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DIARIO DE GUERRA

El mundo después
del 11 de septiembre

Marc Augé

ed ito ria l
Título del original en francés:
Journal de guerre de Marc Augé
Copyright © Éditions Galilée 2002

Traducción: Anna Jolis Olivé

Diseño de cubierta: Alma Larroca

Prim era edición: m arzo del 2002, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

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ISBN: 84-7432-963-9
Depósito legal: B. 11102-2002

Impreso por: Romanyá/Valls


Verdaguer 1, 08786 Capellades (Barcelona)

Impreso en España
Printed in Spain

Queda prohibida la reproducción total o parcial p or cual­


quier medio de impresión, en form a idéntica, extractada o
modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.
Í n d ic e

Algunos días después


del 11 de septiem bre del 2001 ......... 9
El acontecim iento y las p a la b ra s ......... 13
Domingo 30 de septiembre del 2001 . . 25
Comienza la h is to ria .............................. 29
Domingo 7 de octubre del 2001 ........... 41
El tiem po que pasa y que no pasa . . . . 45
Lunes 22 de octubre del 2001 ............. 55
El interior y el e x te rio r.......................... 57
La re lig ió n ................................................ 71
Sábado 22 de diciembre del 2001 . . . . 85
Lo que está en ju e g o .............................. 91
Algunos d ía s d e s p u é s
DEL 11 DE SEPTIEMBRE DEL 2 0 0 1

El derrum bam iento de las torres del World


Trade Center y el incendio del Pentágono son
acontecim ientos de los que todos pensam os
que van a cam biar el curso de la historia, si
bien no sabemos todavía el rum bo que ésta va
a tomar.
Es un m om ento extraño, intenso, un m o­
mento de velar las armas, de espera.
Una vez pasado el prim er instante de estu­
por, em piezan a form ularse las preguntas pro­
pias de un m om ento de infortunio, algunas
sobre el pasado (¿quién? ¿por qué?), otras so­
bre el futuro y, entre éstas, unas serán más in­
quietas, resignadas y pasivas (¿qué va a ocu­
rrir ahora?), otras más estratégicas (¿qué hacer?
¿cómo hacerlo?).

9
D ia r io d e g u e r r a

Cada una de estas preguntas es múltiple.


Sólo se explican multiplicando los interrogan­
tes, las consideraciones, las hipótesis. En un
principio, puede parecer que el encadenamien­
to de las causas y de los efectos se extiende pro­
gresivamente a todo el espacio planetario. El
planeta nos resulta, simultáneamente, peque­
ño y peligroso. El sentimiento de haber caído
en la trampa, que es legítimo y ordinariamente
el que tienen todos los exiliados del mundo, se
propaga en el interior mismo de las regiones
que solemos llam ar desarrolladas.
Y, sin embargo, los atentados de Nueva York
y de Washington son ante todo la revelación de
una situación preexistente a ellos, y la desar­
ticulación de algunos grupos terroristas o el de­
rrocamiento de los regímenes que los sustentan
no bastarán para cambiarla. El miedo puede ce­
gar. También puede abrimos los ojos para aque­
llo que solemos m irar sin ver. Pensemos en la
carta robada de Edgar Alian Poe, rota en mil pe­
dazos. Para leerla y entenderla debemos, pri­
mero, recuperar los fragmentos y, luego, unirlos.
Estas páginas no tienen otra ambición que
la de contribuir a la prim era etapa de este pro­
grama de reconstrucción.

10
A l g u n o s d í a s d e s p u é s d e l 11 d e s e p t i e m b r e d e l 2 0 0 1

Son páginas de hum or y de reacción viva,


que se alim entan de los acontecim ientos y de
la actualidad y que, al mismo tiempo, recupe­
ran la huella de reflexiones ya esbozadas al filo
del tiempo, de nuestro tiempo.

11
El a c o n t e c im ie n t o y l a s pa la b r a s

Una de las prim eras controversias suscitadas


por el ataque a las Torres Gemelas y al Pentá­
gono ha sido una polém ica sobre las pala­
bras: ¿se trataba de un atentado sin preceden­
tes o de una nueva form a de guerra? Sin lugar
a dudas, para las autoridades am ericanas se
trataba de una guerra. Bush llegó incluso a
hablar de cruzada y desde entonces se ha em ­
peñado a fondo en justificar esa palabra de­
safortunada explicando que, en todo caso,
no se trata de una guerra de religiones. Pero
nada indica que haya pronunciado la palabra
de un m odo irreflexivo. Se trata de un térm i­
no que posee una indiscutible capacidad de
m ovilización en u n país repleto de valores
religiosos y, después de todo, es precisam en­
te en Estados Unidos donde se desarrolla el

13
D ia r io d e g u e r r a

tem a del «choque de civilizaciones», civili­


zaciones concebidas en sí m ism as como la
expresión de los valores religiosos. Ahora bien,
inmediatam ente después de haber sido pro­
nunciada, la palabra cruzada debe ser des­
mentida, denunciada, guardada en el fondo
del armario; ya ha producido su efecto (efecto
que continuará dejándose sentir); podemos re­
cuperar las fórmulas políticamente correctas.
Al fin y al cabo, pues, guerra, pero no gue­
rra de religiones. ¿El atentado puede ser con­
siderado un acto de guerra? ¿Se trata de una
guerra que em pieza el 11 de septiem bre? Sí,
dice Bush. Propone unas cuantas variaciones,
y la discusión sem ántica se vuelve a encon­
trar, bajo distintas formas, en los ecos y los
com entarios referidos en la prensa.
No está exenta de consecuencias y tiene
sus razones.
En todas las sociedades hum anas, el acon­
tecim iento, y en especial el acontecim iento
desafortunado (enfermedad, m uerte, sequía,
epidemia), crea problemas. La cosmología,
los m itos y los ritos que se em plean im po­
nen a la sociedad un orden simbólico basado
en regularidades (el retorno de las estacio­

14
El a c o n te c im ie n to y la s p a la b ra s

nes, las edades de la vida) y en relaciones es­


tables, definidas e instituidas. Todo lo que
atañe a este orden debe ser explicado. Pero
esta voluntad de explicación obedece menos
a una curiosidad científica o intelectual que a
un deseo de orden, a una voluntad de negar
lo radical del acontecim iento. Un aconteci­
m iento explicado entra en la cadena de las
causas y los efectos que puede incluirse en el
orden establecido: la finalidad de la actividad
ritual es o bien prevenir el acontecim iento,
hacer ver que aquello que debe ocurrir ocu­
rre en el lugar y en el tiem po deseados, sin
adelantos ni atrasos (el régimen de las esta­
ciones, por ejemplo, tiene una gran im por­
tancia en las sociedades agrícolas), o bien ex­
plicarlo, es decir, reducir lo escandaloso y
excepcional que pueda tener en sí, deshacer
el entuerto de sus diferentes causas hasta
que, una vez explicado por completo, una vez
orientado nuevam ente hacia el orden norm al
de las cosas, deje de sorprender. En síntesis,
la actividad ritual tiende a suprim ir el acon­
tecimiento.
El período que estamos viviendo quizás
aparecerá a los ojos de los historiadores de

15
D ia r io d e g u e r r a

los siglos venideros como una especie de año


1000, con sus m iedos y sus angustias. El m ie­
do nuclear nació tras la Segunda Guerra
Mundial, pero, a pesar de la guerra fría, pudo
ser m ás o m enos contenido durante los años
de crecimiento económico. Sobre las ruinas de
la guerra fría aparecieron nuevos miedos: el
desarrollo de una conciencia planetaria, de
una conciencia -d e orden ecológico- de per­
tenecer a un m ism o m edio natural y de hacer
frente a unos riesgos com unes (el agujero en
la capa de ozono, el calentam iento del plane­
ta). Cualquier plaga que pueda aparecer en
cualquier rincón del m undo am enaza desde
ahora al conjunto: la pandem ia del sida es el
ejemplo m ás espectacular de ello (pero tam ­
bién es el ejemplo más crudo de la desigual­
dad existente entre las sociedades hum anas,
puesto que pone en evidencia que no todas
las vidas hum anas tienen el mismo precio). A
su vez, los procedim ientos técnicos ideados
para increm entar la producción alim entaria
conducen a m ás desastres, como es el caso
de las harinas animales, de las vacas locas y de
la enferm edad de Creutzfeldt-Jakob, o susci­
tan nuevos temores, como es el caso de los

16
El a c o n te c im ie n to y la s p a la b ra s

cultivos transgénicos. En el Occidente más


desarrollado, la m edicina progresa, la vida de
las personas se alarga, pero cada vez se so­
porta menos la idea de accidente: tom ando
como modelo Estados Unidos, vemos que la
vida pública y la vida privada adquieren una
dimensión cada vez m ás judicial. La respon­
sabilidad directa o indirecta de los médicos,
de los profesores, de los alcaldes, de las em ­
presas o del Estado se pone incesantem ente
en tela de juicio. Paradójicam ente, aparente­
mente, esta puesta en tela de juicio debería
más bien m irar por los individuos consum i­
dores de bienes o usuarios de servicios. La
denuncia judicial presentada por la viuda de
un fum ador m uerto de cáncer de pulm ón
contra SEITA1 ilustra la situación de una so­
ciedad en la que el propio consum idor reco­
noce su pasividad, su adicción y las m anipu­
laciones de las que considera ser objeto, sin
tener la fuerza de resistirse a ellas.

1. SEITA (Société nationale d ’exploitation indus­


trielle des tabacs et allum ettes). Sociedad pública
francesa de explotación industrial de tabacos y fósfo­
ros. C orrespondería a Tabacalera, S.A. en E spaña. (N.
de la T.)

