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Tarde Para Comenzar

KING

Tarde Para Comenzar


Tarde Para Comenzar.
ISBN:
KING
2018

Editorial IMPERIO Km. 18 ½


Carretera Sánchez Vieja, C/ Rafael
Ledesma #26 – C, Haina. E-mail:
editorialimperio@gmail.com
http://editorialimperio.blogspot.com
Telfs.: 829-892-5090; 829-989-7185

Diagramación y diseño:
Joan M. Arias
(elkingarias2003@gmail.com)
(809) 255-5528

Impresión:
Impreso en República Dominicana.
Printed in the Dominican Republic.
Índice

Dedicatoria .........................................................................................9
Prefacio ........................................................................................... 11
Prólogo ............................................................................................ 13
Capítulo I ....................................................................................... 17
Capítulo II ...................................................................................... 25
Capítulo III..................................................................................... 31
Capítulo IV .................................................................................... 37
Capítulo V ..................................................................................... 43
Capítulo VI .................................................................................... 55
Capítulo VII .................................................................................. 63
Capítulo VIII ................................................................................. 73
Capítulo IX .................................................................................... 85
Capítulo X...................................................................................... 93
Capítulo XI .................................................................................. 101
Capítulo XII ................................................................................. 105
Capítulo XIII ............................................................................... 111
Capítulo XIV .............................................................................. 117
7
Capítulo XV ................................................................................ 125
Capítulo XVI ............................................................................... 133
Capítulo XVII ............................................................................. 141
Capítulo XVIII ............................................................................ 149
Capítulo XIX ............................................................................... 159

8
Dedicatoria

Este libro, al igual que todos los que he de escribir, lo dedico


en primer lugar a Dios. Nunca dejaré de agradecerte por regalarme
el don de contar historias. Dedicarlo a mi familia por su apoyo
eterno, a mi hijo Miguel, a mis compañeros de la universidad
OyM, a los compañeros de trabajo que me animan a no detenerme
en la construcción de este sueño, y también, a todos ustedes
amigos(as) lectores(as) que disfrutan de mis creaciones y me
inspiran a seguir cada día más adelante.
Dedico esta novela a alguien muy especial para mí. Yuleisy María
Marte Maseo (Mi Tormento Henríquez), me has enseñado mucho
de la vida y debo reconocer que nunca me sentí tan feliz como
cuando disfrutaba de tu compañía. Donde quiera que estés te
mando un fuerte abrazo.
Gracias a todos ustedes los mencionados y los que aún no, por
darme ese pequeño empujón, por creer en mí, por desearme
siempre lo mejor. Esto es por ustedes y para ustedes.
Espero que disfruten de esta nueva novela que hoy les presento,
más que un placer, todo un honor ponerla en sus manos.
Sigan cultivándose, sigan creyendo, sigan soñando, lean,
aprendan y sobre todo ámense unos con los otros.
Dios bendiga enormemente sus vidas.
KING

9
Prefacio

Siempre he escuchado a las personas diciendo nunca es tarde


para comenzar, nunca es tarde si la dicha es buena, pero que
sucede si ya no hay dicha. Que sucede si ya no puedes comenzar.
Alguna vez lo has pensado. Siempre queremos dejar las cosas para
después, pero y si no hay un después. La vida puede acabar en un
instante.
Basándome en este pensamiento fue que surgió la idea central de
esta novela. Quise construir una historia que llamara a la reflexión,
que transmitiera ese afán cotidiano que vestimos, que sientas que
el personaje eres tú, que veas sus fallos y los sientas como si fueran
los tuyos. No somos perfectos, está de más decirlo, pero si
podemos aprender de los errores, de los propios y de los ajenos.
Si preguntaran ¿Cuál es el propósito de esta novela? Les diría,
que era una deuda que tenía conmigo mismo. Que en ella hay
fallos que los comprendí con el tiempo y que quisiera que cada
uno de los lectores los vea en sus propias vidas para intentar no
cometerlos. Que arrepentirse y pedir perdón no es humillarse, que
la clave para que todo funcione es la comunicación y la confianza,
y que la familia siempre será lo más importante del mundo. Amate
y amarás a los demás, acéptate como eres y aceptarás a los demás
como son. El amor es la única cura que tenemos para este mundo
que se pierde poco a poco.
Si los libros dejan una enseñanza espero que en este aprendas la
siguiente:

11
Nunca rompas el corazón de los que te aman, nunca ignores a
los que te quieren, nunca desprecies a quien lo da todo, reconoce
tus errores y eso te hará crecer.
La felicidad no tiene forma, ni recetas, simplemente está ahí,
esperándote. Ama, quiere, valora y recuerda que solo tenemos una
vida y no se sabe si mañana será: Tarde Para Comenzar.

KING

12
Prólogo

Verlo crecer, verlo siempre ser diferente, verlo como alguien


que no se conforma con una simple existencia, me hace admirarlo
más de lo que él dice admirarme a mí. Me siento orgulloso cuando
me agradece por aquellos consejos que antes le regalé y me sentiría
más que honrado de que fueras mi hijo. No eres alguien como los
demás, siempre te lo he dicho Joan. No hay nada en el mundo
que no puedas hacer si así lo quisieras. Eres único; eres especial.
La dicha que tanto mencionas de conocerme creo que soy yo que
debería citar esa frase. Me has devuelto la vida al ver cómo has
cambiado, ya no eres ese chico que pensaban que sería un bueno
para nada, que siempre andaba solo en las calles del barrio, que
sufría en silencio los problemas de su hogar.
Que bien me siento al verte sonriendo después que te encontraba
a escondidas llorando en algún rincón de la casa de este pobre
viejo.
No imaginas la alegría que reboza mi corazón al saber que poco
a poco te estas convirtiendo en aquello que me dijiste que querías
ser.
Recordar que ni siquiera te gustaba la escuela contrasta tanto con
lo que hoy eres.
Sé que son cosas que me pediste que nunca las dijera, pero
también recuerdo que el domingo cuando fuiste a solicitarme que
escribiera un prólogo para esta novela, que tendría liberta de decir
lo que quisiera decir sobre ti y sobre tus obras.

13
Ejerciendo ese derecho continúo contando un poco de ti, de las
cosas que nadie sabe de ti, querido hijo. Hoy portas la melena larga
como aquella foto mía que te enseñé. Me dijiste que querías ser
como yo, pero no entendí por qué querías ser como este humilde
anciano que vive solo, refugiado entre libros, lejos de su familia,
lejos de todo. Eres un reflejo de mi cuando tenía tu edad, a
excepción, que has hecho lo que nunca pude hacer. Atreverte a
luchar por tus sueños.
Extraño tus visitas, pero sé que estas ocupado entre el trabajo y
la universidad.
Veo que eres bueno para las Matemáticas, al parecer los trucos
que te di han resultado. Siempre lee, siempre práctica, siempre
enseña para que siempre aprendas.
Recuerdo cuando me trajiste El Cuervo y la Garza. Llegaste
contento a mi casucha con la noticia de que por fin hiciste una
novela. Me pediste que la revisara y que te diera mi opinión. Al
terminarla de leer te dije:
—Si vas a contar una historia porque te desesperar en acabarla.
Deja que todo acabe cuando tenga que acabar. No te preocupes
por cuantas paginas tendrá el libro, sino, en contar todo lo que
querías contar.
Como siempre, bajaste tu mirada y me agradeciste. Saliste con la
promesa de traerme escrita una novela mejor.
Volviste a los 4 meses con otra historia llamada María (Musa
Difusa). Leí tu nueva historia con mucha atención. Veía tu
creatividad más que la propia historia. Como jugabas con las
palabras, como armaste un libro con estrategia de lectura. Volviste
por mi opinión y te dije:
—Tienes que hacer mejor la estructura de tus novelas. Traza el
camino de tu historia y desarróllala más. Volviste a bajar la mirada,
agradeciste mis palabras y me dijiste:
—La próxima novela que escriba la haré mejor.

14
Regresaste al mes y medio con una novela llamada Mi Maestro.
Solicitaste que la leyera y que te diera nuevamente mi opinión
sobre ella. Eres terco como siempre. Leí la historia y contemplé
como armaste una estructura tan limpia, como la desarrollaste,
como jugaste con la historia. Sentí una parte de ti en ese libro.
A los 5 días volviste por mi opinión como siempre. Te dije:
—Mejoraste mucha la estructura de tu historia, pero hay algo
que me gustaría que trabajes.
Te pasé la novela y te pedí que echaras un vistazo a la página 119
párrafo número 3.
—Léelo.
Recuerdas lo que te dije después que terminaste de leerlo. Te
pregunté:
¿Ese eres tú?
Sé que habías entendido lo que quise decir. Cuando respondiste
que si te dije:
—Así es como debes de escribir hijo mío. Que sepan,
verdaderamente, de que estas hecho.
Trabaja en esto.
Y como siempre hiciste tu singular ritual. Bajaste la cabeza,
sonreíste y me dijiste lo haré mejor.
Yo te contesté:
—De eso estoy más que seguro.
Pasaron meses sin que me visitaras, creo que como 6 meses. Ya
comenzaba a extrañarte. Llegaste sonriente como cada vez que
vienes a verme.
Me dijiste que le habías puesto mi nombre al personaje principal
de esta nueva historia. Me negué al instante. Sabes que no me
gusta eso, pero, aun así, me diste tu nuevo trabajo.
Hace dos días terminé de leerlo.

15
Se llama Tarde Para Comenzar. Y sabes que, querido hijo. Te
sentí en cada una de sus páginas. Llegaste ese domingo en la tarde
en busca de mi inquisidora opinión. Te sentaste enfrente de mi a
escuchar atentamente cada palabra, como lo has hecho desde que
nos conocimos hace 10 veranos.
Abrí el libro y te dije:
Si logras hacer que un viejo como yo pueda arrancar una lágrima
al leer una de tus páginas, podrás hacer que el mundo cambie.
Sonreí por un momento y continué diciendo:
—Estaría más que orgullos si Dios me hubiese regalado el
privilegio de tener un hijo como tú. Solo tengo dos críticas para
tu libro:
La primera: No le pongas mi nombre al personaje del libro.
La segunda: Sigue trabajando en tus obras casi logras
impresionarme.
Y como era de esperarse, bajaste la cabeza, sonreíste y
respondiste lo mismo que siempre dices: Trataré de hacerlo mejor.
Ayer fue la última vez que nos vimos. Llegaste sin nada para leer.
Ya te has llevado todos mis libros que tenía en el estante, deberías
devolverme algunos. No sé si lo que he escrito para tu prologo
está bien, pero me reconforta, por lo menos, volver a escribir algo
y que esta vez sea algo para ti.
Sabes que mi casa es tu casa.
Ahora ve, que el mundo necesita ver tu grandeza Kinkin.

Anónimo

16
Capítulo I

Hoy es un día de esos en que todo comienza a complicarse en


el trabajo. Tu jefe presionándote, tus compañeros dispuestos a no
cooperar, un montón de reportes por llenar, en fin, de esos días
en que todo comienza a salir mal.
—Ismael Meléndez—dijo mi Supervisora Laura, desde el pasillo.
Por cierto, Laura es una india de piel canela, alta y con un cuerpo,
que cualquiera desearía decorar su cama con ella.
Para resumir, un bombón.
—Si— respondí sin voltear a mirar su rostro.
—El señor Rodríguez te espera en su oficina. Dice que es 1A —
Extremadamente importante—.
Tragué en seco. Ya me imaginaba más o menos que venía. Un
discurso de esos de lo que solo sabe dar el Gerente Ysrael
Rodríguez.
—Está bien. Dile que iré en seguida Laura.
Pasé la mano por mi frente, arreglé mi camisa y me fui
tranquilamente a escuchar mi sermón hacia la oficina del Don.
Caminé todo el pasillo, que estaba en la segunda planta, hasta
toparme frente a frente con la puerta de cristal corrugado con el
rotulo que decía:
Gerente Ysrael Rodríguez.
Toqué la puerta acompañado con un:
—Buenos días. ¿Puedo pasar?
17
Soy yo Ismael.
Una voz ronca y de tono fúnebre respondió del otro lado de la
puerta:
—Pase.
Entré con un saludo formal, para alivianar un poco el asunto y
verificar como estaba el ánimo de mi jefe esta mañana.
—Buenos días señor.
¿Me ha mandado a buscar? —pregunté con ganas de escuchar
un no por respuesta.
—Si. Tome asiento y deme un minuto—contestó mientras
buscaba una información en su computadora.
El señor Ysrael es un hombre mulato con los ojos de color miel
y cabellos de concreto. De un carácter muy fuerte y un
temperamento volátil, altamente inflamable.
No le gusta que le hagan chistes, en cambio, hay que reírse de
los de él, por cierto, los de él son los más malos que he escuchado.
—Ismael—dice mi jefe rompiendo el silencio que reinaba en su
oficina.
—Dígame señor Israel—respondí casi al instante.
—¿Usted cumplirá en este mes 8 años trabajando en la empresa?
—Exactamente en 3 días. El 9 de julio cumplo los 8 años señor.
¿Por qué la pregunta?

—Este año cambiaremos la política de antigüedad de la empresa.


En vez de solo dar un bono por antigüedad a los empleados que
tengan más de 7 años laborando, se les regalará un resort para toda
su familia, con todo incluido.
Me quedé boquiabierto. Con los ojos alterados y la cara de
asombro, plasmada unos 5 segundos.
—Es en serio mi jefe.

18
—Por supuesto que es en serio. Tú sabes que a mí no me gustan
los relajos—afirmó mientras arrugaba las cejas.
—Muchas gracias. En verdad no me lo esperaba—agregué con
asombro.
—En 3 días puedes venir a buscar tu reservación.
—¿Para dónde es el resort?
—Para Bávaro, Punta Cana. En el Belive
Me levanté de mi asiento, y antes de estrechar su mano en señal
de agradecimiento, le dije:
—Hoy tengo muchos ánimos de trabajar.
Mi jefe solo sonrió y siguió en lo que estaba haciendo. Yo Salí
con una sonrisa que resplandecía a lo lejos. Bajé las escaleras del
segundo piso y me dirigí a mi área de trabajo, a llenar todos mis
reportes, con más animo que el de costumbre.
Llenaba una orden, y otra, y otra, y otra. Las hojas de reportes
de eventualidades y reportes de hallazgo, por lo general, son un
completo suplicio, pero hoy aquella acción tan monótona y
estresante no hacía ningún efecto en mí.
Mi reloj Casio, de ese modelo antiguo digital, activa la alarma de
las 9:45 de la mañana. —Hora del desayuno—.
Dejé todo como estaba y me dirigí a la cafetería. Hice la fila para
escoger mi desayuno —hoy escogeré mangú de plátanos con
salami frito y un jugo de naranjas—.
Pagué en caja el costo de lo que voy a consumir, me di la vuelta
y con la vista recorrí toda la cafetería tratando de ubicar a Rainy.
Rainy es a lo que muchos llamarían mi segunda base. Mi escape
de la rutina, de las peleas en casa, mi lluvia.
Mantenemos lo nuestro en secreto—nadie lo sabe—. Ese fue el
acuerdo desde un principio. Nadie debe de ser que tenemos una
relación y ambos aceptamos.

19
Mi lluvia es una morena de 6 pies de estatura, pelo negro, rizado,
piernas voluptuosas, bien dotada de todas partes y lo que más me
gusta, una boca que de solo mirarla me pone en otra frecuencia.
Allá está ella, sentada como siempre, en la antepenúltima mesa.
La acompaña José David. Muchos le dicen el Youg, porque tiene
complejo de Dominicanyol. El Youg es un hombre delgado, con
nariz bien perfilada, de algunos 5 pies 6 pulgadas de estatura y con
un evidente interés en Rainy.
Caminé hacia donde estaban ellos —siempre desayuno con
ellos—. Actúo como si Ray es una amiga común y corriente.
Siempre conversamos de las cosas que hicimos en nuestros días
libres y cosas así.
—Buenos días—dije al colocar mi desayuno en la mesa.
—Hey Ima. ¿Qué tal? —respondió el Youg de primero.
Luciendo su peculiar sonrisa.
—Todo bien.
Y tu Rainy ¿Cómo estás? —continué en mi elocuencia.
—Muy bien gracias a Dios.
Te estábamos esperando.
Sonreí con el comentario.
—¿Y para qué? si se puede saber —cuestioné intrigado.
—¿Es cierto que ahora la antigüedad la darán junto con un
Resort? —disparó el dardo con la interrogante el Youg.
—Si. Creo que son 4 días con todos los gastos pagos.
—¡Genial! —expresó Rainy con un brillo inusual en sus ojos.
Ya quiero que llegue agosto para que me den el mío.
Todos reímos al ver su expresión de felicidad al decirlo.
¿Tu cumples tu antigüedad en este mes Ismael?
—Si, en tres días. A ver si puedo descansar un poco.
—Ya quisiera que sea yo—apuntó el Youg entre carcajadas.
20
Desayunamos y hablamos de lo que haría cada uno en su resort
y así, como arte de magia, se terminó el tiempo del desayuno y nos
tocaba la labor otra vez.
Me despedí de ellos y me dirigí al baño. Entré con precaución, el
letrero que dice:
—Cuidado, piso mojado—. Estaba colocado en medio del
pasillo.
Mis pasos eran temerosas y lentos. Lavé mis manos, fui al
urinario, hice lo que tenía que hacer, lavé mis manos nuevamente
y tomé un poco de papel para secarlas.
Refresqué mi rostro con un poco de agua y me quedé
mirándome un momento en el espejo.
Vi mi reflejo. El reflejo de un hombre de 33 años, moreno, de
pelo oscuro como la noche, boca pequeña, cuerpo fornido, ojos
de color miel y fuego en la mirada.
El mismo Ismael Meléndez de siempre.
Salí del baño rumbo a mi puesto de trabajo, en el área de logística
y registro. Aquí es donde se documenta todas las actividades para
mejoras de procesos, tabulación de datos estadísticos y rediseño,
de los procedimientos laborales de la planta.
En mi cubículo solo está mi escritorio. Encima de él mi
computadora, un jarrón con mi nombre y una foto de mi familia.
En la fotografía está mi esposa Alexandra, una negrita preciosa
que Dios me regalo como compañera de vida, usa el pelo corto de
color castaño, es delgada y de carácter fuerte. Su cuerpo lo cubre
un vestido de color rojo —su favorito—. Al lado derecho de ella
está mi hijo Alexander, apenas tiene 5 años. Sólo piensa en carros
para jugar todo el día; es una copia en miniatura de su madre, por
eso lleva casi su mismo nombre. Al lado izquierdo de mi esposa
estoy yo y entre mis brazos esta mi princesa, Yimildre —la luz de
mi vida—. Tiene solo 7 años. Salió con mis ojos y mi nariz,
además, su pelo rizado también es como el mío. Ella es súper
apegada a mí, más que su hermano.
21
Todos sonreímos en la fotografía, pero ya sabemos que en una
familia no todo es color de rosa.
Me senté nuevamente en mi puesto y retomé mis labores, con el
mismo ánimo de antes. Órdenes van y viene, cada minuto, para
ser chequeadas, llenadas, almacenadas, digitadas en el sistema y
guardadas en un archivo que debo enviar al final del día, con todo
lo realizado y lo que quedará pendiente.
Las horas pasaron volando en el trabajo. Los tiempos de
descanso parecían más corto de lo habitual. El universo
conspiraba para acabar mi jornada lo más rápido posible.
Ya el reloj giraba rumbo a las 4:30 de la tarde, solo faltaban
digitar 4 reportes más, y luego, mandar el archivo al correo de mi
jefe. En ese instante se aparece por mi escritorio la negra que
estremece todo mi cuerpo con solo escuchar su voz y mirar sus
labios, Rainy.
—¿Qué tal Ismael? —preguntó en tono natural mientras
observaba todo el alrededor, para percatarse de que no hay
curiosos mirando.
—Terminando mi reporte para cerrar la jornada —respondí sin
quitar la vista de la computadora.
¿En qué puedo ayudarte?
—En lo mismo de siempre —susurró mientras acariciaba mi
mano sin hacer mucho alboroto.
Me excité al tacto. Mi cuerpo reaccionó al instante. Mantuve la
calma y respondí en clave:
—Yo pasaré por la bahía ocho antes que se me haga de noche.
No te preocupes déjame eso a mí.
—Está bien. Pues te veré mañana. Que pases feliz resto del día.
Esas fueron sus últimas palabras antes de que su presencia
abandonara mi lugar de trabajo y me dejara con las ganas de que
sean ya, las 8 de la noche.

22
Terminé mis reportes, como de costumbre, a las 4:45 p.m. y los
envié. Apagué mi computador, organicé mi escritorio, me levanté
de mi silla, tomé mi mochila y mi abrigo, y me dirigí al ponchador
— el aparato que registra la entrada y salida de los empleados—.
Saqué mi carnet y lo pasé por el lector de códigos. Reconoció
las barras de mi identificación —101098— perteneciente a Ismael
Meléndez, y reportó su hora de salida a las 4:56 p.m.
Caminé por todo el estacionamiento pensando en el Resort que
me darán en tres días. Marché sonriente hasta mi carro —un
Honda Civic 2004—. Mi auto tiene en el parabrisas el nombre de
mis dos hijos, en letras tipo script. Es de color rojo y posee un
juego de aros 17 de palitos.
Entré a mi coche despreocupado del tiempo. Saqué mi celular y
llamé a mi esposa, para contarle las buenas nuevas.
—Hola corazón —respondió una voz femenina muy familiar
para mí.
—Hola negra.
—¿Qué tal tu día en el trabajo?
—Lo mismo de siempre, pero hoy paso algo diferente.
¿Adivina qué?
—¿Qué?
—Me regalaron un Resort de 4 días con todo incluido para mí y
mi familia.
Una carcajada de alegría se escuchó por el auricular.
—¿Estás hablando en serio corazón? —cuestionó sin poder
creer la noticia.
—Si amor, es en serio. Y es un Resort 5 estrellas así que desde
hoy ve arreglando tus maletas —agregué emocionado por el viaje.
—¿Y cuándo es el Resort?
—La reservación me la entregan en tres días, pero la fecha exacta
no la sé. Mañana averiguaré eso.
23
—Está bien.
—¿Y los niños cómo están?
—Aquí andan poniendo de cabeza toda la casa, como siempre.
—Salieron a ti —dije al sonreír.
Bueno hablamos en la casa voy a conducir.
—Está bien. Hablamos.

24
Capítulo II

La llamada finalizó segundos después de sus últimas palabras.


Encendí mi carro y subí un poco la música. Me coloqué mi
cinturón de seguridad y salí de la empresa rumbo a mi casa.
Conduje todo el malecón con un tránsito insoportable. Siempre
es lo mismo a las 5 de la tarde —la famosa hora pico—. Entre
sonar de bocinas y obscenidades de los conductores que tenían
prisa por desplazarse, ahí estaba yo. Casi 45 minutos para salir del
malecón donde, por lo general, se puede recorrer en solo 10
minutos.
Llegué a mi casa a la hora de siempre —6:15 de la tarde—,
parqueé el carro en la acera que queda al frente de mi casa. Una
voz golpeó mis oídos.
—Papi, papi —dijo mi Yiyi —como le digo a mi beba—.
Sonreí al ver el alborotado recibimiento de todos los días, luego
Alexander abrió la puerta y corrió hasta mi encuentro —como
siempre—.
—Papi —dijo alegre mi niño.
Hazme como Superman.
Esa era la clave para llevarlo cargado en mis brazos como si
estuviera volando como el súper héroe de la S en el pecho y los
pantaloncillos por fuera.
Entré a la casa y mi Yiyi se cuelga en mi pierna, tratando de
inmovilizar a esta Goliat, pero no lo logran. Saben que me dirijo
justo al mueble como cada vez que llego del trabajo.
25
—Amor cierra la puerta —ordenó mi esposa desde el cuarto de
los niños.
—Yo la cierro mami —respondió Yimildre.
Y se marchó a cumplir su misión.
Bajé a mi campeón de mis brazos y lo senté en mis piernas, luego
viene mi reina y también se sube en mi otra pierna, ambos
riéndose por mi presencia.
—Papi ¿me trajiste algo del trabajo? —preguntó Alexander
mientras se mecía en mi pierna.
—¿Y a mí también papi? —dijo mi otro querubín.
—¿Y a mí también papi? —agregó mi mujer mientras se
acercaba a la sala donde estábamos los tres.
Caminó hasta donde mí y me dio un beso.
—Creo que tengo algo para todos —respondí sonriente.
—¡Si! —gritaron a coro mis chicuelos.
—A ver, levántense.
Ambos se pusieron en atención, como cadetes a la espera de una
orden. Rebusqué en mi mochila y dije:
—Para Alexander traje lo que más le gusta. Un chocolate de los
grandes.
—¡Si! —exclamó frotándose las manos.
—Toma —dije mientras le pasaba su botín.
Y a ti Yiyi, te traje también lo que más te gusta.
—¡Si! —gritó alegre mientras imitaba la danza de las moscas, tal
y como hizo su hermanito.
—Tus galletas con chipa de chocolates —dije al entregárselas.
Los niños se volvieron locos de la alegría y brincaban como
canguros, cada uno con su paga preferida.
—Ahora vengan y denme un abrazo.

