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Ciudadanía, Sociedad Civil y Estado


1
Qué es la ciudadanía, y por qué importa.

Richard Bellamy
Tomado de: Citizenship: A very short introduction (Oxford
University Press, 2008) págs, 1-26.
Traducción: Alexandra U. Zahar, 2018.

E
� �����É� �� �� ��������Í� ����� �� ���� �Á� �������. Políticos de todas las banderas re-
calcan su importancia, así como líderes religiosos, cabezas de la industria, y todo tipo de
grupo de interés - desde aquellos que apoyan causas globales, tales como enfrentar la po-
breza a nivel mundial, a otros con un enfoque altamente local, tales como el combate al crimen
en los vecindarios. Gobiernos alrededor del mundo han promovido la enseñanza del civismo en
las escuelas y universidades, y han introducido exámenes de ciudadanía para los inmigrantes que
buscan convertirse en ciudadanos naturalizados. Tipos de ciudadanía proliferan continuamente,
desde ciudadanía dual y transnacional, a ciudadanía corporativa y ciudadanía global. Cualquiera
que sea el problema – ya sea la disminución del voto, el aumento de embarazos adolescentes, o
cambio climático – alguien ha presentado la revitalización de la ciudadanía como parte de la solución.

La pura variedad y rango de estos diferentes usos de ciudadanía puede ser algo desalentador.
Históricamente, la ciudadanía ha estado ligada a los privilegios de membresía de una clase particular
de comunidad política – una en la que aquellos que disfrutan un cierto status tienen derecho a parti-
cipar en igualdad con sus pares ciudadanos en la toma de las decisiones colectivas que regulan la
vida social. En otras palabras, la ciudadanía ha ido de la mano con la participación política en alguna
forma de democracia – especialmente, el derecho a votar. Las variadas nuevas formas de ciudadanía
son a menudo planteadas como alternativas a esta modalidad tradicional con su estrecho enfoque
político. Sin embargo, aunque justificada en algunos aspectos, expandir demasiado la ciudadanía,
de tal forma que abarque los derechos y obligaciones de la gente en todas sus interacciones con
los demás, potencialmente oscurece su rol importante y distintivo como una clase específica de
10 Qué es la ciudadanía, y por qué importa.

relación política. La ciudadanía es diferente, no sólo a otros tipos de afiliación política, tales como
ser súbdito en las monarquías o dictaduras, sino también a otras clases de relación social, tal como
ser padre, amigo, compañero, vecino, colega o cliente.

A través del tiempo, la naturaleza de la comunidad política democrática y las cualidades necesarias
para ser un ciudadano han cambiado. Las ciudades estado de la antigua Grecia, que dieron primero
en elevar la noción de ciudadanía, eran bastante diferentes a la antigua república romana o las
ciudades estado de la Italia renacentista, y todas diferían tremendamente de las naciones estado que
emergieron a finales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX y que aún proveen el contexto primario de
ciudadanía hoy. En gran parte, la preocupación contemporánea con la ciudadanía puede ser vista
como reflejo de la visión que dice que actualmente estamos presenciando una mayor transformación
de comunidad política y por tanto de ciudadanía, producida por los impactos gemelos y relaciona-
dos de globalización y multiculturalidad. En formas diferentes, estos dos procesos sociales están
poniendo a prueba la capacidad de los estados nación de coordinar y definir las vidas colectivas de
sus ciudadanos, alterando el mero carácter de ciudadanía en el camino.

Estos desarrollos y sus consecuencias en la ciudadanía proveen el tema central de este libro. El
resto de este capítulo pone la escena y establece la agenda del libro. Iniciaré por examinar por qué la
ciudadanía es importante y necesita ser entendida en términos políticos, entonces avanzar a una
definición más precisa de ciudadanía, y concluir señalando algunos de los desafíos que afronta –
ambos en general y en las circunstancias específicas que confrontan las sociedades contemporáneas.

1.1. ¿Por qué ciudadanía política?

Ciudadanía se ha referido tradicionalmente a un conjunto particular de prácticas políticas que


involucran derechos y obligaciones públicas específicas con respecto a una comunidad política
dada. Ampliar su significado para abarcar relaciones humanas, generalmente resta de la importancia
de las tareas distintivamente políticas que los ciudadanos realizan para moldear y sustentar la vida
colectiva de la comunidad. Sin duda la más común y crucial de estas tareas es el involucramiento
en el proceso democrático – principalmente a través del voto, pero también a través de la protesta,
hacer campaña de varias formas, y buscando un puesto de elección popular. Sea que los ciudadanos
participen o no, el hecho de que puedan hacerlo caracteriza la forma en que consideran sus otras
responsabilidades, tales como obedecer aquellas leyes aprobadas democráticamente con las que
están en desacuerdo, pagar impuestos, realizar servicio militar y así sucesivamente. A la vez provee el
mecanismo más efectivo para ellos de promover sus intereses colectivos y motivar a sus gobernantes
políticos a perseguir el bien público en vez del propio.
1.1 ¿Por qué ciudadanía política? 11

La ciudadanía democrática es tan rara como es importante. En el presente, sólo cerca de 120 de
los países del mundo, o aproximadamente 64 % del total, son democracias electorales en el sen-
tido significativo de que los votantes tengan una oportunidad realista de cambiar el gobierno en
funciones por un conjunto de políticos más a su gusto. Efectivamente, la mera cantidad de 22 de
las democracias existentes en el mundo han sido continuamente democráticas en este sentido por
un periodo de 50 años o más. Y a pesar de que el número de democracias operantes ha crecido
constante aunque lentamente desde la Segunda Guerra Mundial, la participación del votante en
democracias establecidas ha experimentado un igualmente lento pero constante descenso.

Por ejemplo, la participación en los Estados Unidos en el periodo de 1945 a 2005 ha disminuido
en 13.8 % desde el máximo de 62.8 % de votantes aptos en 1960 hasta el mínimo de 49.0 % en 1996, y
en Reino Unido la participación ha bajado en 24.2 % del máximo de 83.6 % en 1950 al mínimo de
59.4 % en 2001. Cierto, como en cualquier otro lado, ambos países han experimentado fluctuacio-
nes considerables entre máximos y mínimos en los pasados 60 años, dependiendo de lo reñidas o
importantes que los votantes percibieran las elecciones, mientras en algunos países los niveles de
voto se han mantenido extremadamente robustos, con Suecia, por ejemplo, experimentando un
comparativamente muy modesto mínimo de 77.4 % en 1958 y un apabullante máximo de 91.8 %
en 1976. La tendencia general en descenso es, sin embargo, innegable. Aun así, a pesar de que
los ciudadanos expresan una creciente insatisfacción con los arreglos democráticos de sus países,
continúan aprobando la democracia misma.
La Encuesta de Valores Mundial (World Values Survey) de 2000-2 encontró que el 89 % de los encues-
tados en Estados Unidos veían a la democracia como un “buen sistema de gobierno” y 87 % como
el “mejor”, mientras en Reino Unido el 87 % lo consideraba como “bueno” y 78 % como el “mejor”
(en Suecia fue el 97 % y 94 % respectivamente). Cualesquiera las deficiencias reales o percibidas de
la mayoría de sistemas democráticos, por tanto, la mayoría de miembros de países democráticos
parecen aceptar que la democracia importa y es el prospecto de influenciar la política gubernamental
de acuerdo con reglas razonablemente justas y de forma más o menos equitativa con respecto a
los demás lo que forma la marca distintiva del ciudadano. En aquellos otros países donde la gente
carece de esta crucial oportunidad, son en el mejor de los casos invitados y en el peor meros súbditos
o sujetos – muchos, contando el 40 % de la población mundial, – de regímenes autoritarios y opresivos.

