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Oswaldo Guayasamín, que como todo el mundo sabe era además de

pintor, un militante comunista conocido, que hizo un arte de tipo social.


Colgó en una exposición un cuadro donde hay un capanga arriba de un
caballo castigando con un látigo a un campesino. Piensa que no lo va a
vender, pero es de los primeros en venderse, aunque tenía un precio
fabuloso. ¿Y quién lo compró? un terrateniente de los más importantes
de Ecuador. Guayasamín hace lo imposible por hacerse invitar a su
casa y lo logra, porque es Guayasamín: le dan una comida maravillosa,
y cuando están después de los postres fumando un habano cubano,
tomando el mejor whisky del mundo, le pregunta a este viejito de 95
años, que domina el país, por qué le compró ese cuadro. ‘Hijo, yo
pienso lo mismo que usted: así hay que tratar a estos hijos de puta’, le
respondió. Es el máximo cuestionamiento que se puede hacer de la
pintura social, y yo estoy de acuerdo. ¿Quiénes les compran los cuadros
a los pintores, y más cuando somos muy conocidos? Aquellos que
poseen el dinero. Toda la pintura pietista del mundo adorna lugares
enormes, muy bien iluminados, con muebles carísimos. Esa es la
realidad”.
Carlos Gorriarena, pintor argentino

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