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Universidad de Concepción

Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales

TRABAJO FINAL

RESEÑA LIBRO: Construcción


de Estado en Chile (1800-
1837). Democracia de los
"pueblos", militarismo
ciudadano. Golpismo
oligárquico.

Autor: Gabriel Salazar.

Nombre Juan Felipe Moya Calquín


Asignatur Historia Política de Chile
a
Profesor Armando Cartes Montory
Fecha 31/12/2020
El historiador Gabriel Salazar se define como un “historiador social” 1. Comenzaremos
aludiendo a este concepto ya que nos permite tener claridad sobre la base teórica, y
también la intención para escribir el libro que nos atañe en esta reseña.

Más allá de todo el debate circunscrito a la definición y objeto de estudio de la historia


social, nos interesa ofrecer una muy breve idea que nos permita guiarnos para entender
mejor el libro de Salazar. Según una charla del también historiador Sergio Grez, en
palabras de Soboul, la historia social “aparece vinculada al estudio de la sociedad y de los
grupos que la constituyen, en sus estructuras, como desde el ángulo de la coyuntura, en
los ciclos, como en la larga duración” (Grez, 2004: 5). La historia social mira al conjunto de
la sociedad no sólo desde una coyuntura en particular sino también en un periodo extenso
del tiempo, esto con el fin de dar cuenta, entre otros aspectos, de los problemas aun no
resueltos en la historia estudiada, en palabras de Sergio Grez: “La historia como un
planteamiento de problemas que es necesario resolver y no como una simple recolección
de hechos aislados que el historiador debe seleccionar y enlazar en un discurso
coherente” (2004: 3). Es sobre esta mirada histórica que Salazar escribe su libro,
dejándonos clara su posición desde el capítulo 1, donde nos presente al actor social que
comienza a construirse como tal ya previo a la independencia de Chile, y que para la
historiografía “oficial” estuvo intencionadamente olvidado bajo el concepto del orden
(mito según Salazar): “el convidado de piedra a la construcción de este mito: la sociedad
civil y/o la soberanía ciudadana (Salazar, 2015: 17). El problema para Salazar, y que es
donde ya nos permite ver la intención del libro (mas no todavía su tesis central), es que no
es posible hablar de orden sin tener en cuenta la democracia de los pueblos entre 1800
hasta 1829:

“Es con relación a ésta [soberanía ciudadana], y sólo con ella, que cabe
plantear, medir y juzgar la eficiencia o eficacia de cualquier orden político,
duradero o no. Reducir el orgullo patriótico y los valores cívicos chilenos a la
relación entre la supuesta “genialidad” de Portales y su cíclicamente retornada
“obra” equivale, con mucho, a ignorar, anonadar y violar la capacidad
soberana de los chilenos”. (Salazar, 2015: 17).
1
Dentro de las muchas referencias que podemos encontrar en internet, en esta charla en el Congreso
Futuro realiza un breve resumen de lo que significa definirse como un historiador social. YouTube: “Desafiar
en Congreso Futuro 2020” Link: https://www.youtube.com/watch?v=-OH6kK3jnHI&t=340s desde minuto
9:10
Es por ello, entonces, que “la memoria política de los chilenos debe ser, por tanto,
revisada e intervenida” (Salazar, 2015: 21), encontrando aquí una de las principales
razones para escribir el libro; para Salazar el gran causante de este problema ha sido el
“padre” de la historiografía chilena, Diego Barros Arana 2, que en el período 1823-1837
dejó ver su afiliación oligárquica, mercantil y pelucona en donde se traslucen sus tesis
políticas contraria a la democracia de los pueblos (2015: 29), y que el actuar de ellos lo
ignoró por completo o, en su defecto, los sepultó bajo el epíteto impolítico y delictivo de
“anarquía” (2015: 28).

Ahora bien, ¿cuál seria la tesis principal? Si nos permitimos el atrevimiento de señalar la
principal tesis planteada en el libro, ésta sería: más que hablar de anarquía entre 1800-
1828, durante dicho período hubo una organización de los pueblos políticos, gente de
oficio y militares de regiones -principalmente en los cabildos de sus respectivas provincias
liderados por Freire- para darse el gobierno que ellos consideraron que el país debía tener,
cuestión que después de varios intentos resultó en la Constitución de 1828, pero que la
élite política y mercantil de Santiago boicoteó una y otra vez hasta tensionar las posturas
donde todo terminó en la batalla de Lircay, haciéndose con el poder las fuerzas
conservadoras. Esto es lo que vamos a desarrollar a continuación según las directrices que
estableció Salazar en su libro.