26
Corrieron hasta mí y me dieron un abrazo de esos que hacen que
olvides lo estresante que ha sido el día.
—¿Y para mí?
¿No hay nada? —protestó mi esposa Alexandra.
Yo solo reí y le dije con sarcasmo.
—A ti te traje una notición.
—¿Y cuál es la notición?
—Nos vamos de Resort con todo incluido —contesté mientras
hacía un gesto como Stephen Curry cuando mete el balón en la
hora buena.
—Pensé que estabas bromeando por teléfono —respondió
sonriente.
—No, es en serio. Así que desde ahora ve buscando todo lo que
necesites para que tengas tiempo de prepararte.
Mi esposa se levantó y se fue al cuarto pensando en que llevarse
a para el Resort. Yo me quedé un rato jugando con los niños,
riendo un poco, olvidándome del estrés.
Encendí la televisión y vi las noticias, hasta que mi mujer salió
nuevamente de la habitación.
—¿Qué quieres de cenar? —preguntó al pasar por la sala.
—Lo que sea. Tengo que salir a las 8: 00 p.m., pero regresaré de
una vez.
—¿Cómo todos los lunes y los viernes verdad? —añadió
Alexandra mientras su miraba chispeaba.
—No comiences con lo de siempre —dije con tono de pocos
amigos.
Los niños se quedaron mirándome fijamente, entonces bajé la
guardia y cambié de conversación rápidamente.
—Mejor que decidan los niños hoy.
¿Qué opinan?
27
—Yo papi.
—No yo papi.
—Bueno, bueno. Vayan a la cocina con su mamá y elijan entre
los tres, yo iré a bañarme.
Me levanté y me fui a mi cuarto. Me quité toda la ropa y pasé al
baño a tomar mi ducha. Tenía una cita a las 8, pero no podía
levantar muchas sospechas en la casa, además, Alexandra está muy
insoportable. Todo es una peleadera, unos celos incontenibles. Me
tiene desmotivado completamente. Hasta intimamos poco,
porque hasta para eso siempre hay un pretexto o un
inconveniente.
Aunque delante de los niños tratamos de llevar las cosas bonitas,
cuando estamos a solas, todo es totalmente un infierno. Donde
ella me tortura a cada instante.
Estar casado no es tan lindo como se ve, ni tan fácil como lo
venden. Todo cambia. Tu pareja cambia, tu cambias. Nada es
como al principio. Ya no tienes espacio personal y todo tiene que
ser reportado con lujos de detalles, pero últimamente salgo sin
decir más que:
—Tú no eres mi mamá para estar gobernándome.
Y me marcho.
Espero que hoy no sea uno de esos días de espectáculo, ni de
tirones de camisa o manoteos en la cara, sea como sea, lo único
que quiero es que sean las 8 de la noche rápido.
Salí de mi ducha y con lo primero que me topo es con mi esposa.
Su cara lo dice todo, se aproxima un huracán.
Esquivé su mirada y pasé de largo hasta mi gabetero, tomé mi
ropa interior y me la puse.
—¿Para dónde es qué vas hoy? —preguntó como pregunta un
Pitbull antes de atacar.
—Iré a Donde José David a ver un juego con los muchachos del
trabajo.
28
—Pero puedes verlo aquí en tu casa. —afirmó con el truño a la
vista.
—Sabes que no he lo mismo.
—Yo sé que juego es ese que vas a ver. A la perra esa de tu
trabajo.
—Ahí vienes con lo mismo de siempre Alexandra. Ahora no
puedo salir ni siquiera a ver un partido de baloncesto.
—Tú sabes de lo que te estoy hablando Ismael. Tú te crees que
soy una pendeja, que no me doy cuenta de nada.
—Yo no creo nada y nada más te digo, no estoy en discutir.
—Tu nunca estas en discutir. No te puedo preguntar nada, ni
reclamar nada, que de una vez te vas de la casa. Ni siquiera me
preguntas como estoy ni nada de eso. expresó mientras una
lágrima se aventuró hasta su mejilla.
—Claro que puedes eres mi mujer.
—Será solo de boca. Porque ni si quiera me miras cuando estoy
en la cama.
—Es el cansancio del trabajo, no pongas cosas donde no las hay.
—dije mientras me acercaba a donde ella estaba.
Le di un abrazo y un beso en los cabellos.
—Solo voy a ver el partido regresaré antes de las 10:00p.m. No
desconfíes tanto de mí.
Ella se quedó callada sentada en la cama. Buscaba algún consuelo
perdido en el piso, pero no lo encontraba. Levantó su cabeza en
el instante en el que dejé la habitación. Yo caminé hasta la sala a
buscar mis crías y les di un beso a cada uno.
—¿A dónde vas papi? —interrogó Alexander.
—A ver un juego donde un amigo, campeón.
—¿Puedo ir contigo? —preguntó con inocencia.
—Cuando estés más grande iremos a ver todos los partidos que
quieras.
29
¿Si? —agregué mientras le enseñaba la mano en señal de que
chocara la suya con la mía.
—Está bien —respondió sonriente golpeando mi mano en señal
de que el trato estaba cerrado.
—Ahora pórtense bien, vendré temprano. Yiyi estás a cargo, eres
la jefa —expresé mientras alborotaba su cabello.
Ella sólo sonrió y movió su cabeza en señal de que había
entendido.
Abrí la nevera y tomé un poco de agua. Revisé mi aliento
mientras vigilaba el pasillo —no valla a salir mi esposa y
sorprenderme en ese testeo—. Tomé las llaves del auto y cuando
llegué a la puerta volteé a despedirme de los niños con un:
—Nos vemos horita.

30
Capítulo III

Cerré la puerta con el llavín, por precaución. Caminé hasta mi


carro, entré, me vi en el espejo, arreglé mis cejas y luego saqué el
celular. Busqué en el directorio el nombre de Raymer y marqué.
Raymer era el nombre de hombre que le había puesto al número
de Rainy, por si alguna vez olvidaba borrar sus mensajes no
levantara ninguna sospecha.
La pantalla de mi móvil muestra el mensaje, conectando a
Raymer, mientras yo espero impaciente la conexión. Segundos
después sonó el celular, timbro 5 veces, hasta que lo contestaron.
—Hola.
-—¿Cómo estás corazón? —interrogué en un tono seductor.
—Esperándote como te gusta papi —respondió con más morbo
que pasión en sus palabras.
—Ya voy saliendo.
¿Quieres qué te lleve algo de camino a tu casa?
—No, solo quiero que estés aquí ahora mismo. Quiero comerte
enterito.
Mi piel se erizó con lo que escuché. Una película de su piel y la
mía enredas en una cama, se creó al instante.
Quedé mudo uno segundos. Hasta que por fin pude responder:
—Estaré allá en 15 minutos. Negra.
—Está bien. Te espero.
Fue lo último que dijo antes de colgar la llamada.
31
Miré la hora en mi celular, las 7:50 p.m. Saqué de la guantera un
perfume y me vestí con él, desde la ropa interior hasta las orejas.
Encendí el vehículo y me fui. Conduje 8 esquinas olvidado del
mundo, con un único pensamiento —encontrarme con ella en su
casa, hacerla mía, comérmela por completo—.
Su casa se divisa a unos 300 metros desde la última esquina que
acabo de doblar. Su casa es de cemento, pintada de color verde
limón y blanco hueso, con verjas de acero —para no ponérsela
tan fácil a los ladrones—. Las luces del interior de la casa están
apagadas, como cada vez que tenemos un encuentro amoroso.
Estacioné mi automóvil en la acera, frente de su casa. Apagué las
luces y el motor del carro. Saqué mi celular del bolsillo y volví a
marcar su número.
—¿Ya llegaste? —comentó una voz preocupada por el poco
retraso.
—Ya estoy aquí.
—¿Dónde?
—Aquí en la acera del frente.
—Ven entra, te deje la puerta sin seguro. Sólo tienes que pasar.
—Está bien —concreté al tumbar la llamada.
Me desmonté del vehículo y crucé la calle, rumbo al paraíso.
Empujé un poco la puerta y estaba abierta. Entré y cerré la puerta
con seguro. Todo estaba oscuro. No podía ver nada desde la
puerta.
—Negro —susurró una diosa entre las sombras.
—¿Dónde estás amor?
—Aquí en mi habitación. Ven, entra.
Yo sabía a la perfección dónde estaba su aposento. He entrado
a ese cuarto de lujuria más de lo que se imaginan. Su cama era mi
reino, su cuerpo mi delirio, su ser era mi lluvia. Esa lluvia que
calma la sequía que siento por dentro.

32
Caminé a siegas desde la puerta hasta su alcoba, surqué la sala, la
cocina y luego llegué, a el lugar donde ella aguardaba por mí.
—Ya estoy aquí —afirmé al terminar mi travesía.
—Enciende la luz —pidió de manera amable.
Extendí mi mano derecha hacia la pared más cercana, donde
estaba el interruptor, y apareció la luz. Mi vista buscó su cuerpo y
lo encontró totalmente desnudo sobre el lecho.
Sus ojos se clavaron en los míos, me quemaba su mirada.
Comenzó a tocarse a la distancia, ronroneante. Sus manos
recorrían sus piernas, sus caderas, sus pechos. Yo
inconscientemente comenzaba a desvestirme sin moverme del
lugar en el que estaba. Sin pestañear, sin respirar, maravillado con
cada milímetro de su estructura. Quité mi camisa y dejé mi pecho
al desnudo. Saqué mis pies de mis zapatos, sin perder de vista sus
pechos. Ella extendió su mano, y con un ademán, dejó más que
claro que quería que me acercara. Camine hacia ella y el tiempo
casi se detuvo. El momento se hizo eterno. Ella se desplazó como
una gatita traviesa hasta el borde de la cama, luego se hincó y
espero a que mi cuerpo hiciera contacto con el suyo.
Mis manos se enredaron en su pelo y mi boca beso la suya con
malicia. Luego, ella abrazó mi cuerpo. Sus senos tocaban mi
abdomen, mis manos acariciaban su espalda, hasta que comenzó
a besarme. Me besó desde el pecho hasta el ombligo. Sus manos
buscaban quitarme el cinturón, yo la ayudaba. Quité el broche del
pantalón mientras que ella bajaba el cierre de los mismos. Me dijo:
—Quítatelo.
Yo cumplí su petición en un instante y volví a pararme en donde
estaba. Ella siguió besándome y besándome por todas partes. Mi
miembro se tornó duro como roca. Seguí acariciándola mientras
que ella sostiene mi arma por encima de mi ropa interior —sabe
que ya estoy listo para comenzar la función—. Mordisquea mi
barra por encima de mi bóxer.

33
Yo, sin dar aviso, saqué a mi compañero de su guarida y lo exhibí
a la intemperie. Sus manos cálidas lo rodeaban por completo, lo
apretaban confirmando su firmeza. Ella sonríe con malicia, con
deseo. Su lengua tocó la cima de mi montaña. Los dedos de mis
pies se encogieron —sienten la electrizante sensación de sus
labios—. Apreté sus cabellos poco a poco. Ella comenzó a
declamar poemas de amor y deseo en mi cerro. Mi glande tocaba
su garganta una y otra vez. Su mano derecha subía y bajaba atada
a mi colina, en el mismo ritmo que lo hacía boca.
—Sigue mami —declamé mientras mordía su mano.
Ella continuó y continuó en la misión. Yo hervía cada segundo
más y más. Mis manos guiaban su oral castigo con gran precisión.
Sin duda, es una experta en este arte.
Interrumpí su quehacer y me quedé contemplando su rostro —
su carita de mala, su mirada de víbora—.
Lancé su cuerpo hacia la cama. Su espalda tocó la superficie del
colchón. Su vista buscaba la luna en el techo de cemento —sabe
lo que le haré, lo presiente—.
Tomé sus piernas y la arrastré hasta el borde de la cama —las
separé hasta el límite—, me arrodillé en el piso y contemplé, por
unos segundos, su portón. Delicado, húmedo, tierno. Mi boca se
dirigió hacia él. Mi nariz podía percibir sus feromonas. Mis oídos
escuchaban lo rápido que latía su corazón —esa sensación de
saber que te harán algo que te eleva hasta el mismo cielo—. Mi
lengua recorrió sus labios menores sin tocar el clítoris. Rosé, una
y otra vez esa parte, sin tocar el manjar que estaba justo delante
mí. Ella apretaba sus senos y gemía. Yo seguía en la real academia
de la lengua, fabricando palabras nuevas de sexo salvaje. Sus
manos abandonaron sus tetas y sostuvieron mi cabeza. Me
condujo hasta sus adentros. Mi lengua entró en contacto con más
que su piel. Probé de esa fruta prohibida, bajé al pozo del éxtasis
y saqué agua de él. Ella se estremecía y llovía desde su interior.
Sus manos soltaron mi cabeza y pude darme un respiro. Salí
desde lo más profundo hasta la superficie y me puse de pies.
34
Tomé sus piernas y las coloqué en mis hombros. Sus nalgas
quedaron al vacío, a mi merced. No hubo necesidad de entrar
despacio, ya estaba más que lista.
Entré mi inseparable amigo hasta lo más hondo de su ser. Ella
solo abrió la boca y respiró profundo. Saqué a mi guerrero
colgante e hice lo mismo —lento, pero hasta lo más profundo—.
Otro gemido apareció a hacernos compañía. Comencé a moverme
de apoco, pero nunca sin llegar hasta el final de su madriguera. La
velocidad fue aumentando y aumentando. Los gemidos les dieron
el paso a los gritos. Gritos que arroparon su cuerpo y el mío.
—Que rico. Que rico —pronunciaron sus labios.
Por fin una palabra en español.
Saqué mi pedazo de carne de su interior y le dije:
—Párate.
Ella seguía mis órdenes sin protesta alguna. Se levantó y la
coloqué de espaldas a mí —en frente de la cama—. Separé sus
piernas y la incline hacia delante, haciendo la famosa posición 4.
Ella se acomodó en esa postura y volví hacerla mía. Metí mi
existencia otra vez en su ser con el propósito de saciarla por
completo. Los movimientos esta vez eran apasionados y, hasta en
cierto punto, un poco fuertes.
Mi pelvis chocaba entre sus nalgas. Mis gónadas llamaban a la
puerta, pero ya había alguien adentro —muy adentro—. Mis
manos sostienen sus caderas, las de ella maltratan las sabanas con
sus uñas. Ella gritaba enloquecida que continuara, que no me pare.
Yo sentía como ella comenzaba a humedecer más y más. Sin duda,
se aproxima el tan esperado orgasmo.
Ella comenzó la danza del éxtasis. Gritaba como loca sin medir
fuerza, sin medir consecuencia. Disfrutaba de su polución al
máximo. Era incontenible la sensación de explosión que sentía en
su interior. Mordió la cama buscando aguantarlo, pero ya era
imposible —ahí viene—. Yo aceleré mi andar por su Edén. Ella
siguió gritando y gritando, y mordiendo la cama.
35
Sudó las petacas, sudó la espalda —todo ha detonado—. Sentí
como se desvanecía poco a poco mientras sacando esa
concentración de gusto e idilio. Había alcanzado su orgasmo
satisfactoriamente. Yo no estaba por quedarme atrás tampoco. La
fábrica de esperma había abierto sus puertas ya. Sus trabajadores
también querían salir a vacacionar en las cálidas aguas de su útero.
Ella paró de gritar y sólo gime mientras que yo continué en la
búsqueda de la salida de mi néctar. Comencé a sentir la sensación
de eyacular —ya es hora de acabar con esto—.
—Échala adentro —dijo una voz con ansias.
Pero desconocía que esa orden nunca sería cumplida.
Miento al responder.
—Sí, hoy sí.
Ella ayudó a sacar desde mis entrañas a mis millones de copias.
Yo puse más empeño en terminar.
—Ya viene —afirmé en pleno acto.
—Sácala toda —respondió poseída por algún demonio.
—Ahí viene. Ahí viene.
Y sin duda vino, y vino en mucha cantidad, pero no como ella lo
esperaba. En el último instante cuando la sentía salir, saqué mi
miembro y eyaculé encima de su trasero.
—¡No!
Te dije que quería sentirla adentro —expresó en forma de
lamento Rainy.
—Tranquila amor. Para la próxima, la tendrás todita a dentro de
ti —respondí mientras exprimía todo lo que me quedaba en el
conducto urinario.

36
Capítulo IV

Ella se levantó de la cama y se dirigió al baño a ducharse. Yo


me quedé tendido unos minutos recuperando el aliento, mirando
hacia el techo; luego recordé que dije que llegaría antes de las 10.
Busqué mi celular en mis pantalones y desbloqueé la pantalla. Las
9:40 p.m. —era la hora que marcó el celular—. En ese momento
llegó nuevamente la mujer maravilla, con su cara húmeda y su
cuerpo envuelto en una toalla.
—Voy a bañarme —dije mientras le daba una nalgadita de
cariño.
Ella sólo sonrió y siguió hacia la cocina. Entré al baño y me
duché con prontitud. El tiempo de irme ya estaba cerca y no quería
otra escena de esas que me hacen en casa cada vez que me
desaparezco por unas cuantas horas. La última vez Alexandra me
golpeó con un sartén en la cabeza —solo de recordarlo me duele
el cráneo otra vez— y sin querer reaccioné y le di un puñetazo en
el estómago. Le pedí perdón, porque ella sabe que fue solo por la
reacción. Nunca he intentado golpearla, ni lo haré. No soy esa
clase de hombre.
Tomé una de las toallas que estaban en el baño y me sequé todo
el cuerpo. Me fui desnudo desde el baño hasta la cocina para
decirle a Rainy que ya tenía que irme. En ese mismo trayecto nos
topas de frente.
—Iba a buscarte —dije mientras la abrasé.
—¿Y para qué?
37
—Bueno, es que tengo que irme —comenté mirando hacia el
piso.
—Tan pronto —respondió buscaba mi rostro.
—Sí, tengo que llegar antes de las 10 de la noche.
—Quédate un ratito más negro —susurró a mi oído mientras
frotaba sus bubíes en mi pecho.
—No puedo Rainy.
—Solo 5 minutos y ya —dijo a 2 milímetros de mi boca.
¿Si?
No pude resistirme a sus encantos y contesté idiotizado:
—Está bien, 5 minutos.
Su boca se acercó a la mía. Su nariz tocaba la mía. Sus manos
quitaron la toalla que cubría su cuerpo. Mis manos se deslizaron
por su espalda y descansaron en sus cojines de carne —los
apretaba—. Ella me abrazó y procreamos el primer beso, y el
segundo y el cuarto, y…
La efervescencia nos sorprendió besándonos con loca pasión en
el pasillo que da a la cocina. Nos empujó nuevamente al cuarto y
nos dejó a la merced de los deseos. Mi cuerpo aterrizó en la cama
boca arriba. Él de ella se volcó encima de mí. mi enorme roble se
mostraba frondoso y lleno de vida. Ella subió sobre mí y me
montó como si fuera un potro salvaje. La entrada esta vez no
estaba tan fácil como la primera vez. Mojé mi armazón masculino
de saliva y lo intenté nuevamente —Eureka, justo en el clavo—.
Toqué sus puertas deseoso de hacerla mía y me dejó pasar; y entré,
suave, despacio, lento, sin ninguna prisa, sin ningún desespero,
sólo disfrutaba cada milésima de su cuenca.
Su mano derecha se apoyó en mi pecho. Su otra mano sujetó mi
pierna —quedé inmóvil debajo de ella—. Sus movimientos me
llevaban segundo a segundo a un lugar donde solo estábamos ella
y yo. Amándonos, comiéndonos.

38
Escuchaba sus gemidos y seguía en mi mundo. Mis ojos
permanecían cerrados concentrándome más en sentir que en ver.
Sentía su volcán ardiendo en mi orgullo varonil. La cama
comenzó hablar de lo que sucedía. Mis manos subieron hasta sus
montañas y acariciaron su regazo, como nunca antes lo hubiesen
hecho.
Los sonidos de su boca me excitaban cada vez más. Se estaba
transformando en una fiera y yo en el domador. Tomé su nuca
con una de mis manos y conduje su boca a la mía. Nos besamos
mientras cambiábamos de papeles, yo era quien me movería y ella
la que aguantaría. Comencé mis azotes con golpes certeros y
rápidos —esta vez eyacular no se me haría tan fácil—.
Entraba y salía en ella más de 300 veces por minuto. Su boca
dejó la mía y comenzó a gemir otra vez. Yo seguía machacando su
existencia más y más.
—Papi —dijo una voz en mi oído para romper mi cadencia.
Yo no hice caso y seguía en mi ataque pélvico.
—Ay, ay papi —repitió entre cortando su voz.
Yo continuaba sin hacer caso a nada. Ella inesperadamente
mordió mi cuello. Yo aceleré aún más. Ella gritaba y gemía a la
vez. Sus piernas al igual que todo su cuerpo temblaban con cada
sacudida que producía al estrellarme con su defensa trasera.
Estaba listo para terminar, sólo esperaba que ella comenzara con
la fiesta de bienvenida, y así mismo pasó. Ella comenzó a respirar
con dificultad. Sus gritos se ahogaron en su garganta. Se encogió
un poco. Su cuerpo se tensó por unos segundos, sentía como
hervía con mi termómetro y ese calor hizo despertar a mi volcán,
y sin más, hicimos erupción casi de manera simultánea. Marcando
el fin de la segunda función de esta novela, donde la única
protagonista es su cama.
—Me encanta cuando me haces el amor así —confesó Ray.
Yo sólo sonreí abatido en la cama —sin fuerzas—. Acariciaba su
rostro mientras contemplaba su cara. Sus ojos estaban apagados.
39
Se nota agotada y satisfecha de todo lo que hicimos. Me levanté
del lecho y fui a buscar el celular para ver la hora.
—¡Mierda!
—¿Pasó algo? —preguntó Rainy desde el colchón.
—Tengo que irme —alegué mientras me vestía con prontitud.
Son las 10:25p.m.
—¿Y qué con eso? —volvió a cuestionar.
—No, nada. Olvídalo. —dije colocándome mis zapatos.
Bueno, te veo mañana en el trabajo.
—¿Te irás sin darme un beso? —reclamó al ver mi velocidad por
irme.
—Claro que no.
Fui y la besé como a ella le gusta. Revisé mi atuendo, revisé que
mi cartera estuviera en el pantalón, mis llaves y mi celular, y me
despedí.
—Te veo luego —comenté sin mirar atrás.
—Cierra la puerta con seguro.
Fue lo último que escuché de ella.
Salí de su casa exactamente a las 10:27p.m. Entré en mi carro y
salí quemando las llantas. Ni 10 minutos pasaron y ya estaba
parqueando el coche en frente de mi casa.
Me desmonté del vehículo y me quedé mirando la casa,
pensando porque siempre vuelvo con tanta prisa y cuando estoy
aquí quiero salir corriendo y no volver, pero ya imagino lo que
vendrá. Alexandra con sus discusiones a pelear porque la tengo
descuidad. Que, porque no hablamos, que esto, que aquello —una
tortura—. ¡Hasta cuándo tendré este castigo dios mío, hasta
cuándo!
Caminé hasta mi hogar, saqué mis llaves y abrí la puerta. Todo
estaba apagado, al parecer, los niños ya están dormidos. pasé a la
cocina y mi cena estaba sobre la mesa aguardándome.
40
Tomé un poco de agua —tenía la garganta seca—, luego me
dirigí a mi cuarto. Allá estaba el verdugo —la señora de
Meléndez— dormida, o al menos, eso aparentaba.
—Negra ya llegué —dije en voz baja.
—Ya lo sé. Escuché el carro cuando llegaste —respondió sin
voltear.
Tu Cena está en la mesa de la cocina.
—Ya la vi. ¿Los niños se acostaron temprano?
—Todo lo contrario. Se durmieron en el sofá esperándote.
Tuve que llevarlos a su cuarto como hace ya 15 minutos.
—No lo sabía.
—Como siempre —refunfuñó entre dientes y se arropó de pies
a cabeza.
Yo no dije nada más. Volví nuevamente a la cocina y cené, luego
me fui al cuarto y tomé una ducha rápida. Después entré a la
habitación, me puse desodorante, me coloqué otro bóxer y me
acosté al lado de mi esposa. Ella continuaba arropada por
completo. No quise molestarla y ni la rocé. Me quedé ahí acostado
boca arriba pensando en todo lo que hice en la casa de Rainy. Y
así, poco a poco me fui rindiendo al cansancio y me dormí.
Y pasó lo mismo de siempre. Cada vez que vengo de donde mi
amante Alexandra hace siempre lo mismo. Deja que me duerma
profundamente y revisa mi celular, revisa mi cartera, me revisa mi
ropa. La huele, la mira, pero como dice un viejo adagio, el que
busca en donde no debe, encuentra lo que no quiere, pero esta
vez, en mi ropa no hay nada que me delatara.

41
Capítulo V

Beep, beep.
Gritó la alarma de las 6:00 de la mañana en mi celular.
Mis ojos se abrieron en mi castigo terrenal otra vez. Desperté
mal trecho, adolorido de mi espalda baja, como si aquellos
movimientos de cadera que hice anoche me pasaran factura.
Apreté los ojos mientras hacía tronar mi cuello para botar la cuaja,
luego me levanté a silenciar la sirena que hostigaba mis tímpanos.
El cuerpo de mi esposa aún estaba envuelto en entre sábanas
blancas, negado a despertarse. Me dirigí rumbo al baño para darme
mi mantenimiento matutino, luego me cambié, tomé mis
pertenecías personales —mi bulto de trabajar y un abrigo— y me
fui. Todos quedaron dormidos en casa y ni siquiera notaron mi
partida.
Hoy, como todas las mañanas, salí temprano hacia mi trabajo
para tratar de evadir la hora pico en la ciudad.
Llegué a mi empleo 15 minutos antes. El día en el trabajo fue
un día de esos que se van sin que te des cuenta. En un pestañar ya
era la hora del almuerzo y en un dos por tres, ya era casi la hora
de salir de la empresa.
No hice nada interesante, ni nada diferente hoy, lo mismo de
siempre, la condena de repetir los mismos sucesos llamada rutina.
Rutina en mi casa, en mi trabajo, en mi vida.
—Ismael, dice el señor Ysrael, que pases por su oficina antes de
irte —dijo Laura.

43
Pareció un dejavú, con la diferencia de que ayer fue en la mañana
y hoy fue en la tarde.
—Está bien. Ya casi termino —fueron mis palabras.
Terminé de enviar el reporte de mis actividades, recogí mis cosas
y me fui para la oficina del Gerente.
—Buenas tardes —anuncié mientras tocaba la puerta.
—Pase adelante —contestaron del otro lado.
—¿Cómo está señor Ysrael? —cuestioné como saludo.
—Todo bien. Todo bien.
Te mandé a buscar para entregarte esto —dijo el jefe superior de
la empresa al entregarme un sobre.
—¿Qué es señor? —pregunté con dudas entre una carta de
cancelación o la reservación del Resort.
—¿Qué tú crees que sea? —agregó en un tono serio.
Tragué en seco, talvez es mi cancelación. Por lo general, cuando
van a terminar tu contrato de trabajo te mandan a buscar a última
hora para darte la noticia.
—No lo sé señor —manifesté un poco asustado.
—Ha sido un placer —apuntó el dueño de la oficina para echar
más leña al fuego.
Abrí el sobre lentamente. Una gota de sudor rodaba desde mi
frente hasta mis cienes. El contenido estaba doblado en tres partes
la visible era la que tenía el sello de la empresa y la firma del
Gerente —Ysrael Rodríguez—. Terminé de desdoblar la carta y
quedé frío.
—¡Jajajajajaja!
Una risa escandalosa explotó en el espacio —mi jefe con sus
bromas pesadas que solo a él le dan risa—.
Yo también reí, pero sin gusto. Tremendo susto me ha dado su
chistecito.

