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La crisis del siglo XVI

Si, no ha habido un error tipográfico en


el título. Ya se que, hablando de crisis seculares, la del XVII se lleva la palma, y pocas
veces ha habido un largo periodo de trazos tan oscuros como este. En comparación, el
XVI y el XVIII parecen tiempos felices, de plenitud y desarrollo. Pero vivimos en un
mundo de luces y sombras, y el 'crecimiento' siempre es relativo, en función de la
distribución que se haga de sus beneficios.

Aunque numerosos autores han venido señalando las contradicciones del


'afortunado'siglo XVI, fue Peter Kriedte quien indicó con más claridad hace algunos
años los elementos problemáticos de esta etapa y las transformaciones que introdujo a
largo plazo en el panorama económico del continente. Estos días estuve releyendo su
obra clásica Feudalismo tardío y capital mercantil. Líneas maestras de la historia
económica europea desde el siglo XVI hasta finales del XVIII. (Barcelona: Crítica,
1990; edic. orig. alemana, 1980) dedicada al estudio de la protoindustrialización y la
acumulación de capital en Europa durante la edad moderna. Me he quedado con lo que
-por mi riesgo y cuenta- denomino como 'crisis del siglo XVI',  por diversos rasgos que
me hacen pensar en ciertas dificultades económicas actuales y las reacciones que
tenemos ante ellas.
Desde un punto de vista cuantitativo, el 'Cinquecento' es uno de los grandes siglos
europeos. La expansión por las tierras americanas y las costas africanas -con el primer
esbozo de 'economía-mundo' que hemos mencionado en otras entradas-, el
crecimiento de la población y de la producción agraria, la difusión por todo el
continente del 'Renacimiento' italiano, las mejoras en las manufacturas, la llegada de
los metales americanos y la mayor circulación de dinero, etc., etc. presentan un
marcado contraste con la recesión demográfica y económica del siglo XVII.

Aplicando la metodología analítica marxista  a las estructuras productivas y


financieras, Peter Kriedte se sirvió de los numerosos problemas que este 'crecimiento'
comportaba para su estudio del progreso economico y la formación de capital en la
sociedad europea tardofeudal. La población siguió aumentando tras los estragos de la
Peste Negra, pero con una bajísima esperanza de vida, y presionó sobre la producción
agraria que no conocía avances tecnológicos significativos, Así,  los cultivos debieron
extenderse por terrenos marginales. Dada la creciente demanda de cereales, el
incremento de los costes de producción en estas tierras de baja calidad suponía un
sobreprecio que se trasladaba al conjunto de los productos alimenticios, ya que todo se
vendía lo más caro posible. La inflación -que para el autor no fue tan solo provocada
por la abundancia de oro y plata, sino por la deficiente estructura productiva- redujo
drásticamente el valor de las rentas señoriales, y los terratenientes quisieron
recuperarlo mediante diversos mecanismos que buscaban extraer más parte de la renta
agraria en su beneficio.

Los campesinos no podían desviar en su favor el incremento de los precios agrarios ya


que estaban sometidos a una triple presión: la de sus señores -que incrementaban los
precios de entrada y arriendo, o que trataban de aumentar las tierras gestionadas por
ellos mismos-, la del estado monárquico -que introducía nuevas y fuertes
imposiciones-, y su propio crecimiento demográfico que reducía el margen de
subsistencia.

Es sabido que las respuestas a estas situaciones fueron diversas. En gran parte de
Europa occidental se profundizó en la monetarización de las relaciones agrarias y en la
producción para el mercado. En el Este, más allá del Elba, en cambio, los señores
prefirieron explotar directamente sus tierras y reforzar la servidumbre de sus
campesinos, obligados a trabajar hasta seis dias a la semana las tierras del señor. Este
modelo productivo sólo fue rentable gracias a las masivas exportaciones de cereal hacia
occidente, a través del Báltico. El comercio de exportación no enriqueció a las
sociedades de Brandemburgo, Polonia o Rusia, sino que las empobreció. Mientras la
nobleza terrateniente obtenía unos crecientes ingresos, la gran masa de población
quedó fuera del mercado, sometida al trabajo servil y a una economía de subsistencia;
las manufacturas decayeron y el comercio interno -y con él las ciudades- también. El
gran reino de Polonia, por ejemplo, quedó relegado a la condición colonial de un
territorio exportador de materias primas baratas hacia los países centrales del sistema,
autoexplotado por su propia clase dirigente que se enriquecía en medio de este
panorama. En Inglaterra y Holanda, por el contrario, se optó por intensificar la
producción, privatizar los campos mediante los cercamientos y entregar las tierras a
grandes arrendatarios. Inglaterra, en particular, vio crecer su producción gracias a la
venta de tierras del clero tras la Reforma y al sostenimiento de la demanda de lana, que
posibilitó mantener la alternancia de cultivos y el abono de los campos.