17
D ia r io d e g u e r r a

Para un etnólogo que ha estudiado en dis­


tintos continentes las sospechas y las acusa­
ciones de brujería, esta situación le resulta
fam iliar y a la vez extraña. Le resulta fam iliar
porque, en todas partes, los procesos de b ru ­
jería (o los distintos procedim ientos que em ­
plea) apuntan menos a buscar culpables para
ser castigados (si bien hay que reconocer que
este tipo de desenlace es bastante frecuente)
que a identificar responsables que perm itan
dar un sentido (una causa) al acontecimiento,
y negar así su brutal contingencia. Lo excep­
cional de la situación obedece a su carácter
transhistórico: las sociedades más industria­
lizadas y m ás avanzadas tecnológicam ente
tienen la m ism a actitud ante el aconteci­
m iento que las sociedades tribales o de castas.
Ni siquiera se distinguen por un análisis más
objetivo de las causas, puesto que las respon­
sabilidades que ponen en tela de juicio in fine
son m ás bien de orden psicológico (descui­
do, negligencia, exceso de confianza o afán
de lucro), m ientras que, en este tem a, las so­
ciedades tradicionalm ente estudiadas por la
etnología dem uestran tener un notable espí­
ritu de observación y establecen conclusio­

18
El a c o n te c im ie n to y la s p a la b ra s

nes que los mismos acusados rechazan con­


testar, a m enudo, claro está, porque están ate­
rrorizados y no desean agravar su caso, pero
tam bién porque se reconocen en los senti­
mientos de odio, de celos o de envidia que se
les imputan.
Las investigaciones que se están llevando
a cabo en estos m om entos (escribo estas lí­
neas el 29 de septiembre del 2001) intentan es­
tablecer la identidad de los responsables di­
rectos (los kam ikazes), descubrir la red de
cómplices, los grupos o individuos que han
financiado el acto terrorista y echarle m ano a
Bin Laden, presentado por las autoridades
norteam ericanas como el instigador del aten­
tado. Es en este punto cuando la distinción
entre atentado y guerra adquiere toda su im ­
portancia. El atentado pertenece a la catego­
ría de los acontecim ientos, de los que basta
identificar las causas y los autores para ser
explicados y, en esta m edida, atenuar su im ­
pacto. Pero cuando el acontecim iento devie­
ne mayúsculo, dem asiado im presionante por
su am plitud m aterial o por su alcance sim bó­
lico, una explicación superficial rem ontándo­
se río arriba a sus causas no basta p ara redu-

19
D ia r io d e g u e r r a

cirio: hay que buscar río abajo, en la desembo­


cadura, y ver allí ya no una finalidad, un resul­
tado, una consecuencia, sino un comienzo, un
origen. El acontecimiento mismo se convierte
en una causa.
«Hemos perdido una batalla, pero no he­
mos perdido la guerra», declaró el general De
Gaulle en junio de 1940. Más o menos es lo
que acaba de decir Bush. M anhattan y el World
Trade Center, como Dunkerque o Pearl Har-
bour, deben abrir un nuevo período, ser pensa­
dos como origen y no como fin para poder se­
guir siendo pensables.
El acontecim iento cam bia de naturaleza
cuando en realidad se convierte en causa. De
escándalo que hay que explicar, pasa a ser él
mismo fuente de sentido. En el m om ento en
que escribo, todavía no se sabe qué va a con­
llevar y a disculpar el derrum bam iento de las
Torres Gemelas, el incendio del Pentágono y
los miles de m uertos del dram a am ericano.
Pero es evidente que el balanceo entre efecto
y causa ya quedó decidido. Salvo un puñado
de desperados, ya nadie se atreve a pedir a Es­
tados Unidos pruebas jurídicam ente válidas
de la culpabilidad de Bin Laden. El enemigo

20
El a c o n t e c i m ie n to y la s p a la b ra s

que se ha designado ya no es sim plem ente el


equipo, las redes responsables del dram a,
sino el terrorism o internacional en general y
los Estados que lo sostienen, prestándoles su
ayuda. M encionar a los Estados es im portan­
te puesto que puede anunciar operaciones de
guerra en el sentido clásico del térm ino, pero
lo más relevante, lo esencial, es el anuncio de
un período largo, de una guerra de m últiples
envites que se instala en el tiempo. Al oír el
silbido de los disparos, los dirigentes de la re­
gión intentan salvar sus pertenencias apos­
tando por la oposición local-global: el terro­
rismo es legítimo en el prim er caso (Hezbollah
en Palestina), crim inal, en el otro. Esta dis­
tinción es afortunada sólo aparentem ente,
porque la solución a la situación palestina
reforzaría precisam ente la posición am erica­
na. A menos que los belicistas convencidos se
apoderen definitivamente de ella y que en Hez­
bollah se ajusten las cuentas, con Sharon como
intermediario.
Así pues, la guerra que acaba de ser pro­
clamada, m ás que declarada, evita enfrentar­
se a lo que sin lugar a dudas habría supuesto
la m ayor de las lecciones: la búsqueda de las

21
D ia r io d e g u e r r a

causas no sólo inm ediatas y próximas, sino


tam bién de las causas contextúales y rem otas
del acontecim iento. Había algo hasta cierto
punto simpático, pero por encima de todo p a­
tético, en el gesto de Chirac cuando m iró con
aire recrim inatorio a George Bush junior en
el m om ento en que éste hablaba de guerra.
Sin lugar a dudas Chirac tenía en la cabeza
todos los tópicos del nuevo pensam iento co­
rrecto: islam ismo no es sinónim o de Islam,
terrorism o no es sinónim o de islamismo, no
nos encontram os ante un choque de civiliza­
ciones. ¡Pero precisam ente se trataba de eso!
La m áquina de guerra am ericana, puesta en
m archa como después de Pearl Harbour, iba
a servir a los intereses am ericanos en una re­
gión donde no siem pre coinciden con los de
Europa. La diplom acia am ericana iba a esta­
blecer la distinción entre buenos y malos, no
en virtud de algún principio filosófico o ético,
sino en función de los intereses am ericanos
(sólo se puede estar a favor o en contra de Es­
tados Unidos). Estados Unidos ya ha dem os­
trado que, en un abrir y cerrar de ojos, puede
pasar del aislam iento más obstinado al inter­
vencionismo m ás decidido. Nos burlábam os

22
E l a c o n t e c im ie n t o y las palabras

de la pereza de Bush y del retraim iento am e­


ricano para con los asuntos del m undo. Las
ranas deseaban tener un rey que no fuera un
zopenco. Aquí lo tenemos.

23
D o m in g o 30 d e s e p t ie m b r e d e l 2001

Empieza una novela de aventuras. Los perió­


dicos y la televisión nos aseguran que los co­
m andos en la som bra han entrado en acción.
Le Monde incluso nos explica qué son los
Gurkha, temibles soldados nepaleses hereda­
dos del im perio de las Indias, que apoyarán a
los no menos temibles SAS y perm itirán a los
británicos desem peñar el papel que am bicio­
nan: el de refuerzo de las fuerzas arm adas es­
tadounidenses.
Ahora bien, una vez pasado el prim er im ­
pacto, vamos viendo cómo la opinión se va re­
poniendo, en otras palabras, se va diversifi­
cando: m anifestaciones pacíficas en Estados
Unidos; queja de los gobiernos europeos ante
la constatación de que, si bien los británicos
tienden a propasarse ante los acontecim ien­

25
D ia r io de guerra

tos, llevan meses rechazando extraditar a pre­


suntos terroristas; otra queja más, aunque
más contenida, de esos mismos gobernantes
cuando Estados Unidos, en el curso de una
reunión extraordinaria de los m iem bros de
la OTAN, les da a entender que, en definitiva,
no necesita para nada su ayuda militar. Se
aprueba el intento de asfixiar los circuitos fi­
nancieros de los terroristas, pero hay dudas
de la eficacia de la m edida a causa de los p a­
raísos fiscales, a causa tam bién de la selec­
ción parcial que se ha establecido entre cir­
cuitos buenos y circuitos malos en aras a no
m olestar a unos pocos en nom bre del realis­
mo diplom ático o por cualquier otra razón.
Le Monde llega incluso a señalar que Bush ju­
nior y la fam ilia de Bin Laden hicieron nego­
cios juntos.
Resumiendo. Hay opiniones para todos los
gustos, pero hay dos cosas bien claras: el fren­
te unido contra el terrorism o tropieza con las
formas tradicionales de la solidaridad, siem ­
pre problemáticas entre Europa y Estados Uni­
dos; y ello contribuye incluso a despertar el
interés por la continuación de la historia. El
arranque de la nueva historia es un poco len-

26
D o m in g o 30 d e s e p tie m b re d e l 2001

to, pero todo el m undo está pendiente de él: la


espera agudiza el deseo. Las miradas han cam ­
biado de dirección.
Es evidente que algunos observadores, cu­
yas voces se dejan oír tam bién desde Estados
Unidos, insisten en el hecho de que sería ne­
cesario entender por qué N orteam érica se ha
ganado tantas antipatías o insisten en que los
nuevos aliados (Paquistán, Sudán, anterior­
mente granujas) tienen una ideología tan poco
progresista como la de Arabia Saudí, que no
obstante es m uy respetada. Quizás algunos
de ellos sonrían tam bién al im aginar cómo
será el Afganistán políticam ente correcto de
m añana.
Irán, bajo la tierna m irada de Europa -el pe­
tróleo obliga a ello- se hace la mosquita m uer­
ta. En E uropa se llora la suerte de las mujeres
afganas, pero nadie hizo el m enor caso a la
noticia que Le Monde denunciaba hace unas
cuantas semanas: la condena a m uerte por la­
pidación de una ex-prostituta en Irán. La m u­
jer fue enterrada; tan sólo sobresalía su cabe­
za; las piedras hicieron el resto. Parece ser
que se trata de una form a de ejecución propia
del islamismo moderado.

27
D ia r io de guerra

Entre las cartas de los lectores de Le Mon­


de, un viejo carroza laico, un extremista, un
dinosaurio, se pregunta por qué fue necesario,
tras la catástrofe de Toulouse, celebrar una
ceremonia supuestamente ecuménica, como si
la unanim idad y la tolerancia se definieran
por la adición de las religiones. Sin lugar a du­
das, tendrá más ocasiones para seguir indig­
nándose en el futuro.

28
C o m ie n z a l a h is t o r ia

Ya se ha dicho todo lo que había que decir


sobre la fórm ula de Fukuyam a. Pensar que
la fusión entre la econom ía de m ercado y la
dem ocracia política iban a proporcionar en
adelante la base de un acuerdo intelectual
general era vocear anticipadam ente la victo­
ria m aterial y m oral del liberalismo. No quie­
ro decir con ello que los últimos atentados
pongan en tela de juicio por sí mismos esta
victoria bajo la forma m undializada que hoy
en día la caracteriza. Más bien habría que in­
terpretarlos como uno de los signos y uno de
los efectos de esta victoria. Procurem os ser
claros y entendem os bien: sabemos que Bin
Laden es millonario, que los kamikazes eran
personas form adas y, por otro lado, que el
gusto por el m artirio y la locura por Dios no

29
D ia r io de guerra

son una invención del siglo xx. Pero todo esto


nada aporta al asunto: los revolucionarios en
raras ocasiones han sido las víctimas directas
de los regímenes contra los que luchaban; en
cuanto a las propias revoluciones o a las ex­
presiones de rebelión, a m enudo observamos
cómo en su génesis se com binan fuerzas y
factores que ni tienen la m ism a edad, ni la
m ism a historia, ni el mismo sentido. Este ca­
rácter com puesto hace prever, sin lugar a du­
das, un m añana desalentador pero, en el pre­
ciso instante en que nos hallamos, representa
la fuerza de la deflagración.
Ciertamente, no estamos asistiendo en es­
tos m om entos a ninguna revolución com para­
ble a las que se produjeron en el pasado. Cier­
tam ente, las redes que se ponen o se pondrán
en tela de juicio a raíz de los últimos atenta­
dos no representan a toda la m iseria del m un­
do. Los terroristas no son los portavoces de­
signados por los más pobres. Pero, al fin y al
cabo, los circuitos existen, reclutan a perso­
nas, y el gesto a la vez sacrilego y espantoso
de los terroristas, una vez pasado el prim er
m om ento de estupor y de incredulidad, dibu­
ja un fugaz amago de sonrisa en el rostro de