¿Por qué es tan crucial ser capaz de votar y cómo se relaciona con todas las otras cualidades y
beneficios que son comúnmente asociados a la ciudadanía? Todos salvo los anarquistas creen que
necesitamos alguna especie de marco político estable para regular la vida social y económica, en
conjunto con varias instituciones políticas – tales como la burocracia, el sistema legal y cortes, una
fuerza policial y ejército – para formular e implementar las regulaciones necesarias. Como mínimo
básico, este marco buscaría preservar nuestros cuerpos y propiedades en contra del daño físico
perpetrado por otros, y proveer condiciones claras y razonablemente estables para todas las varias
formas de interacción social que la mayoría de individuos encuentra inevitables hasta cierto punto –
12 Qué es la ciudadanía, y por qué importa.

sea viajar por los caminos, comprar y vender bienes y empleo, o matrimonio y cohabitación. Como
veremos, mucha gente cree que necesitamos más que este mínimo básico, pero pocos dudan que
en una sociedad de cualquier complejidad necesitamos al menos estos elementos y que sólo una
comunidad política con propiedades similares a aquellas que ahora asociamos con un estado va a
proporcionarlas.

Las disposiciones sociales y morales que cada vez más han llegado a ser ligadas a la ciudadanía, ta-
les como buena vecindad, son ciertamente implementos importantes para cualquier marco político,
sin importar que tan amplias. Reglas y regulaciones no pueden cubrirlo todo, y que se sigan no puede
depender de la coerción por sí misma. Si la gente actuara de una forma socialmente responsable
sólo porque temen ser castigados de lo contrario, sería necesario crear un estado policial de alcance
totalitario para preservar el orden social – un remedio potencialmente mucho peor que el desorden
que buscaría prevenir.

Pero no podemos simplemente confiar en que la gente actúe bien tampoco. No es únicamente
que algunas personas podrían tomar ventaja de la bondad de otras. Los humanos son creaturas
falibles, que poseen limitados conocimiento y poder de razonamiento, y con la mejor intención del
mundo son propensos a errar o estar en desacuerdo. Problemas más complejos crean un rango de
preocupaciones morales, algunas de las cuales pueden entrar en conflicto entre sí, mientras que la
cadena de causa y efecto que las produjo, y las probables consecuencias de cualesquiera decisiones
que tomemos para resolverlas, pueden ser todas muy difíciles si no imposibles de saber con certeza.
Imaginemos si no existiera un código vial o regulaciones de tráfico y tuviéramos que coordinar con
otros conductores simplemente basados en que todos tuviéramos buen juicio y nos comportáramos
cívica y responsablemente unos con otros. Incluso si todos actúan de forma consciente, existirían
situaciones tales como esquinas ciegas o cruces complicados, donde simplemente carecemos de la
información para hacer juicios competentes porque es imposible imaginar con cualquier certeza lo
que otros podrían decidir hacer.

La regulación política, digamos instalando luces viales, en éste y casos similares coordina nuestras
interacciones en formas que nos permiten saber dónde estamos parados con respecto a los demás.
En áreas como el comercio, por ejemplo, eso significa que podemos entrar en acuerdos y planear
por adelantado con un grado de confianza.

Ahora cualquier marco político razonablemente estable y eficiente, incluso uno presidido por un
despiadado tirano, nos proveerá algunos de estos beneficios. Por ejemplo, piensen en la elevada falta
de certeza e inseguridad sufrida por muchos ciudadanos iraquíes como resultado de la carencia de
un orden político efectivo que siguiera el derrocamiento de Saddam Hussein. Sin embargo, aquellos
que no poseen gran riqueza, poder o influencia – en otras palabras la vasta mayoría de la gente – no
estarán satisfechos con simplemente cualquier marco. Ellos querrán uno que aplique para todos
1.1 ¿Por qué ciudadanía política? 13

– incluyendo el gobierno – y trate a todos imparcialmente y como iguales, sin importar lo ricos o
importantes que puedan ser.

En particular, ellos querrán que sus disposiciones provean una base justa para que todos disfruten
la libertad de perseguir sus formas de vida como elijan en términos iguales a los de los demás, y
tanto como sea posible que sea compatible con que posean una razonable cantidad de seguridad
personal a través del mantenimiento de un grado apropiado de estabilidad social y política. Y una
necesaria, si no siempre suficiente, condición para asegurar que las leyes y políticas de una comu-
nidad política posean estas características es que el país sea una democracia electoral operante
y que los ciudadanos participen de hacerla tal. Aparte de cualquier otra cosa, el involucramiento
político ayuda a los ciudadanos a moldear cómo debe verse este marco. La gente tiende a estar en
desacuerdo acerca de lo que la igualdad, libertad y seguridad implica y las mejores políticas que les
apoyen en determinadas circunstancias.
La democracia ofrece el potencial de que los ciudadanos debatan estos temas más o menos en
términos iguales y lleguen a tener alguna valoración por los puntos de vista e intereses de los demás.
Además promueve un gobierno que responda a sus crecientes preocupaciones y condiciones cam-
biantes dándoles a los políticos un incentivo para gobernar en formas que no reflejen y avancen sus
propios intereses sino los de la mayoría de ciudadanos.

La lógica es simple, incluso si en la práctica frecuentemente no lo es: si los políticos consisten-


temente ignoran a los ciudadanos o demuestran ser incompetentes, eventualmente perderán el
cargo. Más aún, en una democracia operante, donde los partidos regularmente alternan en el poder,
existe un incentivo relacionado para que los ciudadanos se escuchen entre sí. No solamente muy
variados grupos de ciudadanos necesitarán formar alianzas para construir una mayoría electoral,
a menudo llegando a acuerdos en el proceso, sino también deberán estar conscientes de que la
composición de cualquier coalición ganadora futura es propensa a cambiar y excluirlos. Así los gana-
dores siempre tienen razón de ser respetuosos de las necesidades y puntos de vista de los perdedores.