Todo confluyó en una polarización de la sociedad rural. "La formación de una capa de
productores agrarios con poca o ninguna tierra no puede atribuirse solamente al
crecimiento de la población; no menos importante era el proceso de acumulación [de
tierras] que afectó a la sociedad campesina (...) Si bien la servidumbre se había
debilitado [en el oeste] desde fines del siglo XV, la situación económica de los
campesinos no se había distendido sino empeorado a causa del aumento de la
presión interna y externa (...) Surgió una multitud de pequeños terrenos y las fincas
a veces se dividieron."

Las manufacturas iniciaron su extensión por el campo, para aprovechar la mano barata
disponible. Pero el incremento de los precios agrícolas castigó duramente la demanda
del sector secundario, y contribuyó a mantener esta fuente de empleo en niveles bajos.
El capital comercial y financiero fue mucho más importante en la época que el capital
industrial. Esto favoreció que las inversiones se dirigieran hacia la especulación en el
comercio de alimentos, las rentas fijas, sobre todo del estado, e incluso el retorno a las
compras de tierra, que proporcionaba ingresos y el prestigio asociado a la condición de
terrateniente.
Las capas más bajas de la población aumentaron en las ciudades en mayor proporción
que la población total, y los pobres llegaron en algunos lugares de Francia o Inglaterra
a un tercio o incluso la mitad del total. En cambio, "los grupos económicos
principales, especialmente los comerciantes, participaban del auge ymejoraban su
posición en términos relativos y absolutos (...) En Inglaterra, mientras que entre
1540 y 1640 la población total sólo se duplicó, las clases superiores se triplicaron. La
experiencia de estar en manos de gente que se apropiaba de su fuerza de trabajo
comenzaba a marcar la conciencia de muchos pequeños artesanos y trabajadores
asalariados". Como es conocido a partir de los estudios de Bronislaw Geremek y sus
numerosos continuadores, la reacción de las clases propietarias ante el incremento de
la pobreza fue culpabilizar a quienes estaban sin recursos, aduciendo que se hallaban
en dicha situación por su vagancia. Sobre todo en las nuevas sociedades protestantes,
la caridad debía ir unida a la exigencia de que se ganaran el pan, en talleres públicos
que pronto se convirtieron en cárceles de asilados sometidos a trabajo forzado.

En resumen, para el autor las consecuencias del ciclo económico no fueron debidas a
factores externos -la población, la tecnología, los descubrimientos geográficos...- sino
fundamentalmente a la estructura social -el feudalismo tardío- que encuadraba la
producción, y a las diferentes posibilidades de cada grupo social para responder a unas
transformaciones que provocaban situaciones críticas. Como buen marxista, Kriedte
considera que, aunque injustas, estas situaciones tuvieron una vertiente positiva, al
posibilitar la acumulación de capital, el desarrollo de las fuerzas productivas y la
quiebra del feudalismo. El problema es que no explora alternativas a este desarrollo
-da por supuesto que no eran posibles- y que el capitalismo no ha terminado
feneciendo por ahora víctima de parecidas contradicciones, como profetizaba la
ortodoxia académica del Este, lo cual daba sentido a su optimismo histórico. 

Aunque las diferencias del siglo XVI con la actualidad son evidentes, cuando leo en la
prensa que, en un contexto de crecimiento demográfico mundial y gran capacidad
productiva, la especulación financiera está a punto de provocar una nueva crisis
alimentaria global, que los intercambios industriales se estancan, o que algunos
alcaldes o incluso el gobierno español pretenden que sea obligatorio para los
perceptores de ayudas sociales realizar trabajos comunitarios a fin de demostrar que se
ganan aquello que reciben de la sociedad, me suena todo de algo. Es lo que tiene la
Historia.

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