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Cuento-El Final de Tres Mujeres
Cuento-El Final de Tres Mujeres
Como años atrás, Huarmey, estaba repleto de gente. Familias completas, rodeaban la
plaza, anunciando el fin de fiesta en honor a la Virgen del Rosario. Aquellos niños
que caminaba apesadumbrado por el final de lo que, probablemente, había sido la mejor
noche tibia, en aquella primavera que contagiaba su lozanía sin marginar a nadie.
Después de todo, una festividad como aquella, convertía hasta al más longevo en un
enérgico joven.
plaza. Hombres y mujeres lucían sus mejores trajes, en un ambiente festivo, lleno de
mayordomos, vestidos con el hábito ―de colores celeste y guinda― que los
de la mano, y salimos raudos por aquel portón rojo, que usábamos de arco, las tardes de
fútbol. Mi madre, narraba con tanto júbilo cada fase de la fiesta, que lograba confundir
el brillo de mis ojos ―producto de la emoción― con los destellos de aquel atardecer.
Con la avidez, del que corre por llegar en primer lugar a la meta, salíamos de casa,
camino a la festividad, que solo vivíamos una vez por año. Poco a poco, dejábamos de
ver campos de cultivo, para quedarnos asombrados con infraestructuras de tres y cuatro
pisos. Nuestras piernas estaban acostumbradas a caminar largos trechos en el campo, así
nada.
El sonido de la banda ―tocando una cumbia de Agua Marina― nos advertía lo cerca
que estábamos de la plaza. Una vez en ella, probábamos de todo: desde unos anticuchos
estaba cada vez más feliz, la expresión en su mirada llena de dicha, me satisfacía y
colocaba en una situación placentera, que solo podía ser comparada, con un sorbo de té
caliente, en una noche gélida. Y si bien, aquella noche, no merecía que nos tomemos un
adentrábamos para estar, más cerca aún, del castillo de tres cuerpos que se había
doce. Mientras tanto, uno de los músicos, daba la orden para que la banda toque y
en el cielo.
«Qué hermoso resplandor», pensaba, mientras la segunda explosión, dejaba ver luces
rojas, azules y verdes. Mi mamá, era inmensamente feliz, la mirada afligida que la
sueños y satisfacción. Todo el público estaba maravillado con el juego de luces que
expedía colosal castillo. Algunos más precavidos, observaban desde lejos y con temor
multitud, evidenciaban complacencia en toda la plaza. Aquella noche, todo había sido
perfecto, mi mamá y yo, habíamos gozado cada minuto de la fiesta; y ahora, era
Juan, trató de reprimir el recuerdo que aquella noche lo acongojaba, pensó, que su
mamá, hubiese deseado verlo feliz y no desalentado; así que, cerró las puertas de la
mototaxi, y fue a confundirse con la concurrencia que esperaba, ansiosa, el inicio de los
fuegos artificiales, por los 225 años de festividad patronal. Mientras caminaba,
una persona. Súbitamente, su memoria evocó, otra vez, aquel recuerdo infausto, de hace
Un absoluto silencio, acompañaba nuestra caminata por la calle Buenos Aires, las luces
de los postes aún iluminaban la ruta, camino a casa. Tanto mi mamá, como yo,
donde acostarse y probablemente, mi mamá estaba más agotada aún. Cuando por fin,
carretera.
― Buenas… ya es tarde para caminar sola por aquí señora; con voz ronca, un hombre
Apreté fuertemente la mano de mamá. De pronto, el hombre se nos acercó más, cogió su
cartera y empezó a forcejear con mi madre. En ese instante, no tuve miedo; el rostro
afligido de mamá, estaba de regreso y quise ayudarla; sin embargo, este tipo me arrojó
por ella. « ¡Vieja de mierda, ya lárgate! », dijo enfurecido aquel sujeto. Mientras
sacaba una navaja. «Mamá, ¡aléjate!, ¡aléjate!», le gritaba angustiado; pero su ímpetu, le
impedía escucharme. «Te dije que te largaras», le dijo aquel hombre, mientras clavaba
la navaja en el pecho de mamá. Seis veces, seis malditas veces, la navaja entró y salió,
dejando orificios por todo su torso. Este repugnante ser, expresaba desprecio en su
Quedé pasmado, a mis doce años, tuve que ver la sangre de mamá, formando un charco
rojo e inmenso. Mis ojos llorosos, pudieron observar al delincuente huyendo, tras
cometer execrable acto; desesperado, trataba de cubrir los orificios por donde la sangre
emanaba a borbotones.
― Mi Juancito, hijito, cuídate mucho y cuida a tu papá, me dijo, mientras dos largas y
― No mamita, no me dejes. Por favor, quédate conmigo, mamita. No mamá, por favor,
Aquella persona que Juan reconoció, era el hombre grueso y mal afeitado, de hace diez
años. El asesino de su mamá, caminaba junto a una mujer arrugada y canosa. Como cual
detective, Juan los acechó y acompañó cerca de los fuegos artificiales, donde se
detuvieron finalmente. « ¿Quieres que te compre una canchita, mamá?», le preguntó el
sujeto a la anciana. Juan, que estaba a unos pasos, escuchaba la plática de ambos. El
asesino, estaba delgado, parecía enfermo; aquel cuerpo grueso de hace diez años, había
Juan, que lo miraba con rencor, supo que quería vengarse. Desde el instante que vio
morir a su mamá, deseaba, desde lo más recóndito de su ser, ver sufrir a aquel, que le
pirotécnica había iniciado y todos eran felices. Sigiloso, Juan se acercó más al sujeto,
aprovechado para hincar con fuerza a la anciana, que no hizo más que gritar cuando la
apuñaló repetidas veces. No contento con eso, Juan, empujó al asesino de su madre,
Juan, vio como las llamas empezaban a abrasar el cuerpo de la anciana, la gente se
alarmó y gritó desesperada. Mientras corría, Juan logró ver el rostro anonadado del
Subió a su moto y con lágrimas, llegó hasta el final de la calle Buenos Aires. Descendió
de ella y se arrodilló, precisamente, donde hace diez años, su madre había muerto.
Juan terminó presó y sin su madre; el asesino murió a las pocas semanas de ver a su
mamá ardiendo en llamas y la fiesta en honor a la Virgen del Rosario, nunca más se