30
C o m ie n z a la h is t o r ia

muchas personas en el m undo que para nada


pertenecen a las cohortes islam istas entre las
que Bin Laden pasa por ser un héroe, incluso
un profeta. Y tan sólo un amago, puesto que,
salvo algunos fanáticos, nadie sería capaz de
sonreír ante la ejecución a sangre fría de m i­
les de individuos. Tan sólo un amago, puesto
que algunos am ericanos presienten y adivi­
nan esa sonrisa contenida. Entre ellos, los más
inteligentes m uestran inquietud, se pregun­
tan por su origen y por su razón de ser; el res­
to m uestra irritación y suspira por el enfren­
tamiento. Su cólera es peligrosa y quienes se
atrevan a excitarlos estarán asum iendo una
pesada responsabilidad.
Entonces, ¿por qué razón persiste este am a­
go de sonrisa? ¿De dónde procede? De lejos y
de todas partes. En prim er lugar de las regio­
nes del m undo donde, por muy m aniqueísta
que sea, el poder am ericano ha definido a su
m anera los criterios para distinguir entre el
bien y el mal, utilizando a los unos para des­
truir a los otros, y viceversa. En Chile, en Pa­
namá, en Irak o en Vietnam. El uniform e de
arcángel de la justicia m undial con que se dis­
fraza el presidente Bush podría provocar legí­

31
D ia r io d e g u e r r a

timas carcajadas. Por lo general, la miseria


está lo suficientem ente extendida en esta tie­
rra, en los campos de concentración y de re­
fugiados, en las periferias urbanas donde se
am ontonan los expulsados de un m undo rural
exangüe, en los continentes abandonados a
sus epidemias, a sus violencias y a sus ham ­
brunas, a la m erced de la com pasión de las
ONG y del voyeurismo de los turistas, como
para que el espectáculo de la implosión del
World Trade Center (el peso de las palabras
contribuye en este caso a aum entar las esca­
lofriantes imágenes de la fotos) tenga un cier­
to sabor de revancha.
En las décadas de 1960 y 1970, quienes se
interesaban por el Tercer Mundo (así llamado
entonces porque ni se inscribía en la esfera
capitalista ni en la esfera com unista) se pre­
guntaban sobre las formas de desarrollo, so­
bre las condiciones que perm itirían de un
modo más o menos rápido el despegue (take-
off) de algunos países. Esa noción de despegue
era discutida por otros. Los marxistas, algu­
nos dirigentes africanos intentaban im aginar
modelos menos sometidos a la ley del m erca­
do o más respetuosos para con las condicio­

32
C o m ie n z a la h is t o r ia

nes locales. Pero, para todos, la perspectiva


era clara y se inscribía dentro de versiones
más o m enos optim istas de la historia. Hoy en
día este lenguaje ya no se entiende. Se está
en el sistema o fuera del sistema, se está en el
ajo o fuera de él. Nada nos impide im aginar
que algunos, en el interior de los países po­
bres, estén en el ajo, y sabemos a ciencia cier­
ta que, por el contrario, en el interior de los
países ricos, m uchos no están en el ajo. Sin lu­
gar a dudas es mucho mejor, m irándolo bien,
ser pobre en los países ricos que en los países
pobres. Porque en ningún otro lugar la ficción
del Estado resulta tan evidente como en los
países pobres, donde las funciones que com ­
peten parcial o com pletamente al Estado en
cualquier dem ocracia desarrollada son asegu­
radas de un m odo casi exclusivo por ONG de
orígenes geográficos, confesionales e ideoló­
gicos m uy diferentes.
Exceptuando algunos sectores económicos
de peso (prospección y explotación petrolífe­
ras, extracción m inera), donde los lazos en­
tre las em presas y las antiguas potencias colo­
niales son evidentes, esta intem acionalización
de la asistencia sustituye en gran m edida el

33
D ia r io de guerra

neocolonialismo stricto senso del período in­


m ediatam ente poscolonial. Desde el punto de
vista de los antiguos Estados colonizadores,
la descolonización a m enudo se ha presenta­
do como una renuncia, como un rechazo a
asum ir responsabilidades aceptadas d u ran ­
te el período colonial, como una ruptura del
compromiso en el sentido más fuerte del tér­
mino. La utilización sistem ática del nom bre
compasión y del adjetivo humanitario coinci­
de con la aparición de un m undo globalizado
donde reinan en complicidad y codo a codo,
«objetivamente en complicidad» habríam os
dicho con el antiguo lenguaje, el Señor Prove­
cho y la Señora Caridad. Finalm ente pode­
mos preguntar si, a largo plazo y retrospecti­
vamente, la colonización no habrá sido pura y
simplemente la prim era etapa de la mundiali-
zación. Los etnólogos creían estudiar grupos
en vías de desaparición, cuando estaban asis­
tiendo al nacim iento de un nuevo m undo. La
utilización de tropas coloniales en las dos gue­
rras mundiales... y en las guerras coloniales,
el desarrollo im puesto por las culturas de ex­
portación, la difusión de dos o tres idiomas
europeos entre las burguesías locales habrán

34
w
w C o m ie n z a la h is t o r ia

representado algunas de las etapas de una his­


toria que empezó muy pronto en América lati­
na y muy tarde en África.
Aquí surgen tam bién otras cuestiones. La
ruptura del com promiso colonial m arcaba un
debilitam iento de los Estados europeos, una
pérdida de responsabilidad que conllevó sus
consecuencias en el plano interior. Fue en nom ­
bre de la defensa de los intereses franceses en
Indochina, y m ás tarde en Argelia, que los
sucesivos gobiernos de la IV República, por
muy frágiles que aparentaran ser, consiguie­
ron im poner a Francia una movilización y
unos esfuerzos que serían difícilmente conce­
bibles hoy en día. En un principio, para ciertos
Estados europeos, la descolonización repre­
sentó una dism inución de su cam po de inter­
vención en el exterior y una reducción de su
autoridad en el interior. Pero ese debilitam ien­
to del Estado -que, desde el interior, constata­
mos como algo aparentem ente irreversible
con las privatizaciones, la reducción de los
servicios públicos y el prestigio de la iniciati­
va privada en todos los ám bitos- se relativiza
si se analiza en función de la escena m undial
y m undializada.

35
D ia r io d e g u e r r a

En la escena mundial, el Estado mantiene


el monopolio de la violencia legítima. Eviden­
temente nos referimos al Estado norteam erica­
no y a su capacidad de lucha sin rival. Simultá­
neamente le vemos apoyar a las empresas que
quiebran (¿tan frágiles eran, en ciertos secto­
res, que una semana de crisis bastó para que
les flaquearan las piernas?) y otorgándose los
medios para aplicar el «derecho de injerencia»,
concepto acuñado en la década de 1980. Esta­
dos Unidos es el único Estado en el m undo ca­
paz de m antener una pretensión como ésta. En
última instancia, la 6.a y la 7.a flotas son las que
dominan el planeta, y la potencia norteam eri­
cana es la única capaz de hacerse sentir en
cualquier rincón del mundo.
El térm ino mundialización incluye dos no­
ciones que no son com plem entarias sino que
están en constante tensión. El térm ino globa-
lización designa la red económica y tecnológi­
ca que engloba al m undo. La planetarización o
la conciencia planetaria se alim enta de los as­
pectos ecológicos de la existencia terrestre
(adquirimos conciencia de las características
y de las debilidades del planeta Tierra m altra­
tado por la industria hum ana) y de los aspec­

36
C o m ie n z a la h is t o r ia

tos sociales de esta existencia, de la creciente


desigualdad entre los individuos y entre los
grupos hum anos. El m undo tiende a unifor­
m izarse en el ám bito económ ico y tecnológi­
co (por m ucho que esta uniform ización deje
sin cultivar zonas enteras), pero, por una pa­
radoja lógica no exenta de consecuencias, las
desigualdades se hacen día a día m ás abism a­
les. Una geografía apresurada (la cóm oda opo­
sición norte-sur, que indirectam ente recupera
la teoría de los clim as) y u n a etnología de la
m ism a naturaleza (que apela al respeto de las
diferencias culturales sin definir ninguno de
los tres térm inos) sirven para negar este es­
cándalo intelectual (puesto que de lo que se
trata es de u n escándalo intelectual, tam bién
y en p rim er lugar), que no obstante será el
m otor de la historia futura.
Si «el hom bre es u n anim al simbólico», re­
tom ando la fórm ula de Cassirer, es porque ne­
cesita establecer con otras personas relaciones
de lenguaje y de pensam iento. Cuando el len­
guaje es substituido o subvertido por imáge­
nes o estereotipos, la relación simbólica deja
de ser posible y aparece la violencia. El cho­
que de lo inim aginable, de lo impensable, de
D ia r io de guerra

lo indecible es la violencia tanto entre indivi­


duos como entre grupos. La m area negra de lo
impensable que acompaña a la mundialización
es un anuncio de violencia.
Si tom am os el planeta como referencia,
debemos adm itir que la historia hum ana has­
ta nuestros días no ha sido más que una
prehistoria. La historia del planeta como es­
cena total y como envite de los enfrentam ien­
tos y de las iniciativas de los hom bres em pie­
za ahora. Si podemos definir la colonización
como la prim era etapa de la mundialización,
hay que definir la descolonización como su
segunda y decisiva etapa, pero al mismo tiem ­
po tam bién como la últim a secuencia de la
prehistoria. Y empezamos a am bicionar de un
modo resuelto la colonización del espacio ex-
traplanetario.
Nos encontram os en pleno siglo xxi: la his­
toria incierta del planeta comienza. Si la histo­
ria del planeta comienza en Estados Unidos
no es por casualidad. Nos puede haber hecho
sonreír más de una vez el hecho de que en las
películas de ciencia ficción y de anticipación
del futuro elaboradas en Hollywood, los ex­
traterrestres, buenos o malos, sólo se dirigían

38
C o m ie n z a la h is t o r ia

o atacaban a Estados Unidos y al Pentágono.


Podemos adm itir sin lugar a dudas que ellos
habían entendido, tal como ocurre en la Tie­
rra, que Estados Unidos es la prim era poten­
cia m undial y que, tal como se ha hecho en la
Tierra, hayan pensado, por consiguiente, co­
laborar con ella o provocarla. Pero Estados
Unidos no es únicam ente la prim era poten­
cia del mundo, es el mundo. Es el m undo en
el sentido de que resum e el mundo. Ciudada­
nos y aspirantes a ciudadanos de todos los
orígenes se entrem ezclan allí y conviven codo
con codo. La ideología com unitarista acentúa
el sentim iento de pluralidad que sostiene la
unidad americana. Incluso la pobreza y los as­
pectos subdesarrollados de ciertos sectores
expresan esa identificación de Estados Uni­
dos con el m undo. Actúa en distintos niveles,
y no nos cansaríam os de destacar la extraor­
dinaria capacidad de este país-continente para
acoger a universitarios e investigadores del
mundo entero. Uno de los handicaps de Amé­
rica latina y de África se debe ciertam ente a la
absorción de esas elites intelectuales por parte
de las universidades y laboratorios de Estados
Unidos. Esta capacidad de resum ir el mundo,
D ia r io de guerra
1
que los países europeos están lejos de dom i­
nar con tanto brío, justifica en un sentido la
ambición norteam ericana y perm ite predecir,
por contraste, el poco futuro que tienen los
países encerrados en sí mismos. Nadie ha des­
contado, entre los miles de víctimas de las To­
rres Gemelas, a los norteam ericanos «de pura
cepa».

