe eternos reprobos de nuestra envi­
lecida nacionalidad.!
Y en otra parte prosigue en di mismo pensa­
miento, y dice: «La revolución eonstituciona-
lista no va dejando la desalación y la muerte
a su paso, sino que va sembrando el nuevo gra­
no que ha de dar pan. y vigor al espíritu y
no irritaciones molineras a la sangre. En núes,
trae filas no tememos carne de cañón ni com­
parsas que numéricamente nos agranden y mo.
' U.—Tomo l
226 EDMUNDO GONZÁLBZ-BIjLNUO

raímente nos desprecien: cada uno de nuestros


oficiales y de nuestros soldados, cada uno de
nuestros intelectuales y de nuestros periodis­
tas, cada uno de nuestros mandatarios y de
nuestros compañeros, no es un mercenario afi­
liado a una causa que se afirma, sino un corre.
ligionaTio, un convencido, un colaborador que
con nosotros marcha. ¿Sabe Flores Magón lo
que hacemos con los centenares de combatien­
tes huertistas que vamos tomando prisioneros?
Les enviamos a que se purifiquen, a. que se re­
generen, a que se ennoblezcan por el trabajo en
las grandes obras de irrigación, de agricultura,
de minería que fomentamos, sin que por moti-
‘ vo alguno esa pobre carne de cañón arrancada
a loe hospitales, a los presidios, a las colonias
penitenciarias tengan cabida, voluntaria o for­
zosa, en nuestras filas de hombree equilibra­
dos, honrados, conscientes y valerosos. Por eso
nuestra obra es sana: porque es dé redención y
|de armonía. Por eso somos inexorablemente
radicales: porque necesitamos arrancar toda la
mala yerba que pródigamente regó y cultivó el
cientificismo, para qué en su lugar prenda en
él surco recién abierto por la revolución la fe­
cunda semilla constitucional. Por eso no habrá
cuartelazos (contingente único que a nuestras
desgracias aportó Félix Díaz): porque esa en­
fermedad, producto del militarismo, y que tan
prontamente se propagaría en las corrompidas
tropas huertisrtas, está siendo combatida en una
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 227

forma dura, pero única, destruyendo inexora­


blemente a cuantos individuos pudieren produ.
cir el contagio, y reduciendo implacablemente
a la pasividad de la muerte a todos loe genera­
les, jefes y oficiales de un ejército amamanta­
do a las ubres de un tirano para ser el azote del
pueblo y de otro tirano el aby ecto servidor. >
He aquí el bandidaje y el talvajismo que
practican esos hombres, tan villanamente ca­
lumniados. ¡ Dichosos los pueblos que en una
revolución tengan hombree de tal empuje, de
tamaña entereza, tan ansiosos de ver a su pa­
tria en mejores manos y hacia mejores destinos I
Lamentable es que un conocimiento imper­
fecto de las condiciones peculiares de los pro- ‘
blemas mexicanos sea propicio, en la opinión
de Europa, a una mala inteligencia de algunos
de los actos que loe revolucionarios vienen co­
metiendo deedle el principio de la insurrección.
Tal sucedió, por ejemplo, en Noviembre de 1913
con la captura de Ciudad Juárez por una frac­
ción de las fuerzas constitucionalistae a las ór.
denes de Villa, cuando loe oficiales que man- ■ .
daban la vencidia guarnición federal) fueron
ejecutados sumariamente, Este hecho suscitó
las quejas doloridas del mismo norteamericano
Hunt, gobernador de Arizona, en carta diri­
gida a Carranza, primer jefe del ejército cons­
titucional ista, quejas a que éste contestó con
vigorosa templanza. ,
Procede preguntar por qué en tales casos se
228 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO _

olvidan los hecho» criminales con que se ini­


ció la lucha y las crueles procedimientos em­
pleados para sostenerla. Los huertíetas promo­
vieran una insurrección usurpadora contra el
poder legal, y es regla constante que toda in­
surrección de este género O destruye el poder
atacado o le hace más severo y duro. Cuando
México había realizado la más alta prerrogati­
va democrática de elegir a sus mandatarios, y
el pueblo esperaba en medio de la paa y de la
tranquilidad la renovación periódica de los po.
deres públicos, únicamente como expresión de
la voluntad nacional los Testo» más corrompi­
dos de las clases vencidas y mal llamadas di­
rectoras trataron de subvertir para siempre las
instituciones políticas de la república, y por la
fuerza y la violencia dispusieron de la vida, de
loe intereses y de loe derechos de loe ciudada­
nos; perpetraron ejecuciones sangrientas sin su­
jeción a ley alguna; asesinaron a loe constatu-
cionalistas que caían heridos luchando en el
campo de batalla por la libertad y a los dipu-
tadoe y senadores que defendían la misma causa
de palabra o por escrito; arrancaron de sus ho­
gares a loe hombree pacíficos y hasta a los ni­
ños pera obligarles a tomar las arma» contra
loe revolucionarios, e infundieron el terror, in­
cendiando pueblos enteros. Delitos de esta ín­
dole han hecho que la causa que Carranza re.
presenta no solamente constituya una revolu­
ción política reformadora, sino que también
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 229

tenga carácter de un acto de tranquila y seve­


ra justicia, que castigue a los culpables y pro­
vea a la salvación de la familia mexicana.
Para llenar altos fine» dentro del espíritu de
la Constitución de México, sin ningún senti­
miento de pasión, antes meditando con> deteni­
miento hasta, qué grado pueden llegar la de.
mencia y magnanimidad ante un imperioso de­
ber de justicia y la ingente necesidad de ase­
gurar la paz y el porvenir de la nación, deter­
minó Carranza ee pusiera en*, vigor, por decre­
to (que se puede ver incluido entre otros en la
colección de Deareto» expedido» por el primer
jefe del ejército constitucionalista, Hermosillo,
Imprenta del Estado, 1914) de 14 de Mayo
f’r '913, debidamente promulgado, la ley de
Juárez de 25 de Enero de 1862, que define y
pena los delitos contra la paz pública. Con su­
jeción estricta a esa ley preexistente, fueron
ejecutados los oficiales huertistas en Ciudad
Juárez, entre los cuales había- algunos que en
Torreón habían sido aprehendidos por el mis­
mo general Villa, quien además de perdonarles
entonces accedió a que se incorporasen a las
fuerzas oonetitucionalietae, en las cuales inten.
taron después, infructuosamente, la defeoción
de los hambres cuyo mando se les confiara, fu­
gándose, al fin, para reincidir en sus crímenes.
En confirmación de estas consideraciones,
aduciré un argumento, que servirá por otros
muchoe: quiero hablar de loe límites que el res.
230 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

peto a la ley impone a loo constitucionalistaa


en punto a delitos contra la paz pública, pues
esto nos dará una idea de lo que anda sucedien.
do en lo demás, por el mismo curso natural de
las cosas. Cabalmente tengo a la mano un tes­
timonio tan respetable como interesante: el del
r mismo Carranza, de quien acabo de hablar. Di­
gamos lo que contesta precisamente en su ré­
plica a Hunt, según se consigna en El Consti~
tucionalista de 6 de Diciembre: «E9 cierto que
loe principio« establecidos en las guerras inter­
nacionales otorgan a loe prisioneros perdón e
inmunidad; pero en las luchar civiles las na­
ciones más civilizadas de todas épocas han em­
pleado procedimientos aun más rigurosos y
sangrientos que los que nos hemoe visto obli­
gados a adoptar. En el caso de las ejecuciones
de oficiales en Ciudad Juárez debe verse, antes
que una crueldad, el castigo, conforme a 1«
ley, de delincuentes contra la paz y la seguri­
dad pública. El pueblo mexicano agotó en la
crimina fase de esta lucha civil, encabezada
por adero, toda su clemencia y todo su per­
dón experimentando como únicos frutos de
esta magnanimidad 'la tiranía en «1 interior y
el desprestigio en el exterior. Hoy quiere ase­
gurar el funcionamiento de sus instituciones y
restablecer para siempre la tranquilidad por
medio de un saneamiento eficaz y definitivo de
organismo nacional.» Continúa Carranza ha­
ciendo ver en pocas palabras las exageraciones
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 231

de los calumniadores de la revolución mexica­


na, y después prosigue: «Si he puesto en vigor
la ley de Juárez, en acatamiento a una exi- •
gencia del sentimiento nacional, de la justicia,
de la conveniencia pública y de la necesidad de
dar paz a mi país, he procurado al mismo tiem­
po qué eea ley se aplique dentro de ios límites
de la más absoluta necesidad, y sólo a los ene­
migos conscientes, otorgando el perdón y la in­
munidad a los inconscientes.!
A tan juiciosas observaciones puedo añadir
algunas otras en obsequio y descargo de la re­
volución de México, malamente calumniada.
Ni los fusilamientos fueron tan numerosos y
frecuentes como se supone, ni loe procedimien­
tos eran otra cosa que el reflejo de lo que la ne­
cesidad aconsejaba. Los acontecimientos de
Ciudad Juárez estuvieron muy lejos de reves­
tir la importancia numérica que la intempe­
rancia de los enemigos del constitucionalismo
quiso darles, del mismo modo que fué calum- -
niosa la especie propalada por ellos de que en
Durango se habían suicidado más de 40 seño­
ras y señoritas por temor a los excesos de los
revolucionarios. Carranza pudo comprobar per­
sonalmente que en .Durango, como en todas par­
tes, sus fuerzas habían procedido como discipli.
nadas y respetuosas, dando garantías a las
poblaciones caídas en su poder.
La nación más enferma po es la que se apa­
siona por la revolución, sino la que desdeña o
232 BDMUMDO GONZÁLEZ-BLANOO

desatiende la rebeldía, es decir, la que se com­


pone de seres sin. convicciones, sin ilusiones y
sin conciencia. Todavía hay fuerza, y, por con­
siguiente, altivez varonil y confianza allí don-.-
de se observan violentos trastornos y donde se
sacrifica gustosamente hasta el último de los
sentimientos egoístas para dar curso franco y
vida real a valerosos ensueños de libertad y
de amor a la patria; pero cuando se apaga todo
movimiento*, cuando el pulso deja de latir,
cuando el frío ae apodera del corazón nacio­
nal!, ¿qué se puede esperar más que una pró- :
zima e inevitable disolución? Si un pueblo
cae etn esa indiferencia letárgica, en ese estu- '
por profundo, ¿ qué soplo vendrá sobre sus ári­
dos huesos para reanimarlos? Así hay que juz.
gar la revolución de México. Lo que allí ba­
talla es el mundo nuevo contra el mundo an­
tiguo, el pueblo contra la plutocracia, los hom­
bres del Norte, rebeldes infatigables y ciuda­
danos conscientes, contra los hombres de la
capital y del capital', enfermos de pereza, de
abyección y de vicios. Y a costa de sangre y
de violencia triunfa el porvenir sobre el pasa­
do, se haoe obra de emancipación....
La legitimidad de la! revolución mexicana
viene justificada por causas agrarias y consti­
tucionales, económicas y, políticas. Este es uno
de loe puntos mejor explicados por Chocano,
que reconoce su significación social. El mismo
ha resumido sus ideas diciendo que para rom-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 233

prender plenamente esa revolución hay que


distinguir en México, por entre el ruido de
la fusilería con todas sus consecuencias fata­
les, tres grandes y sagrados gritos: «¡ Abajo
los monopolios! ¡ Abajo el peculado 1 J Abajo
la usura!» Reconocida universalmente la noce,
sidad de que loe pueblos redamen con ener­
gía los derechos que les trata de arrebatar la
tiranía, así como la eficacia que tuviera la Re­
volución inglesa pana orear la libertad polí­
tica y la Revolución francesa para crear la
igualdad social, es ilógico descargar la respon­
sabilidad de los excesos revolucionarios sobre
otros que no sean precisamente loe mismos que .
dieron motivo a la rebelión, y, sin percatarse,
cargaron lae armas de ésta con la santa cólera
de la justicia. -
Negar a los pueblos el derecho a la revolu- '
ción es negarles él derecho de elegir a sus go­
bernantes, el derecho de arrojarles del poder
cuando se portan mal y el derecho de escoger
el Gobierno que les acomode. Es fácil recordar
la femenina y doliente frase: «¡ Libertad, puán-
toB crímenes se cometen'en tu nombre!» El ci­
tado Santos Ohocano observa que también es
fácil convenir en que los crímenes de la liber­
tad son siempre menos repugnantes que los de
la usurpación y el despotismo. No sé de excesos
en la revolución mexicana que en número mu­
cho mayor no se hayan cometido poco ha en la .
estúpida guerra de los Balkanes. Cierto tal ves
234 EDMUNDO GONZÁLHZ-BLANCO

sea el que el exterminio haya rematado a los


heridos en loe campos de batalla en. México;
pero más cierto ee que tal hecho se ha practi­
cado disciplinariamente en la guerra balkáni­
ca, en la que ee ha llegado a amputar los dedos
de los muertos para sustraerles con .mayor co­
modidad loe anillos. Y hay algo muy impor­
tante en favor de la revolución mexicana, con.
cediendo que su crueldad sea tan grande como
la de la guerra balkánica, y ee que ésta no re­
presentó, en fin de cuentas, ningún ideal, nin­
guna alta conveniencia para la civilización, nin­
guna bandera capaz de cubrir los derechos de
todos los pueblos de Europa, *1 paso que la
revolución mexicana se hace poit la libertad
política, por la igualdad social, por la conquis.
ta de loe ideales que tanta sangre costaran a
Europa en eu oportunidad, por el triunfo de
una bandera capaz de amparar los derechos de
todos los pueblos de la América, española.
Si yo fuese a México para asistir a la terri­
ble convulsión que ha de dar de sí un mundo
nuevo, etí seguro que sufriría muchas decep­
ciones, porque los hombres sanguinarios me
horrorizan. Sin embargo, en medio del desen­
canto, permanecería fiel1 a mi pasión por la
libertad, como Förster cuando visitó la Fran­
cia de fines del siglo xvm, y como él pensaría
que no ae deben, considerad las revoluciones
desde el punto de vista del bien y del mal que
de ellas resultan para loe individuos, sino
CARRANZA Y IJL REVOLUCIÓN DE MÉJICO 235

como uno ¿o loa medios empleados por la Pro­


videncia para trans|foniiar una sociedad. El
carácter de loe mexicanos es para mí en algu,
nos respectos tan poco stimpátlico como para
sus mismos enemigos; pero al lado de sus de­
fectos, sé reconocer sus buenas cualidades. Por
otra parte, no puedo mirar a nación alguna
como el ideal de la perfección. Todas reunidas
forman la eepecie; y los mexicanos parecen ser
los campeones del bien que su revolución pro-
mete para el .porvenir y loe derechos de todos
los pueblos de la América española, a la ma­
nera como los franceses dál tiempo de Robes-
pierre han sido los campeones del bien gene­
ral, siendo los primeros en proclamar los de.
rechos del hambre y defendiéndolos a costa de
su sangre.
Los capitalistas extranjeros residentes en
México, perjudicados en sus intereses y en sus
privilegios, no quieren recoínocer la trascen­
dencia de la revolución. Nada significa para
ellos la insolencia dictatorial y tiránica de Por­
firio Díaz, la renovación de la mano muerta,
los monopolios de la plutocracia, el alero do­
minador que se (alimenta de prebendas. Sin
embargo, los hechos son muy difíciles de des­
concertar y muestran siempre Una grande obs­
tinación. '
En el orden económico la obra de Porfirio
Díaz fue una obra completa de dominio, de
tiranía y de vejaciones, que se resolvió en una
236 BDMUNBO OONZÁ1.BZ-BLANCO

descarada expropiación de campeeinoe en pro.


vecho de loe grandíes terratenientes y de la flo­
reciente burguesía capitalista de la* grandes
ciudades. Si la responsabilidad de cuanto ocu­
rre bajo el entoldado cielo de México corres­
ponde a Huerta, el «astro beodo», i» causa
primera fue Porfirio Díaz, Muchos y muy gra­
ves motivos han hecho posible la revolución;
pero hay algo que excede a todo ello junto,
algo que no tiene precedentes ni analogías en
la historia de loe Césares de la decadencia ro­
mana, ni en la de loe califas de Bagdad, ,ni
•n la de loe jefee de tas tribus más salvajes del
Africa Central, y es que el sombrío dictador
arrebató a loe indios egidot, montee y tierras'
que de inmemorial les (pertenecían. La Cons­
titución de 1857, después de la tormenta re­
volucionaria de los años anteriores, ¡ tenía aún
que abolir derechos feudales! Porfirio Díaz loe
renovó, despojando de eras terrenos a los pro­
pietarios legítimo», y luego obligando a éstos
a trabajarlas, en provecho dé él y los suyos,
por un jornal insuficiente para la. alimentación
de una bestia (12 centavos). Tal es la historia
de las comunidades indígenas, «regalo—al de.
cir de Santos Chocano—que hizo el viejo mone-
truo a las familias que compartían con él las
delicias del banquete servido con lae carnes,
vivas die todo un pueblo». Así es como Terra­
zas, gobernador de Chihuahua, poseía muy
cerca dé 150.000 kilómetros cuadrados, ¡casi
CARRANZA. Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 237

casi inedia España! Así es como Noriega, »es­


pecie de contrafigura, de Hernán Cortés, llegó
a tener más tierras robadas a sus propietarios
legítimos que los de toda la isla de Cuba». Así
es como Porfirio Díaz regaló a 28 amigos un
territorio igual al de Francia, según la insos­
pechable aseveración de su propio paniaguado
el intelectual Bulnes, «especie de sofista y re­
tórico de esa caricatura de la decadencia». Se­
mejante tronco tenía que dar a Huerta como su
flor más característica. Bajo la dictadura por-
firiana existía aún una población indígena ser­
vil, atada al terruño y privada de capacidad
jurídica. La aristocracia dominaba en el Esta,
do y en el ejército. Porfirio Díaz había implan,
tado como régimen gubernamental el robo co»
lectivo seguido del asesinato por hambre. El
viejo monstruo refundió a todos los tiranos que
han pesado sobre América-, y les aventajó en
estas dos nuevas fases del robo y del asesinato:
todo ello por favorecer las clases improducto.-
ras, propietarios, terratenientes, burócratas y
clérigos.
Compréndase, pues, el sagrado derecho que
ejercita la revolución mexicana. El México de
Porfirio Díaz era una república nominal, que
conservaba feudalismo y sistema agrario de la-
difundios (latifundia perdidere Roma jam vero
et provincias), Iglesia y ejército privilegiados,
funciones electivas, convencionales, restricción
fiel derecho de sufragio y la más perfecta fu-
238 EDMUNDO GONZÁLKZ-BLANOO

sión del Estado con los de la aristocracia del


dinero, unidos todos para realizar el Gobierno
oligárquico de la democracia plutocrática. Di.
gan lo que quieran las plumas remuneradas,
Porfirio Días fue la calamidad más grande que
ha padecido, con haber padecido muchas, el
pueblo mexicano. «El sombrío dictador—dice
Enrique Amadlo—, en perpetua rebeldía contra
el poder civil, representado por Juárez, impli­
caba el triunfo ¿Le la violencia y la involución
de la libertad. Bajo eu Gobierno padecieron
mengua y escarnio todos loe derechos ciudada­
nos, y México pasó de la categoría de pueblo
a la condición de tribu. Eso dte que garantizó
la paz es una falacia. La paz porfiriana fuá
paz de loe sepulcros, paz mecánica, sin estruc­
tura interna. ¿Cómo ee comprende si no que
desapareciera en unas horas toda una organi­
zación?» Es que no la había, svgún creo haber
demostrado. Por la ley llamada Ley fuga se
fusilaba en loe campos y hasta en las calles a
muchos presos políticos, más o menos peligro­
sos, a pretexto de que querían escapar. Era
público que todos loe presos que se trasladaban
de prisión eran fusiladlos por querer fugarse.
El procedimiento es tan antiguo como nefan­
do; se usaba en España por loq años de 1820.
Se comprende que los extranjeros hablen ma­
ravillas del porfirismo. ¡Como que la organi­
zación de los trusts efectivos, dentro de este
sistema, ponía en manos de unas cuantas fa-
CARRANZA V LA RRVOLÜCIÓN D« MÉJICO 239

milias 1» vida y hasta ei alma da cerca de


16.000.000 de ciudadanos! (Según al censo de
1900 la población de México pasa de 15.000.000
de habitantes. ) ¡ (Como que bajo la administra­
ción de Porfirio Díaz no hubo» más régimen
que el d'e exacciones al indio, en beneficio siem.
pre de la gente adventicia y forastera ! ¡ Como
que, merced a sus procedimientos, llenaron la
bolsa él y todos loe suyos Con el sudor extraí­
do al pueblo consumidor ! ¡ Como que el bandi­
daje y salvajismo de que se acusa a la revolu­
ción mexicana no es la causa de las desgracias
que han sobrevenido, sino la consecuencia de
ese mal método de Gobierno ! Considérense tan
sólo loe peculados que representaron las obras
de los ferrocarriles, llevados a efecto sin plan
alguno, según confesión que se lee en una de las
últimas Memorias de Hacienda del famoso Li-
mantour.
El terror y el favoritismo, que san las1 bases
de todo Gobierno dictatorial, crearon necesa­
riamente adversarios implacables a Porfirio
Díaz. No era posible prolongar la tiranía más
absoluta que haya conocido ninguna historia.
Todos los ¡políticos del grupo llamado, sin
duda por ironía, científico, pretendiendo con­
tinuar el régimen autocràtico del viejo mone­
tano. Derrotada a la plena luz electoral la
candidatura de Vázquez y triunfante la de Pino
Suárez, los generalotee amamantados a los pe­
chos del pretorianismo, el clero, las colonias
240 XDMÜNUO GONZÁLBZ-BLANC0

extranjeras, atacaron rudamente en Octubre


de 1911 a Madero, a quien hacían responsable
de la supuesta «imposición» del vicepresiden­
te escogido. Todos los poderes reaccionarios se
confabularon en asociación tenebrosa para de­
rribar un régimen que tenía al menos aspectos
de democrático. Aunque Madero hubiese alcan­
zado la presidencia por voto del pueblo, ellos
no querían, después de treinta años de barba­
rie, vivir una vida más clara y más traslúcida.
No transigían con que la nación entera siguie­
se su programa, que era el libre sufragio y la
no reelección. No les bastaba el haber ingeri­
do en el Gabinete maderista el virus limantu-
rieta que autorizadamente representaba el mi­
nistro de Hacienda hasta 1o<b oprobiosos días
de la Ciudadela. Pesábales un Gobierno que en
vez de oprimir protegía; en vez de destruir edi­
ficaba; en vez de ver en sus ciudadanos carne
de cañón, veía seres capaces (como lo habían
probado) de actos nobles e ideales levantados.
No les convenía un Gobierno firme, inteligen.
te y justo. Era menester derribarlo. Y eso fuá
lo que hizq» Huerta, mandatario de Arhimán,
que es el poder de las tinieblas.
En otro tiempo todo esto hubiera sido acep­
tado ein escrúpulo. Ogaño) las coses han varia­
do lo bastante para hacer imposible tan suici­
da aceptación de hechos consumados. Un autor
anónimo, en artículo que intituló <La situación
mexicana vista por un mexicano», y que pu-
GARBANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MfeJICO 241

blieó en el periódico cubano La Discusión (de


9 de Enero dé 1914), reconocía a pesar de su«
simpatías por los científico» y que para poder
tratar estos asuntos con algún viso de acierto
hay que considerar que el México de hoy cuen.
ta con una numerosa clase que hace treinta
y 'tres años casi no existía. La introducción de
nuevas industrias y la modernización de la«
antiguas formaron una clase media de artesa­
nos, obrero«, mecánicos y empleados,. que a
medida que se ha ido ilustrando se ha elevado
de su primitivo estado d'e peonaje. El continuo
contacto de éstos con sus compañeros e iguales,
extranjeros, les ha abierto los ojos en orden a
la inmensa diferencia que existe entre las con­
dicione« sociales de ambos. Ven los primeros
que loe segundos, sin ser muchas veces más ap­
tos, ganan mayores sueldos, reciben mejor tra­
to de sus superiores, y «obre todo tienen el re­
curso de apelar a la justicia en cualquier cues­
tión que se suscite en su contra, con fundadas
esperanzas de ser amparados. Forzosamente
habían de proponerse el contraste entre este
estado y su propio estado social. Es innegable
que la condición dé las clases bajas mexicanas
(salvo la dé aquellos que dependen directamen­
te de un número, por desgracia muy reducido,
de hacendados o señoree notados por el buen
trato que dan a sus dependientes) es y ha sido
siempre deplorable. Sua pequeños intereses y
hasta su misma existencia dependen de hecho
18—Tomo i.
242 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO . ,

de la voluntad de sus amo» o de los jefes políti­


cos de los pequeños pueblos que habitan. Cuan,
do semejantes intereses pugnan con los de sus
superiores, no tienen la más lejana esperanza '■
de alcanzar justicia; bien les va si (desespera­
dos por algún agravio intolerable redaman el :
ser oídos) no se lee despoja de lo poco que po>-<.
seen o se lea aherroja e<n prisión ilimitada. La ‘
clase nueva, que aún está en período de transí. ..
ción, es ya bastante instruida para apreciar y"
darse cuenta del estado lamentable de las mae­
sas, y en ella es donde se nota el mayor desaso­
siego; por lo cual influyen a su vez, podero­
samente en sus inferiores, loe peones, a quie- ■
neo comunican mucho de su inquietud: son el
material inflamable que ha contribuido con un
fuerte elemento a la revolución, y tienen, sin
que quepa duda, razón máxima para rebelarse
contra el malestar económico y moral que les
aqueja. • . - - ''
Aquelloé para quienes los beneficios sociales
alcanzados por una revolución política no va­
len tanto como la sangre derramada, son espí- ■
ritus simplistas e incompreneivos: ni la vida ni
la historia les han enseñado las leyes que ri­
gen las alteraciones de la normalidad en loa
pueblos. No ven hasta qué punto las revolu­
ciones atestiguan más bien las faltas de los
que gobiernan que las faltas ¿e los que sufren,
las faltas de loe privilegiados que las faltas de
los desheredados. Verdad es, aparte todo, que
CARRANZA. Y LA UHVOl.UOIÓN DB MÉJICO 243 '

no se estudian las revoluciones por los que las


hacen ni se hicieron nunca par la» que las
estudiaron en sus causas y en sus efectos. Obras
son inspiradas más que reflexivas, y con razón
se las ha comparado a trombas marinas de la
atmósfera social que se forma bruscamente
en ciertas condiciones de temperatura, y que,
en su remolino, suben, bajan, corran, braman,
arrancan, devastan, arruinan, aniquilan, arras­
trando consigo las grandes como las mezquinas
naturalezas, al hombre fuerte y al espíritu dé­
bil, al tronco del árbol y á la arista de paja.
No hay que olvidarlo: la civilización, en su
proceso político, no ha podido librarse hasta
ahora de audacias, calamidades, transforma­
ciones felices, cambios temerosos, éxitos locos,
fracasas inauditos, grandezas caídas, mezquin-
dadee exaltadas, explosiones de amor y de ira,
de heroísmo y de vileza, estupendos casos de
probidad y de corrupción. Las convicciones
irritadas, loe entusiasmos exacerbados, lo» een-
timientoe conmovidos, loe instintos comprimi­
do», la afición a mudar, la sed de lo inespera­
do, el valor varonil exaltado, la generosa obce­
cación, son tan.necesarios a un pueblo como a
un individuo el desentumecerse y estirar bra­
zos y piernas, el ejercicio libre, la tensión de
loe músculos y la celeridad de la sangre. ¡ Fe­
liz el pueblo donde hay cerebros que sueñan,
corazón es que sufren, pasiones que arden, in­
dignaciones que braman ! ’ Feliz el pueblo que
244 EDMUNDO GON2ÁLKZ-BLANCO

sabe poner tintas vigorosas, fases inesperadas,


inflexiones violenta« en Ja continuación natu­
ral de su vida y de su historia! >
Pero hay revoluciones y revoluciones, y esta
distinción es necesaria pana desvirtuar la pala­
brería antirrevolucionaria de los eemieabios y
. doctrinarios de la burguesía, ese pueblo que
tan fácilmente se contenta a juzgar las más
hondas conmociones modernas. Por lo que a
mí hace, rechazo eee garrulismo demasiado
vago y demasiado cómodo. Siguiendo a Víctor
Hugo, separo el movimiento popular llamado
motín del movimiento papular llamado insu­
rrección; son dos iras diferentes: la una está
en su error, la otra está en eú dierecho. No me
pregunto ai un motín en las calles o una insu­
rrección en los campos cuesta tanto dinero y
, tanta sangre como una batalla. En primer lu­
gar, ¿por qué una batalla? Aquí surge en se­
guida la cuestión, de la guerra. ¿Es por ventu-;
ra la guerra menos azote que calamidad la re­
belión? Y en segundo lugar, ¿son calamidades
todas las reibelionesP Si' la revolución de Mé­
xico (aun sin tomar en cuenta, el porvenir)
cuesta hasta hoy al país 3.500 millonee de pe­
sos y 170.000 hombres, ¿por ventura el simple'
establecimiento de Felipe V en España no
cositó a Francia 2.000.000.000 y la espantosa
guerra de Sucesión, que fué a la vez interna­
cional y civil? Por otra parte, yo recuso esos
guarismos que parecen razones, pero que no
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 245

so» más ¿ue palabras. Dada, una revolución,


la examino en sí misma. En todo cuanto/ob­
jetan loe’ semisabios y doctrinarios de la bur­
guesía, «ólo «e trata del efecto, y yo inquiero
la causa, precisando loe hechos y los razona/-
míen tos. Ahora bien; la dictadura de Porfirio
Díaz fué para 'México un oprobio; las viejas
realidades malsanas y venenosas te cubrieron
dé nuevas apariencias; la mentira contrajo vil
consorcio con 1857; la dictadura se alió con el
capitalismo extranjero; las ficciones se hicie-
non constitucionales; el militarismo y el cle­
ricalismo se barnizaron de liberalismo y de­
mocracia; la serpiente cambió de piel. •
Durante la dictadura de Porfirio Díaz todo
estaba dispuesto para que anduvieran a la gre­
ña los dos poderes, que eran dos personas dis­
tintes y un solo sistema verdadero, y se llaman
el poder legislativo y el poder ejecutivo. Pero
ni aun hubo lugar a greña, gracias al perfec­
cionamiento de los métodos de represión. La
Prensa era con frecuencia una muda que ya
no hablaba ni por señas. Se prohibía a menudo
la palabra escrita y aun la intención apenas
suspiraba. La gente callaba por miedo, «por
lo que callan todos los pueblos dormidos», al
decir de Amado. Y los que tuvieron el valor
de hablar fueron desapareciendo. Para ellos
inventó Porfirio Díaz el tenebroso y maquia­
vélico procedimierito conocido con el nombre
¿te Ley faga, arbitrio para despachar a los
246 BDMUNDO GONZÁUBZ-BLAKCe

enemigos políticos, so pretexto de que preten­


dieran escaparse cuando ee lee conducía de un
sitio a otro, de una cárcel a otra. Y esa ley in­
fame no terminó con Porfirio Díaz. El 27 de
Julio de 1913 se dió un casa frustrado de su
aplicación par los soldados federales en la per.
sona de Dixon, inspector de inmigración de
los Estados Unidos. No hay que decir la in­
dignación que esto produjo en la opinión yan­
qui, ni se extrañará que los constitucionalis-
t-as castigasen a loe autores y encubridores del
alevoso atentado, con la idea de que el Gobier­
no norteamericano viese la dignidad y la sed
de justicia que animaba a los constitucionalis-
tas y les otorgase el reconocimiento de la beli­
gerancia. -
Si la revolución de México ee prolonga im- .
pertérritamente, es, otrosí, porque loe¡ indios
están ineducados, ee por la ignorancia gene­
ral, que tiene al menos vergüenza de sí propia
y se redime por la revuelta buscando un modo
mejor y más humano de vivir. Los indios no
cuentan siquiera para ilustrarse con las 5.000
escuelas que prometiera el mismo Huerta. Sus
maestros, en connivencia tácita con sus dicta­
dores, les enseñan a ignorar, y cuanto más ade­
lantan en sus lecciones, más adelantan loe in­
dios en el arte de no saber nada. Al cabo loe
indios sintieran la neoesicDad de ilustrarse y
redimirse, y en Madero encontraron el agita­
dor y el propagandista que necesitaban. El in-
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 247

tonto de Madero era derrocar la dictadura y


régimen porfirianos, y el programa revolucio­
nario era oferta de reivindicaciones, tierras,
etcétera, esbozándose en color débil toda una
bandera: la de la ley agraria efectiva. Por des.
gracia es otra ley de bien distinto género que
loe apóstoles, en los acaloramientos del aposto­
lado, prometan lo que después, en las frialda­
des de la ordenanza, se queda sin cumplir. Era
, Madero hombre de carácter y condiciones es-
pecialísimas, idealista en política y excepcio­
nal como conductor de muchedumbres, tenien­
do corno rasgo característico una nobleza ili­
mitada. Mas faltábanle dos cualidades abso­
lutamente necesarias al jefe político indispen­
sable en aquellos tiempos: energía y resolución
inquebrantables, abundando en otras dos que
habían de perderle: corazón y flaquteza en el
ascendiente que sobre él ejercían determinados
miembros de su numerosa familia. -z
Como revolución armada, la acaudillada por
Madero fué realmente de poca importancia,
pero tenía una característica.: la unánime sim­
patía del pueblo mexicano, y una gran signi­
ficación para este pueblo: la circunstancia die
, que era netamente civil, sin que el ejército
mediara para nada. Esta orientación antimi-
litarista perdura en los hombres de la revolu­
ción de 1913. Sé de un publicista español que,
, habiendo enviado a un oficial del ejército dé
Carranza cierto libro suyo, con dedicatoria que
248 . BDMUHDO GOHZÍLBZ-BLáUCO <

empezaba así: «Al señor capitán Pon Fulano


de Tal...», recibió la siguiente respuesta:
« Agradézcole mucho la remisión de «u libro*
y más aún la dedicatoria; pero ¿por qué me
llama usted capitán 7 Yo no soy capitán de ofi­
cio, ni siquiera de 'beneficio; soy un abogado a
las órdenes de Carranza, como lo san otros mu­
chos abogados, médicos, ingenieros, periodis­
tas e intelectuales, circunstancial y provisio­
nalmente. La revolución de México es una re­
volución armada, por desgracia; pero tan an­
timilitarista como armada. Los jefes se reclu­
tan entre las personas ilustradas; los soldados
entre el pueblo agrícola. No somos militares
de profesión, somos labradores armados, como
los del Transvaal, para defender nuestra inde­
pendencia y los derechos de la nación mexicana,
hollados por treinta años de civilización capi­
talista.» ¿Qué he de añadir yo a estas conmo­
vedoras palabras P ’
Más enérgicos, pero no menos terminantes,
son las que en letras de molde escribió ell ex
diputado mexicano Peequeira por este tenor:
«Para nadie habrá misericordia: el que no
caiga en el campo de batalla, caerá en el patí­
bulo de nuestra ley fatal e inapelable. Esta
lucha es de vida o muerte, y la hernós aceptado
Con sus consecuencias todas: o el pueblo libre,
sin amenazas de la soldadesca, o la soldadesca
omnipotente cuando haya desbaratado al pue­
blo. A la gleba volverán los hijos de la gleba,
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 249

que arriados a cintarazos han venido incons­


cientemente a combatirnos, y a la vida de la
gusanera irán loé hijos de la mala vida, que
defienden los crímenes de un tirano contra la
regeneración de una patria, que no merecen te­
ner. Empero sequen sus lágrimas todas las ma­
dres, esposas, viudas y huérfano» de nuestra
clase humilde, sacrificada, a un ídolo de podre;
levantan muy e2to la rayada cabeza los infor­
tunados hijos de nuestro pueblo bajo: los cuar­
teles-presidios ya no existen, porque la revo­
lución mató a los carceleros... No se desee sa­
ber cómo sustituiremos al vergonzoso ejército
huertista con elementos de valía que llenen
noblemente su misión: loe que hemos desbara­
tado ese ejército de infortunadas en el campo
de batalla; los que hemos dispersado a la des­
bandada las columna« llamadas invencibles de
un Pedro Ojeda, de un Medina Barrón o de
un Rubio Navarrote; los que día por día he--
mas derrotado a loé huertista« federales, de«
mostrándoles que un rebaño de liebres, con ar­
tillería tan ruidosa como inofensiva, no mere-
oe llamarse ejército nacional; los que, en su
terreno mismo y en su especialidad' única, les
hemos probado que para nada útil sirven, siem­
pre podremos dar a la patria un1 ejército de
hombres conscientes, eficientes, voluntarios y
libree, que muy ventajosamente reemplacen a
lo® que en 1910, 1911 y 1913 sólo han sabido
250 BDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

presentar la retaguardia al poderoso ejército


del pueblo.!
. Sea lo que fuere de ciertos abusos de la re­
volución mexicana, y lamentando mucho algu­
nos hechos, en nombre dé los principios de hu­
manidad y de los sentimientos civilizados pro­
pios de nuestra época, no deben causar tam­
poco una estrañeza inusitada a quienes conoz­
can la psicología de dicha revolución. Hay que
mirar la revolución de México desde este pun­
to de vista, y fuerza es convenir en que, así
botn-sfederad'a, constituye una soberbia conmo­
ción social, de las que dejarán sello más pro­
fundo en la política dé los futuros siglos y que
más influjo tendrán en señalar una dirección
al curso de los acontecimientos. Como dijo el
ilustre diputada Cabrera: «j La revolución
es la revolución!» ¿ Qué es, en efecto, una revo­
lución sin la sanción de la sangre y dle la vic­
toria? Una revolución que transacciona se des­
naturaliza. El primer golpe de zapapico en la
tumba que más tarde había de ocupar Madero
se dió en Ciudad Juárez el día que se firmaran
los tratados de paz para la primera revolución
del pueblo. Y lo menos que loe revolucionarios
posteriores hubieron' de exigir a los residentes
extranjeros fué efl que no se opusieran a su la­
bor en pro de la libertad de este pueblo y de
la emancipación de su raza.
Pudiera oponérseme la declaración que un
redactór del periódico» norteamericano World
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 251

atribuye a Zapata,' y según la cual, bu primer


acto de Gobierno, ai llega a presidente dé la
República, será <arrojar a todos loe extranje­
ros, con prohibición absoluta de volver, por­
que no van a México más que para robar a los
mexicanos». Pudiera recordárseme también que
por confesión del mismo periódico del partido,
El Constitucionalista (de 20 dé Diciembre
de 1913), a loe cónsules extranjero« que le pi­
dieron garantías paira sus nacionales, se les
ofreció dárselas amplias y cumplidas, «con ex­
cepción de los españolee, que casi únicamente
han tomado un partido definido en las luchas
intestinas dé México, habiéndose puesto siem­
pre en contra de la causa del pueblo, que de-
fiendé el constitucionalismo». Tengamos el va­
lor de juzgar estas afirmaciones, poco medita­
das sin duda1, no como extranjeros o españoles,
sino como mexicanos que ven a la colonia espa­
ñola ponerse enfrente de sus ideales patriótico,
revoiucionarios. ¡ Y qué oolonia! Baste saber .
que la riqueza española está representada por
60.000 ciudadanos, eignificandb la enorme
suma dé 300.000.000 de pesos, cantidad propor­
cionalmente muy superior a las de las otras
naciones, que cuentan en su haber: loe Esta,
dos Unidos, con 250.000.000; Francia, con
1.000.000.000 de francos;, Inglaterra y Ale-,
mania con una mitad aproximadamente de lo
que representan los Estados Unidos; y debien­
do tomarse en consideración que mientras el ca-
252 BDMUNDO GONZÁLBZ-BLANOO

pital norteamericano está invertido en líneas


ferrocarrilera* y minería, el capital ibérico es
una fuerza viva en el país, por cuanto «oon-
trola» la esfera agrícola y comercial de Mé­
xico. ' , i ' ,
A colonia que en tan vasta esfera domina no
le es permitido en política fingir indiferencia,
aparentar neutralidad. «No hay duda que el
que permanece impasible dentro de una casa
incendiada desafía las naturales consecuencias
de la conflagración o quiere aprovecharlas en
una especie de seguros disimulados con' el dis­
fraz de las llamadas reclamacione» por daño» y
perjuicio».» ,
Así escribe Santos Ohocano, con gran senti­
do práctico, y por momentos hallo que tiene
sobrada razón.
' Brillantes escritores han comprendido ser
muy natural que después del triunfo de la re­
volución sobrevengan las redamaciones extran­
jeras que constituyen la rama más florida de la*
inmigraciones sin1 escrúpulos. Otros autores no
menos vigorosos, entre ellos Santos Ohocano,
estiman que hay un justo procedimiento de
atenderlas: pedir al reclamante la presentación
historiada de la manera cómo ha hecho su dine­
ro, cómo ha formado sus intereses, cómo se ha
colocado era situación de ser acreedor del parí
de que era deudor en todo: que así, subsanando
los da&os y perjuicios en los derechos compro­
badamente legítimos, podrá presentarse el caso
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 253

de que loe Gobierne» europeos tengan el pudor


de no amparar reclamaciones cínicas por parte
de derechos usurpados o vergonzosos. Peno el
público europeo, deplorablemente informado,
toma el partido de no interesarse por loe aconte­
cimientos que en México se desarrollan, y a
la sombra de esta indiferencia loe calumniado*
res de la revolución se despachan a su gusto..
No olvidemos nunca que una de las cosas
más difíciles que tiene que resolver la revolu­
ción constitución alista es el problema agrario,
la distribución de las grandes propiedades que
se encuentran en poder de unos cuantos magna­
tes que se pasean por Europa, mientras el viril
y noble pueblo de México desfallece de hambre
en su propio país. ¡ Pueblo feliz otrora y hoy
privado de la libertad die gozar de sua grandes
riquezas e incapacitado para ocupar el lugar
que merece en la civilización contemporánea}
Eli Heraldo de Cuba, en su número de 27 de
Enero de 1914, apostrofa a loe enemigos de la
revolución en estos vigorosos términos: < ¡ Ah !
Si fueseis a México y vieseis millones de brazos
flácidos lacerados por el fuste del capataz rudo
y bruto; ai escuchaseis de los labios de esos po­
bres seres las palabras de aquel terrenità, aque­
lla casita, aquel ganadito eran míos, pero el
amo me los quitó; si visitaseis ingenios como el
de San Francisco, situado en el Naranjal-
Saltabarraínca, Estado de Veracruz, y contem-
piaseis a un infeliz expuesto en1 pleno sol y
254 . . EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO .

apresado al oprobioso cepo; si vieseis esas ear


paldas que exhiben grandtee verdugones; si co.
nocieseis la esclavitud que reina en las regiones
de Yucatán y Campeche; si observaseis tantas
infamias dignas de Torquemadla y ante las cua­
les las de éste palidecen, & buen seguro que
protestaríais indignados, cambiaría vuestro sen­
tir, y no sería difícil que 00 convirtieseis en de.
fenseres de la revolución.»
Se exageran las víctimas de la revolución
constitucionalieta > pero no se recuerdan las mu­
chas vidas que costó la decena trágica, así
como la fractura de máquinas, las rupturas dé
rieles, las demoliciones de docks, el pillaje de
almacenes, el incendio de oficinas de periódi­
cos y casas de significados políticos. Se olvida
sobre todo el asesinato de Madero y Pino Suá-
rez, tramado por los personajes que hicieron de
protagonistas en aquel pasaje dramático que
Travesí cree podría intitularse: El principio
de un abismo. Consumado el hecho inicuo, acep­
tado-el general Huerta como presidente de la
república, Madero y Pino Suárez resultaban
unos particulares y hubieron debido quedar en
inmediata libertad. A los pocos días de estos su­
cesos, el encargado de escoltar a Madero y Pino
Suárez, un mayor de rurales apellidado Cárde­
nas, ascendía a coronel del ejército, tal vez
apuntándosele en su hoja de servicios la nota
de «leadtad en el cumplimiento de órdenes reci­
bidas».
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓN DE MÉJICO 255

Por último, recuérdese quién era Huerta an­


tea demostrar despiada severidad con sus ene­
migos en revodiución. No ignoro que en él la
voz de sus apetitos fue mucho más fuerte que la
de su conciencia, si conciencia puede ateibuiree
a ese malvado. Cuanto se le censura es propio
del. carácter de todos loe seres faltos de sentido
moral. Puede despreciarlos y aun odiarlas: ló­
gicamente sería imposible condenarlos, pues son
irreeponsablee. Hasta encuentran el medio de
invocar razones para explicar sus actos más
desprovistos de razón, y esto sin ninguna mali­
cia. Por esta causa dice el discreto Amado:
«Huerta es la explosión de todos los instintos
que, sin distinciones escolásticas, son malos
siempre. En la historia de México habrá en lo
porvenir un apéndice de zoología. Sólo proyec­
tándolo en un plano zoológico se puedé comen­
zar a entender este tipo histórico, que rebasa to­
das las contingencias imaginables. Al lado de
Huerta, el homo alalus cobra aspectos civiles
y a los anormales lombrosianos lee hace nimbo
de santidad». Preciso será añadir, siguiendo al
mismo escritor, quién era Huerta antee de la
traición cuarteiaria.
«Un soldadote estólido brutal», le llamaba
The Timas a los pocos días de los asesinatos de
Madero y Pino Suárez. Esto se pensaba y se
piensa en Inglaterra. Marfil opina todo lo ootn-
trario, por razones muy españolas... y que es
curioso reproducir. «La inmensa mayoría de las
236 KDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO :

noticias de México que se reciben en Europa


—dice—con de procedencia yanqui, y así ha po­
dido forjarse una verdadera leyenda en torno
ai general Huerta. Se le acusó de monstruo, y
resulta que todas las monstruosidades que con­
mueven. a la opinión civilizada las comete Villa.
Se Je acusó de hombre borracho, de tiranuelo
de opereta, a quien ei pueblo no podía ver, y lo
cierto es todo lo contrario. »
Tres errores de mucha entidad comprende este
pároafo,' y manifestaré )o que a cada uno toca.
Primeramente es falso que la supuesta leyenda
a que Marfil alude tenga su origen en informa­
ciones de Norte-Américta. Mis informaciones,
tanto favorables caava adversas, eoa numerosas
y casi todas mexicanas, y pocas hay que acre­
cienten la leyenda, bien con pormenores intere­
santes, bien con adjetivos crudos. En segundo
lugar, admira en un crítico tan sesudo como
Marfil, que debiera tener a lo menos algún
respeto a las informaciones contrarias a su con.
servadurismo, una aserción tan negativa sobre
las monstruosidades de Huerta. Son ellas tan
notorias, que me bastará recordar los actos de
terror ejecutados por las fuerzas federales en
niños inocenes, competidos a la fuerza a sumer­
girse en el agua con loe brazos levantados y fu­
silados por la espalda. Por último, negar que
Huerta etra* un beodo, sin simpatías de ningún
género en las clases genuinamente populares,
equivale a negar la evidencia y ser más papista
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 257

que el Papa. Nadie ignora en México eso que .


pretende desconocer Marfil; todos saben que
desde los comienzos de su carrera militar, vien­
do Huerta que Marte no le era propicio, buscaba
en Baca comunicación con las divinidades. Pero
sigamos a Marfil en sus peregrinas aserciones.
«Huerta—continúa—terminó con gran apro­
vechamiento sus estudios (no estoy yo informado
de tanto), y fué colocado a las órdenes inmedia­
tas de Porfirio Díaz. Nunca le distinguió éste
mucho; pero Huerta, no obstante, le sirvió con
lealtad, y no conforne en protegerle cuando
su marcha del país, le despidió con toda clase
de honores, incluso salvas die artillería.» En
efecto, fué preterido por Porfirio Díaz, que ja­
más fió en él, y estuvo siempite fuera de toda
comunicación con las personas honestas.
El párrafo que sigue tiene mucha enjundia j
más intención aún: «El presidente Madero le
conservó a medio sueldo, y Huerta, en vez de
buscar apoyos que le permitiesen encender una
guerra civil (¿contra quién? ¿contra Madero,
tu noble protector, que le colmó siempre de
honores, dinero y agasajos?), empleó su activi­
dad en los negocios.» Esto de los negocios es
un error cronológico en la biografía de Huer- -
ta. No fué durante la presidencia de Madero,
sino algo antes, bajo loe auspicios del general
Reyes, cuando Huerta instaló en Monterrey un
negocio de carros de transporte, cuyos rendi­
mientos naufragaron en los mostradores de laa
17.—Tomo L
258 BDMUNDO GONZÁLKZ-BLANCO . ___

cantinas. Par entonces regresó a México, a la


obscuridad y ai tequila.
De todo eso vino a sacarlo Madero, j En qué
circunstancias? Oigamos a Marfil: «Le necesitó
Madero para dominar a loa zapatistas, y le en­
contró; y el capitán Bumside, agregado militar
de loe Estados Unidos, fué uno de quienes más
elogiaron sus virtudes y talentos militares.!
¡ Huerta es, pues, según Marfil, el ideal de to­
das las perfecciones! Pero entendámonos: un
hombre grave y mejor enterado que Marfil, Lló­
rente, cónsul por entonces en El Paso (Texae),
tuvo y nos dió la clave de aquella famosa cam.
paña, donde Huerta se puso al habla con Oroz-
co (y no con Zapata, colmo supuso el crítico a
quien impugno) para traicionar conjuntamente
a Madero, y que por no haber llegado a un
acuerdo se convirtió en motivo de-cacareada leal­
tad para el caudillo del Gobierno. Lo aiert<> y
averiguado hoy día es esto: que aquel movimien­
to oroequista, tan ridículo como antipatriota,
murió, no por la intervención militar de Huer­
ta, sino por falta de ayuda; esto es, porque
nadie en la república lo secundó. Sin embar­
go, de la tal campaña volvió Huerta como un
héroe cartaginés: lleno de lauros y con las bol­
sas repletas. Loe periódicos no le llamaban ya
Huerta; le apellidaban el héroe de Bachimba;
el' héroe de Rellano, el héroe de Conejos, ai
bien en Bachimba, Rellano y Conejos no hizo
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 259

más que horadar la atmósfera y levantar trom­


bas de arena «a puro cañonazo». ' , .
Cuando llegaron loe días de la Cindadela, el
buea Madero entregó la defensa de México a
Su Lealtad el héroe de Bacthimba, Rellano y
Conejee. Lo que hizo entonce» es algo sobre lo
que incesantemente me veo obligado a volver
en el curso de mi trabajo, y no he de relatar­
lo en este instante extensamente. Dejo la pala­
bra, por lo concisa, al citado Amado: «Huer­
ta meditó maravillosamente el plan. El no que­
ría competencias presidenciales. Necesitaba re­
ducir a domeaticidad, negocio nada arduo, a ,
Félix Díaz. Para eso (y para lo otro también)
se sirvió de Lañe Wilson, embajador de los
Estados Luidos en México, bajo la adminis­
tración Taft. PaTa matar al presidente Madero
y a su hermano Gustavo, al vicepresidente
Pino Suárez y a Bassó, no necesitó de nadie,
atunque estaba seguro de la aquiescencia del
Embajador. Pero ¿por qué mató a su presiden­
te? (Huerta siempre le decía a Madero «mi pre­
sidente».) No encontró medio más decente de
pagarle los favores de que le era deudor. Real­
mente, no lo había. En su caso, á quién no hu­
biera hecho otro tantoP»
Pues a pesar de la atmósfera impregnada
de sangre de tantas víctimas, como lo fueron
todas las de la voluptuosa obsesión roja de ese
chacal que se llama Huerta, Marfil se atreve a
escribir «que dentro db las doctrinas del dere.
260 «DMÜNDO GONZÁLBZ-BLANCO

cho internacional, constantemente practicada«


respecto a loe Gobierno* de hecho, no cabe ne­
garle el reconocimiento. Europa entera así lo
ha comprendido, aunque loe Estados Unidos lo
entiendan de otro modos. Para sostener desafue­
ro tamaño es preciso tener en derecho interna­
cional anchas tragaderas. Los mejores polí­
ticos ingleses hallaron incomprensible la cau­
sa financiera indigna y ofensiva del Gobier­
no británico al reconocer a Huerta como pre­
sidente de los mexicanos. A raíz de los suce­
sos, Hicks, miembro del Parlamento, dedujo
del famoso asunta lord! Cowdray, jefe de la
casa Pearson y Compañía, así como de espe­
ciales preguntas hechas en la Cámara de los
Comunes, que Inglaterra se había precipitado
interesada, inicua e ilegalmente, al ser la pri­
mera nación civilizada que había reconocido a
Huerta, revelando a la vez la siguiente contra­
dictoria enormidad: que el Gobierno británi­
co, al hacer eso, había considerado que exis­
tía similitud entre este situación y la creada
en Servia cuando los asesinatos del rey y de
la reina, ¡los cuate* fueron seguido* del retiro
inmediato del ministro inglés en Belgrado!
Paréceme que los comentarios sobran.
Considerada en su proceso formal, una revo­
lución consiste en la demolición del viejo
organismo de un Estado. En el proceso revo­
lucionario, lo esencial no es el modo como este
fin se consigue (con la ley o con la rebelión, o
CARRANZA Y LA. REVOLUCIÓN DE MÉJICO 261

bien oon la una o con la otra); pero el hecho


es el mismo. «Toda revolución—ha dicho La-
briola—tiene por objeto el Estado y por fin su
demolición.» Ahora bien; la revolución mexi­
cana es ésto y algo todavía más elevado que
ésto: es la protesta legal del genuino pueblo
mexicano contra la usurpación die Huerta,
a cuyo lado Calígula, Claudio y Vitelio se
humanizan. Ea unaj revolución noble, justi­
ciera, regeneradora de las costumbres. ■
Bajo Huerta imperó en México la furiosa
reacción, y este país hubiera sido muy pronto
nn presidio, no suelto, sino atado, si no se hu­
biesen revuelto hasta lae piedras contra tan
asquerosa tiranía. Por lo menos, nadie negará
que fué una plaza sitiada, con un poderoso eneu
migo a la vista, donde loe jefes de la usurpa­
ción andaban vigilantes de continuo, en guar­
dia contra los ataques de fuera y en vela contra
las rebeldías de dentro. Empero los sostenedo­
res de esta rebeldía no eran facciosos ni ambi­
ciosos; tenían, por lo contrario, el verdadero
sentimiento de la legalidad anejar que las na­
ciones de Europa, que a los ocho días de los
asesinatos de Huerta dieron a éste la mano y
delegaron en sus ministros. Muchos hombres
públicos de Inglaterra, a raíz de los aconte- •
cimientos nefastosi, calificaron de «precipita­
ción sin precedentes» la conducta del Gobierno
británico, por haber sido la primera gran po­
tencia que reconoció el nuevo Gobierno de Mé.
262 HDMUKDO OONZÁLBZ-BLANOO __

xico. Al ascender Huerta a la presidencia, el


secretario de Relaciones exteriores, De la Barra
(«tipo común de diplomático« vacíos de five o
dock, buenos para dirigir, más que los movi-
. miento» de una cancillería las figurae de un
cotillón >), invitó a loe embajadores extranje­
ros a un almuerzo; pero éstos rehusaron tal
muestra de cordialidad' «hasta que la muerte
de Madero hubiera sido satisfactoriamente ex­
plicada». La muerte de Madera no podrá ser
explicada satisfactoriamente jamás, y a pesar
de ello, el embajador inglés, desde que su Go­
bierno reconoció el dé unos asesinos, con tales
asesinos comió y bebió sin rebozo. En este mis.
mo sentido dijo ya nuestro culto literato Ama­
do: «Las naciones de Europa fomentaron una
revolución que, sin el reconocimiento de Huer­
ta, hubiera por lo demás triunfado en sus prin­
cipios. A Europa, y sólo a Europa, son impu­
tables loe cerca de dos años de sangre y devas­
tación que. viene México padeciendo. ¿ En ra­
zón de qué han pedido y piden las naciones de
este continente, responsables ante la historia
de una contien da que durará tanto como eea
preciso, que intervengan ios Estados Unidos,
cuando por ella se sienten afectadas P»
No me asocio a la glorificación de la guerra
sino Con reservas múltiples. La guerra no &
santa sino raras veces. Enséñalo excelentemen­
te el historiador Laurent, en su libro L’Empire,
por estas palabras: «Todo lo que se dice de ios
’ CARRANZA T LA RBVOLUOIÓN DB líAjIOO 363

funestos efectos de la fuerza brutal, cuando se


trata de ideas, es cierto.» Pero también lo es,
según él mismo autor, que las guerras de las
revoluciones han sido siempre una necesidad,
y en algún modo un beneficio de la Providen­
cia. Se equivocan los que creen que toda revo­
lución es conquistadora y que no hay Estado
que más ameniaoe a loa otros que el que está
desgarrado par una guerra civil; la revolución
de México en Sí misma ha quedado concentra­
da. Se equivocan también los que acusan a uno
de loe partidos que dividen esa revolución de
haber provocadb la guerra: esa revolución es
1& guerra en esencia, la guerra de las ideas
avanzadas contra el pasado económico y polí­
tico. 8e dirá que esta guerra hubiera podido
evitarse. Esto piensan, en efecto, oamo ya vi­
mos, los arrepentidos a posteriori; pero nota­
mos también que estos conciliadores y guber­
namentales... de la usurpación no son los jui­
ciosos que se equivodan, sino las equivocados
que se rectifican, los fatigados que se sientan
y se adormecen en la tairdía enmienda de sus
errores. Por consiguiente, la lucha, y aun la
lucha sangrienta, era inevitable. En los mo­
vimientos interiores que turban la pae de los
pueblos, imposible es separar las ideas de las
pasiones. La revolución, que es guerra de gue­
rras, tiene por supremo motor el entusiasmo,
y la de México nunca podrá imputársele a este
país como un crimen, si se le aplica la regla de
. 264 ; EDMUNDO GONZÁLKZ-BLANCO

que <la historia no condena a los que hacen re.


votluciones, antes censura a los que las hacen
necesarias.»
No es este el lugar de desenvolver ciertos
criterios ¡más allá de la medida , que conviene
a un trabajo de esta índole. Empero sin dejar
de mantener absolutamente mis reservas, mis
restricciones y hasta mis indignaciones, debo
afirmar que los constitucionalistas han obrado
de tal modo, que ni por un instante han ofen*
dido la legalidad existente. No quiere esto de­
cir que pretendan cambiar la forma de Gobier­
no actual con permiso de este mismo Gobierno:
muy al contrario. Se han valido del derecho
constitucional vigente para declararse en re-
belión contra los usurpadores del poder.. Su
acción es revolucionaria, pero no ilegal, y para
entorpecerla los federales tendrían que trans­
formar las leyes establecidas. ¡ Mas qué I ¿ Pare
qué tomarse este trabajo? La administración
de Huerta, tanto a causa de sus actos como de
sus hombres, fué una completa restauración del
régimen dictatorial de Porfirio Díaz, con la
única diferencia de que el nuevo dictador era
Huerta, y de que las medidas dictatoriales y los
métodos se llevaron ai extremos que no
alcanzaron nunca, ni aun en los tiempos más
rigurosos de la administración Porfirio Díaz.
Nada tan cierto como que en tiempo de cri­
sis y de revolución el vicio y la virtud no tienen
límites, revelándose la naturaleza humana en
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 265

cuanto encierra de bueno y de malo, princi­


palmente en lo último. No se debe idealizar de­
masiado a lae personas y a las cosas: la indivi­
dualidad, y por consiguiente el interés y el
egoísmo, desempeñan un gran papel en los ne­
gocios humanos. Pero las malas pasiones no im­
piden que los pueblos tengan una gran misión
que cumplir cuando les llega su hora.; y no
cabe exigir moderación, templanza y cordura
al pueblo que defiende su honra y sú vida, eu
derecho y su ideal: antes fueron liquidadas ya
moderación, templanza y cordura por quienes
tuvieron la temeridad de atacar a ese pueblo
en lo más sagrado que le concedieran Dios y la
Naturaleza. «Por algo y para algo tiene Attrea
una espada en la mano», ha dicho uno de loe
más elocuentes defensores de la revolución que
nos ocupa. Esto explica que Carranza no qui­
siera entrar en arreglo con nadie, entendiendo
que en los asuntos de orden interior de una na­
ción no puede haber transacciones y que la
paz de México vendrá únicamente con el triun­
fo completo de las armas oonstitucionalistas.
Se ha comparado el caso de México en el as­
pecto meramente político con el que hace años
ofreciera Servia ante la estupefacción del mun­
do civilizado. Trátase del golpe pretoriano, del
asesinato a mansalva de quienes representaban
el principio de la autoridad legal, de la trai­
ción premeditada, escoltándose con el crimen
cobarde. Y bien: la culta Europa ha recibido
266 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANOO

en la actualidad una fuerte lección moraliza-


dora de parte de la convulsiva América, por­
que el pueblo de México ha sabido protestar
contra loa que traicionaron y asesinaron a sus
mandatarios efectos. Razón tiene el célebre
poeta Santos Chocaao ¡para bendecir al pueblo
que se desangra por asegurar sus libertades,
sintiendo a la vez lástima profunda por el pue­
blo que se resigna a la putrefacción bajo el ré­
gimen del crimen entronizado. Si México ha
estado a punto de sucumbir con su terrible re­
volución, es porque la masa gubernamental se
hallaba tan corrompida, que el único remedio
eficaz era una sangría abundante.
Los horror»» que tanto alarman y preocupan
y escandalizan a la opinión europea constituyen
una calumnia que debía tenerse ya por muy
averiguada: se trata sencillamente de la muti­
lación y mixtificación de los anales de la re­
volución mexicana, ejerciendo clericales y mi­
litaristas mexicanos y capitalistas europeos el
derecho de rascarlos con la uña del Onagro (o
de la gratn bestia), tan celebrada coano amuleto
en las épocas del empirismo antiguo, medio y
moderno. Por eso los constitucionalistas mexi­
canos persiguen a muerte las castas privilegia­
das del clericalismo, del militarismo y del ca­
pitalismo, que destruyen toda base de igual­
dad ; y por eso, con tales castas han de perecer
todos los tranagresores de la ley y todos los
profanadores de la justicia. Para que un Esta-
CARRANgA T LA REVOLUCIÓN D» MÉJICO ~ 267

do s» deshaga y otro se forme, un poder se de­


bilite y otiro se afirme, una organización se nie­
gue y otra se reconozca, es menester una acti- .
tud tan radical. Demos que los actos revolu­
cionarios estén en contradicción con las más
bellas promesas y que la realidad quede muy
lejos del ideal: ¿hay algo de nuevo en ésto?
¿No es esta la condición de la naturaleza hu­
mana, la condición de criaturas imperfectas,
aunque perfectible», que vislumbran el ideal,
pero que serán siempre impotentes pana alcan­
zarlo? ¿Por qué se quiere que la revolución
mexicana sea una excepción?
La imperfección humana, con su brutal rea­
lidad, viene a desvirtuar, contradecir y corronl.
per los ideales más generosos. ¿ Es ¡mucho que los'
que se creen sacerdotes de la República inmolen
víctimas en sus aras? Víctor Hugo, siempre
magnífico en su genio soberano, escribió estes
frases enardecidas por un sentimentalismo re- -
dentor: «Al ejecutar a sus enemigos, loe revo­
lucionarios obedecen a la necesidad; pero la
necesidad es el monstruo ¿él viejo mundo: la
necesidad se llama fatalidad. Ahora bien: la ley
del progreso consiste en que todos Jos mons­
truos desaparezcan ante los ángeles y que la
fatalidad se desvanezca ante la fraternidad'.
Malos momentos son los de una revolución
para pronunciar la palabra amor, y, sin embar­
go, loe revolucionar ios continuamente la pro­
nuncian, porque creen que al amor pertenece
268 EDMUNDO GONZÁI.BZ-BLANCO

el porvenir.! Es gran verdad. Loe revolucio­


narios se sirven de la muerte, pero aborrecién­
dola, pues en el porvenir que presienten y
anuncian no habrá tinieblas, ni rayos, ni feroz
ignorancia, ni sangriento talión. Como no ha­
brá Satanás, tampoco habrá Miguel. Para ellos,
en el porvenir nadie matará a nadie, la tierra
estará radiante, el género humano amará, y
llegará día en que todo será alegría, vida, ar­
monía, concordia, luz: llegará, y para que lle­
gue, matan y mueren los revolucionario« desde
que existen revolucione».