Así como veremos en el Capítulo 5, en su mejor expresión la ciudadanía democrática viene de esta
forma a promover un grado de equidad y reciprocidad entre ciudadanos. Por ejemplo, suponga que
el electorado contiene 30 % que quieren pensiones más altas, 40 % que quieren bajar los impues-
tos, 60 % desean más vialidades, 30 % que quieren más trenes, 60 % apoyan menores emisiones de
carbono, 30 % que se oponen al aborto, 60 % quieren hospitales mejor equipados, 30 % que desean
escuelas mejoradas, 20 % que desean más vivienda, y 35 % que apoyan cacería de zorros. He inventa-
do estas cifras, pero la distribución de apoyo a lo largo de un rango dado de asuntos políticos no es
diferente que aquel encontrado en la mayoría de democracias. Ahora, nótese como varias políticas
son propensas a ser incompatibles entre sí – gastar más en una cosa significa gastar menos en otra,
mejorar hospitales puede significar menos gasto en caminos o escuelas y así sucesivamente. Note
también como es poco probable que cualquier persona o grupo se encuentren consistentemente en
14 Qué es la ciudadanía, y por qué importa.

la mayoría o la minoría en todos los problemas – la minoría que apoya la cacería, digamos, es poco
probable que se traslape enteramente con la minoría que se opone al aborto o la minoría que quiere
más casas. Así que puedo estar en la minoría en lo que concierne a mis puntos de vista acerca del
aborto y una mayoría cuando se trata de cacería de zorros, en una minoría en el tema de las escuelas
y una mayoría en construcción de vialidades, y así sucesivamente. Y cada vez estaré aliado con un
grupo ligeramente diferente de personas.

Mientras tanto, incluso cuando la gente está de acuerdo en general acerca de algún tema, pueden
estar en fuerte desacuerdo acerca de cuál política lo resuelve mejor. Así, una mayoría – digamos
60 % - puede estar de acuerdo que necesitamos reducir las emisiones de carbono, pero aún estar en
desacuerdo acerca de cómo hacerlo – 30 % puede favorecer la energía nuclear, 30 % la energía eólica,
20 % medidas para reducir el uso de vehículos, 25 % más impuestos ambientales, y así sucesivamente.
Como resultado, la mayoría de la gente puede de hecho apoyar muy pocas políticas que disfruten
pleno apoyo mayoritario – mayormente estarán en diferentes minorías parcialmente traslapadas
pero a menudo diferentes grupos de personas. Si un partido quiere construir una mayoría operante,
por lo tanto, tendrá que construir una coalición de minorías a lo largo de un amplio espectro de
problemas y políticas y arreglar intercambios entre ellas. Eso hace probable que a la mayoría de la
gente le agraden algunas partes de los programas de partidos opositores y le desagraden otras partes:
un votante de Estados Unidos puede preferir la actitud hacia el aborto de la mayor parte de demó-
cratas y las políticas económicas de la mayor parte de republicanos, digamos, y un votante de Reino
Unido las políticas de salud del laborista y las políticas europeas de los conservadores. Emitirán su
voto con base en la preponderancia de cosas que les agrada o desagrada, apropiadamente valorado
por lo que ellos consideran más importante. A través del tiempo, mientras problemas y actitudes
cambian, las fortunas de los partidos son propensas a disolverse y con ellas la medida con la cual
las políticas preferidas de cualquier votante individual coincidan con una mayoría o una minoría.
“Una persona, un voto” significa que las preferencias de cada persona son tratadas en una forma
equitativa, mientras la necesidad de que los partidos atiendan un rango de puntos de vista de la
gente dentro de sus programas fuerza a los ciudadanos a practicar un grado de tolerancia mutua y
complacencia de los intereses y preocupaciones de los demás.

Uno puede imaginar circunstancias en las cuales una persona pudiera disfrutar de un marco
político igualitario sin ser ciudadano. Si alguien está vacacionando en el extranjero en un estado
democrático estable, ella generalmente se beneficiaría de muchas de las ventajas de su sistema legal
y servicios públicos de forma muy parecida a sus ciudadanos. Las leyes que sostienen la mayoría de
sus libertades civiles serían idénticas, ofreciéndole derechos similares a los propios en contra de
un asalto violento o fraude, digamos, y a un juicio justo en el evento de que estuviera involucrada
en tales crímenes. Idénticamente, tendrá muchas de las mismas obligaciones que un ciudadano
y tendrá que obedecer las leyes que le conciernen, tales como respetar los límites de velocidad si
está conduciendo un auto, pagar impuestos de venta en muchos bienes, etc. La mayoría de los
1.1 ¿Por qué ciudadanía política? 15

deberes sociales no prescritos legalmente que han llegado a ser asociados con la ciudadanía también
aplicarían. Si es alguien que considera que una persona socialmente responsable debería levantar la
basura, ayudar ancianas a cruzar la calle, evitar comentarios racistas o sexistas, y comprar solamente
bienes de comercio justo, tiene tanta razón para comportarse de acuerdo con estas normas en el
extranjero como en casa. Efectivamente, consideraciones similares estarían detrás de su recono-
cimiento del valor de seguir las leyes de un país extranjero, aunque no ha tenido ningún rol en
enmarcarlas. Asimismo, en la medida en la que los ciudadanos del país anfitrión están motivados por
tales consideraciones, deberían actuar tan cívicamente hacia los visitantes como lo hacen hacia sus
conciudadanos. Si le agrada tanto el país que decide encontrar un empleo y quedarse por un tiempo,
entonces probablemente pagará impuesto sobre sus ingresos y será protegida por la legislación
laboral y posiblemente incluso disfrute ciertos beneficios sociales. Por supuesto, en la práctica un
número de factores contingentes pueden poner a los no-ciudadanos en desventaja comparados con
muchos ciudadanos en el ejercicio de sus derechos – especialmente si no son fluidos en el idioma
local. Pero este tipo de desventajas no son el resultado directo de no poseer un status de ciudadano.
Después de todo, los ciudadanos naturalizados podrían estar en prácticamente la misma situación
con respecto a muchos de ellos. Ni le impedirían, como individuo trabajador y amable, considerada
con los demás, convertirse en un valuado pilar de la comunidad local, respetada por sus vecinos.
¿Por qué, entonces, molestarse con ser capaz de votar, realizar labor de jurado, y varias otras tareas
que muchos ciudadanos encuentran onerosas – especialmente si es posible que ella nunca necesite
alguno de los derechos adicionales que gozan los ciudadanos?