Desde el capítulo 2 Salazar nos hace un recuento de una cierta tradición consuetudinaria
del Derecho de los Pueblos que se fue construyendo desde la época del feudalismo hasta
las determinaciones de los reyes españoles previo al proceso de independencia de las
colonias, así lo señala el autor al afirmar que “los reyes, se esmeraron en no invadir el
espacio comunal donde operaba la soberanía de la República” (2015: 71), esto ya que
Carlos V ya en 1554 había mandado que la elección que se hicieren en los cabildos de los
pueblos “no puedan ser elegidas ningunas personas que no sean vecinos” (idem), sin
embargo la Corona terminó transformando en un negocio el reconocimiento de “vecino”,
concluyendo como proceso según el autor en que el Derecho de los Pueblos terminara
transformándose “en un ramal capturado por el Derecho de Dominación, y un ramal
cobijado en los derechos de los excluidos” (2015: 74), estos “excluidos” serían el objetivo
de investigación para Salazar en este libro, dando cuenta del proceso de organización que
tuvieron en sus cabildos para organizar el país, en una lucha encarnizada contra la élite de
Santiago.

2
Al que Salazar dedica duros comentarios: “Barros Arana fue, sin lugar a dudas, un intelectual
antidemocrático, el primer mitificador de la imagen pública de Diego Portales y Joaquín Prieto y el
sepulturero de los próceres e ideales del movimiento liberal democrático del período 1823-1830. Sin duda
alguna, este historiador ha sido uno de los principales artífices de la (perversa) memoria política oficial de
Chile (2015: 30).
Este proceso comienza a explicarse en el capítulo 3, resumiendo que, si bien, la burguesía
colonial aprovecharía de la acción política en el cabildo para legitimarse como fuerza
política en el proceso de la independencia, “cuando la imposición de la dominación
mercantil estuviese avanzada, el cabildo y la soberanía popular debían ser desechados
como cáscaras vacías” (2015: 85), siendo así que el Cabildo albergó un tenso conflicto de
intereses correspondiente a dos tipos de clase propietaria, el patriciado y los excluidos.
Todo esto se vería concretado específicamente, con la llegada de García Carrasco,
Gobernador de Chile entre 1808 y 1810. Ante la creciente molestia de su gestión, el
patriciado criollo inició la construcción de su poder político impulsando la movilización de
todo el vecindario, logrando imponer su voluntad a la máxima autoridad real de la colonia,
públicamente, ante una asamblea abierta y espontánea (2015: 91). Ya cuando en Chile se
dio la posibilidad de gobernarse a sí mismo, apareció la disputa política entre los
fragmentos principales de la sociedad organizada, hasta terminar en la imposición militar
del más fuerte de ellos sobre los demás (2015: 100). De todo este proceso da cuenta el
autor con gran convencimiento al respecto:

“Si la Corona había intentado cercernar el Derecho de los Pueblos, la


coyuntura histórica que se abrió con el cautiverio de Fernando VII y el
derrocamiento del gobernador García Carrasco revivió ese derecho en los
cabildantes como una conciencia de soberanía y legitimidad irrenunciable e
intransferible” (2015:109)

Sin embargo, este proceso se encontraría con muchos obstáculos, ya fuera de la acción del
patriciado mercantil, o bien del militarismo, el que entró en acción con la irrupción de los
hermanos Carrera al poder político en 1811, quedando claro para el autor que “el
militarismo antiespañol, de inspiración republicana, tendía a convertirse en un militarismo
antirrepublicano, de inspiración dictatorial (2015:124). Este militarismo nepotista de la
oligarquía sería derrotado en el desastre de Rancagua, dando paso del cesarismo
oligárquico al cesarismo militarista (2015: 151), encontrando gracias a su eficacia final al
problema de la independencia en las batallas de Chacabuco y Maipú, la legitimidad
suficiente para instalarse en la cúpula política de la sociedad. Ante esto, el patriciado
mercantil debió organizarse para derrocar políticamente al militarismo, utilizando la
misma fórmula que había utilizado previo al proceso de independencia, echando mano de
“procedimientos que, de uno u otro modo, se inspiraban en el Derecho de los Pueblos”
(2015:140).