44
—Bueno ya tienes tu reservación, solo firma esta constancia y
listo —dijo mi jefe al pasarme una carpeta y un lapicero.
Yo me quedé en esa mueca de mi falsa sonrisa. Tomé la carpeta
y firmé el documento.
—Gracias jefe. Me asustó, pensé que era mi cancelación —
confesé al recuperar el aliento.
—Tranquilo, eso viene pronto —agregó mientras seguía riendo.
—Bueno, si no tiene nada más que decirme, entonces, me retiro
—mencioné al levantarme de la silla.
—Lee bien la reservación, ahí están los días de la estadía. Procura
llegar temprano y disfruta tus vacaciones Ismael.
—Muchas gracias —contesté cerrando la conversación.
Me fui al ponchador y pasé mi carnet para dar confirmación de
la hora de mi salida. Me dirigí a el estacionamiento en busca de mi
carro. Entré, encendí el coche y conduje hasta mi casa.
Tomé mi celular para llamar a Alexandra, pero no lo hice. Pensé
que sería mejor decirle, personalmente, que lo del Resort ya está
más que confirmado y que ya tengo la reservación a mano.
Llegué a casa a las 6:22 de la tarde. Los niños estaban jugando a
fuera.
Mi campeón al escuchar el ruido de mi vehículo se quedó a la
expectativa, esperando divisar mi figura. Sonriente, como si había
llegado Santa Claus en pleno día de reyes. Yiyi estaba distraída en
su juego de muñecas, Ni escuchó el vehículo llegar.
—¡Papi! —gritó Alexander antes de iniciar su carrera de campo
y pista hasta mi encuentro.
Yo solo sonreí y abrí los brazos para tratar de frenar a ese
proyectil que impactó en mi pecho y me dejó sin aire. Ambos
sonreímos.
—Hazme como Superman —fueron sus primeras palabras para
mí.

45
—Claro que sí —le manifesté al cargarlo y comenzar su falso
vuelo.
¿Y Yiyi dónde está?
—Mírala allá jugando Muñecas —respondió mi pequeñín
mientras señalaba el lado izquierdo del frente de la casa, en donde
ella estaba de espaldas a nosotros en su película de mi papi y mami.
—Yiyi —dije desde donde estaba manipulando los cielos con
Superman.
Ella reconoció la voz al instante y sin voltear lanzó un grito como
cuando Messi mete un Goal.
—Mi papi —dijo a las muñecas.
Se levantó corriendo de donde estaba y fue a mi encuentro. Se
colgó a mi cintura con una sonrisa angelical. Tomé a Alexander y
lo cargué del lado izquierdo y a Yimildre del lado derecho, y me
fui con mis dos pétalos hasta la casa. Dejé que bajaran en la puerta
y entraron corriendo a buscar a su madre a darle la noticia de mi
llegada.
Yo seguí hasta el mueble y me senté. El alboroto se escuchaba
en mi cuarto, donde estaba mi espesa. Yo sonreía con las
ocurrencias de los niños. Creo que debería pasar más tiempo con
ellos.
A veces pensamos que ser un buen padre solo es tratar de que a tus
hijos no les falta nada, pero para ellos tu presencia es más importante
que todo.
—¿Ya llegaste? —preguntó la jefa de la casa.
¿Por qué no llamaste?
—Quise darte una sorpresa.
—¿Cuál? —añadió sin mucho ánimo.
—Ve al carro y saca mi mochila de trabajar ahí está —respondí
mientras le ofrecía las llaves.

46
Ella tomó las llaves y se fue al carro. Yo era aplastado por mis
dos querubines. Mi princesa jugaba con mis mejillas y el
hombrecito trataba de domar al toro loco de mi rodilla, intentando
mantener el equilibrio, mientras yo agitaba mis piernas. Todo era
risas y risas.
A fuera de la casa Alexandra buscaba mi mochila en el carro.
aprovechó mi descuido para inspeccionarlo como agente especial
de criminología. Buscó en los asientos, en la guantera, en el baúl,
en fin, por todas partes y no encontró ni una sola pista que revelara
que estoy con otra mujer. Tomó inconforme mi bulto y cerró el
automóvil. Caminó hasta la casa y me dijo:
—Aquí está la mochila.
—Ábrela —le pedí mientras bajaba a los niños de encima de mí.
—Hay una carta.
—Si lo sé. Esa es la sorpresa. Léela.
Sacó la epístola y la leyó en voz alta.
Reservación para: Señor Ismael Meléndez y Familia. El Hotel
Bávaro Be live les da la bienvenida a usted y su familia a nuestro
hotel 5 estrellas Be Live. Esta reservación incluye todos los
servicios del hotel.
Su reservación comenzara el viernes 12 hasta el lunes 15 de
agosto del presente año. Sino puede cumplir con ese horario
notificarlo para mover su reservación a otra fecha.
¡Genial! —dijo interrumpiendo la lectura.
Yo solo sonreí. Ella volvió y apuntó.
—Solo tengo el día de mañana para organizar todo.
—Así es —respondí mientras confirmaba con mi cabeza lo que
dijo.
Mi esposa se acercó contenta hacia a mí, me dio un abrazo y
luego me besó en la frente.

47
—Espero que estos días de vacaciones sirvan para arreglar
nuestras diferencias —Me informó al oído.
Mi sonrisa confirmó su petición, y por un segundo contemplé a
mi familia. Mis hijos riendo, mi mujer riendo, yo también sonrió.
La felicidad adorna nuestra sala. Olvidaba como se sentía, no sé,
quizás la monotonía, quizás la rutina o tal vez el estrés, las deudas,
los gastos me han vuelto tan frívolo.
Tan bonito que todo era al principio. Que no daría yo porque
este momento se hiciera eterno; imperecedero. Sentir esta paz y
esta tranquilidad que siento en este instante.
Yo disfrutaba el espectáculo desde el mueble, mojándome en
esta lluvia de sonrisas, tal vez, esta sea la verdadera felicidad.
Tan cerca que está y nunca podemos encontrarla. A veces, ni
siquiera podemos verla. Solo sabemos que nos hace falta, pero la
felicidad no tiene forma, ni estereotipos, simplemente existe.
Al parecer volví a verla otra vez esta tarde del miércoles en mi
casa, con mi familia.
Me levanté del mueble y nos dimos un gran abrazo entre todos.
Todos como uno, como las ramas de un mismo árbol conectadas
a un mismo sentimiento.
—Tenemos que preparar todo —dijo mi esposa a los niños.
—¡Si! —gritaron a coro.
—Pues vamos a su cuarto —recomendó mi amada.
—¿Papi nos ayuda? —apuntó el chiquitín de la casa.
—Porque no.
—¡Si! —volvió a responder el dueto.
Yo cargué a Alexander y mi esposa tomó de la mano a Yiyi, y
nos fuimos a su cuarto. Entramos con la misión de escoger ropa
para tres días. Yo ayudaba a mi hijo a seleccionar su ropa favorita,
Yiyi sacaba montones de ropa junto con su mamá, se la median
por encima de la que tenía puesta y hacían su difícil selección de
cuál era más bonita.
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Durarnos casi una hora en esa labor, pero el tiempo paso sin
hacer el efecto de siempre. Cuando terminamos de hacer las
maletas de los niños, salimos del cuarto en huelga de hambre.
—¡Queremos la cena! ¡Queremos la cena! —decíamos todos
menos Alexandra.
—¿Y qué quieren de cenar? —preguntó la chef del hogar.
—Espagueti —anunció Yiyi.
—Sí, espagueti —corroboró mi campeón.
Yo solo subí mis hombros en señal de que mayoría gana.
—Pues espagueti —sentenció la dueña de la cocina.
Pero necesito ayuda, así que, todos a la cocina.
Todos marchamos al compás de la teniente coronel Alexandra
de Meléndez.
Yo cantaba la cadencia.
—1, 2, 3, 4.
1, 2, 3, 4.
Aunque tú me vea.
—Aunque tú me vea —repitieron todos.
—Duro como Messi —volví y marqué al pelotón.
—Duro como Messi —respondieron en el mismo tono a coro.
—Esta noche ceno yo —continúe con mi canción.
—Esta noche ceno yo —correó el batallón.
—Muchos espaguetis —dije finalizando la estrofa.
—Muchos espaguetis —segundó el escuadrón Meléndez.
Y así, entonando ese soneto, nos dirigimos desde el cuarto de los
niños hasta la cocina. En fila india, uno agarrando al otro como
vagones de un tren.
Llegamos a el departamento de humo y grasa, y la teniente
coronel volvió a tomar el control de la tropa.
49
—Atención —dijo Alexandra en tono militar.
Todos nos quedamos parados como estatuas en la fila. Ella
caminó de extremo a extremo la formación, y luego, nos fue
señalando uno por uno.
—Alexander. Tú te encargarás de preparar el ajo.
Yimildre. Tú serás la asistente, prepararás la cena conmigo.
Y tu negro. Picarás los vegetales. Todos los vegetales —repitió
con mucho énfasis.
¿Entendido?
—Si señora —respondimos todos juntos.
—¿Entendido? —volvió y preguntó para confirmar que si se
captó el mensaje.
—Si señora —contestó de nuevo el Trio Matamoros.
—Pues, a cocinar —ordenó la encargada de la misión.
Todos reímos y comenzamos nuestras labores. Yo saqué de la
nevera los vegetales. Aparté el ajo, le quité las cascaras, y luego, se
lo pasé a Alexander. Su mamá le había pasado el pilón, con un:
—Ten cuidado con los dedos.
Yiyi buscaba la sal en la despensa mientras que Alexandra
colocaba la olla con agua en la estufa. Todos hacíamos nuestra
labor disfrutando de hacerlo juntos. Piqué todos los vegetales que
me indicó la diosa del sartén. Alexander ya había terminado de
machacar todo el ajo, aunque más de la mitad se veía por todo el
piso. Yiyi recibía un curso intensivo de cómo hacer espagueti en
tiempo real.
—Los hombres fuera de la cocina —dispuso la de mayor
jerarquía de la cocina.
Y así lo hicimos. Alexander y yo nos fuimos a la sala, ambos con
las manos olorosas a especies y sazón. Nos recostamos en el
mueble y encendimos la televisión para distraernos un poco.

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—Papi, cuando yo sea grande quiero tener muchos carros de
carrera —dijo Alexander iniciando la conversación.
—Claro hijo, puedes tener todos los carros que quieras.
Solo hay que trabajar mucho.
—Quiero ser manejador de carros. No mejor quiero ser médico
o sino volar en avión.
—Puedes ser todo lo que quieras ser hijo —añadí mientras
pasaba mi mano por sus cabellos.
—¿Puedo ser como tu papi? —apuntó con gran inocencia.
Mi corazón se congeló por un momento. No fue tristeza lo que
sentí, pero sus palabras llegaron hondo en mí. No estoy siendo un
gran padre, ni tampoco un ejemplo a seguir. Aun así, mi hijo solo
quiere ser como yo. Lo abrace, como cuando te arrepientes sin
decir palabras. Lo arrullé con mucho cariño y le dije mentalmente:
—Perdóname por no haber estado ahí contigo y perderme
tantos momentos de tu vida.
Le di un beso en la cabeza y cuando mis cuerdas vocales
volvieron a su sitio le dije:
—Si de algo estoy seguro es que serás mil veces mejor que tu
padre. Puedes ser todo lo que te propongas. Además, yo siempre
estaré ahí para apoyarte en todo lo que quieras.
No importa lo mal que estés, ni en donde estés yo siempre estaré
ahí contigo, mi campeón. Siempre. Te lo prometo.
Mis ojos se aguaron, pero evadí su mirada. La conciencia me
pasó factura y me recordó que no puedo ni siquiera tener el
sustantivo de padre. El me abrazo y me dijo:
—Te quiero papi.
—Yo también te quiero —respondí con mis ojos cerrados.
Esparramé aquí voy al baño a orinar.
Me levanté y caminé hasta el baño de mi habitación. Cerré la
puerta y me quedé mirándome en el espejo.
51
Miré más que mi rosto. Miré mi interior, a mí mismo. Mi familia
no merece que me siga comportándome como lo estoy haciendo.
Lavé mi cara varias veces. Luego, salí sin secarme el rostro y me
dirigí otra vez al mueble. El niño ya no estaba allí. Escuché su risa
en la cocina al igual que la de Yiyi. Caminé hacia donde ellos
estaban. Mi esposa ya estaba preparando la salsa. Me acerqué a ella
y la abracé por la espalda. Ella se sorprendió, pero no dijo nada.
Luego, volteó a verme con el signo de interrogación en la cara. Yo
me acerqué más y le di un beso. Ella se quedó fría. Me miró con
asombró y preguntó.
—¿Te sientes bien?
—Mejor que nunca —contesté con una sonrisa.
Sus ojos brillaron, como cuando esperas que una persona regrese
de un largo vieja y la vez. Al parecer, en ese momento volví hacer
el de antes, el hombre del cual se enamoró.
Me alejé de mi esposa y le di un beso a mi princesa —Yimildre—
acompañándolo con un:
—Te quiero.
Ella como siempre se ríe a carcajadas.
—Ya casi termino la cena, así que, tomen asiento —anunció
Alexandra cuando volvió de aquel transe.
Nos sentamos todos en los bancos que están en el desayunador
a esperar impacientes la hora de cenar.
—Voy a llevar los platos al comedor —dije para ayudar con algo.
—Yo llevaré los cubiertos —agregó Yimildre mientras lo
buscaba en el cajón.
—¿Y yo que llevaré? —preguntó Alexander.
—Tu llevarás las servilletas y los palillos —respondió Yiyi.
Y así, nos dirigimos con el cargamento al comedor. Organizamos
la mesa. Luego, fui a la nevera y traje un jugo de naranjas y los

52
vasos. Todos tomamos nuestro lugar en el comedor. Minutos
después, una voz de alerta declaró desde la cocina.
—La cena está lista.

53
Capítulo VI

La algarabía removió el comedor de extremo a extremo —por


fin es hora de cenar—. Tomamos posición de combate esperando
que la presidenta de la suprema corte de comida saliera con el
trofeo en manos. Segundos después, el aroma de la pasta nos
golpeó con sutileza.
—Huele riquísimo —dijo Alex.
Yimildre se saboreaba y esperaba impaciente la llegada del
manjar. Yo solo frotaba mis manos con ganas de comenzar a
comer.
—Aquí está —dijo Alexandra al cruzar la puerta de la cocina con
la cacerola.
La colocó en medio de la mesa. El aroma hacia suspirar a los que
ya estábamos sentado en el bufete. El platillo de hoy parecía la
cordillera de los Andes cubierta de queso. Distinguí en ella
pequeños granos de maíz y algunos trozos de embutido.
Es extraño que todos estemos reunidos en la mesa, por lo
general, esto solo pasa en diciembre —el día de la santa cena—.
Sentí que el tiempo se detuvo otra vez al contemplar a mi familia
reunida en armonía. Esta ha de ser la paz de la que hablaba Ayo
El Preceptor porque me siento pleno en este preciso momento.
—Vamos hacer una oración —dije sorprendiendo a todos.
—Está bien —respondió mi esposa extrañada de mi petición.
Nos tomamos de la mano desde el más pequeño hasta el mayor.
Miré sus rostros y les dije:
55
—Cierren sus ojos. Daremos gracias a Dios por habernos
permitido estar aquí reunidos en familia y por nuestros alimentos.
Todos cerraron sus ojos. Tomé unos segundos más para
contemplarlos así tomados de las manos. Con sus ojos cerrados,
dentro de un aura de serenidad —Mi familia—.
—Amante Dios que moras en las alturas, alabamos y
glorificamos tu nombre señor. Padre amado, ponga ante tu
presencia mi familia, mi esposa, mis hijos, señor. Para que seas tú
cubriéndolos en todo momento, librándolos de cualquier
asechanza del maligno, protegiéndolos. Te pedimos que también
bendigas nuestros alimentos, que suplas a aquellos que no han
podido comer nada hasta ahora y que bendigas nuestras vidas.
Bendice mis hijos y guíalos por el buen camino, bendice a mi
esposa, gracias por darme esta gran familia que tengo, los amo, los
quiero, y prometo dar lo mejor de mí para ser un mejor padre y
un mejor esposo.
En el nombre de tu hijo amado Jesús. Amén.
—Amén —respondieron los que me acompañaban en la
oración.
Al abrir mis ojos, mi esposa estaba con lágrimas en su mejilla.
Alexander se dio cuenta y le dio un abrazo, luego le preguntó:
—Mami, ¿porqué estás llorando?
—A veces cuando estás muy feliz las lágrimas salen solas hijo
mío —respondió.
Yiyi también la abrazó sin decir nada. Yo me levanté de mi
asiento y también la abracé. Todos la rodeamos y le dimos un
cálido apretón. Ella sonrió y rompió la magia con un:
—La cena se va a enfriar.
Todos ocupamos nuestros lugares otra vez. Alexandra comenzó
a repartir la cena sin importar el orden. En este momento todos
somos uno solo. Los platos estaban llenos hasta más no poder, y
así, comenzamos el festín. Todos comíamos y reímos.

56
Pasamos la noche en ese divertido y delicioso pasatiempo hasta
que el estómago no pudo más. Nos quedamos unos minutos
reposando y hablando de lo que haríamos en el Resort. De las
playas, las piscinas, las comidas —vida de turistas—. Alexander
comenzaba a dar señales de sueños. Apenas eran las 9:25 de la
noche.
—Bueno llevaré a los niños a la cama hoy —le dije a mi media
naranja.
—Yo recogeré la mesa y me pondré a fregar —contestó
cariñosamente.
—Está bien —respondí mientras cargaba a mi pequeñín
soñoliento.
Despídanse de su mamá chicos.
—Bendición mami —dijo Yiyi mientras le daba un abrazo.
—Dios te bendiga.
—Bendición mami —repitió mi campeón mientras lo acercaba
a su madre.
—Duerme bien corazón.
Tomé a mi princesa de la mano y la llevé junto con su hermano
a su habitación. Dejé a Alexander en su cama, y luego, cargué a mi
otro angelito.
—Te gustó la cena —le pregunté a mi beba.
—Sí, estaba muy buena. Me gustaría que siempre hiciéramos la
cena juntos papi —agregó mientras acariciaba mi mentón.
Mis ojos buscaron el piso avergonzado. Ella me abrazó sin
esperar respuesta a su petición. Yo la arrullé en mi pecho, cerré
mis ojos y respondí:
—Trataré de que todos los días cuando venga sean como hoy.
Ahora a dormir que tienes que ir a la escuela mañana.
La acosté en su cama y le di un beso en la frente.

57
—Duerme bien negra —dije al pasar mi mano por sus cabellos.
—Duerme bien papi.
Salí de la habitación de los niños y me dirigí a la mía. Tomé una
ducha como de 20 minutos. Estaba más que relajado. Salí del baño
y Alexandra ya estaba en el cuarto. Nos miramos, pero no nos
dijimos nada. Ella tomó su toalla y se dirigió al baño. Yo me puse
mi ropa de dormir, apagué la luz y me acosté. Minutos después,
salió mi esposa del baño. Supuse que encendería la luz y cubrí mis
ojos con la sábana, pero no fue así. Percibí sus pasos en el cuarto,
pero me quedé tranquilo boca arriba. Un aroma femenino sedujo
mi olfato. Luego, sentí su cuerpo recostarse en la cama. Sus pies
fríos tocaron los míos, no sé si fue a propósito o no.
—¿No sé qué llevar para el Resort? —me preguntó en la
oscuridad del cuarto.
—Ya mañana elegirás con más calma —respondí al descubrir
mis ojos.
Extendí mi brazo izquierdo y la sostuve por la nuca. La guíe hasta
mi pecho y dejé que lo usara como almohada.
Ella no hizo ninguna resistencia. Se acurrucó en mi tórax hasta
alcanzar la comodidad. Una de sus piernas surcó todo mi cuerpo.
Sentí su piel fría y me percaté de que estaba desnuda.
—Gracias por lo de hoy —musitó desde donde estaba.
—Descuida. Mañana será mejor —respondí mientras mi brazo
derecho la abrazaba.
Ella subió un poco más sobre mí y no dijo nada. Acariciaba mi
costado y yo acariciaba su espalda. Aquellas caricias, trajeron la
nostalgia de esos días en que el amor reinaba en nuestros
corazones. Dormíamos, así como estamos en este preciso
momento. Después de hacernos el amor hasta el cansancio, nos
rendíamos al sueño.
Mis manos pasaron de su espalda a su rostro, mi pulgar rozaba
sus labios delicadamente. Recorrí su rostro con un galanteo
familiar para ambos. Conduje su boca a mi boca delicadamente.
58
Ella no hizo nada para evitar que sus labios choquen con los mis.
Así fabricamos el primer beso. Ella se separó de mi boca uno
segundos, suspendió su cara sobre la mía y luego me besó.
Se subió por completo encima de mí. Mis manos acariciaban su
espalda a plenitud mientras nuestras bocas se confesaban, en un
lenguaje mudo, que se extrañaban. Los besos tiernos se fueron
agotando poco a poco y la lujuria entró en nosotros.
Aquellos besos que al principio eran tiernos se hicieron
apasionados —esos de fuego, que nos quemaban por dentro—.
Tomé su nuca giramos en la cama. Yo quedé sobre ella. Sostuve
sus dos manos con una sola de las mías. Las conduje hasta el
espaldar de la cama.
Mi otra mano sostuvo su cuello y volví a besarla. Mi lengua
rosaba la suya lentamente, mi mano soltó su cuello y acarició sus
pechos. Mi otra mano liberó las suyas y se unió a la excursión de
sus prominencias. El fuego ardía en nosotros como antes, como
la primera vez que la hice mía. Sus manos buscan despojar mis
pantalones con frenesí. Yo la ayuda como podía. Ella logró
desnudarme sin dejar de besar mis labios. Yo abandoné su boca y
me dirigí a su cuello. Disfruté de él como si no hubiera mañana.
Sentí sus gemidos golpear mis oídos. Seguí llenando su cuerpo con
mis caricias, en todas direcciones. Renuncié al placer de su cuello
y marché lentamente rumbo a sus pezones. Su cuerpo se
impacienta. Sus manos sostienen mis hombros guiándome,
inconscientemente, al paraíso de sus pechos.
Mi lengua recorrió sus pezones en una circunferencia perfecta.
Sus brazos enlazaron mi cuello y otro gemido escurridizo salió de
su boca. Mis manos acariciaban sus entre piernas mientras mi boca
seguía inventando acrobacias con sus senos. Ella peinaba mis
cabellos con sus dedos mientras disfrutaba mi acto. Mi boca
cambiaba de domicilio a su antojo, sin ninguna preferencia. Estaba
en la izquierda, como en la derecha. Me retiré de las montañas de
su ser y marché hacia aquel valle que se encuentra en el sur.
Legiones de besos se desplazaron por su vientre, ocuparon su
ombligo y lo obligaron a confesar la ruta a la gloria.
59
El camino a Nirvana ya estaba señalado. Tracé curso al cielo con
el único objetivo de entrar ahí. Mis labios abandonaron su
ombligo para convertirse en el Apolo de su imperio. Bajé hasta
aquel mítico lugar. Sus manos maniobraban mi cabeza a voluntad,
y pasé, de lo escrito, a lo oral.
Mis frases eran sólo verbos. Verbos que crearon un lenguaje
mudo dentro de ella. Sentía su cuerpo contraerse. Los gemidos
colmaron la habitación. Clamaban el coito, como cuando se
clamaba dar muerte en el Coliseo romano.
Sus labios llamaban con fervor a Dios. Mi lengua dialogaba con
su clítoris una y otra vez. Mi arma está más que lista para comenzar
su placentera labor.
Sus labios murmuraban:
—Oh, mi Dios.
Su cuerpo no se conformaba con mi lengua y me exigía más, y
más. Palabras diciendo:
—Ya.
Rebotan en mis tímpanos.
Bajé del cielo de su cuerpo y busqué el mazo de Thor, el dios
del trueno. Lo lancé en el interior de su existencia. Sentí su tibieza,
su calidez. Enterré mi hombría una y otra vez en ella. Me trajo la
misma sensación de cuando éramos recién casados y le hacia el
amor como si cada vez, era la primera vez. Hicimos el amor lento,
disfrutando cada movimiento, cada espacio de nuestro cuerpo. Su
orgasmo fue una completa delicia. Mi eyaculación fue la más
excitante que había sentido. Ni con Rainy me había sentido como
me sentí en ese momento con mi esposa.
Terminamos el acto carnal con la respiración a todo vapor.
Sollozaba encima de ella. El silencio cubrió el cuarto una vez más.
mi rosto estaba sobre su rostro, ambos buscábamos el aliento
perdido. Cuando el sonido de su voz trajo a mis oídos:
—Te amo.

60
Y luego me besó con ternura.
Yo la abracé y besé su mejilla, y dije algo que desde hace años no
pronunciaban mis labios:
—Yo también te amo negra.
Ella no dijo nada más y me abrazó con fuerza. Sentí la humedad
de su rostro. Una lágrima resbalaba por mi cuello, se había
escapado de mi esposa para traerme un mensaje mudo—te
extraño—.
Lo entendí a la perfección. Saqué mi Titanic de su océano y
volvimos a colocarnos en la posición en la cual iniciamos todo.
Yo boca arriba en la cama y ella acostada en mi pecho. Sequé sus
lágrimas con mi mano y besé su frente.
—Verás que las cosas cambiaran —dije acariciando su hombro.
—Desde hoy ya lo son —respondió mientras se acomodaba en
mi pecho.
Yo solo sonreí y seguí acariciándola. Ella le regalo un beso a mi
pecho y me dijo:
—Que duermas bien negro.
—Tú también corazón.
Y así, ella se durmió con una sonrisa en su rostro y con una
alegría en el corazón. Yo me quedé pensando un poco en mi
familia, en mi esposa, en mi vida.
—Creo que no es tarde para comenzar —me dije a mi mismo
antes de dormirme.