40

I
D o m in g o 7 de octubre del 2001

Durante los días 5 y 6 de octubre participé en


un coloquio sobre literatura francófona y el
diálogo entre las culturas en la universidad
Saint-Joseph, en Beirut. Tuve la ocasión de
encontrar nuevam ente a novelistas, poetas y
compañeros queridos y de volver a ver, tras
nueve años, una ciudad aún lastim ada física­
mente, con una vida a un ritm o todavía lento
pero indiscutiblem ente más sosegado. El
nuevo centro reconstruido de la ciudad tiene
buen aspecto. El día 5 por la tarde, cuando lo
visitamos, me fui rezagando del pequeño gru-
po y un obrero, m ontado a horcajadas en su
bicicleta, me interpeló bajo la m irada un poco
severa de dos de sus compañeros. Me costó
un cierto tiem po lograr entender lo que me
decía, cuando él ya se alejaba: «Viva Bin La-
D ia r io de guerra

den.» Algo tan simple como eso, y la sonrisa


atenta que se había dibujado un poco m ecáni­
camente en mi rostro al oír su voz se me que­
dó estúpidam ente fijada.
7 de octubre: día raro... Día de prudencia
al conocer ciudades del Chouf aplacado don­
de drusos y m aronitas cohabitan nuevam en­
te; sigo los pasos de Lamartine, el prim er es­
critor de su siglo que viajó a Oriente; día de
prudencia ante el espectáculo del tiem po dila­
tado y de las ruinas de Baalbek donde las co­
lum nas caídas de los templos de Júpiter y de
Baco, no muy alejados de los campos de Hez­
bollah, parecen sostener la insegura m uralla
de la fortaleza árabe que los reemplazó un m i­
lenio m ás tarde. Como excursionistas de un
solo día, echamos un vistazo un poco distante
a los restos todavía grandiosos de esas locuras
humanas; el crepúsculo enrojece, y al poco
tiñe de color malva las cuestas del Antilíbano
cuando resuena, a través de unos cuantos al­
tavoces, la llam ada de los almuédanos, no la
voz lejana de algún profeta extraviado, sino el
m artilleo grabado y om nipresente de eslóga-
nes religiosos que me evocan, por su sonori­
dad insoportable, la vulgaridad pegajosa de

42
D o m in g o 7 de o c tu b re d e l 2001

semanas comerciales en ciudades y pueblos


de Francia entregados al culto del consumo.
Regresamos a Beirut tranquilam ente, y
algo tarde. El domingo soleado ha empujado
a muchas familias a abandonar la ciudad y a
disfrutar del campo. En el hotel, me entero
por la televisión de que hace unas horas los
misiles am ericanos han atacado Afganistán;
algunas imágenes hacen pensar en la guerra
del Golfo. En la noche de Kabul y en la de
Bagdad ya no se ve nada. Al cabo de poco
France 2 (retransm itida aquí por TV5) nos
pasa la cinta que Bin Laden ha hecho entre­
gar a la cadena de inform ación de Qatar, y en
la que declara la guerra a Estados Unidos:
declaraciones ilum inadas y delirio religioso
que dan en el clavo y despiertan el orgullo las­
timado al evocar Palestina y la humillación
árabe. Parece como si la cinta hubiera sido
grabada hace unos días y m andada para ser
difundida sólo tras el prim er ataque am erica­
no. El responsable de la cadena se defiende
por haber ejecutado las órdenes de Bin Laden
y pretende hacer creer que retransm itió la
cinta directam ente, sin haberla visionado pre­
viamente, un poco por casualidad. Evidente-
D ia r io d e g u e r r a

m ente Bin Laden ha entendido el papel del


tiem po en la nueva guerra de las imágenes.
France 2 tam bién, puesto que uno de sus co­
m entaristas declara: «Nos encontram os en el
comienzo de una historia.» No hay más que
seguirla.

44
El t ie m p o q u e pasa y q u e n o pasa

Si la historia del planeta empieza hoy, si po­


demos m arcar la frontera entre un antes (la
prehistoria) y un después, es porque algo ha
pasado, algo cuya naturaleza debe ser analiza­
da si lo que pretendemos es intentar pensar y,
al mismo tiempo, entender nuestro presente.
En la década de 1970, se disertó profunda­
mente sobre la noción de acontecimiento. Un
núm ero de la revista Communication, del año
1972, lo atestigua. En la configuración inte­
lectual de esa época, el diálogo que se esta­
blece entre etnólogos, historiadores, psicoa­
nalistas y biólogos tiene, curiosam ente, algo
de consensual. Al salir del año 1968, se creyó
poder hablar de «regreso del acontecimiento»
(la expresión es de Edgar Morin), pero toda­
vía se era sensible a la fuerza del sistema. Fi­

45
D ia r io d e g u e r r a

nalmente, el acontecimiento (mayo del 68) no


provocó movimientos perceptibles ni a los unos
ni a los otros. Si aquellos que creían en el
acontecim iento y aquellos que no creían en
él pensaban poder dialogar, era porque todos
ellos respetaban aún la estructura, aunque no
todos dieran a esa palabra el mismo significa­
do. La referencia sigue siendo Lévi-Strauss,
quien se define como agnóstico del aconteci­
miento; lo respeta, pero nada tiene que decir
sobre él: «Para ser viable, una investigación
absolutamente orientada a las estructuras em ­
pieza por inclinarse ante el poder y la inani­
dad del acontecimiento», escribió al final de
Mythologiques 2, Du Miel aux Cendres (1967).
Un científico como Jean-Pierre Changeux
va todavía más lejos. Es un ateo del aconteci­
miento, noción que aborda, en verdad, a tra­
vés de la oposición entre lo innato y lo adqui­
rido. Según él, a excepción de una «fracción
de sinapsis cerebrales que el entorno especifi­
ca selectivamente», todo es innato. Pero lo in­
nato se adquiere «a lo largo de una larga evo­
lución durante la cual los acontecimientos
interiores, las mutaciones, se inscriben en el
código genético en la medida en que coinci­

46
E l t i e m p o q u e pa sa y q u e n o pa sa

den con un acontecimiento exterior en una


coyuntura favorable para la supervivencia de
la especie». La mutación, bajo esta perspecti­
va, es el acontecimiento digerido por la es­
tructura, el acontecimiento al servicio de la
reproducción. Mutación: es el térm ino que re­
toma a su vez la psicología lacaniana (en ese
número de Communication, Catherine Clément
hace una relectura de Lacan) para definir el
paso siempre necesario, por estructurado, de
un impensable pasado a un imposible presen­
te: la repetición, expresión del inconsciente,
estructura la innovación. Todo se repite, pero
nada se repite idénticam ente: las m utacio­
nes son acontecimientos parecidos, porque
repiten, y a la vez diferentes, porque «innovan
lo reprimido». Dicho de otro modo, el pasado
también cambia, se recompone al repetirse.
A través del futuro anterior Lacan explica la
estructura de los orígenes y ese futuro ante­
rior «produce una repetición constituyente y
constructiva».
Nos hallamos nuevamente ante una fecha
clave (11 de septiembre del 2001) que nos in­
vita a preguntarnos si el acontecimiento tiene
algún significado y, en caso afirmativo, cuál.

47
D ia r io de guerra

¿Revolución? ¿Contingencia anecdótica? ¿Mu­


tación reproductora? ¿Mutación reveladora?
Primera constatación, antes de cualquier in­
tento de respuesta: ha pasado cierto tiempo,
muy deprisa. Ya no somos los mismos que an­
tes del 11 de septiembre, aunque deseemos lo
contrario. El cambio está en nosotros.
El tiempo pasa, pero no pasa como el avión
por el cielo o el tren por el campo. Pasa con
calma, dulcemente, pero ni siquiera somos
capaces de seguir su trayectoria con los ojos.
Vivimos en el tiem po como el pez en el agua y
cuando entre el tiempo que pasa y el tiempo
pasado ningún obstáculo, ningún contratiem ­
po viene a intercalarse, podemos tener el sen­
timiento ilusorio de una continuidad sin pau­
sa ni ruptura, casi inmóvil, hasta el momento
en que algún acontecimiento imprevisto (una
enfermedad, una defunción, un viaje, un fra­
caso o un éxito) nos impone, con la evidencia
de un presente inédito, la certeza de un pasa­
do sin retomo. Tras el atentado de Nueva York,
esta evidencia procede de una toma de con­
ciencia colectiva y repentina.
Si no vemos pasar el tiempo o si constata­
mos demasiado tarde no haberlo visto pasar,

48
El t i e m p o q u e pa sa y q u e n o pasa

es evidente que hay que alegrarse de ello.


Como el silencio de los órganos, la discreción
del tiempo es el testimonio de la paz del cora­
zón; la espera impaciente o angustiada, el mie­
do, la preocupación son la prueba de lo con­
trario. Ello no impide que a lo largo de la vida
se nos suponga una preocupación por el paso
del tiempo: preparar las siguientes vacacio­
nes, la vuelta a las clases, preparar nuestra
jubilación, etcétera. Toda una serie de pasos
(desde el paso al sexto curso para los niños has­
ta el paso a un nivel superior para los funcio­
narios) pautan con tanta fuerza el tiempo, que
llegan a ser objeto de una atención vigilante: se
les ve venir; no son evidentes; son en cierta me­
dida problemáticos, expresan la incertidumbre
del devenir, la necesidad de prepararse.
En este sentido, el pasar (que encontra­
mos en la expresión «ritos de pasaje») tiene
connotaciones espaciales, geográficas; para
atravesar (pasar) una m ontaña o un río, hay
que hallar el paso: pasaje, desfiladero, puerto,
vado. Los desfiladeros y los vados del tiempo
corresponden a las recurrencias de las esta­
ciones, a los cumpleaños, de un m odo menos
regular a las transiciones de la vida política

49
D ia r io de guerra

(los interregnos, las sucesiones o, en las demo­


cracias modernas, las elecciones); pero de vez
en cuando surgen acontecimientos imprevis­
tos (quizás eran previsibles y son el envite
del debate que suscitan) que obligan a abrirse
paso a la fuerza en el tiempo, de cortar a gol­
pe de machete o de hoz el profundo espesor
del tiempo.
Cuando pasamos el tiempo (en el sentido
en que se pasa un río), avanzamos en nuestro
propio futuro; dicho de otro modo, logramos
hacernos un pasado, arrancam os un pedazo
de tiempo (a veces decimos que lo hemos m a­
tado), un pedazo de tiempo que podremos vol­
ver a utilizar para apuntalar nuestro nuevo
presente, nuestros proyectos, o que nos quita­
remos de encima para que no nos estorbe, para
que desaparezca en un rincón de una cava o
de un granero y para que su sombra no se pro­
yecte sobre nuestra nueva vida liberada de las
trabas de la antigua; o aun, para cam biar de
metáfora, un pedazo de tiempo que expulsa­
remos tras ser digerido, tal vez al precio de
una cierta pesadez de estómago. Ahora bien:
esta empresa no siempre resulta posible. Hay
trozos del pasado que nunca pasan, tanto de
E l t i e m p o q u e pa sa y q u e n o pasa

mi pasado privado como del que comparto


con otras personas, con otras muchas perso­
nas. Por mucho que los degluta, se atragantan;
por mucho que los trabaje, se resisten; por
mucho que los minimice, me estorban.
La experiencia íntima del tiempo -y la sen­
sación que la acom paña de haber conseguido
o no superar una etapa- es más tributaria de
la época que vivimos con los demás de lo que
desearíamos. Esta dependencia se confirma
con mayor fuerza ante ciertas circunstancias:
desde este punto de vista, 1968 representó un
ejemplo espectacular y, para algunos cuya
existencia se tambaleó, la promesa rápida­
mente sesgada de una vida cambiada. Porque
el paso se reserva sorpresas. Y así, para pla­
giar los antiguos carteles de la SNCF, un paso
puede esconder otro paso. Después de 1968
vino el año 1989 y la caída del muro de Berlín.
Una vez más, sentimiento de liberación. Pero
una vez liberados de los fantasmas del este, la
sociedad del Espectáculo se entrega a todos
sus demonios. Los situacionistas de ayer son
superados por la situación que habían denun­
ciado: son borrados del mapa, reniegan de ella
o se suicidan.