CAPITULO II . '

PSICOLOGÍA DEL PUEBLO MEXICANO

§ 1. EL PROBLEMA DE LAS RAZAS EN MÉXICO

Apenas puedo citar ninguna obra que quepa


considerar como fuente de la psicología del
pueblo mexicano; pero hay datos dispersos acá
y allá (1) que sirven para esclarecerla. Los que

(T) Hay una excelente colección de ellos en los


volúmenes de México a travée de loe eigloe, obra es­
crita por varios autores del país. La mayor parte de
1m noticias complementarias pueden verse en México,
su evolución eoeial, obra escrita también por varios
autores del país, entre los que descuella Macedo,
que trató de una manera muy interesante la parte
más agreste, la económica, publicada después (en 1905)
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 269

voy a presentar «m el resultado de un. trabajo


prolijo y del extracto de una multitud de re­
señas geográficas e históricas. Sin ellos no po­
drían comprenderse muchos de los aspectos de
la revolución mexicana. ■,
México ocupa al Sur de la América septen­
trional la región media y templada, equidi»-

aparte con el título de Tres monografías, que abar­


can la hacienda, el desarrollo mercantil y laa comuni.
©aciones y obras públicas. Las condiciones de este
libro no me consienten detenerme en otros tratadiu
tas sociológicos, como Orosco, Legislación y jurispru­
dencia sobre terrenos baldíos; Remires, Noticia his­
tórica de Ih riqueza minera de México y de su estado
actual de explotación; Cardona, México y sus capita.
les; Cuevas, Documentos inéditos del siglo XVI para
la historia de México; Péres Verdia, Compendio de
la historia de México; Latorre, Constitución federal
anotada, etc. Son también muy dignos de consulta
loe Anales del Ministerio de Fomento de la república
mexicana, y sobre todo, loa muchos tomos publicados
por Jenaro García, y sus colaboradores sobre Docu.
mentos inéditos y sumamente raros para la historia
de México. Entre las publicaciones de publicistas no
mexicanos, o mis útil de que tengo noticias, es SI
México desconocido, de Lumbolts; Europa y Améri­
ca, de Leal; El México de Porfirio Díaz, de Julio
Sexto; Le Mexique au début du XX siicle, de pu­
blicistas franceses que no fueron al país; Decuerdos
de México, de Vérges, y Les EtatrUnis Mexicains,
de Bruyssdl. Otros aspectos del asunto pueden
verse en La lira de mi patria, de Peza, en El Parnaso
Mexicano y «o 1* Guía postal de la república mexi­
cana. ,
270 BDMDNDO GONZÁLXZ-BLANCO

tante de loe ardores ecuatoriales y de loe fríos


del Norte. Por su posición, y pon su forma, po­
see todos loe climas y todas la» producciones a
estos climas correspondientes, incluyéndose en
sus comarcas todo lo que está encerrado entre
el «¡Tranque de la Península californiana y la
desembocadura del río Bravo y la Península
de Yucatán inclusive. Al Oeste está limitado
por el Pacífico, intercalado el largo y estrecho
Golfo de California. Su dilatada, costa, que
¿tescribe una compleja curva y es la costa de
ocho Estados, se extiende sobre aquel Océano,
en que se trazan ya las grandes rutas marítimas
del porvenir. Al Este bañan su territorio las
aguas del Golfo de México y del mar de las
Antillas. Por «u extensión, (de 2.000.000 de
kilómetros cuadrados) equivale á 1/12 de la
América septentrional, y es mayor que toóos
loe países de Europa, exceptuando Rusia.
De la ciudad de Yuma al Golfo de Tehuan-
tepec y de la de Matamoros al territorio de
Quintana Roo, una serie de sierras altas y es­
carpadas, con los valles y cuencas que entre
sí encierran, dan a la región mexicana el as­
pecto de un país agreste, aunque no en la me­
dida que lo son loe clásicos ,paleéis agrestes de
Europa. Estas sierras representan las comar­
cas frías, corno las costas loe parajes templados
y secos. Hay además extensas comarcas, llenas
de ríos y bosques, que representan la zona cá­
lida y húmeda. . ■ .'
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 271

La población de México, aunque muy des­


igualmente repartidla, es la mayor d>e todas las
repúblicas de la América española; coanpónen-
la unos 15.000.000 de habitantes (mientras que
la adelantada República Argentina sólo cuenta
con algo más de 6.000.000 de habitantes en su
oeneo de 1909, que en el de 1895 era de poco
menos que 4.000.000), lo que da una densidad
media de 7’6 por kilómetro cuadrado, muy pe­
queña, corno observa juiciosamente Traveeí, «i
se considera que en algunos países de Europa y
Asia la densidad pasa de 100 habitantes, aun­
que grande á se compara con la densidad me-
día de la República Argentina, que tiene 2,3
habitantes por kilómetro cuadrado. Verdad es
que la República. Argentina sólo contaba, en
1810, con 500.000 habitantes. Hace un siglo,
Buenos Airee era un puerto mediocre de 45.000
habitantes. Hoy encierra esta ciudad, de in­
tensa vida moderna, 1.200.000 habitantes.
También la población ¿te México se encuentra
en algún modo concentrada en la capital, cuya
densidad es de más de 300 habitantes por ki­
lómetro cuadrado, y va disminuyendo a medi­
da que se aleja del centro, a tal grado que en
los Estados fronterizos del Norte y en la Pen­
ínsula yucateca, la población total es menos
que la de la ciudad de México.
Por esta pauta podrá valorarse el mérito de
la opinión d)e Lind, agente confidencial ¡cte’Wül-
son y encargado de una misión reservada en
272 . BDMÜNDO GONliÁLJSZ-BLANCO

México durante el interregno de la dictadura


huertista, en el extenso, concienzudo e intere­
sante informe (1) que dirigió a loe Estados

(1) El P. Monjas, en uno de los artículos que com.


ponen stt disertación sobre la Revolución de México
(en la Revista España y América, de 1 de Septiem­
bre de 1915), pretende desacreditar este informe, equi­
parándolo al mus parturiens de la fábula. Asimismo
pretende desacreditar a su autor, calificándolo de
«ferviente reformado con puntas y collares de gnós­
tico y un si es no es de agorero y cabalista». ¿Por
qué no añadió que Gutiérrez, el presidente provisio­
nal de 1914, había sido pastor protestante, y que
los gobernadores constitucionalistas de dos Estados
fueron ministros luteranos también ? Según el Padre
Monjas, «Lind propuso expulsar de México a todo el
clero extranjero, así regular como secular. En cuanto
al clero nativo mexicano, guardó el informante es.
tudiado y significativo silencio (él sabrá bien el por
qué de tan elocuente taciturnidad).» Sí que lo sabe,
por oierto, pues nadie en el país ignora que el «clero
nativo mexicano» es tan enemigo del clero extranjero
y de las Corporaciones religiosas como el Gobierno'
de la nación y los hombres del movimiento revolucio.
nario. Digo «el Gobierno de la nación», porque es pre­
ciso reconocer que en punto a anticlericalismo se
llevan poco allí dictadores y demócratas. Kelley lo
confiesa con harto dolor de su alma. Si Juáres des­
pojó a la Iglesia de sus propiedades, Porfirio Días
hizo su instrucción precaria por medio de las leyes
que bajo su administración rigieron la instrucción
pública. Si Madero, al subir al poder, promovió en
el país una campaña para reorganizar activamente
la masonería, Huerta publicó una ley de oposición a-
!a Iglesia con relación a sus bienes, y suprimió mu.
choe periódicos clericales, entre ellos La Nación, úni.
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓN DS MjfcjICO 273

Unidos y que publicó bajo el título de The Me­


xico» people. Sienta ese escritor que »aun cuan­
do el área de México ee menor que la cuarta
parte ded país yanqui, la variedad de su suelo,
temperatura, lluvias y consiguiente flora, es
mucho mayor que la de Norte-América. En el
Septentrión, siguiendo la línea divisoria, las
condiciones climatológicas son muy semejantes
en ambos lados (áridas en general. La mitad,
septentrional de México, exceptuando loe es­
trecho# valles en la costa del Golfo por el Este
y del Golfo de California por el Oeste, muestra
condiciones físioae análogas a las tan conoci­
da« en la parte occidental de Texas, Nuevo Mé­
jico y Arizona. Más al Sur, a medida que las
lluvias son abundantes, bajo la influencia de
los trópicos, ee extiende una vasta región que
comprende los valles de Guadalajaira y Méxioo,
la cual, a pesar de estar en los trópicos, disfru­
ta de un delicioso clima por la gran altura a
que se encuentra. Esta región encierra lae gran- -•
des ciudades históricas de la república, y sus
habitantes habían alcanzado el ¡mayor grado de
civilización a que podía llegar la raza india en
este continente antes de tener contacto con los
europeos. Al Mediodía de la ciudad de Méxi­
co se observa un rápido descenso hacia el Istmo.

camente porque el partido católico, cuyo órgano era


ese diario, te negó bu» votoa, y por la misma razón
deaterró al presidente de ese partido y persiguió a
su» miembros máa prominente». •'
18.—Tomo l
274 SDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

Costeando el Golfo, el valle alcanza una exten­


sión de cuarenta a sesenta millas de altura de
la ciudad1 de México, y se va ensanchando más
al Sur hasta comprender prácticamente el área
total de loe grandes Estados de Veracruz, Cam­
peche y Yucatán. Esta región, hasta Tampico,
es enteramente tropical. No se conocen las he­
ladas; la medida de lluvia varía entre cien y
doscientas pulgadas, y más en algunos lugares.
La tierra y la flora son probablemente tan ri­
cas y variadas como pueólen serio en cualquiera
otra parte semejante del globo. Se dan en abun­
dancia las palmas y ricas maderas de tinte. Esta
es la tierra de la dalia y de la infinita variedad
de flores, plantas y arbustos que adornan nues­
tros parques y jardines A lo largo de los arro­
yos, los árboles están casi cayéndose con el peso
de los frutos de hermosos colores y atractivas
formas. Mientras que la Meseta Central, de la
cual he hecho mención, produce algodón, tri­
go, maíz, frijol, cebada y loe frutos de la zona
templada, en los valles de la costa se da el arroz,
la caña, el henequén, coco, plátano y casi to-
das las frutas y productos de loe trópicos. Los
bajíos que comunican estas zonas están pobla­
dos de hermosos bosques abundantes en made­
ras de aplicación industrial, esparcidas entre
plantaicdiones de café y de varios productos se-
mitropicales.»
En la conferencia dada en inglés en los Es­
tados Unidos por el ex diputado mexicano Ca-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE 1ÍÚJIUO 275

brera, «ate sesudo publicista, que forma con loe


licenciado« Acuña, Zurbatrán, Fabela, Espino­
sa Mírele«, y eJ Ingeniero Pañi ei prestigio in­
telectual de la fracción revolucionaria, como
Carranza ee eu prestigio social, ha dicho que
México no tiene ningún problema de razas que
resolver. México, not real race problem. He
aquí una afirmación que en el fondo es verda­
dera, pero que requiere, para que confiadamen­
te la admitamos, ser probada con. práctico
probaciones y sometida a la piedra de toque del
análisis.
México tiene, como se dijo, una población
de cerca de 15.000.000 de habitantes, el 65 por
100 de los cuales es indio, el 25 por 100 de raza
mezclada o mestizos y el 10 por 100 deseen
dientes de europeos (1). Los primeros pueder

(1) Lind, en The mexican people, eleva al 16 o 20


por 100 loe mexicanos de descendencia española reda.
' tivamente pura, y al 40 por 100 los de criolla o mea- .
ti»., reduciendo al 40 por 100 restante los indios. En
cuanto al negro, Lind asevera que puede omitin»,
por no haber en realidad diferencia de clase por ra.
*6n de determinado color, ni preocupación alguna
por esa circunstancia (there ts «o clerarly defined color
Une and absolutely no color prejudies). Con relación
al tipo, aspecto físico y características mentales, as
atreve Lind * afirmar que la gran masa del pueblo
mexicano, excluyendo a unas cuantas tribus indias
del Occidente, es más homogénea que la de su país
(are more homogéneos» tharn our populación). Esto
le llama la atención, tanto mis cuanto que se trata
■ do un pueblo de sangre mezclada, en el que ss una i
276 EDMUNDO gonzálDz-blanco

dividirse en tres grupos etnogpográficó»: loa


esquimales con loe aleutes (en proporción mí­
nima), loe pieles rojas del Norte (en disminu­
ción sucesiva desdó hace tiempo), loe centro­
americanos y mexicanos genuinoe (aztecas, pi~
mas, mixtéeos, efc.) Este primer elemento, en
algún modo básico, ha tenido considerable im­
portancia en los destinos de la nación formada
por Hernán Cortés, j No en vano al llegar éste
a las playas de Nueva España los indígenas
creyeron que era Quetzatlcoatl, el divino Me­
sías que esperaban bajase del cielo a redimir,
les! Y ayer todavía, en el Congreso Panameri­
cano de México (22 de Octubre de 1901 a 31
de Enero de 1902), Obregón dijo en un famo­
so discurso: «Todos los pueblos de América,
incluyendo a loe Estados Unidos, deben elevar
un himno de gratitud a España, pues todos le
deben lo que son.»
A falta de mujeres europeas dieron a sus
soldados, los primeros conquistadores españo-

raresa encontrar un tipo preciso. No sabe decir Liad


si ello deriva de que la mésela original se debe * la
mesóla originaria de. padree de sangre española y
madree indias; pero el hecho ee indudable, y lo con­
sidera como el factor que más perspectivas ofrece para
el futuro desarrollo evolutivo y la prosperidad de la
nación. En cuanto a las consecuencias de ese hecho,
Lind coincide con la opinión de Cabrera, asegurando
que las diferencias, grandes coano existen, no san
peinológicae ni de raaa, sino dependientes de las re­
laciones sociales y comerciales.
CARRAXZA Y LA RBVOLUCTÓW PB MÉJICO 277

les, esposas indígenas. No obraran así los co­


lonizadores de NorteaAmérica, que eran un con.
junto de familias anglosajonas, inmigradas por
causas político-religiosas. Los yanqui« tuvieran
siempre mujeres europeas pur »ang. Si falta­
ban, enviábales prostitutas la ¡metrópoli en bu­
ques mercantes.
Nunca la necesidad de remontar ¿asta los
orígenes aparece con viveza tanta como al con­
templar esas dos colonizaciones de carácter tan
diverso, de aspecto tan sencillo y de significa­
do tan profundo. Esta simple línea divisoria
que en el mapa etnográfico separa al yanqui
del latino y al norteamericano del mexicano,
nos instruye más verídicamente acerca de la
historia de América que una biblioteca entera
de memorias o un museo de documentos. Sin
duda la mayor diferencia entre las coloniza­
ciones de una y otra parte del Nuevo Conti­
nente, mayor aún que la de leyes y sistemas,
es la de razas. Si el Norte se puebla solo de
®nr<»peos, colonízase el Sur de europeos y mes­
tizos. Impártanse luego a embaa América« es­
clavos negros de Africa, y mientras loe colonos
británicos se apartan y aislan de ellos, con
ellos entroncan loe criollos, produciendo así una
complicada y difusa mezcolanza) de razas y
estirpes. ■ i
¿Por qué incurrieron loe soldados españo­
les, en contráete con loe colonos británicos,
en tan extraños mestizajes? Bunge, en el li­
278 «DMUKDO QONZÁLBZ-BLANOO

bro que intitula Nuettra América, piensa que


par su carácter aiventuretro, por su sistema
d» codiciosa conquista y no de pacífica coloni­
zación, y en fin, por afinidades étnicas. Estas,
afinidades las explica por el origen afro-
europeo de ciertos iberos y la conquista car­
taginesa y la árabe; a más, su clima meridio­
nal (predisponía su temperamento a cruzarse
con gente tan cálida como lo eran las indias
y las negras... Por mi parte creo que puede
darse otra explicación, cual ee la que propor­
ciona la diversidad de sentido religioso en los
cdanizadores del Norte y del Sur.
Los colonizadores del Norte eran protestan­
tes. Ahora bien; el protestantismo, por muy
cristiano que entonces fuera en algunos aspec­
tos de la vida religiosa, era muy poco cris­
tiano en el orden social, Las grandes ideas
evangélicas de fraternidad y humanitarismo
no prevalecieron en él. En sus orígenes, y por
fatalidad ancestral, la reforma protestante se
presentó y se afirmó en Europa como un cris­
tianismo «nacionalista». Y en Norte-Améri-
ca el puritanismo de los colonizadores evitó
todo contacto sexual con indias y negras, ci­
tando al efecto versículos bíblicas en que se
prohibía a loe hebreos casarse con las hembras
de los filisteos y los amalecitas.
El catolicismo es el reverso de esta medalla.
Universal hasta por su mismo nombre, no sólo
ha separado sietmpre cuidadosamente los órde­
CARKANZA T LA RBVOLÜCIÓK DB MÉJICO 279

nes temporal y espiritual, sino que ha miradb


y tratado siempre a las nacionalidades como
simples agrupaciones políticas, donde pueden
coexistir y convivir loe hombree de las más
distintáis razas, con tal que perdure entre ellos
el poderoso lazo de unidad de creencias re­
ligiosas. De aquí que en la colonización por
católicos de Hiqpano^América hubiese, a la in*
versa de lo que ocurrió en Norte-América, con-
tacto y hasta amalgama de razas.
Por desgracia no todo fueron flores en esta
noble y cristiana unión de indígenas y co­
lonizadores. Las costumbres de loe últimos eran
en general muy inmorales. No.olvidemos que
México se pobló par soldadotes, aventureros
de las campañas de Flwndes e Italia, que se
amancebaban con indias. La primera conse­
cuencia de estos amancebamientos fué un
gran número de hijos ilegítimos, cuya morta­
lidad es mayar que la dle los legítimos, como
1» estadística demuestra; y esta observación
«s ya antigua, pues en las Noticia» secreta» de
América, por Jorge Juan y Antonio de Ulloa,
escritas en 1740, se lee: «Que la población,
por esta causa (frecuencia de nacimientos ile­
gítimos), no se aumenta a proporción de lo
que debiera, lo da a entender la experiencia,
y es el sentir de los más célebres naturalistas
que han especulado el asunto de la aumenta­
ción de los pueblos.» Y ya en el año 1533
el emperador Carlos V decía, en cédula de 3
280 ' KDMUSDQ GONZÁLEZ-BLANCO

de Octubre: «He sido informado que en toña


esa tierra ay (mucha oantidad de hijos de es­
pañoles que an avydo de yndiae, loe quales an­
dan perdidos entre los yndios e muchos dellos
por mal recaudo se mueren», etc., etc.
Cada uno de los tres grupos señalados pre­
senta diferentes características, y aun loe mes­
tizos no se puede decir que sean homogéneos,
desde el momento en que hay entre ellos tipos
de varias razas. En México existe gran can­
tidad de cuarterones, octerones, en fin, mula-
toides, a quienes los blancos, por antiguos odios
de raza, hondamente desprecian, y a tal pun­
to, que consideran denigrante comer y holgar
con ellos. Un habitante del país decía a un
viajero: «Dios ha hecho al hombre blanco y
Dios ha hecho al hombre negro; pero el de­
monio ha hecho al mestizo.» Esta injusticia ,
tiene antiguo abolengo, Conquistados los ab­
orígenes, pulverizado su imperio, los coloniza­
dores dieron principio a la magna tarea de
explotar las incalculables riquezas de Nueva
España. Y loe hidalgos, que habían heredado
de los latinos su ética: precristiana, que con­
sideraba el trabajo indigno del hombre libre, *
recurrieron a los indios, les batieron en sus
'últimas guaridas, y pusiéronles, cargados de
cadenas, a explotar las minas y cultivar la
tierra. No será ocioso, de los infinitos que a
la pluma 8e ofrecen, mencionar algunos jui­
cios de los modernos sociólogos sobre esa e«-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 281

alavitud. «Los indios vencidos y apr’.8'onados


en abierta rebelión (¿ice Bunge) se repartían
entre los jefes y s oldados vencedores, consti­
tuyéndose «n criados de su propiedad o yana-
coas. Pero si se sometían en paz y por capi­
tulación, el jefe español les forzaba a hacer
sus casas y formar pueblo fijo en el sitio que
' mejor le pareciese. Par» la justicia y policía
de ese pueblo nombrábase corregidor a un ca­
cique, y se formaba un Ayuntamiento con dos
alcaldes y regidores indios, disponiéndose iodo
como si fueran españolee. Con tales colonias,
trasplantándose de Europa un» institución
feudal, se constituyeron encomiendas, que se
■ entregaban a los jefes más beneméritos; los
indios se llamaban entonces mitayos, y que­
daban obligados todos los varones de diez y
ocho a cincuenta años a prestar anualmente,
como los siervos ¿é la gleba, dos meses de
servicios personales al patrón o encomendero..
Así, pacíficos o guerreros, entregados o venci­
dos, los indios eran siempre naturales servi­
dores del altivo godo.» Y la situación de los
mitayos no era, en realidad, mucho más feliz
que la de loe yamacoas; dueños de la fuerza y
soberanos ¿le los pobladores, no tardaron loe
encomenderos en transformarse, como sus ante­
cesores medioevales, en propietarios de la tie­
rra, y como tales, su codicia tiranizaba tre­
mendamente a los encomendados, extendiendo
y agravando |BÍn consideración sus trabajos
282 WDMtíKDO flOMlAinZ-BLAMCO ____ '________

ianoeoe. OvL&áro tan desolador sólo tiene una


grandiosa figura que crece con loe siglos: el
venerable Fray Bartolomé de las Casas, el
santo apóstol de la caridad evangélica, noble
y heroico defensor de los indios y su más exi­
mio protector, padre de lat americano/, como
le llama la antigua inscripción grabada en el
Colegio de San Gregario. ¡ Lástima que en su
época, y por vía de remedio, autorizase la «tra.
tas de nqgros I Porque si bien es cierto que esta
trata aumentó la general riqueza, legóse coi
ella par* lo futuro a América un mestizaje más.
En la actualidad, por fortuna, no hay con­
flictos de difícil solución entre los diferente»
elementos de la nación mexicana, porque los in.
dios se asimilan fácilmente a loe mestizos, y es
un hecho cierto que cuando los indios reciben
cierta educación o se unen con loe mestizos, in-
mediatamente se identifican can ellas. Gn indio
de pura sangre que ha recibido cierta educa­
ción la conserva siempre, y no muestra nunca
tendencias represivas; así es que podemos ase­
gurar, con el citado Cabrera, que los efectos de
¡a educación sobre los indios nativos de México
tienen un carácter permanente (the effect» of
éducation upon the nati/ve indiam of México
are of a permanent character). . / -
Los elementos mestizos de la población de
México representan la línea divisoria de las
razas, lo mismo que desde el punto de vista de
un suelo se dibuja una línea divisoria de lúa
CABBANXA Y LA BHVOLÜOIÓN DK MÉJICO 283

aguas. Soparan, dos mundos que, par las cir.


constancias que rodearon su nacimiento y des­
arrollo, 6e han mantenido psíquicamente hete­
rogéneos y aun en íntima posición. Mientras
que la población indígena decrece, multiplícase
la mestiza, que en tres siglo» se ha elevado en
México al quinto dle la población total, y de '
otra parte, loe mulatos se mezclan frecuente­
mente, por medio del matrimonio, con loa euro­
peo«, particularmente con loe españole» y fran­
ceses, y tan pronto como han recibido educa­
ción adecuada y adquirido algún bienestar eco.
nómico, pueden considerarse prácticamente al
mismo nivel que loe residentes del Viejo Mundo.
Hay también, a veces, en el mestizo degenera­
ción, par no amalgamar bien sus dos razas an­
cestrales; pero reforzado por la sangre del blan­
co, «e acomoda y amolda mejor a la civilización,
»e hace su sitio al sol, forma parte del nuevo
pueblo criollo. De ahí su importancia capital *
en las regiones tropicales de Hispano-América,
donóle {merced al clima, demasiada riguroso
para el normal desarrollo del europeo puro,
tiene tanto o más vigor que él, pues lejos de
aplastarle el medio le es propicio. Comentando
esto hecho, el mencionado Bunga piensa que
se calumnia a esas rasas extrañas cuando se Jas
llama rotunda y categóricamente < inferiores».
No debemos creer en otra inferioridad que la
, degeneración, y aunque muchos mestizos dege­
neran, éstos, entonces, lejos de perdurar, se di- ‘
284 . EDMUNDO gonzález-blanco ’

suelven. Quedan otros y bien valiosos. Su lla­


mada inferioridad relativamente a nuestra ci­
vilización no sería en ningún caso una deficien­
cia absoluta, puesto que esa deficiencia puede
salvarse desde dos puntos de vista: el uno la po.
sibilidad de que tales razas coadyuven alguna
vez a producir una cultura propia, coano la ja­
ponesa; el otro la d)e que puedan asimilarse y
adaptarse a la cultura europea. <
Mas aunque es verdad que semejante diver­
sidad de razas no constituye un problema so­
cial para México, la gran variedad de tipos de
civilización que se encuentra entre las mismas
origina gravee dificultades desde el punto de
vista del gobierno del país. Esto lo reconoce
Cabrera, añadiendo que el problema que cada
administración tiene que resolver en México, es
decir, el problema social en su más amplio sen­
tido, consiste en> encontrar una regla o fórmula
de Gobierno que sea adaptable a los distintos
elementos de la población, o encontrar las va­
rias fórmulas eoexistentes de Gobierno adap­
tables a cada uno de los diversas grupos de la
población. Es, en verdad', muy difícil encontrar
una fórmula de Gobierno adaptable a un tipo
de civilización del siglo xv (los indios), a un
tipo del siglo xvm (la mayor parte de las ra­
zas mezcladas), a un tipo del siglo xix (loe
mestizos ©ducados) y a un tipo del siglo xx
(extranjeros y mexicanos de alta cultura). Lo»
sistemas empleados basta ahora para gobernar
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 285

! - '
a estos grupee divetraoe han fracasado: el de
Porfirio Díaz, porque pretendió gobernar el país
con procedimientos del siglo xv; el de Made­
ro, parque trató de gobernar can un sistema del
siglo xix. El ideal de México esté en llegar a
saber gobernarse con un sistema del siglo xx,
y este ideal lo ¡representa hoy la personalidad
del general revolucionario Carranza, que si
para el observador superficial de la situación
de aquel país no ee más que el sucesor de Ma­
dero, para el constitucionalismo en acción es
el jefe capaz de asumir toda la responsabilidad
militar y política de su obra y conducirlo al.
triunfo. Loe mismos que confiesan que durante
el Gobierno de Porfirio Díaz México adelantó
grandemente en material civilización, incul­
pen ai dictador de su atraso moral. No sutpo o
no se preocupó dé inculcar la justicia, el des­
interés, el- verdadero patriotismo. Este inmensa
laguna es la que aspira a llenar ¡Carranza. '
El problema social este íntimamente nelacio.
nado con el problema político de las leyes de
México. El problema político de gobernar las
diferentes razas que habitan en México podrá
tener soluciones diferentes e igualmente ade­
cuadas; pero el problema social no admite más
solución que una: la educación nacional. Ca­
rranza se ha impuesto por misión precisamente
educar al pueblo, virilizarle, instruirle, des­
arrollar su patriotismo, reformar su moral. Lo
esencial en esta reforma es dar al indio una
286 «DMUNDO »ONZÁLM-BLAITCO

confianza en sí mismo, una conciencia de raza


que no .tiene, bien que en compensación de en
facilidad para asimilarse en lae razas mezcla­
das y en la raza blanca, ee fundamento bastan­
te para creer que ei problema pueda ser resuel-
. to fácilmente por medio de una política educa-
' tiva, dirigida y aplicada con tino.
Hay varios medios de educación ¿bel indio:
la educación militar, la educación, profesional,
la extensión de la lengua española. Puede ase­
gurarse con certeza que dentro de cincuenta
años, ai la educación dé loe indios se prosigue
¿n interrupción, todos los dialectos locales ha-
, brán desaparecido y toda la población india
habrá sido asimilada por las razas mezcladas,
ya que el lazo lingüístico es el más necesario
para aproximar las razas, que nada pueden
tener de común sin comprenderse por ei idioma.
El empeño de Carranza en dar a la Constitu­
ción este carácter práctico, nacional y unifica-
dor (1), su deseo de fomentar la moral por me.

(1) Un» de la* medida* tomada* por Carranza, y


que fuá objeto de uno de loe cargo* de Villa, consis­
tió, al decir del último, en haber decretado reforma*
constitucionales «de la exclusiva competencia de la*
Cámaras», oamo la supresión del territorio de Quin­
tana Roo. Decretó, en efecto, la incorporación del
territorio de Quintana Roo al Estado de Yucatán,
como una medida política y militar par* el oaso de
que ai el Estado hubiera secundado la causa constí-
tucionalista, dar mayor fuerza al movimiento revo.
lucionario; ooaa que no sucedería sustraído Quintan*
CARRANZA Y LA BBVOLUCIÓN DB MAjIOO 287

dio de una nevieixSn de las leyes, y, sobre todo,


su fervor apostólico por la función educativa,
sugestionando a su pueblo con el vivo interés
por hacerse mejor, son notas y caracteres que
hacen de él, no solamente el hambre represen­
tativo de la revolución, sino que también el
iniciador de los futuros movimientos de la cul.
tura mexicana.

§ 2 EL PBOBLEMA DE LA EDUCACIÓN

i DE LOS INDÍGENAS

Al juzgar la revolución d» México no hay


que olvidar nunoa que esta nación, aparente*
mente moderna, tiene un pueblo semisalvajs,
dominado par runa clase día alma medioeval.
Mas no por ello debe recurrirse al socorrido
tema de que el indio es incivilizable. Ya hemos
visto que esta afirmación no tiene base alguna
antropológica ni práctica. Todas las observa­
ciones que antes hice, así etnográficas como
fisiológica«, geológicas y geográficas, nos indi­
can que de las tres grupos principales de que
se compone la población die México: indígenas,

Roo, por no tener como territorio 1* importancia ne­


cesaria y en el concepto de que uta determinación
suya, como todas las similares que tomó durante su
gestión administrativa, eran de carácter provisional
y quedaban sujetas a la aprobación o reprobación do
las Cámaras cuando so restableciese «4 ondea oonrti-
tucianal.
288 , EDMUNDO GONZÁLXZ-BLANCO ,

criollos-blancos y mestizos, los indígenas, que


en la actualidad forman la tercera parte d» 1*
población total, desempeñan un factor impor­
tante en el trabajo nacional (por cuanto son lo*
que se dedican a la ruda tarea de los campos
y las minas), y ai tienden a desaparecer «b prin.
cipel y precisamente par bu paulatina incorpo­
ración a la raza mezclada. Los erioiloe-blancos,
aunque en pequeño número, ejercen una nota­
ble influencia en la marcha del país, pues la
mayoría tiene en sus manos los grandes nego­
cios mineros e industriales. Loa mestizos, en
fin, representan la» fuerza» vivas del país (cien­
cias, artes, industria y comercio), constituyen
más de la mitad de Ja población y son los que
caracterizan el pueblo mexicano, como observa
Traveeí.
Para descargar su conciencia suelen loa inte,
lectuades, los terratenientes y loe extraños al
país que medraran a la sombra del porfiriamo,
acudir al sofisma de la degeneración de la raza
indígena y del elemento mixto. ¿Fundamen­
tos etnológicos, sociológicos, psicológicos de tan
pesimista criterio? Ninguno; pero todos con­
vienen en declarar a indios y mestizos elemen­
tos inferiores, rebeldes y aun perjudiciales a la
civilización. Ahora bien; yo pregunto: ¿por
ventura no es un hecho histórico que era la con.
quista española las raízas conquistadas fueron
asimiladas en la posible (proporción a la raza
conquistadoraP Para demostrar las condiciones
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 289

intelectuales y viriles de algunas personalida­


des indias modernas bastan los nombres de Juá.
rez, Ramírez, Altaminano.
Punto es éste en que se hallan de conformi­
dad cuantos han estudiado el asunto. Baños
Vela, en El Correo de Sotavento, decano de la
Prensa mexicana., combate á Iob que, siguiendo
a Tablada, declaran que los indica no tienen
remedio y no son sino unos borrachas, idiotas,
hediondos y piojosos, y aprueba a Cráter, autor
del opúsculo Piedad para el indio, observando
que «de esa raza hermana han salido hombres
gloriosos: Juárez, Altamirano, Ramírez, etc.»
Litad consigna que la «opinión general de loe
que tienen a su cargo escuelas americanas ubi­
cadas en diversas partes del país, es que loe me­
xicanos, loe indios del Sur inclusive, son estu­
diantes aptos y capaces de alcanzar un progre­
so intelectual aun en la edad madura. Muchos
de loe hombres notables de la historia de Mé­
xico eran de sangre india, pura ó mestiza. No
parece que haya, pues, ningún obstáculo para la
educación o el adelanto». Otro norteamericano,
Kelley, habla con la franqueza siguiente: «Sea­
mos justos. España preservó lo que nosotros des­
truimos. A pesar de la constante disminución de
nuestra población indígena y de los solícitos cui­
dados del Gobierno, que tiene escuelas y colé,
gios abiertos para las que deseen entrar en dios,
¿quién, entre nuestras indias, ha llegado a ma­
nifestar el genio gubernativo y militar de un
1». -Toma L
290 EDMUNDO SONZÁLEZ-BLANCO __

Porfirio Día«, el valor inteligente de un Mejía,


la habilidad quirúrgica de un Urrutia, el talen,
to filoeófico de un. iMunguía, la ciencia de un Ca­
rrillo-AncaDía, da qducaíción teológica de un
Alaroón, la fibra poética de un Altamirano, e!
vuelo político de un Vera-Estaño!, la brillante
carrera periodística de un Sánchez Santos, los
talentos artísticos de un Pandare? Y bien; to­
dos estos son indios de pura sangre mexicana. >
Aun señalando y acentuando la inferioridad de
indios y mestizos, Bunge piensa que esa defi­
ciencia, relativa a la civilización europea, pero
no definitiva ni absoluta, podrá salvarse, ya sea
porque las gentes de América se asimilen aque­
lla civilización, ya porque produzcan una civili­
zación propia, según el ejemplo de loe japone­
ses. Dice Amado en el mismo sentido: <0 las
dbaarvaK/ones nuestras sobre esa* propugnada
inferioridad nos iluden, o creernos que la con­
formación interna del indio nos rechaza, sino
que antes bien se incorpora rápidamente cuan­
to se le quiere imponer en orden al progreso ma­
terial. ¿Pues qué es el indiol mexicano sino el
japonés de América? ¿Lo habéis entendido? El
japonés de América. J Oh, «i se le hubiese edu­
cado en los treinta años de modorra parfiriana!
Pero ¿pare qué se le había de educar? ¿Es
que educados se les hubiese hecho* víctimas de
tanta« expoliaciones? '¿Es que educados po­
drían seguir siendo esclavos enajenados, «uno
en Yucatán lo soni todavía?! Jenaro García
CARRANZA V LA REVOLUCIÓN M ICÍUIOO 201

cierra también, su pesimista obra sobre el


Carácter jáe la conquista española en Amé»
rica con este párrafo canaoladar: «Empero
esa raza infortunada, rescatada ya de la ser­
vidumbre y colocada de nuevo en medio pro­
picio, volveré a manifestarse próspera y pu­
jante luego que empiece a sentir la mágica in­
fluencia de una eficaz educación física, intelec­
tual y moral; facultades que, aunque profunda­
mente adormecidas, no han podido morir, y «un­
tas bien, son susceptibles de alcanzar pronto y
vigoroso desarrollo. México debe sus más pre
ciadas instituciones, laB que dieron origen y aer
& su actual progreso, a un miembro de esa raza,
el imperecedero Juárez, que con mentalidad su­
perior y energía nunca quebrantada extirpó de
nuestro sudo el obscurantismo pernicioso, hon­
damente arraigado a la sombra secular de la
dominación española.» -y
Dos años antes de la revolución de 1910, y
con motivo de aproximarse la fecha del cente­
nario de la independencia de México, un perio­
dista norteamericano, CreeJman, entrevistó a
Porfirio Díaz en su castillo de Chapultepec, to­
mándole alguna declaración respecto al porvenir
de su país, por existir también la circunstancia
de estar por aquel entonces próximas las elec­
ciones presidenciales. Porfirio Díaz aseguró bajo
su firma que él pueblo mexicano «estaba ya apto
para la democracia» y que vería can gusto que
surgiesen «candidaturas serias para la presiden..
292 bdmundo gonzAlbz-blanoo

cia». Asombra la imprudencia sarcástica de este


hombre, causante principad de que la raza in­
dígena dle México ¡no sólo perdiera una a una las
infinitas cualidades que con cobrados bríos lució
gloriosamente en «us días de libertad, sino que
cayese en postración con inconcebible rapidez y
al fin llegara al lastimoso estado en que toda­
vía la mitramos al amanecer el siglo xx. ¿ Cómo
había de estar apta para elegir a sus mandata­
rios una raza a la que Porfirio Díaz jamás dió
instrucción democrática, antes la puso bajo la
tutela de los-ministras de una religión incom­
patible con la ciencia, fuente de la ignorancia y
pereza? A la inversa de la Argentina, México
es acaso el pueblo más indígena de América, y
allí precisamente el despotismo de Porfirio Díaz
ha sido el más pacífico y el más dilatado. ¡ Y
no falta quien lo haya bendecido!
Descubierto y poseído el Nuevo Mundo por
España,, se cerraron sus puerta« a la invasión
del comercio universal y empezó la era inicua
de explotación que San Martín, Bolívar, Moro­
los y otros destruyeron can la espada. La pura
raza indígena vive todavía, corno entonces, re­
legada en varias y aisladas porciones del país,
refractaria al comercio franco con loa demás mo-
radbree y fuera de Job linderos de la civilización,
entre la cual y ella existe aún la muralla formi-
daibe del temor, la malicia y el instinto del sal­
vaje, amante siempre de su villorrio, de su selva
y dle bu libertad. De aquí el gran peligro de sus-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÍUIOO 293

citar revoluciones y aun los meros sentimientos


de rebeldía entre la enorme mayoría indígena,
que sufre, que es esclava, que aspira a ser can-
movida e iluminada, pero que está embrutecida
y es feroz. Sin embargó, del indio puro, tal
oomo existe en el Sur americano, del indio que
vive oculto en sus bosques y que tiende hoy a
desaparecer, avergonzado, corrido, ofuscado,
aniquilado por la civilización, de la que no co­
noce más que los venenos (la miseria, Ja guerra,
la cárcel, el alcohol y el tabaco), dte este indio
típico al indio mexicano actual, va un mundo
de diferencia. Ai indio mexicano actual sólo
pueden equipararlo al indio típico los no indi-
gemas que se han. acostumbrado a ver en él uh
ser inferior, a humillarlo, a regatearle y escati­
marle hasta el lúltimo centavo de su trabajo,
ahondando así la separación. Pero los mexica­
nos de altura e imparcial y patriótico talento
están contestes en afirmar que las causas de la
inferioridad del indio son la ignorancia, la su­
perstición y la miseria, y que aun éstas no son
causas determinantes, sino ocasionales.' Peor
quizá que este elemento es el mestizaje, del que
deriva la inarmonía en los individuos y la dis­
cordia entre castas; ■
Al examen y solución de El problema indíge­
na de México ha consagrado Esteva una razo­
nada Memoria, que publicó en La República de
1 de Abril de 1902. El sociólogo mexicano en­
tiende que tal problema estriba en encontrar la
294 KDMUMDO GONZÁLBZ-BLANCO

norma de conducta que debe observares política


y eocialmente, para establecer relaciones mora­
les entre las clases llamadas de indios y el resto
de la población de la república, a fin de que to­
das las unidades sociales dé ésta constituyan
una nacionalidad cuyo grado de coalescencia sea
lo más intenso que se pueda, y como y» dtesde
ahora tiende a formarse entre las demás clases
no indígenas. No tengo para qué insistir en los
antecedentes de la conquista. El conquistador
era un soldado ignorante y rudo, ávido de enri­
quecerse, que contaba con las difíciles comuni­
caciones para quedar impune de lo que hiciera.
Según dicen las leyes indias, el fraile mismo ex­
plotaba al indio. Pero mientras el primero acu­
día a la fuerza, el fraile defendió al indio, y si
lo explotó, no sintió éste tanto el sacrificio, por­
que era quien mejor le trataba y era quien más
' 1c quería. De aquí resultó una separación com.
' pleta entre el conquistador y el conquistado. El
indio, desde entonces, temió al hombre blanco
y él habitante de la ciudad. Hoy que aquél y
éste no son ya el conquistador, como son siem­
pre blancos y siempre habitantes de la ciudad,
«1 indio no puede distinguir y sigue temiéndolos.
Así, el indio tendía al gregarismo en la época
antigua, y la conquista, no evitó la tendencia,
sino que más bien la acentuó, estableciendo una
separación mora! completa entre «1 indio y el
resto de la población. < Durante e4 momento de
la Independencia (dice Esteva) el indio se unió
________ CARRANZA r ía. REVOLUCIÓN D> mAjioo 295

al blanco. Poro lo hizo porque le guió un cura y


porque creyó que combatir contra el Gobierno
era combatir contra el conquistador, no porque
creyese que iba a formar una patria. Después dé
ese momento, el indio sufrió en manos del crio­
llo más que en manos del conquistador. Nuestras
guerras civiles hicieron de él una carne de cañón
que fué utilizada por todos loe partidos y que al.
ganas veces sirvió para atacar la integridad na­
cional.»
De aquí resultó necesariamente que oamo el
indio no pudo tener iniciativa propia, sino que
fué movido por todos ios oon/tendientes, por una
parte tendió más que nunca al gregarismo y á
la resignación, y por otra se separó más que
nunca dé la población no indígena o urbana que
iba a talar sus campos y a diezmar sus vidas.
La conquista vino en México a sustituir con
una sociedad nueva a la raza vencida, denigran,
do a ésta y relegándola a una situación de prole­
tariado muy cercana de la esclavitud. Jorge
Juan y Antonio de Ulloa describen esa situación
en varias páginas de las Noticia» secreta» de
América, donde se lee: «Los indios son allí unos
verdaderos esclavos, y serían dichosos «i no tu.
vieran más dé un amo a quien contribuir lo que
ganan con el sudor de gu trabajo; pero son tan­
tos, que al paso que les importa cumplir con
todos, no son dueños de lo más mínimo que han
adquiridlo con tanto afán.» Ha sido necesario
que México llegase a la madurez del peneamien.
296 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLÁNCO

to político, para que las razas indígenas, sumer­


gidas «n loe abismos del despotismo, ignorantes
de sus derechos, supersticiosas, avezadas a las
violencias de la conquista, sin resorte en la con­
ciencia y sin amor al trabajo, comenzasen a des­
pertar de su profundo letargo de tres centurias.
Pero aun ahora, dar libertad al indio, sin ro­
dearle dle una tutela benefactora, equivaldría a
condenarle a la servidumbre bajo la autoridad
del cura o del cacique. Esta tutela no puede ser
otra que un régimen de colectivismo agrario,
que dé gran libertad a lee comunidades indíge­
nas. Hay que leer la sabia información de Polo
de Ondegardo para comprender toda la utilidad
de este establecimiento del antiguo colectivismo
’ agrario entre los indios. Hablando de esto, dice
García Calderón que conviene volver a esa legis­
lación prudente y dar así al indio el espíritu
. comunal, la conciencia de su grupo, lo que es
ya una. fuerza para una raza cuya personalidad
se disolvió en la lucha entre tedas las autorida­
des políticas, religiosas y sociales, lucha de la
que ha salido despojada, a pesar de sus quejas
' perpetuas. .
Hay que reconocer que los conquistadores
arrasaran los más de los vestigios históricos que
hallaron • su paso, dejando a le Humanidad
casi en tinieblas respecto a pueblos tan intere­
santes como los que crearon loe esplendores de
México. La flora, los minerales, todos los tesoros
de la nueva Naturaleza, si alguna vez se estu-
CA88ANZA Y LA REVOLUOIÓ» M MÉJICO 297

( diasron filé en piweoho de bárbaras industrias,


y así todo 2o demás. Es, pues, muy lógico que
Be trate actualmente de educar e instruir al in­
dio a toda costa. Algunos piensan que ello no es
absolutamente necesario y que con sólo darle
trabajo estará resuelta la cuestión, porque en­
tonces, luego que el indio esté vestido y mejor
alimentado, mandará a su hijo a la escuela. Re­
firiéndose a este asunto y refutando la solución
dice el publicista mexicano Prieto que «en se­
mejante manera de plantear el problema se le
juzga en su solo aspecto económico, olvidando
que es una cuestión de carácter complejo que
no debe sujetarse a un criterio estrecho en el que
no se consideren sus otros aspectos. Esperar a
que las circunstancias por sí solas evolucionen y
den el aumento de salarios que se desea sería
perder un tiempo precioso que, por ed contrario,
debe aprovecharse en poner en juego otros fac­
tores íntimamente ligados a la cuestión, entre
los cuales figuran en primer término la instruc­
ción pública y la apertura de caminos entre las
oongregacionee o aldeas indígenas y la capital
del Estado en que se encuentren.»
Otra de las fases que presenta el problema so­
cial a que Prieto se refiere as la idie que el pue­
blo indígena habitante de las montañas no ee el
pueblo asalariado que trabaja en las haciendas
. de agricultores <o en las fábricas de otra cual­
quiera industria, sino que por lo general es in­
dependiente del amo de las fincas agrícolas o
298 jsdmundo gonzAlbz-blanoo

de otras empresas. No se olvide, pues, que el in-


■ dígena de que esta vez se trata es por lo común
dueño de tierras y trabaja en labores propias,
conformándose con lo poco o mucho que de ellas
tiene, y que si se espera para educarlo e instruir­
le a que consiga, no aumento de salario, puesto
que no es asalariado, sino una mejora en los
productos de su labor ordinaria, le dejaremos
abandonadlo de ¡hecho y expuesto a que se pro*
longue su lamentable situación actual de modo
i definido.
Loe indios, esclavos ha más de tros siglos en
bu propio país, y más miserables aún que los ne­
gros, perseguidos, despojados de sus bienes, ase­
sinados por abra dé la dictadúra interior y del
capitalismo foráneo, preguntan a sus opresores
cuánto tiempo han de estar fuera de la ley de
las naciones muchedumbres numerosísimas, 8
quienes no puede dárseles en rostro otro crimen
que su adhesión inviolable a la Constitución de
México. Este noble pueblo, indignado de s«3
cadenas, y pudriendo haberlas roto antes de aho­
ra, vino dando ejemplo de una moderación tan
digna de admirar por lo cívica como hoy lo son
su constancia y firmeza en redamar, con las ar­
mas en Ja mano, pero por los trámites legal#’
una justicia demasiado tardía para el honor d®
los Gobietrnoo mexicanos.
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DH MÉJICO 299

§ 3. LOS EFECTOS 80CIALES DE LA C0NQUI8TA


ESPAÑOLA

Sobro el carácter de la conquista española en


América han escrito cronistas y poetas; éstos,
por extraño que parezca a primera vibta, con
mayor exactitud y aun sequedad que aquéllos.
De ejemplo sirve La Araucana, de Encilla, más
crónica que poema, y cuyo autor era incapaz de
comprender y sentir la naturaleza americana
por mirarla con ojos europeos. Versificador fá­
cil y prosaico, desluce las bellezas poéticas de
loa episodios, llegando a dedicar un canto ente­
ro a la descripción del globo con todo el horri­
ble tecnicismo de la geografía. Las minuciosas
descripciones que hace Homero de las armas de
‘ griegos y troyanos son cosa muy diferente de los
inventarios de maestranza que nos endilga Er-
cilla. El descubrimiento de América trajo una
multitud incalculable de factores nuevos a la
vida universal; pero en España de nada sirvió
como resorte literario. Con razón opina Heredia,
autor de La sensibilidad en la poesía castellana,
abundando en mi opinión, que los cronistas es­
pañoles del descubrimiento y la conquista han
tenido más sensibilidad que los poetas y han lo­
grado pintar con más calor las maravilla« que
narraban. Ya el saibio Humboldt, en su Cosmos,
había señalado la palidez descriptiva de los poe­
ta« españolee que tomaron el Nuevo Mundo por
300 " EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO '

objeto de sus cantos. Vedia, en sus Historiado­


res primitivos de Indias, se fija también, en ello,
y dice que «ai paso que los historiadores descu­
bren alguna-vez la impresión que en ellos cau­
saba aquella naturaleza nueva, gigantesca, su­
blime, apenas se encuentra en ninguno de nues­
tros poetas el menor vislumbre de este senti­
miento eminentemente poético. La Araucana,
de Ercálla; El Cortés valeroso, La Mexicana, de
Laaso de Ja Vega; El Arauco domado, díel padre
Oña; las Elegios de varanes ilustres, de Caste­
llano; La Argentina, de Barco Centenera, y otra
porción de escritos métricos malamente llama­
dos poemas, nada dicen de los efectos que en la
imaginación de sus autores debió causar si es­
pectáculo de un nuevo continente con una vege­
tación del todo desconocida. Sus volcanes y sus
cordilleras cubiertas de eternas nieves ninguna
inspiración comunicaron a loe hombree que, de­
dicados al cultivo de les musas, parece que de­
bían mirar con predilección y cariño las belle­
zas que narraban, y así es que los mencionados
poemas son simplemente relaciones rimadas de
los hechos que ocurrían».
El primero de los autores citados entiende
que los tales poetas no estaban en aptitud de
producir emociones de esa índole, por no poder
eludir Jas condiciones de la raza, rebelde a la lev
natural del sentimiento, y sólo por excepción,
como observamos en Garcilaso, lograban elimi­
nar de su obra literaria el sedimento pertinaz
. __ ' CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 301

que agentes seculares depositaran en eü espíritu


español. No era fácil, en verdad, porque la ma.
teria de los poemas y ios lugares en que se des*
arrollaba agravaban la tendencia histórica y la
enardecían ■notablemente en empresas trágicas
que han pasado a la posteridad como los mayo­
res atropello® que el mundo ha presenciado. La
terrible labor dé la conquista arrancaba de cua­
jo cualquiera inclinación humanitaria, el más
leve movimiento de benevolencia y de ternura.
Hay que tener en cuenta que el personal que,
ansioso de botín y ávido de pillaje, se dirigió a
aquellos países que el rey de las España» les ha.
bía señalado como nueva tierra de promisión en
pago dé bus proezas, componíanlo veteranos
aguerridos en loe combates de Flandes, según*
dones sin fortuna, bastardo» no reconocidos, ase­
sinos salvados de la horca por algún personaje,
bandéleros acogidos a indúlte, tránsfugas de las
aula», rufianee de oficio, tahuree de profesión,
espadachines a sueldo, aventureros dé mil espe­
cies, en fin, toda la canalla de Madrid, Toledo
y Sevilla. Si, pues, los conquistadores eran hom­
bres de un valor a toda prueba, eran también
tornadizos, indisciplinados, fanáticos y codicio,
sos. No obedecían a otros impulsos que a los de
«u avaricia, su lujuria y su crueldad, sin que
en ellos influyesen para nada los dictados de su
conciencia. Loe indígenas de México no se les
1 representaban como aeree humanos, y sólo así
se comprende que su libertad, «rus propiedades,
302 KDMUNDO QONZÁhKZ-BLANOO ___

su existencia valiesen tanto para quienes sólo


buscaban el provecho propio como el insecto
que aplastaiban sin escrúpulos.
No terminaría ai me propusiese entrar en el
vastísimo departamento de noticias e infotranea
que nos han dado los historiadores de la con­
quista acerca de los hechos que formaron su te­
jido y que se presentaron como consecuencias
obligadas del empeño. La aventura fué muy ae.
ria y los riesgos muy cercanos para andarse con
remilgos. Estos últimos no se corrían gratuita­
mente, y al poner su planta en Nueva España
ya sabían loa compañeros de Hernán Cortés que
la espada era el único asidero de la vida y la
única llave que podía abrir de par en par las
puertas del tesoro mexicano. Las matanzas ho­
rrorosas, la infame opresión y servidumbre, loe
desmanee cometidos can loe indios, el suplicio
de sus reyes y caciques, el despojo de sus bienes,
la desolación de sus tierras, son hechos incon­
testables que hoy aceptan todos como verdades
evidentes: lo que se discute es la medida de le
causa o la necesidad que dió origen a tales des­
afueros. El ya aludido Hevedia ha demostrado
muy bien que si hubo (tno razón, porque nunca
la tiene el invasor dé un país que no ha ofendi­
do a aquel que lo atropella) algún pretexto más
o menos aceptable para encadenar y castigar a
algunos jefes indígenas por haber combatido al
que sin razón Ies oprimía, no la hubo para ase.
sínar a otros y pana realizar, en mayor escala
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÍTICO 303

aun, innumerables fechorías cuyos relatos ho­


rripilan y avergüenzan, ¿Ni cómo hubiera podi­
do ser de otro modo ? ¿ Cómo loe conquistadores
iban a amar al indio, cuando ellos miamos em­
pezaban por odiarse P Entre soldado y soldado
sólo existía el lazo de solidaridad momentánea
que impone el instinto de conservación ante el
peligro. La buena fe lea era extraña. Apenas fué
nombrado Hernán Cortés general de la Armada
que ee dirigía a las costas del imperio de Moc­
tezuma, empezó a madurar planee para emanci­
parse de la tutela de Velázquez. Loe partida­
rios de éste intentaron asesinarle en Veracruz.
Narváez, en al momento más crítico de la obra,
lo atacó por retaguardia.. El odio y la envidia
fomentaban las venganzas, y en cierto caso so­
lemne la misma, comunión a media hostia no
evitó que se engañasen unos caudillos a otros.
' Era imposible que los que olvidaban loe dere­
chos del soberano, los intereses de la patria, los
vínculos del idioma, la cuna y la bandera diesen
un curso de filantropía, respetando loe fueros
naturales de la raza mexicana.
Lo que los aventureros españolee hicieron
en América casi no se puede describir: baste
saber que en las islas como Cuba y Puerto
Rico no quedó un solo individuo con vida, y
que las razas indias de todo el nuevo conti.
aente tuvieron que refugiarse tierra adentro,
«n las espesuras de los bosques vírgenes o en
las altas cordilleras, par» escapar ai extermi-
304 »DMÜNDO GONZALEZ-BLANCO _■ ’

nio. Loe indios se vendían como animales, y .


a tan durae faenas les sometieron su» dueños,
que se morían a cientos y miliares. Si Be esca­
paban, caoábaseles como a bestias útiles, con
enormes mastines amaestrados al efecto. Es.
tas fieras, desconocidas de los infelices indios,
olfateaban admirablemente a los ocultos y a
los prófugos, seguíanles el rastro, y cuando
los encontraban, saltábanles a la garganta, de­
rribábanlos, y l¡e|s traían luego arrastrando
tomados de las muñecas con los dientes.. Bun*
ge escribe a este propósito: «Si el indio se re­
sistí», le devoraban vivo; y cebados en carne
humana, esos canes se convertían, para los
perseguidos, en fabulosas hidras de siete ca­
bezas y centenares de colmillos sangrientos y
babosos.» Por la sed de oro se hacía todo esto.
Las minas del codiciado metal fueron el cebo
que atrajo ai México a todos los hambrientos
de la Península para enriquecerse, apoyados
por el Gobierno de* Su Majestad Católica, »
fin de que enviaran galeones llenos de lingotes
para la monarquía y para la Iglesia. España
vivió durante dos siglos del robo y el exter­
minio ejercido en ambos continentes por su«
virreyes, único medio con que podían subve­
nir a sus necesidades inmensas el trono y d
altar.
EL instinto de violencia revelado en la con­
quista ¿le América pon los españoles no *
aplicó solamente a los indios, como yaiudJ-
CARRANZA V LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 305

qué. «La conquista de América (ha dicho He­


redia) sorprende tanto por la audacia de los
que la emprendieron, como por la ferocidad que
demostraron, primero al destruir a loe con­
quistados y luego al devorarse ellos mismos.
Los conquistadores transmitieron a tus des­
cendientes ese virus funesto, que «e va corri­
giendo con desesperante lentitud. Al morir él
dragón, sus dientes, como en el episodio mito­
lógico, fueron la semilla de las innumerables
revoluciones que han asolado la tierra ameri­
cana desde México a Patagonia.» Hatuey,
Caonabo, Atahualpa, Xicotecal, Cuanthemoc,
no fueron las únicas víctima« del drama; fue­
ron también víctimas Vasco Núñez, de Pedre­
rías; Olid, de González de Avila; Almagro,
de Pizarro; Pizarro, de Almagro el Joven;
Almagro el Joven, de Vaca de Castro; Nú-
hez de Vela, de Gonzalo Pizarro; Gonzalo Pi­
zarro, de Gasea, y así tantos y tantos, que
pasaron rápidamente del crimen al castigo.
Primero la pugna con el indio, después la
pugna por el botín.
Condolido por tantas maldades, Fray Bar­
tolomé de las Casas conmovió a su ves, con la’
elocuencia de las lágrimas» los pechos inqui­
sidores de Carlos V y sus palaciegos. Catorce
veces pasó el Océano para ir a implorar el
favor de loe reyes españolee en pro de los in­
dios, y tal hecho, por sí solo, nos pone de
manifiesto que el tratamiento a que los con­
so.—Tonel,
306 SBlfUNDO GONZlUZ-BLAXCO

quietadores sometían al indio era cruel, inhu­


mano, tiránico y avasallador, porque de no
ser así, aquel virtuoso varón no habría tenido
necesidad de afanarse tanto para ir a solici­
tar alguna caridad y protección en favor de
la raza conquistada. Y sin embargo, por una
extraña inconsecuencia, hubo de transigir con
la < trata» de negree, y aun de sacrificar lai es­
clavitud de éstos al mejoramiento de condi­
ción de sus amado« indios. En este punto su
inteligencia, menos amplia que su corazón,
no se elevó por encima de las preocupaciones
de la época. Léanse loe escritores más graves
de aquellos tiemipoB, y se notará la inmensa
diferencia que va de nuestras ideas a las su­
yas, se observará que nuestras admoniciones
contra la esclavitud hubieran sido para ellos
incompremsiblee. En el siglo xvi, los pontí­
fices y loe más cristianos varones aceptaban
eso iniquidad. ¿Qué más? Las Casas, que tan­
to declamó contra la opresión' dé los indios,
¿piensan quizá algunos cómo opinaba y aun
procedía con respecto a los negros? No sólo
creía que la nueva venta de carne humana,
por violenta que fuera, resultaría menos cruel,
y sobre todo por la mayor resistencia de los
negros, más eficaz que la caza de indios, sino
que tuvo a' su servicio esclavos. j Cuán funesta
idea la del buent religioso, cuya extraviada
caridad intentó borrar un crimen con otro
crimen no memos reprobable!
CARRANZA Y LA HBVOLUCIÓN DB MÉJICO 307

A pesar de lo dicho, debe afirmarse, en ho­


nor de la conquista eepañola, que no se pare­
ció a la conquista inglesa, la cual destruyó
por completo las rasas indígenas, Ochándolas
de las comarcas, dejándolas morir de ham.
bre y estrechándolas por la invasión del blan­
co cruefl. En cambio, la conquista española
no exterminó las poblaciones indias, que su­
frieron, ea vendad, la suerte de los pueblos
vencidos; por el contrario, la legislación co­
lonial lea fuá benévola y tendió a conservarlos
y civilizarlas. La ¡mayoría de la población de
México es de indios más ó menos cultos, aun
cuando haya todavía algunos indómitos que
resisten al predominio de los blancos y que vi­
ven como salvajes y nómadas. Pero si continúa
la creación de escuelas y la mejora de la con.
dición económica de los indios por la salu.
ción de los tres problemas de la irrigación, la
combustión y los fletes, brillará esplendorosa­
mente el nuevo y luminoso derrotero que la
conquista señaló, y que, de seguirlo persisten­
temente, puede conducir a la raza entera a un
estado de bienandanza incalculable ahora.
Nilo, desbordado por la Providencie, no por
la mano del hambre, fuá la conquista de Her­
nán Cortés, según el sentir de loe mismos in­
telectuales mexicanos. La inundación fuá te­
rrible; pero ¿cómo no ver en loe conquistado,
res agentes o instrumentos de que se valió el
Destino para realizar una de las más grandes
308 HDMUJSDO SONZÁLBZ-BLANCO '__

revoluciones ¿e la Historia? «¿Cómo no ver


(pregunta Sosa) en la cruenta guerra, que
fue su obra, el pavoroso e inevitable choque
entre dos civilizaciones? Podemos dolernos,
pero no maravillarnos, de lo que ocurrió en
aquel duelo a muerte entre aztecas y españo­
lee.» Las consecuencia^ fueron también las
que debieron ser. Si la conquista española,
como todas laa de la época (Inglaterra extin­
guió razas enteras), fuá dura, lo fué a pesar
de loe esfuerzos que hacía la metrópoli para
que no lo fuese. «Restañada la sangre, cica­
trizadas las heridas, disipado el humo y el
fragor de los combates, y muertos los rencores
de los contendientes, vieron loe mexicanos que
la conquista española había sido un bien, toda
vez que, merced a ella, trocóse la sangrienta
religión azteca por las dulces y consoladoras
creencias cristianas: vieron que España, de
cuanto a la sazón poseía, les había hecho par­
tícipes, y que su habla rica y sonora, su es-
tritura fonética, sus artes, sus sentimientos
hidalgos, su valor indomable, todo se lo ha­
bían asimilado; comprendieron que podían
gloriarse de que en sus venas circulase, mez­
clada con la sangro mexicana, la sangre de
aquella raza que tanto había contribuido al
humano progreso; y al encontrarse en 1810
desligados de la nación que fué su dominado­
ra, se enorgullecieron de ser libres; pero sin
renegar de su origen y resueltos a no desmán-
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DB MBJIOO 309

tir jamás con bus hechos las virtudes que ha­


bían heredado. >
Los primeros patriotas mexicanos, en su
buen deseo, quisieron gobernar ed jirón de
tierra arrancado en larga y sangrienta lucha
a la nación conquistadora, por un sistema po­
lítico que presuponía larga y bien adquirida
enseñanza de loe preceptos fundamentales de
la democracia. No debemos extrañarlo. En el
año 1810, mientras Chile aspiraba a la liber­
tad a impulsos del masón ismo y Venezuela in­
vocando la filosofía, México lo hacía en nom­
bre de la religión. El miembro más preclaro de
la Asamblea Constituyente de 1824, Mier, era
un eclesiástico. En sus famosos discursos con
motivo de la discusión Je los artículos 4.‘
y 5.® de la Constitución incipiente, declaró
Mier, sin rebozo, que México» debía «dar los
primeros pasos en el camino de la democra­
cia, tin romper por completo con loa tradicio-
net del potado'». Esta salvedad es muy signifi­
cativa. Mier no se fiaba de los principio»,
mientras el pueblo los siguiese a ciegas o los
combatiese con furor, sin comprenderlos. En
su profètica clarividencia, vislumbró la guerra
civil que debía devorar varias generaciones an­
tea que la antorcha de la libertad alumbrara
con sus resplandores los llanos y lo» montes
de un mundo que nacía. Hoy día presenciamos
aún los dolores de la regeneración con todas
sus peripecias. '
310 BDMUHDO GONZÁLEZ-BLANOO

. Los españoles, cuya .política fue más sabia


que la de loe eodonizadoTiesj del Inglaterra,
comprendieron que la inoividualidad y la li­
bertad’ súbitamente dadas a los indios les serían
inútiles y aun perjudiciales, y que la costum­
bre de vivir en un medio ordenado e inflexi­
ble, bajo una tutela benefactor», estaba de­
masiado arraigada en ellos para destruirla coa
un gesto legal. Por su parte, los liberales pos­
teriores a la Independencia comprendieron
asimismo que la conservación de la tierra para
los mexicanos indígenas era el primer deber
de un nacionalismo previsor. Para llamar de­
mocracias españolas a las del Nuevo Mundo
en general habría que olvidar la inmensa in- ’
fluencia del indio y del negro en su formación
social. Indoibéricas o afroibéricas: he aquí la
fórmula con que parcialmente expresa Gar­
cía Calderón la creación de una nueva raza en
aquellos inmensos territorios. «Numéricamen­
te (añade) es inferior el ibero conquistador
al indio dominado, y si impone sus leyes de­
mocráticas, su credo exótico, su autoridad
civilizadora, no puede vencer al formidable '
imperio de la sangre. El criollo, el mestizo,
el mulato, descienden de'españolee; pero tam­
bién die indios de castas diversas y de negros
de regiones distintas. En esa complicada ge­
neración la herencia eqpañola es un factor im­
portante, mas no único. >
Acérbatnse en México las diferencias por
CARRANZA Y LA MTOLÜCÜÓN D> MAJIOO 311

t condiciones políticas. ES Gobierno es a la ves


republicano, democrático, representativo y fe­
deral. Loa Estados son independientes y li.
bree; pero se hallan aún en vías de formación,
por carecer dé recurso^ euficientee pava en
existencia. Asi, Duelos-Salinas, que ha estu­
diado con' un criterio (pesimista y un empiris.
mo seguro el estado político de loe mexica­
nos, observa con razón que el origen do casi
todas sus revoluciones se halla en loo cofres
del Erario: a anca exhausta, revolución segu­
ra. El caudillo crónico no necesita saber más
sino que el tesoro nacional está en menguante
para alzarse en armas. Y cuando la banca­
rrota es cierta, él Gobierno irremisiblemente
cae. Para obviar este inconveniente necesítase
una educación militar que inculque al indio
sentimientos de deber y de patriotismo sobre
la base de una buena distribución de los bie­
nes de la tierra. El indio, miembro de un gru­
po colectivista, puede concebir la idea de pa­
tria como una extensión de la comunidad lo­
cal. Asimismo se requiere la extensión de la
lengua española y una organización del tra­
bajo que dlé al indio conciencia del grupo sin­
dical a que pertenece. Jorge Juan y Antonio
de Ulloa demostraron en su tiempo la urgen­
cia de esta necesidad dle una raza atrasada, a
la que no puede civilizarse eficazmente si no
se empieza por respetar sus tradiciones sobre la
familia y la propiedad'. . • .
312 BDMUNDO OONZÁLBZ-BLANOO __

¡La« corrientes pacíficas de la emigración


europea están, como preveía ya en J.866 el
portorriqueño Baldorióty de Castro, norma­
lizadas hacia América; las familia« del Norte,
irlandesas y alemanas, se dirigen en gran nú­
mero con preferencia a los Estados; Unidos;
la emigración meridional, españoles, france­
ses e italianos, menos abundante, se encamina
con más frecuencia a las repúblicas iberoame­
ricanas. Con el tiempo una y otra corriente
han tomado mayores proporciones. Y los pue­
blos orientales empezaron a ponerse en movi­
miento y llegaron a fijar su atención en el
hermoso porvenir que a todos brinda el Nue­
vo Mundo.
La actuación de España merece fijar más
particularmente 'la atención. Santos Chocano
declara que no «abe de protestas yanquis, fran­
cesas, italianas y alemanas que lleguen a la
importancia de las protestas españolas con­
tra la revolución mexicana, j Qué será P Santo«
Chocano explica el caso de loe españoles en
México para que monarca, Gobierno, Cortes,
connacionales todos, se percaten con entera
claridad de este fenómeno sugestivo. Los es­
pañoles que emigran a América son en su casi
totalidad elementos grandemente provechosos.
Ninguna inmigración puede ser más grata a
los iberoamericanos que la de los intelectuales,
comerciantes y agricultores de España, Véase
el caso de Cuba, de la *Argentina,
4
de los gran-
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DJÜ MÉJICO 313

des centros de inmigración española en Amé­


rica, donde nuestros intelectuales, comercian­
tes y agricultores se compenetran fácilmente
con la raza. En el México de Porfirio Díaz no
podían prosperar los intelectuales, pues el in-
telectualismo es padre del espíritu crítico y el
derecho a la crítica no puede ejercitarse dentro
de una ruda tiranía política, servida por un
gran temor al espionaje intenso y a delación
crónica o habitual del convecino. Tampoco fué
aquélla una dictadura útil y progresiva, propi­
cia al comercio: por eso no puede señalarse
una casa importadora establecida por españo­
les en el México de Porfirio Díaz que sea com­
parable oon cualquiera de las establecidas en
otros países americanos. Igual causa explica
que no haya habido nunca en México esos po­
derosos centros de agricultura que se admiran
en las Antillas o en El Plata. <La inmigración
española en el México de Porfirio Díaz (dice .
Santos Chocano) no pudo ser abundante ni
selecta.. Algo más llegó tal vez con honradas
intenciones de trabajo; pero compenetrándose
por la raza con las clases oprimidas y con las
clases opresoras, hubo de corromperse fácil­
mente en el ambiente metílico de la tiranía de
Porfirio Díaz, que sólo podía ser propicia al
peculado con el Gobierno, a la usura contra
el pueblo y al monopolio con el extranjero. Así
es como la gran mayoría de la colonia espa­
ñola que dejara prosperar Porfirio Díaz sn. el
314 BDMUXDO GOMZÁLflZ-BLAMOO
ir— I , ■ _ ------- _ -,._r.i iu-ii- ui.n-iui____ >iii.liniiimi‘-iiim-ir-'-‘‘-‘‘“~-~‘“11 *,inil,lllliwwn,w

México de su gobernación se divide en dos


daaee: la de loe especuladores oon el Gobier­
no (que encabezara Noiiega) y la de los usu­
reros que tienen a su cargo todas las casas de
empeño de la república. De esta suerte se ex­
plican varias oosas que a primera vista pare­
cen raras: ante todo que loe hombres del pe­
culado estuviesen con Huerta, que seguía la
escuela de Porfirio Díaz, y el que loe hombres
de la usura también lo estuviesen, por com­
prender que la república revolucionaria dicta­
ría leyes morigeradas el respecto; después el
que unos y otros hombree sean justamente
odiados por el pueblo, que ha visto a los unce
enriquecerse con loa dineros fiscales y a loe
otras vivir de la extorsión hecha al hombre po­
pular, y, por último, que los pocos españolee
que viven de un trabajo honrado no estén ni
puedan estar en favoT del crimen, la usurpa­
ción y la tiranía, diabólica trinidad cuyos re­
presentantes han sido Porfirio Días y Huerta. >
México posee escritores y poetas de primer
cridan, aradores elocuentes y diplomáticos ver­
sado« en el derecho de gentes, de una habili­
dad y de una lucidez incontestables. La deuda
que Je han traído las revoluciones no es para
imponer miedo a ningún hacendista, y todo
el mundo tiene la convicción de que, para en­
jugarla e® pocos añoe, no tanto necesitan loe
mexicanas de un largo periodo de paz comple­
ta como de una. emigración que te identifique
CARRANZA. Y LA. REVOLUCIÓN DB líAjIOO 315

más con el problema nacional de México. Esta


nación tiene sus enemigo« en sus residentes
extranjero«, y a ellas se debe indirectamente
cuanto allí ocurre. Si falta en México una re­
volución, no falta nunca el deseo de hacerla.
Norte-América y Europa se preguntan qué
puede ser un país donde se suceden con gran
rapidez tantas catástrofes. En realidad, ellas
son responsables de todo lo que allí ocurre.
Los hombres de loe campos, la clase rural, son
la fuerza de resistencia de un país. El indio
forma esta alase rural, necesaria a la estabi­
lidad de México, en la guerra como en la paz.
Se comprende, pues, la debilidad de una polí­
tica aburguesada y extranjerizada que olvide o
desdeñe tan importante factor.
A cuantas con aire adusto y alardes de des­
precio a España dan de mano loe documentos
históricos pana mirar sólo ai presente y al fu­
turo, les dirigiré un simple recordatorio que
puede llamarse preteriste: esos documentos
prueban, contrastados con la colonización mo­
derna, la superioridad moral de la colonización
española, cuya finalidad educadora resplandece
en todas sus partes. Quien conozca la Recopi­
lación de Indias podrá fácilmente estimar el
valor de los decretos de Fernando V, Carlos I,
Felipe II y sus sucesores. Todos ellos coinci­
den en que «las tierras se repartan sin acep­
ción de (personas y agravio de los indios». Mu­
chas de esas leyes, huelga decirlo, no tienen
316 BDMÜNDO GONZÁLHZ-BLANCO'

aplicación en la actualidad, por no estar en


armonía con las instituciones públicas del Mé­
xico moderno; pero todas ellas muestran la
paternal solicitud de los monarcas españolee
en favor de la raza indígena, haciendo ver que
los establecimientos coloniales, la Organiza­
ción administrativa, la equidad agraria, la im­
posición moderada, la política recomendada
con los indios, la elección cuidadosa de las
personas encargadas de ejercer autoridad, eran
extremos estrechamente unidos de un sabio sis­
tema de colonización. Den confirmación a este
sentir las nobles palabras que no teme escri­
bir el grave autor y notabilísimo hacendista
mexicano Orozco, en su obra sobre los terrenos
baldíos: «A leyes tan claras no tengo que aña­
dir sino un acto de admiración por la sabidu­
ría y la »justicia que en ellas resplandece.»
Oyendo lo que dictaminara otro economista
criollo, Macedo, nada sospechoso en este pun­
to, aprendemos que «durante los primeros años
que siguieron a la conquista, el comercio en-'
tre España y México estuvo enteramente exen­
to de gravámenes», y que la nueva legislación
del siglo xviir ejenció sobre él benéfica in­
fluencia. Según esto, muy al intento indica
el profesor Gay, uno de nuestras mejores eco­
nomistas, que «la colonización española reco­
mendaba el empleo de los medios pacíficos para
atraer a los naturales, se preocupaba de su
elevación moral y dejaba para último re<*irso
CARRAZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 317

el empleo de la fuerza. La preocupación cons­


tante de loe colonizadores fué poblar y produ­
cir. La leyenda de la busca del oro queda des­
hecha por esos documentos, en los que ni una
sola vez aparece la referencia al noble metal.
Cruzar y multiplicar la raza, cultivar las tie­
rras, organizar el trabajo, fundar ciudades, ex­
tender el imperio español, fué la finalidad de
nuestra colonización en América, finalidad nue­
vamente evidenciada con la exhumación de los
documentos históricos de la conquista».
Se ha pretendido que los extranjeros son en
México un factor esencialísimo, con el que im.
prescindiblemente debe contarse. En contra de
esta suposición sustenta Orozco esta otro más
patriótica y empírica: «capitales y negocios, no
hombree, ee lo que debemos traer a México».
Los hombres irán en pos de los negocios, como
en pos del néctar de las flores vienen las indus­
triosas abejas. Uno de los argumentos más vul-
gatea que suele emplearse para llevar colonos
extranjeros a la república mexicana consiste
en decir: «Faltan brazos a ese inmenso país
para explotar sus muchas riquezas.» Esto ee
falso. La oferta de trabajo es en México exce­
siva, al extremo de que en extensas zonas de
su territorio sólo sq paga a los trabajadores del
campo 12 centavos, y aun menos, por salario
al día, haciéndoles soportar su labor desde las
seis de la mañana hasta las seis de la tarde,
sin darles tiempo alguno de descanso. Y digo
318 EDMUNDO GOSZÁLBZ-BLAXCO

que at pagan menos dfe 12 centavos por jornada


porque ios hacendados hacen generalmente sus
pagoe en efectos inservibles y carísimos, que
compran ellos a loe más viles precios en las
ciudades. Cuatro peto* y ración es frase con«
sagrada para significar el salario mensual de
los operarios en las fincas agrícolas. En las ciu­
dades se paga, generamente, 25 centavas o más
por jornal a ios operarios; pero hay siempre una
gran muchedumbre solicitando el mismo traba,
jo, muchedumbre que, por falta de ocupación,
se ve fatalmente arrastrada al robo, a los vicios
más degradantes, a las cérceles y a la muerte.
Esto depende de que la pitopiedad territorial
está concentradla en pocas e ineptas manos, en
que la industria nacional se ve abogada por los
efectos similares extranjeros y por las cargas
fiscales, en que el capital mexicano es excesiva,
mente limitado y sólo se confía a las combina­
ciones del agio, cosas todas que mantienen al
país sin empresas lucrativas y sin demanda para
tantos brazos desocupadas. De este modo el pue­
blo de México vive mal alimentado, mal abri­
gado y mal alojado, ocasionándose con ello la de­
generación y estancamiento de la especie y el
retardo de la civilización.
La conducta de los grandes hacendados, que
sienten el más profundo desprecio por loe pe­
queños propietario« y por todos loe deshereda­
dos de la fortuna, es, gracias al sistema de apar­
cerías, un medio constante de verificar violen-
___ '_CABBASZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 319

cías e iniquidades contra las ciases Laboriosas.