61
Capítulo VII

El sonido de la alarma me despertó, como siempre, a las 6 de


la madrugada —lo mismo que todos los días de trabajo—. Moví
mi cuello con los ojos cerrados, intentando aterrizar en el mundo
real. Abrí mis ojos y me levanté a silenciar el ruidoso llamado del
deber. Lancé mi vista al lado de la cama en donde, por lo general,
se encuentra la bella durmiente de mi esposa, y no estaba allí. Me
sorprendí al no encontrarla dormida como siempre, en su lado del
lecho. Caminé hacia el baño para ver si estaba ahí, pero no estaba.
—Qué raro —me dije a mi mismo.
Salí de la habitación y me dirigí al cuarto de los niños, a ver si se
levantaron porque oí algo. Revisé, pero los niños estaban
dormidos. Saliendo de la recamara escuché un sonido en la cocina.
Caminé hacia allá con cautela para ver si ella está ahí, y
exactamente era ella. Me quedé observando desde la puerta sin
delatar mi presencia.
—¿Qué haces en la cocina tan temprano? —dije al entrar.
Ella se sorprendió al verme.
—Te estoy preparando el desayuno para que te lo lleves al
trabajo.
Me quedé extrañado e inmóvil escuchando sus palabras. Hablaba
con un cariño de antaño.
—Ve báñate, yo me encargo de esto —me dijo mientras se
acercó a darme un beso.
—Está bien —respondí desde mi asombro.
63
Di la vuelta y fui atónito hasta el baño. ¿Qué estará pasando? Me
siento tan extraño, pero a la vez contento. Me siento como si
recuperé algo que había perdido hace mucho tiempo.
Tomé mi ducha en un santiamén. Salí del baño y me vestí con
prontitud. Pasé por el sofá y cogí mi mochila de trabajar, luego me
dirigí a la cocina. Mi desayuno ya estaba listo y empacado.
—¿Qué hiciste de desayunar? —dije cuando volví nuevamente a
la cocina.
—Algo especial para ti mi amor —respondió Alexandra
mientras se acercaba.
Caminó justamente hasta mis labios. Nos besamos exactamente
como anoche. Mi excitación se hizo evidente. Sus labios dejaron
los míos y contempló mi vestimenta. Arregló mi camisa y me dijo:
—Ya se te está haciendo tarde negro.
—Creo que sí.
Bueno nos vemos cuando vuelva del trabajo —confesé mientras
la abrazaba.
Ella me sostuvo por mis partes nobles unos segundos y
guiñándome un ojo me dijo:
—Te estaré esperando.
Yo solo sonreí y me fui.
Salí de la casa y me monté en mi auto para hacer el mismo
recorrido de la semana rumbo al trabajo. Llegué faltando 5
minutos para mi hora de entrada. Pasé por el ponchador y aseguré
mi hora de llegada.
Seguí sin titubeos a mi puesto de trabajo y comencé la faena.
Tenía muchos reportes hoy por realizar ya que mañana es viernes
12 día de Resort.
—Buenos días Ismael m—dijo mi jefa inmediata Laura.
—Buenos días.

64
—Me acaban de informar que te vas de vacaciones mañana.
—Si —respondí mientras organizaba el montón de reportes al
lado derecho de mi escritorio.
—Espero descanses bien. Te lo mereces.
—Muchas gracias Laura.
—Bueno. No te quito más tiempo —declaró al darse vuelta.
Yo no respondí y seguí acomodando el material de trabajo.
Después que todo estaba en posición abrí el programa de procesar
órdenes y reportes, y comencé a digitar. Fechas, horas de fallas,
paradas por paros mecánicos, tiempos muertos, paros por calidad,
procesos técnicos, en fin, lo mismo de siempre. Repetía los
mismos pasos para cada hoja de reporte. Las almacenaba en la
carpeta de realizadas para al final del día enviárselas al jefe. Miré
mi reloj y ya casi es hora del desayuno. Agilicé la orden que estaba
procesando para no dejarla a medias, cuando de repente, una voz
conocida me llamó.
—Ima. Ya casi es hora de desayunarnos.
Era el Youg.
—Hey ¿qué tal Youg? dije al verlo.
—Todo bien hermano. ¿Te falta mucho?
—Déjame cerrar esta orden de trabajo y nos vamos.
—Pues termínala, te espero.
Solo me faltaba registrar una no conformidad de la orden y 3
paros por operador para acabar.
En cuestiones de minutos ya todo estaba listo.
—Ya terminé —expresé a José David.
—Era justo —firmó entre risas.
Me levanté de mi asiento y tomé el desayuno que me había
preparado mi esposa. Apagué el monitor de mi ordenador y nos
marchamos.

65
—¿Qué es eso? —indagó el Youg mientras caminábamos rumbo
a la cafería.
—¿Qué es qué? —respondí sin saber a qué se refería.
—¿Eso? —volvió y cuestionó mientras agarraba el bulto que
traía en la mano derecha.
—Ahh. Es mi desayuno.
—¡Madre mía! —exclamó mi amigo asombrado.
Tu tenías siglos que no traías desayuno de tu casa.
—Sí, tenía un tiempo sin traer nada de la casa.
El Youg solo se ríe y continúa caminando hasta que llegamos a
la cafetería. Él siguió rumbo al mostrador. Yo hice parada en la
esquina izquierda, donde están los microondas, para calentar un
poco mi desayuno. Abrí mi bulto para ver que me han hecho de
desayunar. Menuda sorpresa.
Era puré de papas con queso blanco derretido y unos aros de
cebolla. Debajo del recipiente del desayuno había una nota. La
tomé y la abrí, sólo decía dos palabras. TE AMO.
Nació en mí una sonrisa tierna y sincera que se quedó plasmada
unos segundos en mi rostro.
—¿Y esa carita de felicidad? —dijo Rainy mientras hacia su
entrada a la cafetería.
—No, nada raro. —respondí mientras ocultaba la nota en mi
bolsillo con aparente prisa.
Solo dijo esas palabras y siguió rumbo a la formación para
ordenar su desayuno.
Metí mi desayuno en el microondas y le di 40 segundos de
calentamiento. Luego, fui hasta donde estaban las cucharas y
tenedores. Tomé un tenedor y servilletas.
—Hey Ima ¿quieres qué te compré un jugo? —gritó el Youg
desde la fila.
—De naranja —confirmé.
66
Nos juntamos en la mesa.
—Okidoki.
Me dirigí nuevamente a el microondas, saqué mi desayuno y me
lo llevé a la mesa de siempre. Me senté y esperé que se enfrié un
poco. José David llegó en ese mismo instante cargando lo que iba
comer.
—¡Ofrecome Ima, eso huele bien!
—Sí —confesé mientras también disfrutaba del aroma.
—¿Viste cómo Rainy vino vestida hoy? —preguntó el Youg
mientras buscaba su figura en la fila.
Esa negra está…
Jajajajaj.
—Tranquilo hermano —dije acompañándolo en su risa
maquiavélica.
Mira ahí viene.
El Youg se quedó mudo. La estaba devorando con la vista desde
arriba hasta abajo.
—Se te va a salir la baba —le expresé mientras le pasaba una
servilleta.
—Yo creo que ya se me salió —contestó.
Ambos nos reímos del chiste.
—¿Y cuál es el chiste de hoy que los veo explotados de la risa?
Preguntó Rainy.
—José David con sus cosas —expresé acusándolo.
—Yo, es Ima con su relajo. Burlándose por que le hicieron
desayuno hoy —añadió el Youg defendiéndose.
—¡Como Ima! —exclamó la única dama de la mesa.
—Parece que anoche trabajo bien en la casa —agregó el flacucho
mientras levantaba ambas cejas insinuando otra cosa.

67
—Dejen su relajo y vamos a desayunar mejor — dije un poco
apenado.
El Youg siguió riendo al ver mi cara de que no quiero hablar
mucho del tema.
—¿Te dio vergüenza? —apuntó el José David echando más leña
al fuego.
Rainy solo mira mi desayuno y disimula que no le molesta la
atención que recibí por mi esposa.
—¿Te da envidia José David, cásate? —disparó Rainy como un
dardo envenenado.
—Estoy en eso —refutó mientras se ponía frente a frente a ella.
Y luego, en un tono tentador dijo:
Estoy loco por casarme contigo.
Yo me reí como si fuera el mejor chiste que había escuchado.
Luego, Rainy también rio y el Youg para disimular que el
ofrecimiento fue la propuesta más seria que había hecho en su
vida, también se rio.
—Ya está bueno vamos a desayunar —dijo Rainy mientras
comenzaba a comer.
Yo imité esa acción al igual que Youg. Desayunamos en silencio
por unos minutos. Rainy solo me observaba disimuladamente con
una mirada de pocos amigos. Yo evadía sus ojos inquisidores y
maniobraba mi queso derretido. El Youg, como siempre, cuando
se trata de comer no relaja, y no habla hasta que no termina.
—Terminé —dijo Youg al levantar la última cucharada cargada
con mangú de plátanos y huevos.
Nadie respondió. Yo al igual que Rainy aun seguíamos
masticando. Yo ya estaba llenito. Mi desayuno quedó como para
chuparse los dedos. Quizás cocinar con amor es la mejor sazón
que existe.
Terminé de desayunar después del Youg. Rainy también lo hizo.

68
—¿A quién le toca llevar los platos hoy? —preguntó Rainy.
—A José David —respondí.
—A mí —protestó al instante.
Es a Rainy que le toca.
—Llévalo papi —dijo la seductora de labios carnosos al acariciar
la mano del Youg.
Él se derritió en un instante y respondió:
—Yo lo llevo mami, descuida.
Recogió su plato y el de ella sin perder de vista sus labios. En
una especie de hipnotismo. Se levantó y se los llevó al área donde
se reciben los platos sucios.
—¿Y eso Ismael? —interrogó Ray después de que el Youg se
fue.
—Un desayuno ¿por qué?
—¿Por qué, por qué? —respondió con ojos de asesina.
No te apures tú y yo nos juntamos en la noche.
—¿Cuándo?
¿Hoy?
—Si hoy. A la misma hora de siempre —recitó mientras clavaba
sus uñas en una de mis rodillas, en señal de celos.
—Ya tranquilízate negra. Es solo un desayuno —le dije retirando
su mano.
—Yo me la cobro hoy —expresó en forma de amenaza.
—Hey. ¿Qué secreteadera es? —articuló el Youg mientras se
aproxima a nosotros.
—Oye ahora —dijo Rainy mientras lanzaba una falsa risa.
—Bueno, ya me voy. Tengo un montón de trabajo hoy porque
mañana me voy de Resort —pronuncié mientras mi mano hacia
la señal de viajar en avión.

69
—De luna de miel —argumentó el Youg mientras tocaba mis
hombros.
—Si de luna de miel —añadió Rainy al levantarse de su silla.
Solo reí sin ganas de hacerlo. Esa mirada que tenía Rainy no
pintaba nada bueno.
Salimos de cafetería y cada uno se fue a su área de trabajo.
Yo volví a mi puesto a seguir con mis reportes. Tenía que
adelantar en un solo día el trabajo de dos, así que, no había tiempo
que perder.
Las horas pasaban más lentas que nunca y la gran montaña de
órdenes no bajaba. Tomé un pequeño respiro y me dirigí al
bebedero a desestresarme un poco mientras tomo un poco de
agua.
Volví y caminé a mi escritorio y, por unos segundos, contemplé
el retrato de mi familia. Sonreí y retomé las labores.
La hora del almuerzo llegó con mucho retraso, no iba ni por la
mitad del trabajo. No tenía mucha hambre, solo quería terminar
con todas estas órdenes. Fui a cafetería y comí un poco. Bajé antes
de que se acabara mi tiempo de almuerzo y seguí trabajando en
mis reportes.
El reloj ya giraba a las 3 de la tarde y la gran montaña de informes
se había convertido en un llano. Estaba cansado, pero aun tenia
energías para continuar y acabar con todo esto. Me quedaban
algunas 50 órdenes más. Me detuve un momento para frotar mis
cansados ojos. Estreché mi cuello, troné mis dedos y me convencí
a mí mismo de que si podía hacerlo.
Mis dedos estaban que sacaban chispa del teclado de lo rápido
que digitaban hoy. Estaba enfocado en una sola, cosa terminar.
45 minutos antes de la hora de terminar mis labores acabé,
definitivamente, de reportar. Sólo me hacía falta enviar lo
realizado a mi jefe y listo. Me levanté del escritorio y me dirigí al
baño.

70
Entré y me lavé las manos. Luego, pasé al urinario, oriné, volví
al lavamanos, lavé mis manos, me eché un poco de agua en la cara
y me quedé ahí unos segundos sintiendo al agua en mi rostro.
Salí del baño y me dirigí nuevamente a mi escritorio. Encendí el
monitor y comencé a escribir el correo de mis actividades de hoy
anexando todos los reportes realizados. Y eso fue todo. Ya había
terminado la tan afanada faena de hoy. Ahora tengo 15 minutos
disponibles para descansar un poco. Me recosté en mi asiento
unos minutos sin pensar en nada. Sólo aguardaba tranquilamente
hasta que se llegara la hora de salir del trabajo.
Hora de irme, por fin.
Salí de mi puesto de trabajo y caminé hasta el ponchador a
reportar la hora en que Ismael Meléndez salía de la empresa con
la promesa de volver después de unas merecidas vacaciones. Me
dirigí directamente a mi carro. Entré, busqué mi celular en mi
bolsillo derecho. Al sacarlo veo la nota de esta mañana —TE
AMO—.

71
Capítulo VIII

Que tontos somos a veces. Tenemos todo para construir


nuestra felicidad, pero no lo apreciamos. Buscamos siempre algo
más. Fingimos que siempre falta algo cuando en realidad lo
tenemos todo. Tenemos personas que nos quieren, personas que
nos aman, personas que nos aguantan cuando estamos de mal
humor, personas que nos esperan, que nos respetan, que nos
extrañan. Tenemos todo y no lo apreciamos, no lo valoramos. No
lo entendemos hasta que esas personas se alejan. Quizás, la
soledad no es una buena compañía, pero si la mejor consejera.
Otra vez volví a sonreír al leer esas dos palabras dedicadas para
mí de parte mi esposa. Desbloqueé el celular y marqué su número.
Timbró dos veces y un angelito contestó contenta:
—Papi.
Es mi hija Yiyi.
—Papi, papi. —también dice mi campeón.
—Hey como están —respondí sonriente.
—Bien —dice Yimildre.
—¿Cómo se están portando? —pregunté tiernamente.
—Yo me estoy portando muy bien.
—¿Y Alexander?
—Alex está rompiendo su carrito.
—Jajajajaj —reí de sus ocurrencias.

73
—¿Y tú mami?
—Aquí en tu cuarto. Estamos haciendo su maleta.
—Anja, ¿están escogiendo la ropa para ir para el Resort?
—Sí, yo escogí un vestido muy bonito para mami.
—Cuando llegué a la casa tienen que ayudarme a hacer mis
maletas también.
—Está bien papi. Voy a buscar una camisa muy bonita para ti.
—Yo lo se mi negra. Pásame a Alexander.
—Está bien. Alex toma.
Se escucha un ruido al pasar de manos el teléfono entre Yiyi y
Alexander.
—Papi —contesta alegre mi serafín.
—Hola campeón, ¿cómo estás?
—Bien papi
—Me dijeron que estás rompiendo tus carritos.
—Quería desarmarlo para arreglarlo.
—¿Y qué tal lo hiciste?
—No puede arreglarlo —respondió mientras lanzaba una
carcajada.
—Cuando llegue a casa te enseñaré, pero primero tienes que
ayudarme hacer mis maletas.
—¡Si! —exclamó contento.
—Ahora pásame a tu mamá.
—Mami, papi quiere hablar contigo.
—Tráeme el celular.
Halo.
—¿Qué tal corazón?

74
—Todo bien. ¿Qué tal tu día en el trabajo?
—Ufffff. Muchísimo trabajo hoy.
¿Cómo vas con tu equipaje?
—Ya casi termino.
—Imagino que llevas en eso casi todo el día —solté en tono
burlón.
Ella solo rio y contestó.
—Estoy escogiendo lo mejor para ti.
Quedé mudo después de esa respuesta.
—Bueno, voy a conducir. Te veré en la casa.
Ah, gracias por el desayuno estaba riquísimo.
—No fue nada. Para cuando vuelvas de vacaciones trataré de
que siempre te lo lleves. Bueno maneja con cuidado. Te amo —
dijo antes de colgarme.
Encendí el auto y comencé a conducir hasta mi casa. Hoy el
transito no estaba tan insoportable como de costumbre.
Tripulé mi nave hasta llegar a casa, esta vez, los niños no estaban
afuera jugando. Apagué el motor del auto y antes de que me
desmontara sonó mi celular.
Raymer —dice la pantalla.
Miré hacia mi casa antes de contestar por precaución —no hay
moros en la costa—. Contesté la llamada y escuché a la lujuria
disfrazada de mujer. Me dijo:
—Hoy te voy hacer el amor como nunca papi.
Mi piel se erizó al sentir la veracidad de sus palabras.
—Sé que no debo llamarte cuando estás en tu casa, pero creo
que aún no llegas por la hora —continuó en su discurso.
—Ahora mismo acabo de llegar —respondí un poco asustado
mientras lanzaba mi vista a mi casa.

75
Escuché un gemido por el auricular. Mi músculo febril sintió un
corrientazo que lo hizo vibrar. Luego dijo:
—Te espero a la misma hora en mi casa.
—Pero…
—No me dejes esperando. —dijo interrumpiendo mi respuesta.
Luego, cortó la llamada.
Exhalé profundamente mientras bajaba el teléfono de mi oreja.
Mi mano apretó mi tabique nasal mientras mis ojos se cerraban
buscando nuevamente el sentido común.
—¿Qué me inventaré para poder ir a verla? —me pregunté
ignorando la respuesta.
Saqué la mochila del auto y cerré la puerta. El sonar del seguro
me confirma que está bien cerrado el automóvil.
Caminé hasta mi casa mientras ensamblaba un plan de escape
para las 8 de la noche.
Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada. Saqué mis llaves y
abrí. Entré, pero no había nadie. Miré en la cocina y no hay señales
de los niños, ni de mi esposa. Caminé hasta la sala y dejé mi
mochila en el mueble. Escuché algunos murmullos que provienen
desde mi habitación —han de estar allá—. Transité el pasillo que
conduce hasta mi habitación, sin que mi presencia se haga notoria
por ellos. Miré cuidadosamente hacia el interior del cuarto y
cuando menos se lo esperaban salté hacia donde estaban diciendo:
—¡Sorpresa!
—Papi. Mi papi —repetían una y otra vez los niños contentos al
verme.
Mi esposa se quedó pasmada por el espanto.
—Siempre con tus cosas —exclamó desde el otro lado de la
cama.

76
Los niños se abalanzaron sobre mí. Los cargué, y los conduje
junto con mi existencia hasta la cama. Ahí me cubrieron de besos
y abrazos mientras cantaban:
—Llegó mi papi. Llegó mi papi.
Todos reímos otra vez como anoche. Mi esposa se acercó a la
festividad y también se abalanzó sobre mí —intentaban
aplastarme de tanto amor—. Me dio un beso en la boca mientras
que los niños se bajaron de la cama y quitaron mis zapatos. Luego,
volvieron a apabullarme de cariños.
—¿Para dónde vamos mañana? —pregunté contento.
—Para un Resort —respondieron solo los querubines.
—No los escucho— dije imitando la canción de Bob Esponja.
—Para un Resort. —respondieron otra vez, pero ahora
sumándose mi esposa a la dinámica.
—No los escucho —repetí sarcásticamente.
—Para un Resort. Para un Resort. Para un Resort.
Ellos decían la misma frase mientras que yo les hacía cosquillas
a todos. Reían y repetían:
—Para un Resort.
Abrí mis brazos y todos nos abrazamos, y sonreímos
alborotadamente.
—¿Quién me ayudará con mis maletas? —pregunté al viento.
—Yo papi —dijo Yimildre.
—No, yo papi —interrumpió Alexander.
—Pues los dos —respondí mientras me sentaba en la cama.
—Yo entonces iré a preparar la cena temprano —agregó mi
esposa al levantarse de la cama.
—Si corazón hoy hay que acostarse temprano. Tenemos que
levantarnos a las 6 de la madrugada para llegar como a eso de las
9 de la mañana al Hotel.
77
—Ya escucharon niños —dijo Alexandra mientras los apuntaba
en señal de que si habían entendí.
Ellos sólo movieron la cabeza diciendo sin palabras que sí.
—Pues a empacar —dije cerrando la conversación.
Alexandra se fue a la cocina con la promesa de hacer la cena
temprano y yo cumpliendo la mía de dejar que los niños me
ayuden a hacer mis maletas. Yiyi buscó mi valija. Yo tomé las
ropas de mi closet y las abrí sobre la cama.
—Alexander escoge mis chancletas —le dije mientras depositaba
lo que saqué del closet.
—¿Está papi? —preguntó mientras me enseñaba unas rojas con
blanco demarca Adidas.
—Esas están muy bien.
Yiyi ven para que escojas dos camisas para mí.
Ella se quedó mirando las que estaban encima de la cama unos
segundos para hacer una buena elección. Yo, mientras tanto,
busqué unas bermudas en mi gabetero. Alexander tomó un T-shirt
blanco y me dijo:
—Llévate éste papi.
—Está bien. Ponlo al lado de la maleta.
—Quiero que te pongas esta camisa —dijo la nena mientras
levantaba una de color azul cielo.
Caminé hasta ellos y comenzamos escoger la ropa. La
acomodamos al lado de la maleta para revisarlo antes de
empacarlos. Busqué mi ropa interior y la metí en la maleta.
Luego, Alexander trajo dos pares de medias blancas y también la
puso en la maleta. Yimildre tomó dos poloshirt más y también los
entró en la maleta.
Yo doble la ropa que ya habían seleccionado y la acomodé con
lo que ya había entrado, y así, en un cerrar de ojos, teníamos mi
maleta llena.
78
Ellos hicieron una algarabía al ver que ya habíamos concluido de
empacar. Yo los abracé a los dos y les di las gracias.
—Papi no te olvides de enseñarme a reparar mi carro —dice
Alex.
—Claro que no campeón.
Yiyi, ve a ayudar a tu mamá con la cena, nosotros vamos en un
rato.
—Está bien papi —respondió mi princesa al marcharse a toda
carrera.
¿Dónde está tu carrito?
—Míralo allí papi —contestó señalándolo al lado de la puerta.
—Ve búscalo.
Él lo trajo enseguida. Nos sentamos en mi cama a analizar qué
tan averiado estaba el carro.
—Está muy dañado —manifesté mientras lo miraba.
¿No quieres que te compré otro?
—No papi. Quiero que me enseñes arreglarlo como me dijiste.
Siempre queremos remplazar las cosas cuando no están
funcionando como lo esperamos, y no sólo las cosas materiales
también con las personas que nos rodean. Preferimos dejarlos,
apartarlos, porque están defectuosos. Porque ya no son como las
necesitamos.
Pero la inocencia de un niño que prefiera querer lo que tiene,
aunque este roto, a reemplazarlo por otro más. Nos enseña
muchas cosas.
—Pues vamos a repáralo.
¿Estás listo?
—Sí —contestó enérgico.
—Lo primero es buscar herramientas para repararlo.
—¿Y después papi?
79
—Después armar las piezas.
—¿Y después?
—Hacerlo que funcione. ¿Entendiste?
—Si.
—Pues vamos arreglarlo.
Comenzamos a reparar el carro deportivo rojo, llamada Rayo
McQueen, de mi hijo. Creamos un taller imaginario donde él y yo
trabajamos en conjunto para reparar su carro de carreras
preferido. Ensamblamos todas las partes que encontramos en del
auto hasta que lo pusimos en una pieza. No quedó a la perfección,
pero a mi hijo eso no le importaba. Disfrutaba de la película
mental que hacía junto conmigo.
Después que terminamos el capítulo de Cars que fabricamos en
mi habitación nos dirigimos a la cocina. Allá estaban las mujeres
de la casa en su reino, preparando la cena.
—Hey ya terminaron —dijo mi esposa al vernos entrar a la
cocina.
—Papi me enseñó a arreglar mi carro mami —vociferó el
pequeño mientras lo mostraba orgulloso a su madre.
—Bueno me voy a bañar —anuncié mientras estiraba mis brazos
al cielo.
—Está bien —respondió mi esposa.
Salí de la cocina rumbo al baño. Entré a mi habitación, saqué el
celular de mis pantalones y miré la hora —7:42 pm—.
—Aún estoy a tiempo para ir unas horas a donde Rainy —
confesé mientras me desvestía.
Pasé a la ducha y me bañé. Luego, me cambié, tomé las llaves del
auto y volví a la cocina. Los niños ya estaban cenando. Mi esposa
por igual.
—Hey ¿ya están cenando? —pregunté al acercarme.

80
—Si papi. Tenemos que acostarnos temprano para levantarnos
tempranito —dijo Yimildre.
—Así mismo es —añadí mientras me acercaba a Alexandra.
—¿Vas a salir? —preguntó al instante.
—Sí, voy a llegar a donde los muchachos a votar un poquito el
estrés, viendo un partido de Baloncesto.
La tristeza adornó sus ojos como lo habían hecho muchas veces.
Alexander interrumpió con un:
—Hay que acostarse temprano papi.
—Ya lo sé campeón vengo de una vez.
Bueno, cenen bien.
Le di un beso a mi esposa en la frente y a mis hijos por igual.
Caminé hasta la puerta y volteé a verlos antes de irme.
El tiempo se hizo lento. Sentí la nostalgia que dejaba en casa por
primera vez. Nostalgia provocada cada vez que invento un
pretexto para irme y dejarlos aquí. Mi esposa se levantó de la mesa
y camino hasta la puerta en donde ya me encontraba. Se acercó y
me dio un beso en la mejilla. Me abrazó y me dijo:
—Tu familia te espera. Ve con Dios negro.
Una lanza de culpa atravesó mi corazón. Sentí que lo arrancó de
cuajo. Bajé la mirada como cuando estás avergonzado de hacer
algo incorrecto. La abrasé y le respondí:
—Tranquila corazón. Yo lo sé. Vengo enseguida.
Ella no buscó mi rostro después de mis palabras. Me di la vuelta
y caminé hacia mi carro sin cerrar la puerta. Ella quedó ahí
mirándome desde la casa. Los niños salieron y la abrazaron en ese
mismo lugar. Volteé a verlos un instante. Los niños agitaron sus
brazos como cuando te despides de alguien. Su madre les susurró
algo y ellos entraron, y luego, cerró la puerta.