51
D ia r io d e g u e r r a

¿Cuál es el quid del 11 de septiembre del


2001?
Se trata de un típico acontecimiento que
no pasa, que se nos queda atragantado, pero
por razones que no se reducen a la constata­
ción de un horror espectacular, ni siquiera a
la ambivalencia evidente de las reacciones que
suscita en el m undo o al tem or a los desastres
que este horror pueda conllevar.
Este acontecimiento que no pasa pero que
tuvo lugar (en M anhattan y en Washington), si
nos incomoda tanto, ¿no es precisamente por­
que se asemeja a una mutación reveladora del
sistema en el que vivimos y del que no quere­
mos tener plena conciencia? ¿No es precisa­
mente porque nos revela algo sobre nuestras
represiones y sobre nuestros deseos? No se
trata aquí, como en 1968, del carácter aliena­
do de nuestras existencias cotidianas (resu­
mido por el famoso «metro, curro, cama» que
percibía con tanta intensidad su fuerte pu­
janza y su pleno empleo) o de la represión de
nuestras sexualidades (de la que todavía no
hemos conseguido librarnos, a juzgar por los
últimos éxitos literarios franceses). No se tra­
ta aquí, como en 1989, de la tranquilidad inte-

52
El TIEMPO QUE PASA Y QUE NO PASA

lectual que nos había dado la existencia, de­


trás del Muro, de otro sistema, y de nuestro m a­
lestar ante las verdades de repente más cru­
das de la sociedad del Espectáculo. Se trata
ahora de la certeza largamente rechazada de
que se ha cerrado el circuito, de que perte­
necemos al mismo mundo que el de aquellos
a quienes no queremos ver y que esta perte­
nencia, si no planteamos todas sus consecuen­
cias, puede resultar peligrosa. Asimismo, bajo
la incomodidad del acontecimiento, la recom­
posición del presente conlleva una reconstitu­
ción del pasado que lo hizo posible y nos invi­
ta a plantearnos nuevamente episodios como
la colonización y la descolonización.
L unes 22 de o ctu b re d e l 2001

Esta mañana, un amigo mío se preguntaba:


«¿Acaso vamos a vivir en un m undo goberna­
do por Bush, Sharon y Bin Laden?» Según mi
parecer, resum ía el sentim iento general de
inquieto estupor ante el desarreglo de una m á­
quina enloquecida y sin mecánico. ¿Dónde se
encuentra ese mecánico providencial? ¿En la
Casa Blanca? Lo dudamos, y empezamos a
sopesar los méritos respectivos que se les su­
pone a cada uno de los consejeros, a intentar
descubrir las huellas de una inteligencia a la
medida de lo que está enjuego. ¿Colin Powell,
quizás? Creo que en todas las futuras eleccio­
nes que deban celebrarse, ya sea en Francia o
en cualquier otro país, lo que se buscará pri­
mero será la inteligencia: da confianza. Se les
pedirá a los gobernantes que no sean idiotas,

55
D ia r io d e g u e r r a

es decir, atendiendo al mundo de imágenes en


el que vivimos, que no parezcan idiotas.
Siempre podemos equivocarnos.
No me abstengo de dar muy a gusto mi con­
sejo a los futuros candidatos: no temáis trans­
mitir un cierto aire de inteligencia. Pero ¡aten­
ción! No se trata de tener un aire demasiado
inteligente, demasiado exclusivamente inteli­
gente, de hacer gala de una inteligencia aguda,
viva, inquieta, animada. No: hay que combinar
las virtudes de la inteligencia con la gravitas del
hombre de Estado (el que sabe mostrar que «da
la talla», que se toma su tiempo para pensar,
que entiende pero que sabe esperar).
Pero me diréis: ¡... pues vaya con Bush! ¡Y
sí...! ¡Bush...!

56
E l in t e r io r y el e x t e r io r

Paul Virilio, en su libro del año 1998, La Bom­


be informatique [La bomba informática, Ma­
drid, Cátedra, 1999], hizo una notable exposi­
ción del modo en que los envites en el ámbito
geopolítico habían cambiado de dimensión.
Nos ofrece una descripción impresionante de
este cambio que, según su parecer, se corres­
ponde desde la década de 1990 con el análisis
realizado por el Pentágono. Nos preguntamos
si, a la luz del acontecimiento, el Pentágono
se mostró desde 1990 tan lúcido como Paul
Virilio o si, en caso afirmativo, supo extraer to­
das las consecuencias de su análisis. El pro­
fundo cambio que estamos tratando es, en efec­
to, simple y fundamental. Lo global (lo global
al que se alude al hablar de globalización) es
el interior de un mundo finito, finito y defini­

57
D ia r io de guerra

do por la existencia de ciertas redes de circu­


lación, de información, de comunicación. Lo
local corresponde al exterior de lo global, a las
periferias, a los grandes extrarradios, a todo
aquello que puede ser precisamente localiza­
do aquí o allá, a todo lo que está in situ. Esta
oposición entre lo local exterior y lo global in­
terior explica todas las aparentes paradojas
de la vida social y política contemporánea. Vi-
rilio nos recuerda unas declaraciones de Clin­
ton que las resumen: «Por prim era vez en la
vida, no existe diferencia entre la política in­
terior y la política exterior.»
Esta fórmula podría parecer pura y sim­
plemente imperialista si no tradujera ante
todo un estado de hecho, un profundo cambio
de perspectiva cuyos efectos constatamos día
a día. Unos efectos que eran perceptibles m u­
cho antes de los atentados de Manhattan y Was­
hington. Estoy pensando especialmente en la
separación entre los acontecimientos despoli­
tizados, que son presentados como una m ani­
festación del bandidaje, del terrorism o o de la
locura (y para cuyo tratam iento se han creado
nuevas jurisdicciones, como el tribunal de La
Haya), y los acontecimientos publicitados por-

58
E l in t e r io r y e l e x t e r io r

que, si bien son m uestra de la esfera privada y


de la diversidad del hecho, son presentados
como emblemáticos de un nuevo orden m un­
dial. Bin Laden se inscribe en la prim era ca­
tegoría, a continuación de otros criminales
como Milosevich o Saddam Hussein, sobre
cuyo significado político se ahorra el análisis
al poner el acento únicamente en sus críme­
nes. Lady Di forma parte de la segunda cate­
goría junto con todos los personajes del es­
pectáculo, de las letras o de la vida asociativa
que consagran una parte de sus respectivos
tiempos a acciones hum anitarias, si bien tie­
nen a la vez una vida personal, familiar, afec­
tiva y una vida mediática intensa. En ambos
casos, la hiperpersonalización de la vida pú­
blica facilita su presentación y su interpreta­
ción. En este sentido, es uno de los aspectos
del monopolio del acontecimiento que, junto
con el de la violencia legítima, constituyen el
monopolio al que hoy en día aspira el prim er
Estado del mundo.
Hay un lazo de unión entre el monopolio
del acontecimiento y el monopolio de la vio­
lencia. En prim er lugar, sobre todo porque
hay que estar en posesión de la fuerza para

59
D ia r io de guerra

decidir qué será acontecimiento y qué no lo


será. La consecuencia de ello es que cualquier
acontecimiento reconocido viene a ser una es­
pecie de violencia. En segundo lugar porque
la violencia simple y llana, la violencia con
efectos materiales y físicos inmediatos, es hoy
en día uno de los medios más seguros para
crear un acontecimiento. Que por cierto debe
incluir efectos violentos a gran escala. Tres
muertos palestinos por aquí o un colono judío
mortalmente herido por allá son una m anifes­
tación de lo cotidiano anecdótico. Hay que for­
zar la dosis para conseguir un acontecimien­
to, m atar a un ministro, a un gran dirigente
de la guerra o a un número considerable de
anónimos.
En este y en otros muchos sentidos, los
atentados del 11 de septiembre constituyen
una provocación excepcional y ejemplar. En
cierto modo son una aplicación literal de la
doctrina del Pentágono. Y simultáneamente
son una m uestra de la política interior y de la
política exterior; de ahí que desde ese instante
no sorprendiera que el FBI y la CIA se pisaran
los talones cuando iniciaron las pesquisas. La
propia investigación ponía en evidencia, con

60
. INTERIOR Y EL EXTERIOR

una especie de feroz ironía, que los futuros


kamikazes utilizaron las facilidades que Esta­
dos Unidos les brindaba: viajaban al país im ­
punemente, aprendían desde ahí a pilotar los
aviones, consultaban con una intención evi­
dente los horarios de las líneas aéreas interio­
res. Y puesto que se sabe, por otro lado, que
se formaron también en tierras del Próximo
Oriente y de Oriente Medio, que en la mayoría
de los casos pasaron largos períodos en Euro­
pa, que fueron financiados por redes ocultas
pero evidentemente y absolutamente interna­
cionales, se puede ver en ello la ilustración de
la desaparición entre frontera interior y fron­
tera exterior que se halla, según Virilio, en el
centro mismo del cambio de perspectiva ope­
rado en el Pentágono.
El terrorismo pretende a la vez atentar con­
tra el monopolio de la violencia legítima (y tras
el 11 de septiembre vamos a ser testigos de
cómo se desarrollan argumentos tendentes a
legitimar los atentados como el arm a de aque­
llos que carecen de otras formas de m atar) y
relocalizar lo global. Según la nueva óptica
analizada por Virilio, el Pentágono y el World
Trade Center no eran puntos geográficos si­

di
D ia r io de guerra

tuados en Washington o en Nueva York, sino


elementos esenciales de la metápolis virtual
que se identifica con el mundo global de la
circulación, de la información y de la com u­
nicación, el sum m um de la interioridad. Aho­
ra bien, estos elementos del dispositivo virtual
adquieren de repente una actualidad trágica:
devienen lugares, como Mogadiscio, Beirut o
Bagdad; pasan a ser exteriores a la globalidad
del sistema: de repente todo se detiene ahí, y
la destrucción de las torres, con todo su equi­
po informático al servicio del comercio m un­
dial, es más que un incidente material y un dra­
ma humano: es una revolución interna que a
prim era vista parece hacer dar un paso más
a la lógica de encerramiento en la que se con­
funden exterior e interior.
La escena de los atentados es, a decir ver­
dad, bastante extraña. Los espacios en los que
tienen lugar pertenecen a ese tipo de espacios
que yo he denominado no-lugares porque pa­
recen escapar a cualquier determinación de
identidad, simbólica o histórica. Está claro que
las torres eran un lugar de trabajo para m u­
chas personas y es fácil imaginar que entre
ellas se establecieron vínculos de familiaridad