■Yo he sido testigo (escribe a este propósito
Oro-zoo) de que haciendas de 33 a 46 sitios de
ganado mayor, desiertas e incultas en gu mayor
parte, se niegan absolutamente a dar pastos en
arrendamiento a sus débiles vecinos, que han
visto morir de hambre bus ganados en los aSoe
de prolongada sequía, mientras a sus ojea se ex­
tienden grandes comarcas, cuyas gramíneas ape­
nas sí son pisadas algu- a vez por el ligero cier­
vo o por el astuto coyote de las selvas. * Este au­
tor agrega que Jesucristo mismo, que vino «a
renovar todas las cosas >, no tocó en su reforma
universal de un modo directo el derecho de pro­
piedad, y así dejó en pie la esclavitud, que for.
maba entonces parte de ese derecho. La santi­
dad de su doctrina conquistó al fin la libertad le­
gítima del hombre y rompió las cadenas del es­
clavo; pero jamás atacó de frente la propiedad
misma, por más prefiada de injusticias que la M
encontró a su -paso por el mundo. Pensemos,
pues, en todo esto antes de condenar una> revo­
lución basada en reivindicaciones agrarias, por­
que nosotros, los españoles, tenernos muy poco
que contar acerca de los esfuerzos hechos para
levantar a nuestros labradores y proletarios y
mejorar su condición económica.
320 EDMUNDO GONZÁLaZ-BLANCO

§ 4. MÉXICO DESPUÉS DE LA INDEPENDENCIA

Ocúrrenseme ahora algunas consideraciones


sobre lo acaecido en México cuando, imitando el
ejemplo de las colonias inglesas del Norte, loe
habitantes del país se aprovecharan de la con­
fusión de loe asuntos de Europa para reclamar
su independencia de la madre patria. De todos
los Estados hispanoamericanos, el de México fué
el último que levantó el estandarte de la eman­
cipación, y muchos historiadores creen que si
.las sabias medidas de su virrey Iturrigaray hu­
biesen sido aprobadas por la Corte de Madrid, la
revolución se hubiese retrasado, ya que no im­
pedido. Iturrigaray, en vísperas de la insurrec­
ción, había ideado grandes concesiones políti­
cas a los criollos y a la población blanca y con­
ferido ciertos derechos de ciudadanía. Mayne-
Beid, uno de los sostenedores de la opinión a qué
aludo, piensa que tales concesiones habían sa­
tisfecho a los criollos, y tal vez asegurado su
lealtad a la metrópoli. México, como Cuba, po­
dría haber sido más tiempo una < preciosa joya >
de la corona de España; pero las ideas de Itu-
rrigaTay produjeran disgusto entre los españo­
les o colonos de España establecidos en Méxi­
co, que habían manejado hasta entonces el Go­
bierno, con exclusión de los criollos en todo car­
go honorífico o retribuido. Estos egoístas, consi.
dorando loe actos del virrey contrarios a sus in­
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 321

tereses y a los privilegios que hasta allí habían


gozado, se apoderaron de su persona. y le envia­
ron a España a dar cuenta de su conducta. En­
tonces prevaleció la tiranía: lo» prudentes planes
de Iturrigaray fueron rechazados, y México vol­
vió a la servidumbre en que había vivido desde
la conquista de Hernán-Cortés. La deposición de
Iturrigaray se verificó en 1808. Loe gachupines
no dejaron de temer una rebelión; pero como
pasaron dos años tranquilos, se disiparon sus te­
mores y cesaron de creer en la posibilidad de
tal suceso. Esta falsa seguridad terminó breve­
mente en 1810 con el levantamiento de Hidalgo
en una de las provincias del Norte, cuya noticia
cayó sobre los gachupines como un rayo. Pare­
cerá extraño que fuese un cura el jefe de este
movimiento liberal, pues la influencia clerical
era la que había gobernado y oprimido a Mé­
xico. Pero Hidalgo y otros curas que figura­
ron en la insurrección eran una clase diferente
de loa curas metropolitanos de la capital y de
las grandes ciudades que dirigían loe asuntos
de Estado. Hidalgo era un simple cura de al­
dea, un hijo del pueblo, lo mismo que casi to­
dos los demás curas que se adhirieron a la cau­
sa popular. En Octubre de 1810 Hidalgo tenía
unos 100.000 hombres en su ejército. Estaban
mal armados y equipados, pero eran temibles
por su número. Este inmenso ejército, forma,
do principalmente de indios, inundaba el país
y no podía menos de consternar a los gachupi-
«1__ T/wwa T
322 BDMUNOO GONZÁLHZ-BLAKCO_______

ne». Entre los criollos se produjo cierta confu­


sión. Todos oran hijos o descendientes de espa­
ñoles y estaban, por tanto, unidos & ellos por
vínculos de consanguinidad. Así, unos creyeron
que debían seguir el partido del Gobierno con-,
tra la insurrección, mientras que otros sacrifi­
caron los lazos de familia ante la noble idea de
librar a su país del yugo extranjero. Esta dife.
rencia de opiniones existía solamente entre las
familias criollas aristocráticas y ricas. Los
mexicanos pobres, el pueblo, ya blanco o in­
dio, no tenía mas que un solo movimiento en fa­
vor de la independencia. Los indios tampoco te.
nían otra idea porque habían sido más esdavi-
zades que los criollos, y se unieron en seguida
con ellos para la expulsión de los españolee, que
eran su común enemigo. Algunos de éstos soña­
ban con volver su primitivo esplendor a la raza
azteca.
- En una conferencia dada no ha mucho por el
escritor y pensador Ugarte en el Salón de Ciento
de las Casas Consistoriales de Barcelona, este
ilustre argentino sostuvo, saliéndose de los lu­
gares comunes de la declamación en su país,
que la disolución del imperio español en el Nue­
vo Mundo representa el cataclismo mayor que
haya sufrido la raza latina en el concierto mun­
dial; que la caiusa de la separación de las Amé.
ricas no fué otra mas que el jacobinismo fran­
cés infiltrado en la mentalidad ibérica, y que
este movimiento de diferenciación ha sido un
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MEJICO 323

verdadero fracaso desde el punto de vista de la


vitalidad y del bienestar comunes. Ugarte, sin
embargo, demócrata de buena cepa, opima que
una España liberal hubiera retardado la eman­
cipación. Jaume va más lejos: a su juicio, este
último parecer ee una ilusión, la ilusión de mu.
choa que de buena fe creen que si hubiésemos
concedido la autonomía a Cuba y a toda la Amé­
rica hubiéramos evitado las tremendas pérdidas
coloniales. En contrario a esto, cree Jaume que
las hubiéramos precipitado, porque así lo confir­
ma la experiencia. Después de acabada la guerra
de independencia, después que los españoles hu.
b irnos abandonado á América, ¿se acabó la revo­
lución como hubiera debido acabarse, si su ob­
jeto no hubiese sido otro que el de obtener la in­
dependencia? No; loe americanos continuaron
haciendo revoluciones con más ardor que nun­
ca, invocando la libertad con más apasiona- ■
miento que antes. Primero declararon tiránicos
los Gobiernos españolee: después declararon tirá­
nicos a sus propios Gobiernos, y desde entonces
se han dedicado aquellos pueblos de nuestra raza
a fabricarse dictadores y libertadores. El ser re.
volucionario fué la profesión regular de loe hom­
bres más eminentes de aquellos países. Conver­
tida la libertad en ideal permanente renova,
ción y la dignidad presidencial en camisa de
fuerza que oprime al que se la viste, los Gobier.
nos subsisten era aquellas repúblicas corno una
cosa que se mantiene, no por cariño ni respeto,
324 BDMÜNDO GONZÁLBZ-BbAKCO

1
sino por temor a lo que pueda sobrevenir al tiem­
po de caer. República« hay, como la Argentina,
que se tumultúan con la regularidad de los mo­
vimientos de un péndulo. Caminando incesante,
mente en los senderos del progreso desde el pun­
to de vista evolucionarlo, vino dando vueltas en
un círculo desde el punto de vista revoluciona­
rio. ¡ Quién lo dijera! ¡ En 1901 ha retrocedido
a 1810! ¡ La Argentina, en el siglo xix, fué un
planeta que recorrió su órbita política convulsio.
nándose una vea cada diez años: 1810, 1820,
1830, 1840, 1849 a 52, 1861, 1870, 1880, 1890,
1901! Si hoy, allí coano en Chile, parece haber
casado el estado anormal e irregular, es porque
la espontánea emigración extranjera,, cuyos pro.
gresos crecen de día en, día, no podía menos de
dar, tarde o temprano, este resultado, pues pe­
sando mucho en la vida económica, estaba des­
tinada a reemplazar con su actuación pacífica e
industrial las violencias de la revolución. En el
estado opuesto, en el estado crónico revoluciona­
rio, la influencia de la raza y de las institucio­
nes coloniales no ha sido el verdadero factor ni
la causa generatriz y eficiente de inestabilidad
tan lamentable. Cuando Be estudian de cerca y
sin pueril pasión los hechos, se reconoce que la
paz y la riqueza de las naciones no es obra de
superioridades ancestrales, sino de costumbres
morigeradas en todos los ramos de la administra­
ción. Las revoluciones no obedecen, cuando as
las hace por sistema y no por necesidad, a otro
CARRANZA Y LA RaVOLUCIÓN DB MEJICO 325 '

motivo que a la desidia para lo útil y al entu­


siasmo infantil por la política huera y la orato­
ria más huera todavía, que constituye la indu­
dable inferioridad moral de la raza latina en loa
tiempos presentes.
No hay razón, no hay justicia alguna en exi­
gir de loa hispanoamericanos en general, y de
los mexicano« en particular, lo que no han podi­
do conseguir en igual tiempo sus propios padree
en ninguno de loe pueblos meridionales de la
misma Europa. En 1789 comenzó la gran Revo­
lución francesa, y esta nación culta, fuerte y
populosa, no ha llegado a constituirse todavía.
Con su propia sangre ha amasado dos repúbli­
cas efímera«, un imperio despótico y guerrero,
una restauración ein simpatías, una monarquía
popular y otro imperio vacilante, sin gloria mi.
litar y sin libertad1 política, j Y acaso ha llega­
do para Francia el día de la seguridad, de la
libertad completa P ¿ No viene navegando en el
proceloso mar de la revolución ? Oigamos lo que
«obre este punto dictaminaba un ilustre políti­
co y literato portorriqueño, Baldorioty de Cas-
tro, que floreció allá por los años de 1866 a 1874.
Informando precisamente al Gobierno y al país
acerca de la Exposición Universal de Paría que
tuvo lugar en el primero de los años citado«, dijo
lo siguiente: «Ciego será el que confunda el es.
tado político de Francia con la situación estar-
ble de la raza inglesa: las costumbres públicas,
*sto es, la educación política de la última, está
EDMUNDO «ONZÁLBZ-BLANCO

consumada, la dé La primara está aun lejos de


su término: la una resuelve las cuestiones más
graves por la ley, expresión fiel de la opinión;
la otra mantiene todavía eil interés de loe par­
tidos por la fueraa, y la ley no tiene en ella
otro apoyo. Aquel pueblo la acata y marcha, o
la combate en las urnas, la reforma y progresa;
éste la recibe, no la dicta, pugna contra ella
y la sufre o la derrumba por la violencia, no
por la discusión y por el voto. El sufragio de
la primera es restringido y sabe usar de él en
su provecho; el sufragio de la segunda es uni­
versal y no acierta a emplearlo como le con­
viene. Los hispanoamericanos no pueden haber
adquirido en menos tiempo mejores costum­
bres que sus maestros. Ellos han resuelto en
principio todas las dificultades sociales y po­
líticas de nuestro tiempo, y sus Gobiernos
están basados en las máximas de La verdad y
la justicia; les falta práctica, y ésta se adquie­
re en el ejercicio de la libertad. Las ambicio­
nes turbulentas que agitan de tiempo en tiem­
po a estoB 'hombree no son eternas; pasarán en
H^spanto-Amórica, oomcf pasarán en Francia,
como pasaron hace ya tiempo en Inglaterra.
¿Qué motivo, racional hay para que así no
sea? Solamente los hombres que permanecen
en la servidumbre son loe que no llegarán ja­
más a ser libres.»
Entretanto no son sus trastornos como suele
pintarlos la pasión de los europeos, ihinte-
CARRANZA Y LA RBVOLÜCIÓN DB MÉJICO 327

rrumpidoe. No faltan en las revoluciones ex­


cesos y actos de barbarie; mas es preciso reco­
nocer que la inmensa mayaría; de los ¡insu­
rrectos procuran evitar, en cuanto pueden, los ■
actos de pillaje y asesinato innecesarios. Ha
mucho tiempo que fuera del campo de batalla
se derrama ya menos sangre en la América es­
panta por caima políticas, y depuestas las
armas, los hombres contienen sus resentimien­
tos de partido y se guardan entre sí las consi­
deraciones de la amistad. Algo peor es la in­
disciplina, ignorancia e inmoralidad de que
se contagian algunos individuos de los ejérci­
tos revolucionarios, como consecuencia forzosa
de li.. 7¡da arriesgada y aventurera.
Lo caracteriza las {revoluciones de la ,
América española es la consecuencia imperté­
rrita con que se prosiguen, y que se remonta,
o mejor, tiene su punto de arranque en la
guerra misma de Independencia. El citado
JaumO observa cuerdamente a este propósito
que España apenas mandó tropas a América
y que ésta sostuvo la larga guerra de su in­
dependencia, durante loe catorce años que
duré, con soldados indígenas de América casi
exclusivamente, y no con soldados peninsula­
res, pues cuando Femando VII se decidió a
mandar tropas en número suficientemente res­
petable para conseguir un resultado, éstas se
insurreccionaron, negándose a embarcarse, con
lo que se prueba que los españoles de la pen­
328 »DMUXDO GONZÁLBZ-BLAKCO

ínsula se preocuparan más de la libertad que


de someter sus colonias. En este sentido la
prolongada guerra de la independencia ame.
ricana fué una guerra civil y no una guerra
extranjera y el producto del jacobinismo fran.
cés y, no de la política de España; ¿y se que*
ría evitar la revolución americana con' dar a
las colonia» la autonomía, cuando ni la inde.
pendencia ha podido satisfacerlas? Al cabo de
un siglo de independencia siguen todavía lu­
chando por la libertad. ¿Qué muchoP Cuando
las repúblicas han llegado al extremo de de­
gradación que en México representó Huerta,
hay que mudar - de sistema y de jefe de Es.
tado: son ramas seca» que un jardinero tiene
que podar. El régimen republicano posee una
ventaja que no logra el monárquico, como el
cuerpo social posee una ventaja que no logra
el humano, y es la de sustituir unía cabeza
nueva por otra gastada. En este concepto el ad­
venimiento del constitucionalismo a las altas
esferas de la política es una fortuna para la
república mexicana, por cuanto trae savia
nueva.
El constitucionalismo, al emplear el proce­
dimiento revolucionario sólo por vía de inti­
mación (ad effectum intimandí), es el último
ejemplo de revuelta legal en la América es­
pañola. El derecho humano del dictador, ca­
ricatura del derecho divino del rey, cada vea
menos fuerte en las democracias, quiera ejer-
• CARRANZA. Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 329

cor todavía su antigua presión sobre el pueblo.


Pero las dictaduras ya hoy en día han pasado
y servirán para cortar, mas no para desatar.
La legalidad constitucional se impone como
el único método de gobernación. La fórmula
de sus biliosos adversarios: «México somos
nosotros, y fuera de noeotroe no hay mas que
descontentos, separatistas y bandidos», es sólo
una parodia ridicula de la de Luis XIV: «El
Estado soy yo.» En el fondo de una y otra, sin
embargo, hay el mismo pensamiento de negro
refinado egoísmo. , r '

§ 5. EL CLERICALISMO Y LA REVOLUCIÓN DE MÉXICO

En estos momentos, en que tanto y con tanta


aaSa discuten la revolución de México lee ele­
mentos conservadores de Europa, parece opor­
tuno indicar las relaciones que con ella tienen
loe eternos enemigos de la libertad y de la ra-'
zón, loe inevitables aliados de todos loe des­
potismos. ¿Hay necesidad de nombrar a esos
hombresP El clero católico, con loe frailee a la
cabeza.
Nunca, ni en las épocas proedombianas,
cuando la sangre de loe indígenas corría en loe
altares; ni durante el coloniaje, cuando se les
cazaba como a fiera» y se lee esclavizaba como
a bestia» de carga; ni en las interminables
guerras de independencia ni en las civiles,
cuando fueron oarne de cañón, dejaron el fa-
330 HDMUNDO GONZÁLrtZ-BLANCO

talismo y el fanatismo religiosos de hacer su


obra denigrante, j Hoy todavía, con la Igle­
sia separada del Estado, paga la población in­
dígena diezmo y primicias al clero ! -
No puede caber la menor duda, atestiguán­
dolo loe mismos conquistadores: el sentimiento
religioso, la más estúpida de las supersticio­
nes, la creencia en las predicciones de Quet-
zatlcoatl, arrojó al débil monarca Moctezuma
a los ojos del invasor y puso al imperio azte­
ca, casi sin combatir, bajo el yugo castellano.
A no ser confundido con Quetzatlcoatl, Her­
nán Cortés no hubiera podido realizar su ma­
ravillosa empresa. El pueblo todo estaba pre­
parado a la resignación, y el sociólogo argén-
tino Bunga, en su libro Nuestra América, ve
la prueba de ello en la tranquilidad can que
siempre habían soportado la muerte cuando
se les inmolaba a sus sanguinarios dioses. Con­
denóse fl mismo a esa muerte religiosa y con­
denó a sus nobles principales, Chimalpopocati,
tercer monarca mexicano, para barrar una
ofensa que le había inferido un hermano suyo,
también rey. Y este caso, anterior a la con­
quista, es quizá el más típico que nos presen­
ta la Historia universal como ejemplo de som­
bríos fatalismo y fanatismo religiosos en jefe
y vasallos.
Sobreabundan pruebas documentadas del
espíritu fatalista y fanático de loe indios de
México. Paira no fatigar al lector despreveni-
.CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 331

do, citaré un solo testimonio; pero «i más irre­


cusable y elocuente: el de Antonio de Solís,
autor de la Conquista de Nueva España. tA.
la llegada de los españolee (dice) empezaron
a verse en aquella tierra diferentes prodigios
y señales de grande asombro, que pusieron a
Moctezuma en una como certidumbre de que
se acercaba la ruina de su imperio, y a todos
sus vasallos en igual desaliento y confusión. >
Estas señales eran <u¡na horrible cometa, una
exhalación diurna, hervores en la laguna, in­
cendio de un templo, voces em él aire, apari­
ciones de varios monstruos». Tales fueron loe
mejores aliados de Hernán Cortés. ’
Por lo que toca a los resultados inmediatos
de la conquista, la justicia impone una acla­
ración. El mexicano Jenaro García, en el
libro de su Carácter de la Conquista españo­
la en América, estudia el carácter del pueblo
español desde la dominación romana hasta la
de Felipe II (pueblo que odia a los infieles
por fanáticos, que comete con ellos crímenes
que horrorizan por cruel y que les arrebata sus
riquezas por avaro), y estudia también la ín­
dole de los españoles que fueron a América,
deteniéndose en considerar apante a los segla­
res y a los eclesiásticos: los primeros, de la
peor ralea, presidiarios condenados al último
suplicio o aventureros que emigran en busca
•de riquezas fabulosas; los segundos; avaros y
codiciosos, relajados en sus doctrina y corrom­
332 BDMtlHDO OOXZÁLKZ-BLANOO

pidos en sus costumbres. A su juicio, «1 móvil


principal de la conquista fué el de exterminar
a loe indígenas, por cuanto que eran idólatras,
y por esa sola circunstancia no sólo quedaban
justificados los más negros crímenes que en
México se cometieran, sino que se consideraba
empresa meritísima. Otro autor mexicano,
Sosa, en la disertación intitulada Conquista-
dore» antiguo» y moderno», estima el aserto
exagerado, pues ya para nadie es un misterio
que ai bien entró par mucho en la conquista
la idea religiosa dominante en España a la
sazón, no fué sino la codicia la eficaz instiga­
dora de loe aventureros que se lanzaron a arroe.
trar loe mayores peligros por hallar en el Nue­
vo Mundo la fortuna que en su tierra nativa
no les era asequible. Hernán Cortés y sus com­
pañeros no fueron reclutadas y expensados por
su soberano para que fuesen a extirpar la ido­
latría y exterminar a loe indios idólatras. La
conquista no fué una causa nacional para los
españoles, por más que compatriotas nuestros
fueran los que abandonaron eus hogares, des­
de que la noticia del descubrimiento de Amé­
rica por -Calón despertó, o mejor dicho, enar­
deció su genial codicia. Hernán Cortés no soñó
jamás en reproducir las hazañas de Godofredo
de Bouillon, ni en equiparar su empresa a la
conquista de Granada. Entre Sus numerosos
ardides, la predicación del Evangelio fué uno
de ellos. El verdadero apostolado no oosnenzó
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 333

sino cuando llegaron a Atóxico, años después,


aquellos varones eminentísimoe cuyos nombres
tenemos que pronunciar con veneración aun
los más sinceros radicales. Hay más: y es que
Colón mismo, a quien fanáticos adoradores han
pretendido colocar en loe altares, no embarcó
en sus famosas carabelas, al lanzarse a maree
desconocidos, u¡n' solo capellán de tropa.
A principios del siglo xvi todavía no se ha­
bían, bautizado más indios que los siete que
trajo Colón a Borcelana en 1493 y la cacique
doña Catalina, que casó tres años más tarde
con Miguel Díaz. Estos indios fueron cate­
quizadas par Cisnetros, el cual, sabedor de las
reyertas que la avaricia y la ambición excita­
ron luego que las Indias fueron descubiertas,
y consultado por loe Reyes Católicos acerca
del remedio de tantos malee, manifestó, con
cristiana energía, que el mal principal estaba
en que se había querido ganar los cuerpos de
los indios, pero no sus almas, de cuyas resul­
tas, y por loe atropellos cometidos con aquellos
infelices, ae habían hecho suspicaces y hasta
enemigos de loe españolea. Así, Lafuente (Vi­
cente) tiene mucha razón, en el tomo III de
su Historia eclesiástica de España, al conside­
rar a Cisneroe como el jefe de loe que poste­
riormente reclamaron can mayor o menor acri­
monia acerca de las extorsiones causadas por
la codicia en aquello* países.
En virtud de esta* exhortaciones fueron en-
334 »DMUNDO GONZÁLHZ-BLANCO

viados en calidad de misioneros los PP. Ruiz,


Trasierra y Robles. Quintanilla, «i biógrafo
de Cisneros, dice, en su Archetypo de virtudes
y espejo de prelados, que en el medio año que
allí estuvo el P. Ruiz hubo de bautizar más
de 1.200 personas. iComo en tan. poco tiempo
no es fácil se pudiera instruir tanta gente por
tres frailes, que ni aun sabían la lengua del
país, cree el antedicho historiador que hay
exageración en esta -narrativa. Lo único que
aparece daro es que en el principio de la con­
quista desarrolláronse en los descubridores y
los primeros colcxnote la avaricia, la ambición,
la codicia, la rebelión, la tiranía, la bajeza y
toda clase de malas pasiones. Sucedíanse rápi­
damente los gobernadores unos a otros, sien­
do peores los segundos que los primeros e in­
curriendo en1 los mismos vicios que se les en­
cargaba castigar. Necesitóse buscar en los
claustros hombres de integridad-, saber y ener­
gía que reeidenciaeen a los tiranuelos, repri­
miesen o coartasen los abusos de lOs colonos y
mejorasen la condición de los indios, fomen­
tando su instrucción religiosa y la de los con­
quistadores. Cisneros dió a este propósito sa­
bias leyes, que fueron mal recibidas y peor
acatadas; y es digna de leerse la carta que el
dominico Garcés escribió al Papa Paulo III
en defensa de los indios contra la injustísima
y vanísima opinión de algunos que los juzga--
bán incapaces dé recibir el bautismo y demás
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 335

sacramentos de la Iglesia. El Pontificado miró


siempre con malos ojos el Patriarcado de las
Indias occidentales, dignidad cuyo origen es
muy obscuro y que se ha retrasado nada menos
que hasta el reinado de Felipe III, y nunca
quiso que la tal dignidad llegase a ser algo
efectivo, con cuyo objeto impuso y por mucho
tiempo siguió imponiendo excomunión al pa.
triarca que pasase los maree, a fin de evitar
que en aquellos vastos y remotos países «1 es­
píritu de independencia pudiera reproducir
las escenas de aulicismo representadlas otros días
por loe patriarcas de Constantinopla.
Dos circunst acias, sin embargo, destinaban
a México a ser presa del clericalismo: la in­
tolerancia católica de los canquisthdoree y la
multiplicación en su territorio de los frailes.
Loe historiadores españoles refieran corno cosa
natural que, apenas desembarcado en México,
Hernán Cortés hizo trizas loe ídolos aztecas
(del mismo modo que Don Quijote los títeres
del tablado de Maese Pedro), y celebran este
arranque digno de un insensato y no de un
héroe. «Los más principales de estos ídolos, y
en quienes ellos más fe y creencia tenían, de.
rroqué de sus sillas y los hice echar por las
escaleras abajo», léese en la segunda de las
Carta» de relación de Cortés. Aparte esto, es
muy de notar el detalle de que en 1793 fue­
sen 253 los curas párrocos de la diócesis de
336 XDXUHDO GONZÁLBZ-BLANOO

México, y fiólo hubiera seis que fuesen del


clero parroquial.
Convertido México en una colonia española,
el clero católico apareció en bu influencia sobre
indígenas y dominadores residentes como algo
semejante a los grandes saoetrdocios del valle
mesopotámioo y del Nilo, sin'otra diferencia
de ellos que la de una incurable ignorancia;
impidió) toda manifestación libre, como! una
enorme máquina neumática impide la respira*
ción; asfixió sentimientos y mentes que no se
dirigieran hacia él y no le obedecieran; relegó
al indio a una situación de proletarismo en la
• que se le daba una instrucción muy prelimi­
nar y siempre sujeta al fanatismo religioso,
que en nombre de la fe retenía su espíritu en
la esfera de las investigaciones científicas, y
en nombre del milagro desvirtuaba sus ener-
ñíae formadas por la Naturaleza para el tra­
bajo, haciéndole concebir la esperanza de que
a cambio de una súplica elevada a Dios éste
concedería el éxito de sus déseos. La educa­
ción clerical fué nociva en la formación del
carácter mexicano, pues favoreció en su ac­
ción todos los vicios hereditarios: a la debi­
lidad de la inteligencia respondió por solucio­
nes hechas, par afirmaciones sin crítica, por
en condenación del análisis; a la debilidad de
la voluntad respondió por la disciplina uni­
versal, por la dirección minuciosa y autorita­
ria de la conciencia.
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÍTICO 337

Desde la proclamación de la independencia


hasta el régimen liberal de Juárez, el clero
continuó su nefasta labor, haciendo poco menos
que inútil la libertad política. ¿Qué es la li­
bertad política dotnde no hay libertad intelec­
tual P Una mentira y un engaño. Allí donde
reinan la ignorancia y la superstición puede
asegurarse que hay siempre hambree interesa,
dos en cultivar esas plantas venenosas. Entre
los que denunciaron este influjo funesto seña*
laremos al eminente sociólogo García Calde­
rón, autor de un libro sobre Le Pérou ctrntem’
porain (premiado en 1907 por la Academia
Francesa), dónde resuelve que «ni la encogía,
ni el amor al trabajo, ni la educación, ni aun
el ideal acrecieron por la fuerza de la creen­
cia católica. La religión se forjó en el molde
nacional: exterior, verbal, material, no dió un
gran fin a la vida y a la acción colectiva. No
se concibe allí el imperio de una ética cientí--
fica y nacional, y se cree en una ética que saca
su fuerza de dogmas y temores religiosos; pero
en la moralidad popular la fe exterior, la. re­
ligión que no se vive, la creencia cristiana, \
cuyo sentido de idealismo y de pureza en la
conducta apenas es conocido, no tiene influen- ,
cia continua y profunda. La moral, cuando
existe, es instintiva o espontánea, y la fe tiene
todos los caracteres de un fatalismo. Se vive
en el pequeño mundo de les supersticiones tur­
badoras, se cree en un destino caprichoso y .
82,—Toaiet
338 BDMUNDO GONZÁLBZ-BLANOO _ __

desconocido, se reduce el piwidencialiemo al


culto de los santos, a la eficacia de los amu­
letos, al acaso o al milagro. Tal es la religión
común a todas Las clases populares, que se ha
llamado can razón polidemonismo localizado,
y que es monoteísmo cuando se reza a un santo,
pero que cree en una reunión extraña de en­
tidades sobrenaturales, mal definidas, sin je­
rarquía dogmática, que tienen sobre la vida,
en lugares diversos y por momentos determi­
nados,, inquebrantable fuerza. Los demonios,
buenos o malos, tejen caprichosamente la tra­
ma sagrada de la vida. En el fondo trátase de
un fetichismo depurado o de un esplritualismo
rebajado y confuso >. Los zapoteca» principal­
mente han sido siempre más paganos que cris­
tianos y alimentado más supersticiones que los
otros indios de México. Sus curas católicos lo
son sólo en el nombre, como una formalidad
necesaria; su ocupación, en frase feliz de
Mayne - Reid, es una perfecta sinecura y
creen sin duda que con la intención basta.
Cuando una de sus mujeres está próxima a
aumentar el número de miembros de la fami­
lia, el padre reúne a sus amigos en su caba­
ña, traza varias figuras de animales en el suelo,
y luego las borra una después de otra; la que
está borrando en el momento en que nace el
niño es su tona, y suponen que la vida del
recién nacido está unida en algún modo a la
del animal que es su tona: el infante consa­
_______ Carranza t la revolución db Méjico 339

grado así a ella busca después que ha crecido


un animal del mismo género y le cuida y íes«
peta como los negros de Africa a su fetiche.
Podría multiplicar lóa ejemplos.
iCon razón, pues, ae ha señalado en el clero
rural una de las causas del atraso de loe in­
dios. Tal era la influencia de loe clérigos y de
loe religiosos en las Estados mexicanos, que
se les ha podido llamar repúblicas teocráticas.
La voz de los sacerdotes era escuchada en ellos
como si fuesen realmente lo que pretenden ser:
órganos de Dios, que hablaban en nombre del
Cielo. Ciegamente se seguían sus opiniones y
se obedecían sus órdenes; y, sin embargo, sal­
vo contados caeos, no merecían tal autoridad
ni por la santidad de su vida ni par la pru­
dencia de sus consejos: en su mayoría eran
seres intransigentes, corrompidos e hipócritas,
que llevaban el orgullo sacerdotal hasta la in­
solencia y explotaban la credulidad de los in­
dígenas en provecho de su codicia y de su am­
bición. Siempre estaban hablando de religión,
pero la religión en su boca significaba domi­
nación clerical. s
Para que no faltara al clericalismo ningún
apoyo, ni aun de los que más enérgicamente
hubiera rechazado en otras tiempos, vino la
dictadura de Porfirio Díaz, este maestra en
crímenes, tiranías y traiciones. Porfirio Díaz
ató a su carro de triunfo, con promesas que
cumplió ampliamente, al partido clerical, a
340 EDMUNDO OONZÁLBZ-BLANOO

pasar de haber tenido que reconocer las leyes


desamortizadoras de'1856 y 1859. Verdad es
que en cambio suprimió las antiguas tierras
comunales, única posesión que quedaba al po­
bre indígena, y las repartió entre el clero y
la plutocracia. Los peone», recargados de im­
puestos, se llenaron de deudas y quedaran a
merced de las clases ricas; ai amparo de la
ley se ahondaron las divisiones existentes en­
tre éstas y las clases bajas; se empezó a creer
que ello era un mal inevitable, y esta creencia
persistió a causa de la ignorancia de los peones
y porque los sacerdotes contribuyeran moral­
mente a croar semejante sistema.
Cuando en 1910 las clases rurales siguieron
a Madera y le apoyaron en la revolución ini­
ciada, el partido clerical, que no había dado
señales de vida desde 1867, revivió bajo el
nombre de «partido católico» y mostró clara­
mente que favorecía los principios reacciona­
rios del régimen de Porfirio Días. Y cuando,
asesinado Madero, Huerta restauró ese régimen
draconiano, los clericales se quitaron la más­
cara definitivamente. Así la expulsión de los
frailes qúel residían en los distintos Estados
por los cotastitucionaflistas está plenamente
j<usti|ficad'a, puesto que aytflflaban abierta»*
mente al usurpador con sus millones y con su
influencia moral. Y los constitueionalistas van
más lejos y nos dan en la actualidad una grao
lección nuxralizadora, porque, levantando la
GARBANZA T LA REVOLUCIÓN DB UAJIOO 341

puntería y generalizando el ataque, resumen bu


ideal en esta forma viril: «La población indi,
gena exige, en el orden social, un protector
político contra el cacique, dueño de la hacien­
da, señor feudal de la vida local; en la esfera
religiosa, un protector laico contra el crura.»
En España los reaccionarios han querido
pintar a Carranza como la encarnación del
rierófobo apasionado, que, como el personaje
de Diderot: <| Desearía ahorcar al último de
loe reyes can las tripa« del último de los sa­
cerdotes I...» No hay tales clerofobias ni cosa
que lo valga: lo que hay es simplemente la re­
solución de un problema político (que artera,
mente se convierte en religioso) de grao trans­
cendencia para México. Esto lo han probado
hasta la saciedad el ex diputado Cabrera (en
su disertación intitulada The religión* guei-
twn in México, y publicada por la revista The
Forum de agosto de 1915) y el licenciado Zur-
barán (en su réplica «1 cardenal O’Cannel).
El primero de estos autores resume su juicio
en siete concisos y perspicaces párrafos: 1. Las
aspiraciones de Gobierno constituoionalista
respecto a 'la Iglesia católica no son tales,
como puede inferirse de los actos aislados que,
corno consecuencia de la guerra civil, y, sobre
todo, de la intervención del clero en las can­
dentes cuestiones políticas, ha-tenido que su­
frir la Iglesia católica en varias ocasiones.
2. Las condiciones de la Iglesia católica en
342 IbMÜNDO QONZÁLKZ-BLANCO__

México aon totalmente distintas de las candi,


ciones de la misma Iglesia en los Estados Uní*
dos. 3. Las llamadas leyes de Reforma esta­
blecen determinada condición de la Iglesia ca­
tólica en México que es distinta, de la que tiene
conforme a Las leyes de los Estados Unidos. 4.
Dichas leyes de Reforma corresponden a una
situación que es peculiar a la América latina,
y les leyes son absolutamente indispensables
para privar a la Iglesia católica del poder
temporal que tuvo emites de la guerra de Re­
forma. 5. Estas leyes deben subsistir al pre­
sente, porque las condiciones sociales que las
exigían perduran todavía. 6. Durante los úl­
timos años la Iglesia católica en México fué
enteramente ilegal, transgrediendo Las orde­
nanzas de la Constitución mexicana y de las
leyes de Reforma. 7. La intervención del
clero en asuntos políticos, la posesión de pro­
piedad.' territorial', por parte del clero y la
existencia de conventos son actos totalmente
ilegales y violadores de la Constitución (are
act» toholly ilegal and violabive of Comtitu-
tion). Según Cabrera, la Iglesia católica es
en México, como en los demás países latinos,
una vasta organización política. The catholic
party it, in a ivutihell, the political ofgani-
zation of the Catolie Church of México.
Otra lanza, jugada por el propio Cabrera,
he de quebrar contra lo insistentemente afir­
mado por los clericales de Europá., especial-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN »S Minco 343

manto de España, país propicio a las insinua­


ciones malévolas del jesuitismo hipócrita.
«Nunca (escribe Cabrera) se ha intentado ne­
gar a los católicos mexicanos el ejercicio de su
religión o eu derecho a tomar parte en loe
asuntos políticos de México. Nosotros, loe cone-
titucionalistas, somos católicos; los villistae son
católicos; los zapatistas son católicos. El no­
venta por ciento de la población mexicana es
católica, y el partido constitucionalista no
podría, por consiguiente, en la presente lucha,
intentar privar a los católicos, que forman la
totalidad del pueblo mexicano, de su derecho
a profesar su religión o de su derecho a tomar
parte en las cuestiones políticas.« Petra el he­
cho de que el partido católico sea en México
la organización política de la Iglesia católica,,
como observa muy bien lOablrena,; constituye
un peligro para las instituciones democráticas
(thit tingle fad constitnitei a peril for irtsti*
tutiont democratic). " "
La aspiración de la revolución liberal (1856 .
a 1859), fué privar a la Iglesia del poderío
económico, de su influencia social, y tuvo
que colocar a la Iglesia en una situación
que aparentemente es desventajosa e injusta,
pero que en realidad era y continúa siendo la
única manera posible de reducir al clero cató­
lico a la impotencia. Carranza persiguió este
propósito con su habitual tenacidad y está en
vías de lograrlo.
344 EDMUNDO OONZÁLEZ-BLANCO

La confiscación de laa tierras ilegalmente po­


seídas por la Iglesia católica de México es le­
gal, justa y necesaria, y en ese sentido todas las
confiscaciones de tierras pertenecientes a la
Iglesia san legítimas, por cuya razón el Gobier­
no oonstitucionalista está en el derecho de con­
tinuar la misma política, no sólo confiscando
propiedades que resueltamente posee el clero,
sino también fiscalizando esas propiedades que
aparentemente pertenecen a ciertos individuos,
pero que, a través de la historia de sus prime­
ros poseedores y a través de la forma de «u
administración, pueden claramente distinguir­
se como propiedades de la Iglesia.
A la caída del general Huerta y a la inaugu­
ración del Gobierno- constitucionalista, en las
ciudades principales de la Bepública, fueron
abolidas varias órdenes monásticas, y oamo Tos
miembros de éstas eran en su mayoría extran­
jeros, se expatriaron voluntariamente. No es
cierto que las monjas hayan sido víctimas de
los ultrajes que se atribuyen a los miembros del
ejército constitucionalista. La única contingen­
cia ha sido la dispersión de grupos religiosos.
Sabido es que Villa hizo a Carranza el cargo
de que, otorgadas por la Constitución, entre
otras, la libertad de conciencia, permitiese a
muchos gobernadores que, exagerando el justo
resentimiento del partido constitucionalista
contra el clero católico que tomó parte importan­
te en el «cuartelazo» y luego en el sostenimiento
CARRANZA Y ÍK REVOLUCIÓN DB MÉJICO 345

de la dictadura, supriman el culto, impongan


penas por las prácticas religiosas que autorizan
las leyes y lastímen profundamente el sentimien­
to religioso del pueblo con actos reprobados por
la civilización y el Derecho fie gentes. Carran­
za contestó: «Si Villa pudiera medir el alcan­
ce de lo que le escriben para que firme, no ae
habría colocado, al formularme este cargo, en
una situación tan poco decorosa, puesto que él
ha sido el que ha exagerado ese justó resenti­
miento del partido conetiltucáofc alistó Contra
loe miembros del clero católico que sostuvie­
ron la dictadura, e> un puntó tal, que llegó a
causar verdadera alarma e indignación a todas
la& desee sociales. En efecto, Villa, que aho­
ra busca un acercamiento con el clero, mani­
festándose tan respetuoso de la religión y de
bus prácticas, en todos los lugares que iba ocu­

pando durante 'la campaña expulsaba a los


sacerdotes, cerraba las iglesias al culto; y en
Zacatecas culminó su frenesí antirreligioso, que
tanto contrasta can su mansedumbre cristiana
de ahora, expulsando a once sacerdotes de dis­
tintas nacionalidades, de los cuales, tres, fran­
ceses, no se sabe todavía su paradero. > En
comprobación de lo cual, Carranza recuerda a
Villa la calurosa felicitación que el 29 fie Julio
de 1914 envió el general Villarreal, goberna­
dor de Nuevo León, cuando éste expidió un
decreto restrictivo del culto católico en el
que se prohibía la confesión. Este mismo Vi-
340 BDMUNDO GONZÁLBZ-BLANOO

llarreal fué el que al abrir la Convención de


Aguascalientes, que presidía, dirigió un vio­
lento ataque a la Iglesia, en el que oonoeaé al
clero el derecho a haicer uso de los templos consa­
grados al culto; pero le niega el derecho a po­
seer conventículos y edificios destinados a la
enseñanza. «Puesto,que la Constitución no0
. prohíbe que confisquemos, pasemos algún tiem­
po sin Constitución para arrebatar al enemigo
loe fondos con que nos combate y arrebatar al
clero los bienes que ha adquirido, amparado por
la política de conciliación ¿é Porfirio Díaz.*
Aunque Porfirio Díaz era masón, y al actuar
como político empezó por prescindir de los prin­
cipios católicos, entregándose en brazos de los
partidos radicales, es lo cierto que la masone­
ría estuvo reducida a una mera corporación en
tiempo de su dictadura. Villarreal pugnó por
. volver a una masonería que quitase al clerica­
lismo sus propiedades y le redujese a la impo­
tencia, ya que «ese enemigo sin oro es un ene­
migo del que la revolución podrá implacable­
mente burlarse*. No se contentó Villarreal con
acusar a la Iglesia de haber mantenido al pue­
blo mexicano en la ignorancia (por lo que el
84 por 100 de ese pueblo es analfabeto), sino
la acusó también de la perversión del criterio
de los niños. «No debe la revolución atentar con­
tra la libertad de conciencia ni contra la de
cultos. En el período agitado fué muy justo, y
así se hizo, castigar a la clerigalla, que se aso­
CAXHANZA Y LA KMVOLUCIÓN »» MÉJICO 347

ció al Gobierno y le dió dinero para oonservar


y aun fomentar la dictadura. Pasado el período
agitado, nosotros, como buenos liberales, debe­
mos respetar todae las religiones, pero no per­
mitir que nuestra niñez sea emvenenada. Es
más transcendental prohibir al clero la ense­
ñanza que prohibirle la religión; que sigan ro­
sando y que sigan predicando; pero que no en­
señen mentiras. > Y aun fué más lejos Villa­
rreal, pretendiendo se exigiera al personal del
clero católico residente en d país la declaración
terminante, clara y sancionada en una fórmula
firme y segura, de que no obedecería, ni se­
cundaría, ni apoyaría en manera alguna, di­
recta o indirecta, las insinuaciones u órdenes
del clero expatriado, para sostener la guerra
reaccionaria en contra de la revolución nacio­
nal, que deberá siempre realizarse no sólo en loe
campos de batalla, sino que también en las pa­
trias instituciones. .
Por su parte el lioeniado Zurbarán replicaba
al cardenal O’Connel, en términos de templan­
za pero de energía. Preciso es conocer—escri­
bía—que el clero católico mexicano está dividi­
do en loe grandes grupos: el olero criollo, abne­
gado, pobre, encargado, por regia general, de
los curatos dé aldea; y el clero importado, gene­
ralmente de Europa, soberbio, enriquecido, que
tiene gran influencia en les episcopados, obis­
pados, iglesias productivas y la dirección espi­
ritual de altas deses sociales. Ei primero ha
348 SD1CÜMDO •OMZÁUU-BLAXCO

estado siempre consagrado a su ministerio, y,


en las linchas emprendidas por el progreso y la
libertad del pueblo mexicano, se ha puesto del
lado del pueblo. A este grupo pertenecían Hi­
dalgo y Ocampo, y & este grupo pertenecen hoy
el canónigo Paredes y la inmensa mayoría del
clero pobre. El segundo grupo ha trabajado
siempre en México en favor de la reacción y
contra la libertad; ha defendido no el prin­
cipio de libertad religiosa, sino la intolerancia,
el fuero; ha querido constituirse en una casta
privilegiada y ha ensangrentado el país desde
que México se independizó. A este grupo per­
tenece el obispo Lavastida, de Puebla, y a
este grupo pertenecen hoy los arzobispos y
obispos que por conducto do loe ministros Urru-
tia y Tamariz ayudaron a consumar y sostener
la usurpación de Huerta. A este clero católico
ae le debió en 1822 el efímero imperio de Itur-
bide; él otorgó todo su poder material y espi­
ritual a los ominoso« Gobiernos de Santa Ana,
inflamando la guerra civil can el grito de
Religión y fuero»; él armó el brazo de Haro y
Tamariz para ensangrentar el Estado de Pue­
bla; él determinó a Comonfort a dar el golpe
de Estado contra la Constitución del 67; él en­
cendió la horrible guerra de tres años (al
grito también de Religión y fuero»); tí intentó
con Maximiliano un nuevo imperio en México,
y tí, por último, preparó la conspiración contra
el presidente Madero, contribuyó con dinero, con
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 349

el dinero destinado al sostenimiento de la fe


religioBa y al alivio del menesteroso, para que
ed ejército traicione; ee entendió oom Umu
tia, según documentos publicados, para soste­
ner la usurpación de Huerta; abusó del púlpito
y de su influencia moral sobre las clases igno­
rantes en apoyo del dictador, y en la actualidad
obliga en Jalisco a los profesores laicos a pro­
testar que en la enseñanza de los niños no ob­
servarán el principio de libertad de creencias,
sino que obrarán por los intereses de la Igle­
sia católica, y arma a los sacerdotes del Estado
dfe Micboacán para que capitaneen partidas re­
beldes bajo el grito de Religión y fuero». Si,
como consecuencia de esta conducta, el grupo
católico a que me refiero, se ha visto obligado a
emigrar; si muchos sacerdotes políticos han
sido castigados; si otros han sufrido injusti­
cias; y si en algunas partes se han ootmetido
excesos, que soy el primero en deplorar, cúlpen­
se a sí mismos los qute han provocado tan hon­
da perturbación social, y comprendan los res­
petables católicos americanos que este estado
de cosas, explicable en los momentos actuales,
no constituye ni puede constituir un principia
del programa constitucionalista, cuyos hombree
ee enorgullecen de defender los principios de
separación de la Iglesia y el Estado y de liber­
tad de creencias. Actualmente existen en el
extenso territorio de México innumerables sa­
cerdotes católicos qi|e ejercen ffu ministerio
350 XDMUNDO GONZÁLXZ-BLANCO

¿entro de la más absoluta libertad, porque el


actual Gobierno, como el definitivo que surja
del movimiento revolucionario que toca a su
fin, garantiza la libertad de culto». No es
una conspiración masónica la que se encuentra
frente al mexicano, que hoy, cotmo en la época
de Juárez, no puede tolerar, y no tolerará, que
exista en la nación mexicana una clase, par
más respetable que ella sea, que, a pretexto de
defender un dogma, pueda cometer toda clase
de excesos, pueda trastornar constantemente
la tranquilidad pública sin ser pronta y efi­
cazmente reprimida. En cuanto a la < rapaci­
dad bruta» de los constitucionalistaa en Jos
bienes del clero mexicano, debo decir que des­
de la liey de Juárez de 1859, el clero, como ins­
titución, perdió el dominio ¿e todos los bienes
que poseía, los cuales pasaron al poder de la Na­
ción, quedando incapacitados pana adquirir nue­
vos bienes. Y los sacerdotes católicos, indivi­
dualmente, creo que observan la sentencia de
Isaías: ¡Ay de lot que juntan cata a cata, cam­
po a campo, como ti ellot tolot hubieten de vivir
en el mundo!*
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DB MÍUIOO 351

CAPITULO III

YANQUIS Y MEJICANOS

§1. LAS DOS AMÉHICAB

Cuando estuve en Canarias (1898 a 1901) me


sorprendió notar que el adjetivo de oanaño no
se aplica a loe habitantes de las siete islas, en
cada una de las cuales se da a sus habitantes
una designación especial, sino que se reserva
para loe de la ida de Gran Canaria, a pesar
de no ser su capital, Las Palmas, la del archi­
piélago. Algo semejante sucede con América,
cuyo nombre no tiene actualmente el mismo
sentido que otrora, no sólo en el Viejo, pero ni
hasta en el Nutevo Continente, los moradores
de cuyos Estados se dan a sí mismos denomi­
naciones particulares, y la de americano» por
excelencia a los pobladores de loe Estados Uni.
dos, contrafigura de las civilizaciones occiden­
tales, potencia mundial por su imperialismo y
por su riqueza. El depurado americanismo del
ilustre peruano García Calderón no es tan in­
transigente que repugne ciertas extravagan­
cias consagradas al lenguaje, y, no obstante,
al querer justificar, consuetudinariamente por
supuesto, ese término de americanismo, no pue­
de menos de decir que, en su significado con­
creto respecto a la cultura y la vida, tiene en
Europa un sentido estrecho, por referirse a los
352 BDMUMDO OONZÁLXZ-BLANOO

Estados Unidos, a sus imperfecciones y grande­


zas, a su materialismo, a su culto del interés, a
bu ideal de poder y de lucha. El europeo ha

modificado así la significación tradicional del


vocablo América. Paul Adam exalta líricamen­
te a la República sajona, y su libro se llama
Vuet d’Amerique; Wells analiza el porvenir
de los Estados Unidos, y su ruda profecía se
intitula Thè future in America. En un inmen­
so continente, sólo la democracia yanqui merece
para estos apasionados observadores el nombre
que legara a veinte pueblos un navegante me­
dioeval.
Hay otra América, más joven que la del
Norte., y que ofrece otros caracteres de tradi­
ción y dfe raza. Hay otro americanitmo que el
sajón, el americanismo latino, nuevo, indisci­
plinado y espontáneo; pero que, par lo mismo,
no ofrece los síntomas de decadencia que el que
supone la civilización de los Estados Unidos,
reflejo dé la cultura europea, obra secular, obra
clásica. Con mayor razón que en la patria de
Wàshington, dande el conquistador aniquiló
las rasas de la edad precolombina, deben lla­
marse americanas a las naciones ibéricas, de
cuyo inquieto desarrollo son autores indígenas
y mestizos. Y en parte alguna como en Méxi­
co se muestran con mayor claridad estos carac­
teres originales que el Nuevo Continente pre­
senta fuera de los Estados Unidos. Al cabo, es
México la comarca de origen español que se-
„ CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 353_

para la América latina de la otra América, de


la América hostil al arte, a la gracia y a la me­
dida, de la América de los bárbaros sin histo­
ria, que conquistan las ideales riquezas humanas
con el oro acumulado en prosaicas luchas. Los
norteamericanos son aquellos trasatlántico» que
describió Hermant en notable sátira.
Cuando Colón fuá a descubrir la redondez del
globo, vió próximo ya al continente una banda­
da de grandes pájaros que, con serenísimo vue­
lo sobre las encrespadas olas, dirigíase hacia el
Sur. También en busca de las costas, cambiando
dé derrotero, el navegante loe siguió, y siguién­
dolos, en vez de arribar a la Florida, hacia
donde señalaron antes las proas de sus carabe­
la«, llegó a les Antillas. ¡Jamás (ha dicho Bun-
ge) tuvo mayores consecuencias el vuelo de las
aves! Pues par él un pueblo, en el cual predo­
minaban razas afroeuropeaa, moreno y vivo,
conquistó y pobló di Centro y Sur de América,
dando lugar a que más tarde otro pueblo soña­
dor y rubio, de origen asioeuropeo, los anglo­
sajones, ocupase el Norte. Y es coincidencia
que éstos, habituados a climas más fríos, po­
blaron las más frías regiones de la moderna
Atlántida, y aquéllos, los del Mediodía de Eu­
ropa, las más cálidas. Así lo dispusieron las ta­
las aves misteriosas, heraldos de la historia de
un mundo nuevo. '
No cabe negar que esto de la distinta lati­
tud1 y de la especial posición geográfica ha sido
’’ . . JB.—Tomo L
354 BDMUNDO GONZÀLBZ-BLANCO

y continúa siendo una circunstancia muy favo­


rable para el progreso de los Estados Unidos.
Las naciones de la América latina, situadas casi
todas ellas en la zona tórrida, no pueden campe,
tir con la América del Norte como países calo-
nizables. En un opúsculo impreso en 1893 por
el historiador y diplomático argentino Que­
brada (conocido y estimado en México por ha­
ber representado allí la nación que se ufana
en contarle entre sus más preclaros ciudada­
nos), con el título de La sociedad hispanoame-
ricama bajo la denominación española, se de­
muestra cumplidamente que el éxito mundial
de los Estados Unióos, debido a circunstancias
naturales e inevitables, no procede de superio­
ridad de raza ni de antecedentes de las insti,
tuciones de la época de la colonia. Menos equi­
librado, pero más vigoroso, el escritor mexi­
cano Bulnes, con rudeza profètica, moteja de
alucinados a loe que pregonan las riquezas de
México y otros países, que en concepto de este
varón de escéptica mentalidad no tienen proba­
bilidades de independencia ante grandes nació,
nes imperialistas. Resplandece este pesimismo
materialista y desordenado en el libro publicado
por Bulnes en 1899 y consagrado a examinar
el porvenir de la América latina en relación
oon el progreso de los Estados Unidos:. libro
acerbo (1) en las sentencias y lleno dé exage-

(1) 0« titule MinpJeto «• : >1 pervMrn* 4« ios na.


CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 355 .

racionas augúrales, en el que su docto autor


deciara ser muy difícil que las naciones de la
primera puedan mantener su autonomía. La
maldición de la América latina está en ser
tropical. La zona tórrida no es clima propicio
para la inmigración, necesitándose que millonee
de aeres humanos se sacrifiquen para hacer po­
sible que otros seres vayan a residir en ella sin
peligro de sus vides. De 'los dimes cálidos nun­
ca nacieron razas fuertes, industrias y civili­
zaciones expansivas. A las naciones que se han
constituido bajo estos climas les falta el factor
omnipotente del trabajo humano para enrique­
cerse y prosperar. Allí abunda el alcohol, que
envilece, y la pereza, que prepara futuras escla­
vitudes. Comparando la producción dv las mi­
nas de oro y de plata en los países iberoame­
ricanos con la intensa riqueza de California,
Australia y Africa del Sur, halla Bulnes en
aquellos países mediocre« tesoros. El Nuevo
Continente necesita inmigrantes y capitales, y -
debe irrigar sus desiertos para no desaparecer
en las futuras luchas de este siglo. Todo esta
es cierto, y no hay para qué negarlo. Empero
no es menos cierto que si el trópico deprime no
aniquila el esfuerzo humano. Precisamente por­
que todo depende de poblar los desiertos, en
la América central, en el Sur y en México se
reproducirá la misma natural evolución reali-

ciones hispanoamericanas ante las recientes conquis­


tas de Europa y los Estados Unidos.
356 ’ BDMUNDO GONzAlHZ-BLANCO _

■ í : .

zada en loe Estados Unido«. Las tierras de las


comarca« de Nuevo Mundo, al Mediodía, al
Centro y al Norte, garantizan su futuro en­
grandecimiento; fáltales, empero, la población
necesaria, como les faltó a los trece Estados de
origen inglés que formaron los Estados Unidos,
cuya población asciende hoy a más de 96 mi­
llones. Tal hecho lo expdioa fácilmente Queeada
par la inmigración europea, la cual desenvolvió
fuerza y vigor en aquellos territorios en pro­
porción al medio ambiente donde se tranaplan-
tó. *La corriente inmigratoria europea (dice
Quesada) obedece & una ley histórica: lleno «1
Norte de América, se esparcirá por el Mediodía
y el Centro, y pobladas aquellas tierras, hoy
relativamente desiertas, es evidente que la ri­
queza, madre del orden, resolverá todos los
demás problemas secundarios. > Hay, pues, que
hacer distinciones. .. : ,
. Sin constituirme en defensor d<el carácter y
cualidades de los habitantes de las antiguas oo-
lonias españolas, ni entrar en la cuestión de su­
perioridad que soibrej ellos puedan tener loe
moradores dé los Estados Unidos, cosas que
hasta cierto punto son indiferentes para el prin­
cipal objeto que me propongo, hará notar, sin
embargo, que pana que haya término de com­
paración sería preciso demostrar la identidad
de circunstancias en que se desenvolvieron am­
bos géneros de civilización, pues sólo así tendría
valor significativo la diversidad de los resulta-
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 357

dios; sólo así la diferencia o superioridad de


raza y de las instituciones establecidas repre­
sentaría ei origen y causa eficiente del distinto
aspecto que han presentado las dos colonias es­
pañola e inglesa después de su respectiva eman­
cipación. Por desgracia, es demasiado eviden­
te que, en contráete con lae repúblicas hispa­
noamericanas, la de loe Estados Unidos se ele­
vó en pocos años al más alto punto de felicidad
y esplendor, y que desde la época, de su eman­
cipación pasó rápidamente desde el humilde
puesto de colonia al rango de las primeras na­
ciones del mundo; pero conviene recordar que
los trece Estados de origen inglés que consti­
tuyeron el pueblo que ee hizo independiente
de la Gran Bretaña tenían a la sazón tres mi­
llonee de habitantes, y posteriormente «a fue­
ron anexionando países colonizados por fran­
ceses, y españolee, como Luisians, la Flo­
rida y los extensos territorios que conquistaron
a México o que adquirieron por cesión que hizo
aquella nación vencida, j Es preciso que en es­
tos territorios extensos, poblados y prósperos
haya influido ni podido influir la diferencia o
superioridad1 de raza y de lae instituciones es­
tablecidas? ¿Qué causas reconoce, pues, el he­
cho indudable que, al revés dfe este pueblo, los
qué fueron un día nuestras colonias hayan caído
en la más profunda y desastrosa anarquía, sin
que se vea cuál puede ser el término de sus
prolongados padecimientos P
358 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

Loe autores antecitados han señalado, sin


advertirlo, una de esas causas que, a mi juicio,
no es de poca cuantía. A ojo de buen cubero,
el solar de las naciones latinoamericanas se
nos presenta hasta hoy, tal vea sin razón bas­
tante, como una región adversa, inhospitalaria,
incivilizable, a pesar de los vivos resplandores
que la cultura lanzó en otros tiempos sobre el
mundo de los aztecas y de los incas. No .cabe
duda que muchas comarcas de la zona tórrida
y dé la tropical se prestan poco a la coloniza­
ción, mientras no se desagüen y canalicen te­
rritorios que cubren las lluvias torrenciales y
no se talen bosques seculares inhabitables para
el hombre par las emanaciones palúdicas de los
pantanos y de la putrefacción vegetal. En
cuanto a las naciones situadas en la zona tem­
plada y en la fría, la distancia a que se hallan
de Europa (único continente que posee el ele­
mento colonizador, el único productor de este
elemento y por ende de ilimitada producoión,
toda vez que el desenvolvimiento de la raza hu­
mana obedece a ciertas leyes), es causa de que
no hayan ¡podido atraer con eficacia la emigra­
ción, precisamente porque la carestía del trans­
porte la hace más difícil, y cuando los Gobier­
nos han querido estimularla por medios artifi­
ciales y enormes sacrificios pecuniarios, ha re­
sultado una perturbación rentística y pecunia-
rai, aunque transitoria, como en <la República
Argentina. Esta sola consideración arroja tan­
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 359

ta luz sobre 1» cuestión que nos ocupa, que casi


juzgo inútil añadir que, establecida la corriente
inmigratoria, en la época en que los Estados
Unidos eran el único país colonizable, puesto
que el resto de la América estaba bajo* la do­
minación española y el Brasil bajo la portu­
guesa, hacia dicho país afluyó con más poder
la oorriente, estimulada por la baratura del
transporte & causa dé la relativa proximidad
de Europa y del alima hospitalario para las ra­
zas europeas, ¿ Cómo es que las colonias ingle­
sas en el Canadá y la Guyana han sido infini­
tamente menos rápidas y progresivas que en
NorteaméricaP ¿Deberemos también apelar a
la diferencia o superioridad) de raza y de las
instituciones establecidas P Este hecho ¿ no nos
está diciendo que el contraste de las resultas
debe explicarse por la influencia del clima y
por cauas políticas y sociales P
Estos son los datos generales que en Europa
no se han apreciado mas que de una manera in.
completa. El clima, sin embargo, no lo es todo.
A más de esta causa, que acabo de señalar por
parecerm» una de las más salientes, todavía
puede encontrarse otra, y nada despreciable,
en la distinta, forma de la inmigración, según
que se realice en el Norte y en el Sur de Amé­
rica. En 1866 Baldorioty de Castro, el gran
demócrata portorriqueño, observaba que al Nor­
te emigran las familias completas y al Sur no
van de ordinario sino individuos: las primeras
360 ' BDMUNDO GONZÁLBZ-BLANOO

descuajan los bosques, fundan la propiedad


agrícola, levantan loe campos, promueven la
industria, fomentan la instrucción pública, se
radican, en fin, y al cabo de pocos añoe mi­
ran esta patria adoptiva como la patria defi­
nitiva; siendo un hecho que si recuerdan el
suelo natal es para invitar a sus deudos a se­
guir su ejemplo, y con frecuencia para pro-
porcionartLea ios medios indispensables paira
emigrar. Loe segundos no aman en general
el trabajo de los campos, se diseminan por las
ciudades y los pueblos, y sus ocupaciones son,
por lo común, la bodega, las novedades de Pa­
rís, la lencería y algunas veces las artes y loe
oficios vulgares; la agricultura, la industria, la
inventiva, la enseñanza pública y el aumento de
población estable les deben muy poco; y es no­
table que, aun cuando el matrimonio o el curso
de sus negocios les retengan en el país hasta
su muerte, su pensara»soto fijo es casi siempre
redondear una fortuna, grande o pequeña, para
abandonarlo.
Con todo, fuerza es repetirlo, no van en ma­
nera alguna encaminadas mis reflexiones a
atribuir a una virtud' del clima exclusivamente
eee doble fenómeno: ni loe dimes del Norte son
más templados, ni sus terrenos son más fera­
ces que los del Sur: la estabilidad pdítica pu­
diera explicarlo, si no fuera parte del hecho
mismo que se discute, y en cuanto a la prospe­
ridad económica es evidentemente una conee-
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DS MÉJICO 361

cuencia y no una causa del fenómeno. En sentir


del mencionado Baldorioty de Castro, <la edu­
cación secular de una y otra rasa, este c^ma
moral mil veces más poderoso que los climas fí­
sicos, encierra todo el secreto y la explicación
completa de hechos tales. Hubo un tiempo en
que las razas del Norte, ignorantes, supersti­
ciosas y abandonadas, vivían tiranizadas por
los vicios y poco estimadas de sí mismas y de
los demás; las meridionales brillaban entonces
por las artes, por las ciencias y por las armas;
ni el clima de éstas era en dicha época más
frío, ni el de aquéllas más tibio que al presento.
Un gran concurso de circunstancias favorecía
la educación ¿é las unas y la» dotaba de perse­
verancia, mientras que para las otras todo era
adverso y todo contribuía a mantenerlas en la
obscuridad' y el atraso».
Aplaudo el criterio que ha dictado, esta pro­
testa contra el prejuicio de las razas. Pero las
palabras que acabo de transcribir manifiestan
tmbién lo que hay de natural y lógico en el he­
cho de que, cuando todos loe pueblos del Medio­
día olvidaban sus tradiciones y abdicaban en
manos dé la fuerza sus derechos, los pueblos del
Norte pugnasen por rosbntecer y afirmar sólida­
mente loe suyos. Las brillantes victorias qué los
pueblos dél Mediodía alcanzaban en los campos
de batalla bajo el imperio de la obediencia pa­
siva, no eran mas que las piras siniestras que
alumbraban él principio de »u decadencia, el
362 BDMÜNDO GONZÁLEZ-BLANCO

obscurecimiento de su razón, la caída de sus li*


bertades. Esta caída loe llevó a la anarquía más
profunda y desastrosa, sin que se viese cuál po.
¿ría ser el término de sus prolongados padeci­
mientos. El Trono y el Altar les embargaban
él cuerpo y él alma. Su Gobierno militar y
teocrático se fundaba en la abyección colecti­
va y en la ignorancia pública. El Ejército se
caracterizaba por su despotismo y su grosería,
y la legislación, por la torpeza y la venalidad
de sus representantes. Oprimido por las recla­
maciones incesantes de colectividades ávidas de
tutela, el Estañó reglamentaba sin cesar, lle­
vando a sus últimas exageraciones la minu­
cia administrativa. Aquellas épocas fueron ante
todo papeleteas, y los funcionarios no iban nun.
ca sin secretarios y taquígrafos En la curia
de entonces, como en la de hoy, no había para
qué buscar sentimientos de moralidad y jus­
ticia: todo era estómago, menos el cerebro, que
constituía una especie de esponja que chupa­
ba de todos los libras y sentencias. También el
bajo clero experimentó análoga evolución: el
tipo del clérigo vividor, satirizado por las no­
velas picarescas, es un tipo legendario. Los
hómbres pasaban la vidla rezando en las puertas
de las iglesias y de los conventos o trabajando
con la lentitud propia dé los reglamentos y de
loto gremios. Sólo la nobleza, en su aislamien­
to, pudo librarse de la influencia desmoraliza­
dora de aquel ambiente. Las Bellas Artes y las
CARRANZA Y LA BSVOLUCIÓN DK MÉJICO 363

Buenas Letras olvidaron al hombre y le lanza­


ron a lae regíanos de la mística (una veta muy
original del ingenio español), en cuyas mas al­
tas efusiones, sin embargo, hay algo de aboga­
dil. La Teología y la Jurisprudencia habían' sa.
turado el arte y la literatura de estirada solem­
nidad; el tono jurídico era de rigor, y la» in­
trigas dramáticas resultan siempre coartadas.
La industria se despobló para poblar loe con­
venios; el comercio se redujo a compañías pri­
vilegiadas; la navegación, decaída, plegó sus
velas; la guerra misma perdió su brillo y su vi­
gor, y la prosperidad meridional, como la po­
blación, tocó en los lindes de la bancarrota y de
la miseria.
¡Qué contraste ofrece con semejante estado
social el de los ¡pueblos del Norte! El tra.
bajo sangriento de sus revoluciones represen­
taba la dolorosa gestión que anuncia la fecun­
didad, la elaboración del libre examen y de la
libre manifestación del pensamiento oon todas
sus consecuencias. Diot y mi derecho era su
convicción profunda y su resorte inquebran­
table. De aquí la adoración de Dios en espí­
ritu y en verdad; de aquí la disciplina inter­
na que guía a los individuos por sí miamos,
sin que necesiten de la dirección del Estado.
Los individuos tuvieron que disciplinarse por
cuenta propia y adquirir así el telf-control, de
donde se deriva el »elf-govemment. Fundaron
su Gobierno dentro de una esfera limitada de
364 MDMUNDO GOKZÁLBZ-BLANCO _______

acción; dieron más fuerza a la ley que al fun­


cionario, y se lanzaron con fe en la oorriente
de la discusión y del trabajo. Sin romper brus­
ca e incomprensivamente con las creencias
del pasado, supieron orearse una religión más
amplia que pudiera adoptarse a todas las ne-
cesidadtes moderna«. Exploraron atrevidamen­
te en el orden moral el mundo de las ideas, y
en el orden material el mundo de las riquezas.
Gracias a tan sanas iniciativas, ejercieron un
poder enorme, que aumentó de año en año,
acreciendo su riqueza, exffetndjj/endo su terri­
torio, perfeccionando au organización.
Ambas razas poblaron América, y ambas
trajeron a ella los efectos de su educación res­
pectiva.' Los Estados Unidos, aun dejando
aparte las circunstancias especiales de clima,
terreno, costumbres, riqueza y organización
social, se formaran de pueblos más o menos
avezados ya al manejo de loe negocios públi­
cos, y esta cualidad la transmitieron a las so­
ciedades que fundaron en las comarcas de la
América del Norte, < saliendo de ella todos los
bienes, como en otro tiempo salieron todos los
males dé la caja de Pandora», y dejando en el
fondo el deseo ardiente y la esperanza activa
de un perfeccionamiento indefinido. El Go­
bierno de nuestras colonias era muy diverso
del de las inglesas, y esta diferencia, anterior
a la emancipación, basta por sí sola para ex­
plicar la diferencia del resultado en ambos pue.
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓN DB MÉJICO 365

blos. Emancipados en el orden político, loe


anglosajones no censuraban a sus Gobiernos
par lo que les ocurriese, y se preocupaban muy
poco dé las indicaciones aparentes de la ló­
gica jurídica, no ateniéndose mas que a ¡a
experiencia positiva y comprendiendo que
la razón abstracta no guía a loe hombres. La
superioridad de la colonización inglesa se ma­
nifestó por ed bello resultado que tuvo en ella
la emancipación, cuyos brillantes destinos nin­
gún obstáculo pudo pervertir o torcer. Y como
al ocurrir la revolución de los Estados i Uni­
dos no se había contaminado la democracia
moderna, de ese espíritu violento y febril que
tomó con la revolución de Francia; como to­
davía no se hallaba extraviada por esa ten­
dencia destrozadora que siguió a la sangrien­
ta división de los partidos engendrados por la
última; como no había adquirido aquella fe­
rocidad que le inspiraron sus combates inte-,
riores y exteriores; como no se había man.
chado con la crueldad de loe delirantes conven­
cionales, ni se habían desplegado en su seno
las ambiciones militares, excitadas y alenta-,
das por el encumbramiento de Napoleón y por
la fortuna de los generales de su imperio;
como ninguna de esta« circunstancias concu­
rrieron en la emancipación de las colonias
norteamericanas, el Parlamento libre de la
monarquía inglesa pudó fácilmente conver­
tirse en la Cámara Republicana, y «1 Gobierno
366 BDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO '

supremo pudo ser más brillante y más puro en


las manos de Wàshington que en las manos
de un Jorge. La libertad humana dió un paso
hacia adelante sin vacilaciones y sin críme­
nes; el pueblo estaba educado, y el triunfa de
sus derechos no fué un pretexto para aban­
donar el trabajo, sino un gran estímulo para
desarrollarlo y enaltecerlo. ¿Cómo comparar
las circunstancias de esta época en Norte­
américa can la época de la insurrección de
nuestras colonias? j Quién no echa de ver que,
lejos de ser en sus principios un movimiento
verdaderamente nacional, fué el resultado de
sugestiones facciosas, atizadas par los Gabi­
netes ociosos de nuestras riquezas y poderío,
interesados en crearnos nuevas complicaciones
y en preparar nuestra ruina ? ¿ Quién no echa
de ver que tomaron en ello una parte conside­
rable los revolucionarios de Europa, que cual
ardiente, lava se habían desparramado en to­
das direcciones, o huyendo del despotismo de
Napoleón, o sirviéndole dé instrumentos para
abrirle paso por medio de la anarquía P En
contraposición, los Estados Unidos llegaron
en poco tiempo, y casi por la natural tenden­
cia de sus costumbres seculares y el' natural
resultado die su situación geográfica, de su
manera de obrar y de vivir, a constituir un
Estado floreciente y a elevarle en pocos años
al rango de las grandes potencias. La revolu­
ción moral de este Estado se había consumado
CARRANZA Y LA REVOLUCION DB MÉJICO 367

ya, y al transplantarse al vasto campo de un


nuevo mundo debía dar todos sus frutos: se­
guridad personal completa; raicea profundas
al sentimiento religioso individual y ancho
campo a todas sus formas, es decir, a todos
loe cultos; respeto ilimitado a la propiedad,
y, por consiguiente, Gobiernos electivos, con­
tribuciones previstas y discutidas y gastos
conocidos y eficaces para el bien de los gober.
nados; por último, la libertad de reunirse, de
pensar, de hablar y de escribir, así corno la
libertad' del trabajo en todas sus manifesta­
ciones, constituían la vida misma de aquel
pueblo confederado. Y no data esta fundación,
repitámoslo, desde loe tiempos de su indepen­
dencia. Puede decirse, con nuestro Balmes,
que «la república angloamericana existía ya
de hecho antes de su independencia. Después,
sí ha crecido maravillosamente en prosperidad
y en población; pero en mucho esta grandeza
y estos adelantos, más que producto de las
nuevas instituciones, fueron obra del tiempo
transcurrido, que permitió desenvolverse y
fructificar loe gérmenes y elementos que abri­
gaba desde mucho antee en su seno una socie­
dad que, más que colonia, era desde el prin­
cipio un pueblo independiente y emancipados.
Ahora bien; ¿cómo se había educado este
puebloP Baldorioty de Castro responde, y yo
me limito a seguirle fielmente, que ese pus
bio se había educado «en las luchas dolorosas
368 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

y sangrientas de la revolución de Inglaterra.,


en las persecuciones religiosas, en las violen­
cias de los partidos políticos, en los oombitw
de la libertad contra os poderes usurpadores,
por el martirio en las plazas públicas, por la
abnegación en los campos de batalla, por la
palabra en las calles y en las tribunas, por
ed sufrimiento y la virilidad' en todas partes
y durante un siglo entero*.