81
Entré a mi carro con un remordimiento que me quemaba el
alma. Recosté mi cabeza en el volante y cerré mis ojos. Otra vez
la conciencia viene hablarme, pero esta vez me hizo una pregunta.
¿En verdad vale la pena perderlo todo en busca de nada?
En busca de algo que no necesitas. Estás dispuesto a perder lo
más valioso que tienes.
Me sentí terrible. Me sentí miserable.
—¿Qué estoy haciendo? —me pregunté.
Mis ojos se nublaron. Por primera vez entiendo las cosas tan
maravillosas que tengo y no quiero perderlas. Imágenes de la cena
de ayer visitaron mis recuerdos. Me llevaron a ese mismo instante.
Me hicieron sentir esa felicidad otra vez.
Saqué mi celular y marqué el número de Raymer. Sonó 3 veces
antes de que lo contestaran.
—Hola papi —respondió una voz extasiada al otro lado del
teléfono.
¿Ya vienes para acá?
—Tengo algo importante que decirte —dije seriamente.
Ella cambió el tono de voz al sentir la compostura de mis
palabras.
—¿Pasa algo?
—Creo que ya no deberíamos seguir viéndonos.
—No entiendo. ¿Estás hablando en serio?
—Totalmente en serio. Lo de nosotros ya no debe continuar.
—Eres un maldito. Ahora porque te cansaste de mi me dices
eso.
—No es por eso —respondí seriamente.
—No. ¿Y porqué es?
—Mi familia no se merece eso.

82
Ella se quedó en silencio al escuchar mi argumento.
—Pero…
—Es lo mejor. No me odies por esto, pero realmente no lo
merecen.
El sonido de una llamada colgada quedó en el auricular de Rainy
junto con una gran amargura.
Yo busqué su número en la lista de contacto, presioné la tecla
opciones y seleccioné el acápite que decía eliminar contacto. Borré
su número de mi teléfono, borré sus besos de mi boca y borré el
capítulo de nuestra historia de la mía.
Quedé mirando el vacío unos segundos, afirmándome, a mí
mismo, que nunca es tarde para comenzar otra vez.

83
Capítulo IX

Duré de alrededor de 5 minutos en el carro, volviendo a la


realidad. Mi mente me decía estás en lo correcto. Mi corazón decía
contento, es lo mejor, pero aun así me sentía un poco triste. No
por la decisión, sino, porque lastimé los sentimientos de Rainy sin
querer.
Respiré profundo y Salí del carro. Miré mi casa y otra vez sonreí.
Caminé conmigo otra vez. Aquel Ismael de hace tiempo atrás, otra
vez encontró el camino a casa, y otra vez volvía a su familia que
tanto lo extrañaban.
Toqué la puerta 4 veces y esperé respuesta. Nadie habló.
Volví a tocar y desde el interior respondió mi esposa:
—¿Quién es?
—Soy yo tu esposo. Tu esposo. He vuelto a casa.
Ella reconoció la voz y abrió la puerta. Se quedó mirándome en
silencio.
—Perdóname por siempre hacerte esto dije mientras mis ojos
fabricaban una lágrima.
Y gracias por siempre esperar a que tu marido volviera.
La nostalgia abrumó el corazón de Alexandra y sus ojos también
se cubrieron de lágrimas. Bajó su mirada y cubrió su rostro con
sus manos. Esta vez, sus lágrimas no fueron de tristeza, ni de
impotencia, esta vez, eran el reflejo de alguien que tiene fe en que
las cosas que amabas volverán a ti.

85
Caminé hacia donde ella y me puse de rodillas. Estaba
verdaderamente arrepentido por todo lo malo que había hecho.
Por las noches de silencio, por los días sin te quiero, por esas
huidas sin sentido buscando llenar un vacío que nunca existió en
mí.
Ella sintió mis lágrimas en su estómago cuando recosté mi cara
en su cuerpo. Quitó las manos de su rostro y me abrazó fuerte.
Yo también la abrasé desde donde estaba. Quedamos así unos
segundos.
Los niños salieron de la cocina a ver por qué su madre no había
regresado y nos vieron ahí abrazados llorando. No entendieron el
por qué y fueron hasta nuestro encuentro sin decir nada. Lloraron
con nosotros y nos abrazaron.
—Papi ¿qué tienes? —dijo mi pequeño con lágrimas en sus ojos.
—Nada mi campeón.
Mi esposa se arrodillo también y nos abrazamos todos en
silencio. Yiyi limpiaba mi rostro y preguntaba:
—Papi ¿qué tienes?
Sonreí entre lagrima y contesté:
—Nada mi amor. Sólo quería decirles que los amo.
—Yo también te amo papi —respondió mi ángel mientras sus
brazos rodeaban mi cuello.
—Y yo también papi —acompaño Alexander.
—Y yo también te amo —culminó mi esposa.
Qué seríamos sin una familia. Qué sentido tendría esta vida sin
ellos. Sin el amor, sin sentirlos, sin recordar sus aventuras y
sonreír. En dónde estaba. No lo sé, pero ya sé en donde estoy
ahora. He vuelto a casa.
Me levanté del piso y ayudé a parar a mi esposa. Todos secaron
sus lágrimas y jimiquearon uno que otro. Cerré la puerta y dije:
—Ya está bueno de estar tristes.
86
Todos sonrieron a ver mi sonrisa. Mi esposa se me acercó y
terminó de limpiar mi rostro.
Alexander me tomó de la mano al igual que Yimildre. Los vi
felices. Los sentí felices. Todos volvimos hacer lo que realmente
queríamos ser, un hogar.
—Me estoy muriendo de hambre —dije a mi esposa.
—Tu cena está en la mesa junto con la de nosotros.
—Y los niños ya terminaron.
—Aún no papi —resaltó Yiyi.
—Pues todos a cenar. Tenemos que acostarnos temprano.
—Sí —contestaron los niños con el ánimo de siempre.
Y así nos fuimos para el comedor. Los niños me guiaban hasta
mi asiento agarrados de mis manos. Mi esposa colocó mi plato al
frente de mí y sin decir más comenzamos a cenar. Los niños
hacían gala de sus ocurrencias y reíamos todos otra vez. Mi esposa
me miraba alegre. Mis niños desconocen los motivos de todo lo
que ocurrió en la puerta, pero aun así en su grata inocencia solo
sonríen. Se preocupan más en sentir que en entender.
Terminamos de cenar como en media hora. Los niños
recogieron los platos y lo llevaron a la cocina. Mi esposa se levantó
y se fue a su encuentro. Yo los seguí a la cocina.
—Niños vayan a lavarse las manos y los dientes. Está noche
dormiremos todos juntos —ordené la primera dama.
Salieron corriente sin contestar y se dirigieron a su cuarto. Yo
abracé a mi esposa que se encontraba en el fregadero lavando los
platos. Le di un beso en la mejilla y me puse a ayudarla en ese
quehacer. Fregamos sin hablar. Las sonrisas y las miradas tiernas
eran nuestro único lenguaje. Acabando de fregar los platos
aparecieron los niños otra vez en la cocina con las manos mojadas
y los dientes limpios.
—Bueno son las 8:40 p.m. —dice mi esposa.
Así que vamos a la cama.
87
Nadie contrario esa orden y todos marchamos hasta mi cuarto.
Llegamos y los niños enseguida se acomodaron en la cama a su
manera.
—Yo dormiré aquí —dijo Alex.
—Y yo dormiré aquí —agregó Yimildre.
Repartiéndose la cama para ellos.
—Bueno yo me daré un baño —expresó mi esposa mientras se
dirigía a la ducha con su toalla en mano.
Yo caminé hasta la cama y me acosté en el espacio que los niños
dejaron libre.
—Papi cuéntanos un cuento —dijo mi Campeón.
—Si ombe papi —aportó Yiyi mientras se acostaba boca arriba
en mi pecho.
—Está bien —contesté mientras acomodaba también a
Alexander en mi regazo.
¿Han escuchado el cuento de pepito cuando su mamá lo mando
a comprar carne y lo jugó de bolas?
—No —contestaron a la par.
—Pues, les contaré ese.
Ellos se pusieron a la expectativa y yo comencé con la historia
de pepito.
—Había una vez un niño llamado Pepito que lo mandaron a
comprar una libra de carne. Cuando iba de camino a la carnicería
vio a otros niños jugando bolas y también quiso jugar, pero él no
tenía bolas. Uno de los niños se le acercó y le dijo que él le
prestaría una bola para que jugará. El aceptó y jugó, pero perdió
la partida. Quiso seguir jugando, pero ya no tenía con que jugar.
El mismo niño volvió y se le acercó, y le dijo:
—Si quieres te presto dos bolas más para que juegues.
Y Pepito aceptó. Jugó otra partida más y también perdió las dos
canicas que le habían prestado.
88
El juego estaba muy interesante, pero pepito ya no tenía más
bolas para jugar. El niño le dijo otra vez a pepito:
—Si quieres te vendo todas estas bolas que tengo aquí para que
juegues.
Pepito se quedó pensando un poco mientras que su amiguito le
floreteaba ante sus ojos la funda de canicas que le estaba
vendiendo hasta que Pepito las compró con el dinero de comprar
la carne. Pepito jugó, y jugó con sus bolas, pero al final las perdió
todas. Sólo le quedo la funda vacía.
Los niños estaban atentos a toda la historia. Yo hice una pausa
para darle un poco de suspenso a al cuento, luego pregunté:
—¿Saben qué pasó después?
Los niños que se mantenían escuchando todo con mucho
cuidado respondieron.
—No papi. ¿Qué pasó?
—Pepito se acordó de que tenía que comprar la carne que su
mamá le dijo, pero ya no tenía dinero. Lo había gastado en todo
en bolas.
Y saben ¿qué hizo?
—¿Qué hizo? —preguntó el menor de mis hijos.
Se fue al cementerio y le cortó un pedazo de nalga a un muerto.
Los niños se asombraron por el súbito giro de la historia.
¿Y qué más pasó? —interrogó Yiyi con ganas de que continuara
la historia.
—Se la llevó a su mamá —contesté.
Su mamá la cocinó, pero ese día Pepito no comió porque él sabía
que esa carne era un pedazo de un muerto. Al caer la noche Pepito
se acostó temprano como ustedes.
De repente, escuchó pasos por los alrededores de la casa —dije
mientras hacia ese mismo sonido con mis pies bajo la cama.

89
Después escuchó una voz diciendo:
—Pepito, voy por el patio.
Los niños se aterraron un poco por el tono en que dije esa
oración.
—Pepito se asustó y se arropó de pies a cabeza —continué con
la historia.
Luego, escuchó la puerta abrirse y otra vez aquella voz tan
aterradora dijo.
—Pepito estoy entrando a tu casa.
Hice una pausa en el cuento y me levanté de la cama.
—¿Para dónde vas papi? —preguntó Alex un poco asustado.
—Voy apagar el bombillo.
Los niños se atemorizaron un poquito más. Yo volví a la cama y
me acosté. Ellos se aferraron a mí en la oscuridad y yo retomé la
historia.
—Como les decía, Pepito escuchó la voz y se asustó mucho.
Se escondió debajo de sus sábanas. El muerto ya estaba adentro
de la casa. Pepito sentía como los pasos se acercaban a su
habitación. Y escuchó la voz infernal otra vez.
—Pepito ya estoy en tu cuarto.
Los niños apretaban mis brazos, el miedo ya los visitaba. Sumado
a la voz de terror que imitaba cuando el muerto hablaba. Retomé
el cuento.
—Pepito voy llegando a tu cama.
Los niños estaban súper asustados escuchando la historia. Yo
seguía.
—Pepito te estoy quitando la sábana.
inesperadamente grité, con la voz del muerto:
—Ya te agarré.

90
Espantando a los niños por lo súbito que fue el final.
Ellos estaban muertos de miedo. Yo solo reía a carcajadas
mientras que ellos gritaban asustados en la oscuridad hasta que se
encendió la luz otra vez.
—No estés asustando a los niños —dijo Alexandra al escuchar
toda la algarabía.
Yo reía y reía por el espanto de los niños, después ellos también
rieron a carcajadas. Alex interrumpió el concierto de risas con un:
—Mami yo no voy a jugarlo de bolas sin me mandas a comprar
carne.
Ella también se rio de esa ocurrencia.
—Yo lo se mi ángel —respondió mientras se acercaba a él y le
daba un beso.
—Bueno, ya está bueno de cuentos es hora de dormir —dicté
mientras acomodaba a Yiyi a mi lado.
—Papi no me gustan esos cuentos —agregó mi negrita.
Los niños quedaron en medio. Mi esposa estaba en el lado
izquierdo de la cama, luego Alexander, después Yiyi. Y, por
último, yo en el borde de la cama.
—Besen la mano antes de dormir —dije mientras los acariciaba.
—Bendición mami. Bendición papi —contestaron alternándose.
—Dios me los bendiga —respondió Alexandra.
Ahora a dormir.
Nadie dijo nada y cada uno se puso a contar ovejas hasta alcanzar
el descanso. Y así, todos caímos rendidos con el deseo de que
amaneciera rápido para disfrutar de nuestras vacaciones
familiares.

91
Capítulo X

Otra vez la alarma comienza su sinfonía matutina, pero esta


vez esperaban con ansias su sonido —las 6 de la mañana—.
Los niños son los primeros en despertarse.
—Son las 6 —me dice Yiyi al sacudirme para despertarme.
Alexander y su mamá también están despiertos. Yimildre y mi
esposa se fueron al baño de mi habitación a asearse. Alex y yo nos
fuimos al baño de su cuarto. Nos bañamos en menos de 15
minutos. Luego, nos cambiamos primero que las damas de la casa
y salimos a revisar el auto. Verificamos las gomas, el agua del
motor, los líquidos de freno, el aceite hidráulico, el aceite del
motor y el de la transmisión. Todo estaba correctamente. Encendí
el carro por unos minutos para calentar el motor mientras que mi
campeón hacia espacio en el baúl para las valijas.
—Ya estamos listas —dijo Alexandra desde la puerta de la casa.
—Ya vamos —respondí desde el auto.
Vayan sacando sus maletas.
—Está bien.
Alex y yo nos dirigimos nuevamente a la casa. Tomamos
nuestras maletas y las llevamos hasta el carro. Allá, ya estaban Yiyi
y mi esposa. Acomodé el equipaje en el baúl del carro y me devolví
a la casa a asegurarme que todo estaba en orden.
Entré a mi cuarto, tomé mi cartera, mi reservación, revisé las
puertas y las ventanas, pasé por la cocina y ahí estaba Yimildre.

93
Buscaba algo en la nevera que le había solicitado su madre.
Esperé a que terminara y salimos de la casa. Aseguré la puerta y
me dirigí hasta el carro.
—Papi vamos a tomarnos una foto —dijo mi niña.
—Porque no. Vengan vamos a tirarnos una foto antes de irnos.
Salieron todos los miembros de la familia del carro y tomamos
posé para la primera selfie del viaje. Nos abrazamos y retratamos
ese momento. Nos apachurramos un poco y luego pregunté:
—¿Quiénes se van de resort?
—Yo.
—Yo —dijeron los niños con mucho gozo.
Y así comenzó nuestra travesía las 6:50 de la mañana. Salimos de
nuestro hogar con la esperanza de llegar rápido a nuestro destino
para disfrutar de piscinas, playas, platos exóticos y atención de lujo
—unas felices vacaciones—.
Minutos después de que arrancamos mi esposa dijo:
—Vamos hacer una oración para que Dios nos cuide todo el
trayecto.
—Está bien —respondí sin mirarla.
Pónganse su cinturón niños.
—Vamos a orar así que cierren los ojos —aclaró Alexandra.
Oh Dios mío, gracias por este día. Gracias por mi familia, gracias
por la vida que nos has dado.
Padre amado, ponemos ante tu presencia este trayecto, este viaje.
Que seas tú cuidándonos de cualquier accidente y llevándonos en
bien. Gracias por devolverme a mi esposo otra vez. Padre que
estos días sean de eterna felicidad para nosotros. No permitas que
el maligno nos alcance y líbranos de cualquier mal. Amén.
—Amén —repetimos todos.

94
Los niños hicieron su primera algarabía de la mañana. Mi esposa
acarició mi rostro cuando terminó de orar.
Yo besé su mano y devolví la caricia en su cara. Luego, tomé su
mano por unos segundos y seguí fiel en el camino.
Transitamos todo el malecón mirando el sol tenue que se
mostraba allá al horizonte. Los niños miraban el azul del mar y lo
bello de la mañana. Alexandra iba acomodándose sus lentes de sol
y mirando cómo les quedaban en el espejo retrovisor. Yo puse un
poco de música para ambientar el viaje.
Los niños empezaron a bailar alegres en el asiento trasero. Mi
esposa sólo tarareaba las canciones mientras miraba la raya que
divide el cielo con el mar. El malecón estaba casi desierto, pocos
vehículos poblaban sus carriles la mañana de este hermoso
viernes. Cruzamos la Jorge Washington y la playa Güibia.
—Papi tengo hambre —declaró Alexander.
—Yo también —añadió Yimildre.
—Yo quiero una botellita de agua —apuntó mi esposa
sumándose a los que quieren algo.
—Nos detendremos después del obelisco macho.
—¿Qué es el obelisco papi? —preguntó el pequeñín.
—Un monumento muy grande que está allá adelante —contesté
mientras señalaba hacia donde quedaba.
Ya lo verás estamos cerca.
Conduje unos minutos hasta que el obelisco hizo su aparición
frente a la Plaza Juan Varón.
—Este es el obelisco. Mírenlo —les dije a los niños.
—¡Waooo! —manifestaron asombrados al ver lo bonito de su
decoración.
—Es grandotote —agregó Yiyi.
Los niños casi se marean al seguir con la vista la estructura del
obelisco.
95
Reduje un poco la velocidad por un badén que está saliendo de
la plaza Juan Varón y después me estacioné. Encendí las luces de
parqueo y pregunté nuevamente antes de bajar del auto:
¿Qué van a querer?
—Cómprale algo de desayunar a los niños y a mí una botella de
agua —respondió mi esposa.
Mi pulgar hacia arriba y me sonrisa dejó a entender que
comprendí la encomienda. Miré ambos lados de la calle y luego
crucé hacia una cafetería que estaba abierta.
—Buenos días —saludé al pararme frente al mostrador.
—Buenos días. ¿Qué se le ofrece? —preguntó el joven que
despacha en la cafetería.
—¿Tienes jugos naturales?
—Sí, hay de melón con piña, chinola, limón y cereza.
—Pues dame 3 jugos. 2 de limón y uno de cereza.
—¿Grandes todos? —cuestionó antes de seleccionar los vasos
para servirlos.
—Solamente el de cereza grande.
—Está bien —manifestó el joven mientras ejecutaba la
preparación de los jugos.
Yo me quedé mirando el exhibidor. Observaba las empanadas
que posaban calentitas ante mis ojos.
¿De qué son las empanadas?
—Hay de jamón y queso, pollo, res, y vegetales.
—Me das una de cada una.
El joven no respondió y siguió sirviendo los jugos. Yo volteé a
mira mi carro desde la cafetería. Allá están todos hablando no sé
de qué, pero por sus caras creo que ha de ser algo divertido.
—Aquí tiene —dijo el joven buscando que le prestara atención.

96
Volteé y miré mis jugos.
Luego, el joven tomó dos fundas de papel y colocó las 4
empanadas en su interior, de dos en dos
—¿Kétchup y mayonesa? —preguntó mientras me miraba.
—Ponle de las dos a todas.
El joven decoró con rayas rojas y blancas todas las empanadas y
me las pasó. Limpió sus manos con una toalla que le colgaba en el
hombro.
—¿Cuánto le debo?
—Son, déjame ver. 80 de jugos más 4 empanadas que son 100.
Son 180.
—Dame dos botellitas de agua también.
El joven dio la vuelta y sacó del refrigerador dos botellitas de
agua.
—200 con las dos aguas —dijo mientras las ponía encima del
mostrador.
—Dame dos fundas para llevarme todo esto.
El joven tomó tres fundas. En una acomodó los jugos, en la
segunda metió las dos botellitas de agua y en la última las
empanadas. Yo, mientras tanto, hurgaba en mi cartera buscando
una papeleta de 200 pesos para pagar.
—Aquí tienes —manifesté mientras le pasaba el billete.
—Muchas gracias —añadió amablemente.
Vaya con Dios.
—Siempre —respondí al salir del establecimiento.
Crucé la calle nuevamente cargado con nuestro improvisado
desayuno. Caminé hasta la ventanilla de mi esposa y le entregué
las fundas que cargaba. Di la vuelta y entré nuevamente al carro.
Lo encendí y retomamos el viaje.
—¿Qué compraste? —preguntó mi esposa al ver 3 fundas.
97
—Compré tres jugos. Como me dijiste que te traiga agua no
compré uno para ti.
Ella sacó los jugos uno por uno cuidando de que no se vayan a
derramar. Se los repartió a los niños y el mío lo puso en el lugar
donde se colocan los vasos en el carro. Luego, de la misma funda
tomó pajillas y la repartí a los niños. De la segunda funda sacó las
empanadas.
—Huelen riquísima —dijo mientras disfrutaba del aroma.
—Te compré una de vegetales.
—Gracias negro.
¿Y cuál es de todas?
—La verdad no sé —dije mientras lanzaba una risa.
Bueno al que le salga la de vegetales que la cambie contigo.
—¿Escucharon niños? —resaltó Alexandra.
—Sí mami —respondieron mientras chupaban de sus vasos.
—Bueno, una para ti Yiyi y una para ti Alexander.
Los niños tomaron su desayuno y comenzaron a devorarlo como
siempre. Esos comelones comen de todo. Yo también comencé a
comer de mi empanada. Di la primera mordida y… ¡buala!
Era la empanada de vegetales.
—Mi negra ésta es la de vegetales —le dije mientras se la pasaba.
—Gracias.
Yo tomé la otra empanada y seguí comiendo. Los niños ya
habían terminado de las suyas. Seguimos por la Avenida del
Puerto, luego atravesamos el puente flotante y tomamos la
Avenida España.
—¿Qué es ese barco tan grande mami? —preguntó Alexander al
ver un crucero.
—Ese es el Atila. Es un barco para los turistas que vienen a
conocer nuestro país —contestó su madre.
98
—Es muy grande —dijo asombrado al contemplar su estructura.
—Sí, bastante.
¿Cuándo nos montaremos en un barco papi?
—Pronto campeón. Ya verás. —respondí
El niño no hizo más preguntas y se quedó contemplando en
silencio su navío. Yiyi, mientras tanto, miraba otra cosa. Su vista
quedó centrada en el faro que esta después del club náutico. Su
color amarillo con negro de manera alternada le impresionaron
mucho.
Seguimos alegremente el trayecto. Los niños jugaban entre ellos
mientras que su madre y yo conversamos de las cosas que
haríamos al llegar al hotel. Pasamos el Acuario Nacional como a
las 7:10 de la mañana y seguimos rumbo a la autopista Las
Américas. Sonaba la canción de Bony Cepeda —Ay doctor— en
la radio, los niños solo decían:
—Ay, ay, ay doctor.
Una y otra vez al mismo ritmo que la canción.
Mi esposa los miraba y reía. Yo de vez en cuando miraba por el
retrovisor y los veía bailar y cantar, y también reí. Todo era como
siempre lo quise. Feliz, contento, pleno. Esto es verdaderamente
estar vivo, disfrutar de lo que tienes sin medidas, entregarte al
amor y recibirlo. Dejar de preocuparte en lo que sucederá en el
futuro y simplemente disfrutar del presente, del ahora, de ellos.
Daría todo lo que tengo porque este momento se perpetuara y
nunca pasara. Que este sentimiento de felicidad y seguridad
quedara inerte en el tiempo. Inmóvil, imperecedero, eterno.
Tan corta que es la vida y la desperdiciamos en cosas que
realmente no son tan importante. Nos perdemos tantos
momentos buenos, tanto cariño, por enfocarnos en un bienestar
material que sólo trae a nuestra vida cansancio y fatiga.
Nos esforzamos tanto en no quedar mal ante la sociedad que
terminamos quedándonos mal a nosotros míos.

99
Nunca hay tiempo para nosotros, o talvez, eso es lo que
pensamos.
Dios me sonreía en ese momento. Mi familia unida y feliz como
lo merecen. Sin duda, los extrañaba y ellos también a mí. Miré
hacia el frente y sólo había un camión de esos de los que salen del
Puerto de Haina. Miré nuevamente a los niños, por unos
segundos, y volví a sonreí.
Conducía con mucha prudencia y sin desesperos. El viaje es
largo y salimos con tiempo suficiente para ir sin sobresaltos. Tomé
el segundo carril para no acercarme mucho al camión que estaba
al frente. El camión extrañamente también tomó ese carril central.
Yo miré por el retrovisor de la izquierda y no vi a nadie detrás así
que volví y me cambié de carril. Me mantuve en mi vía a la misma
velocidad, 90 km/h.
Mi esposa reía con los niños. Yo reía con sus risas. Todo estaba
saliendo de maravillas, sin duda, que hoy será un día que nunca
olvidaré.
—Dame una botellita de agua —solicité a mi esposa.
Ella sacó de la funda la única que quedaba y me la pasó. Yo la
tomé sin mirar e intenté beber, pero estaba cerrada aún. Alexandra
se rio por ese intento fallido de tomar agua. Yo sonreí, solté el
volante por un momento y abrí la tapa. Volví y sostuve el guía,
mantuve el carro estable y otra vez lo solté para terminar de
quitarle la tapa a la botella. Al quitarla salpiqué un poco de agua
en mi pantalón y la tapa se me cayó por la entre pierna. Intenté
ubicarla en un segundo, pero no pude. Sólo escuché el ruido de
un neumático reventar.

100
Capítulo XI

Todo pasó en un instante. Cuando retomé la vista en el camino


ya el camión estaba encima de nosotros. Quedé perplejo en un
segundo que se hizo eterno. Pensé tantas cosas en ese momento.
Lancé una última mirada a mi familia. Todo se puso en cámara
lenta, miré a mis hijos, miré sus ojos llenos de miedo. Mi corazón
se quebró al saber que no podía hacer nada para salvarlos.
Vi a mi esposa como los abrazaba con los ojos cerrados tratando
de protegerlos. La vida pasó ante mí, capítulo por capítulo. Todo
reproducido a máxima velocidad. Todos los momentos que pasé
con ellos. Cuando conocí a mi esposa. Cuando nacieron mis hijos,
sus primeros pasos, la primera vez que fueron a la escuela, sus
cumpleaños y, por último, la noche en que cenamos todos juntos;
riéndonos. Siendo felices.
Los niños gritaron al ver lo que pasaría. Mi esposa los abrazó
cubriéndolos lo más que pudo con su cuerpo. Yo metí el guía
hacia la izquierda para intentar esquivarlo, pero no fue suficiente.
El camión nos impactó del lado de mi esposa. Escuché un
estruendo, como cuando cae un rayo cerca de donde estás. Mi
esposa lloraba, mis hijos también.
El vehículo salió dando vueltas hacia la acera. No distinguía
nada. El mundo giraba muy rápido y luego, todos se apagó.
Llamé a mi familia. Grité con todas mis fuerzas y no me
respondían. Todo quedó en negro. No veía nada. No sentía nada.
No divisaba esa famosa luz al final del túnel. Todo era oscuridad.