62
E l in t e r io r y e l e x t e r io r

cotidiana, hábitos y relaciones. Todas estas in­


timidades fueron barridas de un solo golpe.
Pero si pensamos en las dos torres como un
conjunto, si pensamos en los miles de perso­
nas que las frecuentaban a diario sin conocer­
se, que se cruzaban sin verse, si nos fijamos en
que desde cada piso partían y llegaban a diario
miles de mensajes sin que, de un piso a otro ni
de una a otra oficina de un mismo piso, se tu­
viera la más mínima idea de quiénes eran sus
autores ni la más mínima curiosidad por co­
nocerlos, si pensamos en las multitudes enlo­
quecidas que se sometieron al apremio de la
evacuación por las escaleras, no podemos evi­
tar ser sensibles a su carácter ejemplarmente
anónimo, al mundo de interconexiones y de
comunicaciones instantáneas de las que ellas
eran un máximo exponente, síntesis de la me-
tápolis, según Virilio, y de todos los no-luga­
res de la tierra como espacios de circulación,
de consumo y de comunicación. Los aviones
completan este cuadro: las líneas aéreas son,
junto con los circuitos de comunicación, las
arterias del mundo globalizado y de Estados
Unidos. Si el atentado relocaliza todo esto no
es tan sólo en el sentido de que hace de ello el

63
D ia r io d e g u e r r a

centro de acontecimientos que hasta entonces


se reservaban a las periferias; al introducir a
la fuerza la historia en espacios cuya ideolo­
gía pretendía que ésta había term inado, defi­
ne a la vez unos lugares donde se recrea una
identidad colectiva, donde se afirm a un pa­
trim onio, un lugar de culto y de conm em ora­
ción, que de ahora en adelante simbolizará
otra América. Trágicamente (la historia es trá­
gica), el no-lugar deviene lugar.
En este drama, todo adquiere una dimen­
sión simbólica: son los aviones de las líneas
interiores norteamericanas, aviones de compa­
ñías norteam ericanas, los que se ponen en
contra de los símbolos del sistema al que sir­
ven. En cierto modo, el sistema es el que se
pone en su propia contra. Si para llevar a cabo
esta hazaña perversa ayudan algunos m árti­
res del Islam, éstos también aparecen, en cier­
tos aspectos (estudios, competencias técni­
cas), como productos del propio sistema. En
cierto modo, nos anuncian lo que dentro de
poco algunos locutores nos comentarán o nos
recordarán, que Bin Laden y otros islamistas,
especialmente los talibanes, fueron armados
y a m enudo adiestrados en Estados Unidos.

64
E l in t e r io r y e l e x t e r io r

Si retrocedemos unos cuantos años, podemos


apreciar todavía mejor el carácter cínico y a la
vez suicida de la política americana. Para po­
der hablar metafóricamente de enfermedad
autoinmune en relación con la destrucción del
World Trade Center, no falta más que un de­
talle: sería necesario que los propios agentes
de seguridad norteamericanos fueran los que
atacan, o, dicho de otro modo, que aviones de
guerra norteamericanos se hubieran estrella­
do contra las torres. No nos hallamos muy le­
jos de una situación de esta índole si pensa­
mos en las armas americanas de que disponen
los talibanes y en el papel de la CIA en la for­
mación de sus dirigentes.
A partir de aquí, ¿podemos considerar el
terrorism o como una enfermedad del propio
sistema? Creo que sería llevar demasiado le­
jos la metáfora el atribuir al sistema un grado
de realidad que no le es propio. El sistema,
como cualquier otro, es una construcción que,
de acuerdo con Virilio, redefine un cierto nú­
mero de términos y sus relaciones: lo exterior
y lo interior, lo local y lo global, aparejados en
el sistema de un modo aparentemente sor­
prendente: global, como interior de una parte;

65
D ia r io d e g u e r r a

local, como exterior de la otra. Si, tras el aten­


tado, se vuelven a invertir los términos y las
relaciones, si el símbolo de lo global deviene
terriblemente local, ello obedece menos a una
crisis del sistema como tal, de la que somos
testigos, que a su histórica puesta en cuestión.
Hay un indicio en este sentido: todo ocurre
como si, frente a la globalización técnica y
económica de la que Estados Unidos es una
pieza esencial del engranaje, se perfilara otra
globalización a partir de los elementos de la
prim era a la que le tom aría prestados tam ­
bién un cierto núm ero de circuitos. Sus inter­
locutores aspiran, como el Estado más pode­
roso del mundo, al ejercicio legítimo de la
violencia. Crean el acontecimiento y poseen
un arte perfecto de monopolizarlo (de m ono­
polizar su sentido y su interpretación) en una
parte del mundo. Confían a una cadena de te­
levisión de Qatar el monopolio de la inform a­
ción. La red de Bin Laden, Al Qaeda, está en
todas partes y en ningún lugar, es inasequible.
En cualquier caso es la imagen que quiere y
consigue dar. Quizás Bin Laden, como Saddam
Hussein, tiene sosias. Pero a decir verdad no
se tiene la certeza de que este nuevo Fanto-

66
E l in t e r io r y e l e x t e r io r

mas sea el único o el principal dirigente de la


gran red que recorre el mundo: como el gran
Capital en boca de los com unistas de antaño,
puede tener distintas encam aciones. El te­
rrorism o incluye todos los elementos de una
sociedad anónim a. Tras el llam am iento a la
jihad y a la solidaridad musulm ana, parece
adivinarse un com portam iento mimético que
nada tiene de novedoso si tenemos en cuenta
que muchos movimientos de resistencia en el
m undo han tom ado prestadas las arm as de
aquellos a quienes com batían y tam bién su
estilo.
Esta oposición en forma de rivalidad difí­
cilmente puede ser analizada según los térm i­
nos del propio sistema, en la medida en que
precisamente el sistema aparece como un
modelo deshonrado y a la vez fascinante que
debe ser abatido o subvertido.
Aquí puede ser de utilidad retom ar la opo­
sición entre globalización y planetarización.
La lógica de la globalización pretende estar
ajena a cualquier form a de conciencia pla­
netaria; los problemas de la ecología y de la
desigualdad social no le conciernen. Por lo
menos es lo que se propone en la medida en

67
D ia r io de guerra

que se define como sistema y aspira a definirse


como sistema globalizador. Para que el sistema
sea completamente globalizador debe tener en
cuenta también la conciencia planetaria, debe
ser portador de un mensaje sobre el planeta
como cuerpo físico expuesto a amenazas es­
pecíficas y sobre la sociedad de los humanos
amenazada por una desigualdad creciente. La
experiencia y el ideal democráticos que, en este
ámbito, hacen de mensaje de la primera po­
tencia del mundo globalizado tienen su impor­
tancia, pero se ven constantemente renegados
en política exterior. Estados Unidos y el siste­
ma en su conjunto distribuyen cómodamente
los puntos positivos y los negativos en el ámbi­
to de la democracia y de los derechos del hom ­
bre, pero, si bien no se excluye que a la larga se
logren progresos importantes en estos ámbi­
tos, ellos no son portadores de un mensaje cla­
ro y audible para los más pobres y oprimidos.
El realismo y el cinismo que han demostrado
en esta ocasión y que demostrarán en los tiem­
pos futuros son una muestra de una concep­
ción clásica de la diplomacia y no de un ideal
en el que podrían reconocerse los sedientos de
libertad, de educación y de justicia.

68
E l in t e r io r y e l e x t e r io r

La administración republicana, durante los


primeros meses de la presidencia de Bush, ha
vivido como si globalización significara pla-
netarización, como si el sistema fuera la rea­
lidad. La ecología no era su taza de té; el res­
peto a los acuerdos convenidos no era su
obsesión; el Próximo Oriente no era su preo­
cupación. El aislamiento a la nueva usanza
significa creer que, en efecto, la historia ha
terminado y que no hay más que esperar, en el
corazón del mismo sistema, a que termine de
generalizarse y a que se pongan eventualmen­
te a punto ciertas actuaciones de ayuda a los
excluidos (en el exterior del propio sistema,
para retom ar las oposiciones de Virilio). Ante
un repliegue como éste (y me gustaría recor­
dar que a menudo la descolonización se ha
identificado más con un repliegue de este tipo
que con una liberación) y una certeza como
ésta, los atentados de Nueva York y de Was­
hington son, a pesar de ser como una pesadi­
lla, una llamada al principio de realidad: el
planeta llama de nuevo al recuerdo positivo
del sistema.
Pero el planeta está del lado de la historia
y la globalización del lado del sistema. La his­

69
D ia r io de guerra

toria es sucia, la historia es loca, la historia


está surcada de deseos y de delirios; los ren­
cores y los odios se acumulan; la ignorancia,
sobre la escena del mundo, se expande con
complacencia y desespero, es una presa que
se brinda a cualquier tipo de explotación. Al
acometer el sistema no se consigue dem ostrar
su virtud; utilizar el sistema y utilizarlo contra
él mismo según la propia necesidad requiere
inteligencia, pero la inteligencia no excluye
ni el fanatism o ni la locura. Incluso podría­
mos llegar a desear, desde la preocupación
por la justicia y para conjurar nuestros te­
mores, que no se cree que el sistem a esté al
abrigo de la historia.

70
La r e l ig ió n

Últimamente hemos visto blandir de nuevo


las antiguas banderas. «¡Vuelta de la religión!»
afirman las publicaciones, generalmente con
un atisbo de inquietud cuando se trata de la
religión de los otros -del Islam para el caso- y
cuando esos otros habitan la misma ciudad.
Desde hace años se viene hablando de «comu­
nidad musulmana», dos términos detestables
cuando van unidos porque generan una doble
sensación de encerramiento. ¿Cómo extrañar­
se de que la gente joven lleguen a sentirse ex­
clusivamente solidarios entre ellos cuando se
les atribuye una diferencia y una residencia
específicas, y de que reivindiquen una etique­
ta religiosa cuando se les cuelga una de todas
maneras? No sólo se les está condenando a ser
musulmanes, sino a serlo en grupo. Contra-

71
D ia r io de guerra

riamente a todas las formas tradicionales de


la laicidad francesa, se ha pretendido crear
una minoría étnica y religiosa (y religiosa en
la medida en que es étnica) susceptible de ser
etiquetada, de ser caracterizada, hecho que
de inm ediato ha complicado la identifica­
ción de sus representantes, como si, de en­
trada, esa actitud no fuera la creación de aque­
llos que hoy en día pretenden com prenderla
y discutir con ella. El regreso de lo religioso,
en dicho caso, responde al capricho perverso
de espíritus pretendidam ente modernos, de
apóstoles de la nueva laicidad y de cultura-
listas incultos que rebanan Francia en com u­
nidades religiosas, cuando este país está com ­
puesto precisam ente por individuos que se
definen como religiosamente indiferentes, in­
cluyendo entre ellos a quienes son de origen
árabe.
Si lo religioso regresa, debe hacerlo de un
modo inofensivo. Frente a las cruzadas exal­
tadas del Occidente cristiano, los gobiernos
de nuestras sensatas democracias y el conjun­
to de los responsables religiosos hacen un lla­
mamiento para que no se mezcle lo bueno
con lo malo. Bush hace un homenaje al Islam