Existen dos razones por las cuales debería estar preocupada – ambas resaltan por qué la ciudadanía
en el sentido político es importante. Primero, a diferencia de los ciudadanos, no posee un derecho
indiscutido de entrar o permanecer en este país, y si cayera en desgracia con las autoridades podrían
negarle la entrada o deportarle. Como veremos en capítulos subsecuentes, este es un derecho central
en una era en la que mucha gente es apátrida como resultado de la guerra o de regímenes opresivos
en sus países de origen, o son llevados por pobreza severa a buscar una vida mejor en otro lado. Pero
de cierta forma esto aún plantea la pregunta de por qué debería querer convertirse en ciudadana en
vez de simplemente una residente permanente. Después de todo, la mayoría de países democráticos
reconocen un deber humanitario de ayudar a aquellos en necesidad extrema y han establecido
acuerdos internacionales acerca de los solicitantes de asilo para prevenir que individuos sean re-
chazados o deportados a países donde su vida estaría en riesgo. Cada vez más, también existen
derechos reconocidos internacionalmente para residentes de largo plazo o “denizens” como se les
ha llegado a llamar. Si ella ha entrado al país de forma legal y es un individuo que se guía por la ley,
de forma que no hay prospectos para ser deportada, ¿entonces por qué no sólo disfrutar la vida bajo
su régimen bien ordenado? Aquí viene la segunda razón. Porque las cualidades que a ella le gustan
de este país surgen en gran parte de su carácter democrático. Incluso el status de cuasi-ciudadanía
que ha llegado a poseer bajo la ley internacional es el producto de acuerdos internacionales que son
promovidos y mantenidos confiablemente sólo por estados democráticos. Y el que sean democracias
depende a su vez de que al menos una porción significativa de ciudadanos dentro de tales estados
16 Qué es la ciudadanía, y por qué importa.

lleven a cabo su deber y participen en el proceso democrático.

Como señalé arriba, un número de ciudadanos en aumento no se molestan en participar. Ya


sea que sienten es fútil hacerlo o están contentos con montarse en los esfuerzos de los demás. Es-
tán equivocados. Puede bien ser que, como está organizada en el presente, la democracia queda
corta de las expectativas que los ciudadanos tienen de ella, que sienten que su involucramiento
tiene poco o ningún efecto. Sin embargo, esa visión no es tanto un argumento para abandonar la
democracia como lo es para buscar mejorarla. Uno sólo necesita comparar la vida bajo cualquier
democracia establecida, aunque imperfecta como todas lo son, con aquella bajo cualquier régimen
no democrático existente para darse cuenta que la democracia hace una diferencia de la cual la
mayoría de ciudadanos obtienen beneficios tangibles. La gente carece de respeto por sí misma y
posiblemente también de respeto por otros, en un régimen bajo el que no tienen la posibilidad de
expresar sus puntos de vista y ser tomados en cuenta, sin importar que tan benévola y eficientemente
sea conducido. Los gobernantes no necesitan seguir viendo a los gobernados como iguales, con
derecho a dar una opinión y a tener sus intereses en consideración en los mismos términos que
todos los demás. Y así no necesitan tomarlos en cuenta. La ciudadanía democrática cambia la forma
en que se ejerce el poder y las actitudes de los ciudadanos entre sí. Porque la democracia nos da
una parte en gobernar y ser gobernados en las formas indicadas arriba, la ciudadanía nos permite
ambos, controlar a nuestros líderes políticos y controlarnos a nosotros mismos y colaborar con
nuestros compañeros ciudadanos en una base de igual atención y respeto. En contraste, el residente
permanente de mi ejemplo es sólo un súbdito tolerado. Ella puede expresar sus puntos de vista pero
no tiene derecho a que sean escuchados en igualdad con los de los ciudadanos.

1.2. Los componentes de la ciudadanía: hacia una definición

La ciudadanía, por tanto, tiene una relación intrínseca con la política democrática. Involucra
membresía en un club exclusivo – aquellos que toman las decisiones clave acerca de la vida colec-
tiva de una comunidad política dada. Y el carácter de esa comunidad en muchas formas refleja lo
que la gente hace de ella. En particular, su participación o falta de ella juega un rol importante en
determinar que tanto, y en que formas, trata a la gente como iguales. Tres componentes ligados
de la ciudadanía emergen de este análisis – membresía de una comunidad política democrática,
los beneficios colectivos y derechos asociados con la membresía, y participación en los procesos
políticos, económicos y sociales de la comunidad – todos los cuales se combinan de diferentes formas
para establecer una condición de igualdad cívica.

El primer componente, membresía o pertenencia, concierne a quién es un ciudadano. En el


pasado, muchos han sido excluidos, sean del interior o del exterior, de la comunidad política. Exclu-
siones internas han incluido a aquellos designados como inferiores naturales con bases raciales,
1.2 Los componentes de la ciudadanía: hacia una definición 17

de género u otros; o como no calificados debido a carencia de propiedades o educación; o como


descalificados por haber cometido un crimen o volverse desempleado, indigente o enfermo mental.
Así en la mayoría de democracias establecidas las mujeres obtuvieron el voto mucho después de
haber alcanzado el sufragio universal masculino, antes del cual muchos trabajadores eran excluidos,
mientras que los prisioneros a menudo pierden su derecho a votar, como lo hace – por defecto –
cualquiera que no tenga un domicilio fijo. Muchos de estos motivos internos de exclusión han sido
desechados como sin fundamento, mientras que otros permanecen como conflictos vivos, así como
la efectividad desigual del derecho a votar entre diferentes grupos. Sin embargo, mucha atención
reciente se ha concentrado en las exclusiones externas de refugiados e inmigrantes. Aquí, también,
han existido cambios hacia políticas más incluyentes en ambos niveles doméstico e internacional,
aunque significativas medidas excluyentes persisten o han sido introducidas recientemente. Aun
así, los actuales altos niveles de migración internacional, aunque no sin precedente, han sido sufi-
cientemente intensos y prolongados y de tal alcance a nivel mundial como para haber forzado un
gran replanteamiento de los criterios de ciudadanía.

