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Sobre las palabras, el conocimiento y la humanidad

La lectura puede ser uno de los instrumentos de conocimiento y pensamiento más


importantes en una comunidad educativa. Sin embargo, esto sólo es posible cuando se
ponen sobre la mesa todas sus funciones y posibilidades, que siempre son más amplias
de lo que podría parecer a simple vista. Leer es el medio más poderoso para comprender
las casi infinitas implicaciones de las palabras en la existencia humana.

Las palabras conforman un muy amplio sistema de comunicación y expresión, que nos
ha permitido descubrir y ordenar el universo que nos rodea, así como las tan variadas
ideas y emociones que se presentan en el interior de cada una y cada uno de nosotros. El
lenguaje, oral o escrito, siempre esconde una historia que, al ser observada y analizada
con cuidado, revela los variados procesos atravesados por nuestra especie desde sus
orígenes.

Nuestras ideas, nuestros sentimientos, nuestras conductas, nuestras rutinas y


organizaciones sociales han atravesado miles de transformaciones para que las palabras,
todas las palabras (arquitectura, cuerpo, espíritu, melancolía, religión, ciudad, tristeza,
ascensor, delirio, borrachera, primitivo, oscuridad, euforia), tengan los significados que
tienen hoy para quienes las escuchan.

Desde sus inicios, y aún más a partir de la aparición de la escritura como complemento y
extensión de la oralidad, las palabras son artefactos con diversos niveles de
funcionamiento, con innumerables posibilidades de interrelacionarse entre sí, y con
múltiples efectos sobre la conciencia, sobre la manera de sentir y de construir las
realidades individuales y colectivas.

La simple acción de leer una palabra, decirla o escribirla se ramifica en miles de


conexiones, cognitivas y emocionales, que modifican nuestra percepción y nuestras
actitudes. Todo esto ocurre de manera casi automática, sin que seamos plenamente
conscientes de la profundidad y la complejidad que implica, ni de las elaboradas
estructuras que nuestra mente pone en acción al entrar en contacto con el lenguaje en sus
variadas y cambiantes dimensiones.
La oralidad, el habla, los sonidos, suelen ser el origen de la relación entre las personas y
las palabras, pero la escritura y la lectura enriquecen y magnifican esa relación en formas
impredecibles e innumerables. La humanidad ha utilizado la escritura para preservar su
saber y su historia durante siglos.

La lectura sólo existe o sólo debería existir cuando permite el surgimiento de intensas
relaciones psicoemocionales e incluso fisiológicas entre los lectores/as y las palabras,
entre las personas y las interminables posibilidades de ordenar, alterar, destruir,
transformar y reinventar el universo y la totalidad de las cosas con simples letras.

Allí se juega la construcción del comportamiento lector, que sólo tiene razón de ser
cuando está fundado y anclado en las necesidades más profundas, los pensamientos más
fuertes y las emociones más extremas y recurrentes de cada persona.

La potencia de la lectura y la escritura para generar y conectar ideas, sentimientos y


conceptos puede demostrarse al analizar con cuidado cualquier término de la vida diaria.
Por ejemplo, cuando una persona escribe o lee puerta, dentro de su cabeza se ponen en
marcha una serie de mecanismos simultáneos de construcción de significado, algunos de
ellos conscientes, pero en su gran mayoría subconscientes y extremadamente veloces.

Así, puerta es la unión de seis letras que nada significan por sí solas, pero que al integrarse
generan un conjunto, visual y sonoro, que nos proyecta hacia un elemento del mundo
externo con el que mantenemos una relación muy específica.

Si alguien es capaz de pronunciar, escribir, leer y comprender la palabra puerta, es porque


su cerebro ha establecido que existe un objeto en el interior de las casas, oficinas,
restaurantes, ferreterías o escuelas, que está destinado a separar un espacio de otro, y que
detrás de esta separación se esconden conceptos tan amplios y difíciles de definir como
seguridad, propiedad o intimidad.

Las palabras moldean y transforman el mundo. Por un lado, nos permiten organizar,
describir, ordenar y comunicar la realidad externa, la naturaleza, el mundo físico, el
movimiento de los cuerpos o los fenómenos climáticos.
Además, son testimonio del surgimiento y de la caída de civilizaciones, de la aparición y
mutación de comunidades, sentimientos, ideologías y relaciones de poder. Las utilizamos
para ordenar la vida cotidiana, para construir vínculos con otras personas y para definir
nuestros gustos y pasiones, así como aquello que rechazamos o condenamos.

Las posibilidades de la lectura y la escritura llegan aún más lejos. No sólo manifiestan la
inmensa diversidad del universo que habitamos: también permiten imaginar formas
ilimitadas para cambiar, reordenar y reinventar ese universo. En épocas pasadas, un
mundo de aviones, computadoras, teléfonos celulares, viajes al espacio, cine,
automóviles, autopistas, aspirinas, edificios o cámaras fotográficas hubiera sido
considerado una ficción e incluso un delirio.

Sin embargo, ese es sólo un pequeño fragmento de la realidad que hoy tenemos frente a
nuestros ojos. En gran medida, la existencia de esta realidad ha dependido y depende de
los movimientos del lenguaje, del ordenamiento y reordenamiento de las palabras, que a
su vez modifican y reorganizan todos los vínculos con lo que nos rodea y también con
nuestra vida interior.

Los grandes descubrimientos de las ciencias y las más importantes innovaciones en las
artes, en cualquier cultura o punto geográfico, jamás hubieran ocurrido si las personas se
hubieran conformado simplemente con vivir el día a día, con la subsistencia o la
estabilidad de sus bienes materiales.

Cada invención, innovación o descubrimiento de la biología, la física, la pintura, la


matemática, la filosofía, la sociología, la literatura o la química, surge de la voluntad de
ir más allá de las circunstancias en las que nacimos y crecimos, de especular sobre nuevos
horizontes e imaginar combinaciones y posibilidades novedosas con los elementos que
tenemos a nuestro alcance.

No se trata de pensar en el mundo tal como lo vemos y lo sentimos, sino en cómo


transformar aquello que se ha visto y se ha sentido. Esa transformación siempre comienza
en el lenguaje, y más específicamente en el lenguaje de las palabras.
La creación e implementación de prácticas de lectura debe tomar en cuenta todos estos
factores, y no perder nunca de vista las complejas implicaciones inevitablemente
presentes en los actos de leer y escribir, así como la interrelación de estos actos con la
conversación, la corporalidad, las imágenes y los sentidos. Tener clara conciencia de las
oportunidades que ofrece la lectura para la construcción de conocimiento y la formación
de identidades resulta fundamental en cualquier contexto educativo.

Generar prácticas de lectura diversas al interior de las instituciones es clave para que las
estudiantes y los estudiantes descubran las cualidades de la palabra escrita como
instrumento de libertad, como medio de autoconocimiento y como herramienta para que
su percepción y sus realidades adquieran densidad, complejidad, variedad y riqueza.

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