72
La r e l ig ió n

como «religión de paz». Los cristianos que


identifican, con cierta razón, viejos recuerdos
en la historia, descargan sobre las heridas de
ésta toneladas de ecumenismo. Lo política­
mente correcto exhala, hoy en día, un perfu­
me de sacristía.
Y sin embargo... Y, sin embargo, los m o­
noteísmos siempre han sido proselitistas y,
como consecuencia de ello, combativos. Ja­
más se han aislado en sus lugares de origen;
de entrada siempre han respondido a voca­
ciones universales. Y es evidente que las co­
sas se deben distinguir desde este punto de
vista. Los libros sobre los que se basan las
distintas tradiciones monoteístas son suscep­
tibles de lecturas distintas: en ellas se en­
cuentran declaraciones de guerra y alaban­
zas de la paz, llamamientos a la venganza y al
perdón. Así pues, no es la lectura de los textos
lo que perm ite determ inar el carácter más o
menos violento o más o menos hum ano de
las distintas tradiciones religiosas. Tampoco
lo es la evolución de dichas lecturas a lo lar­
go del tiempo, que más bien habla de la his­
toria por hacer que de un «mensaje» intem ­
poral que finalm ente haya brotado de su

73
D ia r io d e g u e r r a

frente original. Sin duda existe una salida fi­


losófica de la religión, una salida por medio
de la filosofía. Pero esta profundización es
más fácil cuando la religión ha visto contra­
riadas sus aspiraciones al poder político y a
la conquista.
Hay que tener en cuenta, además, que el
otro aspecto de las cosas es la práctica. La
práctica del pasado, claro está; no será necesa­
rio recordar aquí el pasado bélico y represivo
del cristianismo en sus distintas modalidades.
Y también la práctica actual, a la que no siem­
pre le dedicamos la atención que se merece.
Seguro que tampoco es necesario recordar el
carácter retrógrado y oscurantista de los Esta­
dos que se definen oficialmente como islamis-
tas. Pero algunas de las distintas iglesias sali­
das del movimiento protestante tienen hoy en
día una actividad de misión perfectamente
comparable a la del Islam, del que además toma
prestados los mismos caminos: asistencia so­
cial ahí donde falla y mensaje enérgico, sin
concesiones al ideal de la tolerancia que se
formula en otras instancias. En América lati­
na, los evangelistas denuncian con el mismo
ardor a Juan Pablo II que a Fidel Castro, figu­

74
r e l ig ió n

ras del Anticristo, así como todas las perver­


siones m odernas: el alcoholismo, la droga, el
adulterio y la homosexualidad. Su organiza­
ción es m inuciosa y mundial, global, dispo­
nen de grandes sum as de dinero y de sóli­
dos apoyos en Estados Unidos. Varios jefes
de gobierno de América Central y de Améri­
ca del Sur son evangelistas. Su penetración
en África y en Europa del Este es sistem ática
y decisiva.
Estas constataciones no pretenden esta­
blecer una comparación entre las distintas
tradiciones religiosas ni pretenden analizar
(hay otras personas que lo hacen con toda
la inform ación y experiencia necesarias) las
distintas formas del expansionismo religioso
contemporáneo. Tan sólo quieren introducir
una reflexión más precisa, no exenta de con­
secuencias: los debates a los que estamos asis­
tiendo desde hace algún tiempo, la literatura
que invade los estantes de las librerías tien­
den efectivamente a hacer creer que los acon­
tecimientos del 11 de septiembre son de natu­
raleza religiosa, salen al paso para m atizar
esta afirmación con una diferenciación biem-
pensante entre la religión de verdad, la espiri-

75
D ia r io d e g u e r r a

tuai, y la religion extraviada, mal entendida,


que justificaría la violencia. Ahora bien, si, se­
gún yo creo, estos debates carecen de sentido
y de utilidad es porque nada tienen que ver
con la esencia del fenómeno que nos preocu­
pa desde el 11 de septiembre: la espectacular
manifestación del terrorismo global.
Precisemos. Que Al-Qaeda recibe el apoyo
de las redes islamistas de todo el mundo, que
la acción de Bin Laden, m adurada a lo largo
de los años, esté motivada por la defensa del
Islam y que esta preocupación la haya dirigi­
do, por turnos, prim ero contra los soviéticos,
que sostenían un régimen laico en Afganistán,
y luego contra los americanos instalados cer­
ca de los Lugares Santos en Arabia Saudí, son
hechos evidentes. Pero lo que de verdad im­
porta son las reacciones que el atentado del
11 de septiembre suscitó en el mundo entero.
Ya no estoy hablando únicamente de los paí­
ses musulmanes, sobre los que se ha recalca­
do, a menudo con pudor, que sus respectivas
poblaciones no estaban «en la misma línea»
que sus correspondientes gobiernos, obliga­
dos a colaborar con Estados Unidos, sino de
continentes como América latina o el África

76
La r e l ig ió n

negra. La sonrisa de satisfacción que se di­


bujó en sus caras nada tenía que ver con el
Corán. Nacía de la conciencia de que se ha­
bía asestado un buen golpe a la potencia y al
sistema dom inantes, un golpe que, por pri­
mera vez, había estado a la altura de esa do­
minación.
Hacer esta constatación no implica ceder
al antiamericanismo, como querría hacernos
creer toda una corriente de intelectuales. Na­
die nos puede prohibir pensar en conjunto
el terror antidemocrático, liberticida y hom i­
cida de Al-Qaeda y el contexto que propició
su aparición y que explica la audiencia am bi­
gua que tiene. No se nos puede prohibir di­
ciendo que prestar atención a lo segundo sería
justificar lo primero: sería un inadmisible
proceso de intención que es m anifestación
del terrorism o intelectual. Luchar contra el
terrorismo, a largo plazo, significa intentar
eliminar las condiciones de su aparición. El
terrorism o es la forma últim a y acabada de la
humillación, el gesto nihilista de aquellos que
ya no sienten respeto ni por sus vidas ni por
las de los demás, porque su rabia y su locura
les han conducido más allá de este respeto.

77
D ia r io de guerra

Desde este punto de vista, no me parece signi­


ficativo que el Islam añada a estos actos la
promesa de huríes y felicidad eternas para sus
mártires. Sí, las razones profundas del terro­
rismo, del nihilismo y de la humillación son
políticas y económicas, o de lo contrario, para
decirlo de otro modo y responder así a la ob­
jeción de aquellos que harían prevalecer que
en el acto terrorista y suicida siempre se en­
cuentra algo más que la fuente de sus deter­
m inantes, que un gesto terrorista tan espec­
tacular como el del 11 de septiem bre pueda
sacudir certezas y captar im aginaciones no
sería concebible en un m undo de igualdad
política y de justicia económica.
Las décadas de 1960 y 1970, de los años de
las independencias declaradas o reafirmadas,
suscitaron la aparición de figuras carismá-
ticas que tuvieron un destino trágico o des­
graciado desde el mismo momento en que re­
chazaron doblegarse al orden de las cosas, al
orden del mundo: Lumumba, asesinado en
1961; Guevara, asesinado en 1967; Allende,
asesinado en 1973, inscribían sus acciones
en una perspectiva política que fracasó, pero
que la expansión intelectual del marxismo y,

78
La r e l ig ió n

más ampliamente, del pensamiento progresis­


ta hacían parecer posibles en la época. Ilusio­
nes, ilusiones sangrientas porque el sistema
que se instalaba era exclusivo de cualquier
tercera vía. El Tercer Mundo debía doblegarse
al sistema de dos vías. La tercera vía no era
más que la cara escondida del com unism o
que los dirigentes am ericanos deseaban b a­
rrer del mapa. Otra posible traducción del
mismo principio: tal vez no es por casualidad
que las m onarquías constitucionales (en Irán
y en Afganistán), más allá de la cuestión de
sus errores o de sus faltas, no hayan recibido
más apoyo de Estados Unidos cuando a fina­
les de la década de 1970 la una se inclinaba
hacia el islamismo y la otra hacia el com u­
nismo.
En el presente, el anticomunismo ha deja­
do de ser el m otor del sistema de vía única
que, tras haber eliminado el comunismo, se
extiende por toda la tierra (evidentemente,
con todas las incertidumbres que se derivan
de la existencia de Estados como China o Ru­
sia, que m antienen con Estados Unidos y E u­
ropa unas relaciones que por el momento res­
ponden a la más clásica lógica diplomática).

79
D ia r io d e g u e r r a

El ideal progresista, para no hablar del m ar­


xismo, ya no es el repetidor por el que se pue­
da intentar generalizar un mensaje local. El
propio lenguaje político ya no lo consigue en
sus formulaciones antiguas (independencia,
democracia). La experiencia de Marcos en
México es, bajo este punto de vista, tan sutil
como particular: en definitiva, no deja de ser
una experiencia irrevocablemente local, por
mucho que se haya dejado sentir por todas
partes.
Desde entonces, las protestas de los exclui­
dos reproducen a otra escala las protestas de
los pueblos colonizados. En cualquier lugar
del mundo, la situación colonial ha suscitado
la aparición de resistencias, pero sobre todo
de figuras ambivalentes, proféticas, que, al
tom ar nota de los cambios ocurridos, reivin­
dican su apropiación para aquellos que fue­
ron sus prim eras víctimas. En África negra,
estos profetas, personalidades ambivalentes
fascinadas por la novedad de la que denun­
ciaban la injusticia, habían sido formados en
general por las misiones protestantes o cató­
licas. Su ambivalencia se debía en parte al
hecho de que, conscientes de la naturaleza lo­
La r e l ig ió n

cal de sus predicaciones, intentaban entablar


con las iglesias del colonizador los lazos que
justificarían la am pliación de sus actos. La
enorme dem anda de la que a veces han sido
objeto, los éxitos efímeros pero im presionan­
tes que m uchos de ellos cosecharon dem ues­
tran con creces que eran los hom bres (y a ve­
ces, aunque muy raram ente, las mujeres) «de
la situación».
¿Qué proponían? Una acción inmediata y
una previsión a corto plazo. Como en la Bi­
blia, los días gloriosos que anunciaban eran
terrenales y estaban próximos. En su espera,
se m etían un poco en política, se rodeaban
de semisabios, curaban los cuerpos enfermos,
acogían a quienes eran rechazados por sus
ciudades (los «brujos») y a quienes no sopor­
taban la vida en la ciudad. Durante toda la
época colonial y hasta nuestros días, casi
medio siglo después de las independencias,
la esperanza, a pesar de los chascos que da la
experiencia, no ha cesado de reaparecer. En
Africa se continúa ejerciendo la carrera de
profeta. Pero quien haya viajado un poco sa­
brá que en todos los continentes una acti­
vidad profética desenfrenada, ya sea bajo los

81
D ia r io d e g u e r r a

colores del candomble, del um banda o del


shamanismo, en sus múltiples expresiones
africanas y asiáticas, no cesa de inflamar po­
blaciones enteras que tienen la necesidad de
denunciar su difícil vida.
Con respecto a esta demanda, hoy en día la
postura profética es más necesaria (más lógi­
camente necesaria) que nunca. Las eviden­
cias de la mundialización y la triste certeza
que la acom paña de que la solución se halla
siempre en otra parte, del lado de los poderes
que Occidente controla y de los que se sirve
para dom inar a los otros, contradicen y esti­
m ulan a la vez dicha postura.
En Bin Laden hay algo de profeta y en
Al-Qaeda algo de profetismo. La idea de un
imperio m usulm án dirigido por Bin Laden, el
hecho de que emplea a individuos que han
adquirido cierto capital intelectual y técnico,
el bricolaje con los instrumentos de destruc­
ción creados por Occidente o el desvío, en to­
dos los sentidos del término, de sus medios de
transporte, la idea de que el acontecimiento
tiene el valor de un signo (un obús de mortero
cae a los pies de Bin Laden y no explota), todo
ello es de naturaleza profética. Hay otros te­

82
La r e l ig ió n

mas (básicamente la ideología del mártir) que


pertenecen a la tradición islámica. Pero ésta
es, ante todo, un vector que de entrada abre un
espacio planetario a la palabra profética. Los
pequeños profetas de los pueblos africanos ne­
cesitaban el modelo de la religión universal.
Los profetas del mañana, ante la ausencia de
cualquier ideología política o filosófica uni-
versalizable, necesitarán, a su vez, el Corán o
la Biblia.
Que ello no nos impida oírlos y entender
en nombre de quienes hablarán aunque no
siempre lo sepan o lo quieran.