S 2. EL IMPERIALISMO NORTEAMERICANO

> Y LA DOCTRINA DE MONROE

Para nadie es un misterio que el patriotis­


mo yanqui se ha convertido en un expansio­
nismo nervioso, no exigido por la prosperidad
nacional y altamente contrario a toda políti­
ca honrada. Los norteamericanos están ac­
tualmente en plena contradicción con sus clá­
sicos principios democráticos, que , estatuyen
que todos los hombres son iguales. Wàshing­
ton, Franklin, Lincoln, Grant y Garfield, es
decir, todos sus grandes espíritus elevaron esos
principios a la categoría de una doctrina ab­
soluta, mirándolos como una parte del edifi­
cio social y político de su nación. En el fondo
han constituido siempre un dogma doméstico,
y como tal han permanecido en contraste ver­
gonzoso con los hechos de los Estados Unidos
referentes a sus indios y negros, y con su le­
gislación contra los chinos, japoneses, kana-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 369

kas, malayos y tagalos. Hoy, empero, las va*


nidades nacionales, las concupiscencias impe.
rialistas, las aspiraciones acaparadora«, se han
apoderado del corazón del pueblo entero, sin
excluir a universitarios e intelectuales. De
hecho, nada cohonesta esta fiebre de que Nor­
teamérica se siente poseída. La patria de
Edieon no tiene motivo alguno para sentirsa
nación colonizadora. Las islas y territorios
que ha ocupado y quiere ocupar ¡nunca pue­
den ser la residencia de familias norteameri­
canas que se establezcan y formen allí sus ho­
gares, porque las condiciones del clima lo
impiden en casi todos ellos. El suelo propio
es muy feraz y sustenta espléndidamente a
los habitantes, facilitando a sus ansias de
prosperidad todas las primeras materias oue
requiere la industria. En este sentido diré
con Dionisio Pérez, uno de nuestros más ge-
nninos demócratas, que «i inmenso territorio
yanqui, como una Europa, como un continen­
te entero, produce con exceso todo: oro, hie­
rro, carbón, madera, petróleo, algodón, trigo,
lanas, carnes. Toda la actividad febril no ha
bastado par acabar de explotar las praderas
y las montañas donde habitaron los pieles ro­
jas. Al mismo tiempo que la riqueza se mul­
tiplica, la cultura se difunde. El norteameri­
cano no tiene por qué ni paro qué emigrar; no
puede sentir envidia, cualquiera que sean su
espíritu y «u mentalidad, de ningún otro país
94,—Tomo I.
370 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

desde Nueva York a San Francisco de Cali­


fornia la civilización alcanza todo su pode­
río y esplendor. Además no hay plétora hu­
mana, que as la primera condición del impe­
rialismo. Summer refiere que hay solamente
23 personas por milla cuadrada en el Estado
de Alaska. El país puede multiplicar su po­
blación por 13, esto es, la población puede au­
mentar en más dé un billón antes que todo
el país estuviera tan densamente poblado como
ahora lo está Rhode-Island. Y sin embargo,
Norteamérica quiere imperar desde el Polo
Norte al Canal de Panamá; quiere el dominio
del Pacífico; quiere la intervención en los
mismos negocios dé Europa en eü Nuevo
Mundo.
Podría formarse abultadísimo infolio con
la enumeración de las funestas consecuencias
de la trascendental doctrina que a partir del
4 de Diciembre de 1823 se llama doctrina
Monroe (1) en la cual se afirmó el respeto a

(1) Fuentes en esta materia son, además de Ban.


croft, en el volumen V de su History of México y de
los Speeches of Webster, Giddings (Democracy and
Empire), Mahan The problem of Asia and its effect
upon international policies y The interest of America
in Sea Power), Brady (The conquest of the South­
west), Wilson (Epochs of american history), Holst
(Calhoun), Morne (Quiney Adams), Lothrop (Seward),
Schurs (Life of Clay), Gilman (Monroe in his relaf
tions to the public service), Niox (Récit politique
et militaire de V expedition du Mexique du 1861 au
¡ ~ ~ CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 371

la independencia de las colonias emancipadas;


el principio de no intervención en lae colo­
nias europeas subsistentes; la oposición re­
suelta a toda tentativa de intervención en
aquéllas por parte de loe pueblos de Europa;
la negativa implícita del derecho de los pue­
blos del Viejo Continente a fundar nuevas co­
lonias; la proclamación de la «eterna invio­
labilidad del Nuevo Mundo; a aseveración de
que los terrenos americanos, por la condición
libre e independiente en que se habían colo­
cado y que mantenían, no podían en lo suce­
sivo ser considerados como terrenos de coloni­
zación por ningún Gobierno europeos. Bis-
ínarck decía, con razón, que esto no era una
doctrina, sino una impertinencia internacio­
nal dé Monroe. Nada más natural, sin embar­
go, que el buen juicio papular la interpretase
como reprobación de toda tentativa de usur­
pación europea y de toda tendencia monárqui-
ca a cambiar las instituciones republicanas en
el Nuevo Mundo. Tal es lo que indica la tan
manida íónmula: América para los america-

1867), Petin (Les Etats-Vnis et la doctrine de Mon­


roe), Beaumarchais (La doctrine de Monroe), Barraí-
Monferrat (De Monroe à Roosevelt), Torres-Caioedo
(El pensamiento de Bolívar), Ollivier (La interven­
ción francesa y et Imperio de Maximiliano en Méxi­
co), Igleaiaa Calderón (El egoismo norteamericano
durante (a intervención francesa) y Pereyra (La doc­
trina >*'« Monroe). • . , • -
372 bdmundo gonzálkz-blanco

no». Pero el imperialismo yanqui la amplificó


ligeramente, para que llenase las exigencias
de la época, sustituyéndola por esta otra: Amé-
rica para... los norteamericano». Fe de vita­
lidad de tan útil amplificación dan las repú­
blicas que bañan el mar Caribe, las islas de
Hawai, Guam en las Marianas, Tuitila y de­
pendencias en Samoa, Santo Domingo; la dispu­
ta sobre límites entre Venezuela y el terri­
torio llamado Guyana inglesa, San Salvador,
Colombia, Guatemala, Filipinas, Puerto Hioo
y Cuba. Cuando se nos despojó de estas nues­
tras últimas posesiones, la diplomacia europea
padeció un grave errar, revelado par el kaiser .
de Alemania, al otorgar importancia que no
fulera la de puro formulismo a la adhesión de
la diplomacia norteamericana a nuestro dere­
cho internacional. El ser y la ■ apariencia dis­
tan mucho entre sí. Vino a revelarse por Nor­
teamérica (que políticamente era ya una
parte del mundo más bien que una confede­
ración de Estados) que se había ido forman­
do un conjunto de ideas propias y de sistema
propio pera su relación exterior con los de­
más pueblos. Siendo en su origen un mero
acodo o un renuevo salido del tallo de Euro­
pa, progresivamente se había ido oonvirtien-
db en una parte del mundo gloriosamente ais­
lada, en una nacionalidad rui generis, con un
conjunto de relaciones exteriores fundamental­
mente diverso del de la metrópoli. Así es que
____ CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 373

par aquel entonces (1898) el profesor alemán


Stoerk no tuvo escrúpulo alguno en sentar
La siguiente tesis: Que Norteamérica te ha­
llaba en lea mejores condiciones para formar
y consolidar un derecho internacional nuevo,
exclusivamente tuyo y muy diferente del nues­
tro, por haberte emancipado de hecho del anr
tiguo régimen de la comunidad política con
Europa.
Ya en 1896 un Informe de Porfirio Díaz pug-
nú parque la doctrina de Monroe viniese a ser
doctrina americana en el más amplio sentido;
de suerte que, si bien engendrada en loe Esta­
dos Unidos, perteneciese ai derecho internacio­
nal en todo el Nuevo Continente. Pero cuales
fuesen los medios de llegar a este resultado par
modo práctico y conveniente, cuestión fué que
no sólo no resolvió pero ni aun planteó, ni si­
quiera indicó el mencionado Informe, En
cambio, en 1903 Roosevelt aseveraba enfática­
mente en Watsonville que «el dominio del Pa­
cífico estaba reservado a los Estados Unidos,,
los cuales harían del inmenso Océano un Me­
diterráneo yanquis. Y poco antes, Meade, doc­
tor en Leyes y profesor en la Universidad de
Pensilvania, levantando la puntería y gene­
ralizando el ataque, pronunció un1 discurso
en que presentó a Miac-Kinley corno el Na.
poleón de la ¡moderna política, y dijo, entre
otras casas, las siguientes: «Los Estados Uni­
dos, tarde o temprano, tienen1 que apoderar-
574 HbMtrÑDO óonzAlbz-blanco

se de todos los países latinoamericanos, in­


cluso México, para eetablecer por este medio
un nuevo campo para el desarrollo de las in­
dustrias y del ingenio yanqui... Las países
latinoamericanos son la salida natural para
nuestro comercio, siempre creciente; Si loe Es­
tados Unidas no se apoderan de' esos países,
los financieros formarán Sindicatos para com­
prarlos, venderlos y repartirlos por acciones.
Comprendo que la absorción de tales países
puede violar algunas de nuestras ideas y echar
por tierra antiguos precedentes; pero nuestro
comercio exige que se dé este paso, y cuanto
antes mejor. El texto del Acta de la Indepen­
dencia no debe ser obstáculo para darlo, pues
ese documento es enteramente una composi­
ción literaria compuesta en una época muy
distinta de la nuestra. Estamos obligados a in­
terpretar el futuro en el idioma del pasado.
La corriente de las sucesos se mueve can más
rapidez que la educación del pueblo, y no nos
podemos detener a dar explicaciones. Debemos
obrar conforme a nuestras necesidades comer­
ciales y hacer entender a las habitantes de es­
tos países latinoamericanos que obramos de
buena fe y par su bien. Si fuere necesario por
le fuerza, par la fuerza será. Eso de los dere­
chos morales y políticos está muy bien cuan­
do no entorpecen o retardan el progreso co­
mercial de una gran nación. Si lo que alguien
gusta llamar derechas morales y políticos de
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MEJICO 375

un pueblo cualquiera perjudica el progreso


del mundo, a la marcha de millonee, entonces
yo sostengo que no hay injusticia en estable­
cer en ellos, por la fuerza, un Gobierno que
induzca a los jefes de nuestra industria a es­
tablecer sus m^Uonebl dtetrás y alrededor de
nuestro pabellón, en dondequiera que nuestros
soldados hubiesen temido el valor de plan­
tarlo!. ..
Este pasaje.no tiene necesidad1 de comenta»-
rio alguno, y confirma mis aserciones proco,
den tes. En él no se ve más que utilitarismo,
ambición, falta de respeto a toda neutralidad.
Pero ¡qué extrafia aberración la de hacer la
guerra a la civilizacáón latinoamericana cuan­
do el imperialismo europeo, si es respetable,
lo debe a que hace la guerra' a pueblos bár­
baros! ¿Puede hacerse un ultraje más odioso
al derecho internacional!) y a la justicia uni­
versal P He aquí el último término dé la co­
dicia yanqui.

§ 3. EL GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS

Y LA REVOLUCIÓN MEXICANA

Como «I general interés que el constitucio-


naiismo despierta en Europa es por sus rela-
ciomee con Norteamérica, examinaré y consi­
deraré el carácter y consecuencias que pueden
tener estas relaciones. Casi todos loe enemigos
de la revolución mejicana se empeñan en co-
376 BDMUNDO GONZÁLEZ-BLANOO
...................................... ..........►«»•••*•••»...... ••••••....... ♦.............. .

raer coca insistencia la voz de que esta revolu­


ción ha sido provocada y prolongada por el
Gobierno de loa Estados Unidos. Sin embargo,
a otros adversarios no menos convencidos lea
parece que semejante suposición carece de fun­
damento. Sirva de ejemplo el católico norte­
americano Kelley, que dice: <Yo no creo que
nuestro Gobierno haya ayudado directamente
a loe constitucionalistas; tengo opinión dema­
siado alta del presidente Wilson para poder
admitir semejantes cargos.» Lo de Venacruz
no fué más que una manifestación militar con­
tra los asesinos de Madero, no tuna interven­
ción en un país insurreccionado, y se equivo-
oan los que atribuyen la persistencia y la vio­
lencia de la revolución de México á la ambi­
ción de los capitalistas y fabricantes de armas
de las Estados Unidos, que cuentan con un
mercado seguro mientras dure esa situación
anómala. El citado Kelley se tama un trabajo
enorme para negar qde la Iglesia mexicana
haya laborado para obtener la intervención
norteamericana en loe asuntos del país, alegan,
do que dos arzobispos han publicado cartas
pastorales como no se habían visto escritas en
México, aun entre otra clase de publicaciones,
y que ni uno solo de loe sacerdotes refugiados
en los Estados Unidos ha querido oir hablar
siquiera de la intervención, sin que antes se
estableciera como base la perfecta independen­
cia de México en lo futuro. ¿Qué pensar,
CARRANZA T LA RBVOLUOTÓN DB MÈJIOO 377

pues, de la opinión mundial que ve en la po­


lítica del Gobierno de la /Caea Blanca el dieeeo
de aniquilar a la «ación vecina de tal modo
que cuando llegue el día de la intervención
pueda contar con la seguridad' del éxito ?
Se atribuye a cierto diputado mexicano el
siguiente chiste: La desgracia de México ctm-
tiste en que linda al Sur con Guatemala y al
Norte con Guatepeor. Según otra anécdota,
Juárez, en lo más cruento de la lucha por la
libertad interior y exterior de su patria, de­
claró no temer el fin de aquella lucha, en la
que adivinaba vencer a la postre. «Mis temo­
res (afirmaba) están en otro punto (y al pro­
nunciar estas palabras fijaba ansiosamente sus
pupilas en los Estados Unidos). El pueblo an­
glosajón: voilá l’ennemi.9 Tampoco temía a
una revuelta, aseverando que sería inflexible
con cuantos trastornasen el orden público. Po­
níase en el punto die vista lógica: la interven­
ción francesa, prescindiendo de la forma in­
vaserà que entrañaba, era, en su esencia, una
fuerza latina. Suprimido el principio imperial
y dejado solamente el principio de raza, que­
daba el francés, el latino, el europeo conti­
nental, enemigo natural de los enemigos natu­
rales de loe mietxioanoe, loe anglosajones, y alia­
das de los mexicanos por ende. A Juárez le as­
queaba la especie de desdeñosa altanería con
que le tendían la mano los norteamericanos, y
añadía respecto a ai propio: «Estoy seguro que
378 BDMUNDG GONZÁLBZ-BLANCO
/

muchos de olios vienen a verme cono quien


va a ver un animal raro. > Y aun agregaba, sin
rebozo: «Yo lee odio coano enemigos, y sim­
plemente les tiendo la mano por razón de Es*
tado. > No podía olvidar Juárez aquella carta
de Lineóla, en que ee leía: «México tiene de­
recho a la protección de los Estados Unidos.»
Así hablaban loe conquistadores romanos a
sus vasallos tributarios. «¡Temo más (excla­
maba Juárez) a uno de nuestro vecinos con el
sombrero en la mano que a un batallón de zua­
vos a paso de carga!» Ni creía Juárez, como
tantos de sus connacionales, que la doctrina
de Monroe, al abarcar la totalidad del Nuevo
Continente, debilitaba la acción de loe Esta­
dos Unidos. Para ¿1 la doctrina de Monroe,
más que proteger, amenazaba exclusivamente
a México y a Cuba. En una carta que el presi­
dente Jefferson dirigió en 1808 al gobernador
de la Luisiana, decíale: «Por ahora es conve­
niente que México y Cuba permanezcan de­
pendiendo de España; más tarde será conve­
niente fomentar su independencia para que al
fin vengan a formar parte integrante de los
Estados Unidos. En Diciembre de 1823 el pre­
sidente Monroe, en su Mensaje al Congreso,
asegura que no permitirá que ningún poder
extraño se implante en América.» Juárez veía
en esto una violación, de la soberanía de los
demás Estados Americanos, y, a su juicio, 1*
única solución del problema estribaba en una
carranza t la revolución de Méjico 379

gravitación que equilibrase la fuerza de los


Estados Unidos. Equivocóse, ee cierto, al su­
poner que Francia tenía Suficiente vitalidad
física e intelectual para contrarrestar la fuer­
za bruta y absorbente de Norteamérica; pero
razonaba con mucho juicio cuando proponía
transformar la invasión en emigración.
Un célebre político español, Narváez, que
descolló ón la época de Isabel II, dijo, refi­
riéndose a la política: «España es un presidio
suelto.» Pensando en. esta frase, ee le ocurre
a Julio Sexto que «afecta a México. Es in­
dudable que las morbosidades éticas de la so­
ciedad mexicana están en sus fundamentos
étnicos. Desde luego, nuestros abuelos no aran
poseedores de la virtud! que adornaba a loe
abuelos ingleses que poblaron los Estados Uni­
dos. Por eso en los Estados Unidos no hubo
oorrupción social hasta estos últimos años, en
que hubo corrupción inmigratoria. La Mano
Negra no existía en ios tiempos de la mano
blanca de Wàshington. Allí fueron extermina­
dos y aislados ios elementos indígenas. Aquí
se amalgamaron con loe elementos hispanos,
sobre todo con loe violadores de doncellas de
que se quejaba Cristóbal de Olid, que nunca
podía disfrutar de una, porque cuando llegaba
al cautiverio en busca de una virgen india, loa
custodios le decían: Toda» birlado te lat han.
La canalla ee adelantó a engendrar.:. Poste­
riormente, nada se ha hecho por la selección'.
386 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANOO________

Y en la guerra sabido es ae suspende la ley


de la aeleoción natural, porque el pecado, el
desahogo, es apremiante; ae comete atropella­
damente. Tenemos, pues, en nuestra traza, una
minoría dé gente consciente, útil, moral. Es
lamentable que los misioneros de la conquista,
que eran hambres buenos y sabios, no fornica­
ran!, porque habrían engendrado excelentes
hijos. Lo más puro que vino en las carabelas
no dió fruto. Los padres eran castos, santamen­
te castos. Engendraron hijos los guerreros, los
aventureros, los crueles, loa ambiciosos. Y ahí
tenemos por los campos de batalla a esos gue­
rreros, a esos aventureros, a esos crueles, a
esos ambiciosos: no hay manera de negarlo.
Si los sacerdotes compasivos y justos hubieran
dejado hijos, por ahí andarían esos hijos jus­
tos y compasivos predicando piedad entre loe
ambiciosos y crueles, como andaban el P. Ol­
medo, y el P. Las Casas. Las leyes atávicas,
desgraciadamente, rigen: ^qué le hemos de
hacerP... Los elementos inferiores de nuestra
composición social pueden ser eliminados sin
crueldad por la presencia de elementos supe­
riores traídos por la emigración, y entonces
obrará por sí sola la ley de matará a
aquello. Hoy pasa lo contrario: sólo emigran a
México chinos, lo peor en materia de inmi­
gración. Nuestro país está desacreditado para
la emigración, y ello debe preocuparnos. Nues­
tra salvación no está en China, o séase en Asia,
_ carranza t la revolución db M&noo 381 __

sino en Europa. ¿Cuándo han pensado nuso-


tros estadistas en la emigración P Los inmi­
grantes selecionadoe harán la selección de
nuestra sociedad de mañana. México es un
paraíso habitado por muchos Coinés fratrici­
das. Hay que importar Adanes y Evas de Eu­
ropa. Ellas son hermosas y fecundas, y ellos,
por malos que sean, no lo serán tanto como
los hombres de nuestras legiones de desalma­
dos. La salvación de nuestra raza está en una
competencia de razas... En España hay mucho
dé noble en su reacción; pero aquí no copia­
mos más que los toros, lo más malo; en Fran­
cia hay mucho que imitar, y sólo traernos el
champagne para los hombree, que no saben
beberlo, y los vestidos Paquin para las muje­
res, que no saben llevarlo; de Alemania esco­
gernos loe cañones y los automóviles; de los
Estados Unidos, los zapato«; de Inglaterra,
los impermeables; de Italia, el canto; de Bél­
gica, las alfombras: de Rusia, las conspira­
ciones. Lo que hay de edificante, de ejemplar,
de alto, de saludable en esos países no lo im­
portamos... Mentira que sea difícil gobernar
pueblos nuevos, en Iob que no hay problemas
seculares. Lo que pasa es que los gobernantes,
también nuevos, no quieren aprender a go­
bernar. Los estadistas franceses tienen mucho
cerebro y mucho corazón. Loe ingleses no tie-
nen más que cerebro, pero en el cerebro llevan
embutido el corazón. Los españoles, que en
382 EDMUNDO OONZÁLÍZ-BLANOO

política son personalistas, como nosotros, sue­


len tener demasiado cerebro, pero un poco
hueco, y está probado que no tienen corazón,
que si lo tuvieran' no hubiesen llevado a Es.
paña a la catástrofe más de una vez. Nosotros
heredamos esas anomalías. Loe que nos damos
cuenta de ellas estamos obligados a despertar
el corazón de nuestros gobernantes y a sacudir
el corazón del pueblo.» .
Hay en México pesimistas ¿ó abolengo por-
firiano que presentan como desesperada so­
lución el desistir de una ves de la lucha; hay
quienes croen que es preferible a ésta el dejar
al presidente de los Estados Unidos que du­
dare quién debe o no debe ser el primer ma­
gistrado dd la nación: estos tales están dis­
puestos a entregarse en manos de cualquier
Gobierno extranjero que tenga la humanidad
de borrar del (mapamundi el nombro amado de
su patria. Loe que así sienten y piensan son
los antípodas del constitucionalismo. Cuando
surgió la diferencia entre los Estados Unidos
y el, general Huerta, la actitud de los revolu­
cionarios fué quieta; adversarios de una in­
tervención extranjera en los asuntos interiores
del país, observaron una actitud reservada,
declarando, empero, que ellos resistirían a una
invasión de tropas norteamericanas en terrenos
de México. A los que afirman que el constitu­
cionalismo es un instrumento del Gobierno
yanqui, se les puede salir al encuentro con un
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DB M*JICO 383

párrafo de Villa a Zurbarán, delegado da la


revolución en Cuba. Este párrafo, que es fran­
co exponento de lo que sienten y piensan los
.constitución alis tas con respecto a la ingeren­
cia americana en la cuestión de México, reza
así: «Debo (participarle que yo también opino
lo mismo que el general Carranza, pues he
creído conveniente y justo que en la actual
lucha interna por que atraviesa nuestro país,
sólo debemos tomar parte aquellos a quienes
nos preocupa directamente su situación, esto
es, los mexicanos.* Cierto que (lo confiesa un
escritor norteamericano, Winter, en un li­
bro reciente) durante la revolución maderista
muchos yanquis pasaron la frontera y se unie­
ron a las fuerzas rebeldes, colaborando para
suscitar los graves sucesos que causaron la
caída del Gobierno del general Díaz; pero de
reconocer esto a inferir con Barzini que «en
todas las revoluciones mexicanas se encuentra
comò combatiente al yanqui», va un mundo
de diferencia. El fenómeno de que se trata
nada de extraño ofrece: es un fenómeno co­
mún a todas las revoluciones fronterizas. Lo
que habría que demostrar es que los yanquis,
que en número escasísimo, casi insignificante,
han intervenido en la revuelta, eran enviados
por el Gobierno de los Estados Unidos, y esto
se puede desafiar a Barzini a que lo demues­
tre. Hay que tener en cuenta, además, que los
yanquis de Arizona y Texas, como los de Lui-
384 «DirUMDO GONZÁLBZ-BLANOO__________

siana y la Florida, aan, «amo quien dice, mexi­


canos de ayer, separados en 1847 de la patria
antes común, y tan natural parece que apoyen
a sus antiguos connacionales y hermanos de
rasa, como que los rusos hayan apoyado siem­
pre a los eslavos de los Balkanes en general,
y hoy particularmente a los servios. Y es tris­
te por cierto esta intervención, pues loe yan­
quis de origen latino que se han unido a los
constitucionalistas en la lucha que éstos han
emprendido contra el México dictatorial, lo
han hecho en nombre de los principios demo­
cráticos, olvidando que las culpas que hoy re­
prochan a los federales son en suma, al menos
, en un reciente pasado, 'las mismas de que ellos
adolecían cuando fueron anexionados a Norte­
américa. . , .
Si los revolucionarios mexicanos han obser­
vado una actitud reservada frente a loe Esta­
dos Unidos y no han desdeñado recibir algu­
nos auxilios de la frontera, es por considerar
buena y justa su causa, no por motivos de de­
bilidad o timidez. Esa actitud, considerada
con respecto a la de Norteamérica, viene sien­
do mal comprendida y peor discutida por los
adversarios de la revolución. Hay quien como
Barzini pretende equiparar lo ahora sucedido
con lo que sucedió cuando los norteamerica­
nos obtuvieron «grandes concesiones en Texae,
adonde llegaron emigraciones de peone«, de es­
tibadores, de aventureros y filibusteros amen-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MEJICO 385

canos. El Gobierno mexicano, alarmado, in­


tentó transformarse de federal en centralista,
para tener un control más directo sobre las
provincias lejanas. Tesas ee rebeló. La revo­
lución era guiada por el general americano
Sama Hauston». Estos hechos son ciertas; pero
¿qué paridad tienen con la actual revuelta
cotnstitucion'alista ? ¿Y quién no ve que aun
entonces no tanto fué la falta de patriotismo
cuanto la faflta dé previsión lo que aquella des­
membración produjo? ¿Quién no reconoce en
ella la acción de varias causas de muy diverso
ordenP Dejemos que el propio Borrina nos las
enumere: «Las enorme» distancia», la falta de
caminos, la desorganización crónica del Go­
bierno mexicano, las continuas guerra» civi­
les impidieron a México enviar un ejército su­
ficiente para dominar la revuelta. Las poca»
tropas oondúcidas a Texas por et mismo pre­
sidente de la República, Santa Ana, fueron
derrotadas después de algunos ataques, y
Texas proclamó su independencia. México,
agotado y empobrecido por loe desacuerdos y
loe desastres, después dé treinta1 años de conti­
nuas luchas, privado hasta de municiones su­
ficientes, fué obligado a ceder. Texas estaba
definitivamente perdido y California era ocu­
pada por el comodoro Stockton, después de una
revolución suscitada, por instrucciones d'e
Washington, por el capitón Fremont.s
Es de advertir que Barzini, como Marfil,
96,—Tomo L
386 BDMÜNDO GONZÁLBZ-BLANCO

f
como todos loe que tozudamente se empe­
ñan en que laa revolucione« mexicanas serían
imposibles de hecho sin el auxilio moral y
económico de loe yanquis, no sólo se dispen­
san de dar a conocer aá público las causas
de orden interno que las han motivado, sino
que, en virtud y a consecuencia de esta pér­
fida inhibición, son incapaces de señalar el
carácter y dar a conocer las fines de las mo­
vimientos de insurrección que han llevado a
México (país por mucho tiempo oprimido por
la tiranía) a su situación actual. Así resul­
ta que no presentan, en apoyo de sus asertos,
un solo dato positivo, un solo hecho com­
probado: todo se lee va en comparaciones
históricas, afirmaciones sin pruebas y consi­
deraciones vagas, ridiculamente maliciosas y
de superioridad periodística, como dle quien
está en el secreto de las grandes conspiracio­
nes internacionales. El único dato, el único
hecho en que han creído salir triunfantes, es
en la famosa cuestión del petróleo, que, exa­
minada con imparcialidad, se vuelve contra
ellos. Sabido es que en 1910 Be descubrieron
en México yacimientos petrolíferos reconoci­
dos inmediatamente como 'los más ricos dial
mundo. Baste decir que un solo poro produce
80.000 barriles de petróleo. Las concesiones
principales fueron para la Compañía inglesa
Pearson. Pues bien: según dicen Barzini y
Marfil, la Standart Oil norteamericana, que
CARRANXA Y LA BHVOLUOIÓN DB MÉJICO 387

contaba con el monopolio de esta nueva rique.


na, se enfrentó oon México y provocó y pegó
la revolución del susodicho año. Nada, sin em­
bargo, menos cierto. Sobro este punto son dig­
nas de atención las observaciones da Chocano.
<Limantour, ex ministro ¿Ce Hacienda de
Porfirio Díaz, se llevó distraídamente 20 mi­
llones de dolían en las maletas de viaje de
su fuga a Europa. No pudo llevarse en las
maletas el negocio del petróleo, que tan gra­
tos rendimientos le hubo de dar... y le si'
gue dando todavía. La avaricia, tan natural
en espíritus como el de este descendiente de
judíos franceses, le ha malaconsejado; y en ves
de disfrutar silencioso y recogidamente dé los
20 millones de dolían sustraídos, como inten­
tó hacerlo por su parte el viejo monstruo, no
puede con su carácter comercial y se da maña
para ver cómo se le escapa al buen negocio
del petróleo. El petróleo mexicano es, en efec­
to, un buen negocio; pero no para México ni
para el pueblo consumidor: está sotmetido al
régimen de una especie de trust, del que dis­
frutan aún los antiguos camaradas, bajo la
bandera inglesa tan gallaidmente tremolada
por Pearoan, que sin duda ha ¿te ser poco ami­
go de Lloyd George. Pearson ampara con su
nombre un negocio de Porfirio, Limantour,
Oree] y demás colegas dé los treinta y tres
años; el negocio reposa sobre concesiones que,
naturalmente, Porfirio otorgó a sus consocios,
388 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANUO

coa. grave ¡perjuicio dei pueblo consumidor,


que es el que en io del petróleo viene a pagar
las latas rotas... Conocedor yo de Centro-Amé­
rica, ocurrióseme, inocentemente, que si ei
petróleo mexicano podría acaso competir con
el norteamericano en taltee mercados, el pe­
tróleo mexicano no podía exportarse, porque
mejor negocio era la extorsión impuesta a todo
México por las concesiones que otorgara Por­
firio. Tal me lo hizo comprender Creel, que
habló comigo sobre estas materias, en repre­
sentación, del Sindicato, y aun me escribió
cartas, que conservo preciosamente en mi po­
der. ^Compréndase ahora cuán' astutamente se
atribuyó al apóstol Madero concomitancias
con la Standart Oil, cuando el apóstol Made­
ro no tenía paira qué acudir a auxilios incon­
venientes en un movimiento revolucionario,
cuyos gastos se liquidaron públicamente en
350.000 dollari ; el pian fué invalidar a Me­
dierò en la presidencia para que no se decidie­
se a romper las trabas del trust de Pearaon y
Compañía. La honradez de Madero tenía que
ser insospechable, como la mujer del César
ante los ojos del pueblo; y por ello «1 empeño
de hacerle crear a éste que su apóstol intenta­
ba concluir con el monopolio del petróleo de
PeaxBon y Compañía sófó para beneficiar a lft
Standart Oil, cuando a quien se beneficiaría,
en efecto, fuera «ai propi^p pueblo consumi­
dor. Hoy la ¡música vuelve a sonar en cierto«
CARRANZA. Y LA RBVOLUOIÓX DB MÍJIOO 389

órganos de la Prensa europea, que siente la


caricia dé las manos de Limantour; pero ya
este caballero de finanzas no tiene dedos para
organista. El presidente Wilaotn, con bu pro­
yectada ley contra los trust, Je ha dado un
fuerte regiazo en loe antes ágiles dedos. En
la actualidad la política gubernamental dé los
Estados Unidos, la política democrática, es
enemiga de los trust; asi es que y® pueden
cambiar la canción Limantour y los suyos,
porque ni la revolución mexicana ni el presi­
dente Wilson pueden ser amigos de la Stan-
dart OH, que, es, como todos, un ominoso y re­
pugnante trust. Ahora el negocio va a «u li.
quidaoíón irremediable. Por eso han sido los
esfuerzos de Pearean para obtener, cdmo obtu­
vo, el precipitado reconocimiento Idfe Huerta
dé ¡paute de Inglaterra. Todo inútil. La revo­
lución mexicana arrancará de las manos que
los tengan cuantos monopolios sobrevivientes
encuentre en su país, que «i son una bribo­
nada cuando están en manos de extranjeros,
importan una traición a los intereses de la
patria cuando lo estén en las ¿te ios naciona-
tes. Tengo fe en que ]a revolución mexicana
lleve escrita en ia bandera la imperiosa nece­
sidad que representa esta frase: «¡ Abajo los
monopolios!» El petróleo mexicano para el
pueblo mexicano; pero sin que tenga éste que
regalar con altos precios, por un artículo na­
cional, el oro con que pasea por Europa su
390 EDMUNDO GONZÁLBZ-3LANCO

figura encorsctada el viejo monstruo. El pre­


sidente Wíleon se encargaré de ajustarle los
tornillos a Ja Standart Oil; tal se propone,
honda y sabiamente, con todos loa trusts. La
revolución mexicana quebrantará todos loa yu­
gos, y entre ellos el que yo he visto envuelto
en el apresurado reconocimiento de Huerta
por Inglaterra.»
Lo mismo, aunque en otros términos, viene
a decir Bearlin, cuyo libro, intitulado México
o til país del desorden, tanta sensación causó
en eJ gran público. He aquí sus palabras: «Du­
rante el despotismo dé Porfirio Díaz fueron
adquiridos por Lord Cowdray, jefe de la casa
Pearson y Compañía, inlmensas concesiones.
En algún tiempo el hijo dé Porfirio Díaz es­
tuvo interesado en loe negocios de Cowdray,
como lo está actualmente el hijo de Lloyd
Gteorge. Tan- pronto como el régimen de Por­
firio Díaz hubo terminado, Madtero anunció
que todas las concesiones Cowdray serían cui­
dadosamente examinadas, diciendo: si son le­
gales, nada hay que temer. Actualmente Cow­
dray está en estrechas relaciones con Huerta
y ayudó a éste a colocar un empréstito. Indu­
dablemente, Cowdray tiene también Una gran
influencia en el Gobierno inglés. Uno dé sus
amigos es lord Murray, jefe del más radical
de loe grupos liberales, que ha sido menciona­
do en el último escándalo de Maroomi../ Yo
equiparo los asuntos de México con loe drf
. : CARRANZA Y UA BBYOLUOIÓK »■ MÉJICO 391

' .1 . ■ . • ■ - - ■

Putumayo, aunque las condiciones que preva­


lecen en México son. mucho más atroces a cau­
sa de 1« grato, accesibilidad dél país... En la
prisión de San Juan de Ulúa los reclusos son
abandonados hasta podrirse, mezclados y api­
ñados todos en laigae y oscuras galeras, o en
celdas estrechísimas, en las que el agua del
mar penetra cada vea que sube la marea. He
, habladb oan indios de México que dicen que
sus tierras les han «idé arrebatadas y dadas a
Cowdray por el Gobierno dé Porfirio Díaz.
De cualquier manera, este Gobierno se ha apo­
derado de ellas. Los indios se han sublevado.,
Muchos murieron, y los detaás, hechos prisio­
neros en número aproximado de 300 ó 400, han
perecido en esta pestilente prisión. De desear
es que los Comités de los asuntos de Putumayo y
Maroani, instalados al mismo tiempo en de­
partamentos contiguos, se reinstalen lo más
pronto posible y juntos para investigar robre
las actividades de esta interesante organiza­
ción de lord Cowdray... Para demostrar la
influencia de Cowdray ante el Gobierno mexi­
cano, as digno dé mencionarse que cuando esta
firma y la casa Jackron hicieron a la vez pre­
supuesto pana la construcción- de Cas obras del
puerto de Veracniz, el de Cowdray sumaba
7.500.000 pesos, y el de Jackron. 6.000.000.
Sin embargo, de esta enorme diferencia de...
1.500.000 pesos, el 'Gobierno de Porfirio Días
aceptó el más costoso, el de lord' Cowdray,.
392 RDMÜND0 OONZÁLHZ-BLANCO

no obstante ser una ¿le las bases del concurso


el que dichos trabajos se hicieran AL menor
PRECIO POSIBLE.»
El mismo Barcini confiesa, y no lo niega el
anticarrancista Marfil, que si los Estados Uni­
dos atacasen militarmente a México, al menos
éste tendría unía esperanza ¿Be salvación: los
hombres que hoy pelean aunarían sus fuer­
zas contra el enemigo común; la guerra traería
como consecuencia la unificación de las facciones
y de los partidos que ahora se combaten unos
a otros; todas las fuerzas de la nación se unirían
para la defensa de la patria; el valor personal
del soldado mexicano traería corno consecuen­
cia una irradiación de gloria aun en la derrota;
la admiración, la simpatía y el interés del mun­
do ee manifestarían en favor de México. Pero
nada de esto sucederé: la América del Norte
conoce bien su propia fuerza. Aunque realiza­
ría de muy buen grado una intervención arma­
da en México, no lo hace par temor a complica­
ciones can Europa, y, sobre todo, por no tener
ejército adecuado para ello. Para reunir un
ejército de 200.000 hombres se verían muy apu­
rados loe Estados Unidos, dada la especial or­
ganización de loe sistemas dte. reclutamiento.
¿Y qué serían 200.000 hombres sin disciplina
y sin costumbre de combatir paria una verda­
dera guerra de independencia? ¿Quién prote­
gería la frontera para evitar que fuese repasa­
da por tropas de México, y muchas poblaciones
CARRANZA T LA RBVOLUCHÓN DB MÉJICO 393

padeciesen loa horrores de esa guerra P El mer­


cantilismo yanqui impide que se arrostre seme­
jante posibilidad. Así lo reconoce el imparcial
Travesí, declarando que los yanquis saben muy
bien que a las primeros avances de la invasión
«e cubriría de guerrillas el suelo mexicano, des­
de el golfo de California, al de México, desde
él río Grande a Yucatán. Estados Unidos cuen­
ta ahora con un pequeño ejército regular, y o
la aventura se limita al bloqueo de las costas,
la posesión de unos cuantos puertos y la con­
siguiente indemnización pecuniaria., o la gran
república tendrá que entrar de lleno en una
guerra para aplastar a México con sus inago­
tables recursos. Empero, aun dados estos re­
cursos, para intervenir en México necesita­
rían los yanquis más y mejor preparado ejér­
cito, según dijo d general Wood, y se ex­
pondrían » un terrible fracaso desde el mo­
mento que pisasen el territorio vecino. ,
Frente a los Estados Unidos, Carranza ha
mantenido siempre una conducta que, sin ser
desafío, tiene mucho de digna. Tupper había
recibido una carta del norteamericano Sheppairdl,
en la cual hacía éste apreciaciones «cenca de
asuntos de política internacional, carta que
acompañó al general ion jefe del ejército revo­
lucionario, el cual a su vez escribió a Tupper
otra que dió a conocer El Comtitucionalista de
9 de Abril de 1914, y que revela el tino y la
cordura con que Carranza maneja las relaciqr
394 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

nes exteriores de la revolución y dial oonstitu-


cionaliamo dentro de un criterio altamente p&-
taiótico. He aquí algo de esta epístola':
< Tengo profunda admiración por el pueblo
norteamericano y gran estimación personal por
Wilson y Bryad, presidente y secretario de Es­
tado de los Estados Unidos de Norte-Améri-
ca. Los juzgo hombres de alta mentalidad y
elevada« miras de moralidad política, y por eso
creo que su amistadl hacia México y su sinupat-
tía por el oansti/tucdonalismo mexicano son sin­
ceras y desinteresadas, arrancando de la ar­
monía que existe entre las orientaciones de la
causa que tengo el honor de representar y los
ideales de la democracia americana. ,
»Tanto estimo la experiencia y la orienta­
ción política del Gobierno americano, y tan
convencido estoy de su leal amistad hacia Mé­
xico, que a pesar de las grandes responsabilida­
des que tengo corno jefe de una organización
política definida, que cuenta con ios elemen­
tos intelectuales, moflee, legales y materiales
suficientes para ser consideradla como un factor
decisivo en' los asuntos políticos d'e mi país y
en los internacdonales, no he tenido inconve­
niente en tratar de un modo extraoficial y ex­
pedito todos los asuntos de carácter internacio­
nal que se han presentado oon los Estados Uni­
dos, precisamente porque estimo un deber dte
mi partido procurar que sus relaciones sean
cordiales y estrechas con, quienes de buena fe
CARRANZA Y LA BBVOLUCIÓN DI MÉJICO 395

simpatizan con nuestros propósitos y coinciden


en tendencias con lee que nosotros perseguimos.
»Mi política, mieratrafe esté al fíente del ejér­
cito constitucionalista o en cualquier otro lu­
gar que los acontecimientos de mi país me de­
signen, será la de laborar por que nuestros com­
promisos internacionales sean estrictamente
cumplidtoe y se estrechen cada vez más nuestras
relaciones con las naciones extranjeras, espe­
cialmente con. aquellas que, por diversas razo­
nes, tienen su porvenir más fuertemente vin­
culado en ideas políticas e intereses comercia­
les con México.
»Lamento sinceramente que algún incidente
de carácter internacional haya podido dar ori­
gen a una interpretación no perfectamente co­
rrecta de mi actitud como jefe del constitucio­
nalismo. Yo sólo he queridio colocarme en la
legítima situación que en> sí tiene ya nuestra
organización política, sin desoír las sugestio­
nes de cordialidad que se me hicieron dentro de
este criterio, ni evadir responsabilidades, ni
desconocer prácticas y usos diplomáticos. Lejos
de esto, en los casos pnesentaldloe con los Estados
Unidos nunca hemos dejado de atender sus re­
presentaciones extraoficiales, del mismo modo
que atenderemos las que, de conformidad oon
loe usos diplomáticos, vengan de otras naciones
par conducto de los Estados Unido», a pesar de
que siempre hemos creído preferible evitarles
cualquiera responsabilidad que otras naciones
396 BDMUNDO aoMZÁLBZ-BLAXCO

pretendieran imponerles con motivo de su ac­


titud en el conflicto mexicano. Así he manifes­
tado y vuelvo a manifestar que estoy dispuesto a
atender, por ejemplo, representaciones extran­
jeras por conducto de loe cónsules norteameri­
canos, can la sola notificación de haberse soli­
citado por la nación respectiva la mediación
del Gobierno de Washington para. haceriae. *
Cuando la. toma de la Aduana de Veracruz,
Carothers, cónsul de loe Estados Unidos en To­
rreón, dirigió a Carranza un telegrama dándo­
le cuenta del hecho. A pesar de los distingos di­
plomáticos, la noticia causó en Carranza deplo­
rable efecto, y contestó como sigue:
< En espera déla resolución que el Senado nor­
teamericano diera al mensaje que Vuestra Ex­
celencia le dirigió con motivo del lamentable
incidente ocurrido entre la tripulación del aco­
razado Dolphvn y saldados diel usurpador Huer­
ta, se han ejecutado actos de hostilidad/ por leus
fuerzas de mar, bajo el mandó del almirante
Fletcher, en al puerto de Veracruz. Y ante esta
violación dje la soberanía nacional, que el Go­
bierno constifcuoionalistai ,not esperaba dle un
Gobierno que ha reiterado sus deseos de man­
tener la paz con el pueblo de México, cumplo
con un deber de elevado patriotismo al dirigi­
ros esta Nota para agotar todos los medios ho­
norables antee que dos pueblos honrados rom­
pan/' las relaciones pacíficas quje todhvíu Jos
unen, . .. \ ...
CARRANZA Y LA RBVOLUOIÓN US MÉJICO 397

»La nación mexicana, el verdadera pueblo


¿le ¿México, no ha reconocido como a su manda­
tario al hambre que ha pretendido lanzar una
afrenta sobre su vida nacional, ahogandh en
sangre sus libree instituciones. En consecuen­
cia, no constituyen funciones verdaderas de
derecho público interior ni exterior, y me­
nos aún representan loe sentimientos de la na­
ción mexicana, que san de confraternidad hacia
el pueblo norteamericano.
»La posición de Huerta en lo que concierne
a las relaciones de México con' loe Estados Uni­
dos, así como en la Argentina, Chile, Brasil y
Cuba, ha quedado firmemente establecida can
la actitud justiciera de los Gobiernas de estas
naciones al negar su reconocimiento al usurpa­
dor, prestando de este modo a la moble causa
que represento un valioso apoyo moral.
»El título usurpado de presidente de la Re­
pública no puede investir al general Huerta de
la facultad de qecibir en demanda de reparación
de parte díel Gobierno de loe Estados Unidos,
ni la de otorgar una satisfacción, si ella es de­
bida. . .
»Huerta ee un delincuente que cae bajo la
jurisdicción del Gobierno canstitucianalista,
hoy el único, por las circunstancias anormales
del país, que representa ha soberanía nocional,
de acuerdo con, el espíritu del art. 128 de la
Constitución política mexicana. Los actos lléga­
te® cometidos por el usurpador y sus parciales
398 BDHUNDO GONZÁLBZ-BLANOO

. y los que aun pueden perpetrar, ya sean de ca­


rácter internacional, coano loe acaecidos en el
puerto de Tampico, ya sean de orden interior,
serán juzgados y castigados con inflexibilidad
y en breve plazo por los tribunales del Gobier­
no constitucional ista,
»Los actos propios dé Huerta nunca serán su-
ficientee para envolver al pueblo mexicano en
una guerra díesaetrosa con los Estados Unidos,
porque no hay solidaridad alguna entre el lla­
mado Gobierno de Huerta y la nación mexica­
na, por la razón fundamental de que él no es el
órgano legítimo de la soberanía nacional. Mas
la invasión dé nuestro territorio, la permanen­
cia de vuestras fuerzas en el puerto de Vera-
cruz, ó la violación de los derechos que in­
forman nuestra existencia corno Estado sobera-
rano, libre o independiente, sí nos arrastra­
rían a una guerra desigual, pero digna, que has­
ta hoy queremos evitar.
»Ante esta situación real por que atraviesa
México, débil, hoy más que nunca, después de
tres años dé sangrienta lucha, comparado con
lo formidable de la nación norteamericana; y
considerando los hechos acaecidos en1 Vera-
cruz como atentatorios en el más alto grado
para la dignidad e independencia de México y en
pugna con vuestras reiteradas declaraciones de
no desear romper el estado dé paz y amistad
con la nación mexicana, y en contradicción tam­
bién con la resolución del Senado de vuestro
CARRANZA Y IJk. REVOLUCIÓN DE MÚUICO 399

país, que acaba de declarar que los Estados


Unidos no asumen ninguna actitud contra ei
pueblo mexicano, ni tienen, el propósito de ha­
cerle la guerra, considerando igualmente que
los actos de hostilidad ya cumplidos exceden a
lo que la equidad exige para el fin perseguido,
el cual puede considerarse satisfecho, no sien­
do par otra, parte el usurpador de México, a
quien en todo caso competiría otorgar una repa­
ración, intérprete de los sentimientos de la gran
mayoría del pueblo mexicano, que es tan celoso
de sus derechos como respetuoso ante los dere­
chos ajenos, os invito solemnemente a suspender
los actos de hostilidad ya iniciados, ordenando
a vuestras fuerzas la desocupación de los lugares
que se encuentran en su poder en el puerto de
Veracruz, y a formular ante el Gobierno cocnsti-
tucionalista que represento, como gobernador
constitucional del Estado de Cohahuila y jefe
del Ejército constitucionalista, la demanda del
Gobierno de loe Estados Unidos, originada por
sucesos acaecidos en el puerto de Tampico, en
la seguridad de que esa demanda será conside­
rada con espíritu de la más elevada justicia y
conciliación.» . . •
Basta lo apuntado para vindicar la conducta
de Carranza de las odiosas acusaciones de yan-
quismo que se le dirigen con frecuencia. Bas­
ta también para quitar a mi trabajo toda ten­
dencia partidarista, y para que el lector reco­
nozca que está escrito sin odio a nadie, ajeno
400 HDMUMDO GONZÁUIZ-BLANCO

«1 autor a toda pasión política, y limitándose a


«mitir juicio imparcial sobre la intervención d»
Carranza en el desarrollo de loe acontecimienr
toe. Basta, sobre todo, para rectificar el error
fundamental en que ha incurrido Barzini al
suponer que lá política actual de loe Estados
Unidos respecto a México es una política de
conquista, ¿olorosa e insinuante, pero perseve­
rante y rígida, sin tregua y sin debilidad. Tal
es el eterno lugar común de los neoporfiristae.
Destruido el fantasma rojo de la interven­
ción armada de los yanquis, fantasma que ex­
plotó hasta el descrédito el porfirismo y que
con poca suerte trató de reanimar y explotar
nuevamente el sabihondo y acomodaticio Ca­
lero (que durante la reacción que el grupo cien­
tífico sufrió fué uno de loe presidentes del par­
tido democrático, y aceptó una subsecretaría
en el Gabinete del general Díaz); destruido ese
fantasma rojo, los hombres del huertismo y del
cuartelazo crearon el fantasma negro de la in­
tervención anoral de Norte-América, y tienen
razón de sobra los hombree del huertismo y del
cuartelazo para creer en el fantasma negro:
como que por obra y arte del funesto Lañe
Wilson se produjeron los días que comenzaron
la hazaña de los reaccionarios, y que con letras
de sangre se llamarán en la historia la decena
trágica. ¿ Qué culpa tienen loe constitucionalis-
tae de que Lañe Wilson hubiese quedado ex­
puesto al infamante ridículo de que su eanci-
____ __ CURRARÍA T LA REVOLUCIÓND» XAnOO 401

Hería desaprobara la conducta de quien, prestó


ei local de 1» Embajada para pactar una trai­
ción? ¿ Es mucha que eü presidente Wileon, que
debió haber enviado a presidio al cómplice de
Huerta, se limitase a no reconocer al Gobierno
de este último, lo que equivalía a aceptar la
legalidad revolucionaria ? ¿ Por ventura Huerta
representaba algo más que la reacción y su
Gobierno era otra cosa que ia restauración del
Gobierno de Porfirio Día«, con loe miamos pro­
cedimientos y loe mismos hambree bajo la« ór­
denes de otro jefeP ' ' ■
' No es para omitido lo que el ex diputado
mexicano Pesqueira argüyó contra el huertis-
mo en Julio de 1913: «La intervención de Lañe
Wíleon, urdida por loa del cuartelazo, »»sal­
lada por los del cuartelazo, hoy temida por
loe del cuartelazo, deprimió nuestra nacionali­
dad y ultrajó nuestro orgullo de patriotas; paro
esa mancha de alta traición a los sagrados dea-.
tinos de la patria no cae sobre nosotros, sino que
íntegra ha caído sobre los hambres dd cuarte­
lazo a quienes hoy combatimos, y nunca cae­
rá sobre nosotros, que con verdadero orgullo de
mexicanos hemos sabido protestar contra es»
fantasma negro, y sabremos marcarle con ener­
gía a todo diplomático que llegue a cultivar re­
laciones amistosas con nuestro país, dónde ter­
minan las funciones diplomáticas y dónde co­
mienza el asqueroso oficio de verdugo. Ni la
intervención armada, que no tememos, ni la
fe—Tomo n
402 bdmündo gonzálhz-blanoo___ ;

intervención moral, de la que abiertamente abo­


minamos, podrán ser peligro bastante para que
arriemos nuestro pabellón trigarante de patrio­
tas y enarbolemos el pabellón negro de la pira­
tería política: eso lo han hecho Huerta y los
suyos; pero jamás lo harán Carranza y los
•nuestros.» . .
Los que suponen que los Estados Unidos son
los que arman el brazo a las rebeliones en Mé­
xico para sus fines económicos y políticos,
caen en el mismo inocente error de algunos so­
cialistas que suponen que el militarismo y la
guerra son los instrumentos de que el capital
se vale para oprimir a los trabajadores- Y no
es así. El capitalismo es más pacifista y más
.antimilitarista que el socialismo, por1 propia
conveniencia. De ese error habla con sorna el
notable publicista Maeztu, creyéndole inadmi­
sible. Si la finanza internacional hubiera po­
dido evitar la guerra en los Balkanes, la habría
.evitado de seguro. No la evitó porque los pue-‘
bdos de los Balkanes tienen pocos rentistas, por­
que no se han , dejado coger por las garras de
la usura cosmopolita, como los del resto de
Europa. Y si Se evitó hasta aquí la guerra en
el resto de Europa, fué porque en este vie­
jo mundo son todopoderosos ios rentistas y
usureros. ¡ Triste es vter a los obreros hacer
el juego a la usura internacional! Ante un
auditorio compuesto de loe presidentes de
la República, la Cámara, el Senado y otros
____ ___ CARRANZA ? LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 403

«proletarios», hablaba nó ha mucho el príncipe


de Monaco para «maldecir la guerra, que aun
en el siglo xx rompe la vida de las familias y
destruye la obra de los trabajadores», y para
preconizar el arbitraje obligatorio. Bien sabía lo
que se hacía el propietario del Casino de Mon-
tecario. Si se proclama y hace efectivo el arbi­
traje obligatorio, no faltarán pueblos oprimi­
dos que proporcionen a los opresores loe recur-
, eos que engrasan loe inviernos la cagnotte del
célebre club.
La misma reflexión cabe a loe que imaginan
que se halla en el interés de los yanquis disol­
ver las energías y agotar los recursos de Méxi­
co. Preciso es estar soñando con los ojos abier­
tos para suponer que los yanquis, a quienes co­
rresponde la mayor parte de loe capitales in­
vertidos en territorio mexicano, quieran exte­
nuar las fuerzas de la República, reducirlas a
cenizas, matar la agricultura, desbaratar la in­
dustria, poner en' bancarrota el comercio, hacer
quebrar los Bancos, vaciar las arcas fiscales y
sembrar la miseria, la desolación y el terror de
Norte a Sur y de Este a Oeste. Porque tal es
el estado presente de la nación mexicana, y
sólo juzgando con loe pies cabe tener por in­
cuestionable que lo oonveniente para loe Esta­
dos Unidos es que México no prospere. Lo in­
cuestionable es lo contrario precisamente, y por
ello han llegado loa Estados Unidos hasta la
intervención armada y han mantenido contra
404 ■DMUNDO SONKÁLM-BLXHOO

Huerta su actitud intolerante. Se ha objetado


que también no ha mucho hubo en Perú un gol­
pe de Estado, que W íleon se apresuró a recono­
cer, importándole poco que se hubiese depues­
to al presidente Billinghürst. Pero a esto po­
dría Wilson contestar que aunque el mismo es­
tado de cosas que en México exista en otras re­
giones dél continente americano no hace nece­
saria la propuesta, por razones de conveniencia
propia, al paso que México está a las puertas
de los Estados Unidos y allí hay miles de ciu­
dadanos norteamericanos y millonea de inte­
reses que peligran si el país se anarquiza.
Marfil pretende que, a pesar del apoyo de loo
Estados Unidos, <Carranza no podía adelantar
un paso en la insurrección; antes las tropas fe-
dorales de Huerta le iban encerrando en un
círculo, y preveíase el momento en que tendría
que rendirse». No se concibe que esto ee escriba
en serio. Las increíbles palabras que acabo de
reproducir muestran que Marfil está muy mal
informado en punto a las vicisitudes de la cam­
paña revolucionaria. Porque al terminar el
afio de 1913 (v'ase El Conttituiñonalitta de 1
de Enero de 1914), el ejército insurrecto tenía
dominadas las regiones del Norte y Noroeste del
país con comunicaciones directas con la prime­
ra jefatura, y fuerzas de dicho ejército ocupaban
grandes extensiones territoriales e innumera­
bles poblaciones de loe Estados del Sur, oen­
tro y Oriente de la República.
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MEJICO 405

Perú Marfil va más lujos: a su juicio, no sólo


Wilson buscó 1» inteligencia con Carranza, y
a cambio del compromiso de éste «para seguir
en el día del triunfo las aspiraciones de los Es­
tado Unidos» le facilitó armas y dinero, sino
que, viendo que «esto tampoco bastaba» (!!!),
el presidente norteamericano «cometió el mayor
de Jos desafueros contra el derecho internacio­
nal y hasta contra los sentimientos humanita­
rios, decretando la libertad del comercio de ar­
mas, para que entrasen así ampliamente, por
la frontera, fusiles y cartuchería que envalen­
tonasen y aumentasen a los constitucionalis-
tae». Se finge y supone falsamente con esto que
Wílson, es decir, los Estados Unidos, ayudan a
la revuelta; y aquí vemos la preocupación por
la que a este escritor, en verdad de talento, le
paírece evidentemente cierto lo que es muy
erróneo. Los Estados Unidos tuvieron muy bue­
nas razones para apoyar a los rebeldes de Mé­
xico en el orden moral e internacional. Mar­
fil pretende que el no reconocer por su ori­
gen la legitimidad del Gobierno de Huerta, fué
un pretexto; ¿pues acaso andan muy limpios
los títulos originarios de todos .los países ac- >
tualesP Más adelante le responderé. Por ahora
me propongo convencerle de que, empezando
por negarse al reconocimiento de Huerta, era '
muy natural que Wiilson hiciese lo que hizo:
impedir que un Sindicato franco-belga oontra- .
tara con el usurpador un empréstito de 200 mi-
406 BDMUNDO BONZÁLBZ-BLANOO

llones de pesos, dando así a la revolución un


sentido legalista. Pero hay un punto bien de­
mostrado, y es que Wilson no dió armas, ni mu­
niciones, ni facilidades para pasarlas, hasta
que se levantó el embargo, lo cual aconteció en
el mes de Marzo de 1914, es decir, cuando la
revolución llevaba trece meses en los campos,
hiendo lo curioso que la Crónica extranjera que
aquí se refuta se publicó en la revista mensual
Nuestro Tiempo, de Marzo del mismo año, es
decir, que Marfil la escribió antes del mes de
referencia.
¿Qué más? Los millonarios de Wall-Stieet
exigían a Wilson una resolución armada con­
tra México, mucho antes de que naciera el mo­
tivo que había de justificarla; pero el demo­
crático presidente no aiccedió, dejando a salvo
la dignidad de su país y su partido. En su
programa de Gobierno incluyó dos trascenden­
tales capítulos sobre la política internacional.
Prometió que no reconocería jamás a, un Go­
bierno usurpador, ni respetaría la soberanía
mexicana si este respeto significase una consa­
gración del asesinato como medio de adquirir
y de conservar el Poder Ejecutivo. En princi­
pio, prometió también que observaría las leyes
de la neutralidad con verdadero escrúpulo.
Cumplió el primer capítulo por medio del block
financiero, inventado con el designio y propó­
sito de condenar a Huerta a inevitable ruina*
y por el plano inclinado & que el Vecino le ohli-
__ _ CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 407

gó, poco a poco fué rodando al abismo el tre­


mendo personaje. En cuanto ai segundo capí- '
tulo, era más difícil de cumplir, y Wilson aca­
tó por levantar, oamo en Filipánae, el embar­
go de fusiles, con que pudieron, loe revolucio- -
nanos recibir uniformes, equipo, cartuchos y
armamento. Y en vendad, para oponerse a lai
introducción de armas y municiones hubiera
sido preciso no hacer distinción alguna entre
poder legal y facción revolucionaria. La® le­
yes de la neutralidad se aplican, o a dos fac- .
cienes revolucionarias que mutuamente se com­
baten, o a una facción revolucionaria que com- ;
bate el poder legal. Pero en este último caso
la neutralidad se convierte en un dilema: hay
que saber cuál es el poder legal y la faoción
revolucionaria: no pueden aplicarse aquellas le­
yes a uno y otro de dos beligerantes, y si se
aplicasen, no se justificaría la aplicación. El
Gobierno extranjero tiene que recurrir a la
Constitución del pueblo revolucionario para sa­
ber de parte de quién está Ja legalidad. Y esto
fué, ni más ni menos, lo que el Gobierno nor­
teamericano hizo. En realidad, no ee ha reoo-
nocido a Huerta por la misma razón que se
hubo de reconocer al fin a Carranza. No se le
ha reconocido, porque su Gobierno no reunía
los requisitos que determinan la legalidad, se­
gún la ley constitucional mexicana y los prin­
cipios generales del derecho. No se le ha reco­
nocido, porque Una soberanía nacional, que sit-
408 JBDMUNDO GOKZÁLBZ-BLANOO

ve de baluarte y amparo al crimen, pierdo por


ello mismo todo motivo • la consideración do
los hombres.
The Nation, semanario londinense, en su edi- .
ción de Agosto de 1913 dijo: «En esta semana,
la eterna cuestión mexicana ha llegado a un
grado muy agudo por la forma sorprendente .
inconsulta en que respecto a Lind se ha expre­
sado el Gobierno mexicano. Lind había ido a
la ciudad de México, como representante ofi- ,
cial del presidente Wilson, para hacer un in- ,
forme sobre la situación del país. Esa fué una
medida muy natural, en vista de la petición
que hizo el general Huerta de que ou Gobier­
no fuese reconocido oficialmente. TJn presi-
dente que se ha encaramado al Poder por me­
dio de una sangrienta guerra civil, complica­
da oon una serie de asesinatos brutales, puede
sentirse rehacio a toda investigación; pero no ■
se concibe que se crea por encima de ella. A la
opinión general del pueblo de los Estados Uní- .
dos le repugna en extremo la idea de estrechar •
oficialmente la mano de un asesino. *
La enemiga de Barzini, no sólo a la revolu-
'ción actual, sino a toda la tradición liberal -
mexicana del siglo xix, tradición que quiero '
continuar el constitucionalismo, muéstrase en <
ia adoración fanática que profesa a las tres
figuras despóticas que en dicho siglo se desta-
can: Maximiliano, Porfirio Díaz, Huerta. Bar- •
>ini se atreve a decir que eetoe usurpadora«
___ __ OAKBANZA Y IdMUBVOMJCIÓM D> MÉJICO 409

han sido loe únicos grandes hombree de México


que han intentado sacudir el tutorado norte­
americano. Difícil parece poder llevar a mée
alto grado el error en las apreciaciones históri­
cas. Pero oigámosle.
Después de haber hecho mil arbitrarias oon- ,
sideraciones para probar que los Estados Uni­
dos nunca han permitido que México se eman­
cipe y ee levante, pregona su descubrimiento
en esta forma: «No hay mexicano inteligente -
que no reconozca que la organización esbozada
por Maximiliano en su breve y trágico reina­
do fuese la más apta para hacer de México una
gran potencia. Pero la historia dé la revolución
de Juárez demuestra cómo el imperio fuá des­
truido por los Estado» Unido». Norte-América
promovió y armó aquella revolución, impuso el
retiro de las tropas francesas y condujo así a
Maximiliano ante sus ejecutores en Querétaro. •
1 Válgame Dios y qué modo de razonar tan
«n razón y sólo con palabras pomposas, hue­
cas e insignificantes! A Barzini 1« parece bien
que siendo Juárez presidente legal y reconoci­
do de México, Jos franceses, aliados a loe aus­
tríacos, invadieran el país para afianzar en «I
trono imperial de México ai archiduque Maxi­
miliano. Le parece bien que la nación hubiera
admitido con los brazos abiertos a Maximilia­
no, un aristócrata, un extranjero, un intruso
en suplantación de Juárez, un indio, un repu­
blicano, un patriota. En cambio le pareo* mal
410 ■DMUNDO GONZÁLUZ-BLANCO

que la nación y Juárez, la República y su pre­


sidente luchasen contra la agresión, rechaza­
sen la imposición europea y defendiesen con
¡as armas en la mano sus leyes liberales y su
independencia política. Le pareoe mal que la
República .vecina prestase al patriótico mo­
vimiento una ayuda de orden moral e interna­
cional, no reconociendo a Maximiliano. Tan ar­
bitrarios juicios, ¿merece siquiera tos hono­
res de la discusión P
Trágico y oonmovedor fué el fusilamiento de
Maximiliano en Querétaro. Mil alabanzas me­
reció nuestro Prim por su destreza diplomática
y su airosa retirada de México. En realidad,
la sangre del infortunado archiduque austríaco
debió recaer sobre la cabeza de Napoleón III, a
quien por este y otros motivos llamaba Nábu-
codonosor en aquel entonces Carlos Rubio. El
imperio francés era, en efecto, un poder falso
y sin fundamento, estatua de bronce oon pies
de barro. Por eso loe mismos que lamentan,
considerándolo como una aplicación de la doc­
trina de Monroe, la insurrección de Texas, la
desastrosa guerra consiguiente, la retinada del
ejército francés en 1867, la caída de los presi*
dente Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, y en
general el estado anárquico que aflige a la Re-
pública, no van, ni con mucho, tan lejos como
Barzini; antes recuerdan en dos casos aquella
doctrina con benigno provecho al esgrimirse
contra Bandiguet y Napoleón III.
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB M*JIOO 411

Durante la Intervención Francesa, Juárez,


merced >a su energía y a su valor, salvó a Mé­
xico del terrible conflicto. Pero como Juárez
era un constitucionalista y un liberal, Barzini
le presenta como un humilde lacayo del Go­
bierno de la América del Norte. Y añade, sin.
sentir rubor de ningún género: «Surgió después
Porfirio Díaz. jCómoP Como Huerta. Fué un
general enérgico que apareció sobre la escena
sin solicitar el permiso de loe Estados Unidos,
y éstos, por tres años, se negaron a reconocer­
le como presidente. Lo mismo que a Huerta.-»
¡Qué bonito! Estas síntesis histérico-políticas
son admirables. Para completar la de Barzini
haré el análisis yo.
Hay en el origen de las instituciones y de los
hombres políticos coincidencias de mal agüe­
ro que impresionan la memoria de un modo ma­
cabro. Cuando pienso en las atrocidades per­
secutorias de Cánovas, Maura y La Cierva, re­
cuerdo, sin poderlo evitar, que el ministerio
de la Gobernación estuvo instalado (hasta 1848)
en la calle de Torija, donde antes había funcio­
nado a! Consejo Supremo... de la Inquisición.
Cuando pienso en loe miles de asesinato« or­
denados por ese viejo monstruo de Porfirio
Díaz durante su increíble tiranía, recuerdo,
sin poderlo evitar, que serta tiranía empezó por
sus traiciones a Juárez y a Lerdo dé Tejada.
Durante las guerras de la emancipación, Por­
firio Díaz fué un buen patriota, fiel a la han-
412 SDMUNDO GOXZÁLKZ-BLANCO

dera de la República en la política exterior X


fiel en la política interior al partido liberal.
Pero he aquí que, después de Juárez, toca a
Lerdo de Tejada ser presidente, e inicia una
política de «ano radicalismo contra el partido
derical, y en 1875 levántase en armas la reac­
ción. Impaciente por coger las riendas del Go­
bierno, de la reacción se declara partidario
Porfirio, y al frente de loe conservadores de­
rroca al legítimo jefe de Estado... para1 suce­
dería. Tales son los hechos. ¡ Pero ya se ve:
Pías era general enérgico que apareció tabre la
tteena ñn tolicitar el permita de lot Ettadot
Unidor... no un traidor, un usurpador y un
ambicioso que se encumbró sobre las ruinas d»
todas lae instituciones liberales!
Huerta fué más completo. A las cualidades
de traidor y ambicioso, unió la de asesino. Des­
graciadamente, loe Estados Unidos no llegaron,
como a Porfirio Días, a reconocerle... ni a los
tres afios. Antes de concluir el segundo huyó
de su país sin esperar a que el pueblo mexica­
no le otorgase el justo epílogo de un patíbulo
infamante, la cuerda de Judas en el árbol de
le expiación.
Volvamos ahora a la cuestión capital para
precisar las ideas y deducir las consecuencias
que derivan de la transformación que en ests
kncmento se opera en México, en virtud del
curso de la revolución y del empuje inevitable
de lae necesidades e intereses del tiempo. Le-
, OABMAMZA Y LÀ BSYOLUCIÓN DB MÉJIOO 413

yes ineludible« de la historia noe indican qu»


la pax no podrá ser restablecida en México, a
menos que haya un cambio completo en al per­
sonal del Gobierno y en loa sistemas y proce­
dimientos hasta ahora adoptados. <T&1 es—es­
cribe a este propósito Cabrera—la razón de que
los constitucionalistas aparezcan demasiado ra­
dicales a loe ojos de aquellos que desearían en­
sontrar un medio de pacificar a México inme­
diatamente.» Los que tal desean debieran con­
siderar que el gran enemigo de la democracia,
«hora y en lo sucesivo, es la plutocracia. Todos
Gos años que pasan muestran más claramente
este antagonismo, que ha de eer, en el siglo que
comienza, la causa eficiente y la razón sufi­
ciente de la guerra social. Loa constituciona-
lietas desean inaugurar desde luego las refor­
mas agrarias y económicos que son necesarias
para proporcionar a las clases trabajadoras la
oportunidad de mejorar sus condiciones y evi­
tar lo que aconteció bajo la dictadura de Por­
firio Díaz, es a saber: que acaparasen unos
cuantos terratenientes inmensos y fértiles cam­
pos vírgenes; que no tuviesen inversión popu­
lar los millonea de pesos que a México ahoga-
ban eñ prosperidad ficticia del capitalismo ex­
tranjero; que se recargase el peso de los im­
puestos, que encarecen locamente la vida de los
trabajadores, sin pesar casi en ninguna forma
•obre la claae rica.
Cuando loe mexicanos se hicieron indepen-
414 BDMÜNDO OONZÁLHZ-BLANCO ______ _______

dientes de España, no restablecieron a loe in-


; dios en las heredades de sus mayores, porque
no fué ese e¡j objeto de la independencia, como
tampoco se les permitid volver a su antiguo
culto, porque habría sido un retroceso. A los
constitucionalistae lee parece muy bien lo úl­
timo, mas en cuanto a lo primero, quieren res­
tablecer en los lugares donde sea necesario y
adecuado el colectivismo agrario, según que
lo fundaron o reconocieron los conquistadores
.españoles. Hablando en la misma substancia,
el publicista Daireaux reconoce que si la pro­
piedad toma valor es que las cosechas han sido
buenas, que abunda y sobra el papel emitido
diariamente por el oro para pagar los frutos, y
.que, por la confianza que da a la consolida­
ción de la paz, busca colocación el dinero; pero
el manejo económico del paáh, tanto en su
parte impositiva, que no debe entorpeces
la circulación, cuanto en su parte diplomáti­
ca, que la debe favorecer, es tan. dlefecftuo-
so, que de su exuberante riqueza sólo gozas
en realidad loe magnates, dueños de latifun­
dios y Üas empresas extranjeras, pero no el tra­
bajador que Ja crea; y así será hasta que un
Gobierno dotado de levantado concepto políti­
co inicie una era de reparación, restableciendo
con mano firme el reinado de la moral eetrio-
ta y de la honradez escrupulosa en todas la»
ramas de la administración, y exigiendo que,
por la aplicación severa dé Üa ley, todos y
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN D® MÉJICO 415

cada uno amiba y abajo cumplan con su deber


ideal, hasta hoy rara vez conseguido en las
repúblicas de 1» América latina, y que por el
amor que a su patria profesan quisieran loe
constitucionalistas ver realizado en bu Repú­
blica.
Ignoro si }a nación mexicana está irremedia­
blemente perdida, como Barzini da a entender
al comienzo y al final de su estudio. Hay co­
sas que tal vez sea prematuro tratar de descu­
brir. Pero sí me consta de modo indubitable
que la revolución triunfante traerá forzosamen­
te consigo la pacificación económica, educativa,
moral y política de esa nación. Ni en el terror,
ni en lia tiranía, ni en el apoyo ai capitalismo
extranjero, ni en el acaparamiento de las rique­
zas públicas, en ninguna de estas fuerzas me­
cánicas hay poder ni voluntad para conseguir
ni conservar la deseada pacificación. La fu­
tura vida social y espiritual de México no po­
drá ser más que el reflejo de las necesidades,
de los intereses y de los derechos genuinamen-
te populares. Extinguido d haz luminoso, las
tinieblas invadirán el país. Este es el proble­
ma del porvenir mexicano.