Es así como comenzaba a organizarse las distintas facciones políticas y mercantiles para
derrocar a O’Higgins, aprovechando la pobreza y un cierto abandono que sufría la
provincia de Concepción por ser limítrofe al pueblo Mapuche, como también la provincia
de Coquimbo que si bien no sufría de dichos problemas como Concepción, sí había sido
afectada por numerosas exacciones financieras destinadas a cubrir los planes militares de
Santiago, se organizaban para juntar poder político y destituir a O’Higgins, todo esto bajo
el liderazgo de Freire: “La desobediencia civil, avanzando desde el sur y desde el norte,
sitió a los pueblos del centro, dejando al Director Supremo en absoluta dependencia de lo
que decidiera el vecindario de Santiago” (2015: 177). Así fue construyéndose el primer
acto de la soberanía de los pueblos propiamente tal: derrocar a O’Higgins. Cierto que la
élite mercantil de Santiago también apoyó esta iniciativa, aunque sabiendo que gracias a
la abdicación forzada de O’Higgins lograrían hacerse con todo el poder del país de
entonces, aunque debieron enfrentar a otro “escollo”, al general Freire, quién entre 1814
y 1823 ganó un “reconocido prestigio militar y, también político”, al cual Salazar le
atribuye pasar de los cesarismos a un “proceso libre y soberano de construcción
ciudadana del Estado nacional (2015: 198).

Con la elección del Congreso en 1823, se dio inició a la construcción de una nueva
Constitución, mandada a sí misma por el mismo Congreso electo, que gracias a la
características con que fue formado, Salazar lo considera como uno de los eventos “más
democráticos de toda la historia política de la República de Chile” (2015: 199), pero
terminó enfrentando a la “aristocracia ilustrada”, quienes enredaron el proceso a tal
punto que terminó con un Congreso totalmente “tecnocratizado”, y con una Constitución
que generó gran desconfianza en la entonces ciudadanía, todo esto bajo el liderazgo de
Egaña, así lo da cuenta el autor:

“El cesarismo, sin duda, se impuso a los ciudadanos, al principio, por la gesta
necesaria de las armas. El tecnocratismo, en cambio, se impuso sobre los
ciudadanos corrientes, después, en tanto se presentaban como “cultura
occidental”; es decir, como la civilización madre en lo religioso, en lo cultural y
en lo político” (2015: 208).

En consecuencia, “en todos los pueblos -sobre todo en las provincias de Concepción y
Coquimbo-, surgió una “formidable resistencia” a la aplicación de la Constitución de Egaña
(2015: 221), señalando Salazar con firmeza que “la masiva reacción contra la Constitución
de 1823 no estalló por su supuesto sello moralista, sino por su evidente sello aristocrático,
centralista y favorable a la elite mercantil de Santiago” (2015: 228). Ante esto se abolió la
Constitución de 1823 y se llamó a un nuevo Congreso, el cual seria elegido, según lo
estableció Freire, a los chilenos que cumpliendo los requisitos productivos, y domiciliarios
mínimos no sabían leer ni escribir, lo que sin duda daba un nuevo paso de legitimidad al
futuro Congreso (2015: 235), pero que finalmente hacia 1825, “la oligarquía de Santiago,
logró paralizar y anarquizar el proceso popular constituyente” (2015:244). Es así como,
nuevamente, Freire llama a un nuevo Congreso para 1826, esta vez teniendo meridiana
precaución por el afán centralista y hegemónico de Santiago, “las provincias de
Concepción y Coquimbo se vieron obligadas a elegir sus propias Asambleas Provinciales y
a buscar en ellas su estabilidad, autonomía y desarrollo, con lo cual instauraron de hecho
un régimen federal” (2015: 264). Este nuevo Congreso, sin embargo, se vio obligado a
atender problemas graves de coyuntura, o en palabras de Salazar: “a la incapacidad de la
élite de Santiago para asumir sus empresas productivas, su negativa a colaborar con la
escasez de recursos del erario nacional, y su tendencia a realizar acciones conspirativas
para establecer un régimen político centralizado y, por añadidura, autoritario” (2015:
267). El Congreso de 1826 dividiría al país electoralmente en ocho provincias 3; el problema
fue que no existía la “cobertura material y cultural necesaria para estabilizar el sistema
político” (2015: 270), y además de esto, ya que este “proyecto federal” hería la
susceptibilidad de la elite de la capital, “concentraron su artillería crítica […] en dirigir sus
operaciones políticas formales y no formales contra el posible proyecto federal de
Constitución política” (idem), que sería entregado al Congreso el 1 de febrero de 1827,
pero que las fuerzas conservadoras lograrían frenar hasta el punto que “los jefes militares
oligarcas del sur encontraron un pretexto formal para desencadenar un golpe militar que
habían estado tramando en las sombras” (2015: 335).

