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El país, 19 de diciembre de 2018

Violencias

¿Qué entendieron ahora los actores y actrices que piden disculpas públicas a Rivero y
lloran por lo que le pasó a Fardín?

LEILA GUERRIERO

La semana pasada, la actriz argentina Thelma Fardín denunció que en 2009, cuando tenía
16 años y durante una gira de la tira juvenil Patito feo por Nicaragua, su compañero de
elenco Juan Darthés, entonces de 45, la violó. Él es una figura conocida en Argentina y
Latinoamérica, y la de Fardín no es la primera denuncia formal que se le hace: en 2017, la
actriz Calu Rivero había radicado otra por acosos sufridos durante la grabación de la
novela Dulce amor, que ella había abandonado en 2012 sin dar explicaciones. Si esa
denuncia echó luz acerca de los motivos de aquel alejamiento, Rivero no logró el apoyo
blindado que recibe ahora Fardín, y actores, actrices y periodistas dudaron de su veracidad:
¿por qué no lo había denunciado en 2012? “Conmigo Darthés fue un caballero”, decían sus
colegas. En 2016, el Ministerio de Desarrollo Social de Argentina lanzó un spot contra la
violencia machista protagonizado por actores. Entre ellos, Juan Darthés. Se difundió
durante un año, aún después de la denuncia de Rivero, en redes sociales del Gobierno. Pero
ahora, a poco de conocerse lo sucedido con Fardín, el presidente Macri escribió en Twitter:
“Por respeto a la denuncia de Fardín contra Darthés resolvimos levantar de estas redes
un spot contra la violencia de género del que el acusado formaba parte”. ¿Qué entendió el
Gobierno ahora, con la denuncia de Fardín, que no hubiera entendido antes con la de
Rivero? ¿Qué entendieron ahora los actores y actrices que piden disculpas públicas a
Rivero y lloran por lo que le pasó a Fardín? Yo creo que nada: son gestos de
autoprotección. En todo caso, el spot del Gobierno tiene la respuesta. En él Darthés
pregunta: “¿Un insulto, un empujón?”. La actriz que habla después de él afirma: “Que se
arrepienta y te pida perdón no sirve”. No sirve porque la hipocresía no repara nada: porque
es solo una forma más de la violencia.
Página 12, 19 de diciembre de 2018
Hay que romper una barrera
Por Karina Micheletto
“El sistema educativo está invadido por el reggaetón”, me dice Cata a la salida de un acto del jardín. Ella
estudia magisterio y además es niñera. Acaba de asistir a un acto escolar emotivo, bien planteado, que mostró
dedicación y el trabajo de muchos meses de maestros y maestras en las salas. Cuando llega el momento del
cierre para bailar “una que sepamos todes”, lo que suena es… “Despacito”. Le provoca cierta contradicción:
ve a sus futuras colegas genuinamente felices compartiendo esa música con los nenes y nenas. “¿Y por qué le
dice que se va a olvidar de su apellido?”, le pregunta el nene que cuida, mientras sigue canturreando a la
salida: “Hasta provocar tus gritos… Y que olvides tu apellido…”. “Si los papis se tomaran cinco segundos
para pensar en las letras, pedirían cambio de repertorio”, se ríe Cata. 
Pero los papis y las mamis estuvimos bailando “Despacito”. Al fin y al cabo es lo que suena en la radio y en
las fiestas, y también en los actos escolares. ¿O acaso hay otra cosa “para bailar”? No importa si en la hora de
música, como si fuera un compartimento estanco, los nenes y nenas conocieron canciones como las de
Canticuénticos, o las de los actos escolares de Sebastián Monk, por citar solo un par de las que más circulan
en los jardines. No importa si hay tantas más y de tanta belleza, especialmente pensadas para nenes y nenas,
no porque los traten como bobos sino porque los interpelan como lo que son: nenes y nenas. 
Pienso en cuánto camino le queda por recorrer a esa música, tan fértil en creación en el último tiempo, en su
relación con el sistema educativo. Un lugar vital, justamente, para “dar a probar” lo que el mercado no ofrece.
Claro que hay excepciones, y muchas. Pero si aún no es posible distinguir entre lo que “da” y “no da”
escuchar en un jardín, es que todavía falta, y mucho. 
Pienso en lo que pasa, en cambio, con la literatura: en las escuelas y jardines circulan, en general, libros de
gran calidad. En nombre de los niños y jóvenes también se editan porquerías, algunas son bests sellers. Sin
embargo esos no son los libros que se citan, se leen, se trabajan y se disfrutan en las clases, o en las
bibliotecas. Y si llegara un texto con contenido inadecuado, discriminatorio o alienante, seguramente llamaría
la atención, provocaría al menos el debate, más aún en tiempos de ESI. ¿Por qué, en cambio, con la música
hay permiso para dar a escuchar cualquier letra machista y berreta?
La literatura tiene un lugar bien ganado en la escuela. Desde la apertura democrática para acá, hubo proyectos
editoriales pioneros y también el Estado puso su mirada en fomentar esa relación. Solo unos años atrás, en
este país se distribuían gratuitamente 13 millones de libros en las escuelas. Hubo un Plan de Lectura virtuoso,
se formaron capacitadores en todas las provincias. Todo eso quedó sembrado. Hoy los sellos editoriales
siguen fomentando esa relación necesaria para su supervivencia, acercan autores a las escuelas, piensan
estrategias. Y ofrecen libros de calidad porque se forman lectores, en un círculo también virtuoso. 
La música para niñes está necesitando, de manera urgente, romper también esa barrera. Salir del gueto del
jardincito progre, del tallercito de arte. Pensar estrategias, si es que hay un Estado que no acompaña. Ganar
también su lugar, salir a disputarlo. Darse a conocer, para poder ser elegida.

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