§ 4. LA OCÜPACIÓN DE VKRACRÜZ Y LA8 CONFEREN­

CIAS DE NIÁGARA FALLS

No sufre la presente ocasión que pase en si­


lencio las falsa® apreciaciones hechas en el ar­
tículo «Alrededor de la situación mejicanas,
~ 416 BBHUHDO GOMÁLBZ-BLAKOO

que publicó «Heraldo de Cuba> en el número


correspondiente a 16 de enero de 1915 por «£ li­
cenciado Floree Magón, quien, entre otrae cosas,
acusa a loe constitucionalÍBtas de falta de pa­
triotismo y de complicidad en la infortunada
ocupación de Veracruz por las fuerzas norte­
americanas en abril de 1914. En el mismo
«Heraldos de 13 y 17 de febrero de igual año,
le contestó oportunamente Vrquidi. Que hubo
aplazamiento en la protesta, no lo niega Ur-
quidi; pero tampoco cree justo echar .toda la
culpa sobre la división del Norte. Las otras
divisiones contribuyeron asimismo al aplaza­
miento, por su falta de cohesión, indisciplina,
intolerancia e incapacidad general para resta­
blecer el orden. Pero este astado de anarquía
incipiente, J hubiera sido posible, si la auto­
ridad de Carranza no hubiese sido debilitada
y mermada por la autoridad hostil, franca­
mente hostil, de la división del Norte, en ios
críticos y precisos momentos en que mayor
cooperación mutua y mayor sacrificio personal
se necesitaba ? La respuesta es obvia.
Tras de pretender establecer un paralelo en­
tre las circunstancias de la ocupación de Ve­
racruz, cuando Carranza combatía a Huerta y
cuando Villa combatía a Carranza (paralelo
que de ninguna manera resiste a un examen
desapasionado), dice Floras Magón que en el
retardo en protestar contra aquella ocupación
atentatoria, Carranza «quedó manchado por d
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 417

más repugnante antípatriotismo». A esto re­


plica Urquidi que no hay antipatriotismo que
no sea repugnante ; pero que el cargo es tan
falso como injusto, y al hacerlo, Flores Ma-
gón, no sólo insulta a Carranza, sino a miles
y miles de hombrea y de mujeres, que, ante el
supremo conflicto, supieron encontrar la ma­
nera de cumplir sus deberes de mexicanos, sin
sacrificar sus ideales de constitucionalifitas.
Precisamente porque Carranza (y eao lo sabe
todo el mundo) adoptó en aquel trance una ac­
titud clara y enérgica, y dió voz al sentimien­
to unánime de los comstítucionalistas y de to-
doB los mexicanos, ha sido considerado desde
entonces hostil a loe Estado^ Unidos y no
ha contado eotn el aipoyo moral y simpatía que
su justa causa despertó al principio en el pue­
blo norteamericano. Carranza in too intensely
natúmal, fue la frase can que la' Prensa ñor.
teamericana hizo el resumen de eu carácter, y
acusarle de connivencia en los sucesos de Ve-
racruz equivaldría a acusar el reo, que pre­
testa de una sentencia injusta, de ser cómpli­
ce de su juez. '
Por su posición especial en aquella época
en Wàshington-, tocó en suerte a Urquidi dar
a conocer de viva voz, en la Embajada Argen­
tina, el texto de la nota de Veracruz a los mi­
nistros del ABC. Fué una ocasión solemne,
y ios ministros la oyeron, leer con interés pre­
fundo. Cuando la (lectura acabó, uno de ellos
418 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

no pudo menos de declarar que aunque la for­


ma de redacción no era muy diplomática, la
nota en sí era muy patriótica, nada tenía que
avergonzarse la dignidad y el decoro naciona­
les y honraba a México en aquellos días acia­
gos, en que Carranza supo mirar, de frente y
sin titubear, al país y a la historia.
Pero no sólo protestó Carranza, sino que
lanizó un vltòmdium, que era Ib único que
podía hacer en aquella situación, a menos que
Foree Magón quisiera que se hubiese puesto
ai frente de eue fuerzas para ir a atacar a Nue­
va York o a Wàshington. Aceptados en prin­
cipio loe buenos oficios del! ABC por Wil­
son, Huerta y Carranza, los ministros sud­
americanos dirigieron un nuevo telegrama al
último, en que, para asegurar el éxito de las
negociaciones, le rogaban suspendiese sus ope-
. raciones militares contra el presidente de la
república. Carranza contestó que él había pro- -
metido mediar en el conflicto con los Estados
Unidos, no en la guerra civil mexicana, que
consideraba independiente de la ocupación
atentatoria de Veracruz. Tarn sencilla actitud
es calificada por Flores Magón, con ligereza
indisculpable, de amoralidad vergozosa. Por
el contrario, Urquidi, examinando sin pa­
sión los hechos, deduce que semejante actitud
estaba pienamente justificada. La ocupación
de Veracruz por las fuerzas norteamericanas
en abril de 1914 no tiene, con la lucha entre
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 419

Carranza y Huerta, la relación de causa y


efecto. No fue, en otras palabras, una con­
secuencia directa de esa lucha, «no un even­
to (el más doloroso, eí), pero surgido de un
incidente local que no tuvo relación inmedia­
ta con esa lucha. El presidente W íleon, al
dar cuenta ante el Congreso norteamericano
díe dos actos de guerra (acts of vxnr) ejecu­
tados, se refirió, expresa y claramente, a ul­
trajes específicos (spedfic indipnities) su­
fridos por loa Estados Unidos a manos de
Huerta, y de éste, y únicamente de éste, no
oomo cabeza de la nación mexicana, para lo
cual no tenía más títulos que el cuerpo ensan­
grentado de Madero, sino como jefe de una
facción militar de hecho (faction in de jacto
control), pedía reparación a esos ultrajes es­
pecíficos. El Gobierno norteamericano, en
otras palabras, no desembarcó fuerzas en Ve-
racruz para poner un término a nuestra con­
tienda civil, o porque nuestra contienda civil
le hubiera obligado a dar ese paso, que, en
esas circunstancias, habría «ido pura y «m-
plemente una intervención. No; él Gobier­
no norteamericano desembarcó fuerzas «n Ve-
racruz porque en su criterio (y no ee este mo­
mento oportuno para examinar en qué razones
se basaba ese criterio) había sufrido ultrajes
específicos de parte de la fracción huertista,
y exigía una inmediata reparación... Hay más.
Sobre no negarse a asistir a las conferencias
420 BDMUNDO QOSZÁLHZ-BLANCO

de Niágara Falle, envió a ellas como delega­


das suyos a personalidades tan prestante«
como Iglesia« Calderón, Cabrera y Vasconce-
llos, y cuando las conferencias a pasar del ca­
rácter de simples charlas diplomáticas al de
sesiones en que ee formulaban protocolos y se
fijaban bases para la evacuación de Veracruz,
Carranza, por medio de una comunicación que
■ yo mismo tuve el honor de poner en manos
de los ministros del ABC, reclamó una vez
más, en lenguaje comedido y digno, su pues­
to en eses conferencias en que loe destinos de
México se estaban discutiendo sin estar pre­
sentes todas las partee interesadas, ¡qué digo!,
sin estar presente la parte que más derecho
tenía a ser oída, puesto que era la que en esa
época representaba la legalidad, y la que por
el triunfo de sus armas iba pronto a. consti­
tuirse en el Gobierno de la nación. Pero la
mediación había dicho: Si no suspendes tus
hostilidades contra Huerta, no te escucho. Y
Huerta siguió combatiendo y conferenciando;
pero a loe constitucional islas no se les es­
cuchó. »

>
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 421

CAPITULO VI

ESPAÑOLES Y MEXICANOS

§ 1. CONDICIÓN DE LA COLONIA ESPAÑOLA


EN MÉXICO .

A semejanza de Ibeas, escritor agustino, al


exponer eu pensamiento sobre El catolicismo
y la guerra europea, defendiendo la actuación
política y militar de Alemania frente a Fran­
cia e Inglaterra^ lejos me hallaba yo de ex­
poner, al escribir la primera edición de esta
obra, que había de levantar la polvareda que
ha ocasionado. Fundándome en hechos y razo­
nes que nadie ha podido desvirtuar con otras
hechos y otras razones, hube de limitarme a
desenvolver con toda claridad, a la castellana,
lo que yo sentía acerca del punto sobre el que
me propusiera emitir juicio. Empero como si
fuese el escribir con franqueza vicio nefando
en ios publicistas, hubo gente de tan mansa
condición y melifluo trato, que han sentido
grande y triste sorpresa al leerme y que hasta
me pusieron de oro y azul y cual no digan
dueña» porque, según dicen, me conduje har­
to destempladamente con loe españoles resi­
dentes en México, sin condolerme lo más mí­
nimo de las persecuciones y desgracias que
padeciendo vienen desde el comienzo de la re­
volución. Sin embargo, nada afirmé yo enton­
ces que poco después, y con ocasión precisa-
422 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

. mente del incidente Caro (sabido ea que este


nuestro ministro en México fué expulsado det
país por Carranza porque protegía a un espa­
ñol, agente y amigo de Villa), no repitiesen
sin eufemismos escritores tan imparoiales
como Castrovido, el ilustre director de El
País, y Fabián Vidal, ed conocido cronista de
La Correspondencia de España. Acertadamen-
' te le guió a Castrovido ®u experiencia en el
arte de comentar informes, cuando hizo notar
que si las indiadas y masticarías revoluciona­
das odian a los españoles, no tanto ea porque
éstos ee pusieran siempre de parte de los po­
derosos (Porfirio Díaz o Huerta), cuanto por­
que ejercen profesiones que les hacen antipa­
trióticos e impopulares. Mucho hay de verdad
en la aserción, y Fabián Vidal, en varios de
sus artículos, aseveró también algo parecido.
En uno de ellos, sobre todo, observa que «los
españoles de México, que no son hacendados,
dedícense a capataces, a tenderas de comesti­
bles y a prestamistas. Claro que hay excep-
cionés; pero sólo sirven para confirmar la re­
gla. El peor (indio manso), al empuñar las
armas, revolvióse primeramente (y ello es ló­
gico) contra sus inmediatos enemigos, el có-
mitre de la hacienda, el que le prestaba a cre­
cido interés, comerciando oon su miseria, ,y
el dueño de la tienda de víveres, donde se sur­
tía, cuando no le pagaban su «alario, en vez
de coh dinero, con frijolee, aguardiente del
CABJIANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 423

país y alguno« calzones y chupas de mala seda


y peor confección. ¿Que el régimen económi­
co establecido por Porfirio Díaz como inmuta­
ble no permitía a nuestros connacionales des­
arrollar en otras formas su actividad? Ya lo
; comprendo. Pero el indio es simplista. Se atie­
ne al hecho y no se cuida de las causas. Ade­
más, en México, muestra colonia ha cometi­
do imprudencias. Ya aludía Castrovido a los
banquetes que celebraron loa españoles de To­
rreón apenas sufrieron mala muerte el pobre
Madero y su colega Pino Suárez, un periodis­
ta elevado a la vicepresidencia de la repúbli­
ca. Esos banquetea causaron gran indignación
entre los enemigo» de Huerta. Y «sí que, acau­
dillados por Villa, Espartaco injerto en Oar-
tauche como Zapata, penetraran en Torreón y
se vengaron cruelmente. ¿Quién obligaba a
aquellos mal aconsejados hispanos a exterio­
rizar sus odios contra el autor del programa
de reivindicación«» agrarias de San Luis de
Potosí? Eran socialmente conservadores; te­
mían perder sus hacienda» de leguas y leguas
de terreno, labradas «por enjambres de sumiso®
peones; creyeron que Huerta sería otro Por­
firio Díaz, y se comprometieron en público.
Las consecuencias todos la» eabemoe.» '
No ee puedo decir esto a todo el mundo en
España; muchos se indignarán; pero los que
conocen el verdadero estado de los españoles
en México pueden oírlo sin asústame. No hay
424 «D1ÍUND0 GONZÁLBZ-BLANCO________

duda que la intervención en los asuntos inte­


riores sólo debe atribuirse a una minoría de
españoles, no a loe 60.000 allí residentes, y
cuya inmensa mayoría son jornaleros o prole­
tarios, que no tienen tiempo a ocuparse en
cuestionas políticas, y sólo se consagran a los
asuntos que afectan a eu vida y a las que por
ende dedican en absoluto todas sus activida­
des. Pero tampoco hay duda que, hasta ahora,
no se ha hecho casi nada o absolutamente
nada de parte de la colonia española para
atraerse la buena voluntad y el razonable ca­
riño de la clase media y de la clase popular
de México. Sobre este punto tenemos nn tes­
timonio de mayor excepción en el opúsculo
México y los españoles, escrito por Desiderio
Marcos. Este compatriota nuestro lleva en
México muchos años, durante los cuales ha
ejercido la profesión de periodista, y su folle­
to nos da extensas notas, impresiones y datos
que revelan su conocimiento de aquel país,
para ilustrar a loa que en España siguen con
viva curiosidad el curso de las luchas trágicas
y de la honda crisis del pueblo hermano, don­
de ansiosamente esperan la paz tantos conna­
cionales nuestros, envueltos en loe azares de
la revolución. Sin costumbre de redactar elu­
cubraciones sociológicas, Desiderio Marcos
excusa modestamente la calidad de su traba- .
jo, en el que, con desenfado y desenvoltura,
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DJB MÉJICO 423

expone Ja verdad monda y lironda, y que a


mí me parece de mucho interés.
sLa antipatía contemporánea que los mexi­
canos sienten—escribe—por nosotros encierra
su dosis de razón. Hay que tener el valor de
confesarlo, ya que semejante opinión no es so­
lamente mía, sino de todos los españolee rec­
tos y nobles, que, por encima de la pasión del
dinero, llevan loe ideales del amor, de la hu­
manidad, de la libertad y de la justicia. Es
nuestra colonia se ha protegido demasiado la
audacia procaz y la truhanería triunfante. La
capacidad y la valía de loe hombree ae han
medido por la riqueza que han acumulado, sin
reparar mucho en loe medios que para acumu­
larla han puesto en práctica... Es inútil que
intentemos ocultar lo que come de boca en
boca y que, Ínter nos, todos damos por cier­
to... No hay en esto una cuestión de gremio
o categoría tan sólo, sino una cuestión de
honradez. El mal predicamento en que está
nuestra colonia en México no data de los co­
mienzos de la revolución, viene de más atrás.
Lo que ha ocurrido es que en tiempos de Por­
firio Díaz, el Gobierno procuraba ir desterran­
do al odio histórico, y prohibiendo ai grito de
’mueran los gachupines leu la fecha conmemo­
rativa de la Independencia; pero los mexica­
nos pensaban tan desfavorablemente de nos­
otros como piensan ahora y como seguirán
pensando, si no nos esforzamos en demostrar-
426 EDMUNDO OONZÁLEZ-BLANCO

Ies palpable y evidentemente que estaban y


están equivocados, o que estaban y están en lo
cierto, y nosotros nos proponemos mejorar
nuestra conducta. También hay que convenir
en que en tiempos de Porfirio Díaz navegaba
México sobre las quietas olas de un modas
vivendi hipócrita y falaz. Quiero decir que en
aquella época de paz octamiana, las ideas se
escondían, las pasiones se refrenaban y el
miedo ise revestía de las formas más corteses.
Era entonces cuando, después de un banque­
te, copiosamente regado con champagne, o de
un jadeante bailoteo de romería, venían los
brindis insubstanciales y cumplimenteros en­
tre anfitriones y convidados, en los que mu­
tuamente se engañaban y adulaban españoles
y mexicanos, si no por perfidia, por delicade­
za o por el optimismo de ensueño a que pre­
disponen loe vinos añejos y lias mujeres fres­
cas y hermosas. Recuerdo que al día siguien­
te de una de esas rumbosas fiestas, en que,
de corazón o de mentirijillas, fraternizaban
un reducido grupo de ciudadanos de la hija
emancipada y otro grupo, no muy numeroso,
de súbditos de la madre común, el director de
un importante diario, que, al reseñar la cari­
ñosísima convivialidad, sacó a relucir los enca­
bezados de las grandes solemnidades, para elo­
giar a la honorable colonia ibera y cantar en­
dechas al patriotismo de raza, refunfuñaba a
un paso de mí: ¡Si estos malvados gachupo
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 427

nes...! Y al darse cuenta de que yo había oído


ln flor y comprender que me había olido muy
mal, derritiéndose en mieles y dándome una
palmad ita en el hombro, añadió: ¡Natural­
mente ¡que no me refiero a usted, porque usted
es español! La armonía en que pregonábamos
vivir con las mexicano» ha sido ficticia, cap­
ciosa, de teatral convencionalismo, e inferirla
de determinadas componendas financieras, que
la opinión pública califica de enjuagues y chan­
chullos, y el rum-rum callejero, de robos y
despojos, constituye una inocentada, cuando
no una infamia.»
Durante las revoluciones y oontrarrevolucio- .
nes que vienen afligiendo a México desde 1910,
ha representado España un papel muy similar al
de otras naciones, ya sea poniendo la proa a los
revolucionarios, ya sea apoyando á lo® contra­
rrevolucionarios con excesivo calor y energía.
Huelga añadir que esto reza, principalmente,
con los españoles que habían medrado al amparo
de los privilegios de la dictadura porfiriana. Y
no menos inútil sería acrecentar que, los españo­
lea que, durante esta dictadura y en diferentes
época«, obtuvieron lucros que no fueron todo lo
honesto8 que debieran haber sido, nada tienen
que envidiar en tal concepto a los demás extran­
jeros de la misma condición, a ciertos ingleses,
a algunos alemanes, a muchos norteamericanos,
y cat» particularidad a innumerables franceses,
que encontraron en José Ives Liman tuor,
428 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

ministro de Hacienda y experto financiero, un


protector y un asociado de influencia decisiva.
Empero como de loe extranjeros que hay en Mé­
xico corresponde el mayor número a loe españo­
lee, y como, además, la prevención y, si se quie­
re, el odio a los últimos no se ha desvanecido
en aquel país desde la época de la Independen­
cia, natural es, aunque doloroso e injusto, que
sobro nuestros compatriotas allí residentes haya
principalmente recaído el furor revolucionario.
¿ Cómo poner término, siquiera sea evolutivo
y preparatorio, a una situación tan deplorable?
Por mi parte, no veo otro medio, o, si se quiere,
otro remedio, que hacer que los mexicanos nos
conozcan; y para conseguir esto es absoluta­
mente indispensable que pongamos algo poT
nuestra parte y no lo esperemos todo de la bue­
na voluntad que en determinados y reducidos
círculos se nos tenga. ¡ El buen nombre de Es­
paña y de los españoles honrados está por en­
cima de un centenar o un millar de burros
aprovechados y de listos sin decoro, que
componen la plana mayor de la colonia espa­
ñola en México! Requiérese que los mexicanas
cultos conozcan el país hacia el que pueden y
deben dirigir sus simpatías; pero hay también
una gra¡n masa de público que necesita de escla­
recimientos y de discretas advertencias. Muchas
veces he leído en la Prensa mexicana la amarga
lamentación de que allí hay que pensar en algo
muy interesante: cónsules. Julio Sexto opina
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 429

que ios generales mexicanos sean en el extran­


jero, en general, y en España, en particular,
cónsules generales; los coroneles, cónsules de
primera clase; los capitanee, cónsules de segun­
da clase; los sargentos, cónsules de tercera cla­
se ; lo» soldados, vicecónsules. Así están de ne­
cesitados de ese servicio en esa proporción. Al
mismo tiempo, urge que piensen en algún pro­
ducto genuino para la exportación en grande
escala: cauchout, azúcar, tabaco, algodón, ce­
reales, y que procuren que el producto sea agrí­
cola, para que la agricultura tenga como estí­
mulo un mercado más amplio que el del consu­
mo nacional. No hablo del petróleo, porque él
es, hoy por hoy, la primera riqueza de México
en bruto. Sin embargo, no ee, por otra parte,
métaos cierto, como Julio Sexto indica, que
tiene que llegar de fuera la salud, es decir, el ca­
pital. Y llegará, porque en Europa el capital
está enfermo de inanición, hay crisis industrial
y mercantil y los dividendos son aquí muy bajos.
En cambio, allá están en baja no menos ruinosa
nuestros valores culturales. La juventud mexi­
cana, que debiera venir á nuestras Universida­
des, prefiere ir a los Centros de enseñanza de
otros países.
En América no gozamos del prestigio que tie­
nen otros pueblos de Europa, cuando debiéra­
mos ser lo» primeros. Y esto reconoce varias
cansas, la primero de las cuales y la de más fá­
cil solución es la que señala Pérez Losada, co-
430 EDMUNDO OONZÁLEZ-BLANCO

rreeponsail de A B C en Puerto Rico, en los


siguientes términos: «Nuestros brillantes perio­
distas no se han dado cuenta de que escriben
en un idioma que hablan veinte pueblos, veinte
pueblos que han estado bajo nuestro dominio y
que ya no lo estén; veinte pueblos que han
heredado virtudes y vicios nuestros; pero que,
en su optimismo de pueblos jóvenes, se figuran
que lo bueno que tienen es exclusivamente suyo,
de brote espontáneo, y que lo malo de que no
han podido desprenderse es la herencia que nos.
otros lies dejamos... Necesitan justificar estos
pueblos sus pasadas rebeldías contra la madre
patria, y si a la vieja leyenda de nuestra tiranía
puede sumarse la de nuestro incurable atraso
actual, ¿ qué más se necesita para que tengan una
lógica explicación en apariencia ciertos desvío»
que no, nos convienen ni a los unos ni a los otros ?
La plausible labor de acercamiento que, con elo­
giable patriotismo, vienen haciendo unos pocos,
muy contados periódicos españoles, la desbara­
tan o la quebrantan con su negro pesimismo
los escritores y periodistas, que llevan «u en­
conado sectarismo político a los extremos vicio­
sos de la oposición más intransigente. ¿Para
qué han de ir a España los hispanoamericanos,
si en el solar de sus abuelos no han de hallar
señal alguna de la espléndida civilización que
en los momentos actuales está sufriendo tan
penosa crisis en el resto de Europa P Ni cami­
no», ni salud, ni garantías, ni los respetos en
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 431
, \

todas partes tenidos al forastero, ni monumen-


tos que no estén en ruina, ni vida urbana civi­
lizada, ni «confort» en loe viajes, ni arte en
ninguno de sus aspectos, ni nada, en fin, que
haga agradable la estancia del forastero en Es­
paña... Esta es la triste impresión que sacamos
leyendo aquí la mayor parte de los periódicos
españolee. Y en vano es que nosotros, los que
sabemos lo enconada que es la política de opo­
sición en todos loe países en que la prensa goza
de' verdadera libertad, tratemos de atenuar el
efecto lamentable de esas críticas acerba« que
un día y otro día se repiten. Fijaos, nos dicen,
en que no somos nosotros los que inventamos
esto, es la propia prensa española quien lo afir­
ma. Y ante esta continua, ante esta constante
y porfiada censura pesimista de todo y por todo
lo español que una gran parte de la prensa es­
pañola viene haciendo, qué podemos los pocos
periodistas españoles que andamos dispersos
por América, si cuando salimos a la defensa de
España, indignados por un ataque in justo o una
crítica absurda, nos exhiben para abrumamos
los textos flamantes de periódicos madrileños
muy leído® (muy leídoB tal vez por eso, porque
hablan mal de nosotros), en los cuales se dicen
cosas mayores?..,»
Uno de los tópicos más corrientes, por ejem­
plo, cuando entre nosotros se habla de México,
es el de estableoer de un modo abstracto cues­
tionarios can preguntas relativas a los derrote-
432 EDMUNDO GONZÁT.BZ-BLANCO

ros que conviene seguir a los emigrantes que allí


van. Y la objeción que a tal tópico se presenta
al momento es lógico: ¿ derroteros que convie­
ne seguir P Tratándose de México, que nada tie­
ne organizado tocante a la inmigración, nin­
guno. Desiderio Mancos, que habla de este
asunto por experienca personal, en que se puso
a prueba la opinión de los mexicanos, dice: «Los
que vengan a la casa de parientes y amigos, a
ella, donde serán bien recibidos, si han sido lla­
mados, y no tan bien si es que se presentan de
sopetón e inoportunamente. Aquellos que carez­
can de parientes cercanos, de amigos incondi­
cionales, y de antemano probados y de reco­
mendaciones que no sean ruego®, sino órdene*,
que hagan lo que el gallego del cuento: tirar
la boina al alto, y caminar en la dirección que
el viento señale. Para quieneá vienen falto® de
apoyo, la novatada en México es triste, amar­
ga, desconsoladora. Allá os dicen: Llegáis,
vais ai Casino, hacéis alli relaciones... Sí, sí;
lo primero, que para entrar en el Casino, no
basta la calidad de español; se necesita una tar­
jeta, y como no tenéis a nadie que os facilite
esa tarjeta, pues no entráis. También ae os
franquearía la entrada «i os presentarais con
buen empaque y majamente alhajados, pero...
¡como las alhaja® son patrimonio de los que
van, no de los que vienen por primera vez! No
hablo por resentimiento. A mí me abrió de paT .
en par las puertas del Casino un carnet de re-
_____ CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 433

dactor-corresponsal de periódicos españoles que


presentó, y por parte del socio más preeminente
recibí ofrecimientos y atenciones que nunca
olvido. Me duelo de la ingrata impresión dfe los
que han temido que quedarse a la entrada, pre­
cisamente en los angustiosos momentos que hace
más falta una sonrisa amable, una mirada alen­
tadora. Cuando recuerdo a nuestros obsequiosos
caballeros de las ciudades, a nuestros servicia­
les lugareños y aldeanos, que hicieron exclamar
al notable poeta mexicano Amado Ñervo:
«¡ Esta gente del pueblo español es la mejor del
mundo !>, y veo la erizada adustez de muchos
de nuestros compatriotas de aquí, que parecen
de otro país y de otra raza, pienso si la desdi­
chada transformación, si la dureza de los moda­
les y sentimientos tendrán po(r causas la peno­
sa travesía marítima, la ruda labor de tantos
años, laqmolongada ausencia del hogar y d» los
tiernos afectos. No puede negarse que en tiem­
pos de paz era relativamente fácil (para los que
no andaban con remilgos ni miramientos) en­
contrar trabajo. Entiéndase bien: trabajo. Y
los que han apechugado con el que se busca-,
han o les proporcionaban, se han. abierto ca­
mino o no se han muerto de hambre. Estas son
(lealmente os lo digo)' todas las doradas leyen­
das de México. Deben, pues, quedarse ahí to­
dos los que puedan ir sosteniéndose en la cuerda
floja de la vida. A los que a todo trance quieran
18.-Tomo I. .
434 hdmundo oonzálkz-^lanco

venir, ya le® indico lo que les espera. ¡ Que por


mí, no se llamen a engaño I» '
El que haya leído estos párrafos pensará que
por allá hay poco españolismo étnico. Todo
lo contrario. Allí, de 64 por 100, mestizos; 30
por 100, indígenas puros; 16 por 100, blancos
y criollo®, y 1 por 100, negros, son 70 por 100
los verdadero® gachupines, dado que, según
la más autorizada versión, esta palabra era de
loe indios y ®e la aplicaban a los españole®;
de modo que, como hace notar donosamente De­
siderio Marcos, lo único que pueden hacer los
mexioatnoe es adjudicarse el mote de una ma­
nera proporcional y equitativa, cuya fórmula
bien pudiera ser ésta: criollos y blanco® (ga­
chupines), mestizo® de tres cuartos de sangre
española (gachupincitoe), mestizos de do® cuar­
tos de sangre española (gachupincilloe) y mes­
tizo® de un cuarto de sangre española (gachu-
pincejos). Con igual ironía habla Desiderio Mar-,
eos de la desagradable sorpresa que experi­
menta un español cuando uno dé sus hijos viene
del colegio y le pregunta: «¿Verdad, papá, que
tú ere® un gachupín?» «¿ Quién te dijo eso, pre­
cioso míoP » « El señor profesor. > «¡ Ah » « Sí, nos
dijo que lo® «gachupines» eran uno® hombres
muy...» «Vaya, vaya. ¿Y cómo se llama tu
maestroP ¿Tepeycac?» «No; ee llama Ra­
fael de Lara.s «¿Y es indio, muy indio, como
esos que pasan por ahí vendiendo carbón, hue­
vos, pavo y mantequilla?» «¡Qué va!... Si es
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓN DB MÉJICO 435

más chapeado (sonrosado) y más . güero


(rubio) que tú.» «Todo sea por Dios, hijo mío...»
Y el desventurado padre no puede menos de
pensar en un futuro, mesiáníco, lejano e ideal
ministro de Instrucción pública, que exija a
los profesores de primeras letras un curso de .
filosofía de la historia y otro de sentido común,
paira evitar que los mexicanos, que no son in­
dios puros, pretendan hacernos cargar con el
‘mochuelo de las fechorías y desaguisados que
cometieron sus abuelos. Pero volvamos al pro­
pósito. _
No me parece prudente cantar loares de
nuestra colonia eto México sólo, porque es
nuestra, cdmo tampoco me parece digno vili­
pendiarla en globo sólo porque una parte de
ella haya cometido graves faltas. ¿De qué
colonia extranjera no se podrá decir otro tan-
toP ¿A qué emigrantes, de cualquiera nacio­
nalidad que sean, no ee podrá incriminar otro
tanto P España no es una excepción en México:
seamos conscientes de nuestro valor, en. el
grado que convenga y proceda;, pero no lie- '
vemos hasta ese extremo nuestro puntillo de
honra. «Como vi que en nuestra colonia todo
estaba supeditado al tiránico y torpe eritet
rio de una docena de ricachos endiosados, hí-
aoseme imposible (a pesar de haber sido re­
dactor de El Correo Español durante el pri­
mer año que estuve en México) aquel ambien- .
te mezquino, y me alejé ded conjunto.» Así
436 BDMUNDO OONZALEZ-BLANOO

escribe Desiderio Marcos, con leal franqueza,


agregando: «Este trozo de autobiografía no
tiene más objeta que el de probar que soy de
mío pacífico y cachazudo, y que si me he re­
suelto a echar estos apuntes a la calle, es ani­
mado de las más nobles intenciones y conven­
cido aü propio tiempo de que no digo menti­
ras, ni soy presa de fantásticas sugestiones,
ni se me oculta que algunos de los que m)e
han hecho paladinas confesiones, al verlas en
letras de molde, se han dle encolerizar.»
No hay que asústame de las verdades, que
acaso inquieten a los pusilánimes, pero que
sólo pueden infundir temor & los que anden
mal avenidos con su conciencia. Lo que de­
bemol procurar, valiéndonos jde cuantos! re­
cursos estén a nuestro alcance, es que todos
los mexicanos, los de arriba, los de abajo y
los del medio, cambien de opinión, respecto a
nuestra colonia, que en buena parte es acree­
dora a más honrosa fama. «Yo me sonrojo
(escribe a este propósito Desiderio MarcoH),
cuando oigo decir a los mexicanos:. ¡ Es go
chupín, pero es bueno! Ese pero es terrible.
No debernos descansar hasta llevar al ánimo
de todos y cada uno de los hijos dle este país el
convencimiento de que la frase que injusta­
mente nos cuadra es ésta: ¡Es español, pero
es malo/ Tenemos que proponernos siempre
al que no la acepte o se desvíe de ella una con­
ducta digna de la gran patria que nos ampara
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJIOO 437

y da nombre. No nos importe que triunfe la


revolución o fracase, que surja un dictador o
que se implante un régimen socialista, ya
que nuestro propósito no ha de tener vistas
al egoísmo ni a la ouqueríau Ha de ser un
ideal el nuestro tan desinteresado oomo nues­
tra tradicional hidalguía, tan caballeresco
como nuestra historia, tan límpido e inmacu­
lado como nuestro cielo. Creed que ai La co­
lonia española Se arrepiente de loe errores co­
metidos y se purifica de pecados que la man­
chan, México sabrá ser magnánimo y. genero­
so con ella; y en recompensa de su lealtad y \
bizarría la librará de loe odios y animosida­
des que, injustamente, par la animadversión
histórica, y, fundadamente, por la animad­
versión contemporánea se ha echado sobre sí.
¡0 lo hacemos orí o corremos el peligro de ser
arrojados en masa de la república! Loe pue­
blos, aun en mtedio de todas sus convulsiones,
de todas sus violencias, de todos sus delirios y
dé todos sus desenfrenos, tienen un instante >.
para proclamar la vendad y la justicia. Y en
México no faltó ese instante para hotnrar la
memoria de preclaros e insignes varones de
nuestra patria, que durante nuestra domina­
ción se hicieron merecedores de gratitud y
respeto. Como demostración dle ello hay en
México las calles de Revillagigedo, Gante,
Motolinia, Laé Casas, etc., etc. En México
se desconoce España por completo. Se la juzga
438 BDMUNDO GONZÁLHZ-BLANOO

tomando oamo tipo la parte más contrahecha


de su emigración, y, partiendo de base tan
falsa, naturalmente, que sacan consecuencias
desconsoladoras. Mas la culpa es nuestra: de
nuestros Centros, del Casino, de las entidades,
en suma, que se erigen, en directoras de la co­
lonia y que jamás se han preocupado de que
nuestra nación sea aquí conocida... Durante el
mando de Porfirio Díaz (treinta y cinco años)
el país obtuvo opimos frutos de sus riquezas
naturales, engrandeciéndose con un titánico
empuje de ambición y energía. Los elemen­
tos liberales e idealistas de México culpan a
la era porfiriana de excesivamente tiránica,
de cruel, de sanguinaria. Los adictos al porfi-
riemo no niegan la férrea dureza del régimen;
pero la preconizan, afirmando que es el único
sistema-que ha podido, puede y podrá condu­
cir a México por la senda del progreso. Cuan­
do yo llegué, aparentemente la opinión públi­
ca estaba, con rara unanimidad, en favor de
Porfirio Díaz. La prensa cantábale alaban­
zas sin tasa y la república entera se mostraba
orgullosa de su ilustre presidente. Presumía
de hallarse tan satisfecha y contenta de sí
misma, que era una temeridad el atreverse a
poner en duda que México estaba por encima
de todos los países del globo, y su primer ma­
gistrado a cien, codos sobre loe reyes y jefes
de Estado habidos y por haber. En una de mis
crónicas a TjO3 Noticias, de Barcelona, ocu-
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓN DB MAJI0O 439

rrióeeme decir que el pueblo bajo ¿lie aquí per­


manecía en gran atraso y miseria, y desde El
Imparcial, periódico oficioso, hasta «1 Diario
del Hogar, periódico radical y de oposición,
clamaron enfurecidos: ¡Que ge le aplique el
artículo 33 de la Constitución (expulsión del
país) a ese osado extranjero. En Heraldo de
Madrid, Bonafoux censuró acremente el que
en un conato de huelga en las fábricas de Río
Blanco se hubiese hedho fuego despiadada­
mente sobre los obreros, y toda lai prensa me­
xicana, después de ponerle de hoja de perejil,
juró y perjuró que jamás volvería a mencio­
nar su nombre ni a Reproducir un artículo
suyo. Revolucionarios que hoy alardean de
socialistas, pronunciaban el nombre de Bona-
loux entro espumarajos dé rabia e imprecacio­
nes dé la más furiosa ira; y loe miembros '
prominentes dé nuestro Casino se apresuraron
a organizar un banquete de desagravio a Por­
firio Díaz, de cuyo acto algún vivo sacaría
raja, léase concegioncita, u otra cosa de pro­
vecho. >
Para que a las represalias tomadas por loa,
revolucionarios mexicanos en nuestra colonia
pueda aplicarse lo que dé las sangrientas ha­
zañas realizadas por nuestros primeros coloni­
zadores en México, Quintana dijo: «¡Críme­
nes son del tiempo y no de España!» Hace
tanta falta una compenetración de ellos con
nosotros, como de nosotros oon ellos. Debemos,
44« EDMUNDO GONZÁLBZ-BLlANOO

pues, ser más generosos que los demás extran­


jeros &1 discutir el carácter mexicano, ya que
tenemos más razones étnicas y práctica® para
conocerlo mejor. Las reconvenciones entre
España y México suelen ser mutua®, y si nos­
otros podemos reprochar a loe mexicanos su
ligereza o eu injusticia con nosotros, loe mexi­
canos tienen materiales sobrados en qué apo­
yar, respecto de nosotros, incriminaciones
idénticas. Es el de México un pueblo tan ex­
celente e hidalgo, como enloquecido y arrui­
nado por politicastros y dictadores; pero jaca-
so al pueblo de España no le ocurrna lo mis­
mo? Ayuden, pues, loe españoles a loe mexi­
canos a llevar al terreno dio los hechos sus
iniciativas sociales, y si disputan sobre algo
sea sobre la mayor o menor justicia y etica-'
cia de estas iniciativas. Para la inteligencia
de amibas naciones, nada más convenible que
abandonar definitivamente toda otra materia
de querellas.

§ 2. RELACIONES DIPLOMÁTICAS DE LA REVOLUCIÓN


MEXICANA CON EL GOBIERNO ESPAÑOL

Se ha pretendido que la aversión que los


revolucionarios vieneú demostrando a loe es­
pañoles proviene de que ayudaron al Félix
Díaz en la Cindadela. Desiderio Marcos cree
máa bien que «el origen hay que buscarlo en
lp avaricia desenfrenada, en lai imíjxuleividad
agresiva, en la total ausencia dle procederes
CARRANZA Y LA BBV0LU0I0N DH MÉJICO 441

caballerosos de que adolecen muchos de nues­


tros compatriotas y que he ido apuntando en
estas páginas. En la Cindadela hubo algunos
españolee, como hubo algunos norteamerica­
nos y gentes de otros países, casi todos ellos
escapados de la cárcel próxima al ser caño­
neada por los Mixistas. Los que auxiliaron
con dinero y víveres a estos sublevados .espa­
ñoles y no españolee pertenecen a la malha­
dada casia de buitree, que acuden siempre
presurosos allí donde huelen o vislumbran
algo oon que ahitar su voracidad. En aque­
lla, todos, absolutamente todos los extranje­
ros de brillante, mediana o simplemente des­
ahogada posición pecuniaria que había en
México estaban haciendo causa común con los
conservadores mexicanos en contra de Madero,
a quien no perdonaban que les hubiese turba»*
do la patriarcal digestión. ¡ Y es que loe hom­
bree de negocios, aquí y fuera de aquí, no sue­
len tener más que una mira, una aspiración,
un objeto: su propia conveniencia, su ardiente
egoísmo! La inquina a nuestros paisanos hay
que deducirla, pues, de las causas que he
señalado, y db lia excesiva energía que em­
pleaban en las fincas de campo. Como de
todo lo que digo, y que yo no he visto, he
procurado informarme detallada y concienzu­
damente, me he puesto al habla con amigos
sinceros, ilustrados que par haber vivido en
las haciendas están perfectamente entenados
442 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

de lo que en ellas pasaba, y me han dicho:


jSí, sí, se abusaba mucho, mucho del pobre
indio!... Ha habido administradores buenos,
humanos; pero otros...! Y habiendo yo pre­
guntado si eran peores loe propietarios, admi­
nistradores y empleados españolee de las ha­
ciendas que loe mexicanos, me fué contestado
que ee llevaban muy pooo, siendo, en general,
nosotros algo más severos, y las mexicanos,
infinitamente múa tacañas can el indio.»
A otra consideración se extiende Desiderio
Marcos para convences* este mismo intento.
«Han corrido tantas mentiras, tantas, que yo
mismo, estando aquí en México, consideraba
al general Huerta oomo nuestra única tabla
de salvación. ¡ Las matanzas de tal parte, las
de cual otra! ¡ La expulsión de los españoles
de Torreón, dando , alaridos ele angustia !,
j Queréis que as diga la verdad P... Pues lo que
no es absolutamente falso, peca de exagera­
ción a la americana. Aquí en México, en la
misma capital, me han dicho muchas veces:
anoche asesinaron (los earrancdstas, los villis-
tas o los aapatistas) a veinte, y esta mañana
degollaron a cuatro. Y preguntando yo quié­
nes eran las víctimas y cómo se llamaban, se
me contestaba por lo común: No, si yo no lo
he visto; pero acaba de decírmelo un amigo,
a quien se lo contó un primo suyo que vive...,
y .casi siempre resultaba todo una patraña.
Ver yo, por mis propios ojos, que es como úni­
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 443

camente creo ya las cosas, hasta ayer (18 Ju­


lio, 1915) no he visto ni un atropello, ni un
robo, ni mucho menos un asesinato, y eso que
las tropas de los bandos beligerantes han pa­
sado por frente de las puertas de mi casa en
muchas ocasiones. >
Un ejemplo para concretar. Según La Re­
volución, de Puebla (27 Marzo 1915), el súb­
dito español Casimiro Fernández, que hacía
años se había revelado corno enemigo de Ma­
dero y acogido su asesinato con comentarios
de satisfacción, y que desde 1913 venía mos­
trándose adversario acérrimo del constitucio­
nalismo, fué fusilado de una manera impre­
vista y violenta por el capitán revolucionario
Loza. Este lamentable suceso causó tanto es­
cándalo entre 'los miembros de la colonia es­
pañola co^no entre los principales jefes del
ejército constitucionalista. Losa había obrado
sin autorización de sus superiores y hallándo­
se en un estado de embriaguez deplorable.
Pues bien: el general Coes envió al cónsul de
España una significativa nota, expresándole
su indignación por el lamentable suceso, y
el capitán, inmediatamente incomunicado con
los soldados que le siguieron, fué con ellos juz­
gado en Consejo de guerra, y con todo rigor
pagó su culpa. ¡ Cuántos casos del mismo gé­
nero no podría citar! Hasta la fecha, la re­
volución de México no se diferencia en nada
de las revoluciones de todos loe tiempos, y lo
444 BDMUNDO GONZÁLHZ-BLANCO

que allí ha ocurrido es lo que ocurre en todas


partes en trances semejan tee y no otra cosa.
En la primera edición de esta obra, que
concluí de redactar en el verano de 1914, ma­
nifesté mi creencia de haber llegado la hora
de que nuestro Gobierno tuviese en cuenta la
realidad revolucionaria, y, siguiendo el ejem­
plo de Inglaterra» utilizase loe buenos oficios
de Wàshington pana reconocerlo así. Por la
misma época La Tribuna (uno de loe pocos
periódicos españolee que a imitación de Les
Anuales Parisién*, L’Humanité, Le Matvn y
otros cumplió con. un alto deber die informa­
ción dando al problema de México la impor­
tancia que realmente tiene) llamaba la aten­
ción del Gobierno con estás palabras que aún
comentarios reproduzco: cCohxgán, ministro
de España en México, está muy mal visto por
Ice revolucionarios que a marcha» forzada» 90
aproximan a la capital, y si cuando allí lle­
guen continúa, se romperán las relaciones di­
plomáticas ¡ quién sabe ■ por cuánto tiempo !
Cologán, persona honorabilísima, y cuya ac­
tuación en China aun se recuerda en los anales
diplomáticos, ha llevado el problema mexica­
no con una inhabilidad sin precedènte. No ha
mucho los españoles expulsados de Torreón
decían en El Paso Mom¿m,g Times que Colo-
gán lee había indicado la conveniencia de de­
fender el Gobierno dél usurpador Huerta. En
e&as condiciones, ¿cómo pensar que los revo
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 445

Iucionarios vean con buenos ojos al actual mi­


nistro de España en México*? Menee tildado
de antírrevolucáonario estaba Ledébie, minis­
tro de Francia cerca del Gabinete Huerta, y
ya se encuentra hace unos meses en París.
J 0 es que no ee quiere ver la realidad ?. En tal
caso, déjese a Cotlogán en su puesto, y después
aténgase el Gobierno a lo que venga, que no
será, por cierto, nada agradable, ni para los
españolee ni para sus intereses.»
El 3 de Diciembre de 1914 (Extracto Oficial
del Diario de Sesiones, del Congreso, núme­
ro 101), el marqués de Lema, ministro de Es­
tado, reconociendo, en justicia, como muy
digna y muy laudable la conducta de nuestro
representante en México, estimó, sin embargo,
«haber sido prudente ante la probabilidad,
casi seguridad, de que el partido constituíalo-'
nal tata llegara a dominar en México y de que
la personalidad de Cologán pudiera, conside­
rarse por algunos como la representación de
intereses españoles afectos al general Huerta,
aunque esto no fuera verdad, ere debía reem­
plazar a dicho señor destinándole a otro pues­
to de igual categoría; y se nombró nuevo mi­
nistro en México, de tal suerte, que adelan­
tándonos a loe acontecimientos, pudiéramos
impedir que se tomara pretexto de pasiones
políticas para que repercutieran en los espa­
ñoles que residían en México y no habían to­
mado parte alguna en esos acontecimientos in­
446 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

teriores. Pero no creyó el Gobierno que esto


bastaba, así que sabiendo que el partido cono-
titucionaliata, eepeciaihúente el general Ca­
rranza que estaba al frente de él, entendía
que debía dársele la consideración de un ele­
mento importante en la política mexicana, Es­
paña fué el primer país, y no sé si el único,
que mandó un agente oficioso cerca de dicho
general, y ese agente fué el secretario de la
Embajada en Wàshington, Walls, del cual
sólo tengo que decir que ta'l ha sido el acierto
dé su conducta en esa gestión, que hube de
proponerle recientemente a 8. M. para, una
distinción honorífica, como lo hioé también
con relación al St. Cárdenas, que realizó la
misión antes referida. Ese secretario de Em­
bajada se puso en contacto con el Gobierno
constitucional ista, y de tal suerte realizó su
cometido, que acompañó al general Carranza
en todo su viaje hasta las cercanías de Méxi­
co y le precedió en unce días a su entrada en
la capital, siendo allí de suma utilidad para
nuestros compatriotas. Es más: Walls Obtuvo
del general Carranza la seguridad de que loe
intereses españolee que hubiesen sido vejados
y perjudicados durante loé acontecimientos
que habían tenido lugar, serían resarcidos,
reparados e indemnizados convenientemente,
siempre que no se demostrara que los intere­
sados habían tomado parte en las contiendas
políticas. Y la permanencia de ese agente ofi-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 447

dioso en México cuando entraron las tropas


del general Carranza fué díe extraordinaria
utilidad, porque en la capital, salvo algún, caso
aislado, ios españoles no sufrieron absoluta­
mente nada; no siendo conveniente que se
confundan loe intereses de los españolee pro­
piamente dichos con los de aquellos súbditos
mexicanos relacionados con familias de es­
pañoles y parientes de ellos. Esto es común
que ocurra, según he tenido ocasión de ver re­
cientemente en un comunicado que, firmado
por una señorita, apareció en loe periódicos,
en el cual se confundían los intereses de los
españolee con los de familias relacionadas oorn
ellas, pero que no eran súbditos españoles, sino
mexicanos y a los cuales no 'puede alcanzar
nuestra acción. Es claro que en los diversos
Estados de que se compone el país no siempre
el orden ha sido el que pudiera desearse, y
yo no pretendo decir que los españolee no ha­
yan padecido, como han padecido muchos ex­
tranjeros, porque es (notoria la cantidad, de
súbditos franceses que de allí han sido expul­
sados, sobre tbdo si eran elementos religiosos,
y todo el mundo tiene en la memoria lo ocu­
rrido antes a Benton y lae palabras pronuncia­
das en el Senado por Fall, según el cual más
da sesenta y tantos compatriotas suyoe ha­
bían perecido violentamente con motivo de las
contiendas que en México habían tenido tu­
gar.»
448 BDMUNDO GONZÁLEZ-BULNOO

«Actualmente la situación se ha despejado por


completo. Con motivo de habar sido reconocido
por el Gabinete de Wàshington el Gobierno, me­
xicano, constituido por el general Carranza, se
dirige a nosotros Arréala, cónsul general de Mé­
xico en España, enviándonos el texto del decre­
ti« que dicho general dió en Mayo de 1913 sobre
indemnizaciones por daños causados durante la
revolución, y nos hace notar que el estado de
, cosas que ahora se inicia en aquella república
garantizará el cumplimiento de esa disposición,
toda vez que ha sido reacardada en Veracruz en
Junio último. He aquí el texto del decreto:
«Venustiano Carranza, primer jefe del ejér­
cito oanstitucionalista, a todos los habitantes
de la república hago saber: Que en virtud de las
facultades extraordinarias de que me hallo in­
vestido, he tenido a bien decretar lo siguiente :
Artícufo primero. Se reconoce a todos los
nacionales y extranjeros el derecho de reclamar
el pago de loe daño® que sufrieron durante la
revolución de 1910, o sea en el período que se
comprende entre el 21 de Noviembre de 1910 y
el 31 de Mayo de 1911.
Artículo segundo. Se reconoce igual dere­
cho a nacionales y extranjeros para reclamar
los daños que hayan sufrido y que sigan su­
friendo durante la presente lucha, o sea «¡. 19
de Febrero del corriente año hasta la restaura-
' ción del orden constitucional.
Artículo tercero. El mismo derecho se re-
CARRANZA Y LA RBT0LUC1ÓN BH MÉJICO 449

conoce a loe extranjero« para reclamar el pago


de loe daños sufridos por las fuerzas revolucio­
naria« o grupos armados durante el período
que se comprende entre al 31 de Mayo de 1911
y el 19 de Febrero del corriente año. ■
Artículo cuarto. Luego que el primer jefe
, del ejército constitucionalista, al llegar a la
capital die la república, y de acuerdo oon el plan
de Guadalupe, asuma el poder ejecutivo, nom­
brará una comisión dle ciudadano« mexicanos
que se encargue de recibir, consultar y liquidar
el importe de Cae reclamaciones que por daños
sufridos en lo« períodos que fijan los artículos
1 y 2 de este decreto fueron presentadas.
Artículo quinto. Al (mismo tiempo que se
nombre el artículo que antecede, el primer jefe
del ejército constitucionalista, de acuerdo con
el representante diplomático o especial que oo-
mieione cada Gobierno a que pertenezcan loa
damnificados extranjeros, procederá a nombrar
una comisión mixta, integrada por igual nú­
mero de mexicanos y extranjero«,' pertenecien­
tes estos últimos a la nacionalidad de los recla­
mantes, para que se encargue de recibir, con­
sultar y liquidar lae reclamaciones que «e pre­
sentaren, de acuerdo con lo dispuesto por los
tres primero« artículos de este decreto.
Artículo sexto. La forma, plazo«, términos y
condicioínee con que deben ser pagadas lee re­
damaciones que por daños se presenten, así
como la organización, funcionamiento y demás
disposiciones de fondo y forma a que deben
8S.—Tomo L
450 EDMUNDO OONZÁLEZ-BLANCO

sujetarse las comisiones ee fijará por una ley


especial que en su oportunidad ee expida. Pot
tanto, mando ee imprima, publique, circule y
ge dé el debido cumplimiento. Dado en el cuar­
tel general de la ciudad de Monclova a los diez
días del mes de Mayo de mil novecientos trece.
El primer jefe del ejército oonstitaicionalista,
Caheanza.»

capitulo vn
| 1, EL PROBLEMA AGRARIO EN MÉXICO.

El gran poeta y filósofo alemán Schiller ha


dicho que la historia del mundo ee el juicio
del mundo. Die Weltgetchichte i» dat Walf-
gericht. De igual modo la historia de una na­
ción es el juicio de esta nación. Loe que no
conocen eu historia, ¿qué juicio han de formar
de ella ? En verdad, no tengo la ambición de
colmar esta laguna ni el deseo de hacer pesa­
da la lectura de este libro. Me bastará expo­
ner y notar de pasada algunos rasgos impor­
tantes de Ha historia primitiva de nuestra co­
lonización. ■
Consultemos los anales de la política colo­
nial de los españolee en México, y hallaremos
que esa política consistió en posesionarse de
la mayoría de loa terrenos de Nueva España,
que fueron a parar a manos de loe conquista­
dores. No sólo a capitanes y soldados, sino a
eclesiásticos y aun a meros especuladores, se
GARBANZA Y LA «EVOLUCIÓN DE MÉJICO 451

les hicieron grandes concesiones de tierras; y


el pensamiento fundamental del Gobierno es­
pañol de entonces en estos repartos agrarios
puede resumirse así: asignar a cada concesión
de este género cierto número de indígenas, in­
vocando! el pretexto de instruirles en la fe
cristiana, pero siendo el moítivo real el re­
ducirles a la condición de esclavos o siervos
del cultivo. A esto se limitó, o poco menos,
nuestra política colonial. Nuevamente el es­
clavo llevó, como en loa tiempos del paga­
nismo, la librea de su dueño: nuevamente la
libertad individual quedó excluida del orden
económico. Tan sólo las tierras de las pobla­
ciones indígenas que existían al tiempo de la
conquista fueron respetadas, y aun esto sólo
teóricamente. Nuestro único acierto en poli-
tica agraria en aquella sazón fué el estableci­
miento de nuevas poblaciones, que se estima­
ron como colonias indígenas, y ae proveyeron
de tierras suficientes, llamadas ejido» .y pro­
pio», para el uso común de todos los habi­
tantes.
Los procedimientos de colonización que aca­
bo de reseñar tuvieron por característica ser
una extensión del feudalismo decadente de
España, mediante la imposición de la clase
más favorecida, a una población indígena,
concentrada en ooloniaa o dividida en hacien­
das, y cuyo porvenir era la esclavitud. No es
posible dejar de apreciar como singularmen-
452 _ EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO '

te significativa en los alboree de una historia


esa omnipotencia del conquistador y esa so­
beranía del terrateniente que debía manifes­
tar en tan alto grado el poder de una dlaee rica
sobre México. El mal hubiera sido menor si
cuando en 1810 Hidalgo dió libertad a loe es-
■ clavos la condición material de éetoa hubiese
mejorado y eu condición social se hubiera en­
noblecido; pero semejante libertad sólo se
cuidaron de decretarla oficialmente. La inde-
• pendencia de México fué obra de los terrate-
. nientes, y ellos fueron loe únicos que sacaron
provecho de la nueva situación. Ello®, y nadie
más que ellos, pudieron contratar y negociar
. en virtud de derechos reconocido®. Los indí­
genas, las ciaseis baja®, continuaron en un es­
tado de miseria y servidumbre. Los primeros,
siempre boyantes entre innúmero® privilegios;
Jós segundos, víctimas siempre de injusticias
consagradas. ’
Un régimen democrático tan mal' entendi­
do, tan abstracto y desorientado en lo econó­
mico, en vez de limitar la® prerrogativa® de
los terratenientes y su invasión en fierras co­
munales, las extendió y consolidó sin restric­
ciones y hasta un punto sin precedentes. De
grandísimo valor es en el asunto la autoridad
de Cabrera, que ha salido a campaña en su
conferencia citada contra loe enemigo® de la
revolución de México, asegurando que des­
de 1856 la única propiedad rural de alguna im-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB M&JIOO 453

partencia que no se hallaba en poder de loe


grandes terratenientes españoles pertenecía a
la Iglesia y a tea poblacionee de indígenas.
La Iglesia había adquirido grandes propieda­
des territoriales, ya por concesiones directas
obtenidas del Gobierno, ya por donaciones y
fundaciones de carácter privado. Las pobla­
ciones de indígenas poseían las tierras comu­
nales que se les habían concedido, como antes
expresé, para que los habitantes se proveye­
sen de agua, de feña, de pastos y sembrasen
loe ejido». Y el aspecto característico de las
cuestiones agrarias en México durante cerca
de dos centurias ha consistido en la obstinada
defensa de aquellas poblaciones de indígenas
contra loa grandes terratenientes, cuya oli­
garquía ha fundado siempre su poder territo­
rial en vastos latifundios, i , 7.
A partir de 1856 las coses mejoraron un
tanto. Nuevas leyes positivas y extensas com­
pilaciones nomísticas desamortizaron los bie­
nes de manos muertas. La administración li­
beral de Juárez quiso que el capitel no siguie­
se aplastando al trabajador y despojó a la
Iglesia de sus propiedades, adjudicándoselas
a individuos que deseaban adquirirlas a bajo
precio. Pero todos los esfuerzos que en este y
otros puntos se hicieron para conquistar la li­
bertad política, la independencia del poder ci­
vil, resultaron inútiles a loe efectos económi­
cos. El campesino siguió cargado con todo el
454 «DMUNDO GONZÁLTOZ-BLANCO

peso del trabajo, y, por más que hizo, no logró


salir de su condición de bestia.
En 1859 se dió un paso más. Por efecto de
la legislación deeamortizadora, los ejido» de
las poblaciones de indígenas empezaron a ser
divididos y repartidos a los habitantes en pe­
queñas parcelas. No se quiso en absoluto co­
piar el comunismo, que niega la propiedad, el
capital y el derecho a la herencia. No se pre­
tendió prescindir de estos estimulantes tan
poderosos. Lo único en que se pensó fué en su­
jetarlos a una regla severa, creando la peque­
ña propiedad agrícola. El proyecto fracasó por
dos motivos fundamentales: la falta de me­
dios (ganado, semillas, abono, etc.), donde la
división y el reparto se hicieron; y el egoísmo
codicioso de los terratenientes, que se aprove­
charon de esa falta para comprar .en seguida
los ejido» colindantes con sus propiedades.
Así alcanzamos el año 1876, comienzo del ré­
gimen porfirista. Desamortizados los bienes
eclesiásticos, convertidos en propiedad privada
y la comunal escindida entre las masas, la mi-,
eión de Porfirio Díaz estaba determinada neta­
mente : dar fin a las muchas supervivencias que
aun quedaban del sistema feudal en las comar­
cas de México, por medio de un programa radi­
cal de reformas sociales. Porfirio Díaz hizo todo
lo contrario. En vez de convertir a su nación
en una democracia distributiva, así de bienes
materiales como de bienes intelectuales, expo-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 455

Eó los terrenos pertenecientes a las comunida­


des de indígenas, adjudicándolos a sus favori­
tos y amigos. Insidiosos registros de catastros
y arbitrarios informes sobre haciendas califica­
ron de baldía y sujetaron a la jurisdicción del
Gobierno 50.000 hectáreas de suelo mexicano.
Durante los primeros cuatro años del reinado
de Porfirio Díaz, cuatro Estados fueron despo­
jados de 40.000 hectáreas, que pasaron a manos
del mismo dictador y de unos cuantos grandes
terratenientes. Poco después, 30.000 hectáreas
de tres Estados se las apropiaron los parientes
de su efímero sucesor Manuel González. Vuelto
Porfirio Díaz al sillón dictatorial, la piratería
tomó tales vuelos que no escapó de ella ningún
Estado de la república: 20.000 hectáreas fueron
confiscadas en el de Puebla, 7.000 en el de Hi­
dalgo, 22.000 en el de San Luis, etc., etc. Un .
nepotismo desenfrenado pareció ser la guía de
sus acciones, y una desigualdad injusta la nor­
ma de sus procedimientos. Así, mientras los
grandes hacendados, ocultando el valor de sus
fincas, sólo pagaban desde entonces el 10 por
100 de los impuestos que legalmente les corres­
pondan, loe pequeños propietarios, faltos de in­
fluencia política, tenían que tributar todo lo -
que les correspondía y a veces suma mayor.
A partir de la administración Porfirio Díaz,
el régimen agrario de México ha involucionado
hasta hacer desaparecer la pequeña propiedad
y alcanzar el grado extremo ¿leí latifundismo.
456 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANOO

Las inmensas propiedades, hatos, estancias o


f ’ haciendas, están concentradas en pocas manos,
y son muchas las veces en que el «peón» no re­
cibe más que un salario nominal, quedando
sietmipre deudor de dichas haciendas. Estas cons­
tituyen verdaderos bienes feudales, donde obe­
decen los colonos al señor absoluto. El amo es,
en esas vastas extensiones, cacique, juez, in-,
dustrial y gobernante; tiene guardia propia,
impone castigos y puede oponerse a la partida
del colono deudor; y así resulta que tanto éste
como su familia han de vivir en una esclavitud
feudal, impropia de los tiempos modernos, que
requieren el estímulo para la actividad y la li­
bertad pama las iniciativas.
Barzini da por indubitable que la revolución
' de México es obra de los Estados Unidos, y que
los oonstitucionaEstas san unos simples laca­
yos del Gobierno yanqui. En oposición a tal su­
puesto, yo creo que esa revolución no es más
que el reflejo del problema económico, que se
ha traducido en México netamente por el « con­
flicto agrario». El problema es serio, apremian-
’ te, y si ha de resolverse, preciso es, como lo ha
hecho Carranza, convertirlo en «problema indí­
gena», o sea la regeneración de las tribus in­
dias que viven en el interior del país, y cuyo
estado de cultura y de moralidad es deplorable.
Así lo entiende también el literato mexicano
Sánchee Mármol, en cuyo libro La evolución
tocia! de ~México leemos: «Hoy por hoy em-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 457

t
barga nuestras fuerzas, y debe embargarlas, la
solución de nuestro problema económico, único
secreto de asegurar muestra independencia na­
cional e individual. Lograda su solución, lo de­
más vendrá de añadidura.» Y esto lo dice Sán­
chez Mármol precisamente en un capítulo con­
sagrado a la literatura mexicana y a loe ade­
cuadle medios de que florezcan en su país mu­
chos y grandes escritores.
El movimiento constitucionalista, dirigido
por Carranza, revela, por su poder intrínseco y
par su radio de acción, ei verdadero sentir de
la nación mexicana relativamente al problema
económico, y el pensamiento fundamental que
lo anima da unidad a todos los elementos que
entran en la lucha y carácter al núcleo que lo
dirige y que constituye su representación oficial.
Los aspectos del problema económico los redu­
cen los oonstitucionalistas a dos: la coloniza­
ción interior y el porvenir de la población indí­
gena. Claro es que el problema es de resolución
difícil y lenta; claro es también que algo hizo
Porfirio Díaz; pero ello fué tan poco, y realiza­
do en forma tan desatentada e injusta., que Ma­
dero pudo buscar apoyo en el descontento de
loe campesinos para TebelaTse contra el dictador,
y el coronel norteamericano Woldon, en carta
dirigida a éste y publicada en la revista La
República (números dé Febrero y Marzo de
1902), demostró que no sólo había descuidado
casi en absoluto el porvenir de la población in-
458 BDMUNDO GOJTZÁLBZ-BLANCO

dígena, simo que había fracasado en todas las


tentativas llevadas a cabo para colonizar el
país por extranjeras, no obstante la ley de
1883. La causa principal del fracaso fue la di'
Acuitad de encontrar terrenos baldíos que ofre­
cer a los colonos, por ser el régimen agrario me.
xicano latifundista de abolengo. En vez de res­
tablecer el clásico sistema de ejido» y tierra»
comunales (único acierto económico de la con­
quista española) en beneficio iel gran núme­
ro, Porfirio adquirió inmensos terrenos de pro­
piedad particular, para repartirlos entre sus
parientes y amigos. En vez de proceder a la
división de las grandes haciendas, que le im­
ponían las leyes desamortizado™» de 1866 y
1859, promulgadas bajo la administración li­
beral de Juárez, las concentró en las manos de
unos cuantos terratenientes, renovando en ple­
no siglo xn una nueva mano muerta, un nue­
vo sistemai feudal. En 'v&b de establecer la
igualdad de impuestos, dejó a los terratenien­
tes en libertad de ocultar el valor de su pro­
piedad, al paso que recargaba la tributación dfl
los labradores humildes.
Desde el 1 de Julio de 1892 hasta el 31 de
Diciembre de 1896, ee deslindó, no para el
pueblo agrícola mexicano, sino para las Com­
pañías extranjeras autorizadas la superficie
siguiente de baldíos:
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN »B MÉJICO 459

Hectáreas.