Finalmente, todo este proceso fue truncado primero con la formación de una Junta
Provisional de Gobierno por parte de los mayorales de Santiago en 1829, también por las
acciones del general Prieto, ya que producto de la batalla de Ochagavía, ambos lados del
ejército acordaron estar bajo el mando único de Freire, cuestión que en la práctica Prieto
desconoció y finalmente esto terminaría en la batalla de Lircay en 1830. Ante esto, Salazar
concluye categóricamente:

“Con la batalla de Lircay, el 17 de abril de 1830, la “revolución de los pueblos”


vivió una derrota profunda, tanto, que no sólo la eliminaría de la memoria
pública de los chilenos, sino, lo que es peor, deformaría por casi dos siglos el
sentido y la práctica de la democracia en el sistema político nacional” (2015:
356).

En todo este breve resumen, podemos evidenciar según fue marcando Salazar, las
ocasiones en que el pueblo organizado en los cabildos intentó construir un Estado con
mayor poder político y económico entre las regiones, pero que las fuerzas conservadoras,
las ya mencionadas elite mercantil y política de Santiago, los distintos tipos de cesarismos,
y la aristocracia ilustrada, todos en sus distintas etapas y procesos lograron frenar
definitivamente el avance de la democracia de los pueblos.

Para concluir, mencionar que el libro de Salazar no ha estado exento de críticas. Algunas
de ellas afirman, como la del profesor Cartes Montory (2018) que, si bien la tesis de

3
Coquimbo, Aconcagua, Santiago, Colchagua, Maule, Conceción, Valdivia y Chiloé.
Salazar ayudó al “rescate” de la “tradicional democracia cabildante”, Salazar no logra
justificar del todo algunos de sus hechos históricos, como la “separación entre los
intereses mercantilistas de la capital y los productivistas de los provincianos”, o la
“conspiración permanente por parte de una élite extranjerizante y mercantilista localizada
principalmente en Santiago” (2018: 37). También señala sus críticas el profesor García-
Huidobro (2007) quién le reclama a Salazar la existencia de una gran limitación en la
consulta de fuentes primarias, criticando también la postura de Salazar con respecto a
Freire, a tal punto que lo acusa de “enamorarse de su personaje”. Con todo esto, luego de
leer el libro es innegable el aporte que hace Salazar de una época en la que existen
“mitos” instalados en la historia oficial, que no nos permiten ver la historia en su realidad.
Mirar solo una parte de la historia y calificar el proceso de búsqueda de una mayor
democracia solo como “anarquía” es casi como faltar a la verdad en su totalidad. Es cierto
que al ir leyendo el libro uno ve como Salazar encadena hechos con sus propias opiniones
más que con juicios basados en la evidencia empírica, de esto el lector debe estar atento
en todas las páginas, sin embargo, el trabajo de Salazar nos ayuda a tener mayor claridad
de un período “oscuro” de la historia de nuestro país, y esto, más aún en los tiempos
constituyentes que vive el país en la actualidad, se agradece en demasía.
Bibliografía

Cartes Montory, Armando. (2018). DE ÉPOCA MALDITA A EPOPEYA LIBERAL: UNA


REVISIÓN HISTORIOGRÁFICA A LA ANARQUÍA CHILENA (1823-1830). Revista Illes i imperis,
[online], Num. 20, pp. 19-45, https://doi.org/10.31009/illesimperis.2018.i20.02

Salazar Vergara, Gabriel. (2015). CONSTRUCCIÓN DE ESTADO EN CHILE (1800-1837).


DEMOCRACIA DE LOS "PUEBLOS", MILITARISMO CIUDADANO. GOLPISMO OLIGÁRQUICO.
Cuarta Edición. Penguin Random Grupo Editorial, S.A. Santiago de Chile.

García-Huidobro Becerra, Cristóbal. (2007). Gabriel Salazar Vergara, CONSTRUCCIÓN DE


ESTADO EN CHILE (1800-1837). DEMOCRACIA DE LOS "PUEBLOS", MILITARISMO
CIUDADANO. GOLPISMO OLIGÁRQUICO. Historia (Santiago), 40(1), 194-
198. https://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942007000100014

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