Como veremos en capítulos posteriores, ninguno de estos criterios prueba ser sin complicaciones.
Ciudadanía implica la capacidad de participar en ambas la vida política y socioeconómica de la
comunidad. Sin embargo, la naturaleza de esa participación y las capacidades que demanda han
variado con el tiempo y permanecen como objeto de debate. Los ciudadanos deben estar también
dispuestos a verse a sí mismos en un sentido como pertenecientes al estado particular en donde
residen. Como mero mínimo, deben reconocerlo como un centro de poder legítimo para regular
su comportamiento, demandar impuestos, y así sucesivamente, a cambio de proveerles de varios
bienes públicos. Qué tanto se deben también identificar con sus conciudadanos es un asunto di-
ferente. Una democracia funcional ciertamente requiere algunos elementos de una cultura cívica
común: notablemente, amplia aceptación de la legitimidad de las prevalecientes reglas de la política
y probablemente un lenguaje o lenguajes comunes para el debate político. Un grado de confianza y
solidaridad entre ciudadanos también prueba ser importante si todos van a colaborar en producir
los beneficios colectivos de la ciudadanía, más que algunos intentando montarse en los esfuerzos de
otros. La medida en la que tales cualidades dependen de que los ciudadanos posean una identidad
compartida es un asunto más discutido, pero crucial, mientras las sociedades se vuelven cada vez
más multiculturales.

El segundo componente, los derechos, ha sido visto a menudo como el criterio definitorio de
ciudadanía. Filósofos políticos contemporáneos han adoptado dos acercamientos principales para
identificar estos derechos. Un primer acercamiento busca identificar aquellos derechos que los
ciudadanos deberían reconocer si se han de tratar entre sí como individuos libres dignos de igual
atención y respeto. Un segundo acercamiento intenta, más modestamente, simplemente identificar
los derechos que son necesarios si los ciudadanos van a participar en la toma de decisiones democrá-
tica en términos de libertad e igualdad. Ambos acercamientos prueban ser problemáticos. Incluso si
18 Qué es la ciudadanía, y por qué importa.

los más comprometidos demócratas aceptan en términos generales la legitimidad de uno u otro de
estos recuentos de derechos ciudadanos como implícitos en la mera idea de democracia, llegan a
muy diferentes conclusiones acerca de los derechos precisos que cada uno de estos acercamientos
pudiera generar. Estas diferencias reflejan ampliamente las varias divisiones ideológicas y de otro
tipo que forman el plano de la política democrática contemporánea. Así los neoliberales son proclives
de considerar el libre mercado como suficiente para mostrar a los individuos igualdad de atención y
respeto con respecto a sus derechos sociales y económicos, mientras que un socialdemócrata es
más proclive a desear ver un servicio de salud mantenido de forma pública y también un sistema
de seguridad social. De forma similar, algunas personas pudieran abogar por un sistema dado de
representación proporcional como necesario para garantizar el derecho igualitario al voto de un
ciudadano, otros ven la pluralidad del sistema de primera vuelta como suficiente o incluso, en
algunos aspectos, superior. Como resultado de estos desacuerdos, los derechos de ciudadanía de-
ben ser vistos, tal vez algo paradójicamente, como sujeto de las decisiones de los ciudadanos mismos.

Esa paradoja parece menos aguda, sin embargo, una vez que notamos que crear derechos como
la consideración primaria es en varios respectos demasiado reductiva. Tendemos a ver los derechos
como atribuciones individuales - son reclamos que los individuos pueden hacer en contra de otros,
incluidos los gobiernos, a ciertos estándares de decencia en la forma en que son tratados.
Aun así, aunque los derechos se adjuntan a individuos, tienen una dimensión colectiva importante
que el lazo con la ciudadanía sirve para resaltar. Lo que hace que funcione cualquier conjunto de
derechos no es el apelar a los derechos como tal sino a los argumentos de por qué la gente tiene
esos derechos. La mayoría de estos argumentos tienen dos elementos. Primero, apelan a ciertos
bienes como importantes para que los seres humanos sean capaces de llevar una vida que refleje
sus propias decisiones libres y esfuerzo – usualmente la ausencia de coerción por otros y ciertas
precondiciones materiales para la acción, tales como comida, techo y salud. Segundo, y de for-
ma más importante desde nuestro punto de vista, implican que las relaciones sociales deben ser
tan organizadas que aseguremos estos derechos en forma igualitaria para todos. Por tanto, los
derechos son bienes colectivos en dos sentidos importantes. Por una parte, asumen que todos
compartimos un interés en ciertos bienes como importantes para que nosotros seamos capaces
de moldear nuestras propias vidas. Por otra parte, estos derechos sólo pueden ser provistos por
gente que acepta ciertos deberes cívicos que aseguran que sean respetados, incluyendo cooperar
para establecer apropiados acuerdos colectivos. Por ejemplo, si tomamos la seguridad personal
como un bien humano compartido indiscutido, entonces un derecho a este bien sólo puede ser
protegido si todos se abstienen de interferencia ilegitima con otros y colaboran para establecer
un sistema legal y fuerza policial que sostenga ese derecho de una manera justa que trate a todos
como iguales. En otras palabras, regresamos a los argumentos que establecen la prioridad de la
ciudadanía política presentada previamente. Porque los derechos dependen de la existencia de
alguna forma de comunidad política en la cual los ciudadanos busquen términos justos de asocia-
ción para asegurar esos bienes necesarios para que ellos persigan sus vidas en términos igualitarios
con otros. Por tanto, la asociación de derechos con los derechos de ciudadanos democráticos, con
1.2 Los componentes de la ciudadanía: hacia una definición 19

la ciudadanía misma formando el derecho de derechos porque es el “derecho a tener derechos”


– la capacidad de institucionalizar los derechos de los ciudadanos en una apropiada forma igualitaria.

El tercer componente, participación, aparece aquí. Llamar a la ciudadanía el “derecho a tener


derechos” indica cómo el acceso a numerosos derechos depende de la membresía a una comunidad
política. Sin embargo, muchos activistas de derechos humanos han criticado el carácter exclusivo
de la ciudadanía por esta precisa razón, manteniendo que los derechos deberían estar disponibles
para todos en forma igual sin importar donde se nace o se vive. Como resultado, algunas veces han
argumentado en contra de cualquier límite en el acceso a la ciudadanía. Los derechos deberían
trascender las limitaciones de cualquier comunidad política y no depender ya sea de la membresía
o participación. Aunque existe mucha justicia en estas críticas, son deficientes en tres aspectos
principales.

Primero, los ciudadanos de democracias bien conducidas gozan de un nivel y rango de atribucio-
nes que se extienden más allá de lo que la mayoría de gente caracterizaría como derechos humanos
– esto es, derechos que nos son atribuidos simplemente por motivos humanitarios. Por supuesto, se
podría argumentar con alguna justificación que muchos de estos países se han beneficiado de la
explotación indirecta o directa de estados más pobres, a menudo no democráticos, y varios abusos
relacionados a derechos humanos, tales como venta de armas a sus gobernantes autoritarios. Recti-
ficar estos abusos, sin embargo, aún permitiría diferenciales significativos de riqueza entre países.
En segunda, los derechos también resultan de las acciones positivas de los ciudadanos mismos y
sus contribuciones a los bienes colectivos de su comunidad política. En este aspecto, la ciudadanía
forma el “derecho a tener derechos” al poner en las propias manos de los ciudadanos la habilidad
de decidir cuales derechos van a proveer y de qué forma. Algunos países podrían elegir tener altos
impuestos y una salud pública, educación y esquemas de seguridad social generosos, digamos, otros
tener menores impuestos y proveer públicamente estos bienes de forma menos generosa, o más
gasto en cultura o en policía y las fuerzas armadas. Finalmente, nada de lo anterior excluye reconocer
el “derecho a tener derechos” como un derecho humano que crea una obligación de parte de los
estados democráticos existentes para ayudar en vez de obstruir procesos de democratización en paí-
ses no democráticos, dar socorro a refugiados y tener procedimientos de naturalización igualitarios
y no discriminatorios para trabajadores migrantes dispuestos a comprometerse con los deberes de
ciudadanía de sus países adoptivos.