8.766.287 hectáreas, de las cuales corres­


pondían al Gobierno................................... 5.806.541
Y a las Compañías deslindadoras............... 2.959.746
Los baldíos adjudicados conforme a la ley
de 20 de Julio de 1863 representaban
una extensión de......................................... 6.595.106
Y con arreglo a la ley de 23 de Marzo
de 1896................................ .>......................... 185.524
La extensión de los terrenos nacionales
vendidos llegó a................................. 6.214.926
Las composiciones por demasías repre­
sentaban ....................... 4.737.837
Los egida» repartidos...................................... 389.806
Y los productos de aquellos terrenos en tí­
tulos de la Deuda pública fueron:
' Peso*.

Por baldíos.................................................... 236.667,99


Por nacionales..................... '........................ 570 495,41
Por composiciones....................................... 158.566,74
Total................... 1.065.730,04

Agotado este recurso, Porfirio tuvo el des­


acierto inequitativo de acudir a la adquisición
de terrenos de propiedad particular, unas veces
por el Gobierno y en beneficio de ricos propio-
tarios, otros por las Compañías extranjeras co­
lonizadoras. v
Y en tanto los labradores
pensando están en que piensan,
y de este pienso mental
se sostienen y alimentan.

¡ Anómala situación la de un país en que es


casi desconocida la pequeña propiedad agríco­
la y no hay gradación en el desarrollo dól ca-
460 ' EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO __

pital rural! Desaparecidos loe ejidos, único ali­


vio que hasta entonces tenían loe pobres agri­
cultores indígenas, su situación no sólo no me­
joró, sino que empeoró, pues la enorme in­
fluencia de loa terratenientes se usaba como
medio político para obligar a loe peones a tra­
bajar en las haciendas, conservándolos en un
verdadero estado de esclavitud. La inmenpa
extensión de tierra cultivable está dividida en
■ grandes latifundios y acaparada por ricos pro­
pietarios, a merced de quienes la población
■ campesina vive una vida de servidumbre, de
ignorancia y de miseria, teniendo para subsis­
tir que reducirse a los jornales que gana tra­
bajando en las haciendas. Hay más, y es que
' como éstos no eran suficientes para cubrir sus
necesidades, se estableció la costumbre de ade-
. lantar dinero a los peones en calidad de prés­
tamo, a cuenta de bus jornales futuros. Este
sistema de prestar a los peones pequeña® sumas
de dinero ha dado por resultado el acumular so­
bre ellos enormes deudas que no pueden pa­
gar. Tales deudas han sido usadas como un pre­
texto para conservar a los peones siempre al
servicio de los terratenientes, por cuanto se
transmiten de padres a hijos; y en esas con­
diciones de onerosa dependencia, el trabajo
personal es impotente para alcanzar la prospe­
ridad material del campesino y el bienestar de
1% familia, resultando también la capacidad
...GARBANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 461
-... .. ...................... .......... . ......... ...................

productora de la tierra reducida casi a su mí­


nima expresión.
Marfil, crítico imparcial (ai ee que ©ate tí­
tulo ee puede dar, tratándose de revoluciones,
al que es conservador) y muy versado en cues­
tione« internacionales, reconoce francamente
que ed movimiento maderista tenía su fuente
de energías en el descontento popular y en la
inercia del Gobierno de Porfirio Díaz, más
fuerte en la apariencia que en la realidad. Por­
firio Díaz había desdeñado rejuvenecer el es­
píritu de su administración: falta capital, y
que la nueva revolución ponía de manifiesto,
porque en vez de ser derrotado en el campo
como lo habían sido todos los rebeldes anterio­
res, Madero dispuso fácilmente del campo y sólo
hubo de limitarse a sortear los peligros de los
débiles, contingentes que ee dirigían contra él.
El orden era mantenido generalmente por los
rurales esparcidos por todo el territorio, bajo
la dirección de loe jefes políticas, a quienes ei
Gobierno concedía plenos poderes, de los cua­
les (Marfil no lo oculta) abusaron hasta el
horror. , .
Hasta aquí, yo, observador imparcial y se­
reno, no veo esa revolución provocada por el
Gobierno dé Norte-América, que Barzini sin
duda ha soñado: veo el aniquilamiento brutal
e injusto de lo poco que quedaba en México de
colectivismo agrario; veo en la aurora del si­
glo xx un feudalismo tan terrible y avasalla­
462 BDMUMDO GONZÁLEZ-BLANCO

dor oomo el de la Edad Media; veo al peón de


los campos pretender el logro de una relativa
independencia económica que le permita fa­
cilitar el bienestar material a su familia y la
educación a su progenie; y por encima de todo,
veo la austera figura de ^Carranza predican­
do una reforma radical en la organización eco­
nómica y política del país, que permita ma­
yor amplitud en el desarrollo de las fuerzas
vivas de éste y mejore la condición de aquellas
clases sociales, excluidas antes del libre ejer­
cicio de sus derechos y casi imposibilitadas de
desenvolver sus actividades económicas y apro­
vechar los frutos de su trabajo.

§ 2. TREINTA AÑOS DE CIVILIZACIÓN CAPITALISTA

Baja la dictadura de Porfirio Díaz el desarro­


llo material alcanzó en México grandiosas pro­
porciones. Rápidamente se convirtió la Nueva
España en casi potencia mundial. Su crecimien*
to, en treinta años, fué un canto de triunfo
para los admiradores de la civilización capit i-
lista. Se fundaron tres grandes Compañías do
ferrocarriles: La Nacional, la Interoceánica y la
México Railway. Aumentó la producción petro­
lífera. La producción de oro llegó a 50.000.000
pesos, a 90.000.000 la de plata, a 30.000.000 la
de cobre, a 6.000.000 la de plomo, a 1.000.000
la de cinc. En dos años la balanza comercial
fué favorable, subiendo de 3.312.708 de libras
esterlinas a 8.974.796. El comercio mexicano
OAHHANZA Y UA BHVOLUC1ÓN DB MÉJICO 463

íué superior ail de cualquier otro pueblo de igual


densidad. En. 1903 era' de 39.626.066 de libras;
ha llegado en 1911 (bajo la administración de
Madero) a la enorme cifra de 60.999.600 de la
misma moneda.
Sin embargo, en las capas subyacentes, y
como dando un mentís a este esplendor, ¿qué
sucedía? Abierto estaba un abismo en donde
no solamente la moneda, sino el crédito ban-
cario, la renta exterior e interior, toda acción
capitalista extranjera, iban a descender al úl­
timo grado de la depreciación. Lo he dicho en
otro lugar, pero me cumple repetirlo aquí: ese
resultado tiene que parecer a todo espíritu re­
flexivo cosa normal e indeclinable. No hay con­
tradicción entre el estado de prosperidad ma­
terial que revela el México capitalizado y el de
miseria interior en que se viene debatiendo. En
vez de desarrollar los recursos naturales de su
país, Porfirio Díaz favoreció las grandes empre­
sas de capitalistas extranjeros, llenándolas de
privilegios y creando así enorméa monopolios.
En vez de provocar la aparición de una clase
media coherente en oposición a una confusa plu­
tocracia, acentuó el contraste entre las clases
ricas y las alases trabajoras de la nación. No di­
vidió la propiedad, y los terratenientes vendie­
ron grandes haciendas a Compañías extranjeras,
que llegaron a constituir un peligro nacional.
No evitó un mal social, e hizo nacer una ame­
naza política. Mientras, el costo de la vida au-
464 . EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANOO

mentaba por la inversión de loe capitales, y el


jornal de loe obreros, sobre todo de los del cam­
po, permanecía a tipo bajíeimo. Porfirio Díaz
formó una nueva clase privilegiada de los gran­
des concesionarios que tenían en su poder la
banca, la industria, las minas, los caminos de
hierro. Mejoró a la Iglesia y a las Ordenes mo­
násticas, al paso que abandonaba a los peone»
al poder de sus señoree feudales, dejando a la
población rural en verdadero estado de escla­
vitud, e imprimiendo en sus espíritus la con­
vicción de que el peonaje es un mal necesario
autorizado por las leyes. Todos los que asaban
quejarse contra las expropiaciones arbitrarias
eran encarcelados o fusilados, y muchos de ellos
violentamente deportados a climas mortíferos,
como el territorio de Quintana Roo.
De este cuadro sombrío y doloroso que ha pre­
sentado el México dictatorial, el México de la
autocracia militar y dé la civilización capita­
lista, se destaca un grupo bañado en luz, com­
puesto de hombree íntegros y magnánimos. Uno
de los más perspicaces intelectuales mexicanos,
Bulnes, condena semejante organización de la
propiedad, que analiza de esta manera: «No
puede coexistir el régimen democrático con ili­
mitadas heredades en que abundan tierras in­
explotadas. La agricultura aristocrática no es
de las repúblicas. » Pero aun más que el ilustre
autor del Porvenir de lat naciones hispanoame*
ricanot critica el general Carranza el dominio
OARRANZA T LA KBVOLUCIÓN DB MAjIOO_ 465

de esos propietarios terratenientes, naturalmen­


te conservadores y rutinarios, esclavos del cle­
ro y de la propia riqueza. Para él sólo loe la­
bradores, industriales y comerciantes forman la
clase Laboriosa, liberal y enérgica. Por eso bajo
la dictadura de Porfirio Díaz la riqueza de Mé­
xico, que no se debió al esfuerzo propio de sus
moradores, sino al admirable desarrollo de la
tierra, con el concurso de protecciones fiscales,
permaneció estéril desde el punto de vista na­
cional. • '
México es un Estado agrícola. Representan
los productos de la tierra casi La mitad de laa
exportaciones. Como país ganadero, no les va
en zaga a los más ricos del mundo. Por eso
Carranza, que ha dedicado buena parte de su
vida a la agricultura y a la ganadería, que ha
estado en perpetuo e íntimo contacto oon agri­
cultores y ganaderos, sostiene 1» revolución
contra los latifundios que perpetúan la esclavi­
tud indígena. Los gamonalet explotan a la raza
vencida hoy corno hace dos centurias. El des­
arrollo democrático impone la división de esos
grandes dominios. Multiplicar las pequeñas pro­
piedades, aumentar el número de los poseedo­
res del suelo: tal es el ideal agrario de la revo­
lución mexicana. Tal es también la ambición
radical de Lloyd George en Inglaterra, y tal
fué la de Henry George en los Estados Unidos.
El productor debe ser respetado por las leyes;
pero el propietario que no trabaja debe ser ex-
80—Tomo L
468 »DMUNDO gonzAlíz-blanoo

propiado sucesivamente por el aumento progre­


sivo de loe impuesto« sobre el valar de los in­
muebles, cama solares, hasta que en realidad
sea la comunidad la verdadera propiedad de la
tierra y ese impuesto se sustituya a la renta.
Loe constitucionalistas mexicanos quieren la
industria, si, pero la industria sin el monopo­
lio. Quieren la formación de industrias, pero de
industriae castizas en medio de la plenitud
agrícola. La dictadura de Porfirio Díaz, a
cuya sombra se desarrolló una civilización
fabril, orgullosla^ expansiva e imperialis­
ta, que no era la genuina civilización mexi­
cana, no hizo sino crear nuevos intereses y com­
plicar la vida económica. Fué aquello una in­
troducción prematura de la cultura europea, he­
cha en nombre de falsas tendencias económi­
cas y de la desigual división de la propiedad te­
rritorial!. Los caminos de hierro, obra política
y no económica, produjeron (contrariando el
credo de loe federales mismos) una centraliza­
ción exagerada, el desarrollo del lujo, la ex­
tensión exorbitante de la especulación y del cré­
dito y la creación de industrias nuevas en de­
trimento de la agricultura. Los constituciona­
listas, espíritus democráticos y prácticos, crean
que el aumento normal de la riqueza de su país
no admitirá estos signos exteriores de civiliza­
ción hasta tanto que la agricultura no haya lle­
gado a un grado proporcional!; de desarrollo.
Bajo la dictadura de Porfirio Días, ia civi-
CARRANZA Y LA BHVOLVCJIÓN DS MÉJICO 467

lización mexicana era semejante a una grao


casa de granito sin amueblar o amueblada con
trastos viejos. Existían industrias, y el Estado
contentaba & sus comilitones, aumentando los
puesta^ burocráticos; pero en et interiojr de
aquella gran casa de granito se aposentaban la*
mentable inopia, lóbrego desamparo, sombrío
despecuniamiento y tétrica lacería. Las nacio­
nalidades pueden ser convenciones de hombres,
como los federales pretenden; pero la vida hu­
mana no es una convención, y esa vida humana
que tiene su fundamento en fia tierra, protes­
tará siempre contra toda civilización que se
oponga a un buen régimen agrario. Todo ré­
gimen a éste violentamente sobrepuesto será
siempre, a la corta o a la larga, un régimen de
escándalo y de ruina. '•r
Civilización se llamó a la prosperidad mate­
rial1 de México, bajo la dictadura de Porfirio
Díaz. Lo fué, en efecto, si por tai se entiende
una civilización capitalista, compuesta de mi-
beria brillante y de desigualdad feudal. Pero si
por civilización ha de entenderse lo que su eti­
mología indica, facete oivet, hacer ciudades,
esto es, croar para ef.1 pueblo instituciones en
que priven el derecho, la equidad y la ley, en­
tonces reconozcamos que aquella civilización
no tuvo de tal más que efl nombre. Poique la
verdadera civilización no consiste tan sólo en
el progreso de las arte®, de la« ciencias, de la
industria, de la prosperidad barcaria, sino que
468 , . , bdmundo gonzAlbz-blanoo

también, o, mejor dicho, más bien en el triun­


fo del derecho sobre la fuerza, de íia equidad so­
bre la injusticia, de la ley sobre los placeres.
Une sociedad' podrá producir artistas, poetas,
escritores, sabias y filósofos; podrá conmover af
mundo oon los esplendores de sus grandes ciu­
dades y las maravillas de sus exposiciones; pero
si su actividad se asemeja a una carrera en que
todos hacen lo que pueden pana adelantar a los
otros y anonadarlos; si et más humilde de sus
miembros se encuentra a merced ded poderoso;
ai deja motrir de inanición a hambres en el din­
tel de casas que rebosan abundancia; si su
energía consiste en oprimir y explotar el fuer­
te al débil; si no puedé 'levantarse ninguna voz
para denunciar la injusticia y repararla; si el
derecho violado tiene que doblar la cabeza, esa
sociedad no será &a imagen de la civilización,
sino la mascarilla de su cadáver. • ■< • /. ,
En el Norte, un hotmbre tuvo el valor de le­
vantar el estandarte de la revolución, y a é'
se unió la mayoría del pueblo mexicano. Este
hombre fué Madero. Hay muchas enseñanzas
en la elevación de Madero' a f.a Presidencia de
la República, Loe huertútca dicen que se llama
indebidamente maderista a una revolución que
lo fué antiporfirista; otros dicen que semejan­
te rervdfución no fué un milagro ni ofreció de
particular la> menor oosa; otros atribuyen el
desprestigio de Madero a su debilidad e inepti­
tud, No hay nada de esto: la verdadera caura
Carranza y la revolución írtt Méjico 46ld

dte la caída de Madero fué el haber hecho trai­


ción a su partido precisamente en el punto que
le había servido para rebelarse y elevarse: an la
cuestión agraria. Si alguien lo dudare, le re-
comiendo, paral disipar sus dudas, la lectura de .
un folleto muy apasionado, pero a este propó­
sito instructivo, que en 1913 publicó Carlos
Toro, enemigo jurado de la revolución. Se llama
ef. libio La caída de Madero, y vale la pena de
ser leído hasta por los más afectos al movimien­
to revolucionario. ,
Nombrado presidente, Madero no hizo nada
en favor de loe agrarios, en cuyo descontento se
había apoyado para derrocar el régimen ante­
rior. Se rodeó de una camarilla de aduladores
y parientes, y, espíritu poco práctico, trató in­
fructuosamente de atraerse a las llamados cien­
tíficos o neoporfirianoe, El tiempo fué pasando,
sin que cumpliera una sola de las promesas que
habían encendido un rayo de esperanza en el .
corazón de Eos muchedumbres. Rodeado por casi
todos los partidarios de Díaz, se sintió incapaz
de afrontar la situación y establecer una políti­
ca de reformas, principalmente agrarias. Des­
conoció la ilegitima aspiración de los campesi­
nos, llegando a declarar categóricamente que
la revolución no se había hecho en beneficio de
las clases desvalidas; que el pueblo sufría debi­
do a su imprevisión y su ignorancia, y, en fin,
que nada podía esperar de la administración
pública, sino todo de sus propios esfuerzo«. Si
470 bdmuñdo gonzAlhz-blanco

Madero hubiera »ido fiel a loe principios do su«


partidarios, C<a contrarrevolución de Félix Día«
no le hubiera derrocado. Madero fué infiel a
la revolución. Por eso México le abandonó. Su
muerte fué un decreto en cierto modo provi­
denciad. Aquel que había burlado la confianza
del pobre pueblo, sucumbió sin que el pueblo
le protegiese. Aquel que había faltado a la pa­
labra dada a sus amigos, pereció a manos de
sus adversarios.

§ 3. EL CARRANCI8M0
Y LA REFORMA POLÍTICO-AGRARIA

Santos Chocano ha escrito una Interpreta­


ción turnaría del programa de la revolución
mexicana (1), en la cual, pasando revista a
todos loe problemas (agrario, bancario, mine­
ro, contributivo, municipal, obrero, pedagógi­
co, militar, sanitario, usurario, editorial, ad­
ministrativo, judicial, legislativo, electoral y
religioso) de esa revolución, pero deteniéndose
en la parte económica, muy especialmente,
sostiene y prueba que este gran movimiento
está llamado a tener una repercusión previsora
en el ánimo de toda Hispanoamérica, hasta
llegar a los países australes, preocupando, como

(1) Es interesante oomparar este opúsculo con el


artículo de Fornaro intitulado The great mexican
revolution, y publicado en la revista The Forum de
Noviembre de 1915.
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 471

es debido, lo mismo a los hacendados acapara­


dores de Chile que a los estancieros latifundis­
tas de la Argentina. Los Bancos que se funden
responderán a leyes de protección de la agri­
cultura, que no necesitarán del oro mas que en
mínima proporción, al revés de lo que ocurrió
bajo la administración de Porfirio Díaz. Se for­
marán arbitrios suficientes para garantizar eco­
nómicamente la independencia de loe munici­
pios y un nuevo Código del Trabajo reducirá
a la mitad todas las contribuciones fijas sobre
minería y fijará los jornales mínimos de la in­
dustria, sin necesidad de oro en grado máximo,
y por la institución de un crédito bancario de
carácter nuevo.
Confirma esta conclusión la . autoridad del
ingeniero Avalos, competentísimo en cuestio­
nes económicas y autor del opúsculo México
próspero, su política financiera y su política
agraria. Según su fórmula, para proveer a esa
prosperidad, no sólo no se necesita acuñar oro,
sino que tal acuñación debe evitarse por erró­
nea: en loe Estados Unidos se reconoce así ya,
y por ello, se conserva el oro en barras, circu­
lando solamente certificados que las represen­
ten; en México el único oro que debería obte­
nerse y conservarse para asegurar tal standard,
sería el estrictamente necesario* en vista del
monto e importancia de su capacidad mercan­
til y solamente en la cantidad que no pueda
esperarse sea suplida por los canales naturales
472 BDMUXDO GONZÁUCZ-BLANOO

de su comercio, cantidad que por ende ha de


ser muy limitada. Eeta cantidad es necesaria
para mantener en circulación mucha moneda
de crédito o chequee pagaderos a 1a vista con
dinero corriente en efectivo, y redimiendo, «n
todo caso, bcxnos de las reservas del sistema mo­
netario mexicano., Y aquí se me ofrece ocasión
de defender a Carranza contra el reproche que
Villa le dirigió de haber emitido 130.000.000
de pesas sin garantía alguna. Carranza mani­
festó a este propósito lo siguiente: «Necesi­
tando sufragar urgentemente las gastos de la
administración y unificar el papel moneda cons-
titucionalista circulante, acudí, como era natu­
ral, a una nueva emisión de papal moneda que
sirviera para canjear las emisiones hechas du­
rante la guerra civil por la Primera Jefatura,
por los gobernadores y por algunos jefes mili­
tares, a quienes, por las circunstancias, no pude
situarles los haberes necesarios para sus fuer­
zas. Con las billetes de esta nueva emisión pue­
den pagarse los derechos aduanales de impor­
tación, las contribuciiónes de todo género v
adquirirse propiedades rústicas y urbanas de
valor real; y cuando la paz se restablezca en
la república se decretaré la forma en que eeta
emisión quede debidamente aseguradla. Y ya
que de emisión de papel moneda se trata, oon-
viene decir que habiendo autorizado el general
Villa para emitir únicamente 6.000.000 de pe-:
eos, eon el objeto dé canjear los propios billa-
, ‘ ' CARRANZA Y LA BBVOLUOIÓN DB MÉJICO 473

tes emitidos por ál y que habían sido falsifica­


dos en grande escala, no loe canjeó y quedaron
en consecuencia circulando 12.000.000 de pe­
sos en papel moneda. Según loe informes que
tengo ahora, Villa ha emitido en Chihuahua,
sin autorización mía, billetes por cerca de
30.000.000 de .pesos. Así es que la división de
bu mando cuesta a la nación: loe millonee ex­
presados; aproximadamente 10.000.000 más que
la Primera Jefatura ha tenido que darle para
los haberes de sus fuerzas; los productos de las
ventas de algodón, minerales, pieles, reees, ce­
reales; eil producto de loe ferrocarriles, prés­
tamos forzosos, juegos permitidos por él, etc,,
etcétera. No sé qué inversión haya dado Villa
a todas esas cantidades; pero sí debo hacer sa­
ber que los ejércitos del Noreste y dd Nor­
oeste juntos, cuyas fuerzas ascienden a más del
doble de las de Villa, no han invertido en sus
gastos cantidades semejantes. Esta fué una de
las causas principales por las que acepté la re­
nuncia que hizo Villa de la jefatura de la divi­
sión del Norte después del incidente de Zaca­
tecas, con el objeto de establecer el orden en
asa división y evitar los grandes derroches de
dinero que aquel, general hacía en el Norte, y
Que, en definitiva, tendrá que pagar el pueblo.»
Entremos a la consideración de la empresa
más importante acometida por el constituciona­
lismo en beneficio del pueblo de México, es de­
cir, la solución de la cuestión agraria. El doc-
i
474 BDMUNDO GONZÁLHZ-BLANCO __

. tor Atl confiesa que loe constitucionalistas han


cometido varios errores, entre otros, él de no
haber proclamado la nacionalización de la tie­
rra. Ello depende de que las soluciones a la
cuestión agraria son vagas y discordantes to­
davía. Pero la aspiración común de loe consti-
tucionalistas, no por general es menos concre­
ta, pues consiste, como establecen Ejoff, en su
crónica sobre La absurda condición agrícola
del país (en El Demócrata, de Veracruz, de 23
de Abril de 1915) y Saravia, en su artículo
acerca de La pequeña propiedad (en La Vog
. de Sonora, de 24 de Enero de 1914) en devol­
ver a los mexicanos una región del globo, su
propia región, que el crimen y la imbecilidad
. de 3.000 frailes y 10.000 terratenientes le han
substraído siglos ha. El partido constituciona-
lista se halla actualmente en el mismo caso que
los revolucioaxvrios franceses de 1789, cuando,
destruyendo el feudalismo, repartieron al pue­
blo las propiedades de los emigrados que ha­
bían hecho traición a la patria, y consiguie­
ron que el pequeño número de propietarios
existentes en «1 siglo xvm llegue hoy a
10.000.000, con que su nación, cuya agricul­
tura no es la más avanzada de Europa, tiene
un propietario por cada cuatro desposeídos, es
decir, que su suelo está 80 veces más dividido
que el suelo mexicano. Y el hecho consumado
de la Revolución Francesa contó, desde los co­
mienzos, con el sufragio da los mejores pensado-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO ' 475

re®, entre otra», Benjamín Constant, quien en


sus Commentaires sur legislation, editados en
1825, se expresaba ya en loe siguientes térmi­
nos: «La negligencia <M rico deja incultas vas­
tas tierras, o las emplea su orgullo en acrecentar
un lujo inútil, se duplica el número de los pro­
letarios y, en fin, la sociedad contiene en sí
misma una causa de fermentación y de desor­
den que debía alarmar a loe amigos del poder,
y, sin embargo, ellos son los que se afligen
cuando se dividen las propiedades: tan superior
es su interés particular a los principios que pro.
tesan. Se sirven de estos principios como de
un arma ofensiva, pero los abjuran cuando se
trata de aplicarlos. El destino oomún & todaB
las leyes que establecen un privilegio en favor
de algunos es ver que la opinión contraria se
aumente, y que con una perpetua reacción se
convierte en odio o desprecio contra la clase
privilegiada la ofensa hecha en su favor a las
otras clases. Tal es la tendencia de nuestro si­
glo a la división de la propiedad, que nuestros
raciocinios, que en el día se tendrán como pa-.
radojas, parecerían dentro de algunos años lu­
gares comunes. > f
Sobre esta base se ha establecido uno de los
programas para solucionar la cuestión agraria
en loe distintos países del mundo, el progra­
ma mínimo, que es el que trata de solucionar­
la jurídicamente, respetando todo género de
intereses adquiridos y permitiendo que los ri-
476 ' BDMUNDO OONZÁLEZ-BLANCO

eos permanezcan en posesión de los campos,


sin que el pueblo que los trabaja entre en una
verdadera posesión de lo qué debería pertene­
cería por derecho natural. Para vergüenza de
los científicos, ese programa mínimo había
Bido aprobado en concepto más amplio aún y
ordenado su cumplimiento por la voluntad mag­
nánima del emperador Oarlos V, en cuya Real
Cédula del año de gracia de 154b se lee que
«los provinciales, aunque habían tenido por
gran merced a que se lee haze en la revocación
de la ley que habla sobre la sucoesión de los
yndios, entienden que no era aquello él reme­
dio geneíal deesa tierra, sino el repartimiento
perpetuo para que quedasen contentos y quie­
tos, para lo cual nos dieron muchas razones
que fueron justas.» Y el «enorme grito de la
raza*, según la expresión de Ortigosa (La Voz
de Sonora de 2 de Septiembre de 1913), el gri­
to de ¡ tierra !, oído por di emperador Carlos V,
lo fué también por Felipe II, por Felipe III,
por Felipe IV, por el virrey Falces, por el visi­
tador general Calvez, por todos los presidentes
de las Reales Audiencias, por todos los Cabil­
dos de los distritos, por todas las Juntas Supe­
riores dé calificación de tierras, por todas las
Justicias de loe pueblos.
Aunque algunos constitucionalistas se atie­
nen a este programa mínimo, la gran mayoría
lo rechaza por ineficaz, pensando en la mala ex­
periencia que para España representó la refor­
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 477

ma de Metndizábal. En este punto, los consti-


tucionalistae estiman, más eficaz la acción de
las guerras civiles que la de las leyes constitu­
cionales, y tienen muy presente ei ejemplo de
la revolución francesa, en cuyo curso las pro­
piedades del clero y de las antiguas corporacio­
nes pasaron ai dominio de 666.000 ciudadanos
y otros 440.000 particulares adquirieron loa
bienes de 27.000 familias de emigrados, resul­
tando ai final que 1.222.000 propietarios nue­
vos sucedieron a 30.000 propietarios antiguos.
Si la Revolución Francesa no se hubiera de­
tenido, resuelta habría quedado para siempre
la cuestión agraria, y en España habría logra­
do lo mismo la reforma de Mendizábal, a no
haber caído éste en loe tres grandes deeacierf
tos que ya señaló Costa en 1908, cuando actuó
como «abogado del diablo» en el homenaje que
se hizo en dicha fecha ail célebre político. Costa
censuró a Mendizábal, por haber vendido y
poco menos que regalado, a los ricos y agiotis­
tas, en mengua de ios labriego» y daño de la na­
ción, las doe quintas partes, cerca de la mitad,
de toda la propiedad territorial de la penínsu­
la, que a tanto ascendía ei valor de los bienes
raíces del doro, declarados nacionales, incor­
porados ai patrimonio de la nación, en vea de
conservarlos en poder del Estado y ceder nada
más su uso en arrendamiento enfitéutico a loe
miemos colonos del Clero que los poseían de
inmemorial. Además, Mendizábal llevó a oabo
t
478 ■DMUNDO GO»ZÁLB*-BI*1KOO

la supresión dé las comunidades religiosas sólo


materialmente, mecánicamente, tapiando las
puertas de I03 conventos, mas no espiritual­
mente, desalojando a los religiosos del alma de
los españoles, o unáis claro, reorganizando, y
más bien creando un vasto Cuerpo de maestros
seglares y elevando su condición al nivel de los
europeos. Por último, en la reforma de Mendi-
zábai era muy criticable el haberse el Estado
reconocido torpemente deudor de la Iglesia,
cuando era, al revés, la Iglesia deudora del Es­
tado, y como consecuencia haber convertido «1
capital inmueble desamortizado en renta per­
petua al 3 por 100, y dado al presupuestó de
culto y clero carácter de rédito o compensación,
en vez de estimarlo sueldo o retribución de un
servicio público, con el derecho consiguiente a
intervenir activa y eficazmente en la instruc­
ción y formación del personal eclesiástico en
la misma forma que interviene y dirige la del
magisterio civil.
. Por las mismas razone«, sirvieron dé muy
poco en México las reformas legislativa« de
1813, 1819, 1823, 1825, 1826, 1827 y 1850,
pues mientras esta fiebre de reformar y legis-
lar se apoderaba de los Congresos nacionales,
la agricultura capitalista, con el sigilo de las
bastardas ocupaciones prediales, largó sus an­
das sobre la dilatada superficie de la repúbli­
ca, y así, desde el comienzo empezaron las
grandes concesiones, consagradas por la auto-
____ OARSANZA Y LÁ REVOLUCIÓN DB MÉJICO 479

ridad. En 1828, se concedieron en Coatzacoal-


oos seis leguas cuadradas a Valle; en 1835, 20
leguas cuadradas a los herederos de Itúrbide;
en 1844, las mejores tierras de Tamaulipas
a Grox; en 1853, todos los terrenos baldíos de
Chihuahua a Pasquier de Domartín; en 1855,
los de Guerrero a Camacho; en 1856, 29 le­
guas cuadradas a Mier y 1/3 de los terrenos
baldíos de Sonora a Jecketr, Torre y Compa­
ñía. Sirva de confirmación de todo ello lo que .
La Prensa, de Los Angeles, en su número de
17 de Enero de 1914, puso en claro, aseveran­
do que «desde los tiempos virreinales todos los
enormes predios rústicos de México han estado
vinculando de generación en generación, en
cierto número de privilegiadas familias, cons­
tituyendo entre ellas una especie de Liga
Agraria de colosales proporciones. Ha sido
algo así como un anillo de los Nibelungos, en
cuyo círculo a ningún extraño le era permi­
tida la entrada. En cada uno de los Estados
existe un reducido grupo de esos terratenien­
tes, en número tan limitado, que hay fami­
lias como las de Terrazas en Chihuahua, Cor-
cuera y Remús en Jalisco, Redo y Almada en
Sinaloa, y así por el estilo, que poseen casi
en su totalidad la extensión rústica de las en­
tidades federativas. En los Estados de la me-
seta central y en los del Pacífico, tales como
Morelos y Guerrero, cada hacienda tiene su
finca o castillo feudal, con troneras de defen-
480 ' ■DMtJNDO GONZÁLKZ-BUKOO

ea, puentes levadizos, capilla, calabozos, ins­


trumentos de tortura y loe centenales de sier­
vos que cultivan los terrenos de pan llevar.
Allí, encastillado, el señor tendal ejerce ab­
soluta autoridad en sus dominios, edn respon­
der a nadie por su conducta. Cuando un peón
no se presenta muy temprano ai trabajo, el
hacendado ordena al mayordomo de la finca
que lo conduzca a su presencia, o bien lo lleve
a uno de loe calabozos, si es que se ha embo­
rrachado. Si el infeliz siervo se roba un elote,
una mazorca o una calabaza recibe en castigo
un mes de calabozo y una docena de azotes.
Si el delito es más grave, tal como el robo de
un caballo o de una res, entonces el indio es
sometido a tormentos in|quisiitxxriales, para
obligarle a que confiese el paradero de los ani­
males desparecidos. El hacendado impone las
sentencias y su mayordomo las ejecuta. En
muchas de las haciendas hay tienda« de raya,
donde los jornaleros reciben mercancías en ve«
de numerario en pago de Sus jornales. Por lo
común, ese barón feudal -reside en las cabe­
ceras de Estado, en la ciudad de México, o en
el extranjero, y son muy contadas las veces
en las que se visita su baronaje. De los inmen­
sos terrenos que posee solamente quiere el
usufructo, lo demás nada le importa. En Pa­
ría tenemos residiendo a la« opulentas fami­
lias de loe Iturbide, Beistegui, Escandón, Mier
y Céli», y otras ' que sería largo enumerar.
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 481

Las exorbitantes rentas que ellas reciben,,


como producto de las tierras y del sudor de
los indios son cuantiosas, pues solamente los
I turbe galstan anualmente en la capital de
Francia la suma de 5.000.000 de francos. Es
de advertirse que ninguna de esas familias
desean enajenar en manera alguna parte o el
todo de esas vastas heredades, prefiriendo de-
jarlas en estado bravio y selvático antee que
disponer de ellas y que otro las cultive y las
( transforme de estériles en fecundantes. De ahí
el origen de las hambree que afligen a México
periódicamente, la raíz de su descontento so­
cial y el secreto de sus convulsiones revolu­
cionarias en esta o aquella forma. El pueblo
quiere tierras, exige la desmembración de las
grandes haciendas, y demanda hoy con las
armas en la mano el que se le devuelvan les
terrenos de comunidades indígenas vendidos
y traficados por Porfirio Día? a sus favoritos
y aventureros extranjeros; ese pueblo, hoy en
estado de insurrección, ya no suplica, coman­
da y ordena el que los ricos prediós de Sonora
robados a los yanquis y a loe mayas, vuelvan
al dominio de Jos indios, así como las grandes
fajas de terrenos en todos y cada uno de los
Estados, escamoteada por los caciquee porfi.
. ristas desde Sinaloa y Sonora en el pacífico,
hasta Veracruz y Yucatán en el Golfo de Mé­
xico. » ' '
Si estoy en lo cierto en estas suposiciones,
81.—Tomo L
482 BDMUNPO OONZÁLKZ-BLANCO

no lo está menos Lind, quien, como se ha- di­


cho con razón, no fue precisamente un emba­
jador ante el Gobierno mexicano, sino un re­
presentante del presidente Wilson, que siguió
un procedimiento contrario al de los diplo­
máticos de Europa y América en el país de
Anáhuac, por cuanto vió el pueblo, estudió la
comarca y observó los sucesos. Ahora bien: el
autor de The mexican people sostiene , y prue­
ba que «en el Sur de México se vive, social y
económicamente .bajo circunstanciua semejan­
tes a las que existían en Europa en el si­
glo xvi, y en cierto modo, sucede lo mismo
en el Norte; pero los habitantes de asta- región
han sido más acertados y han logrado mejoras
efectivas en sus condiciones económicas y so­
ciales. El pueblo de México es esencialmente
agricultor, pero ha sido privado de la tierra.
Probablemente los poseedores de sus propios
hogares en México no llegan a un 5 por 100
de las familias. Uno de los primeros actos del
conquistador consistió en la distribución de
las fieras de labor que eran del pueblo entre
sus lugartenientes, o bien dedicarlas a esta­
blecimientos eclesiásticos. Algunas comunida­
des pequeñas, en las regiones aisladas, o que
ocupaban tierra^ poco envidiables, no fueron
molestadas; pero en generad se dejó a los me­
xicanos sin hogar, y así han seguido hasta
nuestros días. Esta es y será la causa de las
revoluciones en México hasta que ee resuel­
CARRANZA. Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 483

va ese problema. Los nativos que ocupaban


las tierras fueron cedidos a los oonquistadoree
junto con ellas, como siervos. Más tarde se les
consideró nominal mente) libres; pero no tenían
medios de subsistencia ni lugar para habita­
ción, excepto en miserables chozas agrupadas
fuera de los muros de los edificios levantados
en las grandes haciendas. Hoy perciben un sa­
lario o jornal de 25 centavos diarios y se les
da una pequeña medida, como una pinta de
maíz. Se les permite tener unos cuantos pollos,
y en ocasiones una cabra o dos; pero si ma-
nifiestan illa menoT inclinación a aumentar sus
posesiones, inmediatamente es reprimida su
ambición. Las leyes de México consideran
como un delito que una persona que está al
servicio de otra deje a ésta siéndole deudora
y, por consecuencia, los grandes terratenien­
tes tienen huen cuidado de que todos su¡s peo­
nes tengan deudas con ellas, haciendo uso del
instinto religioso del pobre peón para lograr .
este fin. Los honorarios mínimos que cobra la
Iglesia por un matrimonio, bautizo y otras ce­
remonias semejantes son diez pesos, y ningún
peón puede juntar o tener reunida tanta rique.
«a de una vez. Si tiene la ambición de casar­
se en la Iglesia o de bautizar al primero de
sus hijos, los honorarios, con el gasto de la
fiesta, lo dejan endrogado por toda su vida.
Las deudos de los peone» se estiman como una
propiedad real y se incluyen en los inventa­
484 EDMUNDO OONZÁLKZ-BLANOO

rio» agregados al precio de compra al nego­


ciarse una hacienda. Citaré como ejemplo de
semejantes condiciones que el fértil Estado
de Morolos, en el que el movimiento de Za­
pata ha estado latente desde hace años, es
propiedad de veintisiete personas. Lo que
acontece con respecto a las tabones agrícolas
pasa con loe demás trabajos, excepto cuando
las circunstancias y jornales en los Estados
Unidos afectan a las condiciones en México.»
Por todo ello, abundan los constitucionalis-
taa que se inclinan en la cuestión agraria al
programa medio, consistente en devolver a los
pueblos, a las corporaciones y a las personas
los terrenos que se les han usurpado, y en conT
fiscar las tierras no cultivadas para repartir­
la« a la colectividad. En principio, Carranza
adopta esta solución; pero no se contenta con
medida« generales: quiere tomar medidas es­
peciales, además del impuesto equitativo, del
que se han escapado las grandes propiedades
y que tiendan a forzar su fraccionamiento.
»El Gobierno constitucionalista (dice textual­
mente) distribuirá los bienes nacionales y co­
brará, para su reparto, aquellos lotee de que
los individuos y las comunidades han sido des­
pojados ilegalmente, así como adquirirá, para
compra u otros medios legítimos, más tierras, .
si necesario fuere, para la solución de la cues­
tión agraria. También colocará a los labrado­
res en condiciones de adquirir los instnimen-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 485

toa de labranza y de resistir las pérdidas de


cosechad, por medio de un sistema de créditos
agrícolas.»
En el mismo sentido abunda Ortigoza, en bu
disertación sobre El deslide de los ejidos (en
La Voz de Sonora de 3 de Febrero de 1914). Su
criterio en la práctica estriba en facilitar a los
Ayuntamientos los trabajos de fraccionamien­
to con que deben hacer desaparecer la pose­
sión de esos bienes raíces, en cumplimiento de
lo preoeptuado por el art. 27 de la Constitu­
ción de México. El criterio jurídico ea siempre
el mismo: los ejidos tienen un objeto de inte­
rés general, y por constituir «tierra« de repar­
to», el dominio útil perteneoe a los vecinos del
pueblo, cuya representación es-el Municipio.
Por loe mismos caminos anda Julio Sexto,
cuyas son estas palabras: «De nuestros
15.000.000 de habitantes, sólo unos 3.000.000
tienen tierras y casas: loe demás mexicanos
viven nómadas. Hay más nómadas dentro de
la civilización actual que en la civilización
precolombiana: el paria de la ciudad duerme
en una esquina; el paria del campo Extiende su
petate en un rincón de la hacienda, en el que
está amarrado desde que nació... Lo más dolo­
roso es que algunas mexicanos fueron posee­
dores de algo antiguamente y son parias hoy.
Los despojaron de sus tierras, y al desinte­
grarse sua heredades se disgregaron las fami­
lias. ¡ Cuántos pelados andan por ahí que eon,
486 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

ante el Derecho, herederos por nietos de abue­


los terratenientes a quienes el destino despo­
jó!... Nuestra águila era opulenta cuando lle­
garon loe castellanos. El ¿guilla representati­
va del pueblo tenía bienes. De todo fué despo­
jado, menos del reptil... Esto da en qué pen­
sar: ¿lo dejaron al águila solamente el malP
Colón venía buscando tierras. Y las encontró.
Por eso estos pueblos se quedaron sin ellas.
El amor a la heredad es un fuerte amor que
se traduce en amor material a la patria. Hay
que cultivar ese amor, haciendo que nuestro
pueblo cultive la tierra. Ferri dijo a los ar- •
gentinos que no ee explicaba el socialismo en
América, en un Continente donde el proleta­
riado disfruta de grandes jornales y posee tie­
rras. Eso podrá afectar a la República Argen­
tina; mas no atañe a México. Nuestro pueblo
tiene razón para ser socialista. Es, por esa ra­
zón, socialista violento, que roba y emplea la
dinamita para destruir. ¡Jornales y tierras!
El pueblo mexicano empuñará un arma mien­
tras no pueda manejar trastos de labranza.
Abrazará una causa revolucionaria mientras
no pueda abrazar una causa agrícola. ¿Qué le
importa a nuestro pueblo comprometer y per­
der el territorio nacional si no ee de élP... Te­
nemos extensión territorial: ee indudable que
la tenemos. Pues acomodémonos todos en ellas.
Tenemos terrenos baldíos. Yo veo en ellos la
base de la distribución de parcelas de esta ma-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 487

aera: los terrenos baldíos lindan con otros que


no lo son; cómprese una faja de los que no
lo son, tómese otra faja de los baldíos y dense
a ios que quieran, lotes que sean: la mi­
tad baldías, la mitad no baldíoe. Ee como sal­
drá más barato. Loa grandes terratenientes no
se opondrán a la cesión de una faja a precio
especial o de balde. Y hay que obligar a los
ricos a hacer algo, & ceder algo. Ellos absor­
bieron. Ahora que aflojen. Contrataremos un
empréstito, que el pueblo pagará con guato,
porque será para el pueblo, para hacer propie­
tario al pueblo, siendo tal empréstito, al ser
pagado, una nueva reintegración. Quizá los
mismos dueños de las parcelas, solee, puedan
pagar ese empréstito contratado para ellos.
Estudiemos los Bancoe agrícolas de Italia.
Con los colonos mexicanos que alternen loa
extranjeros, pana que recíprocamente apren­
dan lo que les convenga a unos y a otro®. Pue­
de colocarse una familia extranjera por cada
diez mexicanas.» . • ' >.
Tal es el programa medio de la gran mayo­
ría de los constitucionalistas, programa que,
como se ve, empieza por echar abajo sin dis­
tingos las concesiones hechas a Peareon, loa ’
fraudes colosales de Noriega, las usurpacio­
nes cometidas por propios y extraños en Mo­
re! os, en Puebla, y últimamente por los neo-
cien tífieos en los Estados de Chihuahua y Du­
ran go. Existe todavía una minoría que avan- .
' 488 KDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

aa más, y que, negando la existencia del proble­


ma del reparto ded campo, admite el programa
máximo, como único que debe llevar a cabo, una
revolución social: la nacionalización de la tie­
rra. No hay por qué asustarse de semejante
radicalismo. Las minorías tienen un papel que
jugar en la historia, que no es ciertamente el
de convertirse a cada paso en mayorías, como
en el «turno pacífico» de nuestro plácido sis­
tema parlamentario, sino de empujar y espo­
lear a las mayorías gobernantes en todos los
órdenes de la vida y tenerlas despiertas. He
aquí ahora cómo expone el doctor Atl el pro­
grama máximo: ■
«Estamos en el momento más oportuno para
realizar el sueño de los hombres libres, que en
todas las épocas han protestado, dentro del te­
rreno de la filosofía o con criterio rigurosa­
mente científico, o dentro del terreno de la
práctica, contra la monstruosa injusticia de
que la tierra sea monopolizada precisamente
em beneficio de aquellos que no la cultivan, y
tenemos también la obligación altísima de lie-,
var a cabo una obra que es al mismo tiempo
reivindicación nacional y ejemplo del más alto
y del más práctico humanitarismo... Por otra
parte, en México no llegaríamos nunca á una
solución definitiva y justa de lo qüe se ha
dado en llamar la cuestión agraria, si nos con­
tentamos con volver a los pueblos las propie­
dades que tes fueron usurpadas y con interve-
carranza y la revolución de Méjico 489

nir algunas hacienda», propiedad de loa favo­


ritos de Porfirio Díaz, de Huerta o de Villa.
En rigor, no existe el problema del reparto de
las tierras: existe el amplio problema del re­
parto de la tierra, de la tierra conculcada, con­
fiscada, pisoteada, ensangrentada en beneficio
de un grupo de explotadores nacionalea y ex­
tranjeros, que derrochan en ei adorno de un
pailacio soberanamente cursi, o en los cabarets
de Montmartre el producto del trabajo die un
pueblo que hace 300 años se está muriendo de
hambre. Esta hambre colectiva es precisamen­
te el factor de todas las revoluciones naciona­
les. Si i)0 tenemos el valor de dar al pueblo lo
que le pertenece por derecho natural y por de­
recho de conquista, puesto que as él quien hace
fructificar la tierra, el pueblo noe pedirá siem­
pre, indefinidamente, su indiscutible propie­
dad. No debemos esperar más tiempo para hat-
oerle justicia. Este es el momento decisivo en
que eBa justicia debe cumplirse. Y debemos
darle la tierra, no de acuerdo con lo que haya
dicho Kropotkine o con lo que hayan resuelto
los legisladores de Nueva Zelanda, o con lo que
haya acordado la magnanimidad de un mo­
narca ruso, o siguiendo laa teorías de tal o
cual socialista alemán o francés, o según las
indicaciones sapientísimas de un grupo de
banqueros, o de un economista a lo Leroy-
Beaulieu : no. Debemos dársela conforme a la
única ley que debe regir la propiedad de la
490 EDMUNDO GONZALEZ-BLANCO

tierra: la tierra es de todo el que sepa traba­


jarla. Y aquí la tierra no la trabaja ni No-
riega, ni Maoedo, ni la casa Pearson: la tra­
bajan 8.000.000 de hombrea que no tienen ni
casa ni qué comer, y a quienes se les concede
el derecho de ser hombrea sólo para ser es­
clavizados en nombre de ’la diplomacia extran­
jera, o para ser envilecidos en honor de la
tranquilidad pública.»
Es, pues, indudable que la revolución se
propone un buen fin y camina imperturbable
hacia él. Los peones, convertidos en guerrille­
ros, ya no son obedientes, ya no aguantan
latigazos, ya no se resignan a que se pague
su trabajo de esclavas modernos con unos lien­
zos baratos y un puñado de frijoles. La. manera
con que han recibido el nuevo estado de cosas
no sólo es una señal de que se tienen muchas
esperanzas para lo futuro, sino también una
demostración maravillosa de la capacidad de
la raza. Prosigan sin desmayar en su labor, y
conseguirán que en la vida del pueblo mexi­
cano se cumpla el virtuoso deseo de Ruskin:
«Comamos y bebamos todos, y no algunos so­
lamente, quedando los demás reducidos a una
sobriedad desesperante.»
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 491

CAPITULO VI

CAUSAS POLITICAS
DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
§ 1. VICISITUDES DE LA CONSTITUCIÓN FEDERAL
DE MÉXICO

Confirmada y evidenciada ya con claridad


bastante, por medio de 1o® dos reflectores com­
binados, de la historia y del derecho, la legiti­
midad de lo® fine® agrarios que la revolución
mexicana persigue, pocas y breves reflexiones
me bastarán para que con igual intensidad re­
salte el segundo de loe concepto® que al prin­
cipio he sometido,a lia benévola atención de
los lectores, al decirles que esa revolución, a
más de legítima en La esfera económica, lo eiu
también en la esfera política; suplicándoos no
olvidéis que antes de 1857 no hubo en aquel
territorio sistema alguno propiamente consti-.
tucional. En dicho año se promulgó una Cons­
titución imitada de la Constitución federal de
los Estados Unido®, aquella Constitución que
en 1835, y en su hermoso tratado De 'la demo-
eratie en Amerique, compamba Tocqueville a
esas magníficas creaciones de la industria, que
colman de bienes a sus inventores, pero que son
estériles en otras manos. La Constitución fué,
no sólo promulgada, sino que también aplica­
da., sin tomar en consideración las especiales
condiciones de México. Ya en 1823 un dipu-
492 EDMUNDO GONZÁL14Z-BLAÑCO

tado de los primeros Congresos mexicanos, Mier,


se oponía a semejante imitación del Gobier­
no norteamericano. «El federalismo (decía)
es un medio de unir lo que está desunido: en
los Estados Unidos toda la historia colonial
exigía el pacto federal: pero aquí en México,
sería desunir tío unido.» Bolívar, libertador de
América, condenaba este sistema, qué llama-
( ba «anarquía organizada».
Con la Constitución de 1824 apareció en Mé­
xico un nuevo espíritu. Fatal y prematura-,
mente, la acción administrativa se sobrepuso
a la política'; el esqueleto de la república fe­
derativa quedó ájrticul'ado comoi iD ios dió a
entender a aquellos nuevos (y por Jo demás,
buenos) patriotas; el carácter del país se aco­
modó a la situación reinante, y pareció domi­
nar en la gobernación y en la legislación la
paa y la independencia. Pero estas no eran
más que exterioridades, que no engañaron e
Tos buenos observadores, como el citado Mier,
el cual, en su famosa Profecía, tan olvidada
en la actualidad, se expresó en estos clarivi- ‘
dente» términos: «Al establecimiento de la re­
pública federativa sucederán sesenta año® de
revol uciones de lo más cruel y sanguinario que
darse pueda, y al final de este lapso tendrá la
república necesariamente que caer en el cen­
tralismo, para empezar por donde estamos aho­
ra.» Así fué, en efecto. Pronunciamiento de
Santa Ana; desaparición de la república fe-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 493

deralista; cetntraltamcí reaccionario y frailes­


co en. reemplazo de la labor administrativa y
política de las constituyentes de 1824; susti­
tución de las leyes constitucionales por las ba­
ses orgánicas, en que se daba rudo golpe a la
democracia y al liberalismo; nuevo federalis­
mo y nueva reacción; período interminable de
disturbios sin cuento... En su opúsculo Emi­
grados políticos de México, Duelos-Salinas ex­
pone brevemente el cumpl imiento de la Pro­
fecía de Mier, con estas palabras: «Triunfó el
federalismo, triunfó lo absurdo, y los setenta
años de revoluciones crueles y sangrientas se
sucedieron, y ¡porticus a magno Cesare aperta
fvit!v Y en otra de ¿rus obras, ila intitulada Hé­
roe y caudillo, razona tal vaticinio, dicien­
do: «Las constituciones que se dan a lo? pue­
blos desorganizados o en gestación ofrecen un
fenómieno regular, constante, casi ley: nunca
son acatadas mas que en sus excepciones.»
Todos sucumbieron. ¡Díaz superest! , /
La Constitución de 1857 nunca tuvo en Mé­
xico más que un vigor teórico. La turbación
de Jos tiempos, causada por la. Intervención
Francesa, y la Guerra de Reforma, impidió
llevarla a la práctica, Todoe cuanto® a ella se
adhirieron fracasaran, Fracasó Juáiea, fraca­
só Lerdo de Tejada', fracasó Iglesias, loe tres
tanerablee varanes que *e atuvieron a sus pres­
cripciones hasta el último instante. Porfirio
Lfaz fue más radical: la abandonó en absulu-
494 EDMUNDO GONZÁLEZ-BT.ANCO “

te. Ni siquiera hizo de su texto un pretexto;


se propuso a toda costa gobernar, esto es, im­
poner la iniciativa personal (siempre que lo
creyó necesario) a la ley escrita. No más elec­
ciones de gobernadores, legislaturas locales,
Congreso, Suprema Corte... El y sólo él era
quien hacía y aun deshacía todos estos nom­
bramientos. El y sólo él era quien elegía y
reelegía a los representantes del país que le
venía en gana.
El pueblo, que desde 1880 empezó a pro­
testar contra la dictadura económica de Por­
firio Díaz, desde 1895 empezó a protestar con­
tra su dictadura política. Así nació el consti­
tucionalismo, cuyo primeT nombre fue el de
partido antirreeleccionista, y cuyo represen­
tante marcial y austero en loe días que corren
es Carranza.
Con sólo lo ya dicho sobre la situación eco­
nómica de México, bastaría para considerar a
Carranza como un hombre fuerte que ha pues
to el. pie en los dinteles de la historia. Pero
si de las cuestiones agrarias y económicas pa-!
samos a las constitucionales y políticas, la im­
portancia de Carranza, desde este punto de
vista, nos parecerá más considerable aún. No
sólo los grandes terratenientes; también el cle­
ro y ef? militarismo están interesados (en que
continúe el sistema político de la «paz mecá­
nica», la restricción de los derechos cívicos, el
triunfo efi pleno de las tendencias conserva-
CARRANZA V LA REVOLUCION DB MÉJICO 495

doras. El constitucionalismo de 1913 opone a


estas tendencias Cas democráticas'; que prego­
nan la redención del indígena, el funciona­
miento del municipio autónomo, el laicismo
educativo, la libertad del sufragio, la igual dad
ante la ley y la consagración de la clase mi­
litar a los fines propios de su instituto. Este
programa salvador está sostenido por los hom­
bres independientes, honrados y finales de 1910,
con Carranza a la cabeza; y si (como nota el
ex diputado mexicano Peaqueira) una vez vie­
ron bifurcarse en Ciudad Juárez el derrotero
que se habían trazado gracias a Carranza, se
encuentran ya nuevamente en la senda, y el
alma de su revolución emancipadora palpita
en la república entera, y cada día se hace
más grande, inconfundible y rica: es la revo­
lución del pueblo, que quiere ser un pueblo
y no una piara.
La obra a que se ha consagrado Carranza
puede resumirse así: independencia de. poder
civil, reforma del clero y del ejército, restau­
ración de las instituciones republicanas, fo­
mento de la sociabilidad mexicana; cuatro
magnas empresas que no habrían podido ins­
pirar la confianza del puebl o, a no poseer el
hombre que las inició y pretende llevarlas a
término eximia* dotes morales y altas cuali­
dades cívicas. Y esas empresas no las ha fun­
dado Carranza en vanas palabras y en menti­
rosas leyendas, como la de «pan y justicia» de
496 BDMUND0 GONZÁLEZ-BLANCO

' Félix Día« y la de «libertad y Constitución >


que han profanado los hombre» de Huerta,
mientras las facciones de uno y otro encendían
la. guerra entre hermanos, proclamaban el rei­
nado de la iniquidad y del atropello, aherro­
jaban todo movimiento de emancipación y pi-
> soteaban las leyes constitucionales de un pue­
blo libre. El método de Carramza, firme y vi­
gore®», se reduce a imponer el régimen cons-
titucionalista en dondequiera que ®u victorio­
so ejército1 planta su pendón libertario. Y el
lema a que ajusta sus actos todos es el lema y
la divisa misma del presidente Juárez: gober­
nar a México como México debe ser goberna­
do, «La raza indígena., que es la más nume­
rosa d)e la sociedad mexicana (dijo Juárez en
el V Congreso Constitucional), está sujeta a
una obediencia más ciega que los militares,
porque su obediencia nace de la pobreza que
avasalla al labriego a 'la voluntad de sus amos.
¡ Cuán conveniente y justo dería que la protec­
ción de la libertad electoral se extendiera por
medio de disposiciones oportunas a los ciuda­
danos de esa raza, que ni toma parte en la
cuestión de elecciones ni siente interés algu­
no por ella !» Esto es lo que olvidó siempre Por­
firio Día« y lo qute pugna por lograr Carranza.
En el ocaso de ¿a dictadura de Porfirio Día«,
uno de »ua admiradores más templados, pero
también más sinceros, el argentino Bunge, de­
cía: «Lo®*yanquis han honrado en toda® for-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DH MÉJICO 497

mas a Porfirio Díaz, porque es un vecino có­


modo. Preguntad, empero, a un yanqui qué
le parecería ese hombre, ai fuera su compa­
triota, para presidente de loe Estados Unidos,
y os mirará asombrado de que pueda hacerse
suposición tan absurda, rascándose la oreja,
como si le propusierais cambiar a Rooeevelt
por Mlenelik.» Tenía razón: Norte-Amériea
es un pueblo europeo, y su sociedad, más que
colonia, era desde el principio u¡n Estado in­
dependiente y emancipado, coea que no puede
decirse de ninguna manera de las colonias es­
pañolas, y de México menos aún. México no
estaba acostumbrado a gobernarse a eí mismo,
sino que recibía toda la dirección de la me­
trópoli: jurídica y políticamente era una pro­
vincia española, gobernada conforme a la le­
gislación romana (más ó menos aumentada por
la Codificación de India») y educada en los
principio« del absolutismo monárquico más se­
vero. Esta diferencia, ee tan importante como
radical; y si aun de loe Estado« Unidos ha
podido decir uno de sus senadores, Cullom, que
allí no hay Constitución, sino opinión pública
(in íhe United Statei their i» not Cont ti tu-
t%n, but public opinión), ¿cómo ha de haber­
la en México, donde apenas si opinión pública
hay? Los políticos se limitaron a consignar en
su código fundamental la iguafdad ante la
fey, dogma. sagrado y puro de las modernas
democracias, pero del cual se ha hecho y se
89,—Tomo L
498 ’* fdmukdo (ionzái.f.z-ueanco

hace por dondequiera sangrienta irrisión, con­


forme a lo que dice Spencer: Pœper constitu­
tions taise smiles in the faces of tho who hâve
ohserved their results («làs constituciones «n
papel hacen sanreir a quienes han visto sus
resultados»). Por teso los constitucionalistas se
proponen restablecer en México un Gobierno
i constitucional, pero como comprende la inadap-
iabilidad de ta Constitución y de otras leyes
análogas, intentan reformarlas con objeto de
tener un sistema adecuado a las aspiraciones
y necesidades del país.
La Constitución de 1857 fué, sin duda, mo­
numento bellísimo en que quedaron consigna­
dos todos loe derechos, todos loe deberes, todas
las prerrogativas que dignifican sí. ciudadano
y le convierten en fuerza activa y prolífiea de
la nación. Pero los mexicanos nunca tuvieron
ocasión de probar su eficacia, y sus políticos,
o la aplicaron pésimamente, o hicieron de ella
caso omiso. Porfirio Díaz fué más l-tejos, pues
la sustituyó por la dictadura.. La acción per­
sonal de ese supuesto estadista, de ese farsan­
te de la democracia, de ese cacique disfraza­
do de presidente, consistió en no atenerse a
la Constitución sino en aquello qué podía fa­
vorecer a las clases privilegiadas. La servi­
dumbre siguió siendo da misma en [os campos,
en las minas, en las ciudades y en las aldeas;
ta explotación de loa indios por los curas au­
mentó, si cabe, y hoy todavía persisten las más
C'.nitANZA Y I.A RFVOLTrCIÓY DF1 MEJICO 499

groseras supersticiones; el 90 por 100 del país


no gozó ni justicia, ni garantías, ni libertades.
En la «ferie de revueltas anteriores a 1876,
el indio sirvió de carne de cañón. Durante la
paz dictatorial de Porfirio Díaz, Loe jornales
que se le pagaban no superaban, si no es a.:
muy contadas regiones del país, a los jornales
¡ue recibieran sus antepasados durante la d i­
minución española, y por tal motivo anda hoy
todavía, no ya mal vestido, pero casi desnudo,
y se alimenta miserablemente. De aquí lo que
deberían siempre recordar los que pretenden
que por la sola iniciativa de Porfirio Díaz se
duplicaron las rentas en medio siglo, se cons­
truyeron cientos de escuetas y miles de ki­
lómetros de vías férreas, se improvisaron in­
dustrias y se regularizó el comercio. No: o!
país tenía en sí fuerzas y, riquezas que aprove­
charon la sombra dictatorial de Porfirio Díaz
para expansionarse. El dictador no hizo más
que arrojar esa sombra sobre un suelo fecun­
do y regado de sangre, Poca política y mucha
administración, era a última, hora su llema de
diablo harto de carne y metido a fraile. «Lerna
de hierro (comenta un notable publicista),
cuando lo emite un déspota que, para mante­
nerse én el poder por la pasividad del pueblo,
ya no necesita más pofítica. En otros caciques,
en pueblos mtencra resignados, más europeos, tal
lema «feria siempre, por la fuerza de la oposi­
ción, una nueva farsa: la farsa de lo» zares...»
500 EDMUNDO GONZÁLE7.-BLANC0

Por lo demás, la preponderancia de eu per­


sonalidad tuvo que mantener en La sombra a
la mayor parte de los que, a diversos título«,
le ayudaron a gobernar; a esas clase» que jun­
tas no constituyen sino wna minoría, pero cuya
servicia ven¿» de muy Por lo que toca
a su actuación económica y política, enseña
ei mexicano 8osa que se verificó siempre con
Orientación claramente impopular. «¡Cuántas
veces, a partir de 1821, se han abrogado el po­
der, han olvidado sus halagadora« promesas
y no han procurado modificar siquiera la con­
dición de loe indios, ya que su completa regene­
ración exige mayor lapso de tiempo! Con po­
cas excepciones, esa minoría ha buscado el
medro personal!, E<a ascensión gloriosa, a la* re­
giones suspiradas del mando, todo, menos el
honroso título de redentora del indio. Entre
esas excepciones, la primera y principal, y la
que merece par eso que en «u honor ee afee
ei himno de gratitud, fuélo la minoría de la
Reforma con ffus tres grandes hombree: Juá­
rez, Lerdo de Tejada e Iglesias. Esa minoría
fué la única que cumplió sus promesas; cuan­
do fué poder, dictó leyes sabias, que beneficiar
ron por igual a blancos y a cobrizos; pasaron
por rus manos tesoros inmensos, y sus mano«
nunca se mancharon con el robo; peligró 1*
independencia, y po? salvarle, tuvieron que re-
s' > > rrse a dejar su obra de regeneración social
inconclusa.» Bitnge hace la misma concesión,
GARBANZA Y LA REVOLUCIÓN DB M&JJCO 501

reronociendo a la vez que, en comparación con


esc¿ tras grandes hombres, Porfirio Díaz no fué
más que «un gran cacique, que no luchó por
las ideas, sino por el poder, no preocupándo­
le el ser liberal o conservador, sino el alcan­
zar la presidencia*. Y Ja alcanzó. Electo por
cuatro años, duró su primer período de 1876
a 1880; y como por ía Conetitueión no podía
ser inmediatamente reelecto, sucedióle Gon­
zález, durante cuyo Gobierno ocupó varios
puestos: primero, ministro de Fomento, luego
magistrado de la Suprema Corte de Justicia;
después, gobernador de Oaxaca. Terminando en
1884 el período presidencial de González, eli­
gíosle a Porfirio Díaz por segunda vez presi­
dente de la repúbifca. Durante esta presiden­
cia M reformé arbitraria y despóticsau>e¡ate la
Constitución., permitiéndose la reelección inme­
diata e indefinida del primer magistrado de la
nación y conservándose siempre el término de
cuatro años para cada período. Desde enton­
ce« Porfirio Día«, reelecto en 1888, en 1892, en
1896, en 1900, en 1904, ocupó sin interrupción
«1 sillón proridencial de México. Y gobernó
con «n poder absoluto, más absoluto que el zar
de Rusia. Come todo cacique, consolidó su po­
der por el terror, expatrié a los opositores,
Mnordazó la imprenta y nombró indirectamen­
te a los miembros del Congreso. Bunge cita,
como ejemplo entieso de era despotismo, lo que
® llamó la Ley fuga, de la que. ya he había-
502 BDMÜNDO OONZÁLÉZ-BLANCÍÓ

do, y que concedía a las autoridades guberna­


tivas el derecho de matar en el acto mismo de
aprehenderlo al acusado que «s» resistiese».
. Nada más expeditivo. Con ello se evitaban
prisiones, juicios, extrañamientos: al opositor
peligroso, la policía podía eliminarlo por sí y
ante sí, dando luego parte de que procediera
. tan radicalmente porque el hombre «se había
resistido». No había cuidado: nadie le pedía
cuentas. Si alguien se arriesgaba a pedirlas,
también corría el peligro de figurar Luego, en '
los partes oficiales, entre los que «se habían -
resistido». ¡ La paz reinaba en Varsovia!