101
Busqué a mi familia una y otra vez en aquel lugar, pero no la
encontraba. No sé si ya estoy muerto, pero lo único que me
preocupa es saber cómo están ellos.
Restos de un carro, Honda Civic color rojo, cubrían todo el carril
izquierdo de la Autopista Las Américas en el kilómetro 25. El
tapón se hizo en segundos y una larga fila de autos obstaculizó el
tránsito. Alguien llamo al 911 al ver el accidente, al parecer, el
camión que iba delante de ellos se le explotó un neumático, el
conductor perdió el control y el carro rojo que venía detrás intentó
esquivarlo, pero estaba muy cerca o no se percató antes de lo que
pasaba y por eso terminó chocando con el furgón que
transportaba el camión.
Los agentes de Seguridad Vial llegaron de primero a la escena.
Acordonaron el área y regularon un carril para que el tránsito
siguiera de manera efímera. El camión que impactó el vehículo
estaba aún parqueado a varios metros.
Los agentes del 911 llegaron y fueron a asistir a los que estaban
adentro del vehículo accidentado. La parte derecha del auto estaba
completamente destruida. Los agentes de Seguridad Vial ayudaron
a abrir el vehículo y a sacar los cuerpos. Sacaron el cuerpo de un
niño de algunos 6 años, sin vida. Su rostro estaba intacto, pero
tenía el pecho perforado con partes de la puerta. Luego, sacaron
el cuerpo de una niña, también estaba muerta. Presentaba una
herida profunda en el lado izquierdo de la cabeza. Abrieron la
puerta del conductor que aún estaba intacta y sacaron a un
hombre de unos 30 y picos de edad.
Tenía un fuerte golpe en la frente, la rodilla derecha se había
salido de su lugar y parece que la clavícula derecha estaba rota al
igual que el tabique nasal. Después, sacaron el cuerpo que estaba
en el asiento del copiloto. Era una mujer morena, delgada y de
pelo corto. Sus piernas se rompieron al igual que su cuello. La
sacaron y la acomodaron al lado de los que ya habían abandonado
este mundo.

102
Los organizaron uno al lado del otro, boca arriba. Una familia
que acababa de partir de este mundo en un instante. Hijos con un
futuro por delante, una mujer con ganas de seguir viviendo y un
hombre que había recuperado lo más valioso que pueda tener un
ser humano, su hogar.
El personal del 911 revisó los cuerpos uno por uno buscando
que alguno de ellos estuviera milagrosamente vivo.
—Este hombre está vivo —dijo una de las paramédicos del 911
mientras revisaba sus signos vitales.
—Déjame confirmar —añadió el otro paramédico que la
acompañaba.
Si está vivo, pero ha perdido mucha sangre.
—¿Y los demás? —preguntó uno de los agentes de
Seguridad Vial.
—Lamentablemente están muertos. Nos llevaremos a este
hombre para el Darío Contreras —expresó el que aparentaba estar
a cargo de los paramédicos.
—Está bien. Nosotros resolveremos lo demás —afirmó el
agente vial mientras sacaba su teléfono.
Los paramédicos buscaron su camilla, montaron al moribundo a
la ambulancia y salieron como alma que lleva el diablo rumbo al
hospital.
La prensa apareció en el lugar de los hechos para hacer su
reporte, al igual que la Policía Nacional. Una grúa de la Amet
también hizo aparición en la escena. Médicos forenses no se
quedaron atrás y llegaron también al área decorada con cuerpos
sin vida. Tomaron los cadáveres y se lo llevaron a la morgue para
los reportes de lugar.
Apenas eran las 7:40 de la mañana cuando todo esto pasó.
Una familia que decidió hacer un viaje al cielo, pero al parecer
dejaron a uno de sus miembros en una ambulancia rumbo al
hospital.
103
Capítulo XII

La ambulancia atravesó media capital a máxima velocidad. El


ruido de la sirena daba a entender que alguien estaba muy grave.
Los imprudentes que transitaban en las calles, como siempre,
entorpecieron el paso, pero algunos con conciencia se orillaban y
daban la preferencia al vehículo que porta la serpiente enredada
en un bastón.
El moribundo aún seguía inconsciente sin reaccionar, sólo se
sabía que estaba vivo.
—Espero que aguante hasta llegar al hospital —le dice una
paramédico a otra mientras acomodaba la rodilla que estaba fuera
de lugar.
—Está en manos de Dios este pobre hombre —respondió su
compañera mientras revisaba el suero que le habían inyectado para
estabilizarlo.
La ambulancia entró por el portón de las emergencias al Hospital
Traumatológico Darío Contreras a las 8:22 de la mañana. De
inmediato salieron camilleros del hospital y abrieron las puertas de
la ambulancia para asistir, lo más pronto posible, al ingresado.
—¿Cómo está el paciente? —preguntó el médico que estaba de
turno.
— El paciente presente lesiones en el cráneo, tabique nasal roto,
también su rodilla derecha se dislocó y presenta fracturas en el
hombro derecho —contestó el líder de los paramédicos del 911.
—Está bien. Muchas gracias por el informe.
105
Llévenlo a cirugía. Ordenó el Doctor a los camilleros. Los
conductores de camillas llevaron al hombre, que aún estaba
inconsciente, a la sala de cirugías. Allí le hicieron todas las
evaluaciones y los análisis de lugar. Sacaron radiografías de su
tórax, de sus extremidades y de su cráneo.
El cráneo estaba intacto. La rodilla derecha estaba estilada. La
clavícula derecha sufrió fractura a igual que dos costillas del
costado izquierdo.
Los doctores cocieron las heridas que tenía en la frente,
acomodaron totalmente la rodilla fracturada y procedieron a
enyesarlo. Lo dejaron anestesiado y curado, por lo menos
físicamente.
El paciente 20342, de nombre Ismael Meléndez quedó
hospedado en la habitación 217 del Hospital Darío Contreras a la
espera que despierte para hacerle otras evaluaciones de rigor.
—No sé si estoy en algún sueño, no sé si estoy en el paraíso.
Sólo siento esta brisa tan refrescante. Ese aroma a salitre. Ese
sonido de las olas. Abrí mis ojos y estaba acostado sobre la arena.
Mi vista reconoció el azul del cielo. Pestañé brevemente para
aclarar mi vista. Las nubes revelaban distintas formas ante mí;
enormes caras que se forman y se deforman en segundos
adornando todo lo alto.
Escuché risas de personas que jugaban a lo lejos. Me levanté de
donde estaba acostado y busqué a aquellos que reían con tanta
alegría. Es una familia jugando en la playa, pero estoy muy lejos y
no puedo distinguirlos muy bien.
Mi vista recorrió toda la playa y era hermosa. Bellas palmeras
adornaban sus alrededores. El verde de la vegetación resplandecía
ante el sol que, en vez de molestar por la intensidad, parecía una
cálida caricia en todo el cuerpo.
Las olas se movían serenamente. Su vaivén era uniforme. El mar
estaba en completa calma.

106
Aquella familia seguía corriendo y jugando en aquella parte de la
playa. Yo sólo contemplaba el mar y trataba de entender lo que
me susurra el viento.
Escuché mi nombre en el aire. Una voz angelical lo pronunciaba
con ternura; se me hizo tan familiar. Cerré mis ojos para sentir la
fría brisa y seguía escuchando la misma voz mencionando mi
nombre.
—Ismael.
Ismael…
Abrí mis ojos y volví a contemplar aquella familia allá a lo lejos.
Caminé sin prisa hacia ellos mientras seguía escuchando sus risas.
Mi corazón sentía regocijo al oírlos. La distancia entre nosotros se
fue acortando poco a poco.
Me detuve nuevamente unos segundos. Noté dibujos hechos en
la arena. Carros dibujados, flores dibujadas. Continué mi andar
mirándolos. Sonreí al imaginar que lo habían creado aquellos
niños que están jugando allá adelante. Después de los dibujos de
carros y flores había un dibujo que representaba a una familia.
Eran al parecer un niño, una niña y una madre, o es más o menos
lo que distinguí. Delante del bosquejo de la familia había un dibujo
de un hombre que caminaba solo encima de un puente.
Seguí mi ruta en la playa y luego vi nombres escritos en la arena
con frases muy bonitas. La primera decía:
Alexander te amo campeón.
Luego otra más que decía:
Yiyi mi princesa, te extraño.
Y por último había otra que decía en letras muy grandes:
Alexandra perdóname, en verdad lo siento.
Después había dibujado un corazón roto por la mitad. Me detuve
justo sobre él y volteé a mirar toda esa obra de arte que fueron
esculpidas en la orilla de la playa.

107
Observé como una ola entró inclemente y borró todo lo que
antes estaba sobre la superficie. Sentí el agua en mis pies y estaba
fría.
Volví a escuchar la risa de aquellos niños, estaban más cerca.
Como a 400 metros, más o menos.
Giré mi vista para verlos y pude distinguir su figura con más
nitidez. Era un niño como de algunos 5 años. Una mujer delgada
de piel morena lo llamaba, aparenta ser su madre por que se
parecen bastante. También está con ellos una niña un poco más
grande que el pequeñín. Ellos corretean en todas las direcciones.
Aún no me han visto. Al parecer están muy distraídos en su
paraíso.
Me acerqué más a aquella familia hasta que notaron mi presencia.
La primera en hacerlo fue la niña. Caminó hacia mi sin quitar su
vista de mis ojos. Su semblante reflejó una tristeza que estremeció
mi alma.
Quedé frio; inmóvil. El pequeño también se acercó a su hermana
y la sostuvo de la mano, miró mi rostro y vistió de lágrimas su
carita.
Sentí el mundo cayendo sobre mí. Mis piernas no soportaron el
peso de su angustia y caí de rodillas sin dejar de mirarlos. Su madre
los vio a ambos allí inmóviles y se acercó a ver qué pasaba. Se puso
de rodillas detrás de ellos y los abrazo. Ellos lloraron como cuando
pierdes a lo más grande que has tenido en la vida. Mis ojos se
nublaron y quise levantarme para acercarme a ellos, pero no pude
mover mis piernas —no respondían a mis órdenes—. Su madre
se levantó y los tomó de las manos. Se acercaron a mí.
Los niños soltaron a su madre y me abrazaron. Su madre
también me abrazó y sentí su pena como si fuera la mía. Sentí su
dolor quemándoles el ama, como me la estaba quemando a mí.
Me dieron un beso en ambas mejillas. Yo solo lloraba cabizbajo
mirando sus pies. Los niños limpiaron mi rostro. Yo solo cerré los
ojos y no podía ni hablar. Me sentí tan triste, me sentí tan vacío,
me sentí tan solo.
108
De pronto, me dieron la espala y comenzaron a alejarse. Intenté
hablarles, pero mis palabras se ahogaron en mi garganta. Traté de
desplazarme, pero no podía mover siquiera un sólo dedo.
Quería decirles que no se vallan, que no me dejaran. Mi brazo
derecho logró moverse y se extendió poco a poco en un vano
esfuerzo de tocarlos, pero ellos seguían alejándose de mí.
Los niños voltearon para verme aun con los ojos llenos de
lágrimas y entonces comprendí, que ellos eran la otra parte de mí
que estaba buscando. Que ellos eran la razón de estar aquí en este
paraíso, que ellos eran…
Mi familia.
Mi cuerpo tubo movilidad otra vez y mi cara tocó la orilla de la
playa. Lloré como nunca antes lo hubiera hecho.
—¿Porqué? —pregunté mientras golpeaba la arena de la playa
con mis puños.
¿Porqué Dios mío? ¿Porqué?
Caí en la arena mientras lloraba como un niño. Con una
amargura incontenible.
—No se vayan —decía desde el suelo.
No me dejen. No me dejen por favor.
Comencé a gritar con todas mis fuerzas.
—Perdóneme.
Lo decía una y otra vez.
Cerré mis ojos y las olas comenzaron a mojarme. Me arrastraban
hacia el mar y sentí la sensación de que lo mejor era dejarme morir
ahogado por este dolor que me estaba matando. El mar tragó mi
cuerpo y lo llevó hacia las profundidades en donde todo estaba
oscuro. Donde no se veía nada, donde mis lágrimas se
confundieron con el agua salada del mar. Quedé ahí un tiempo
eterno.

109
Mi rostro aún se sentía húmedo. El cuerpo me dolía por todas
partes. Traté de respirar, pero me dolía mucho el pecho. Intenté
mover mis manos, pero no podía hacerlo. Quería limpiar las
lágrimas que tenía en la cara, pero se me hacía imposible. Sentí
una luz en mi rostro.
¿Qué será?
Intenté abrir mis pesados parpados poco a poco.
—Es sólo una bombilla.
Mis oídos escuchan un:
Beep, beep.
Beep, beep.

110
Capítulo XIII

Por fin abrí mis ojos. Desperté en un cuarto pintado de blanco


con una televisión colgada justo en frente de mi cama. Miré mi
cuerpo y estaba enyesado completamente. Mi brazo derecho, mi
tórax, mi pierna. Estaba conectado a un aparato de esos que marca
tu ritmo cardíaco. Del lado derecho de la cama había un tubo
sosteniendo una especie de suero que estaba conectado a el catéter
que tengo en la mano izquierda —creo que estoy en el hospital—
.
—¿Dónde está mi familia? —fue lo primero que mencionaron
mis labios.
Quedé ahí un momento intentando retomar fuerzas para llamar
a alguien que me sacara de esta duda que me atormenta. En ese
preciso momento, alguien abrió la puerta.
—¡Qué bueno que despertó! —expresó una enfermera, vestida
de azul cielo, al verme con los ojos abiertos.
Voy a buscar al doctor.
La enfermera salió de la habitación con el propósito de traer al
galeno para verme. Yo permanecí alejado de la realidad y tratando
de acomodar mis pensamientos.
La puerta se abrió nuevamente, un joven vestido de bata blanca
anteojos fondos de botella y un anillo de la facultad de medicina
de la UASD, entró a ver mi estado.
—Buenos días —dijo sonriente.

111
Soy el Doctor Juan Rijo. Te haré una pequeña evaluación para
ver qué tal estás.
Sacó un pequeño foco del bolsillo de su bata, abrió mis ojos y
alumbró mis parpados. Luego, tomó una tablilla de un empaque
hermético transparente y la puso en mi lengua haciéndome abrir
la boca. Después, comenzó con un pequeño cuestionario.
—¿Recuerda su nombre?
—Si. Mi nombre es Ismael Meléndez.
—¿Cuál es su edad?
—Tengo 33 años.
—¿Cuál es tu fecha de nacimiento?
—Nací el día 20 de marzo del 1985.
—Muy bien. No presentas ningún tipo de trauma post accidente.
—Doctor ¿cómo está mi familia?
El doctor rasco su cabeza desconcertado. Su expresión alegre
cambio a un porte más serio.
—Lo siento mucho. Su mujer y sus hijos fallecieron —respondió
el doctor mientras colocaba su mano en mi hombro.
Mis ojos se marchitaron por el dolor que sentí dentro de mí.
Comencé a llorar en mi camilla. El doctor se levantó y medio
espacio para desahogarme.
—Dios mío ¿porqué? —cuestioné con el alma rota.
El doctor sintió mi dolor y también sus ojos reflejaban el agua
de su compasión.
Salió de la habitación y me dejó solo sin decirme nada más. Yo
quedé ahí, llorando sin consuelo alguno. Mi corazón se agrietaba
segundo a segundo. Sentía como me derrumbaba por dentro —lo
había perdido todo—.
Mi familia. Mi amada familia. Tantas cosas lindas que me dieron
y no tuve la oportunidad de devolvérselas.

112
Mi esposa, mis hijos, mi todo. Todo perdido en un instante, todo
paso tan rápido. Si no me hubiese distraído buscando esa estúpida
tapa quizás estuvieron vivos. Todo esto es mi maldita culpa.
Las horas pasaron y yo permanecía sumergido en un mar de
lágrimas. Una enfermera llegó con la comida, pero yo sólo volteé
la cara. Se acercó a mí, tomó una servilleta de la bandeja y limpió
mi rostro.
—No te atormentes tanto —dijo la señora.
Sé que no es fácil perder a tus seres queridos, pero gracias a Dios
aún estás vivo.
—¿Y para qué sirve la vida sino tienes por quien vivirla? —
respondí amargado.
—El propósito de Dios es difícil de comprender para el hombre.
La señora no trato de convencerme más y puso la comida sobre
una mesa que estaba al lado izquierdo del cuarto. Se sentó en un
rincón y me dijo:
—Cuando quieras te daré de comer.
—No tengo hambre. Sólo quiero irme de aquí.
—Para eso tienes que recuperarte pronto así te darán de alta y
podrás marcharte.
Sin admitirlo, reconocí que tenía razón. Me quedé en silencio
unos minutos contemplando la nada. Buscaba en mi mente la
imagen de mi familia, pero no la encontraba. La melancolía se
había albergado en mi corazón con la promesa de no marcharse
nunca. Mi interior se había pintado por completo del gris más
oscuro.
El estómago reclama algo de comer retorciendo mis viseras,
canta una canción de Juan Luis Guerra, ojalá que llueva café en el
campo, a capela. Mi voz menciona las palabras esperadas por mi
acompañante:
—Tengo hambre —le dije a la señora.

113
La señora sonrió y se levantó a darme de comer. Comí un poco
de lo que me sirvieron y después la longeva se retiró.
—Si necesitas algo sólo pulsa este botón —expresó mientras me
pasaba un control remoto con un solo botón.
Alguien vendrá a atenderte.
—Muchas gracias.
—Descuida. Sólo trata de recuperarte.
La enfermera salió del cuarto dejándome a mí y a mi amargura
abrazados como si fuéramos uno. Recosté mi cabeza e intenté
descansar un poco.
Cerré mis ojos tratando de olvidar este oscuro episodio de mi
vida. Y así, poco a poco, fui cayendo en una especie de sueño.
Abrí mis ojos y estaba caminando por una carretera. Se me hacía
familiar. Claro que se me hace familiar, es la Autopista Las
Américas. Veo un camión cambiando de carril allá a lo lejos. Más
atrás del camión un carro de color rojo. Sin duda, es mi auto.
El camión comienza a perder su estabilidad al pasar frente a
frente a donde estoy parado. Luego, pasó el coche rojo. Todo se
paralizó por un instante. Me vi a mi mismo conduciendo el
vehículo con la vista hacia abajo. Mi esposa reía al igual que mis
hijos, pero había alguien más. Un ser extraño que también reía a
carcajadas.
Siguió mi vista con su vista y sacó su lengua burlándose de mí.
En ese momento se escuchó un neumático reventar.
—Cuidado —grité mientras ponía mis manos en la cabeza.
El carro marca Honda Civic de color rojo intentó esquivar al
camión que había perdido el control, pero no pudo hacerlo.
El camión los golpeó del lado derecho y salieron disparados
hacia la acera dando vueltas, y vueltas.
Yo corrí a su auxilio. Atravesé la calle sin mirar. Corrí
directamente hacia el carro.

114
Cuando llegué a donde estaban, intenté abrir la puerta del
vehículo, pero no abrían.
Miré el asiento del pasajero y mi esposa estaba muerta, intenté
entonces salvar a los niños, pero ellos también estaban muertos.
Me vi después a mí en el volante, la cabeza descansaba en el guía.
La sangre cubría mi rostro, pero daba señales de vida.
busqué nuevamente con la vista a mi familia, pero ya no estaban
en el auto. Me espanté porque habían desaparecido en un instante.
—Papi ayúdame —gritaron mis hijos del otro lado de la
carretera.
Aquel ser extraño los arrastraba con unas cadenas al igual que a
mi esposa.
—Suéltalos maldito —le grite.
El solo rio a carcajadas y siguió arrastrándolos.
Corrí hacia donde estaban para intentar salvarlos, pero cruzar
una autopista sin fijarte si viene algún vehículo es muy peligroso.
Cuando intenté atravesar la calle un automóvil a toda velocidad
me atropelló y todo quedó en negro otra vez.

115
Capítulo XIV

Los días continuaron pasando aquí en el hospital haciéndome


cada vez más frio, más amargo. Los recuerdos de mi familia me
visitaban a cada instante. De vez en cuando, hablaba solo.
Comenzaba a ver apariciones de ellos en cada rincón de la
habitación. Me marchitaba el alma poco a poco.
El doctor venía todos los miércoles para evaluar el progreso de
mi recuperación física. Ya que, emocionalmente, seguía igual de
destrozado. Sus preguntas no las respondía con palabras, sólo
hacía gestos confirmando o negando lo que quería saber el galeno.
Comía poco y evitaba cualquier contacto con otra persona.
Todas las noches al apagar las luces lloraba con mucho pesar hasta
quedar dormido y al hacerlo, volvía a soñar con ellos. Soñaba otra
vez, con ese día en que perdí a mis seres queridos. El demonio se
encargaba de hostigarme a diario, torturándome con la misma
escena todas las noches de mi miserable vida.
Ya había pasado alrededor de un mes —lo más seguro—.
Realmente desconozco la fecha. Desde aquel día no me interesa
saber qué número tiene el calendario.
Ahora sólo pago el precio de no haber aprovechado la
oportunidad que tuve de ser feliz.
El tiempo siguió su maratón y yo continuaba con la misma rutina
de llorar, comer poco, de no hablar, de no existir, de
involuntariamente seguir respirando.

117
El martirio era mayor cada día. La espina que adorna mi corazón
se hundía más y más con cada segundo, lastimando mi alma
despiadadamente.
Las visiones de mis hijos ahora son más frecuentes. A veces, no
sé si estoy despierto o estoy durmiendo. Ellos están conmigo en
todo momento. Mi Campeón viene hablarme de las cosas que
quiere hacer cuando sea grande. Hiere mi ser al saber que no lo
veré jamás. Yiyi también viene y juega conmigo. Sus carcajadas de
felicidad me crean una tristeza inmensa. Que contraste tan
maquiavélico que su felicidad me cause tristeza.
—Buenos días señor Meléndez —dijo una voz femenina.
Necesito hacerle unas preguntas.
Giré lentamente hacia su presencia. Era una joven india, con el
cabello rizado de color negro, labios carnosos pintados de rojo
intenso y ojos negros como la noche más oscura.
Vestía una camisa con diseños blancos con negro desabotonada,
una blusa negra debajo de la camisa y unos pantalones jeans de
color azul. En su cuello una cadena de oro muy fina con una
medalla en forma de corazón. Tenía una identificación del hospital
con el nombre de:
Leslie Castro.
Yo continuaba en silencio. Sólo clavaba mis ojos en los suyos sin
ningún tipo de emoción. Ella se sintió un poco presionada por mi
semblante.
—Sólo es una simple evaluación psicológica —argumentó la
joven.
Yo estaba convertido en una estatua humana, ni siquiera
pestañeaba, ni hacía el más mínimo intento de tocar la sinfonía de
mis cuerdas vocales. La joven psicóloga sólo veía el vacío en mi
mirada. Bajo su vista, como cuando ves a alguien que necesita
ayuda, pero no puedes ayudarlo. Se levantó de su asiento y me
dijo:

118
—Lamento mucho su perdida señor, pero tiene que tratar de
olvidarlo. Sólo se está haciendo más daño con guardar tanta
tristeza dentro de su corazón. Si necesita llorar, llore. Si necesita
hablar, hable, Pero del modo en que usted decida hacerlo, hágalo.
Déjelo salir de usted.
La Doctora Castro salió de la habitación del paciente Ismael
Meléndez con un profundo penar. Viendo a alguien
derrumbándose poco a poco.
Yo no hice caso a sus palabras y volví a girar la cabeza con la
vista al mismo muro de color blanco de la habitación en la que
estaba. Cerré mis ojos e intenté ver a mi familia otra vez.
Mi mente fabricó un paisaje en un instante. Era un bosque
rodeado de grandes pinos. Caminé en el bosque mirando cada
espacio de la vegetación. Sentía la brisa fresca entrar y remover las
ramas produciendo sonidos que por un instante se asemejaban a
voces.
Caminé alrededor de dos minutos en trayectoria recta y fui a para
en el tronco de lo que antes fue un gran árbol. Me senté como si
fuera una especie de trono hecho por la naturaleza y contemplé
todo el panorama desde allí. Luego, escuché la risa de los niños.
Busqué su presencia en el lugar, pero no la encontré. Bajé del
tronco y continúe caminado por el bosque. Seguía sus risas, pero
no los divisaba. Dejé de caminar y corrí hacia el lugar donde
provenían las alegres carcajadas y no podía encontrar a los niños.
Sólo sabía que estaban ahí, pero no podía verlos.
Me detuve a descansar un poco. Ya estaba exhausto por la
corrida de 400 metros planos que realicé. Puse mis manos en mis
rodillas y bajé la cabeza buscando aire. Cuando retomé el aliento
volví y alcé mi vista, y entonces los vi. Estaban jugando a las
escondidas en el pie de un gran árbol. Caminé sin perderlos de
vista. Los veía corretear alrededor del árbol riendo uno con el
otro.
Las lágrimas volvieron a salir de mi rostro.

119
Me acercaba lentamente hacia ellos mientras que ellos seguían en
su ludo creado de imaginación y alegría. Los vi esconderse detrás
del árbol que quedaba enfrente de mí. Ellos hablaban y reían. Yo
seguía hipnotizado, caminando en una especie de trance donde lo
único que se escuchaba eran sus voces.
Llegué hasta el gran árbol y ahí estaban los dos, abrazados como
dos hermanos que realmente se quieren. Riendo felices por hacer
travesuras juntos. Me coloqué justamente detrás de ellos sin
interrumpirlos. Sólo los observaba solemnemente. Mi corazón
sintió otra vez aquella puñalada que lo atraviesa y lo desangra poco
a poco. Lloré, pero ellos no escuchaban mi llanto. Me quedé ahí,
a unos pasos de ellos sin poderme mover más.
El pecho estaba por explotarme. Quise hablarles, pero mi
garganta no tuvo fuerzas para liberar mis palabras. Cerré mis ojos
con fuerza para tratar de aguantar el dolor que me hacía sentir
tenerlos tan cerca y no poder tocarlos, el no poder abrazarlos otra
vez, el no poder escuchar sus historias, sus travesuras.
Di otro paso y los arrullé en mis brazos. Caí llorando ante ellos
mientras los abrazaba con todas mis fuerzas. Mis ojos seguían
cerrados, llorando y llorando. Los abracé tan fuerte que sentía que
los metía otra vez a dentro de mí, de donde una vez fueron
arrebatados.
Los niños se asustaron. Sintieron temor. Gritaron como cuando
un extraño los abraza en contra de su voluntad.
—Mami, auxilio.
Auxilio. Ayúdame mami.
—Ayúdame mami.
Su madre apareció como fiera salvaje en defensa de sus hijos. Me
gritó:
—Suéltalos.
La furia se reflejaba en sus ojos. Estaba dispuesta a lo que sea
para liberarlos.