Así que membresía, derechos y participación van juntos. Es a través de ser un miembro de una
comunidad política y participar en términos iguales en la creación del marco de su vida colectiva
que disfrutamos derechos de perseguir nuestras vidas individuales en términos justos con otros. Si
ponemos estos tres componentes juntos, llegamos a la siguiente definición de ciudadanía:

Ciudadanía es una condición de igualdad cívica. Consiste de membresía en una comuni-


dad política donde todos sus ciudadanos pueden determinar los términos de cooperación
20 Qué es la ciudadanía, y por qué importa.

social sobre una base de igualdad. Este status no sólo asegura derechos iguales en el disfrute
de los bienes colectivos provistos por la asociación política sino también involucra deberes
iguales en promover y sustentarlos – incluyendo el bien de la ciudadanía democrática
misma.

1.3. La paradoja y dilema de la ciudadanía

Anteriormente sugerí que la ciudadanía involucra una paradoja encapsulada en verla como el
“derecho a tener derechos”. Esa paradoja consiste en que nuestros derechos como ciudadanos
dependen de ejercer nuestro derecho ciudadano básico a la participación política en cooperación
con nuestros pares ciudadanos. Debido a que nuestros derechos derivan de las políticas colectivas
sobre las que decidimos para resolver problemas comunes, tales como proveer seguridad personal
con una fuerza policial y sistema legal. Más aún, una vez instauradas, estas políticas sólo operaran si
continuamos cooperando para mantenerlas a través de pagar impuestos y respetando los derechos
de otros que derivan de ellas. Así los derechos involucran deberes – siendo no menor, el deber de
ejercer los derechos políticos de participar del cual dependen todos nuestros otros derechos. Ésta
paradoja da lugar a su vez al dilema que puede afectar mucho del comportamiento cooperativo.
O sea, que estaremos tentados a escapar de nuestros deberes cívicos si sentimos que podemos
disfrutar los bienes colectivos y los derechos que proveen confiando en que otros hagan su parte
en vez de ejercerlos nosotros mismos. Y mientras más ciudadanos actúen de esta forma, menos
confiarán sus compañeros ciudadanos en colaborar con ellos. Acuerdos colectivos se verán cada
vez menos confiables, incitando a la gente a abandonar la ciudadanía en favor de otras formas, más
individualistas, de asegurar sus intereses.

Éste dilema prueba ser particularmente agudo si el bien en cuestión tiene las cualidades asociadas
con lo que técnicamente se conoce como un “bien público” – esto es, un bien, tal como ilumina-
ción pública, del que a nadie se puede excluir de sus beneficios, sin importar si contribuyeron a
mantenerlo o no. En tales casos, existirá una tentación para los individuos de “montarse” en los
esfuerzos de otros. Así, si los vecinos a cualquier lado de mi casa pagan por iluminación pública,
ellos no serán capaces de evitar que me beneficie de ello, incluso si yo decido no ayudarles con
los costos. En muchos aspectos, la democracia opera como un bien público de este tipo y de igual
forma se enfrenta a la práctica abusiva1 del aprovechamiento desleal. El costo de informarte y emitir
tu voto es inmediato y es percibido inmediatamente por cada individuo, mientras los beneficios
son bastante menos tangibles e individualizados, así como las desventajas de no votar. Tú vas a
ganar viviendo en una democracia sea que votes o no, mientras cualquier voto individual contribuye
muy poco a sostener instituciones democráticas. Y las desventajas de la democracia – las políticas y
políticos que a la gente desagradan – tienden a ser más evidentes que sus virtudes, las cuales son
difusas, y en países recientemente democratizados, a menudo son de largo plazo. Como resultado,
1
Nota de la traductora: el término original es quandary y carece de una traducción directa al español.
1.3 La paradoja y dilema de la ciudadanía 21

la tentación de aprovecharse deslealmente es grande.

De hecho, los politólogos solían estar confundidos acerca de por qué los ciudadanos se tomaban
siquiera la molestia de votar – parecía irracional. Dada la muy pequeña posibilidad de que el voto de
cualquier persona vaya a hacer una diferencia en el resultado de la elección, difícilmente parece
que valga la pena el esfuerzo. Incluso el miedo de que la democracia pudiera colapsar debería tener
poco efecto en este razonamiento egocentrista. Como individuo, aún paga para el aprovechado
confiar en los esfuerzos de otros. Después de todo, si otros fallan en hacer su parte, tendrá poco
caso que el aprovechado la haga. En el pasado, parece que los ciudadanos simplemente no eran
tan estrechamente instrumentales en su razonamiento. Parecen haber valorado la oportunidad de
expresar sus puntos de vista en conjunto con otros. El miedo creciente, simbolizado por el descenso
en el voto, es que tal mentalidad cívica ha disminuido, con los ciudadanos volviéndose más egoístas
y calculadores en sus actitudes, no sólo hacia la participación política sino también hacia los bienes
colectivos que las autoridades políticas existen para proporcionar. También han sentido que sus pa-
res ciudadanos y políticos están de igual forma preocupados sólo por sus propios intereses. Estudios
electorales nacionales americanos, por ejemplo, revelan que durante los pasados 40 años la mayoría
de ciudadanos americanos han llegado a sentir que el gobierno favorece algunos pocos grandes
intereses en lugar de aquellos de todos, aunque el porcentaje ha fluctuado entre mínimos de 24 % y
19 % en 1974 y 1994 respectivamente que creen que benefició a todos, a máximos de 39 % y 40 % en
1984 y 2004. De forma similar, una encuesta de opinión británica de 1996 reveló que un apabullante
88 % de encuestados creía que los Miembros del Parlamento servían a intereses diferentes a los de
sus constituyentes o a los del país – con 56 % contestando que simplemente servían a su propia
agenda.