§ 2. FEDERALISMO T CONSTITUCIONALISMO
i
Para consolidar su dictadura, Porfirio Díaz
tuvo que acrecentar hasta lo increíble el poder
de la Iglesia y del ejército, creando así el cle­
ricalismo y el (militarisiño. Porfirio Díaz, sin
llegar al extremo de abandonar la instrucción
popular en miaño« de la Iglesia, tendió a que •
esta instrucción fuese genuinamente católica.
Así como ejercía eft poder por el poder, presi­
diendo crgullosamente la vida monótona de
una nación tiranizada, puso en «i gobierno de
les almas la influencia de un elemento que im­
pidiese todo lo más posible la libre manifev
tación de las convicciones individuales. El Es­
tado no ejercía acción alguna sobre los esta­
blecimiento» del clero, ni aun siquiera un de­
recho de inspección y vigilancia. La Iglesia
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE M1ÍJICO 503

era realmente un Estado en el Estado, y ador-


; mecía toda energía que no redundase en in­
cremento suyo. Y este mal venía agravado por
la ignorancia en que la mayoría de clero me­
xicano permanecía de por vida sumido, con
• gra<n detrimento de la buena dirección de ‘los
espíritus y con gnan provecho para la supers­
tición. 7
Los canstitucionalistas no desconocen la im­
portancia eociaíi de la religión; pero entienden
que religión no implica dominio y predominio
material de incontables muchedumbres frailu­
nas y monjiles, ni riqueza y fausto, ni inge­
rencia dominadora sobre todo y sobre todos
y temporal autoridad. La Iglesia ha tendido
y tiende necesariamente a someter a los ho11'
bres a un régimen de conducta que fije sus
miradas en el más allá, por Co que resulta in­
comprensible que quiera tener tantee gajes y
tanta esfera die actividad en este mundo. Para
la Iglesia lo indicado está en mantenerla cir­
cunscrita a sus asuntos divinos, sin que el Es­
tado se mezcle en ellos, pero impidiendo que
ella se mezcle en loe defj Estado. Siguiendo es'ta
vía la Iglesia ejercerá su misión de evangeli­
zar al pueblo, y como no contará con la fii r- 1
za gubernamental, su acción moral será mas
grande y benéfica y se unirá más at pensa­
miento fundamental del fundador del cristia­
nismo. -
El ejército procura que se piense constante”'
504 MDMUNDO GOMZ1LEZ-B-ANCO

mente en la patria y se consagren todas las


energías a preocuparse siempre de loe proba­
bles ataques al honor nacional. En este senti­
do el ejército es un mal necesario, y hoy por
hoy irreemplazable. Pero el militarismo es
un fenómeno social de involución, que no po­
drá readquirir el prestigio que va perdiendo,
y debe necesariamente desaparecer pronto o
tartje; y ei en la actualidad es una forma de
¡funciotaarismoi, en un porvenir próximo pa­
sará a ser símbolo de una función antigua,
mientras que en el presente momento es in­
hábil para la labor que se propone. Para el
ejército, Carranza quiere seguir la ilustrada
vía que él sociólogo mexicano Esteva (en una
razonada memoria publicada en La Reptil
blica de 1 de Abril de 1902) le trazó, incrus­
tando la escuela en el cuartal y la ciencia en
la disciplina. El antiguo régimen y la ten­
dencia exagerada del militar pretendían ha­
cer de cada hombre >un soldado; el régimen
moderno y la tendencia progresista procuran
hacer de cada soldado un hombre: por esto
se le debe ilustrar y moralizar, no profesiona­
lizarle. Y como si esto Hubiera sido la mejor
luz para su espíritu, el general Carranza en­
tiende, a pesar de su actual jerarquía, que
reqide la verdadera fuerza de un país menee
en la pericia de los hombree de espada que
,en la pacífica organización de las fuerzas na-
^ionqleo. El ejército, convenientemente ceas-
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN OE MÉJICO 505

tituído, será la fuerza viva de la democracia


y .concillará las tendencia« de la civilización
al industrialismo con las necesidades políti­
ca» del mundo actual, que requieren el pie
de guerra. Precisamente de esta considera­
ción se deduce la impotencia del militarismo,
cuando sólo se emplean las armas para apun­
talar un trono como el de Napoleón III, o
para reducir a una sumisión abyecta a los na­
cionalistas. Como dice en frases notables el
mismo antirrevolucionario Duelos - Salinas,
resumiendo los resultado» de sus reflexiones,
en su A/értec pacificado, «ei militarismo,
en cuanto domina o sujeta a un pueblo bajo
la cureña, sólo es explicable como castigo, o
para ayudarte a reaccionar durante un lapso
breve; mas si para conservar al pueblo suje­
to y mantener en su puesto el opresor le es pre­
ciso continuar la sujeción por tiempo indefi­
nido y cada vez más severamente, entonce»
no hay nación, ni hay Gobierno, ni hay hom­
bres, ni hay nadar es sólo «Hércules», que
oomprime la «Hidra» bajo su pie y teme que
se levante y le muerda». Esto acarreó los pri­
mero» eufrimientos y loe primaros daños a
Nueva España, sufrimiento» y daños que se
prolongaron después de la Independencia.
Aleccionado» por ei pasado, los constitueio-
naliatae tnian de consolidar ’la unidad fede­
ral, tumultuosa y precozmente realizada, om
una política interior cárcunepeeta y restaura-
I ' . . - •
506 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO
7"............. ***"“* —-.........-.................................-..... ............. - -

dora en laa partes del país que han tenido Go­


bierno« más bárbaro« y feroces, rehaciendo
las fuerzas nacionales, encaminando las ener­
gías hacia la producción de la riqueza que
ofrece un territorio como el mexicano, y sa­
cando de la miseria y de la apatía a muchas
provincias sumidas en la barbarie por la dic­
tadura de Porfirio Díaz. ,
Los constitucionalistas pretenden, además,
hacer depender todas las cuestiones obreras
del Ministerio de Hacienda, desintegrándo­
las del Ministerio del Interior, donde está la
fuerza represora de las alteraciones del orden
público. Patriotas sinceros, quieren afrontar
el problema obrero nacional, para resolverlo
en vez de acudir a farsas inmorales, para eva­
dirlo. Esto último es lo que hizo Porfiiio
Díaz, y continuó haciendo Huerta. Por una
parte, y desde el punto de vista agrario o eco­
nómico, han rechazado amibos la tradición,
que sirve para armonizar y unificar creencias,
actos, necesidades e interese«; por otra, y des­
de el punto de vista constitucional o político,
han rechazado la iniciativa creadora indivi­
dual, que tiende a modelar la« instituciones
según la experiencia de los hombree más ilus­
trados. La tiranía de Porfirio Díaz no era pro­
picia a los intelectuales, y difícilmente podía
serlo, constituyendo como constituye el inte-
lectualismo, en todas las naciones civilizadas,
una protesta, sonda o aguda,*contra el mili-,
CARRANZA. Y LA REVOLUCIÓN DE MEJICO 507

tarismo. Por eso no puede señalarse en el Mé­


xico de Porfirio Díaz a un intelectual español
que encontrase lo que Curros Enríquez en
Cuba o Grandmontagne en la Argentina.
Puede observarse ahora que en el estudio
de Barzini no se discute con detenimiento, y
con frecuencia ni se menciona la primera cau­
sa puramente política que ha determinado de
un modo directo la presente intensidad dei
movimiento revolucionario entre los conetitu-
cionalistas de México. Me refiero al deseo de
este partido de resolver el problema social
mexicano fomentando la educación de mane­
ra que por medio de ella desaparezca, tan
pronto como sea posible, la barrera que divi­
de a las clases superiores de las clases baja».
Desde los tiempo« del general Porfirio Díaz
se agitan dos partidos en México: el dte los «mi­
litaristas», que se proponía la continuación
de la política del dictador en lo que tuvo de
aleatorio, queriendo que la paz y el progreso
floreciesen bajo una red férrea, y el de los
«científicos», que aspiraba a la continuación
de la política del dictador en lo que tuvo de
ción de los intereses privados y la instrucción
del pueblo. El militarismo poT sí propio se
juzga. En la obra Emigrado! políticos, del
citado Dudos-Salinas, este publicista recono­
ce que semejante partido aboga por la eleva-
ción a la categoría de régimen de Gobierno,
lo que en España eausó la infelicidad de los-
508 »»MUNDO GONZÁLMZ-BLAMCO ____

ciudadanos, a la vez que loe hacía más fuer­


tes, y lo que en las naciones modernas se mo­
teja de baldón pana quienes lo toleran o su­
fren indefinidamente. —1.
El «cientificismo» es, en apariencia, un par­
tido más simpático, por cuanto pretende iden­
tificarse con el adelanto material e intelectual
de la república; pero en cambio de este fin,
que le asimila en un aspecto al partido consti-
tucionalista, olvida o desdeña en absoluto
aquello en que este último hace más hincapié:
la falta en México de Gobierno municipal, la
arbitraria y poco juiciosa división en tantos
Estados, el sistema de la elección de los ma­
gistrados, el sufragio universal y aun el sis­
tema adoptado para la sustitución del jefe del
poder ejecutivo y muchos otros precepto* in­
adecuados, que indican la necesidad de una
reforma radical de la Constitución. El cons­
titucionalismo quiere instruir al mayor núme­
ro de ciudadanos y hacerlos ricos, o siquiera
proporcionarles una manera^ de vivir fácil y
, honrosa; quiere formar eon ellos el ejército
de la paz duradera; quiere que el Gobierno
de México se sujete a la Constitución; pero
quiere al mismo tiempo que ésta tan radical­
mente se reforme, que la vieja institución fe­
deral, ruinosa, viciosa, abominable, desapa­
rezca en breve plazo del país.
- Carranza no se lanzó * úna aventura revo­
lucionaria, en él concepto estrictamente .legal
CARRANZA ¥ LA RSV0LVC1ÓN DK MÉJICO 500

de la palabra, y por ello el constitucionalis­


mo no tuvo necesidad de formular un progra­
ma de promesas ni de reformas sociales de
mayor o menor transcendencia. Se limitó a des­
conocer el Gobierno ilegal de Huerta y con­
vocar a todos los gobernadores y jefes de ar­
mas de la república, pero sin ofrecer a ésta
un programa revolucionario, empozando por"
reconocer lealmente que, por no haberse cum­
plido ninguno de ellos, ed. pueblo desconfía
con razón y quiere «facía, non verba». La ad­
quisición de derechos políticos y su libre ejer­
cicio no basta para cambiar lae condiciones
actuales del pueblo pobre, que es el que siem­
pre ha afrontado las situaciones más difíciles
y el que siempre ha derramado su sangre por
la patria. Así, Carranza afirmó la9 varias re­
formas posibles acerca del bienestar ds ese
pueblo, y dió su dictamen de la manera si­
guiente (según la noticia de El Constitucio-
nalitta de 16 de Abril de 1914): «No sólo el
problema agrario y el de la instrucción públi­
ca son los que deben resolverse, sino en gene­
ral el de todas las condiciones económicas y
sociales de nuestra república, para lograr y
afianzar su bienestar, y esto que por primera
vez sucederá, lo haré yo o quien ocupe la pri­
mera jefatura del ejército constitucionalista,
antes de restablecer si orden político de la na­
ción.»
510 RDMUNOO nnxzÁr.RZ-BbANCO

CAPITULO VII

LA CONTRARREVOLUCION DE 1913
Y SUS CONSECUENCIAS

§ 1. ADVENIMIENTO DE MADERO Á LA PRESIDENCIA

Por lo hasta aquí dicho, muy claramente se


ve que la revolución de México no es, como
Barzini supone, un debate por el mando entre
«huertistas» y «carrancistae», ni tampoco un
efecto de la dominación superior, especie do
alto protectorado de los Estados Unidos «obre
la América latina: es (aunque esto haga son­
reír piadosamente a los flamantes críticos in­
ternacionales de la Europa conservadora) una
de tantas manifestaciones de la causa última
oculta tras el proceso de cambio que Maine
en Popular Government y Kidd en sus
Principies o>f tiie western civilization vieron
está transformando el orden universal de lo
pasado en el fenómeno de la moderna demo­
cracia ; que ha destruido sucesivamente la teo­
ría de que es absoluto el derecho de la Igle­
sia, ed del soberano, el del Estado; que se ha­
lla destinado a anular el derecho absoluto de
la fuerza, de las minorías y hasta de las ma­
yorías; que ha originado en la larga y lenta
evolución de los siglos una alta concepción del
pueblo, A esta concepción quieren revestiría
de carne y sangre los revolucionarios mexica­
nos con su constitucionalismo.
carranza r r.A RKvoT.rn’irtx de mítico 511

Se lia procurado dar gran publicidad a la


especie de que ed movimiento acaudillado por
Carranza tiene por único designio vengar la
muerte de Madero y restaurar en sus puestos
a los empleados y funcionarios de su adminis­
tración. Los ex diputados mexicanos Cabrera
y l’esqueira han demostrado enérgicamente
cpte eso no es verdad. Los propósitos de los
eonsíitucionalistas son más altos y están me­
jor definidos que los que inspiraron el movi­
miento de 1910. La revolución constituciona-
lista de 1913 no es el orozquisinio, ni el vaz-
quismo, ni el reyismo, que los hombres de
1910 vieron con desprecio infinito j' combatie­
ron con armas de buena ley. Esa revolución
tiene dos únicos fines, uno esencial y otro ac­
cidental : el esencial es la adaptación de los
preceptos de la. Carta Magna a las necesida­
des que se desprenden del desarrollo progre­
sivo de la vida de la nación; el accidental es
el restablecimiento de la función constitucio­
nal entorpecida por el golpe de Estado de
Huerta y sus cómplices, de acuerdo con el ar­
tículo 128, quie da amplias facultades al pue­
blo para hacer esa restitución del orden legal.
Pero remontémonos al origen del movimien­
to de 1910, empoza nidio por oír el relato de
aquella campaña que llevó a Madero a la pre­
sidencia, tal como lo hace Barzini:
•Los Estados Unidos no vacilaron en con'
vertir al maderismo en una. revolución, y a la
512 BDMUNDO nONZÁLHZ-Br.ANCO

revolución en un Gobierno. Armaron la manó


de los enemigos de Porfirio Díaz. Intereses de
«trust» e intereses de Estado estaban unido»
•n Norte-América para batir al gran dictador
que había hecho de México una nación floie-
ciente, rica y pacífica. La obra monstruosa y
de atroz diagregación se inició.» •
Este párrafo es, en sus premisas, completa­
mente erróneo y de una sinceridad fingida y
trasnochada: ¿por qué no declara Barzini que
ei descontento contra Porfirio Díaz empezó
en 1880 de parte de los labriegos, continuó en
1895 entre los políticos y ae prolongó después:
de 1905, dando ocasión a varios movimientos
armadee y sin que los Estado» Unidos inter­
vinieran en tal descontento? ¿Por ventura
ignora cruán -profundamente se' agitó la opi­
nión, pública en México cuando en 1908, y en
su célebre «interview Oreelman», anunció
Porfirio Díaz que garantizaría la existencia
de cualquier partido político que se levantara
frente a él? Sabido es asimismo que fué en­
tonces cuándo aparecieron dos grandes parti­
dos, o mejor dicho, corrientes políticas en Mé­
xico. Ambo9 tenían tendencias antitéticas . y
definida», representando, no ya una división
del partido liberal mexicano, sino un efectivo
cisma patriótico: uno pedía la reelección de
Porfirio Díaz o la elección de un presidente
hecho a su imagen y semejanza; si otro pedía
un cambio radical de Gobierno y de procedí-
OARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÍJICO 513

miento» de gobernación. Este último, organi­


zado por Madero oon el nombre de «partido
antirreelecocionista», había levantado un es­
tandarte con él lema político de «sufragio
efectivo y no reelección», porque la cuestión
política absorbía entonce® por completo la
atención del público; pero su Verdadero fun­
damento, su génesis sociológica, no era ia
simple proclamación de un principio que el
mismo Gobierno dictatorial reintegró en la
Constitución, sino que llevaba en sil «no,
como la nube de tormenta al Tayo, el más pro­
fundo y más justificado anhelo de reivindica­
ción que haya conmovido al pueblo mexicano:
era la miseria económica, era la esclavitud po­
lítica, era la ignorancia enetvador3, era la
inicua desigualdad legal las que* se habían en­
cendido en santa cólera y las que lanzaban un
formidable grito de protesta que, al decir del
revolucionario Martínez Alomía, habfa de re­
sonar en todo el continente americano oon las
vibraciones de una nueva «Marsell.’Sd». ¿En
qué, vuelvo a preguntar, se ve o adivina aquí
la supuesta «mano oculta» de los Estados T’’ni­
dos?
Completemos ahora lo® datos d- esta histo­
ria sobre la cual pasa Barzini como por sobre
ascuas, descartando con insidia cuantos he­
chos la integran... Reelegido Poifirio Díaz y
nombrado vicepresidente Corral, quedó pa­
tentizada la imposibilidad de ebtener na cam-
TotnoU
514 EDMUNDO GONZAlBZ-BLANCO

bio político por medio del sufragio. Madero


, fué hecho prisionero, pero )ogró escapar y se
dirigió al campo en busca de los agrarios des­
contento». En San Luis de Potosí preparó el
plan del movimiento revolucionario, en medio
de toda clase de dificultades, como un trasun­
to fiel de la clarividencia colectiva del instin­
to popular. Por eso tal plan fuá una bandera
de combate y un símbolo le redención.
Vendad es que hubo un mov-.raicnt') en sen­
tido contrario en el seno de la nación. Hubo
hombres que quisieron conciliar el porfirismo
con el constitucionalismo; hubo políticos que
unieron su nombre a esta tentativa híbrida
aunque generosa. En el mismo Porfirio Díaz,
el abandonar el poder fué una estratagema
para contener ei movimiento revolucionario,
precisamente cuando éste empezaba a adquirir
fuerza y forma concreta. Y en 1911, en Ciu­
dad Juárez, sé constitucionalizó la revolución
de 1910, admitiendo el obstáculo del interinato
legal de De La Barra, preparado por loe ele­
mentos retrógrados. Para satisfacer a éstos, «el
presidente blanco», como llamaban en Méxi­
co al solapado y untuoso don Francisco León,
desarmó el ejército revolucionario, creyendo
que así quedaba pacificado el país. Pero suce-
dó lo contrario: el elemento reaccionario se
envalentonó, y el clericalismo levantó la ca­
beza. De La Barra, ambicioso e hipócrita,
verdadero jesuíta de levita, pero hombre de
CARRANZA r LA REVOLVCTÓN DB MÉJICO 515

carácter vacilante, acabó por ser traidor a la


revolución y a Madero. Los partidarios del
viejo régimen se asustaron poco cuando este
último recibió el poder, por libre expresión
de la voluntad popular, en Noviembre de 1911.
Ya tenemos a Madero de presidente. Vea­
mos cómo lo juzga Barzini: «Madero era un
norteamericonista en política extranjera, y
un utopista en política interior. Era un soña­
dor honrado y débil, que imaginaba la trans­
formación inmediata del pueblo mexicano e<n
una sociedad civil disciplinada y uniforme.
Predicó la igualdad y tuvo a su lado a los
grandes, pero no tomó en cuenta la naturale­
za del pueblo... Además, Madero se había ene­
mistado con el ejército, conservando contra
él la antipatía del revolucionario. A su Go­
bierno le faltó un programa enérgico. Una
gran desconfianza se posesionó de todos los me­
xicanos. La indisciplina debilitaba todos los
organismos de la nación. Aquí quien no obe­
dece, manda. Los primeros incendios revolu­
cionarios no tardaron en estallar. Madero re­
presentaba, sin embargo, una esperanza para
los Estados Unidos, y las primeras rebeliones,
fracasaron.»
Prescindiendo de las líneas subrayadas, por
esta vez Barzini me parece puesto en razón,
por más que aun no revele toda la verdadd de
la situación mexicana bajo Madero; Mientras
esta situación duró, hubo para Madero decep-
516 ' EDMUNDO GONZÁLílZ-BLANCO

ciones irreconciliables que con rabia le insul­


taban, ingratitudes que babeaban, aferramien­
tos que rezongaban con los ojos cerrados de
intento, y hasta agradecimientos que, por sus
exageradlas aclamaciones, comprometían. No
podría yo decir, sin inexactitud y acaso sin
. injusticia, que el desgraciado presidente fué
un político verdadero, porque, en realidad, no
llegó a la categoría de los hombres de Estado.
Su fe en el triunfo de la nueva causa, la pure­
za de su» ideales, la sinceridad de su palabra
y su abaegacón apostólica, eran sobradas cua­
lidades para que el propagandista pacífico de
los deberes cívicos ge convirtiera en el conduc­
tor de las multitudes hacia la conquista de la
libertad. Peno su intervención en el Gobierno
de su país fué muy breve y poco afortunada;
y eií esta esfera siguió siendo lo que antes ha­
bía sido: un ciudadano integérrimo y un idea­
lista generoso. Aquí reconocen los partidarios
del constitucionalismo que en Madero había
dos hombreo, y Martínez Alomía, en particu­
lar, asienta que entre el hombre de la propa­
ganda democrática, el pastor de almas cuyas
lírica* peroraciones se infiltraban en el cora­
zón del pueblo con las inefables ternuras del
Sermón do la Montaña, entre el revoluciona­
rio y el gobernante,, se reveló un contraste
que ao pudieron equilibrar ni la honradez en
los procedimiento» ni 1* buena fe en los prin­
cipio», y. que vino a tefndr nr en d holocausto
CARRANZA Y LA HBVOLUCIÓN DB MÉJICO 517

y en el martirio, que abrieron al apóstol laa


áureas puertas de la inmortalidad.
El asesinato de Madero fué para la nación
toda motivo de duelo legítimo, y para los me­
xicanos revolucionarios causa de dolor since­
ro, pero dejó fecunda semilla para los hom­
bres del porvenir. En ella se fundan las con­
vicciones ¿bel pueblo revolucionario de 1913,
, de ese pueblo que, en expresión del ex dipu­
tado mexicano Pesqueira, «siguió a Madero y
le sigue, a pesar de su muerte, porque Madero
- mártir pesa» más en el alma del pueblo que
Madero apóstol*. Otro ex diputado, Cabrera,
atestigua que «la muerte de Madero ha sido
uno de los más poderosos factores sentimenta­
les para dar fuerza al movimiento revolucio­
nario contra Huerta». Según el mismo ex di­
putado, cuando Madero recibió «1 poder en­
contró el Gobierno en tales condiciones, que
no pudo cambiar su dirección, y sé vió obliga­
do á aceptar el orden de cosas exúdente y aun
el mismo Gabinete nombrado por De la Barra.
No supo regir los destino» del país en Dora
aciaga y revuelta; durante su gobierno, los
diputados escandalizaban á d ario al público
con la conducta necia y poco digna que obser­
vaban en Ja Cámara; acaso ningún otro hubie­
ra podido hacer nada tampoco; pero él fué
constantemente esclavo de sug idea« delirantes.
La acción personal del presidente en la re­
pública mexicana ha sido tal hasta hoy, espe»
518 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

cialmente durante la administración despó­


tica dé Porfirio Díaz, y también .durante el
interinato de don Francisco León de la Ba­
rra, que no será del todo injusto achacar a Ma­
dero solo todo lo malo que produjo su adminis­
tración, reconociendo, por otra parte, como
suyo, todo lo bueno que hizo y legó al país.
Durante el tiempo de su Gobierno, se encon­
tró con dos tendencias opuestas; por un lado
la reaccionaria en favor del régimen de Por­
firio Díaz, y por otro la revolucionaria. Sin
embargo, ocxmo si no se conociera a sí propio
ni se diera ouenta de la horrible situación por
que atravesaba México después de la renun­
cia de Porfirio Díaz y de la retirada de la Ba­
rra, aceptó la inmensa responsabilidad de una
presidencia, para la que carecía de las más ele­
mentales dotes de carácter. Lo único que nun­
ca abandonó fueron sujs principios, la quimera
de una república centralizada por los procedi­
mientos del siglo XIX y que quiso edificar en
medio del desquiciamiento universal de la na­
ción. Víctima designada de culpas ajenas; pero
víctima adornada de no despreciables virtudes-
cívicos (1).

(1) Fabela, en su artículo El apóstol Madero (pu­


blicado en La Vos de Sonora, de 14 Septiembre de
1913), hace de él el siguiente retrato: «Fué oomo to­
dos los alucinados, como todos los apóstoles: admira­
do y escarnecido y burlado. Le odiaron hasta la muer­
te y le glorificaron hasta la inmortalidad. Indiscutido
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 519

| 3. LA DECENA TRÁGICA

Al principio de la administración de Made­


ro ae registró un movimiento de protesta, apo­
yado por loe partidarios del vieja régimen.
No llevaba aún Madero tres meses de presiden­
te, cuando encabezó la conttrarrevoSución el
> general Reyes (1911), hambre de prestigio en
los días de Porfirio Díaz. Después de él Orozco
”, levantóse en Chihuahua, como se ha referido.
En Octubre de 1912, Félix Díaz, sobrino de
Porfirio, llegó sublevado a Veracruz, donde
tuvo una acogida excelente.

por la admiración delirante de todo el pueblo, cayó al


golpe artero del pasado, resentí«H siempre con los
flamantes ideales del porvenir. Era un rebelde, no
un rebelde cercenador de vidas, sino un rebelde pro­
pagador de ideas. Su palabra de verdad, no era de
artista para conmover, sino de sembrador para
. crear. Pasó por la república oomo un Mesías, pre.
dicando la buena nueva de la libertad y de la de­
mocracia y murió al despechado golpe de la reac­
ción. Era un gran bueno oomo Juan Huss y oomo
Cristo, y como ellos, ascendió al suplicio ain ren­
cores ni esperanza de recompensas. Podría estar en­
gañado, pero no sabía engañar. Sus ojos de niño-
genio no mentían nunca; sus manos misericordiosas
jamás temblaban. Nunca se abatía su frente ni des­
mayaba su voluntad. Desdeñaba el remordimiento y
ei odio para practicar el perdón. Soñaba en el bien
y despreciaba el mal. Para él todos los hombres eran
buenos mientras no le demostraban lo contrario. Veis
como un bienaventurado: sin temor ni amargura;
con una confianza ciega en el porvenir y una fe in-
520 BDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

Madero recurrió a Huerta, casi desconocido


entonces, para encargarle de sofocar la rebe­
lión provocada por Orozco. La empresa era di-
fíci|l, pues Orozco tenía cierto prestigio en
México y era uno de los militares que contaba
con más simpatías en su país natal. Sin em­
bargo, el general Huerta logró apagar el mo­
vimiento, y Orozco y los suyos se vieron obli- j
gados a dispersarse y a arrastrar una existen- •
cía lánguida y dificultosa en los Estados del '
Norte. . ■ • • •
¿Por qué el ejército federal estaba descon-

humana para los hombres. Soñaba como los justos,


sentía oamo los misericordiosos, pensaba como los re­
dentores. Era un santo laico. Como a la doncella de
Orleáns un día lo conquistó el soplo divino de una
idea libertaria, y se transformó de hambre en após­
tol oon toda su alma y con toda eu vida. Era un
cerebro con una sola idea: libertad; y un corazón
•con una sola palabra: amor. Se ha dicho en mi pa- '
tria inolvidable y amada que la obra transcendente de
Madero se adelantó a su tiempo. No es verdad; Ma­
dero fué oportuno en su apostolado como fué opor­
tuno en su martirio. México necesitaba después de
un dictador legendario como Porfirio Díaz un idea­
lista coano Madero, que desafiando la tremenda fuer- -
za de los derechos adquiridos y de la costumbre, se
presentara al pueblo, radiante y valiente para seña­
larle el camino de la verdad, del honor y del bien.
¿Qué fué un mal gobernantat Tal vez; los gobernan­
tes no se improvisan oamo los apóstoles. Madero no
nació para ser mandatario sino para ser símbolo; por
eso subió « la gloria en la escala envidiable del mar­
tirio.»
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 521
• . ....................... .................. 1
tonto del presidente MaderoF Los miemos an-
timaderieta» y huertistas no« darán la cantos*
tación. Barzini, según ya vimos, confiesa que
< Madero había conservado contra el ejército
federal la antipatía del revolucionario apostó­
lico». Añadamos el testimonio del conserva­
dor Marfil: «El ejército federal veía en Made­
ro un deseo de prescindir de é!, y eso no se lo
podía tolerar.» La guerra a muerte que Made­
ro declaró al militarismo, y en la que triunfó
Carranza, es la pena capital que el llamado
ejército dé la federación se dictó a sí mismo
con bus vicio», sus venalidades y sus trai­
ciones.
Todo el mundo recuerda en México él estu­
por producido en el público por la noticia de
la rendición del general Reyes, que venía a
consolidar, de una manera inesperada, el pode­
río maderista. Reyes as presentó en un villo­
rrio insignificante a un cabo de rurales. En el
mes de Febrero de 1913 Félix Día« fué sacado
por Reyes de la cárcel en unión de sus compa­
ñeros de revuelta, provocaron todos un levan­
tamiento en los cuerpos de guarnición de la
capital. Murió «1 primero en las puerta» del.
Palacio Nacional; pero el segundo, a la cabe­
za de no pocos eoldados y bastantes alumnos de
les Academias militares, ce posesionó de la Ciu-
dadela, donde se encontraban almacenada» la
artillería y municiones del ejército.
Tremendos debieron ser aquellos días para
8 {522 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

los mexicanos. Fueron diez, por lo que se les


conoce desde entonoes con el nombre de decena
trágica. Y aun las cosas no pasaran de ahí si
en ellos no se hubiera decidido la suerte del
Gobierno. Este se mantuvo tenaz y resuelto
a proseguir la lucha; pero la ciudad se había
convertido en campo de batalla; la población
estaba aterrada y se temía un levantamiento
de parte del pueblo bajo; Félix Díaz, si bien
no tan perfectamente parapetado y pertrecha­
do como se supuso, se hallaba dispuesto a ven­
der cara su vida; las tropas federales, acaudi­
lladas por Huerta, dispuestas a no dejarse im­
poner por loe facciosos; ni Félix Díaz podía
salir y tomar la ofensiva, ni Huerta quería
decidirse a un ataque vigoroso de ofensiva re­
suelta; todos los días se anunciaba la llegada
del general Zapata con sus huestes, peligro
evidente de complicaciones horrorosas... ¿Dón­
de está aquí el apoyo de Norte-América a Ma­
dero, representante del ideal revolucionario?
¿Dónde su intervención en favor de los cons-
titucionalistas? Hubo apoyo, sí; pero fue pre­
cisamente en favor de los del cuartelazo, de los
neoporfiristas, de loe jefes del movimiento re­
volucionario más vigoroso de todos loe que se
efectuaron en contra de Madero. Pública y no­
toria es la intervención fatídica del tristemen­
te célebre Lañe Wilson, embajador de Norte-
América, en los afrentosos acontecimientos de
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 523

la decena trágica. Con horror escribo «1 nombre


de Lañe Wilson.
Da por excusa Barzini en este punto (de co-
. rresponder la responsabilidad histórica de cuan*
to ocurrió entonces en México al embajador
de Norte-América) cosas miuy ocurrentes y do­
nosas. No expresa (como es público y notorio
a todos) que el principal papel, por lo que
respecta ai apoyo dado a lo» extranjeros resi­
dentes y diplomáticos al levantamiento de Fé­
lix Díaz y al golpe de Estado de Huerta, fue
desempeñado por Lañe Wilson. Juzga más lu­
cido y de mejor efecto reducirse a decir que
«viendo a Madero, Lañe W íleon se convirtió
en revolucionario». Reaccionario o contrarre­
volucionario querrá decir; pero de cualquier
modo su aserto es falso de toda falsedad. Lañe
Wilson debe considerarse como el principal
consejero de Félix Díaz y del general Huerta
durante el bombardeo, y él fué, sin duda, uno
de los primeros responsables del golpe de Esta­
do. Por su iniciativa celebraron una entrevista
Félix Díaz y el general Huerta, y en ella con­
vino el primero en deponer su actitud si el se­
gundo se hacía cargo de los poderes. El gene­
ral Blanquet, de acuerdo con Huerta, se apo­
deró del presidente Madero y del vicepresiden­
te Pino Suárez, encerrándoles en el Palacio
Nacional. Ai trasladarlos de prisión, ambos
fueron asesinados. ;
El motín 4fué real o fingido? Caso de seT
524 BDMUNOO GONZÁLBZ-BLANCO

I
fingido, ¿tuvo conocimiento de ello el general
Huerta? Tatas son las insidiosas preguntas que,
vencidos por la fuerza de los hechos, se ha¡n
atrevido a deslizar los enemigos de la revolu­
ción mexicana. Es curioso oir lo que alegan en
este punto. Según Marfil, «la opinión más ge­
neralizada (i¡¡ ) es la de que la revuelta fué
artificiosamente preparada por Mondragón,
sin conocimiento de Huerta» (¡ j j). Dice Ke-
lley en el mismo sentido: «el asesinato de Ma­
dero fuó un acto vil y odioso, en verdad; pero
aún no se ha podido comprobar (¡ ¡ ¡ ) que el
general Huerta tomase parte en semejante cri­
men. Huerta fué elegido, como sucesor de Ma­
dero, de acuerdo con todas las formalidades
' de la ley» (¡j¡). El P. Monjas, sacando la
cuestión de quicio, como acostumbra, se expli­
ca así: «¿ Fué realmente el general Huerta ins­
tigador o causa del crimen que se le imputa? De
los documentos nada se deduce en pro de esta
* afirmación, que han esgrimido como arma
(¡ ¡ J ) aus enemigos, y no falta quien achaque
la desaparición de Madero a dos ministros del
Gabinete de Huerta, movidos por venganzas
políticas» (¡J¡). Pero aún falta escuchar lo
que se atreve a escribir Núñez de Prado, el
menguado historiador de la decena trágica, por
este tenor: «la perversa y tendenciosa frase
(¡ j ¡ ) de -un doble asesinato político es una in-
fame e interesada calumnia, lanzada contra el
general Huerta... La muerte de Madero, una
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 525

ves que es imposible imputar un aoto de felo­


nía a los hombree caballerosos que el Gobierno
de Huerta integran, constituyó simplemente un
autojutticia» (¡ ¡ ¡).
Indignación causa que hombres tan apasio­
nados como indocumentados osen hablar de
esta manera, cuando hasta el diplomático, enér­
gico y discreto, que salvó, no pudiendo salvar
a Madero, a sus familiares, llegaron en núme­
ro incontable las denuncias que señalaban al
autor del crimen nefando, precisaban los deta­
lles y acusaban a los cómplices. «El asesinato
de Madero y Pino Suárez (escribe Cabrera) fué
un crimen de carácter puramente político, y
se discutió y aprobó por el general Huerta y
su Gabinete como el medio más expeditivo de
remover todos los obstáculos posibles para la
marcha y el éxito de la nueva administración.
Huerta creyó que haciendo desaparecer a Ma­
dero y Pino Suárez quedaría prácticamente sin
enemigos. ¡ Grave equivocación! Madero y Pino
Suárez no eran los únicos obstáculo* con que
la nueva administración iba a tropezar.! Efec­
tivamente: allá en el Norte, un hombre cons­
ciente de sug derechos de ciudadano, represen­
tante legal del poder ejecutivo de un Estado,
de acuerdo con el poder legislador del mismo,
desconoció inmediatamente el Gobierno> del
usurpador • invitó a los otros funcionarios de
vu categoría y a los miembros todos de 1* na-,
ción a oumplir con. su deber< Esto gobernador
526 EDMUNDO GONzAr.FZ1-DT.ANCO

era Carranza, primer jefe del ejército oonsti-


tucionalista y hoy presidente de la república.
A primera vista la revolución mexicana pa­
rece brutal, y no falta quien, sin conocimien­
to de causa, la tilde de injusta. No por ello
es menos verdad que en el fondo se une (sin
precisamente idenFificarse) con la misma re­
volución iniciada en 1910 por lindero, y que
habiendo sido detenida en 1911, en virtud de
loe tratados de Ciudad Juárez y la elección
de Madero, continúa ahora y entra en comple­
ta actividad, aumentada a causa de las terri­
bles circunstancias que rodearon la caída de
aquél. Y como se ha demostrado que en la re­
volución de 1910 no tomaron los Estados Uni­
dos parte alguna, ipso facto se demuestra con­
tra Barzini que tampoco la han tomado ni tie­
nen' para qué tomarla en ésta, que no es más
que una continuación de la otra. Completemos
ahora nuestra crítica por un examen más dete-
nidb de las figuras que hemos visto agru par­
das en torno a la contrarrevolución de Huerta.

§ 3. HUERTA Y SUS ADLÁTERK8

La obra de represión y depravación llevada


a cabo por Huerta y Félix Díaz y por toda la
camarilla de afeminados cortesanos que les ro­
deaba, constituye una serie tal de crímenes,
atropellos y salvajismos, que no se concibe pu­
diese pasar por la mente de los Estados euro­
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 527

peos el reconocimiento del gobierno de repúbli­


ca mexicana- Vivimos en una época en que la
paz de cada una de las naciones que constitu­
yen la humanidad civilizada no puede basa-
mentarse en el militarismo, sino en la igual­
dad, en la justicia y en la ley. Ahora bien:
Huerta no era el representante del poder legal
en México; su encumbramiento lo debió a la
traición y ai asesinato.
El primer acto en que se desarrolló la expo­
sición de la tragedia que costó a Madero la
vida, cuenta con varios personajes muy intere­
santes y a cuyas hazañas ya me he referido
anteriormente: el abotagado Huerta, el bota-
rafe Félix Díaz, el alcohólico Lañe Wilson,
el tartarinesco De la Barra, el escurridizo se­
nador Obregón, el irresponsable general Blan­
queé. Físicamente, el protagonista es un hom­
bre tortuoso, en cuyos ojos turbios relampa­
guea la mirada de loe criminales natos, soldado
de traiciones, pensamiento de encrucijada, co­
razón de prostíbulo. El célebre poeta Santos
Ohocano hace de él el retrato siguiente: «Huer­
ta aparece corno un personaje escapado de una
tragedia de Shakespeare, que se pasea risueño
en su decrepitud de pantera desdentada por el
jardín de los suplicios, gozándose en escuchar .
las lamentaciones de un coro esquilano de viu­
das y huérfanos. Este monstruo de mirada si­
niestra y manos temblorosas ha venido a enri­
quecer la fauna do las bestias humanas de Zola;
528 EDMUNDO OOKZÁLSZ-BLANOO

ha «ido caipaB de vivir un oapítulo de la nove­


la de Nerón, pero un nuevo capítulo, porque
Nerón no acostumbraba a conciliar él sue­
ño «obre loa lechos de sus víctimas, y Huer­
ta se ha proporcionado la voluptuosidad de
dormir tranquilo en el mismo lecho en que
hizo apuñalar una noche al infeliz Madero. >
El general Huerta es mestizo (1). Nada he
podido averiguar con satisfactoria certeza to­
cante a loe primeros infantiles años de este
monstruo, aunque es presumible que corrie­
ran como los de cualquier otro rapazuelo de
su clase. Mas por modo fidedigno me consta
que cuando los pubescentes efluvios de la ado­
lescencia se espaciaban por el tercer lustro de
su vida, y Huerta no había recibido más en­
señanza que la que puede adquirirse con un
maestro rural, acertó a pasar por el pueblo don-

(1) «Raza de huichol, semisalvaje y carnicero;


ebrio consuetudinario, pérfido y quizá fanático, de
energía« sobreexcitada« hasta transformar la audacia
en demencia, carente de toda virtud privada, punto
de convergencia de todos los intereses reaccionarios,
secuestrador de honras y putrefactor de la justicia,
proeecutor de la política porfiriana, que ha oreado
el actual cataclismo; «u séquito m de banquero« la­
drones, de ministros borrachos y prostituidos, de
magistrado* venales, de aristócratas que llevan por
librea de lacayo las águilas de loe generales, de clé­
rigos intrigantes y de extranjeros perniciosos; sus
brazos chorrean sangre do hermanos.» (Boletín de
Veractué, Julio 1816)1
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓN DE MÉJICO 529

do habitaba una columna del ejército. El ge­


neral que la mandaba necesitó un indio que
supiese leer y escribir, y ee le presentó Huerta.
Elevóle a México el general, y por gracia es­
pecial del presidente Juárez, fué admitido en
la escuela militar como cadete (1). Termina­
dos sus estudios, entró en el ejército desde la
administración Porfirio Díaz; permaneció en
él durante el Gobierno interino De la Barra, y
estuvo después a las órdenes inmediatas de
Madero. Nunca le distinguió mucho Porfirio

(1) «La historia y las aventuras de su vida nada


tienen de extraordinario, aunque mucho de explica­
tivo. Hizo sus estudios en el Colegio Militar de la
ciudad de México, por la protección del general Do­
nato Guerra; no se distinguió allí ni por inteligencia,
ni por «dedicación, sino por acto* de sagacidad y de
maña, que le valieron el sobrenombre del Gayóte.
Desde temprano, y tal vez por predisposición here­
ditaria, fué alcohólico inveterado, y en el cuartel su
vida y sus ocupaciones rebasaron toda vulgaridad;
máa tarde, queriéndose distinguir, desempeñó una
misión delicada de la Secretaría de Guerra, dando
pruebas oon esto de su carácter, de resistencia y de
> crueldad; se trataba de hacer una marcha rápida en
la campaña de Yucatán, y él llevó a sus fuerzas a
marchas duramente forzadas, y para imponer la dis­
ciplina de aquel tremendo sacrificio recorría de ex­
tremo a extremo su columna, revólver en la diestra,
para sacrificar con propia mano al infeliz soldado a
quien rendía el cansancio; diezmó la columna, pero
llegó puntualmente al lugar de los acontecimientos..
(Puente, La Voz de Sonora de. 13 de Diciembre
de 1913)». ' ’ • ■ '• , ; ' ’ •
' t

34.»—T rao L
530 KDMITNDO aONZÁLBZ-BTJtNCO

Díaz (1), mientras que de Madero recibió mer­


cedes sinnúmero.
Leamos lo quie Barzini en su estudio dice
del deforme tragediante, y que en lo sustan­
cial coincide con lo expuesto por el célebre po)e-
ta Santos Choeano en su discurso que repro­
dujo el periódico de Chihuahua Vida Nueva en
su número de 8 de Abril de 1914. «Hombre
de energía indomable (léase ferocidad inaudi­
ta) y despiadado, inhábil como político, des­
preocupado, obstinado, violento, p|s<ro inteli­
gente, fuerte, de gran autoridad y un gran
prestigio, audaz, sagaz, el general Huerta era
la única persona que podía asumir el poder/,
con la esperanza de pacificar a México ( !!!).
En este país, en períodos de desorden, cuando
ee dilata el fanatismo y la embriaguez de la
sangre y del mando, para pacificar es menes­
ter aterrar y aterrorizar. El general Huerta no
titubeó en valerse de todos los medios.»

(1) «Porfirio Días siempre le postergó, quizá por


repulsión instintiva o por rivalidad... Alguien que
ha estado muy cerca de él ha notado loa rasgos ca­
racterísticos del indio: orgullo de raza, intrepidez ante
el peligro y también, ¡«y!, astucia, trapacería y cruel,
dad... Con los prisioneros de guerra ha cometido atro­
cidades de todo orden... No hay motivo de admira­
ción, en lo tocante a su impotencia contra los insur­
gentes, si se piensa que Huerta apenas ha tenido
ocasión de ¿prender su oficio de general y que rara
vez ha ««mandado fuerzas militares :mportantes.»
(Morcier, L’Iluitration de 22 de Noviembre dé 1913).
. CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN t>H MITICO 531

Tal fué la carecterística del presidente Huer­


ta. Ahora veamos quiénes fueron sus auxilia­
res. Después de venlo, nos explicaren«» con
cuánta razón los constitución alistas quieren
desbaratar toda la pesada obra de treinta y cin­
co añoa de tiranía, de obscuridad y de estanca­
miento, cuyos mejores brotes han sido la figu­
ra inocua y malvada de Félix Díaz y la en­
sangrentada y patibularia de Huerta.
Félix Díaz perdió rápidamente la falsa po­
pularidad que adquirió con el cuartelazo de la
Ciudadela; y esto es tan cierto, que aun el
conciliador y gubemamentalista Flores Magón,
en carta dirigida a'l ex diputado mexicano Pes-
queira, pidiéndole que interviniese cerca, de
Carranza y los demás jefes del Norte (18 le
.Junio de 1913), confesó que el sobrino de Por- .
firio nunca llegaría a ser presidente de la re­
pública por voto nacional. ÉS imposible expre­
sar con más crudeza el desprecio que loe in-
teljeictuales americanos manifiestan hacia Fé­
lix Díaz, de lo que hace el célebre poeta San­
tos Ohocano en estas palabras: «La mentecatez,
.que e3 siempre audaz como la ignorancia, guió
los pasos del anodino brigadier, quien a título
de sobrino de Porfirio se creyó ungido por los
hados para continuar la dinastía; enganó a la
juventud que estudiaba en el plantel de aspi­
rantes militares, y dlespuée de ver en sus ma­
nos, como otra vez en Veracruz, al crimen de­
fraudado por la imbecilidad, prestóse a hacer
532 EDMUNDO (JONZÁLKZ-BLAfCO

un papel secundario y ramplón, con el que pa- ,


sará a la historia en la actitud ridicula de un
modesto corruptor de menores.*
Hombre extraordinario que en lo futuro irá
creciendo aun más allá del crimen, Huerta
tuvo, para explotar la, estulticia de Félix Díaz,
un cómplice admirable en un diplomático de
cantinas: el embajador Lañe Wilson. Este per­
sonaje es un carácter atrabiliario. Vive con el
juicio hipotecado al alcohol. Su diplomacia
muestra ser merecedora de un grillete. Espí­
ritu inferior, acreedor al presidio por malvado,
ha perdido su dignidad como quien pierde un
pañuelo. Cuando Madero estaba en la prisión,
le llamó loco delante de su esposa acongojada,
y hasta pretendió acariciar ej rostro de ésta
con mano de beodo. Digno de ser degradado
por fullero, nadie como él para beber con Huer­
ta en la misma copa y pensar en el mismo cri­
men, Lañe Wilson mantiene su conciencia ven- .
dida al dinero. Entre los personajes de la ho­
rrible tragedia le corresponde en justicia el se­
gundo lugar.
La debilidad tortuosa de De la Barra contras­
ta con la franqueza brutal de Lañe Wilson. De
la Barra es jesuítico y vacilante. Alma trans­
parente en sus cortesías, pero impenetrable en
sus propósitos, vésele la intención a través de
la miel de su eterna sonrisa; pero nada a tra­
vés de su pensamiento retrógrado. Es un hom­
bre apacible, arzobispal, que subraya sus salu-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 533

doe y entrecoma sus gestos. Se le ha llamado


con justicia «especie de Tartarín diplomático
que se ha tragado la rana de la fábula.)
De este tipo anodino supo sacar partido para,
sus fines el senador Obregón, político intelec-
. tual, hábil, astuto. Fue De la Barra la mano
que ejecuta y Obregón el pensamiento que con­
cibe. De la Barra sirvió a Obregón de admira­
ble instrumento para urdir la tela de la con­
trarrevolución. Personalidad inteligente y fina,
cuya sutileza hubiera encantado a Richelieu,
davó Obregón el primer puñal de la traición
en el pecho de la patria, sirviéndose de De la
Barra, personalidad superficial e insignifican­
te, de esas siempre expeditas para que le escri­
ban una imbecilidad en la frente o una infa­
mia en el corazón. '
Entre estos caracteres maquiavélicos o peli- -
- grosos y estos espíritus dúctiles o conven­
cidos, había, sin embargo, un varón a la vez
escéptico y feroz : el general Blanquet. Se
apellida en realidad Blanquete, pero prefirien­
do la monstruosidad al ridículo, se firma ha­
bitualmente Blanquet, amputándose una letra
y renegando de su casta. Blanquet es un hom­
bre que æ ha guardado muy bien siempre de
creer en nada ni en nadie; sirvfe a quien le
paga, y asunto concluido. Sentenciando conmi­
go, dice el célebre poeta Santos Chocano,que
Huerta es 1? orden y Blanquet su realización.
Blanquet ee a modo de un irresponsable lom-
534 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

broeiano, es su calidad de cosa humana: igual


le da hacer de bala de soldado que de hacha
de verdugo. En su mocedad fué el sargento
que dió el tiro de gracia a Maximiliano; en su
senectud es el pretoriano que arranca la banda
presidencial a Madero. Tanto le da servir a
Juárez como a Porfirio, a Madero como a Huer­
ta; tiene la amoralidad de la inconsciencia
pura: lo mismo ultima a la intervención que
asesina a la libertad. Pistola en mano, con dos-
cientos subordinados a la espalda, avanza ha­
cia Madero, y le dice: ¡Preso! Entonces, como
de costumbre, la sonrisa de la satisfacción abre
el estuche de su expresiva dentadura de jabalí.
Tales son los homúnculos (que no hombres)
que empezaron a deslizar en los oídos de Huer­
ta palabras de ambición personal, hasta lograr
convencerle de que era el mas prominente de
„ los representantes del ejército. Cuando en Fe­
brero de 1913 Félix Díaz capturó la Ciudade-
la, Huerta fué nombrado comandante militar
de la plaza', en sustitución del general Villar
(que estaba herido), y habiendo recibido toda
la confianza de Madero, le traicionó, de acuer­
do con sus cómplices. Lañe Wilson puso en
inteligencia a Huerta con Félix Díaz y en jue­
go muchas influencias de senadores: bautizó con
champaña el pacto de la Cindadela; se aprove­
chó de la presión ejercida por los residentes
extranjeros, y todo ello sirvió de exbujsa a
Huerta para intentar su golpe de Estado. '
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 535

Huerta no traicionó corriendo el riesgo de la


empresa. No mató frente a frente, como el
ebrio Malgarejo al torpe Belzu en las regiones
andinas. La traición la llevó a cabo echando
por delante a un subalterno, que obedeció y
perdió la vida en la odiosa jornada. El orden
constitucional quedó interrumpido. Un pelo­
tón de soldados hizo fuego en el recinto del
Consejo de Ministros, a un grupo de hombres
desprevenidos y desarmados. Presos ya el pre­
sidente Madero y sus secretarios, apareció
Huerta, y los contó uno a uno, señalándoles ,
con la mano. Al concluir, dió un viva a la n*
pública con voz aguardentosa. Un redactor anó­
nimo del Heraldo de Cuba (número de 14 de
Diciembre de 1913) recordó, con tal motivo,
que el presidente Melgarejo, borracho, se le
ocurría montar en su brioso Holoferneg, famo­
so en la historia, envolverse en su capa colo­
rada, lucir las plumas del tricornio y formar
el ejército para ir, a marchas forzada» desde
Solivia, en ayuda de nuestros hermanos loe
franceses, que pelean contra los prusianos.
Huerta, borracho, mandó matar a sus enemi- .
gos, a sus partidarios, a sus mismos amigos.
Volvió en sí y siguió matando. «¡Ahora leñe­
mos un’ Gobierno fuerte!», exclamaban lc|s
que, alabando a Porfirio Díaz, inventaron que ■
el régimen de Huerta era la restauración del
régimen del soldado de Tecoac. Fríamente el
monstruo preparó la emboscada y en ella pera-
536 KDMUMDO GONZÁLHZ-BLANOO

cieron Madero y Pino Suárez. El pueblo, al día


siguiente de sepultados ambos mártires, acu­
dió a las dos tumbas y las cubrió de flores. So­
bre la del apóstol encontraron las tropas escri­
tas estas palabras en la cinta de una corona de
rosas y siemprevivas: «¡ Señor, loe desventura­
dos no podemos ofrendarte sino nuestras lágri­
mas !» Entonces un calofrío de estupor y de an­
gustia recorrió el país; la regresión a loe tiem­
pos del cuartelazo y el desmoronamiento de la
obra revolucionaria de un modo tan brusco,
llevaron el espanto a los ánimos, y la incipien­
te y espantable dictadura de Huerta se hubiera
eternizado y agudizado como la dé Porfirio
Díaz, si a ella no hubiese respondido implaca­
ble, severo, majestuoso y avasallador el movi­
miento vindicativo y libertario de los hom­
bres del Norte, a quienes siguió la república
entera.

§ 4. COMPLICACIONES
TRAÍDAS POR LA CONTRARREVOLUCIÓN

Hay que aceptar muchos juicios de Barzini,


sólo que interpretándolos al revés. Lo que dice
de Huerta como hombre, como militar y como
contrarrevolucionario, ee la verdad misma.
Huerta no es, ni con mucho, un hombre vul­
gar, sino, al contrario, un entendimiento su­
perior... para la maldad y la intriga. No cabe
enjuiciar a Huerta con criterio de civilizado;
pero asombra terle tan atinado en cuanto con
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 537

la maldad y la intriga se relaciona. El 18 de


febrero de 1913 envió desde la capital de la
República a loe gobernadores y jefes militares
de los Estados un telegrama que decía: «Au­
torizado por el Senado he asumido el Poder
Ejecutivo, estando presos el presidente y su
Gabinete.» ¡ Lacónico lenguaje el del crimen,
pero también lenguaje imprudente después de
ocho días de farsa trágica transcurridos en el
corazón de la metrópoli I
A raíz 'de loe hechos narrados antee, se veri­
ficaba una mutación en el escenario rebelde,.
cambiándose por bandera de paz la del revolu­
cionario Orozco, paradigma de traidores, que
se había vuelto contra Madero, porque éste, a
lo que parece, se negaba a satisfacerle ciertas
exigencias crematísticas. Después que el pre­
sidente Madero y el vicepresidente Pino Sué-
rez fueron arrestado®, se les obligó a presen­
tar su renuncia. De acuerdo con los preceptos
de la Constitución mexicana, Lascurain, se­
cretario de Relaciones exteriores, se hizo car­
go del Poder Ejecutivo, pero sólo por algunos
minutos, tiempo bastante para nombrar a
Huerta secretario de la Gobernación y para
presentar él mismo la renuncia.
En virtud de esta renuncia Huerta debía en­
cargarse inmediatamente de la presidencia. El
Congreso mexicano, obligado por la violencia
y creyendo salvar la vida de Madero y Pino
Suárez, aceptó sus renuncias y apoyó el acce-
538 EDMUNDO GONZÁLHZ-BLANCO

so de Huerta a la presidencia interina de la


República. Tal fué el último acto de esta es­
pantosa tragicomedia, que ee prevalió de una
renuncia arrancada por medio de las bayone­
tas, de un documento que no tiene valor ju­
rídico, porque éste lo da la voluntad. Los la­
tinos decían que en caso de violencia había
voluntad, pero voluntad coartada («coarta vo­
luntas, sed volunta®»), y que el acto realizado
en tales condiciones sólo podía perfeccionarse
por una ratificación espontánea y libre. ¿Aca­
so Madero tuvo ocasión de hacer una ratifica­
ción espontánea y libre de su renunciaP No...
Pues, sin embargo, sobre esta magna ilegali­
dad se asentó luego un armatoste de legalidad
imposible.
Consumada la obra inicua, la cuestión era
decidir quién había de dominar, el presidente
o el Parlamento; nadie sospechaba que había
otro soberano: la nación. La nación otorga a
loa buenos patriotas loa medios para destruir
las combinaciones más hábiles sin trabajo v
sin más que oponer el contraste de su sencillez
e integridad a los más pérfidos manejos. La
nación mexicana otorgó- estos medios a los
maderistas cuando loe bárbaros trastrocaron
el régimen constitucional. El ex diputado me­
xicano Cabrera, eminente sooiólogo, con ser
maderista en sumo grado, lisamente declara
la flaqueza primitiva de recursos material««
del elemento revolucionario, y tampoco oculta
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 539

lo incierto y difícil de su posición durante el


Gobierno de Madero, pues aunque se suponía
que ejercía «obre éste una gran influencia po­
lítica, prácticamente no ejercía influencia al­
guna. El Gobierno de Madero estaba, en efec­
to, casi completamente dominado por la parte
conservadora del Gabinete. Pero muerto Ma­
dero, la posición del elemento revolucionario
se hizo clara. Durante su vida, por razones de
lealtad y la esperanza de un cambio, nunca
tomaron una actitud agresiva; pero una vez
muerto el presidente y no teniendo nada que
esperar de Huerta, no vieron dificultad en te-
novar la lucha. Carranza no titubeó un mo­
mento en levantar la bandera de «restauración
del orden constitucional!. Reunió a muy po­
cas de sus amigos y un grupo de esforzados
compañeros, y con ellos y 50 hombres de un
cuerpo de seguridad pública, asumió la res­
ponsabilidad de una guerra civil formidable
e incierta y se aprestó a incoar la más transcen­
dental revolución que hayan provocado en
México loe ideales de libertad.
Un escritor mexicano, Travesí, se ha ocu­
pado muy recientemente de esta segunda re­
vuelta. En su libro sobre La revolución de
México y el imperialismo yanqui, pregunta si
dicha revuelta era la natural consecuencia de
lo sucedido, y responde resueltamente que sí
y que debía esperarse, añadiendo que, en cam­
bio, en la rendición de Orozco, por buena y
1 540 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO

ventajosa que fuera para el Gobierno nuevo,


existía un notabe detalle de orden moral que
la hacía, repugnante y la figura de Orozco an­
tipática: la mucha exigencia que tuvo para
que Madero cumpliera bus ofrecimientos de­
rrocando el porfirismo, que fué lo que lanzó a
desconocer su propia obra para llegar al fin a
inclinarse ante la reacción, renegando de sus
principios. Y resultó muy extraño que, soñán­
dose un Giuzmán, intentara someter a Zapata
con la presencia de su padre en calidad de emi­
sario de paz. Orozco, padre, encontró la muer­
te en su misión pacifista, siendo fusilado por
los descontentos revolucionarios del Sur.
Donde no «e pierde de vista el asunto, no
hay digresión. Séase, pues, permitido detener
un momento la atención de los lectores en lA
diferencia de Madero y Carranza en orden a
la revolución y a su legalidad. Madero fuá un
revolucionario, porque siendo un simple ciu­
dadano tomó las armas contra el poder que se
había constituido, aunque de una manera ile­
gal: la ilegalidad del combatido no quitaba
lo revolucionario al combatiente. Carranza,
en 1913, no fué un revolucionario, porque al
lanzar su grito de guerra contra loa detenia-
doree del Poder cumplió simplemente con el
pacto constitucional: no olvidemos que gober­
naba el Estado de Cohahuila. Ugarte escribió
en El Progreso d<e Laredo (Texas) de 29 de
Julio de 1913 un artículo con el extenso ró­
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DR MÉUIOO 541

tula de «El gobernador Carranza es el único


representante del Poder legal y no le son apli­
cables las leyes de la neutralidad», y en él de­
muestra que mientras los antirreeleccionistas
de 1910, empujados a la violencia por una
fuerza moral, pudieron haberse abstenido sin
ser panados, o haber esperado la muerte de
Porfirio Díaz, o bien el resultado de elecciones /
futuras, a reserva de seguir invadiendo el te­
rreno de las conciencias, la actitud bélica de
Carranza no admitía, demora. México es un
país federal, y eata forma gubernamental no
separa a loe Estados más que en lo administra­
tivo, pero los liga estrechamente • en materia
política exterior y contra la rebeldía interna
para defender ed pacto constitucional. Y así,
como en el caso de una guerra extranjera, di­
chos Estados libres forman una sola fuerza,
con una sola aspiración nacional o patriótica,
en casos de tumultos anárquicos y desapare­
cido el Poder central, que es el de unificación,
cualquiera de las entidades federativas/ eetá
obligada a hacer respetar la Constitución, de
la misma manera que muerto el abanderado
en un combate toca a cualquiera de loe molda­
dos recoger la bandera caída. No hay ley ex­
presa que obligue a un simple ciudadano a
tomar armas contra un poder ilegal, pero hay
mandato legal que obliga a los Estados fede­
rados a defender el pacto constitutivo. El ar­
tículo 127 constitucional federal ordena que la
542 EDMUKDO GONZÁLHZ-BLANCO

Constitución de 1857 sea «la suprema ley de


la nación», es decir, enea, para los Estados,
la obligación de ver en ese Código el mandato
supremo; y los artículos 39 y 40 determinan
cuál es la única fuente de donde debe emanar
el poder: la elección popular, puesto que «es
voluntad del pueblo mexicano constituirse e¡n
una república representativa, democrática»,
etcétera. Carranza, pues, como gobernador del
Estado de Cohahuila, al observar que el Po­
der Ejecutivo de la nación no emanaba de la
fuente electiva, que es la constitucional, es­
taba obligado, constitucionalmente, a desco­
nocer ese falso poder, que ponía en grave ries­
go a las instituciones, y a reanudar la vida po­
lítica nacional. Y si se le reconocen los atri-
< butos del poder, ¿cómo es posible negarle la
personalidad representativa del poder mismo?

§ 5. LA CAÍDA DE HUERTA
I
, «¿Cuándo se irá ese hombreP...» «Tal era
(dice Julio Sexto) la pregunta que se hacían
unos a otros los metropolitanos, día a día.
viendo que el Gobierno se derrumbaba, vien­
do que las incongruencias oficiales y los éxi­
tos revolucionarios se desquiciaban sobre los
hombros de aquel hombre, viendo que el tin­
glado se venía abajo, el tinglado, el andamia­
je, la acumulación de sucesos antitéticos que
.formaban un verdadero tinglado, una traba-
«
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 543

ton ¿Le materias imaginada« que 3© desploma­


ban... Dicen que no se va... Así dicen todos.
Así han afirmado, enfáticamente, todos loe
muñecos de la historia, cuando se han visto
en el plano indinado de la decadencia, de la
caída; pero ya conocemos esas gallardías fal­
sas: representan el canto del cisne... El hom­
bre se irá... Tiene que irse: «al chaleco»... Y
nada. Se iban sus amigos, se iban sus colabo­
radores; pero el hombre no se iba. Paseaba
tranquilo por la9 aveniclas céntricas; acudía
al Café Colón, y al «Globo» a tomar la copa;
seguía presidiendo Consejos de ministros en
los bar»; pero no se iba. La gente estaba
cansada de verio como a un equilibrista en el
alambro. La gente recordaba con fastidio aque-.
lias pueriles manifestaciones contra loe ame- ,
ricanos, que desaparecieron como ai les hubie­
ran echado cubetas de agua a los manifestan­
tes desde las azoteas; aquella falsa noticia de
la voladura del Cario» V, camelo burdo que
sólo pudo ocurrirles a los desesperados; aque­
llas conferencias de Niágara Palla... La gente
contemplaba aquel mar de khaki visto en las
calles, en las oficinas, donde todo el mundo
había sido militarizado... ¡Qué tonterías co­
meten los hombres próximos a caer! Resuel­
tamente, evidentemente), el plano inclinado
ofusca; los hombres que desde la altura ven
el abismo que lee espera, deliran, sueñan con
que se van a agarrar de las nubes para no caer;
544 BDMUNBO GONZÁLEZ-BLANOO ’

son alucinados por metáforas que los traicio­


nan ; niegan las leyes de la gravitación; van
cortra ellas; ee aterran ante el adagio mexi­
cano, tan profundo como el abismo: De la su­
bida más alta... la caída más • lastimosa...
Aquel Gobierno de hierro, que presidía un in­
dio de hierro, se tambaleaba, caía. Todos aque­
llo« cánones, y aquellos cargamentos de par­
que, y aquellos millares de millares de fusiles,
habían sido nulos; todos aquellos generales, y
aquellas legiones de oficialidad, y aquellos mi­
les de miles de soldados, habían fracasado, ha­
bían huido, habían muerto; los kepis y los
chacos, a lo largo de les vías férreas, eran
el rastro de aquel poderío de la demencia. Hie­
rro, pólvora, galones, arreos, masas de trenes,
masas de hombres, masas de caballos, monta-
fias de municiones, almacenes de explosivos...
¡Mentira que eso fuese la fuerza: había una
idea que podía más: la idea revolucionaria,
que se había metido ya en la medula nacional I
Las tristes campanas de la derrota tocaban a
fuga. El Sol, en graciosos entrefilets, chotea*
ba a los quq se iban, haciendo admirables
chistes con loe apellidos de los fugitivos. El
público daba por consumada la caída. Ya na­
die creía en las bravatas, ni en las declaracio­
nes oficiales más serias, ni en el' indio vende­
dor de huevos de las caricaturas... Sufría la
gente un conjunto de calamidades: loe bille­
te® emitidos a fortiori, Ja carestía de la vida,
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DB MÄJ1OO 545

la odiosa obligación de llevar uniforme, la mi­


seria, el hambre..., la desesperación de la im­
paciencia. ¡Qué días aquello»! ¡Parece men­
tira que un solo hombre sea capaz de hacer
tanto daño a una comunidad de 15.000.000 de
aeras! Algunos, al reflexionar y al discutir,
decían: «Convenido que un hombre, por amor
propio, o por patriotismo, o por error, o por
lo que ee quiera, extreme las medidas, pero
no hasta hacer tanto daño a los individuos,
hasta arruinarse el comercio, hasta paralizar
la minería, hasta encarecer la vida, hasta ator­
mentarnos a todos, hasta llevar al país a la
más aguda de las crisis qup se recuerdan...
De Torreón siguió Zacatecas..,, de Zacatecas
siguió Guadalajara..., el fuego andaba oer-
ca..., la lumbre llegaba a líos aparejos... Pues
no te iba. Todo el mundo tenía menos mie­
do que él... ¡Qué valor infunde el cognac!,
pensaba la generalidad de los mexicanos. El
mismo cognac, tal vez, determinó un día él
gran hecho.' A las puertas de El Imparcial
Sé detuvo el popular automóvil presidencial,
retemblando. En la redacción de El Invpar-
cial se produjo una confusión cómicodramá-
tica, cuando una telefonista entró a avisar:
¡El señor presidente!... ¡Jeeús!... ¡El se-
ñoooor preeesideeeente!... ¿Qué pasaP Un re­
dactor.) ¡El señor presidente..,, que bajen...,
que baje un redactor!.«•.. ¡Jesús!... ¿Quién
sabe qué pasará P... Todos palidecieron. La
**•—Tomo L
546 BDMÜND0 QONZÁLBZ-BLANCO

oosa no era para menos. Bleriot, que había


regresado de la campaña, y que se encontraba
en El Imparcial conferenciando con un re*
porter pare hacer el intercambio de noticias,
asomó al hall, y desde allí vió, escalera aba­
jo, a todos los empleados del periódico asidos
del pasamano, unos en un escalón más abajo,
otros en un escalón más arriba, todos mudos,
todos indecisos..., y Bleriot vió al ' mismo
tiempo, en la calle de San Diego, junto a la
puerta principal del edificio, el automóvil sin
ángulos rectos, y dentro de él, a la derecha,
en el asiento posterior, acompañado de algu-
.. nos oficiales y del gobernador dal distrito, al
señor presidente, que fumaba un cigarrillo
blanco y lanzaba el humo con indiferencia, con
tranquilidad. ¡Eso son calzones..., eso son
hombres..., bien haya!, dijo la telefonista
viendo tan tranquilo a aquel indio a quien el
. mundo se le venía encima. Un repórter de
El Imparcial bajó por la bruñida escalera
de encino y se puso a las órdenes del eeñor pre­
sidente, al mismo tiempo que se abría la por­
tezuela del auto y se apeaba el gobernador del
distrito. Que preparen las máquinas para una
extra, dijo el señor presidente. Muy bien, se­
ñor, respondió el repórter. ¿No está el direc­
tor P, preguntó el señor presidente. Se le res­
pondió que no. Bueno; pues en sus manos pon*
go este importante documento, dijo el señor
presidente al repórter. El periodista recibió,
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 547

temblando, aquel importante documento, que


petaba mucho. ¡Era la renuncia!... ¡Por fin!,
dijeron todos loe que presenciaron aquel acto.
El automóvil siguió allí retemblando, y el se­
ñor presidente siguió fumando cigarrillos blan­
cos y lanzando el humo con indiferencia. La
gente se fué juntando, ei espíritu público per­
cibía el acto histórico, laa caras tenían un sello
de curiosidad, de pasmo, de satisfacción, de
recelo, un sello a varias tintas. El reportar,
antes de entregar a los linotipistas el original
de la renuncia, lo analizó: eran dos hojas de
papel, una más chica que otra, y estaban es­
critas con pluma fuente, al parecer en un resr
tgurant. . El repórter, después de asegurar
para sí la propiedad del autógrafo, lo dió a la
imprenta. El automóvil' del eeñor presidente
partió para siempre. Algunos curiosos 1q si­
guieron con la mirada, hasta que dejaron de
percibir, al final de la calle, a través de los .
vidrios, el sombrero Morrongo, aquel som­
brero tan visto a través de los cristales del
automóvil y que ya no se vería más.»
Vino Huerta a España. ¿ Qué efecto produ­
jo a los periodistas P ¿Destruyó con una bue­
na impresión el' mal juicio que de él habíamos
formado por la Prensa ? En este interesante
particular, Montero no tuvo duda», no tuvo
vacilaciones. Oigamos Id que escribió en su
crónica sobre El dictador errante (publica­
da en Mundo Gráfico de 9 de Septiembre
548 EDMUNDO GONZÁDEZ-BLANOO

de 1914): «Huerta ha pasado por. Santander


rápidamente, fugazmente,! como un relámpa­
go. Desembarcó del buque inglés que lo trajo
al puerto una mañana gris, a presencia de tres
o cuatro marineros y algunos dignos descen­
dientes de Surbia, Cafetera y otros tales que
dieron con sus huesos en galeras. Y nadie le
hizo oaso. Por la .tarde ha hablado con los pe­
riodistas, que no querían desaprovechar la
ocasión de consultarle sobre la guerra europea
y la actual situación de México, Los periodis­
tas decían: Jerjes, Aníbal, Gonzalo de Córdo­
ba, el duque de Alba, Napoleón, Moltke y
Guillermo II, son una línea recta que va a pa­
rar a Huerta necesariamente. Hay que oirle
sus opiniones sobre estas sacudidas de Europa,
admirar sus zarpazos de león, sorprender sus
miradas de águila... Oyeron, efectivamente,
que a poco de desembarcar compró un cesto
de sardinas; que pensaba recorrer la Alham­
bra y la Córdoba, y acabará visitando Gui­
púzcoa, donde nació un agüelo de la seño­
ra. Y, además, uno tuvo que retirarse, ofen­
dido en sus sentimientos, y otro hubo de lla­
mar la atención del general azteca por cierta
palabreja despectiva que pronunció repetida­
mente contra loe españoles. Después de esto,
claro está, los periodistas, un poco asombra­
dos, dudaban entre si indignarse o echarlo a
broma. Y cayeron en la cuenta de que Huer­
ta no merecía indignación. Era mejor reirse.
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DR MEJICO 549

Que nos devuelvan pi dinero, decían. Este


hombre no es de tierra .caliente; ea de la Si­
beria. Yo vi también al general Huerta, cuya
vida de atrocidades le ha condenado a vagar
sin rumbo. Paseaba el dictador a grandee pa­
sos por la terraza del hotel, pomo agitado por
una idea que le dañase el cerebro y el corazón.
Yo no oreo que fuera la conciencia. Pero, en
fin, se agitaba, ee revolvía como un lobo en­
jaulado. El general tiene la cara dura, sin una
línea delicada y flexible; la tez bronceada; el
bigote recio y cerdoso y la mirada jaspeada de
rojo, como ai reflejara charco« de sangre. Di­
ríase que está mirando constantemente a los
cuadros de horror que eu mano trazó en la tie­
rra mexicana. No tiene la altivez del caudillo,
ni la marcialidad del soldado, ni la finura del
diplomático (1). Con aquellos calzones en que
iban metidas sus piernas, y aquel fachoso som-

(1) «Huerta e« feo, pero oon una fealdad rara y


cruel, no la tosca y dura de las razas primitivas, oer-
canas al antropoide, por más que muoho ooncuerda
oon loa rasgos de las fisonomías aborígenes y ordina­
rias de nuestros indios tárateos o huicholes, sino una
fealdad impresionante, magnética, de aquellas que
inspiran un« fascinación inevitable. Viéndolo una
vez, ee antoja volverlo a ver, con curiosidad asusta­
diza, pero investigadora, como queriendo desentrañar
algún misterio de aquel cráneo pelirralo, semicua*
drado y con abolladuras en ambas mitades asimé­
tricas; de aquellos ojillos, que se ocultan detrás de
anos anteojos obscuros, rebeldes a ver la plana luz
550 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

breno de tela, tenía un aspecto lamentable.


