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La resolución del contrato en general

La resolución es un remedio contra específicos hechos sobrevinientes, que


causan una disfunción en el sinalagma de los contratos con prestaciones
recíprocas. El sinalagma “es el ligamen recíproco que, en algunos contratos,
existe entre la prestación y la contraprestación

No basta la presencia originaria de obligaciones correlativas, el Derecho


acompaña también la vida de la relación contractual. Por tanto, si después de
celebrado el acuerdo, el sinalagma resulta quebrado por circunstancias
sobrevinientes previstas expresamente por la ley, el contrato puede ser
resuelto, ya que el vínculo que constriñe a las partes perdió su razón de ser.

Las circunstancias que autorizan la resolución del contrato son el


incumplimiento voluntario, la imposibilidad sobrevenida de cumplir la
obligación y la excesiva onerosidad de la prestación, previstas en los artículos
568 al 583 del Código Civil.

“La resolución del contrato tiene, entre las partes, efecto retroactivo” (Messineo,
1986, T. II, p. 358) a la fecha de perfeccionamiento del acuerdo. “En virtud de la
resolución, las partes son, en principio, reconducidas a la misma posición en la
que estarían si el contrato nunca hubiera sido concluido” (Gallo, 2010, T. 3, p.
2201). En consecuencia, las obligaciones incumplidas se extinguen, pero si el
contrato ya ha sido ejecutado total o parcialmente, nace el deber de restitución
de todo lo que una parte haya recibido, en el ínterin, de la otra.

PRESUPUESTOS DE LA RESOLUCIÓN DEL CONTRATO POR


IMPOSIBILIDAD SOBREVENIDA

En el ámbito de los contratos con prestaciones recíprocas, la imposibilidad


sobrevenida provoca “automáticamente la resolución, sin necesidad de ninguna
actividad judicial ni extrajudicial de la otra parte” (Iudica y Zatti, 2019, p. 377),
ya que “opera por voluntad de la ley” (Sacco y De Nova, 2016, p. 1673) y, por
ello, “la sentencia es solo declarativa” (Gallo, 2010, T. 3, p. 2255).

En realidad, desde una perspectiva integral, ocurrida la imposibilidad


sobrevenida, el deudor queda exonerado del deber de resarcir el daño causado
por incumplimiento, la obligación tornada imposible se extingue de modo no
satisfactorio para el acreedor y, solo como consecuencia ulterior, el contrato se
resuelve, ya que la desaparición de una de las prestaciones correlativas
quiebra su sinalagma, como establecen los artículos 339, 379 y 577 del Código
Civil.

Causa no imputable al deudor

El primer presupuesto exigido para la resolución del contrato por imposibilidad


sobrevenida, es el acaecimiento de un hecho calificable como causa no
imputable al deudor, tal como prevén los artículos 379 y 577 del Código Civil,
concordantes entre sí.

Se debe diferenciar la causa no imputable al deudor con caso fortuito y con


fuerza mayor, entendidos como hechos impeditivos del cumplimiento de la
obligación de los que el deudor no es culpable.

Las nociones de caso fortuito y fuerza mayor, están relacionadas con la falta de
culpa del deudor y, por ello, a la responsabilidad contractual subjetiva. Empero,
nuestro actual sistema de responsabilidad del deudor por incumplimiento de las
obligaciones es, básicamente, objetivo (Ruiz Castellanos, 2018).

“la responsabilidad por incumplimiento de las obligaciones, no tienen por


fundamento la culpa, sino más bien está inmediatamente coligada al momento
objetivo del incumplimiento, y se excluye solo por la imposibilidad objetiva y
absoluta de cumplir…” (Gallo, 2010, T. 3, p. 2248).

La causa no imputable al deudor, se trata de un hecho, natural o humano, que


debe presentar tres requisitos conjuntamente para no ser atribuible al
obligado. En este sentido, la causa debe ser externa, imprevisible e
inevitable.