83
S ábado 2 2 d e d ic ie m b r e d el 2001

Hay un asunto, ¡menudo asunto!, que merece


la pena seguir. Los proclamadores del opti­
mismo van a celebrar la victoria am ericana
(técnicamente poco discutible) y van a en­
cum brar la idea de que se ha puesto en jaque
al terrorism o y al fundamentalismo. Pero nos
resultará fácil darnos cuenta de lo que pue­
de seguir a una victoria como ésa: el m anteni­
miento de las buenas relaciones con Arabia
Saudí (lógico, puesto que las autoridades nor­
teamericanas nada tienen en contra del fun­
dam entalism o religioso y en un com ienzo
habían acogido favorablemente el éxito del
FIS en Argelia): la fulminación de distintos
blancos terroristas (Somalia, Irak y otros lu­
gares), preferentem ente cuando, como en Af­
ganistán, es muy probable que dicho ataque
D ia r io de guerra

contribuya a preservar los intereses económicos


norteamericanos; y, probablemente con menor
regularidad (puesto que entramos en un nuevo
capítulo), se garantizará la continuación del
culebrón sobre Bin Laden, a menos que se le
encuentre rápidam ente un epílogo.
En cuanto al resto (el resto: la suerte del
mundo, el devenir de la hum anidad), E uro­
pa, todavía un enano político, la E uropa que
«se amplía» como quien saca pecho, asegu­
rará las buenas obras y el seguimiento hu­
manitario echando el ojo a su vez a los oleo­
ductos y a las reservas de gas. Y continentes
enteros continuarán debatiéndose en la vio­
lencia y la miseria.
¿Hay con qué alim entar algún tipo de op­
timismo? Así parece creerlo Bernard-Henry
Lévy en un artículo de opinión publicado por
Le Monde el 21 de diciembre. No tengo nada
contra Bernard-Henry Lévy: con su estilo flo­
rido y un poco pretencioso, expresa la nostal­
gia de una época en la que algunos intelectua­
les sabían hacer oír sus voces en la ciudad.
He leído de él análisis inteligentes. Pero esta
vez, se deja llevar: básicamente, arremete con­
tra el antiamericanismo, el «socialismo de los

86
SÁBADO 2 2 DE DICIEMBRE DEL 2 0 0 1

imbéciles» que, a su parecer, acaba de experi­


m entar una dura derrota. Se le podría repli­
car que el antiterrorism o (el antiterrorism o
de palabra, al igual que el antiamericanismo
en el que pone la mira) corre el riesgo de con­
vertirse en breve, como el anticomunismo de
antaño, en el patriotismo de los cretinos. Pero
lo esencial no está aquí. Bemard-Henry Lévy
no se adhiere, según dice, ni al dogma del fin
de la historia ni al mito del choque entre civi­
lizaciones. Bien. No es el único. Tampoco es el
primero. Entonces, ¿sobre qué se basa su pro­
americanismo ? Sobre la constatación de que
los norteam ericanos se atreven a hacer lo
que quieren cuando quieren y de que llevaban
la razón al exigir la cabeza de los talibanes.
Pero llevado por su impulso, quiere una
victoria total y no duda en aplastar bajo las
bom bas de su ironía los argum entos rastre­
ros del «antiamericanismo». Hay que rem ar­
car, entre paréntesis, el poder de las palabras
y la lucha sutil que perm ite a los más despa­
bilados, en este deporte de com bate que es el
enfrentam iento político o ideológico, ocupar
el lado positivo: todo el m undo sabe que los
defensores del «antiamericanismo» no son

87
D ia r io d e g u e r r a

más antiam ericanos que los «antimundiali-


zación» hostiles al mundo, pero lo esencial
es que el adversario esté en el lado contrario,
afectado por el signo negativo, privado de
algo. Dios ha m arcado una serie de m om en­
tos del día en que nos hemos acostum brado
a llam ar no-creyentes o ateos a las personas
que se atenían a la experiencia del hombre,
de la vida y del conocimiento.
Así pues, para Bernard-Henry Lévy «nin­
gún “abono" justifica ni explica en profundi­
dad el nihilismo urbicida de los saudís secta­
rios». Admito que el abono nada justifica, por
lo menos espero que no lo explique todo, pero
sin abono, ¿el terrorism o sería tan siquiera
concebible? A menos que Bernard-Henry Lévy
pretenda decir que la voluntad perversa de un
hombre ha bastado para estremecer al mundo
entero. Y si ése era el caso, todavía habría que
preguntarse por qué el gesto terrorista tam ­
bién ha podido hacer nacer en el mundo esa
sonrisa de satisfacción más o menos conteni­
da, que puede sorprender pero que hay que
explicar, porque éste es nuestro problema. El
m undo en su conjunto (y no me refiero a los
intelectuales franceses) no se ha sentido am e­
SÁBADO 2 2 DE DICIEM BRE DEL 2 0 0 1

ricano tras la caída de las Torres Gemelas.


¿Por qué? Bernard-Henry Lévy no se hace la
pregunta. Se siente demasiado feliz. Mirando
de arriba abajo a los talibanes que han huido
«como conejos», se regocija de que la fuerza
disuasiva de los B52 abra al fin la vía al Islam
laico y vea asom ar en el horizonte «la mun-
dialización de la democracia». ¿Tan lejos se
encuentra del «fin de la historia»?
La guerra fría nos dejó como legado un
m otor a dos tiempos: blanco o rojo, bien o
mal. Un talibán que viaja un poco se convier­
te en un buen checheno; y al revés, alguno de
los héroes de la lucha antisoviética se han
convertido en terroristas. Bernard-Henry Lévy
sabe todas estas cosas, pero, obnubilado qui­
zás por el tem or a no ser más que un figuran­
te en la escena de la historia, como todos y
cada uno de nosotros, intenta conseguir su lu­
gar, hacer oír su voz, mostrarse, tener un pa­
pel, uno de verdad, aunque está ignorando el
escenario de los hechos y sus cambios de de­
corado. Y reconozcamos que éstos se suceden
a toda prisa y que nos cogen desprevenidos.
¿Dónde han ido a parar los miles de guerreros
talibanes, los búnkers subterráneos, las cue­

89
D ia r io de guerra

vas sobreequipadas desde las que Bin Laden


se com unicaba con el mundo entero? ¡Esca­
moteados! ¡Corten! Ya no los necesitamos.
Todo ha cambiado de escenografía. Un clap:
¡Todo el mundo preparado para la secuencia
siguiente!

90
LO QUE ESTÁ EN JUEGO

Sea cual sea el resultado de la batida al «multi­


millonario saudí», como suelen decir los me­
dios de comunicación, el acontecimiento del
11 de septiem bre continuará siendo funda­
m ental e inaugural. Como en tiem pos de la
colonización, pero con los medios de la mun-
dialización (recordemos cómo la aparición
del mediático subcom andante Marcos dio el
golpe de gracia a la figura de Che por anticua­
da...), aparecerán más profetas. No dispon­
drán necesariamente ni de la fortuna ni de la
organización planetaria de Bin Laden; a m e­
nudo parecerán ser más prisioneros de una
causa local que él (aunque Arabia Saudí haya
sido quizás el origen y el sentido último de la
empresa de Al-Qaeda), pero, como él, expre­
sarán más de lo que propiamente dicen.

91
D ia r io d e g u e r r a

El Islam no es el único motivo de discusión


en este asunto. Los monoteísmos universalis­
tas y proselitistas, en sus distintas versiones,
permiten de entrada una generalización del
mensaje profético. Es lo que habían entendi­
do los profetas africanos que siempre han
sostenido sus prácticas paganas sobre una re­
ferencia cristiana, o a veces islamista, para in­
tentar escapar al encerramiento en un pueblo
o en una provincia. Nadie es profeta en su
tierra. Bin Laden es un nuevo ejemplo de ello.
Muchos profetas en todos los continentes,
tanto en la Europa medieval como en la Ale­
mania nazi, llegaron de otros países distintos
al que les acogió y en el que su acción encon­
tró al fin su audiencia. El profeta viene de su
tierra, pero va hacia otro lugar; en todas p ar­
tes se siente en casa, pero siempre llega de
otro lugar. Está condenado a lo universal
incluso cuando formula este destino de un
modo irrisorio u odioso. La mundialización,
la inmigración, la circulación de los produc­
tos dan hoy en día una especie de garantía ob­
jetiva a lo imaginario profético. El espacio del
mundo (del mundo entero convertido en coex-
tensivo del planeta) está atravesado por m en­

92
L O QUE ESTÁ EN JUEGO

sajes, pero todavía no es el lugar de ninguna


opinión pública, de ninguna expresión públi­
ca, salvo en instancias muy indirecta y lejana­
mente representativas. Este silencio obliga a
tom ar la palabra.
La historia del m undo comienza. El sis­
tem a de la globalización económica y tecno­
lógica no es más que el decorado de las pri­
meras escenas del prim er acto de un dram a
en el que aparecerán muchos otros protago­
nistas, actores de la historia menos siniestros
-eso espero- que el terrorista de m irada tier­
na, ex-agente de la CIA, si bien, lo queram os
o no, term inarán como él, sean cuales sean
sus intenciones o sus delirios personales, ha­
ciéndose eco planetario del lam ento y de la
rabia de los excluidos del sistema o de quie­
nes se opongan a él porque la exclusión es su
resorte y su fin. El m undo vivirá una nueva
guerra de los Cien Años, con sus altos y ba­
jos, sus torm entas y sus calmas, pero será
una guerra interior, civil, una guerra em i­
nentem ente política, cuya apuesta será saber
si la dem ocracia puede transform arse sin
que se pierda, si la utopía planetaria se pue­
de llevar a cabo o si a la larga las exhortacio-

93
D ia r io de guerra

nes alternas de la locura religiosa y de la b a r­


barie mercantil se prolongarán aun hasta las
estrellas.

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