Este general, que ®e atreve a llamar bandido
a Villa y viene a España a hablar mal de los
españoles, quiso luego hacer el elogio de nues­
tra tierra. A un cochero le da un duro para
que se lo gaste en vino; a unos músicos am­
bulantes lea obsequia con una botella de man­
zanilla, y él mismo se regala unas copas de
Jerez. Después, un .torero, ignorado le tiende
la mano, no en señal de saludo precisamente.
¡ Todo castizo, muy castizo! Al hombre de los
cocoteros trágicos, porque de ellos colgaba ra­
cimos de hermanos nuestros, al decir de loe
emigrado«, durante su dictadura, no se le ocu­
rrió mejor alabanza de España que haoer la
propaganda de sus vinos. Y cuando quiso ser
galante con las españolas, no discurrió mejor
madrigal que estas palabras: ¡ Qué buenas
hembras hay aquí! A mí me había parecido
una chanza el cuento de que Huerta detuviera

por un padecimiento al que no son ajenas las lacras


de una juventud depravada; de aquella gruesa man­
díbula, de anchas y separadas rama» ascendentes, que
le dan a bu boca el aspecto de .bestia carnioera; de
aquella tes cetrina y barbiesoasa; de aquel gesto
todo, de aquellas muecas que sus labios delgados y
plegadizos las hacen variar rápidamente de cómicas
en trágicas, y de aquel cuerpo contrahecho, de grosera
osamenta, de piernas patizamibas y de andares len­
to* y pausados de plantígrado más que de ser hu­
mano.» (Puente, La Voz dt Sonora, de 13 de Sep.
tiemlre do 1913.) , ■ , 1
CABHANZ* V LA «EVOLUCIÓN DB MAJIOO 551

a Belmonte en plena .calle para tomarse, mano


a mano, unaa copaa; pero ahora, después de lo
visto y lo sabido, me parece la cosa más na- .
tural. Y hasta creo que sus palabras y su con­
ducta en España le acreditan de consecuente y
lógico con su vida anterior. El enviado a Eu­
ropa por el Gobierno oonstitucionalista de Mé­
xico, Sánchez Azcona, que va detrás de Huer­
ta, como la sombra del Bey de Dinamarca
detrás de Jlamlet, ha dicho en una conversa- ',
ción con los periodistas: Huerta, hablando de
los españoles, decía: «No todos los ladrones
son gachupines; pero todos loe gachupines son
ladrones». j Muy amable este señor Huerta!
Verdad ee (continuaba diciendo Sánchez Az­
cona) que Huerta estaba completamente des-'
conceptuado. Todos los negocios de Estado, o
la mayoría de ellos, quizá loe más importan­
tes, los trataba y resolvía en las tascas y el
automóvil de la Presidencia, con el escudo na­
cional, veíase muchas veces parado frente •
las casas públicas. jY a un hombre así habrá
que preguntarle su opinión sobre la guerra
que asóla a Europa P ] Ni siquiera por el toreo
de Gaona I Con llevarlo como catador a una
bodega de la Bioja bastará y sobrará. Y me­
jor fuera aun impedir que su planta huelle
esta tierra, madre de soldados y de poetas,
sobre la que él ha puesto una sombra, como
un crespón de luto.»
La caída de Huerta estaba en México deooon-
552 EDMUNDO SONZÁDEZ-BLANOO

tada por todos los elementos conscientes de la


nación. En este punto Lind no se engañó al
rechazar las insinuaciones vehementes «hechas
por los europeos y por muchos yanquis sobre
que el reconocimiento de Huerta por el Go-
bierno nortearaenano, a fin de que obtuviera
dinero prestado que le facilitara llevar a cabo
la guerra en el Norte, era la solución más efec- .
tiva. Casi todos los norteamericanos que resi­
dían en la parte Sur de léxico participaban
de la misma opinión. Entrevisté, interrogán­
dolos, a la mayoría de ellos, y ee manifestaron
muy hostiles al presidente por no seguir ese
procedimiento. Cuando ellos acudieron a mí,
siempre les pregunté si, a su juicio, cualquie­
ra paz que hiciera Huerta sería duradera, y la
respuesta fué invariablemente negativa; mu*,
chos agregaron que ninguna paz podría ser
duradera en México mientras continuara Mé­
xico siendo mexicano. Creí entonces; como creo
hoy, que la paz permanente en México, basa­
da en las mismas condiciones sociales y econó­
micas del pasado, es un imposible. Debo decir,
1 además, que ahora me satisface el hecho de
que aun cuando Huerta hubiera tenido todas
las oportunidades para contratar todo el dine­
ro que Europa hubiera podido prestarle y hu­
biera sido reconocido, no podría haber resta­
blecido la paz en México. En realidad, él te­
nía dinero en abundancia, comparado con loe
medios de que disponían loe constitucionalis*
____ CARRANZA Y LA RBVOLUCXÓS D» MÍJIOO 553

tas; obtuvo de diversas maneras, y agotó, más


de 200.000.000 de pesos durante su corto pe.
ríodo. Pero, a pesar de eso, no pudo aventajar
substancialmente a loe constitucionalistas, no
obstante que ellos estaban llevando a cabo sus
operaciones comparativamente sin recursos. La
futura felicidad o desdicha de 15.000.000 da
seres pareció a nuestro presidente de mayor
importancia que las pérdidas transitorias de
algunos de nuestros paisanos. Las pérdidas de
propiedad se pueden reponer; pero demorar la
civilización, ya fuera por el reconocimiento de
un Huerta, o como se hace hoy en Europa, hu­
biera sido un crimen contra dos pueblos y con­
tra dos generaciones por venir. El ofreció su
ayuda y la buena voluntad de nuestra nación
al pueblo de México, como pudiera hacerlo un
vecino que se brinda para ayudar a otro en
desgracia. ¿Se interpretó realmente el senti­
miento americano o hubiera sido preferible
que nuestro presidente obrara como se hace
hoy, devastando la civilización europeaP Se
culpa al presidente de que obró guiado por
sus sentimientos personales, y Europa condenó
su idealismo y su diplomacia. Ellos están reco­
giendo el fruto de SU diplomacia, y nosotros
el nuestro. ¿ Qué sería preferible? Afortunada­
mente, en el caso de México, el idealismo y las
prácticas del estadista han ido paralelos. La
eliminación de Huerta se imponía, por interés
del pueblo mexicano, y la eliminación de los
554 ZDMUMDO GONZÁLBZ-BLJLNCO __

hombre« que controlaban la administración pú­


blica durante bu época, no fiólo la exigía los
intereses de México, sino también de loe Esta*
dos Unidos. Se ha dicho mucho, acerca de la
hostilidad de los mexicanos hacia lo que sea
norteamericano, y no encuentro tal hostilidad,
excepción hecha de los elemento« que sostuvie­
ron a Huerta. Ello« nos odiaban, y los que
de ellos quedaron, son loe que nos odian hoy.
Pero no noe aborrecen como individuo«, eino
que odian y temen la influencia de nuestras
„ instituciones. Dicen que el contacto con loe
Estados Unidos y aun individualmente con loe
norteamericanos, echa a perder a los peone»
y los tornan rebeldes: por eso volvieron sus
miradas a Europa, pidiéndole comercio, oro y
mediación. La gente fronteriza no« conoce y
nos aprecia tanto como a cualquier otro extran­
jero, y se muestran dispuestos a que los eche’
moi a perder. Sí, se manifiestan deseosos de
tratar y tener comercio con nosotros, y pro­
curan seguir atentamente la marcha política
de nuestro país. Ellos serán los que gobiernen
el mexioo futuro: ellos tienen fuerza física,
tienen inteligencia, tienen energía; y si al*
> guna vez es mal empleada, con el tiempo
se remediará esto.» -
■ El muy documentado Prida, que a toda la
historia revolucionaria arrimó la serenidad de
su discreta crítica, con estas leales cuanto sig­
nificativas razones, exponía su sincera opinión
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DS MÉJICO 555

- sobre Huerta: «Debemos prestar nuestro con­


curso a la obra de su derrocamiento y ayudar
desinteresadamente al Gobierno constituciona*
lista, cualquiera que hayan sido nuestras con­
vicciones sobre loe procedimientos revolucio­
narios y cualquiera que Bean nuestros prejui­
cios sobre los hombree de la revolución. Ayu­
dar al Gobierno del general Huerta sería un
crimen, pero también lo es cruzarse de brazos
y abandonar a los que se han lanzado contra
el despotismo que hoy impera en nuestro país.
Si Carranza puede y quiere utilizar la expe­
riencia y los conocimientos pocos q muchos,
grandes o pequeños, de cualquier mexicano, es
deber de todos ponerlos a su servicio, en au­
xilio de la obra de reconstrucción de la pa­
tria mexicana sin solicitar recompensa de
ninguna especie... La salvación del país estri­
ba, pues, en el triunfo de la revolución cons-
titucionalista. A la vista, es la única esperan­
za. Huerta no caerá sino por la fuerza, y los
constitucionalistas lo dominarán ,< La revolu­
ción que tiene a su cabeza a Carranza, como
todas las revoluciones, no ha podido escoger
su gente, ha tenido que aceptar a todo el que
se le ha presentado. No podemos culparla por­
que en ella figuren hombres que alguna vez
han pecado, ni porque emplee cierta clase de
procedimientos que no se avienen bien, con las
leyes de la guerra en el mundo civilizado. Es
como todas las revoluciones.» . '
556 «DMUNDO eONZlX*Z-BUU*CO

CAPITULO VIII

DEL CONSTITUCIONALISMO A LA REACCIÓN


§ 1. 1L PARTIDO VILLISTA . . '

Como en las postrimerías del genuino régi­


men liberal haibía en México tres agrupaciones
políticas que aspiraban al mantenimiento del
poder: juaristas, lerdistaa y porfiriatas, en la
actualidad hay otras .tres: villiatas, zapatistas
y carrancistas. Pero existe una gran diferen­
cia, o mejor, un contraste radical, entre la
antigua y la nueva situación. Entonces, jua­
ristas y lerdistaa mantenían simplemente un
antagonismo pasivo, sin violencia, girando en
torno a la órbita constitucional, mientras que
los porfiristas exigían eüi triunfo de su caudi­
llo, fuera de las leyes del sufragio y dentro
de la revuelta. Hoy sucede precisamente lo
contrario: villiatas y zapatistas viven en ple­
na rebeldía contra el poder central; carran­
cistas son los que a la Constitución se aco­
gen. Entonces, entre juaristas y lerdistas, las
fórmulas defli partido quedaban intactas, y todo
se reducía a una mutación de personas que en
nada alteraba el espíritu de la doctrina, al
paso que los porfiristas, reclutados en los cuar­
teles y cuyos medios de acción consistían en
la fuerza, aspiraban a consegrar en el país
esta fuerza como ley soberana. Hoy la aven­
tura es totalmente opuesta: los principios de
CARRANZA Y LA BBVOLUCIÓK DB MÉJICO 557

vilhstaa y zapatiatas, de la división del> Nor­


te y de la división del Sur, son de tal modo
antitéticos, que parece imposible que los hom­
bree de esta última hayan podido aliarse oon
sus propios enemigos; en cambio, al partido
de loa carrancietas, compuesto poT elementos
militares e intelectuales, por ciudadanos dig­
nos, saturados de espíritu revolucionario, quie­
re que las leyes constitucionales, convenien­
temente reformadas y ampliadas, sirvan de
base, y no de estorbo, a los apremiantes cam­
bios sociales que el estado del país requiere.
Por eeo entonces aconteció lo que hoy no po­
día ocurrir: los liberales todos se replegaron
bajo la bandera de Lerdo de Tejada, optaron
por era programa, y la identificación de las
facciones se verificó dando vida a un solo or­
ganismo político, antagonista del brutal orga­
nismo acaudillado poi* Porfirio Díaz; así, la
muerte de Juárez, lejos de desarmar a los ene­
migos de la democracia, eólo consiguió enva­
lentonarlos más, después del armisticio. En­
tonces se creyó que la dictadura podía garan­
tizar sobre la oprimida tierra de Anáhuac el
bienestar y los derechos de sus habitantes: hoy
no se cree que pueda hacer otro tanto el cons­
titucionalismo ; ee le acusa de carecer en estos
momentos de cohesión, y de no ser su acción
unánime, ni política ni militarmente.
En las anteriores líneas queda resumida mi
opinión sobre la situación actual de los partí-
558 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANUO

. dos políticos en México. El partido villiata na­


ció, bajo los auspicios del general Angeles, y
por obra y gracia de Díaz Lombardo, un je­
suíta disipado, hipócrita y malévolo. La pri­
mera persona de la trinidad que compone y
, representa la división del Norte, es, no hay
que decirio, Villa, un animal de la época cua­
ternaria, como le llama el doctor Atl, y que,
por un fenómeno de regresión, muy común en
México, puesto que han existido Porfirio Díaz
y Huerta, apareció en lae llanuras de Chihua­
hua con todas las bestiales características de
los primeros cuadrúpedos habitantes de nues­
tro globo. Esos dos hombres y esa fiera no pue­
den ni concebir ni llevar a cabo empresa algu­
na nacional que no signifique una regresión
evidente en todos loa órdenes de la vida colec­
tiva, y a ellos puede aplicarse con razón lo que
Zaroo, un antiguo político mexicano, decía:
«Las revoluciones que se detienen o retroce­
den son estériles, engaitan a los pueblos, y sólo
encaminan a la reacción o a la anarquía.*
No será tan deleznable e inútil a la reacción
ed movimiento encarnado en la persona y en la
obra de Villa cuando loe- retrógrados ven en su
colaboración un medio de alcanzar el objeto
final de todos los enemigos del orden verda­
dero, del orden constitucional. Vera EstaSol
va a encargarse de decirnos lo que semejante
colaboración significaría para una renovación
conservadora: «Villa ea el representante de
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 559

grande« agrupaciones armadas que tienden a


la formación de un militarismo salvaje, sin
más leyes que las de la violencia y el robo.
Si por acaso logramos encauzar asas .encr
gtas en una sola corriente, el triunfo de núes’
tra causa sería indudable. Pero Villa, como
Porfirio Díaz, está enriqueciendo a sus ami­
gos, y constituyendo una casta militarista que
formará el núcleo de la restauración.» De Es-
trada Cabrera, el tirano de Guatemala, son
asimismo las siguientes palabras, dirigidas
precisamente a Vera Estafiol y recogidas por
éste con aplauso: «Los mexicanos desterrados
con motivo de la revolución tratan de resta­
blecer un Gobierno fuerte, al estilo del mío o
del de Porfirio Díaz.» Huerta, aliado a Vera
Estañol, recomendó, sin protesta de éste, que
se »hiciesen esfuerzos por atraer a Villa, pues
no confío mucho en las promesas de Angeles.
Villa goza de la simpatía de Estrada Cabre­
ra.» Hasta parece que ae contrajo compromi- >
so con Estrada Cabrera para hacerle «deter­
minadas concesiones sobre los Estados fronte­
rizos de Chiapas y Tabasco». ,
Muchos constitucionalistas creen que en este
pleito Angele« hizo un papel .tan desgraciado
que ni siquiera había que tomarlo en cuenta.
(Véase el artículo de fondo de la Revista nar
otoñal de 4 de Junio de 1915.) Mena, en una
pequefia semblanza de Villa (publicada en La
Opinión, de New-Orleans, de 15 de Diciem«
560 XDMUimÓ OOlfZÁLXZ-BUUiOO

bre de 1914), dice que «Angele» llegó con él,


como «obre un potro que se encabritase a 1a
espuela, pero que gira dócil al calor de la ro­
dilla». El doctor Ati afirma que «Díaz Lom-
bardo, hombre de apariencia modesta, pacien­
te y astuto, fué, a través del general Angeles,
el director intelectual de la traición de Villa.
El inspiró y guió la conducta del general An-
' goles desde que éste se encontraba en París
con una comisión especial del general Muerta,
y él fué quien lo siguió aconsejando desde la
capital de Francia, por medio de una asidua
correspondencia cablegrafíen y epistolar, tan
pronto como el general Angeles llegó al cam­
po revolucionario. Yo no pude poner en claro
ciertas extrafias maniobras de algunos miem­
bros del Comité revolucionario de París, y es­
pecialmente de Díaz Lombardo, hasta mi lle­
gada de Wáshington en el mee de Junio, cuan­
do estalló la rebelión en Torreón. Entonces
dirigí una serie de cablegramas a los miem­
bros del Comité revolucionario de París, y de
algunas de las respuestas fué fácil deducir que
Díaz Lombardo y algunos otros miembros del
dicho Comité, habían juzgado conveniente des­
enmascararse. Fué entonces cuando Díaz Lom­
bardo decidió regresar a México para influir
mée ampliamente en el ánimo de Villa y de
Angeles. Entre loe esfuerzos hechos por estos
tres hombres para dar un golpe decisivo al
constitucionalismo, estuvo a punto de reali*
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 561

zarse una importante hazaña filibustera. An­


gele« y Díaz Lombardo, dando a eue gestio­
nes un marcado carácter de ayuda ai cons­
titucionalismo, al cual aparentaban servir,
trataron de comprar a Italia un barco por
100.000 libras esterlinas, para equiparlo debi­
damente y posesionarse, por sorpresa, de Ma­
tamoros y Tampico. Este empresa estuvo a
punto de llevarse a cabo, y Díaz Lombardo en
persona se disponía a partir como jefe de la
expedición, soñándose un nuevo conquistador
del Nuevo Mundo. Desgraciadamente para
'ellos, los científicos^ interesados en este asun­
to, o no tuvieron la suficiente confianza en las
aptitudes navales de Díaz Lombardo o en la
docilidad de Villa, o no se pudo disponer del
dinero suficiente para comprar él buque fan­
tasma. Pero el hecho es que la operación es­
tuvo a punto de verificarse y que una comi­
sión de extranjeros salió de París hacia Gé-
nova para ir a inspeccionar el barco, tomar
posesión de él y salir rumbo a México. Si la
hazaña se hubiera realizado, ¡qué magnífica
edición de Los piratas de levita hubiera po­
dido haoer Vanegae Arroyo!... Díaz Lombar­
do ha sido siempre fatal al país en sus ges­
tiones administrativas y particulares durante
el período revolucionario que siguió al derro­
camiento de Porfirio. Bastan eólo dos hechos
para demostrarlo: la recomendación, o séase,
la imposición de Huerta a Madero, como jefe
K.—Tono L
562 KDMUHDO GONZÀLBZ-BLANCO

del ejército, y la introducción del generai An­


geles en el partido constitucionaliata.»
El mismo escritor, después de aseverar que
«definir a Villa es ya un trabajo inútil», añade,
que «si sus acciones no hubiesen sido suficien­
tes para demostrar su barbarie, bastarían, las
aclaraciones ¿echas por al general Alvarado y
la fotografía que acompaña a ceas declaracio­
nes para revelar cuál es el hombre de quien
se ha valido la coalición capitalístico-clérico-
militarista, en su tendencia de arrastrar al
país a un nuevo y mád terrible período de
opresión. Esta fotografía, publicada por el ge­
neral Alvarado, es la más formidable acusa­
ción que se haya hecho nunca contra el leer
der de un partido. La fuerza sintética y la
precisión indiscutible del arte fotográfico, han
hecho en este caso una obra de ilustración más
demostrativa y más profunda que el trabajo
que hubiesen podido ejecutar los más hábiles
caricaturistas de nuestra época. En cuanto al
general Angeles, con decir que ee un indio
educado militarmente en la época del general
Díaz, es suficiente para comprender que de­
trás de su modestia y de su disciplina se es­
conde un tirano. A más de estos tres tipos,
existen en la división del Norte, como todo el
mundo lo sabe, una serie de abogados, de co­
misionistas, de periodistas y de ambiciosos me­
xicanos y extranjeros, que representan todo
menos los intereses nacionales. Por otra parte,
CARRANZA Y LA REVOLUCION DB MÉJICO 563

la división del Norte, fuera de sus tendencias


políticas y clericales, y a más de ser la genui-
na representante del capitalismo internacional,
lleva en sí, como razón primitiva de ser, el
espíritu pretoriano del más abyecto militaris­
mo. Esto sólo bastaría para determinar, por
todos los medios, su aniquilamiento».
No me cansaré de repetirlo, y be citado ya
muchos casos: la responsabilidad del villismo
es enorme ante la historia, por haber apoyado
con todas las fuerzas y recursos posibles a la
reacción procaz. Extraña sobremanera que los
reaccionarios, hombree tan hipócritas y tan
amigos de guardar las apariencias, se hayan
oonvertido en protectores de Villa, analfabeto,
presidiario, bandolero, reo de gran número de
robos, asesinatos y violaciones, ¡sólo para re­
sucitar y conservar los egoísmos vencidos por
la revolución constitucionalista. Villa no está
en condiciones de hacer nada noble, con sus
manos que chorrean sangre inooente. Como
militar sólo se ha distinguido por haber sabi­
do reunir en torno suyo la hez de la pobla­
ción mexicana, a la que ha permitido todas las
licencias y todos los crímenes, y como particu­
lar, ha manifestado albergar en su alma los
más negros sentimientos, queriendo matar a
su protector Madero en Ciudad Juárez, sem­
brando la discordia en las tropas de Huerta,
después que éste le hubo perdonado, telegra­
fiando a Velasco para recomendarle no entre-
564 bdmündo oonzAlez-blanco_____ / ■

gar la plaza de México y ofrecerle una alian*


za, desconociendo al primer jefe cuando pare­
cía asegurado el triunfo de la revolución, ase­
sinando a un hermano del general Obregón,
anciano de más de sesenta años, fusilando a
jefes, ex federales en la capital y reuniendo a
la vez a centenares de ex federales para lla­
marlos «hermanos» y recibir sus ovaciones. Y
a este hombre perverso, que no sería nada si
el ambicioso Angele« le abandonara, este re­
volucionario ignorante, sin las nociones más
leves de moralidad, de respeto a las leyes, de
la gobernación de los pueblos, es el «hombre
superior» elegido por los reaccionarios para al­
ternar con embajadores y dirigir un pueblo
joven, vigoroso y amante de su libertad. *

f 2. EL PARTIDO ZAPATISTA

Cinco años lleva de revolucionario el célebre


cabecilla del Mediodía, y con haber sido el es­
tudio en que viene ejercitando sus facultades
guerreras y templando sus armas vengadoras y
adquiriendo la triste fama que le rodea, fama
de desprestigio, de maldición y de oprobio; con
todo, repito, pueden ser referidos en dos pala-
bras. La asolación y el pillaje, la destrucción de
fincas de campo y el incendio dé llanuras de
caña: he aquí sus ocupaciones y sus entreteni­
mientos. Sufrió la dictadura agraria del gene­
ral Díaz; templó su carácter en el yunque de
mil persecuciones y mil maltratos de los jefet
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 565

político» y de loe capataces de las haciendas, y


ávido de 6angre y de rapiña, persiguió, con la
rudeza de su raza, un ideal de comunismo in­
consciente, que le ha valido de sus coterráneos la
más entusiasta adhesión y el más incondicianal
apoyo. Se dirigió al pueblo, no al Gobierno. Y
con el pueblo y para el pueblo lucha, .prome­
tiéndole un bienestar que se cimenta sobre el
programa de égidos y de justicia. Sabe muy
poco de reformas económicas y es incapaz de
apreciar su resultado fecundo; mas, por llevar­
las a cabo, permanece en constante rebeldía,
sin curarse de las instituciones aceptadas, de
las leyes escritas y de loe intereses extran­
jeros.
En la primera edición (1) salvo unas pala­
bras atribuidas a Zapata por el periódico nor­
teamericano W orld, y que comenté nada favora­
blemente, sólo dediqué al prohombre revolucio­
nario del Sur las siguientes líneas: «Sobre Za­
pata no tengo por qué promoner discusión. Es
un comunista, sin darse muy buena cuenta de
ello. Cuando Madero obtuvo la presidencia por
voto popular, le desconoció, lanzándose a la
revuelta con la bandera de tierra y ley. Hoy
dice estar de parte de la revolución constitu-
cionalista. >
Con esta pobreza hablé entonces de Zapata,

- (1) Esta* palabras ae han reproducido en la pro»


' *ents edición, «in variante* en al oomentario,
566 EDMUNDO GONZÁLRZ-BLANOO

a quien no hice salir a eeoena (y esto por mo­


mentos brevísimos) más que can motivo de las
contrarrevoluciones de 1911 y de 1912 (prepara­
torias de la de 1913), escribiendo estas pala­
bras: «Esperaban los científicos que, derrotadq
Orozoo, Madero destinaría a Huerta a combatir
al general Zapata, caudillo a la sazón de los
agrarios descontentos. No fué así. Zapata, siem­
pre irreductible, lo era en rigor can la sociedad,
si bien no con Madero, y aun se acusó a éste, «a
mi juicio sin razón*, de conservar con él secre­
tas ligas. Como quiera que ello sea, Madero en­
vió a un general de su confianza, de quien Za­
pata se burló donosamente.* ' - •
Paréoeme que después de esto, mi defensa de
la revolución de México, hecha hace un año, no
podrá pasar por una apología de'uno de los tres
caudillos que la sostuvieron y fomentaron. Cier­
to es, con todo, que por muy sano de espíritu que
supongamos a Zapata, no cabe decir lo mismo
de las masa® ignorantes que le siguen, y cuyos
crímenes, por esa su misma ignorancia, corres­
ponden a las vejaciones que han recibido cons­
tantemente. Can razón se ha hecho notar que si
salvajes son loe indios que acaudilla Zapata, sal­
vajes no menores fueron en los Balkanes las le­
giones de hombres que, preciándose de civiliza­
dos, cometieron atentados espantosos. En Julio
de 1913, y a su paso por las aldeas de Macedo­
nia, las fuerzas búlgaras degollaban a indefen­
sos campesinos, hambres, mujeres niños, ancia-
CARRANZA T LA RBVOLÜCIÓN DB MÉJXOO 567

nos, y en muchos casos la crueldad llagó al ex­


tremo de quemar vivas a laa personas en pre­
sencia de sus allegados, pasando después i cu­
chillo a todas las familias. Sinceramente creo
que, aun siendo Zapata mucho mejor de como
se le pinta, se ha visto casi siempre incapacitado
para contener las pasiones y reprimir los desma­
nes de turbas de chacales, hambrientos y chus­
mas, sin organización ni disciplina. ¿ Cómo, so­
bre todo, olvidar lo que en ellas influye la mi­
seria en que viven? Desiderio Marcos, pe­
riodista español residente en México, escribe,,
hablando de los sucesos de 1914: «Vino el
general Zapata, terror de todos loe seres que
poblábamos la capital; se le lisonjeó, se le
adamó, se le arrojaron flores, se le tocó la
música de La Paloma, y al ver que no nos
tragaba, la sonreímos agradecidos. Sus hues­
tes, desarrapada«, despeadas, hambrientas,
con el rifle al hombro y tres o cuatro cananas
atestadas de tiros, se dispersaron por la ciu­
dad..^ ¿Bobando y matando? No; ¡pidiendo
limosna!... Alguien tuvo el feliz acuerdo de ob­
sequiarles con cenas económicas en una leche­
ría céntrica, y con una tacita de chocolate y pan
dulce, salían más contentos que si les hubiese
convidado a un suculento banquete palaciego.»
No necesito insistir en que él mal mexicano
tiene mucho de económico, de tal suerte, que si
él país es rico, el pueblo es paupérrimo. En este
sentido, el partido zapatiata, que tiene por ra-
568 __ BDMUNDO GOKZALEZ-BLAKCO

zón, más que otro alguno, el hambre colectiva y


la secular opresión económica del indígena, obe­
dece a un fin revolucionario legítimo y a una ne­
cesidad agraria apremiante. En parte alguna
como en el sur de México fué la tierra tan to­
talmente acaparada por unos cuantos favoritos
del porfirismo, que venían enriqueciéndose
grandemente, mientras el infeliz jornalero de
aquellas comarcas vive soportando, bajo el yugo
de la férula de verdaderos señores feudales,
la oprobiosa carga de todas las humillaciones,
de todos los maltratos, de todas las infamias y
de todas las miserias. Por eso allí tomó tanto
arraigo el partido zapatista. Las tendencias de
este partido, a pesar de que algunos de sus po­
líticos pretendan darles un carácter socialista-
revolucionario, o más bien sindicalista, son co­
munistas exclusivamente. ¿Cómo el zapatismo
ha cometido el grave error de aliarse a la reac­
ción de Villa, que representa y constituye una
renovación del caciquismo porfiriano, que du­
rante más de tres décadas hizo flotar su bande­
ra de extorsión e ignominia en todo el país, 4
desde la culta capital al más insignificante vi­
llorrio de la república? El doctor Atl cree que
<esa unión obedece, más que a una razón, a un
simple despecho, nacido en loe hombres de la
revolución del Sur del hecho ¿Le que el consti­
tucionalismo no los tomó en consideración para
formar parte del Gobierno provisional que a la
salida de Carvajal se instaló en México. Cuan-
, CARRANZA T LA MVOLÜCIÓH DB MÉJICO 569

do en Octubre de 1914 Zapata me comunicó la


firme decisión de unirse a Villa, yo empleé
todos loe medios posibles pana disuadirle de su
. determinación; peno todos mis esfuerzos y los
de algunos elementos de su mismo partido fue-
, ron vanos; la habilidad y la tenacidad de los
secuaces de Villa habían ya descartado la
tendencia libertaria de los elementos sanos de
la revolución suriana, logrando que la intran­
sigencia del mismo Zapata flexionaae. Esta in­
transigencia que supo mantenerse erguida ante
cinco presidentes de la república; esta intransi­
gencia, fruto de una fe grande y que constituía
una innegable fuerza moral, sucumbió en un
momento de sentimentalismo político, cayendo
precisamente entre las garras del único enemi­
go que la revolución suriana tenía: la reacción.
En mi concepto, con el zapatismo se ha verifi­
cado un fenómeno semejante al que se verifica
con el miembro de un organismo que no cum­
ple sus funciones: el miembro se anquilosa. Re­
cluido el ejército libertador en las montañas,
y deseoso de ejercitar una acción política na­
cional, pero sin contacto efectivo, en ese senti­
do, con los otros movimientos nacionales, se
encontró en el momento de querer ejercitar su
función social, prácticamente imposibilitado,
desprovisto de táctica política. Y los prohom-
' brea de la revolución suriana fueron envueltos
y aprovechados por la astucia de Angeles y de
■ Villa. El zapatismo, que fué durante más de
570 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO ___________ ___ ~

cinco años el movimiento mée genuinamente


revolucionario de nuestra historia, se ha con.*
vertido rápidamente en un peligroso elemento
de reacción, por la ayuda directa que presta a
la división del Norte y porque los elementos de
. intenso fanatismo religioso que lleva en aí pue­
den desarrollarse rápidamente. El zapatismo y
el villismo, unidos, constituyen una anomalía
insostenible. Por razones de orden militar y por
razones esenciales de principios, sólo dos solu­
ciones son posibles: o la absorción parcial por
parte del villismo de los grupos revolucionarios
del Sur, o la desagregación violenta, en un mo­
mento dado, de los elementos que pretenden
formar este nuevo partido, que podría llevar
el absurdo título de militarista-libertario. En
todo caso, la reacción habrá ganado terreno.»
La verdad de esta última aseveración viene
confirmada por la, a primera vista extraña, le­
nidad con que loe clericales mexicanos han
juzgado siempre la actuación revolucionaria de
los zapatÍ3tas, lenidad que llega a la simpatía
en un autor católico norteamericano, Kelley.
Causa verdadero estupor leer en el alegato an*
tioonetitucionalista que este escritor intitula
La revolución de México, las siguientes inau­
ditas afirmaciones, cuyo motivo no exige ar
mentario: «Zapata ha conseguido encerrar dos
Estados en un cerco de acero, su revolución e*
enteramente popular, sus toldados son los úni­
cos que muestran disposición para el trabajo, y
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DB MEJICO 571

ai ge han apoderado de loe terrenos, inmediata,


mente se han puesto a cultivarlos. Hace poco
tiempo tuve ocasión de hablar con un proani.
nente caballero mexicano^ que ha recorrido pal­
mo a palmo el territorio dominado por Zapa,
ta a caballo o én coche, y este señor me asegu­
ró que muy raras veces había visto allí bolda-
• dos, y que todoe loe hombree trabajaban en el
, campo tranquilamente. Pues bien: la Iglesia
no ha sido molestada en la región zapatista;
los templos permanecen abiertos, y uno de loe
obispos de esa región está, mientras esto escri­
bo, haciendo su jira anual pana administrar
el sacramento de la Confirmación. Por lo cual
yo pregunto: ei la revolución es un levanta­
miento colectivo contra la Iglesia, ¿cómo es
que Zapata ha podido conseguir su poder so­
lamente por medio de la popularidad de ,ua
propósitos, sin haber atacado a la religión ni
a la Iglesia? Los zapatistaa han oomietíffo al­
gunos excesos, es cierto; pero contra sus mis­
mos compañeros del campo: ni uno solo de los
desterradas, con quienes he estado en contac­
to, culpa a Zapata de sus desgracias; par el
contrario, todos le defienden calurosamente y
manifiestan que, cuando los crímenes se han
cometido, no ha estado presente ni el jefe ni
sus hombres.» Un escritor brillante y nada sos­
pechoso, Julio Sexto, ha dioho, refiriéndose a
la revolución mexicana del Sur, que loe mis-
Dios españoles, cuyas mujeres e hijas han sido
' 572 BDMUNDO GONZÁLEZ-BLANOO _____________

muerta« o deshonradas por los zapatietae, con­


vienen con loe revolucionarios en que el zapa*
ti «no tiene eu razón de ser. No olvidemos, otro
sí, que durante la dictadura de Huerta había
un ministro de Gobernación que era médico, al
cual más de una vea me referí, y de quien dijo
un sociólogo mexicano, al oir relatar algunos
crímenes políticos del tal ministro: también
Marat era médico. Melgarejo, honrado revolu­
cionario de la división del Sur, escribió en 1913
(con el título de ¡Los crímenes del zapatis-
mof y el subtítulo de Apuntes de un guerri­
llero) un libro desconsolador, en el cual es­
carnece los desmanes, los horrores, las atro­
cidades políticas de sus colegas, con una in­
genuidad que parte el corazón, pero que es
justísiima. Según afirma, en ninguna parte
se dejó sentir el caciquismo porfiriano, con
más vigor, con más infamia y con mayor
crueldad que en la región de Morolos, y
este hecho, que muchos quieren ignorar y otros
se atreven a desmentir, fué el origen del mo*
vimiento revolucionario, que, con el nombre de
maderismo primero, y más tarde con el de sa-
patiamo, ha venido sembrando desolación, mi*
seria y ruinas por eqpacio de varios años en
aquella tierra exuberante hasta el exceso.
«Cuestión de pañis dicen algunos. El hambre
es la causa de esta revolución. ¿Y cómo apli­
car este criterio a Morelos, uno de los Estados
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DE MÉJIOO 573
—........ ............................. ........................... ................................................................. ■

más ricos del territorio nacional P Allí el jornal


es más alto que en la generalidad de loe1 demás,
y, ¡ caso curioso!, cuando el Gobierno ha ofre­
cido un peso diario, y aun dos y medio, a los
voluntarios como un recurso para aliviar sus
cuitas, el revolucionario ha preferido seguir
en rebeldía, hasta sin pagas ni haberes, con tal
de no obedecer a nadie y de hacer su soberana
voluntad. El problema lo es, por tanto, de dis­
ciplina social a una que de cultura extensiva «
intensiva, y desde luego de sumisión a todo
deber, fundado en el respeto al derecho del pró­
jimo. Si la pasión humana no ofuscara el cri­
terio de los zapatistas, no se extraviarían loa
procedimientos ijmipla.ntados para vencer en
una contienda salvaje en que nada conduce '
al bien, y sí, todo, al mal.
La Linterna, semanario socialista, y que, por
serlo, debiera simpatizar con los revoluciona­
rios del Sur, habla de ellos, sin embargo, en
esta forma (número 15 de Abril de 1915): «Za­
pata se rebeló contra el Gobierno en 1910. Es­
tamos en 1915, y no sabemoe que haya mejora­
do la suerte de sus súbditos. Loe que se han
acogido a sus hordas, tanto clérigos como ex
federales, no son más que humildes siervos su­
yos o gavilla« de salteadores. A sus hambres de
confianza otorga, corno Villa en el Norte, fin­
cas e ingenios; pero derechos, deberes, contra­
to social, reorganización económica, no exis­
ten, bajo el cetro bárbaro y despótico de Zapa-
574 MbMÜNDO OONZÁLBZ-BLANeO

ta. Y así lleva cinco años. De vez en cuando»


sus hombres caen, ávido® y salvajes, sobre un
poblado, y no dejan, mujer ilesa. Sin embargo,
llaman a sus hordas ejército libertador. > No
debemos dxtrafiarlo; estas hordas oonsideran al
Atila del Sur como di redentor incorruptible
de las clases proletarias de México, porque es el
único que con brutal actuación ha pretendido
librarlo de la esclavitud agraria y prometido-
lela independencia económica.

§ 3. EL PARTIDO DE LOS VACILANTES


• /
Mejor fuera llamarle el partido de los des­
orientados, aunque sea para muchos el partido
de los conciliadores. En él figuran hombres,
así civiles como militares, que creen posible lie-,
gar a una transacción o a un avenimiento ca­
balmente, porque no tienen la suficiente con­
ciencia de la situación general para definir su
conducta y ayudar a la regeneración del pue­
blo. Durante las convulsiones sociales que ha
padecido México, esos hombres no eran de he­
cho revoucionarios, ni podían serlo, porque su
sensibilidad les apartaba de la tragedia, les ha­
cía huir de la sangre. Tales hombree, contami­
nados de la teoría del evolucionismo, teoría des­
prestigiada en México, no fueron peligrosos
para el Gobierno falseado de la dictadura de
Huerta; antes fueron útiles para todos los di­
sidentes, por cuanto su espíritu, como un lazo
color de paz, circundaba a todos los mexica*
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 575

nos, haciendo presión por atraerlos, por mez­


clarlos, por abrazarlos. Pero fueron peligrosos,
y hoy lo son más que nunca, en el sentido de
constituir una masa oscilante que, pudiendo en.
grasar las filas de uno u otro partido, se deci­
dirá indistintamente por la revolución o por
la reacción sólo al ver claramente de qué lado
queda asegurada la victoria^. ■ ¡ Cuántos hom­
bres (dice el doctor Atl), en los que la repúbli­
ca tenía cifradas grandes esperanzas, han su­
cumbido en un momento de inconsciencia polí­
tica, y cuántos grupos populares, arrastrados
por la mala fe de un hombre, han puesto obs­
táculos a la marcha del progreso. La revolución
debe hacer un llamamiento a la conciencia de
esos hombres y de esos grupos, por espíritu de
justicia y por el interés mismo de la causa.»
Iría demasiado lejos si pretendiese incluir
en las filas de partido tan infecundo bastantes
novísimos partidarios del antiguo cinismo, la
doctrina que pretende que de nada humano debe
avergonzarse el hombre, a una que del no menos
viejo estoicismo, - la doctrina que supone que
todo en la vida no importa absolutamen te nada
si se procura mirar las cosas con el ancho cri­
terio de una sabiduría cómoda, esperando loe
acontecimientos de la mejor manera y sin pre­
ocuparse del vecino. Estos son los peores ene­
migos de la actuación revolucionaría. No se me
oculta la gravedad de la situación frente a
otros enemigos, ni los obstáculos que encontrará
¿a * '
576 ' 1 »DJtumo gonzáléz-blanco__ _ __

ed nuevo presidente para implantar 6U progra­


ma radical e innovador, dado que todo« los in­
tereses en peligro y todos los privilegios cadu­
cos se han coaligado contra él. Empero tengo
para mí que la más ingrata de sus tareas será
sacar de su indiferencia estúpida a cuantos se
declaran neutrales, ostentando sonrisa hipócri­
ta entre sus comodidades y bus derechos, y, en
Tealidad, haciendo una política de disolución
cínica y antipatriótica. Lo que llegarán a con­
seguir con esa política del laisser-faire o de
dejar a las cosas seguir su curso, será hacer de
todo punto imposible la producción, en el Mé­
xico actual, de algo parecido a la franca rea­
lización del ideal de lo futuro, y lo pasado per.
maneoerá por todas partes én la cima.
Al escoger, para administrar justicia a hom­
bres que no eran de su revolución, siguiendo
ett método de Cramwell (1), Madero confundió
la conciliación armónica de loe elementos que
da de sí el equilibrio político con el peeo muerto

(1) Cromwell, al tratar de legitimar su poder y


restablecer el orden en el Estado que había adquirido,
ao designó para administrar justicia a los que le ha­
bían ayudado a dar aquel golpe de Estado: muy por el
contrario, escogió, con gran cuidado y prudencia,
hombree del partido contrario; designó ó un Hale
como magistrado supremo, no obstante que el agra­
ciado se negó a reconocer la legitimidad del Gobier­
no del dictador. De esto nos habló tiempo ha el céle­
bre Burke, y el mismo detalle ha sido recordado en
nuestros días por Julio Sexto.
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓF ^1|ÜÍ(JO 577

de las minorías hostiles, que entorpece el merca- '


nismo gubernamental. Serie inocente pretender
la salvación de México por una aglomeración
de partidos. Lo pretendió, en parte, Madero,
y el pueblo hizo perfectamente anatematizán­
dole. No caben ambigüedades de credo políti-
co cuando se trata de dar al país una garantía
de progreso, para lo cual ee absolutamente pre­
ciso decidirse por el partido en que más pro­
fundamente radique el espíritu ansioso de li-,
bertad y justicia de la raza. Si, a este respecto,
repasamos el artículo Una lección histórica
. bien aprovechada, de Heríberto Fríae, en La
• Voz de Sonora, de 13 de Septiembre de 1913,
artículo escrito en nombre del ejército que es­
taba derrotando las fuerzas federales en el Nor­
te, encontramos ya delineadas las normas po­
líticas, que, en lo esencial, han seguido inspi­
rando desde entonces la actuación gubernativa
del elemento revolucionario. En el citado do­
cumento, en efecto, están claramente formula­
das las tendencias de la actitud del constitucio­
nalismo; porque Madero, como el rey de la le­
yenda, dijo, cuando creyó ingenuamente que la
revolución había terminado: «Perdono a to-
, dos. * Y sucedió que los perdonados no le per­
donaron a él semejante perdón, y al amparo de
éste conspiraron, y fueron sus peores enemi­
gos, y acabaron por asesinarle. Bien es cierto
que no se contentó oon perdonar; hizo algo más
y algo todavía peor: sobre el perdón acumuló
87—Tomo i,
578 MDMÜND9 GONZÁLBZ-BLANOO

el favor, el poder, la riqueza. Y para colmo de


error político y hasta filosófico, al hacer esto
oon el más elevado y puro espíritu evangélico,
alejó de sí a sus partidarios, a sus amigos, a su
pueblo, a eSe pueblo con quien antes había vi­
vido en íntimo contacto. Fué más lejos que
Cristo, pues éste sólo dijo: «Perdónalos, porque
no saben lo que hacen», y loe enemigos a quie­
nes Madero perdonó sabían perfectamente lo­
que hacían, como lo supieron después, cuando
(empezaron a comprender que fá el asesinado pre­
sidente había sido el Juárez doctrinario y apos­
tólico, Carranza era el Juárez fulmíneo, el de
la ley de 25 de Enero, que fusiló al usurpador
austríaco y a sus generales mexicanos.
Planteado está el dilema para México, pero
este dilema no es patriotismo o indiferencia,
civismo o neutralidad, sino revolución o reac­
ción, constitucionalismo o plutocracia. Perma­
necer pasivo, cuando México pasa por horas de
terrible angustia, es un crimen. Loe que hipó­
critamente lo perpetran, con pretexto de que
la revolución «dura demasiado», pertenecen al
número de los que creen que «es preciso aca­
bar pronto, de cualquier modo, sin ideales y
llegando hasta la ignominia», como dijera en
época anterior el financiero porfirista Macedo.
Todo criterio fundado en semejante miopía de
espíritu lleva en sí un elemento depresivo que,
después de ser infecundo, acabará por ser fatal
a la nación. ■z .
__ CARRANZA T LA RRVOLUOIÓN DE MÉJIOO 579

§ 4. EL PARTIDO CONSTITUCIONALISTA
. Y 8U PORVENIR

Cuando las tan llevadas y traídas conferen­


cias de Niágara Falla, los constitucionalistas
declararon taxativamente que no sería afecta­
da por ellas la revolución, alegando que, pues
ésta podía imponer su voluntad poT medió de
lae armas, no estaba en igualdad de circunstan­
cias con el usurpador Huerta. Semejante in­
tegridad y fe en el triunfo demuestran cuán le­
jos se halla México de loe tiempos en que, so
capa de conciliación interior y moralidad exte.
rior, se robaba a los pueblos lo más esencial
(tierra y propiedad, y hasta agua y caminos),
se encarcelaban ciudadanos, se cohechaban jue­
ces, se nombraban autoridades, y los ricos lati­
fundistas, para encubrir tanta miseria mate­
rial y moral... daban cacerías a Porfirio Díaz,
en la fiesta onomástica de su esposa. Compara­
dos con tiempos tan plácidos, ¿ cómo no han de
parecer los actuales devastadores y destructivos P
Y ¿ quién será capaz de demostrar a los amantes
del reposo que las revoluciones, como las gue­
rras, traen siempre aparejadas violencias, atro­
pellos y pérdidas de propiedades o de vidas, de
que en último término responden, ante la histo­
ria y la conciencia pública de la nación aquellos
que las provocaron P
Lo he dicho y repetido hasta la saciedad en
las páginas anteriores; en toda revolución, por
cada apóstol y por cada hombre exento de pa-
580 EDMUNDO OONZÁLBZ-BLANOO

siones insanas hay un 99 por 100 que llevan el


corazón herido por la ofensa, por el agravio, por
la injusticia, mezclándose de añadidura no po*
eos bergantes, que convierten la revolución en
- junqueria. ¿ Hemos por ello de olvidar la parte
legítima que toda revolución encierra P I a la
de México concretándonos, ¿hemos de olvidar
los antecedentes del problema planteado bajo
el yugo de Porfirio Díaz, durante el cual la ca-
. marilla de loe científico! cometió toda suerte de
inicuas expoliaciones? Adversarios templados
de esa revolución, como Dionisio Pérez, Fabián .
Vidal, Desiderio Marcos y Julio Sexto, y adver­
sarios furibundos como Marfil, Monjas, Barzi-
ni y Kelley, han reconocido que la educación
de México por Porfirio Díaz fue inútil en unos
puntos y perjudicial en otros, a causa de ser una
educación material con todos sus inconvenien­
tes y presiones, no una educación moral, con
todas sus ventajas y amplitudes. Esos mismos
publicistas han confesado también que el Go­
bierno de Huerta fue una dictadura parecida a
la de Porfirio Díaz y cuya actuación puede re- *•
ducirse a dos palabras: anarquía y pereecución;
mientras que Madero, hombre bueno, modesto
e ingenuo, lo contrario de lo que necesita un
político para triunfar, fué el primer presidente
elegido por la voluntad popular, y aun si hu­
biera habido irregularidades en su elección, na­
die habría podido cambiar el resultado de ella,
por lo natural y expontánea. Todas las revolu-
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 581

cionee anteriores al movimiento de Madero ha­


bían sido comenzadas y llevadas a término por
facciones del ejército federal. Madero, primer
presidente elegido legítimamente por el pue­
blo, una vez en el poder dió libertades omnímo­
das a la Prensa, que no se preocupó de discutir
. asunto alguno de importancia para el país, sino
de befar y ridiculizar al que, dotado de corazón
noble y adicto a los principios democráticos, ha­
bía dicho al pueblo: <Tienes derechos; ejérce­
los.» Huerta,, de los diecisiete meses de su Go­
bierno, seis los empleó en amañar las elecciones
de Noviembre para salir victorioso, quitando
de en medio a los tenidos por hombres de cui­
dado y considerados como estorbo para el logro
de sus aspiraciones, amordazando la Prensa,
confiscando los bienes a los adversarios, persi­
guiendo a ciudadanos de influencia y valor en
la sociedad. México se halló ante Huerta como
ante Porfirio Díaz, es decir, con decadencia
notoria en las costumbres, con esclavitud en las
clases bajaB, con corrupción en los encargados
de administrar y regir rectamente al país. A
pesar de tener Porfirio Díaz por satélites a gen­
tes cultas, las que más tarde se dieron pompo­
samente el título de grupo científico, los millo­
nee de hambres desparramados en la república
se quedaban sin la más rudimentaria instruc­
ción, en el más absoluto abandono, y los indi-*
gen as con las tradiciones que se comunicaban
oralmente, llegando a haber 10.000.000 de anal-
582 BDMUNDO GONZÁLBZ-BLAHOO

/abetos en una nación de 15.000.000 de habitan­


tes. Por otra parte, la larga permanencia en el
poder creó el caciquismo y lo extendió por todo
'México, en forma tal, que loe pueblos lo acep­
taron como ley ineludible. Por si esto no fuera
bastante, se quitó a la protesta toda razón de
ser, obstruyéndola.
¿Qué de extraño tiene que al fin una ex­
plosión de indignaciones, odios y vengan­
zas, haya hecho volar el edificio del orden P
Y como nadie ae había cuidado de enseñar
a leer al indio y mestizo, y como la igno­
rancia en los campos era absoluta, el siste­
ma de los latifundios echó profundas raíces y
abarcó la república toda, disponiendo del te­
rritorio nacional cierto número de familias que
trataba a los indios como los nobles a los escla­
vos en tiempo de la Roma pagana. El pueblo,
amén de carecer de libertades políticas, tenía
que conformarse con los jornales que le daban,
sin derecho a pedir más, y los grandes terrate­
nientes se habían ido apoderando «legalmente»
de sus pequeños predios, al extremo de dejar a
los pueblos sin un palmo de terrenos comuna­
les. Estos hechos son los que, en expresión de
Lind, les hacen rebelarse contra la situación que
prevalece en el México actual y que tan seme­
jantes son a las del México antiguo. Los nuevos
principios están por el constitucionalismo sen­
tados, y ningún Porfirio Díaz, ni mil Huertas,
oon todo el dinero del mundo, podrán estable­
CARRANZA Y LA RBVOLUCIÓ» DB MÉJICO 583

cer la paz del viejo régimen, a menos que toda


la población de adultos fuera exterminada por
la avalancha de muchos cientos de millares de
soldados extranjeros.
Los que con más pesimismo han juzgado la
revolución de México, no han dejado de reco­
nocer algún efecto bueno mezclado con un nú­
mero inmenso e incalculable de desdichas. Así,
Julio Sexto, hablando de las pocas relaciones
de México, que originan el que en muchos paí­
ses no se le conozca, dice: «La revolución, en
este terreno, nos hizo un servicio; desacredi­
tándonos, nos dió a conocer.» Yo añadiría que
loe naturales de México deben, a la revolución
el conocerse a sí miemos, lo que representa un
gran beneficio social, una fuente enorme de
fuerzas, cuya existencia ni aun era sospecha­
da hasta hace poco. Tema es éste que me parece
de vitalísimo interés, porque sobre él se han
engendrado muchos errores, muchos tópicos,
muchas fantasías, que contribuyen a dificultar
ed que el espíritu nacional de México, debili­
tado y vacilante, no pueda tener una represen­
tación absoluta, ya que no cabe representar ló­
gica ni concretamente una serie de manifesta­
ciones disimbólicas, «El partido que salve a la
nación (tomando las palabras del doctor Atl),
será aquel que con la mayor audacia y con la
mayor seguridad decrete e implante las refoi»
mas que indiquen las latentes necesidades co­
lectivas. »
584 EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO
.i............................ ~.....

Si el derecho & la tierra es un derecho natu­


ral, base de la justicia económica, el derecho a
la elección ee un derecho social, base de la equi­
dad política. El mejor modo de normalizar su
ejercicio ee establecer períodos de Gobierno cor­
tos, pero de tal modo, que ni aun para favore­
cer a los buenos pueda admitirse la reelección,
como en la época de Porfirio Díaz. Esto ee fun­
damental, y el poder legislativo debe mante­
nerlo. Hay quien supone que convendría que
lae Cámaras eligieran al presidente por ser las
más aptas para el caso, y para librar al país, con
ello, dd «primer motivo de discordia», que
prende la mecha de las revoluciones. Los cons-
titucionalistas necesitan oponerse resueltamente
á convencionalismos y oportunismos de esa ín­
dole. Un pueblo que se gobierna a sí mismo,
está obligado a ejercer su soberanía por medio
de poderes públicos elegidos Ubérrimamente
por él, pero no hay poder alguno que merezca
ser privilegiado. Tan representante del pueblo
es la Cámara popular como el poder judicial y
el ejecutivo. «Ninguno (escribe con acierto Bul-
nes) es más que otro, y ninguno puede estar
sometido a otro; y cuando hay conflicto entre
loe poderes públicos, el pueblo digno del Go­
bierno propio examina el caso y lo falla acer­
tadamente en favor del poder a que la razón
asiste.» . , ,
El día en que los mexicanos desprecien la»
amenazas de las Cancillerías y desenmascaren
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB 585

‘ las amenazas comerciales del extranjero, ese día


podrán decir que eon independientes en toda la
extensión de la palabra. Pero al mismo tiem­
po no deben olvidar, por las necesidades inme-
■ diatas de su vida interior, las de su vida de re­
lación, que en las anteriores repercuten. Si al­
gunos malee pueden combatirlos con remedios
caseros, otros requieren métodos y drogas de
importación. Sobre este asunto Julio Sexto es­
cribe: «Las razas de ganado se mejoran con ra-
, zas superiores importadas, y las razas humanas
están sometidas a la misma ley. Los mexica­
nos tienen que traer a su país razas de mejores
costumbres, y copiar de la española, que es,
en parte, la suya, algo que sea mejor que las
corridas de toros. > Sin ir tal vez tan lejos como
Julio Sexto en las consecuencias prácticas de
esta idea, no cabe duda de que los mexicanos
harán mucho por su salud, si, conservando su
fondo español y apropiándose lo más selecto del
extranjero, saben conservar a los ideales del
constitucionalismo su verdadero significado.
Porque el constitucionalismo no es precisa­
mente una revolución nueva, sino una nueva
fase de la antigua, de ese grande hecho de
los tiempos modernos que los historiadores to­
marán siempre como una época, término de
una serie de grandes evoluciones sociales y
principio de otras no menos grandes.
Cuando a fines de Noviembre de 1914 Ca­
rranza abandonó la capital de México con «us
586 HDMUNDO OONZÁLBZ-BLANCO

fuerzas, y entraron las del general Blanco, que


sólo estuvieran dos ó tres días, siendo reem­
plazadas inmediatamente por las tropas de Za­
pata, pudo creerse en la bancarrota fulminante
del constitucionalismo. No todos los elemen­
tos revolucionarios aceptaban la autoridad del
primer jefe, y fué notorio que Villa acusó a
éste de no haber cumplido los compromisos que
se habían establecido de una manera pública,
y se habían hecho conocer a todo el país mexi­
cano. Empero la singular insistencia con que
se aludía, en el manifiesto por Villa publicado,
a la Constitución, al restablecimiento de un
Gobierno constitucional, a las garantías de la
Ley Suprema, etc., señal evidente era, para
emplear las propias palabras de Carranza, de
que los políticos que escribieron el documen­
to del general rebelde, así como éste, lejos de
comprender y desear la realización de las as­
piraciones revolucionarias del pueblo mexica­
no, representaban, desgraciadamente, a la reac­
ción. «Si no fuera público y notorio el espíritu
de conciliación que de algún tiempo a aque­
lla parte manifestó Villa hacia los elementos
conservadores del antiguo régimen, sin ex­
cluir a los militares exfederales, amparados por
el federal Angeles, y a los clericales, por cuyos
fueros propugnó después Villa en su propio
manifiesto, bastaría para hacerlo patente, el
anhelo insistente expresado de inaugurar el ré­
gimen constitucional antes de que la revolución
CARRANZA T LA REVOLUCIÓN DE MÉJICO 587

implante, revolucionariamente, las reformas


sociales que reclama la nación. Pretender que
se restableciera desde luego el orden, constitu­
cional, para que, dentro del funcionamiento
regular y estricto de loe tres poderes federales,
. se presentasen, estudiasen, discutiesen y re­
solviesen las reformas sociales radicales por
cuya pronta realización hemos luchado, equi­
valía a posponerlas a una época tan lejana, que
resultarían completamente ilusorias. Los que
esto pedían querían el fracaso de la revolución.
Es vendad que la palabra constitucionalismo
está grabada en los colores de nuestra bandera;
es verdad que al objeto definitivo que persegui­
mos es el restablecimiento del orden constitu­
cional para que normalmente funcionen las ins­
tituciones que amparen y garanticen las liber­
tades públicas; y no descansaremos en la lu­
cha hasta conseguir la soberanía de la Ley, por
lo cual ostentamos el título de constituciona-
iistas; pero es preciso, justamente para llegar
a ese resultado, satisfacer las necesidades que
en el orden económico y social redama el
pueblo, llevando a la práctica sin pérdida de
tiempo y sin trabas legislativas las reformas
que en esoe órdenes deben implantarse revolu­
cionariamente, f
Lo que falta al plan del constitucionalismo
puede añadirlo la discreción de los lectores, pon
sólo considerar las dedaciones de Carranza que
a continuación se expresan: »Para mejorar las
588 «DMUNDO GONZÁLBZ-BLANOO

. condiciones de las cQaees trabajadoras serán


fijados por la ley un tiempo máximo de la­
bor y un salario mínimo. Se pondrán en vigor
medidas especiales para reglamentar el trabajo
de las mujeres y de los niños. Las organizacio­
nes de trabajadores que cumplan con la ley,
serán Teoonocidas por el Gobierno. Se dictará
una ley sobre accidentes del trabajo, y se ten­
drá cuidado de que sea higiénica la vida de los
trabajadores en los talleres, en las fábricas,
almacenes, y en general en todo« los centros
industriales... La completa abolición del tra­
bajo, como un medio de pagar deudas, es una
de las conquistas realizadas por la revolución,
una conquista que nos ha acarreado nuestros
más numerosos e irreconciliables enemigos. ,La
Constitución de la república previene que na
¿lie puede ser encarcelado por deudas de ca­
rácter civil, y que nadie puede eer obligado
a prestar un servicio sin la justa retribu­
ción y su pleno consentimiento; pero las cía-
pea privilegiadas violaban esas disposiciones
sustituyendo la prisión en una cárcel pública
por la retención forzada del trabajador en el
campo, e imponiendo al peón, contra su vo­
luntad, la más inhumana fatiga en pago de
sus deudas, reales o supuestas, que a veces
recaían sobre los hijos de los deudores. Los
terratenientes y sus empleados habían encon­
trado siempre en las autoridades públicás
el apoyo más efectivo para mantener este
CARRANZA Y LA REVOLUCIÓN DB MÉJICO 589

inhumano sistema de explotación. El Go­


bierno constitución alista ha abolido para siem­
pre ese sistema y ha dado a los esclavos su
completa libertad... La libertad de las clases
trabajadoras para organizarse y hacer la huel­
ga está reconocida por nuestra Constitución,
que declara que a nadie puede impedírsele de
asociarse a otros pacíficamente y con propósi­
tos legítimos. Si el capital puede asociarse le­
galmente, no encuentro ninguna razón para
que sea ilegal que el trabajo se organice. Ade
más, si está permitido a un hombre abando­
nar su trabajo no hay por qué prohibir que
varios hombres abandonen su trabajo. Creo,
sin embargo, que las huelgas desaparecerán tan
luego como las clases trabajadoras encuentren
en el Gobierno la protección que merecen.»
Las condiciones morales, políticas y milita­
res en que se encuentra el partido constitucio­
nal! sta forman el medio má» adecuado para
desarrollar los principios que han de dar a
'México al bienestar, la libertad y el reposo de
que siempre ha carecido. Los que fueron alia­
dos en la desgracia, sean amigos en la paz.
Consideren que habitan una tierra rica y her­
mosa, y piensen, en una gran convención na­
cional que a todas las dificultades ponga tér­
mino. Juiciosamente discurre Lind al aseve­
rar que los mexicanos son hombros que tienen
un gran porvenir» y que si han sufrido vicisi­
tudes que no han padecido los yanquis («the
590 EDMUNDO GONZÁLBZ-BLANCO

have suffered vicissitudes which we have esca­


peó»), hállase actualmente pasando a una épo­
ca nueva y mejor («I believe that they aré
emerging inte the light oí a new and a bett^r
day»), Estando también muy en la cuenta Ju­
lio Sexto, con cauteloso optimismo vislumbró
el mismo porvenir de bienandanza, y se esfor­
zó en apreciar benignamente al pueblo mexi­
cano, diciendo a fines de 1914: «A pesar de
todo lo ocurrido tengo confianza inmensa en
el porvenir del pueblo mexicano. La revolu­
ción empezó por una tormenta de trueno y re­
lámpago« en 1910; siguió una granizada; vino
una creciente con desbordamientos y está hoy
en un período de lluvia torrencial; pero yo es
pero que la lluvia cese, pues nunca ha llovido
que no haya parado, y tengo fe en que el cie­
lo se despejará, desapereciendo las luces grises,
y que en el horizonte habrá abanicos dorados
formados por rayos de sol.»

FIN
ÍNDICE

Página«.

Prólogo de la primera edición....................... ..,. 1


Prólogo de la segunda edición............................... 17
Primera parte.—Carranza. - Capitulo primero.
—- Vida y obra de Carranza................... 61
Íl. Característica de Carranza...................... 61
2. La labor agraria de Carranza.................. 68

3. La labor cívica de Carranza................... 74


4. La labor gubernativa de Carranza.......... 81
5. La labor legislativa de Carranza............ 91
6. Carranza y Porfirio Diaz.................... .. 98
Capitulo II. - Carranza después del triunfo.......... 124
§ 1. Antecedentes de la ruptura entre Villa y
Carranza.......................................................... 124
§ 2.—Primera insubordinación de la división
del Norte..................................... 131
§ 3. Fracaso de arreglos pacíficos.......... 138
§ 4. El pacto de Torreón........... .................... 142
§ 5. La convención de Aguascalientes........... 146
§ 6. Ojeada retrospectiva y justificación ge­
neral de Carranza......................................... 150
Capítulo 111.—Carranza ante sus disidentes....... , 156
§ 1. El carácter revolucionario de Carranza. 156
§ 2. El carácter revolucionario de Villa..... 168
§ 3. El carácter revolucionario de Zapata.... 188
Capitulo IV.—¿a lucha de Carranza contra Zapata
y Villa............................................................. 194
§ 1. Comprometida situación de Carranza
después del cisma revolucionario............ 94
§ 2. Triunfos guerreros del ejército carrancis-
ta Las
8 1. sobre los rebeldes
revoluciones en.....................................
la América latina.. 200
213
Sequnda
§ 2. Los .-La revolución
detractores
parte de la revolución de México mexi .— ­
Capitulo primero.—El pro y el contra de toda
cana............................ ... 220
Páginti.

Capitulo \\.—Psicología del pueblo mexicano...... 2Ó§


8 1. El problema de las razas en México.... 268
§ 2. El problema de la educación de los in­
dígenas............................................................. 287
§ 3. Los efectos sociales de la conquista es­
pañola.............................................................. 299
8 4. México después de la independencia... 320
,§ 5. El clericalismo y Ja revolución de Mé­
xico.............................................................. 329
Capitulo J1I. — Yanquis y mexicanos............. 351
8 1. Las dos Américas....................................... 351
§ 2. El imperialismo norteamericano y la
doctrina de Monroe............ #........................ 368
§ 3. El Gobierno de los Estados Unidos y la
revolución mexicana .................................... 375
§ 4. La ocupación de Veracruz y las confe­
rencias de Niágara Falls.............................. . 415
Capitulo IV.—Españoles y mexicanos.................. 421
§ 1. Condición de la colonia española en Mé­
xico................................................................... 421
§ 2. Relaciones diplomáticas de la revolución
mexicana con el Gobierno español............. 440
Capitulo V................................................................... 450
8 1. El problema agrario en México.............. 450
6 2. Treinta años de civilización capitalista. 462
§ 3. El carrancismo y la reforma político-
agraria................................... ........................... 470
Capitulo VI. Causas políticas de la revolución
mexicana.................................. 491
§ 1. Vicisitudes de la constitución federal de
México............................................................. 491
§ 2. Federalismo y constitucionalismo.......... 502
Capitulo VIL—¿a contrarrevolución de 1913 y sus
consecuencias............................... 510
§ 1. Advenimiento de Madero a la Presi­
dencia............................................................... 510
8 2. La decena trágica................... .. 519
8 3. Huerta y sus adláteres ........ ................... 526
§ 4. Complicaciones traídas por la contrarre­
volución............................................... ........ 536
§ 5. Caída de Huerta........................... ............. 542
Capitulo VIH.—De/ constitucionalismo a la reac­
ción...................................... 556
§ 1. El partido villista ...................................... 556
6 2. El partido zapatista................................... 564
8 3. El partido de los vacilantes..................... 574
§ 4. El partido constitucionalista y su por­
venir............................................................ 579

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