Éste cambio en las actitudes y percepciones de la gente, presenta un desafío mayúsculo a la prác-
tica y propósito de la ciudadanía. La mayoría de los bienes colectivos que los ciudadanos colaboran
para mantener y de los que dependen sus derechos, son sujeto del dilema de bienes públicos descrito
arriba. Así como votar, el costo del impuesto que yo pago para mantener a la policía, caminos, es-
cuelas y hospitales parecerá de alguna forma más directo y personal que los beneficios que obtengo
de estos bienes, y una simple gota en el océano comparado con los billones necesarios para pagar
por ellos. Así como la democracia, éstos bienes también tienden a estar disponibles para todos los
ciudadanos sin importar cuánto pagaron o, efectivamente, siquiera si han pagado del todo. Cierto,
éstos bienes no tienen la cualidad precisa de bienes públicos – algún nivel de exclusión es posible. Sin
embargo, sería a la vez ineficiente y potencialmente crearía grandes injusticias el hacerlo. Más aún,
en numerosas formas indirectas, todos nos beneficiamos de un buen sistema de transporte, de una
población saludable y bien educada, y de disfrutar otros y nosotros mismos de seguridad personal.
Dicho eso, la gente siempre se inclinará naturalmente a preguntarse si están obteniendo el valor de
su dinero o si están contribuyendo más allá de su justa parte. Tales preocupaciones son proclives a
ser particularmente agudas si la gente tiene poco sentido de solidaridad entre sí o cree que otros no
22 Qué es la ciudadanía, y por qué importa.

son dignos de confianza, especialmente cuando se trata de la clase de medidas de redistribución


necesarias para apoyar la mayoría de derechos sociales. Consecuentemente, la inducción de adoptar
un comportamiento independiente, no cooperativo, para alcanzar ventajas aparentemente seguras y
a corto plazo será grande – incluso si, como a menudo será el caso, tales decisiones tienen el perverso
efecto a largo plazo de resultar ser más costosas o menos benéficas no sólo para la comunidad como
un todo sino incluso para el mayor de los individuos que han tomado distancia.

Ésta tendencia ha sido más visible dentro de las democracias desarrolladas donde los ciudadanos
con mayor riqueza se involucran en acuerdos privados en cada vez más áreas, desde educación y
salud hasta pensiones e incluso seguridad personal, con frecuencia en detrimento de la provisión
pública en el proceso. De esta forma, la gente ha optado por enviar a sus hijos a escuelas privadas,
contratado seguros de salud privados, empleado firmas de seguridad privada para vigilar sus ve-
cindarios amurallados, y han buscado pagar menos en impuestos para esquemas públicos. Pero el
resultado neto ha sido con frecuencia que el costo de la educación, salud y seguridad se ha incre-
mentado debido a que la proliferación de diferentes esquemas de seguros privados ha demostrado
ser menos eficiente, mientras la empobrecida provisión pública trae consigo un número de costosos
problemas sociales – una fuerza laboral menos educada y saludable, más crimen, etc.

Los gobiernos han respondido a este desarrollo en cuatro formas principales. Primero, han privati-
zado parcialmente algunos de estos servicios, en apariencia si no siempre de fondo. Una consecuen-
cia de que, ya sea técnicamente imposible o moralmente injusto, excluir a la gente de los beneficios
de “bienes públicos” es que los incentivos estándar del mercado no operan. Las compañías no tienen
razón para competir por clientes mediante la oferta de menores precios o mejores productos si
no pueden limitar el disfrute de un bien a sólo aquellos que han pagado por él. Los gobiernos han
intentado solucionar este problema a través de hacer que las compañías compitan periódicamente
por el contrato de proporcionar un servicio público dado y mediante intentar garantizarle a los
ciudadanos ciertos derechos como clientes. Al hacer esto, han enfatizado el rol del estado como un
regulador en vez de necesariamente un proveedor de servicios. El objetivo es garantizar que ciertos
estándares y niveles de provisión sean cumplidos, sin importar que sea un proveedor público o
privado quien en realidad ofrezca el servicio en cuestión. De esta forma, los gobiernos han intentado
dar confianza a los ciudadanos de que se prestará tal atención en obtener el valor por dinero y
satisfacer sus requerimientos como se haría en el caso de que estuvieran comprando el servicio
por su cuenta. Su segunda respuesta ha complementado esta estrategia a través de enfatizar las
responsabilidades de los ciudadanos – especialmente de aquellos que son receptores netos del apoyo
del estado. Por ejemplo, un número de estados han obligado a los receptores de beneficios de segu-
ridad social a estar disponibles para y activamente buscar trabajo, involucrarse en recapacitación, y
posiblemente realizar varias formas de servicio comunitario. Mediante tales medidas, han intentado
reafirmar a los contribuyentes netos al sistema que todos están cargando su propio peso y al hacerlo
mantienen su alianza con los acuerdos colectivos. Tercero, han adoptado un acercamiento cada
1.3 La paradoja y dilema de la ciudadanía 23

vez más comercial a la práctica de la política electoral misma. Han realizado estudios de consumo
en cuanto a las preferencias de los ciudadanos e intentado convencerles a través del branding y
publicidad. Finalmente, han intentado vencer el cinismo acerca del uso del poder estatal para apoyar
el interés público mediante la despolitización de los estándares y la regulación de los mercados
económicos y políticos en semejanza a cuerpos supuestamente imparciales, inmunes a intereses
propios, tales como bancos independientes y las cortes.

Éstas políticas han tenido resultados mixtos. En su mayor parte, han sido más exitosos para aque-
llos servicios que pueden ser más completamente privatizados, tales como algunos de los servicios
anteriormente públicos como el gas, electricidad, y teléfonos, y donde existe un criterio razonable-
mente claro y técnico de cómo debería ser un buen servicio y cómo podría obtenerse. Para otros
bienes – particularmente aquellos donde los imperativos para abastecimiento público son tanto
morales como económicos, y el abandono hacia acuerdos privados es comparativamente fácil, tales
como salud o educación – un retiro parcial de, y consecuente atenuación de, servicios públicos ha
ocurrido en muchos estados democráticos.

Mientras tanto, la desilusión con la política ha crecido. Los ciudadanos sienten cada vez más que
los políticos harán cualquier cosa por obtener su voto y una vez en el poder lo emplean de forma
egoísta e inepta. La solidaridad cívica ha disminuido en consecuencia, mientras las inequidades
han crecido entre grupos sociales. Mientras las secciones de la sociedad mejor educadas y más
adineradas han empujado a los gobiernos y políticos a hacer cada vez menos, las secciones más
pobres, que les resulta más difícil organizarse en todo caso, se han retirado del todo cada vez más de
la política. El problema parece ser de dos partes. Por una parte, los ciudadanos han adoptado una
visión más orientada al consumidor y crítica de la política democrática. Han tomado una postura más
egoísta, asumiendo que otros, sus pares ciudadanos, políticos y aquellos en el sector público, más
generalmente, lo hacen así. Por otra parte, los políticos igualmente han tratado a los ciudadanos más
como consumidores y han mercantilizado el sector público donde ha sido posible y han actuado ellos
mismos más bien como cabezas de empresas rivales. Los comentaristas difieren acerca de qué fue
primero, pero deben aceptar que estos dos desarrollos se han alimentado entre sí, produciendo cada
vez más desencanto con la política democrática. En lugar de ser vistos como medios de acercar a los
ciudadanos en búsqueda de aquellos intereses públicos de los cuales se benefician colectivamente,
la política ha llegado a ser vista como un mecanismo ineficiente para que los individuos persigan
sus intereses privados.