En relación con la actual pandemia por COVID-19 en Bolivia, nos preguntamos


cuál es el hecho que podría calificarse como causa no imputable al deudor,
para someter la respuesta a la luz de los tres requisitos señalados y determinar
si estos se cumplen o no. En realidad, a partir de una observación atenta, se
pueden identificar dos hechos estrechamente relacionados entre sí. Por un
lado, la enfermedad propiamente dicha y, por el otro, la regulación de
emergencia sanitaria dictada por tal motivo.
1º Causa externa. Esto significa que el hecho del que deriva la imposibilidad,
debe tener su origen fuera del circulo de actividad o esfera de control del
deudor. La teoría objetiva de la causa no imputable, permite al deudor que
incumple “liberarse ya no probando la ausencia de culpa, sino más bien
identificando positivamente un impedimento extraño a su esfera de riesgo”
(Cabella Pisu, 2009, p. 233).

Respecto de la actual pandemia por COVID-19 en Bolivia, es posible afirmar


que se trata de una causa externa.

Ciertamente, es innegable que la COVID-19 se originó en la ciudad de Wuhan,


capital de la provincia de Hubei, de la República Popular China y, por tanto,
tiene su raíz fuera de la esfera de control de los deudores.

2º Causa imprevisible. Esto significa que el hecho impeditivo del


cumplimiento, tiene que ser impensable al momento de nacer la obligación,
porque no existe razón para creer que sucederá.

La actual pandemia por COVID-19, ciertamente, fue un hecho imprevisible,


porque no estaba identificado previamente al brote aparecido en la ciudad de
Wuhan en el año 2019. Además, si consideramos que una pandemia es el
surgimiento de un “nuevo virus gripal que se propaga por el mundo y la
mayoría de las personas no tienen inmunidad contra él” (OMS, 2010),
claramente, es un suceso que no acontece con habitualidad y, por ello, nos
encontramos ante el indicado caso fortuito extraordinario.

3º Causa inevitable. Este requisito, reclama que el deudor haya adoptado


todas las medidas posibles para superar el hecho impeditivo y, aun así, no
pueda vencer este obstáculo. En algunas causas, se podrá considerar a la
afección como evitable con las medidas de bioseguridad adecuadas y
prudentes.

Así, a la luz de los tres requisitos analizados, se concluye que la actual


pandemia por COVID-19 en Bolivia, califica como causa no imputable al
deudor, ya que se trata de hechos externos, imprevisibles e inevitables, salvo
casos concretos excepcionales.
Imposibilidad sobrevenida y definitiva

La imposibilidad de la prestación que libera al deudor, debe ser una


imposibilidad objetiva, no subjetiva; imposibilidad de la prestación en sí
misma, tornada impracticable para cualquier deudor, no imposibilidad de
ejecución para ese concreto deudor; no tiene relevancia el impedimento
derivado de eventos subjetivos, personales o patrimoniales del deudor”. Por
esta razón, en el caso de las obligaciones pecuniarias, el deudor será siempre
responsable del incumplimiento, ya que la prestación jamás será objetivamente
imposible, porque el dinero al ser un bien fungible, es siempre posible de
conseguir como género, resultando así irrelevante la impotencia financiera del
específico deudor.
El carácter absoluto de la imposibilidad, requiere que el impedimento al
cumplimiento no pueda ser vencido de ningún modo, sea porque es
insuperable por las fuerzas humanas (imposibilidad natural) o porque comporta
la violación de una norma (imposibilidad jurídica).

Imposibilidad sobrevenida. Esto quiere decir que la imposibilidad tiene que


producirse después del nacimiento de la obligación, ya que si es originaria es
causa de nulidad y no de resolución del contrato.

La Imposibilidad debe ser definitiva para que opere la resolución del contrato.
En este sentido, no basta que el impedimento sea actualmente irremovible,
sino más bien se requiere que este sea irreversible o, al menos, “se ignore si
puede llegar a desaparecer”

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