120
Yo aún los mantenía presos en mis brazos. Ellos comenzaron a
llorar tristes suplicando que los soltará. Yo no quería hacerlo. Su
madre se postró conmovida por el llanto de sus hijos y rogaba que
los soltara. Que por favor los dejara ir, pero no quería. No quería
dejarlos ir otra vez. No quería que me dejaran solo otra vez.
Todos llorábamos.
—Ismael por favor, déjanos ir —imploró arrodillada mi esposa.
No te hagas más daño. No nos hagas más daño, Déjanos ir.
Yo abrí mis brazos y solté a los niños. Ellos corrieron asustados
a abrazar a su madre. Yo me quedé de rodillas creando un mar de
lágrimas.
—¿Porqué ya no me quieren?
¿Porqué?
Perdónenme por favor. No me dejen. No me dejen solo otra
vez.
No me dejen.
Alexandra se levantó del suelo. Me vio destrozado
completamente. Se apenó de mí y me dijo:
—No sigas haciéndote esto. Ellos sufren por ti. Tienes que
dejarnos ir. No queremos verte tan triste como siempre estás. Hoy
nos iremos para siempre y no queremos marcharnos, y dejarte así.
Por eso los niños no te reconocen. Ellos te extrañan más de lo
que te imaginas.
Hizo una pequeña pausa y limpio las lágrimas de sus ojos.
—Vayan niños, despídanse de su padre.
Yimildre soltó la mano de su madre y caminó hasta donde yo
estaba llorando arrodillado. Me dio un abrazo y me dijo:
—Papi. Ya no quiero que estés triste. No me gusta verte así.
Duele mucho aquí —dijo tocando su pecho en donde se
encuentra el corazón.

121
—Yo lo sé mi reina, pero los extraño tanto. No sé cómo seguir
sin ustedes en mi vida.
Alexander también vino y me abrazó.
—Yo también te extraño papi —me dije con mucha tristeza.
Su cabeza tocó mi hombro y sentí sus lágrimas majarme con
desdicha. Un mar brotó de mis pupilas y empapó sus ropas con
llanto.
— Te amo papi —susurró mi Yiyi.
—Yo también te amo papi —añadió mi niño.
Busqué el poco aliento que me quedaba y respondí:
—Yiyi quiero que cuides mucho a tu hermano mientras yo no
este.
Y tu campeón, ahora eres el hombre de la casa. Cuida de tu
madre, yo iré pronto.
— ¿Lo prometes? —preguntó Alex.
— Lo prometo hijo.
Chocamos nuestros puños en señal de que es una promesa.
—Estaré con ustedes pronto y seremos una familia otra vez.
— Ya es hora de irnos —sentenció Alexandra.
Los niños se separaron de mis brazos. Se quedaron mirándome
por última vez. Ambos pusieron sus manos en mi rostro sintiendo
mis lágrimas. Me regalaron un beso en cada mejilla y se alejaron
de mí. Caminaron hasta donde estaba su madre.
— No olvides tu promesa. Te estaremos esperando para volver
hacer una familia otra vez —acentuó mi esposa.
—Adiós papi —se escuchó de los labios de mis pequeños.
Agitaron sus brazos y me dieron la espalda. Su madre caminaba
hacia donde se ponía el sol, justamente detrás de ellos, hasta que
la luz de aquel astro cubrió su silueta hasta donde su figura se
fundió en la deslumbrante presencia del sol.
122
Yo quedé ahí mirándolos desaparecer. Limpié mi rostro y le dije
al viento:
—Estaremos juntos pronto. Se los prometo.
Mis ojos se abrieron otra vez con la vista en el mismo rincón de
la habitación en la que estaba desde hace meses. Lloraba como
con cada encuentro que tengo con mi familia en mis sueños, pero
esta vez, mi mente estaba diferente. El dolor que sentía no era tan
grande como siempre.
Había algo que confortaba un poco mi alma, una promesa que
cumplir a los que más amo, a los que me esperan allá en el cielo
con ansias de verme reír y ser feliz con ellos otra vez.
Por primera vez miré hacia el techo y sonreí pensando en ellos
felices con mi llegada. Mi esposa, mis hijos, mi familia. Suspiré y
pronuncié las siguientes palabras:
—Nos veremos pronto.

123
Capítulo XV

Los meses llegaron sin desespero al igual que mi recuperación.


Mis torturas ortopédicas dejaron un gran amargo en mí, pero al
menos ya podía caminar, aunque de manera extraña.
Las lesiones en mi pierna fueron severas, y las heridas de mi
corazón han comenzado a cicatrizar de apoco.
Era jueves 22 de diciembre, según el noticiero del canal 5 —día
de darme la de alta—.
Me dirigí a información para averiguar de mis pertenencias
personales y de que documentos tengo que firmar para irme. Una
señora, cuarentona, me atendió con la acostumbrada urgencia de
su oficio. Me pasó una carpeta y un lapicero azul.
—Firme aquí, aquí y aquí —refunfuñó mientras me indicaba las
páginas que tendrían mi rubrica.
Yo sólo firme los documentos. Luego, pregunté:
—¿Dónde debo retirar mis cosas personales?
—Siga este pasillo hasta el fondo, luego doble a mano derecha,
en la segunda puerta, en donde dice pertenencias personales.
—Muchas gracias —dije al voltearme.
Caminé todo el pasillo tal y como lo indicó la arcaica, doble a la
derecha y en la segunda puerta estaba la oficina que buscaba. Me
acerqué al mostrador y saludé.
—Buenos días —respondió un joven vestido de azul cielo.
¿En qué puedo ayudarle?
125
—Mi nombre es Ismael Meléndez y vine a retirar mis
pertenencias personales.
—¿Tiene el documento de retiro de pertenecías?
—No sé. La señora de Información sólo me dio esta carpeta.
—Permítame verificar —dijo el joven extendiendo su mano.
Le di la carpeta y al abrirla dijo:
—Sí, aquí está. Es ésta —señaló mientras me mostraba el
documento.
—¡Qué bien!
—Tomé asiento, tengo que buscar su casillero y me tardaré unos
minutos.
Miré detrás de mí y había un banquillo, fui hasta allá y me senté.
Me quedé esperando al joven que volviera de su encomienda
acomodado en ese lugar. Una música resonaba en el pasillo, era
un tal Jonathan Pimentel. Cantaba un bolero triste, de esos que
llegan al alma y tocan tu sensibilidad. La canción decía:

Tú que eres mi amigo fiel,


Tú qué sabes cuánto sufro
desde que ella no está aquí.
Tú que entiendes mi dolor,
Quiero que me hagas un favor,
Si te la encuentras por ahí.

Cuéntale, que tengo una herida y son tristes mis días,


Cuéntale, que no tengo vida desde su partida,
Cuéntale, que estoy como un barco rumbo a la deriva,
Cuéntale, cuéntale.

126
Que la extraño, que la quiero
Que siento que sin ti me muero.
Que lo siento, que no puedo,
Soportar la carga que llevo.
Que me perdone, que yo la amo,
Y que nunca la olvidaré.

Cuéntale, que tengo una herida y son tristes mis días,


Cuéntale, que no tengo vida desde su partida,
Cuéntale, que estoy como un barco rumbo a la deriva,
Cuente, cuéntale… Ohhh, Ohhh.

Que no se vivir si tú no estás,


Te busco en cada rincón de la casa,
Bebo mucho no sé qué me pasa,
Que este dolor no se me pasa.
Trato de olvidarte y no puedo, no
Salgo a buscarte y no te encuentro, no
Solo queda tu foto en mi teléfono
Amigo por favor…

Cuéntale, que la extraño.


Que la quiero, que lo siento
Que la amo y que nunca, la olvidaré.

127
Cada palabra de esa canción encajaba perfectamente en mi
historia. Reflejaba esa tristeza, ese dolor. Sin duda, es un gran
artista.
—Señor ya la tengo —interrumpió el joven que buscaba mis
cosas.
Aquí están.
Colocó una caja pequeña sobre el escritorio. Me mostró la
numeración de la caja y la numeración del documento que había
firmado en Información y me las entregó.
—Verifíquela —apuntó el joven.
Yo destapé la caja. En ella estaba mi celular, mi cartera, mi correa
y mi llavero.
—¿Sólo tengo esto aquí?
—Sí señor, es todo lo que está documentado.
—Está bien.
Cerré la caja y me despedí del joven.
En mi cartera habían alrededor de 1,700 pesos. Me detuve en la
salida del Hospital, saqué todo lo que había en la caja y crucé la
calle para buscar un taxi.
Abordé un Toyota Camry color negro con destino a la empresa
en donde trabajaba. Todo lucía tan extraño, esos meses
encerrados en el hospital me hicieron olvidar por completo como
se veía el mundo exterior. Contemplé el malecón como si fuera
la primera vez, bajé la ventanilla y sentí la brisa húmeda de la playa
—aún hay vida por vivir—.
Doblamos unas cuantas esquinas hasta que paramos en la
empresa en donde antes trabajaba. Me despedí del taxista al
pasarle los 700 pesos que me cobró por mi recorrido. Me detuve
en el portón y en seguida aparecieron los agentes de seguridad
física de la empresa.
—Buenos días —dije mientras se acercaban.

128
—Buenos días. ¿Qué se le ofrece?
—Vine hablar con el señor Rodríguez.
¿No me reconocen?
—Pero muchacho ¿dónde estabas metido? —dijo un agente de
seguridad llamado Armando.
Pasa. Colócate este pase de visitante.
—Muchas gracias.
Caminé rumbo a la oficina del gerente de planta. Llegué a duras
penas, pues subir escaleras es más difícil y complicado que antes.
—Buenos días. ¿Se puede? —pregunté mientras tocaba la
puerta.
—Adelante —respondió una voz bastante familiar.
Abrí la puerta y él, como siempre, ni siquiera vio quien era. Sólo
dijo:
—Tome asiento, en un momento lo atiendo.
Y siguió revisando sus archivos en la computadora.
—Señor soy yo Ismael.
El refunfuñón de mi jefe subió la mirada y se enfocó en mí.
—¡Pero Dios mío! ¡¿Dónde te has metió?!
Enfocó mi cicatriz que ahora es una marca registrada como mi
identidad y se levantó de su asiento.
—Te he llamado un millón de veces. A ti, a tu esposa, incluso,
fuimos varias veces a tu casa y siempre estaba cerrada.
Yo bajé la cabeza, mis ojos se nublaron al pensar en la amarga
respuesta que le daría a mi jefe.
—Tuve un accidente el día que iba con mi familia al Resort.
—No sabía. ¿Y cómo está tu familia?
—Mi familia. Mi familia…

129
Las lágrimas atravesaron las calles de mi cara sin encontrar
ningún obstáculo. Jimiqueé, apreté mis nudillos y terminé la
dolorosa oración.
—Mi familia ha muerto.
El señor Israel sintió la tristeza en mí y sus ojos también
anunciaban una posible llovizna de su alma. Se acercó a mí y puso
su mano en mi hombro.
—No sabía nada. Lo siento mucho. Puedes contar conmigo para
lo que sea.
¿Dónde has estado todo este tiempo?
—En el hospital. Hoy me dieron de alta. Sólo vine a tráele estos
documentos que mandaron del hospital.
—Yo me encargo de todo eso. Dame un segundo.
Tomó el teléfono de la oficina y marcó a la extensión de
Recursos Humanos.
—¿Olga De La Rosa?
—Sí señor.
—Pase por mi oficina por favor.
—Está bien.
Colgó el teléfono y volvió a salir de su escritorio hacia mi
proximidad. Sacó su billetera y me entregó 3,000 pesos.
—Esto es para que te muevas en con algunas cositas de la casa.
Y no acepto un no como respuesta, tómalo.
No lo contrarié y cogí el dinero.
—Veré como puedo adelantarte dos sueldos para esta semana,
deja que venga Olga.
—Gracias señor Rodríguez.
—Descuida. Puedes llamarme Ysrael.

130
Una voz desde afuera de la puerta interrumpió la conversación
con un:
—Señor Rodríguez es Olga puedo pasar
—Por supuesto.
La señorita pasó con carpeta y lapicero en mano.
—¿Te acuerdas de Ismael? —le preguntó el don.
—Meléndez. Claro que sí.
—Necesito que recibas esta de alta y que gestiones el pago de
todos los días que estuvo incapacitado. También, que lo incluyan
para la nómina de esta semana.
—Lo de la incapacidad tardará un tiempo. Porque hay que
contactar el seguro, la ARL, investigar su caso y esos por menores.
Con relación de ponerlo en nómina para esta semana sólo tiene
que firmar una autorización en finanzas y estará resuelto.
—Muy bien, cuando estés en recursos humanos le mandas la
información a finanzas y le dices que me lo traigan para firmarlo.
—¿Puedo pedirle un favor Ysrael? —dije cortando el hilo de su
conversación.
Quisiera entrar a trabajar cuanto antes. Necesito distraer mi
mente un poco.
—Puedes venir mañana si quieres.
—Muchas gracias.
—Señor Rodríguez, si no tiene nada más que decirme me iré
ahora mismo a trabajar con el caso de Ismael —agregó la dama
que nos acompañaba.
—Está bien.
La joven se marchó con mis documentos y con sus órdenes bien
claras, dejándonos a mí y al Don solos otra vez en la oficina.

131
—Yo también me voy señor —agregué.
—Está bien. Coge mi número personal. Si necesitas cualquier
cosa llámame.
—Mi celular está descargado. Apúntemelo en un pedazo de
papel.
El jefe apunto su número y me lo pasó.
—Ya sabes llámame cuando quieras.
—Está bien señor.
Nos dimos las manos en señal de respeto mutuo y me marché.
Esta vez rumbo a mi casa.

132
Capítulo XVI

Saliendo de la oficina me topé con un viejo amigo, el Youg. Se


quedó mirándome unos segundos, la duda se reflejaba en su
rostro.
—¿Ima eres tú?
—Pues claro que sí.
—¿Qué te pasó? ¿Y esa cicatriz?
—Tuve un fuerte accidente hace meses.
—Con razón estabas desaparecido. Te he llamado varias veces,
pero nada de contactarte.
—¿Y la familia, todo bien?
Yo solo tragué en seco y respondí.
—Perdí a mi familia en el accidente.
El Youg cambio su semblante al instante y no siguió con el
cuestionario.
—Estamos para lo que sea hermano —fue lo último que agregó.
—Yo lo sé men.
Evadí ese asunto tan amargo y cambié de tema.
—¿Y Rainy?
—Bueno, Rainy está embarazada.
Mis ojos se abultaron tratando de salirse de sus cuencas por el
asombro.

133
—¿Y de quién es la barriga?
El Youg sonrió orgulloso y respondió mientras golpeaba su
pecho.
—De este turpén que tú ves aquí —señalándose así mismo con
su dedo índice.
—¡Como!
¿Y cuándo paso eso? —dije mientras sonreí.
—Buenos Rainy y yo nos casamos hace 4 meses.
—Tú no relajas, eso fue de una vez.
—Imagínate mijo, escobita nueva barre bueno.
Ambos reímos por lo jocoso de la frase.
—Vamos a pasar a verla —sugirió el Youg.
—No puedo caminar mucho —respondí quejumbroso.
—Descuida, yo te ayudo.
—Está bien.
Nos dirigimos a hacia donde estaba Rainy a pasito lento.
Llegamos y ahí estaba ella con 4 meses de embarazo y un vientre
abultado.
—Hola negrita. Dijo José David antes de entregarle un beso
amoroso a Rainy.
—¿Qué tal more?
—¿Cómo está mi barriguita?
—Bien —respondió sonriente.
—¿Sabes quién es este amigo mío? — le preguntó mientras
señalaba hacia donde yo estaba parado.
Ella volteó despreocupada y fijo su mirada en mí.
— ¡Ay dios mío!
Ismael ¿eres tú?

134
—Sí, soy yo —respondí mostrando una sonrisa.
—¿Y ese golpe que tienes en la frente?
—No lo abrumes con tantas preguntas —interrumpió el Youg
mientras le guiñaba un ojo.
No tienes que contestar tantas preguntas hermano.
Yo entendí lo que había hecho y no dije nada. Nos dimos un
abrazo con mucho cariño, luego me despedí de los dos y me
marché con la promesa de venir mañana para verlos.
Salí de la empresa, caminé hasta la parada del transporte público,
abordé el transporte y lo abandoné una esquina antes de mi casa.
Marché titubeante hasta llegar al frente de lo que antes fue mi
hogar.
La tristeza inundó el espacio y me ahogó por completo.
Imágenes de mis hijos jugando en la entrada se formaron de
repente. Cerré los ojos un instante y me dije a mi mismo:
—Déjalos ir, sólo son recuerdos.
Abrí los ojos y ya no estaban. Continué mi andar hasta la puerta,
saqué mis llaves e intenté abrirla. La llave se negó a desbloquear
los pines del llavín.
Lo intenté nuevamente, pero es inútil, la puerta no abrirá con
esta llave. Al parecer, los dueños han cambiado las cerraduras ya
que estuve mucho tiempo sin dar señales de vida. Probablemente
desalojaron la casa.
Aún era temprano —como las 4:30 de la tarde—. Caminé otra
vez a la parada del autobús y abordé uno rumbo a un hotel que
estaba a 5 cuadras. Llegué al lugar donde pasaría la noche como
en 25 minutos. Al desmontarme entré a una tienda de celulares y
compré un cargador para intentar revivir mi celular. Probé el
cargador en el establecimiento y en minutos apareció el logo de la
batería en la pantalla, señal de que estaba recibiendo carga el
móvil. Pagué lo que costaba el cargador y salí rumba al hotel.

135
Hotel Nuevo Amanecer, así decía el enorme letrero que tiene en
la entrada. Entré y alquilé una habitación por 2 noches que hacían
alrededor de 1,600 pesos. Uno de los trabajadores me acompañó
hasta la habitación número 7. Me dio la llave y se despidió
frívolamente.
Puse mi celular a cargar y luego tomé una ducha, sequé mi cuerpo
y me dispuse a tomar un pequeño descanso recostado en la cama.
El sol se retiraba del firmamento anunciando la llegada de una
noche estrellada.
Comenzar desde cero es realmente duro. Sin casa, sin hogar, sin
familia, sin nadie con quien conversa, sin nadie a quien llamar.
Solo, en todo el sentido de la palabra.
Miraba el vacío en la habitación en la que estaba desligado del
tiempo, desligado del mundo, vagando en el universo de la nada,
perdido en antiguos pensamientos y bonitos recuerdos.
Buscando cumplir la promesa de no sufrir más una gran perdida
y fingir que estaba preparado para continuar mi sórdida existencia.
Sin duda, mi corazón se niega a dejar de latir por alguna razón que
sólo Dios entiende.
Volví a la tierra en un instante de aquel viaje que hizo mi mente,
miré por la ventana y las luces de la calle contrastaban con la
oscuridad de la noche. Me levanté de la cama y busqué mi celular,
estaba por un 82 por ciento de carga. Lo desconecté y presioné el
botón de encendido. Abrí la puerta y bajé a cenar en el pequeño
restaurant del hotel, luego volví a subir al cuarto.
Entré otra vez a la habitación, volví a costarme en la cama y
saqué el celular. Al desbloquearlo apareció esa foto que nos
tomamos esa mañana antes de irnos a buscar su muerte. Lancé
una falsa sonrisa que desapareció en segundos, mi corazón me
susurraba que dolía su ausencia, que no volverán nunca más. La
tristeza vino a tocar mi hombro con hipocresía, como cada vez
que aparece. Coloqué mi celular con esa imagen sobre mi pecho,
acomodándolo justo sobre mi corazón, en un vano esfuerzo de
sentirlos otra vez.
136
Abrasé mi celular mirando el cielo de esta habitación, y
lentamente dejé que el sueño viniera y entrara en mi otra vez, para
que me saque de esta realidad. Que lejos de parecer una vida,
parece un infierno donde todos me rodean y aun así me siento
solo y vacío.
Dormí profundamente. Tuve un sueño oscuro, sin imágenes, ni
sonidos, ni nada. Sólo sentí que hice un pestañeo, abrí los ojos y
permanecí quieto en una misma posición. En cuestión de
segundos un:
Beep, beep.
Beep, beep.
Casi caigo de la cama por el espanto. El repentino sonar de la
alarma fue demasiado sorpresivo. Hora de despertar decía la
pantalla del celular, recordándome una antigua rutina de ir a mi
labor. Silencié la alarma y me sentí nostálgico al recordar que la
última vez que la escuché la cama estaba rodeada por mis seres
queridos. Los niños corretearon felices al escuchar este sonido.
Sólo son reflejos de una vida de en sueños o del sueño de una
vida. Ahora sólo queda respirar y existir.
Me levanté y fui a lavar mis recuerdos con la fría ducha del baño
para dejarlos ahí tendidos, aunque sea por un tiempo. Salí de la
ducha, me vestí con la misma ropa que tenía ayer. Bajé de la
habitación y me dirigí otra vez a mi trabajo.
Llegué al trabajo tarde. El transporte público sigue siendo un
fiasco. Me dirigí directamente a la oficina del Gerente Rodríguez,
toqué y me invitó a entrar. Nos saludamos afectuosamente —cosa
poco usual—.
—Ismael ¿cómo amaneciste?
—Todo bien.
—Déjame llamar a Laura para que venga a buscarte.
—Está bien —respondí despreocupadamente.

137
El señor Ysrael tomó el teléfono y se comunicó con mi antigua
supervisora, le ordenó que viniera a su despacho de inmediato.
En menos de 5 minutos ya había llegado a nuestro encuentro.
—Buenos días señor. Ismael ¿cuánto tiempo? —dijo al estrechar
mi mano.
—Quiero que lo reubiques de inmediato —ordenó el jefe.
—Está bien. ¿Alguna otra cosa?
—No. Pueden irse.
Salimos de la oficina y nos dirigimos a mi antiguo puesto de
trabajo. Fuimos conversando todo el camino hasta llegar al que
antes fue mi escritorio. Un joven lo ocupaba ese lugar.
—Buenos días Natanael —saludó mi supervisora.
Él es Ismael, trabajará contigo hasta que le preparemos un
escritorio.
—Un placer Ismael. ¿Ya sabes lo que se hace aquí?
Laura soltó una carcajada burlona.
—Mi niño este era su puesto de trabajo.
Ima dale unos cuantos truquitos.
—Está bien —contesté con una sonrisa.
—Perdón, no sabía —apuntó el jovenzuelo.
—Descuida no hay problema —respondí mientras le daba una
palmada en su hombro.
—Siéntate aquí —dijo Laura al ofrecerme una silla.
Yo iré a prepárate tu nuevo escritorio.
Me senté al lado del joven a observar como hacía de manera
complicada todo lo que antes yo hacía, sin decir nada. Tenía una
montaña de órdenes por realizar. Duré alrededor de 45 minutos
en mi inmutable labor. Una voz rompió mi concentración al
mencionar mi nombre. Era el Youg.

138
—¿Cómo estás hermano mío?
—Todo bien. ¿Qué haces por aquí?
—Laura me dijo que te van a asignar un nuevo escritorio y vine
a traerte esto —contestó mientras sacaba algo en vuelto en papel
periódico.
—¿Qué es?
—Ábrelo.
Abrí el paquete y menuda sorpresa. Era la fotografía de mi
familia la que tenía en mi escritorio. La nostalgia se alojó en mi al
mirar el retrato.
Me levanté de la silla y le di un abrazo a mi amigo.
—Muchas gracias hermano —pronuncié al separarnos.
—No hay de que men la guardé para ti. Sólo vine a traértela
tengo que seguir con lo mío. Te veo a las 9 en cafetería para
desayunar.
—Está bien —respondí agradecido por tan bello presente.
Me senté a contemplar la fotografía. Que bella es mi familia, que
bella era mi…

139
Capítulo XVII

El reloj avanzaba en la carretera del tiempo sin retardar sus


pasos. Sus agujas anunciaban las 9:00 a.m. —hora de desayunar—
.
Le dije al joven con el que comparto labores hoy que iría a
cafetería. Me levanté de mi asiento, fui al baño a lavar mis manos
y me dirigí con la velocidad de una tortuga hacia la cafetería.
Llegué y la fila estaba comenzando a formarse, hice mi turno
pacientemente. Uno que otro compañero se acercaba a saludarme
mientras estaba en turno. Sus ojos mostraban algo de pena y
lastima hacia mí. Al parecer la noticia de mi cicatriz y la perdida
de mi familia se han filtrado de algún modo.
Mi turno de pedir llego con prontitud, ordené guineítos con
salami y un jugo de naranja. Tomé mi bandeja con mis cosas,
pagué mi desayuno y me fui a sentar en donde antes lo hacía.
Minutos más tardes llegaron la pareja del año, el Youg y Rainy.
—¿Porqué duraron tanto?
—Esta mujer es una ñoñería hasta para subir las escaleras —dijo
el Youg de manera alegre.
—Cállate José David y ve a comprarme el desayuno. Yo me
quedaré aquí con Ismael.
—Está bien mami, pero no te enojes —respondió mientras le
daba un beso con ternura.
Ella solo sonrió y tomó asiento a mi lado.

141
Mientras el Youg ordenaba los desayunos aprovechamos para
hablar u poco. Me puso al día con su relación desde cuándo
comenzó hasta ahora. Me sentí un poco triste porque sea como
sea teníamos algo, pero me alegra por otra parte porque ella y el
Youg estaban contentos por tener su hijo.
—¿De qué me perdí? —preguntó el esposo de Rainy.
—Actualizando a Ima de todo lo que ha pasado. contestó la
única dama que conforma esta tripleta.
—Y muy actualizado —agregué mientras sonreía.
¿Qué nombre le pondrán a su hijo?
—Harol —respondió su madre.
—Pues teníamos planeado ese nombre, pero creo que lo
cambiaré —contrarió el padre.
—¿Y por cuál? —cuestionó su mujer.
El Youg se quedó mirándome y sonrió.
—Quiero que mi hijo se llame Ismael como su padrino.
Rainy sonrió conforme y agregó.
—Creo que está bien. ¿Qué dices padrino?
—Gracias muchachos —respondí mientras los tomaba de la
mano a ambos en señal de respeto y cariño.
—Pues, que no se hable más. Mi turpencito se llamará Ismael.
Todos reímos contentos. Que afortunado soy por contar con
personas tan bellas como ellos, personas que entienden el dolor
ajeno y tratan de hacerme ver que la vida tiene más colores que el
gris y el negro. Esos amigos que dejan de ser simples conocidos y
se convierten en familia.
Conversamos durante todo el tiempo de cafetería, imaginando
como sería su hijo, que le gustaría, como le darían todo su cariño,
como lo apoyarían, como le enseñarían las cosas buenas y como
le hablarían de las malas. Una verdadera familia.