La globalización ha sido ampliamente percibida como agravante promotora de ambas fuentes de


desafecto político. Que muchos bienes públicos, desde la seguridad contra el crimen a la estabilidad
monetaria, puedan ser obtenidos solamente mediante mecanismos internacionales ha añadido
al desafecto cívico y la creencia en las deficiencias de las medidas políticas. Las organizaciones
internacionales son inevitablemente más distantes de los ciudadanos que sirven. El tamaño importa,
24 Qué es la ciudadanía, y por qué importa.

y es mucho más difícil sentir solidaridad con grupos muy grandes y altamente diversos con quienes
uno tiene pocas, si alguna, referencias compartidas sean culturales u otras, y difícilmente cualquier
interacción directa. Como resultado, el comportamiento individualizado de corto plazo es mucho
más probable. De forma simple, engañar a extraños es más fácil que a gente que ves todos los días y
con la que continuarás interactuando en el futuro previsible. Mientras más complejas y globalizadas
sean las sociedades, más nos convertimos todos en extraños entre nosotros. También se vuelve
más difícil influenciar o llamar a cuentas a los políticos. Tu voto es uno entre millones en vez de
entre miles, y es más difícil combinarse con otros en grupos que compartan nuestros intereses y
preocupaciones que sean de tamaño suficiente para influenciar a aquellos con poder. De nuevo, los
mercados y formas débiles de regulación despolitizada han llegado a ser vistos como más competen-
tes e imparciales que soluciones políticas colectivas.

La Unión Europea (UE), la organización internacional más desarrollada del mundo, refleja bien
estos dilemas y respuestas. A pesar de tener elecciones y un parlamento, los políticos europeos son a
la vez escasamente conocidos y la gente no confía en ellos, mientras que la participación electoral
es mucho menor que aquella para elecciones nacionales de los estados miembro e igualmente en
declive. Por mucho, los ciudadanos han permanecido atados a sus alianzas nacionales o subnacio-
nales y principalmente, y cada vez más, ven a la UE en términos estrechamente egoístas ya sean
benéficos o no a su país o grupo económico. Los partidos políticos europeos existen mayormente
como bloques electorales de partidos nacionales dentro del Parlamento Europeo, mientras la vasta
mayoría de organizaciones de la sociedad civil trans-europeas son pequeñas, y los lobbies residentes
en Bruselas, con pocos si algún miembro e invariablemente dependientes económicos de la UE.
Mientras tanto la UE cada vez más ha buscado legitimarse a sí misma a través de medios no políticos,
notablemente apela a supuestos valores “europeos”, tales como derechos, por un lado, y como un
regulador económico eficiente, efectivo, igualitario y despolitizado, por el otro.

Avances en la UE son el espejo de lo que ha pasado en la mayoría de estados democráticos estableci-


dos, incluyendo aquellos fuera de Europa, tales como los Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva
Zelanda. Preocupaciones acerca de un declive en actitudes cívicas y votación ha producido un temor
con el colapso del “capital social” – el hábito de colaborar y unirse a otros, resumido en la observación
de Robert Putnam de que los americanos ya no van a jugar bolos de diez pinos en equipos sino cada
vez más “juegan en solitario”. Se teme que la migración aumentada y creciente multiculturalidad
también hayan reducido el sentimiento comunitario basado en una cultura común. Como resultado,
los gobiernos han buscado inculcar un sentimiento de pertenencia nacional y cívica a través de
un énfasis aumentado en la educación ciudadana en las escuelas y para inmigrantes que buscan
naturalizarse. Ésta enseñanza usualmente ha enfatizado la cultura nacional concebida ampliamente
en vez de una cultura política en el sentido democrático más estrecho. De manera similar, han
afirmado cada vez más el haber despolitizado decisiones importantes – entregando la fijación de
tasas de interés a los bancos nacionales, enfatizando la deferencia a las cortes constitucionales en
1.3 La paradoja y dilema de la ciudadanía 25

asuntos de protección de derechos, y usando reguladores independientes para supervisar no sólo


los anteriores servicios públicos, tales como el gas y agua, sino también muchas otras áreas sociales
y económicas, tales como la jurisprudencia. En estas formas, han tratado de separar membresía y
derechos de la participación.

Sin embargo, es dudoso que tales intentos sean efectivos. Las comunidades políticas y derechos
por igual están construidos y sustentados por las actividades de los ciudadanos. La gente se siente
ligada a otros entre sí y por la ley solamente si se consideran a sí mismos como involucrados en darle
forma a sus relaciones mutuas y al estado a través de su habilidad de influenciar las reglas, políticas y
a los políticos que gobiernan la vida social. Efectivamente, tienen bases firmes para creer que no son
iguales cívicos desprovistos de esa capacidad. De tal forma los llamados a la comunidad política o
derechos no crearán ciudadanía por ellos mismos porque son los productos de la acción ciudadana
a través de la participación política. La gente no sentirá ningún sentimiento de propiedad sobre
ellos. Los tres componentes de la ciudadanía se erigen y caen juntos.

Ambos, cambios sociales y económicos y las respuestas políticas a ellos están poniendo en entre-
dicho la mera posibilidad de ciudadanía, por tanto. Éste libro explora aún más estos retos. Iniciamos
en el Capítulo 2 esbozando el desarrollo histórico de la ciudadanía desde las ciudades estado de
la antigua Grecia a los estados nación del siglo 20. En muchos aspectos, esta historia provee los
recursos para el pensamiento actual acerca de ciudadanía. Capítulos 3, 4 y 5 entonces examinan
membresía, derechos y participación a su vez, notando cómo cada uno está siendo transformado en
formas que están cambiando el carácter y tal vez la posibilidad de ciudadanía hoy. A todo lo largo
subrayo la necesidad de ver estos tres elementos como un paquete, con la participación política
ofreciendo el pegamento indispensable que los mantiene unidos.
Esta edición digital se completó en Santo
Domingo Xenacoj, Sacatepéquez, Guatemala.
C.A. el día 28 de abril de 2021.

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