142
Verlos y escucharlos hace que en lo más profundo de mi corazón
los envidie.
La hora del desayuno acabó así que tuve que despedirme de mis
amigos y bajar otra vez a el escritorio de Natanael. Allí me
esperaba impaciente con ganas de también subir a comer algo.
—Disculpa la tardanza —dije al acercarme al joven.
No puedo caminar muy rápido.
—Descuide, no hay problema.
Se levantó de su asiento y se marchó.
Yo me quedé en su escritorio, comencé a leer un poco sobre las
no conformidades y recordé cómo eran. Empecé a digitarlas, cada
orden que pasaba se hacía más fácil, y más fácil, y más fácil. El
teclado centelleaba por la velocidad de mis dedos, creo que aun
soy bueno en esto.
Laura se acercaba lentamente para no interrumpirme. Se detuvo
exactamente detrás de mí y se quedó contemplando la forma en la
que estaba desempeñando mi antigua labor.
—Veo que solo eres lento caminando —expresó mi Supervisora
rompiendo la cadencia de las teclas.
—Creo que recuerdo un poco como se hace.
—Si eso veo. Ya tengo un escritorio preparado para ti. Vez ese
que está ahí —dijo señalando a unos cuantos metros de donde
estaba.
Es el tuyo. Sólo falta que el departamento de I.T. Room traiga tu
PC y la configuren.
—Que bien —respondí un poco motivado.
—Utiliza está misma silla.
—Laura, estamos listos —expresó un personal de I.T. Room
mientras transportaba lo que aparentaba ser mi ordenador.
—Dame un segundo Ismael.

143
Yo me quedé en el mismo lugar donde estaba observando como
instalaban mi PC y la configuraran.
—El joven Natanael llegó reclamando su territorio, le cedí su
puesto y me quedé a la espera del mío.
—¿Quién a digitado todo esto? —preguntó asombrado al ver
que la montaña de órdenes no estaba al mismo nivel que la dejó.
—Digité unas cuantas mientras desayunabas para ayúdate un
poco.
—¿Y dónde las has guardado?
—En el escritorio hay una carpeta llamada órdenes ahí están.
—¡Hiciste más de 30 en 40 minutos!
—No las conté, pero creo que iban más o menos por ahí.
—Ismael ya estamos listo —gritó Laura cortando mi
conversación.
—Ya voy —le conteste.
Natanael, fue un placer trabajar contigo. Ya tengo mi escritorio,
cualquier duda que tengas puedes ir y preguntarme.
—Claro que iré —dijo sonriente.
Me levanté, tomé el retrato de mi familia y me fui a mi puesto
oficial de trabajo. El personal de I.T. Room me dio mi usuario y
mi clave, y se marchó. Laura se retiró a buscar las órdenes que
tenía que comenzar a registrar. Yo me quedé organizando las
carpetas que usaría para tenerlo todo cuadrado como antes.
Laura volvió como en 20 minutos con una cantidad enorme de
órdenes para mí.
—Es tu primer día así que has solamente las que puedas —
ordenó mi Supervisora.
—Está bien.
Comencé a laborar distraído del mundo, olvidado de sinsabores,
enfocado en la nada.

144
Derrumbaba la montaña de órdenes peldaño a peldaño sin saber
del tiempo, concentrado totalmente en lo que estoy haciendo.
Todo comenzaba a funcionar bien, todo empezaba a tomar
forma nuevamente. Soy tío postizo de un niño que llevará mi
nombre, la ausencia de mi familia duele menos, tengo nuevamente
empleo, lo único malo es que temporalmente no tengo casa, pero
ya vendrá más adelante.
El mar comienza a calmarse después de todos estos días de
tempestad.
—Ismael que dice el señor Ysrael que pases por su oficina —me
informó Laura al pasar por mi área.
—Está bien, yo paso por allá enseguida.
Dejé mis labores a medias y me dirigí a la oficina del Gerente,
toqué la puerta y me indicaron que pasara. Entré y ahí me estaban
esperando la señorita Olga y el señor Rodríguez.
—Buenos días —saludé al cruzar la puerta.
—Toma asiento —dijo el señor Ysrael.
Olga tiene algo que informarte.
—Hola Ismael. Te mandamos a buscar porque por el momento
no puedes estar laborando en la empresa.
—¿Porqué razón? ¿Pasa algo?
—No tranquilo —interrumpió el don.
El asunto es que aún no se resuelve tu caso con la aseguradora
de riesgo laboral y por eso oficialmente no puedes estar laborando
en la empresa.
—Exacto —afirmó la representante de recursos humanos.
El problema es que estamos infringiendo el código laboral con
tenerte aquí en este momento.
—Entiendo —articulé más despreocupado.
¿Entonces qué pasará conmigo?

145
—Tu caso durará de 10 a 12 días laborales. El pago de tu
incapacidad saldrá en 15 días. Por disposición del señor Ysrael se
te incluyó en la nómina de esta semana, pero al surgir este
impedimento no podremos depositar en tu cuenta.
—Pero ya mandé a realizarte un cheque por caja chica. Estará
disponible para el viernes como si fuera el día de cobro —aportó
el Gerente.
—Está bien —contesté un poco confundido por el enredo.
—Eso es todo de mi parte —dijo la señorita Olga.
—Ismael ya sabes, ven el viernes a la hora que quieras a buscar
el cheque.
—Está bien, iré al área de trabajo a buscar algo y luego me retiro.
—No hay problema —respondió el jefe de la empresa.
La joven Olga fue la primera en salir de la oficina, yo imité su
partida y mi ausencia se quedó como única compañía del señor
Rodríguez. Fui directamente a mi escritorio de trabajo, tomé la
fotografía de mi familia, apagué la computadora y me marché.
Salí de la empresa como a las 1:45p.m sin ningún lugar a donde
regresar. Mis bolsillos cargan en su interior alrededor de 2,300
pesos. No creo que duren hasta el viernes. Apenas es miércoles,
pero ya veré como lo hago
Caminé unas cuadras hasta llegar a un parque, me quedé ahí el
resto de la tarde sin hacer nada, me entretuve mirando fotos de
mis hijos en mi celular. Volví a sentir en mi espalda el peso de su
ausencia. El cielo sintiendo lastima de mí y se tornó gris, una
avalancha de tristeza cayó sobre mi convertida en lluvia. El agua
mojaba mi alma, mojaba mi cuerpo, ahogaba mi ser. Maldita
tristeza que se aviva poco a poco con mi sufrimiento provocando
esta agonía que se hace eterna.
La lluvia arreciaba y yo permanecía solo en el banco de aquel
parque. Miré al cielo mientras abrazaba el retrato de mi familia.

146
Cálidas gotas recorrían mi cara, gotas nacidas des lo más
profundo de mi, lágrimas.
Un escalofrío abrumó mi piel. Una voz susurraba en el viento.
—Es hora. No lo pienses sólo hazlo.
Me levanté del banco y caminé hacia un árbol que quedaba a
unos metros. La voz continuaba dándome instrucciones.
—En aquella rama —decía una y otra vez.
Subí a ese pequeño árbol y me senté a escuchar a aquella voz.
—Hazlo —Insistía una y otra vez el misterioso timbre.
Quité mi camisa y la amarré en la rama donde estaba sentado,
luego quité mi cinturón y lo enlacé en mi cuello. El otro extremo
de la correa lo anudé a la camisa. Tomé la foto de mi familia y le
di un beso, un beso de amor, un beso que simbolizaba que era el
tiempo de estar juntos otra vez y para siempre.
Miré el cielo por última vez, un atardecer gris anunciando el final
del día —ya comenzaba a oscurecer—. Sentí una mano en mi
espalda que me empujaban al vacío y caí.
El cielo siguió llorando mientras todo comenzaba a teñirse de
una oscuridad infinita, todo comenzó a volverse negro.
La llovía continuaba cayendo, el cielo continuaba gris, y yo he
aparecido en un misterioso puente, es una especie de muelle.
Caminé mirando el horizonte. No hay nada, no hay nadie. seguí
caminando y caminando, pero no lograba encontrarme con mi
familia, solo estaba este camino y yo.
Una nube de cuervos apareció para dar vida a todo este espacio,
se abalanzaron sobre mi alborotados, espantándome. Luego,
siguieron su vuelo hacia la nada. Alcé la vista y alcancé a ver el
final del puente. Caminé hasta allá y descubrí que después de tanto
andar, al final no había nada.
El camino que tomé acabó y al final quedé sin nada, sin mi vida,
sin mi familia.

147
La lluvia se enfureció y azotaba con sus punzantes agujas de agua
todo mi cuerpo, caí de rodillas y alcé mis brazos al cielo,
suplicando que acabara con esta miserable existencia. Y entonces,
escuché una voz que me dijo:
—Señor ¿se encuentra bien?
Cerré mis ojos y volví a escuchar la misma voz.
—Señor despierte.
Abrí los ojos y seguía sintiendo la lluvia. Estaba al pie de aquel
pequeño árbol. Un joven que estaba pasando por el parque vio
cuando me lancé atado al cuello, mi cuerpo quedó suspendido
unos minutos por el cinturón que rodeaba mi garganta.
Convulsioné por la falta de aire y en el momento en que mi alma
dejaría esta tierra la camisa que estaba sujetada a la rama de aquel
árbol se rompió.
—Gracias a Dios estás bien —agregó el chaval que me había
socorrido.
Yo no podía hablar. Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas
bajo la lluvia —aún estoy vivo—.
El muchacho, que era de piel morena, pelo rizado y ojos de color
negro, me cargó y me llevó a una iglesia que estaba cruzando la
calle.
—¡Pastor, pastor! ¡Ayúdeme! —dijo mientras entraba a la iglesia.
—¡¿Qué ha pasado?! —preguntó espantado el pastor.
—Este hombre intentó ahorcarse ahora mismo en el parque.
—¡Santo! —exclamó el administrador de la palabra.
Yo no seguí escuchando más y me desmayé.
El jovenzuelo y el pastor acomodaron un colchón en el piso de
la iglesia y me dejaron descansar. Pasé el resto de la noche ahí.
Dormido, dolido, amargado y con ganas de nunca despertar.

148
Capítulo XVIII

¿De qué vale estar vivo? ¿De qué sirve ver pasar el tiempo?
¿Porqué hay que sufrir tanto? ¿Porqué no sólo puedes dejar de
existir, borrar todo y morir en paz? Creo que son muchas
preguntas, preguntas que no tendrán respuestas.
Escuchaba los pajaritos cantando su matutino himno. Ruidos de
carros al pasar por la calle decoraban el espacio sónico. Sí, aún
sigo vivo. Abrí mis ojos y me encontraba en un extraño lugar. Sus
paredes están pintadas de blanco, a lo lejos, después de dos filas
de incontables bancos, hay un pulpito. En la pared del fondo hay
algo escrito, Dice:
Venir a mi lo que estén cargados y cansados que yo los haré descansar.
Cargados, cansados. Mi carga era pesada y también estaba
cansado.
—Creo que estoy en una iglesia.
Tenía mucho tiempo que no entraba a una iglesia, alrededor de
9 años. Nunca me gustó este ambiente dogmático e inquisidor.
Donde nadie tiene derecho a pensar por sí mismo porque ya todo
está escrito.
—Buenos días ¿cómo amaneciste?
—¿Quién es usted?
—Soy el pastor de esta iglesia. Mi nombre es Edison Suarez.
—¿Cómo llegué aquí?
—Un joven te trajo ayer en la noche. Me contó lo que hiciste.
149
Yo bajé el rostro y mis ojos se nublaron nuevamente.
—Hijo mío cual sea que sea tu problema en Dios puedes
encontrar la solución.
—No creo que Dios pueda ayudarme.
—Dios todo lo puede.
Además, veo que llevas una tristeza muy grande dentro de ti.
Las lágrimas volvieron a escaparse de la prisión de mis ojos para
encontrar la libertad en el piso.
—¿Qué es eso que te atormenta tanto? —preguntó el pastor
mientras ponía su mano en mi hombro.
—Mi familia. Mi familia se ha ido para siempre.
El pastor entendió la gravedad del asunto.
—Lo he perdido todo —continué narrando entre llantos. Ellos
me amaban y nunca pude devolverles todo lo bonito que me
dieron. Fui un estúpido que sólo perdía el tiempo en cosas que ni
siquiera eran importantes. Tuve todo lo que necesitaba para ser el
hombre más feliz del mundo y nunca lo valoré. Hoy cargo esta
amargura por dentro que me quema, que me ahoga.
Quede ahí cabizbajo, llorando, destrozado, sin deseo de
continuar, sin deseo de seguir, sin deseos de vivir.
El pastor se acercó más a mí, me tomó de la mano y me condujo
hasta el banco más cercano, me sentó y dejó que llorara.
—Llora hijo mío, llora. Deja que esas lágrimas saquen aquello
que te hace tanto daño. Deja que tu alma libere toda esa carga.
Mis lágrimas eran interminables. Nadie conoce mi dolor, sólo yo,
sólo yo y Dios. Sólo los que hemos perdido a alguien que se amó
entenderán lo que siento, comprenderán lo que mi corazón sufre
al recordarlos, al ver sus fotos sonriendo, al escucharlos cuando
no están. El verdadero amor duele, porque lo que es real es el
dolor. Eso es lo que siento.

150
Una hora y media fue el tiempo que necesité para que mis ojos
dejaran de llover, durante todo ese tiempo el pastor estuvo
conmigo sin pronunciar palabra.
—¿Te sientes mejor?
—Un poco —dije mientras limpiaba mi rostro.
—Sabes algo, yo perdí a mi hijo hace dos años.
Fue un golpe fuerte para mí, era mi único hijo. Al igual que tú
lloré, lloré mucho, pues perder a tu familia es la prueba más difícil
que existe. Después, busqué refugio en Dios porque él conoce tu
dolor y entiende tu sufrimiento. Oré muchas veces pidiéndole
fuerzas para continuar, fuerza para aguantar, fuerza para superar
esta perdida y aunque hoy sigo sintiendo tristeza a recordarlo o al
ver una foto suya, en parte mi alma se siente conforme al saber
que Dios lo tiene en un lugar especial, aguardándome hasta que
llegue el día de reunirme con él otra vez.
¿Cuál es tu nombre?
—Me llamo Ismael.
—Tu nombre está atado a las escrituras. Ismael primogénito del
padre Abraham.
¿Sabes qué significa tu nombre hijo mío?
—No lo sé.
—Ismael significa, Dios me escucha.
Eres una oveja que se ha perdido en el camino, pero no has
llamado ni pedido ayuda. Solamente te has aventurado a regresar,
pero no sabes cómo. Habla con Dios Ismael que él te escuchará.
Pídele fuerzas y él te las dará.
Pídele consuelo y traerá paz.
Cuéntale tu tristeza que él te entenderá.
Yo no podré darte una respuesta a lo que buscas, pero ten la
seguridad que si le pides con fe él te la dará.

151
—¿Usted cree eso pastor?
—No es coincidencia de que hoy un hijo de Dios haya vuelto a
casa.
Ven arrodíllate junto a mí quiero orar por ti. Acompañe.
—La última vez que oré toda mi familia estaba alrededor de la
mesa —dije mientras comenzaba a entristecerme otra vez.
—Esta vez también lo estarán. Créelo y así será.
Me puse de rodillos en el banco y el pastor también me
acompañó, cerré los ojos y sólo escuchaba las palabras que salían
de su boca.
—Padre amado, en esta ocasión quiero presentarte a tu hijo
Ismael. Un hijo que se ha perdido, un hijo que ha fallado, un hijo
que te necesita, un hijo que está sufriendo, un hijo lleno de amor,
lleno de cosas buenas. Perdona sus faltas. Oh padre clamo ante ti
por su corazón que está llena de tristeza, su corazón sufre.
Ayúdalo a encontrar esa paz que necesita. Dale fuerzas, no lo
desampares como sé que nunca lo has hecho. Padre yo sé que no
es coincidencia que a él lo hayan traído aquí, padre yo sé que no
es coincidencia que hoy está postrado aquí, yo sé que no es
coincidencia que tú estés aquí con nosotros, que tú hayas venido
a traer el consuelo que él anda buscando. Aleja al maligno de su
camino, el maligno sabe que tan valiosa es su alma y quiere
arrebatar su vida, quiere robarlo de tu rebaño. Dios mío él es
hombre que necesita de ti, que necesita tu presencia.
El pastor siguió con su oración y cada palabra hacia algo en mí.
Sentí algo extraño invadiéndome, algo extraño alentándome, mis
manos sudaban, las lágrimas salían, la piel se me erizaba, sentía un
calor avasallante, un calor como si estuviera al lado de algún
extraño fuego, sudaba, mi cuerpo se llenaba de una energía que no
tendría palabras para definirla, seguía llorando, escuchaba el
pastor hablando en un idioma que no entendía, solo sentía, sentía
algo extraño, sentía una presencia, sentía a alguien con nosotros.

152
El pastor volvió nuevamente al español y puso una mano en mi
frente y decía con autoridad.
—Recibe tu fortaleza.
Y volvía y hablaba en lenguas que nunca había escuchado.
—Recibe tu poder —reiteró nuevamente.
Sal de ahí demonio de muerte. No te llevarás a este hijo de Dios.
No podrás tocarlo, no podrás herirlo. No podrás atormentarlo.
Yo recibía algo extraño. Mi corazón se detuvo por un segundo y
caí al piso. Caí en un trance difícil de explicar, escuchaba sólo
murmullos de lo que podría ser el pastor orando todavía, todo se
sentía en calma, todo se sentía en armonía.
—¿Papá eres tú? —pronunció una voz familiar.
Volteé a mirar y ahí estaba mi familia. Corrieron hacia a mí y me
abrazaron. La paz llegó a mi alma, sentí su amor puro, sincero.
Sonrieron y me dijeron.
—Dios nos ha hablado de ti y dice que eres un buen hijo, que
pronto estaremos juntos, que no te desesperes. Las batallas más
duras y difíciles siempre se las da a sus mejores guerreros.
Y así, como si fueran un simple espejismo se desvanecieron.
Volví en sí y aun el pastor continuaba orando. Sus ojos estaban
cerrados y las lágrimas brillaban en su cara.
—Todo esto te lo pido Dios mío en el nombre de tu amado hijo
Jesús amén y amén.
El pastor abrió sus ojos y me vio ahí tendido en el piso, boca
arriba, mirando al techo, con un semblante diferente, con una
mirada que no tenía evidencia de angustia.
—¿Cómo te sientes Ismael?
—¿Cómo me siento?
Me siento extraño. Creo que Dios ha hablado conmigo. Me
dijo…

153
—Tranquilo —interrumpió el pastor mi confesión.
No tienes que contarme nada. Mantén en secreto lo que has
pactado con él y cumple tu parte que él cumplirá la suya.
El pastor extendió su mano y me ayudó a levantarme. Cuando
estuve de pies me dio un abrazo y me dijo:
—Mi casa es tu casa. Si no tienes a donde ir o quieres apartarte
un poco de aquello que te cause dolor puedes venir o si quieres,
puedes quedarte aquí el tiempo necesario para aclarar tu mente.
—No sé qué decir pastor.
—Pues no digas nada.
—Acompáñame, te invito a desayunar. Pero antes deja buscarte
algo de ropa. Espérame aquí.
El pastor se marchó y me dejó solo con mis pensamientos.
Qué raro ha sido todo esto. Será que en verdad pude sentir la
presencia de Dios. No sabía que eso era posible, ni siquiera
imaginaba si esto era cierto, pero el dolor es poco, ya no me duele
aquí, en lado izquierdo de mi pecho.
Dios quizás sea la solución que ando buscando. Sólo te pido que
mantengas a mi familia en un buen lugar aguardando mi regreso.
—Toma, ponte esto. Creo que es de tu talla —dijo el pastor al
acercarse.
—¿Dónde puedo vestirme?
—Ves aquella puerta —respondió señalando al fondo del pasillo
del lado derecho.
Ahí está el baño.
Fui al lugar indicado y me cambié de ropa. Salí al encuentro del
pastor y nos marchamos a desayunar.
Fuimos a una cafetería a desayunarnos, comimos algo liviano,
hablamos de la vida y de las cosas bonitas que aún quedan en este
mundo, los comentarios de aquel siervo de Dios eran alentadores.

154
Yo desconocía la razón de su trato hacia mi sin ni siquiera
conocerme bien.
Salimos de la cafetería y nos dirigimos al parque donde estaba
ayer, allí se despidió de mí y me invitó a la iglesia hoy en la tarde.
Yo no respondí a su petición y lo dejé marchar con la duda, sin
tener en claro si mi presencia estaría esa tarde dentro de aquel
templo donde se habla de aquel que había muerto y resucitó.
La mañana estaba soleada ese jueves, el sol resplandecía en lo
más alto, imponente. Salí del parque y caminé unas cuadras hasta
detenerme en una tienda. Entré, compré algo de ropa, pagué y
seguí mi camino. Volví nuevamente al parque y me senté en el
banco donde escuché la misteriosa voz, me sentí nostálgico. Miré
desde mi asiento el árbol donde trepé y vi enganchado de una
rama la camisa que ayer llevaba puesta. Caminé hasta el pie del
árbol y encontré el retrato de mi familia. EL cristal del
portarretrato estaba roto. La lluvia había mojado la fotografía y la
imagen de la que antes fue mi familia se había esfumado, dejando
solamente un montón de colores mezclados difícil de distinguir.
Tomé el único recuerdo que quedaba de mi familia y lo tiré en el
zafacón del parque. La paz momentánea que había encontrado en
las palabras del Pastor de aquella iglesia que se ve al cruzar la calle,
me ha abandonado. Vuelvo a sentir la tristeza en mí.
Una familia compuesta de dos niños, una hembra y un varón,
una madre y un padre, entran al parque. Los niños lucen alegres,
contentos, llenos de vida. Corretean por todos los atractivos que
hay en el pequeño parque.
Sus padres permanecen observándolos a la distancia, abrazados
y sonrientes. Felices de ser una familia, felices de estar juntos,
felices de tenerse unos a los otros.
La envidia sonríe en mi cara burlándose de mí. Me habla de mi
soledad, revive el dolor que se esconde en lo que antes fue un
corazón. La llama del recelo se encendió en mi al verlos dándose
amor y recibiéndolo al mismo tiempo.

155
Volteé para no mirarlos más. Caminé con la mirada en mis
zapatos buscando algo que sé que nunca encontraré otra vez. El
pecho comenzó a arder. Tomé asiento en otro banco del parque
y dejé que mi cara mirara a quema ropa mis manos. Cubrí mi
rostro con ellas y me entregué otra vez a la oscuridad de mis
pensamientos.
—Papá ¿cuándo regresaras con nosotros? —decían los niños
dentro de esta oscura caverna.
Sólo podía escuchar sus voces.
—Ya voy —respondí en voz baja.
Destapé mis ojos y me levanté del banco de aquel parque, mi
sombra caminaba debajo de mí. decidí entrar a una fonda a comer.
Pedí lo mejor del menú, la mejor comida. Comí hasta saciarme
disfrutándola como si fuera la última vez que lo haría. Cuando
estuve satisfecho, salí rumbo a la iglesia para hablar con el pastor.
Llegué a la iglesia, pero estaba cerrada. Llamé al pastor, pero al
parecer no se encontraba. Crucé la calle y me detuve en frente de
la iglesia. me quedé contemplándola.
De repente el viento cálido se hizo frio. sentí una carcajada a lo
lejos, volteé, pero no había nadie.
La piel se me erizó y mis pelos se ponían de puntas. una
sensación escalofriante me invadía igual que ayer.
—¿No quieres ver a tu familia? —susurró una voz en mi espalda.
Me di la vuelta espantado, pero no había nadie. Gotas de sudor
resbalaban desde mis cienes hasta lanzarse al suelo desde mi
barbilla.
—Yo te llevaré a donde ellos están —prometió aquella voz
metiéndome en una especie de hipnosis.
Mi pensamiento quedó bloqueado. El mundo dejó de producir
sonido alguno. El tiempo se detuvo a saludarme y me hablaba del
final.

156
Mis pies comenzaron a moverse solos. Me llevaron a la parada
del autobús. En segundos se detuvo un autobús que decía
Marginal – Las Américas. Las puertas se abrieron y mi cuerpo fue
llevado al interior del transporte. Caminé y tomé asiento en la
última fila. El autobús estaba vacío, solo yo y el conductor
estábamos presente en esta fiesta fúnebre.
El carruaje hacia la muerte arrancó con destino al más allá. El
chofer hacia caso omiso a las otras paradas, al parecer, sólo ha
venido por mí. Mi vista sigue mirando el vacío desde la ventana,
ignorando el puente flotante, ignorando la avenida España,
ignorando aquel faro pintado de franjas negras y amarillas.
Una melodía tierna resuena en su cabeza recordando con
imágenes y sonrisas de lo que fue su último viaje con su familia.
El tiempo se hizo lento en ese recuerdo. Yo era el espectador de
esa película en donde los niños reían en el asiento trasero, mi
esposa sonreía mientras me acariciaba, y yo conducía con la
felicidad reflejando en mi rostro.
Un sueño ideal para aquellos que se esfuerzan por alcanzar la
verdadera felicidad y disfrutar el amor de la manera más pura y
sincera.
Allí va Ismael en un autobús solo, en cuerpo y alma; en busca
del destino, en busca de cumplir lo que con tanta sinceridad
prometió.

157
Capítulo XIX

La melodía sigue resonando en mi interior, los niños continúan


su alegre proceder dentro del auto, mi esposa luce inmensamente
feliz. La vida es única, no se repite, no se devuelve, simplemente
pasa.
Cada momento, sin duda, es especial. Dejamos que las
cuestiones del diario vivir nos atormente con sus preocupaciones.
Dedicamos tan poco tiempo a ser felices que creemos que una
casa nueva, un juguete nuevo, una nevera llena, es la felicidad.
Feliz. Feliz es aquel que tiene algo por que luchar, feliz es aquel
que disfruta lo que tiene, feliz es quien tiene a quien amar y es
amado.
La vida no tiene más valor que el valor que le da las cosas
importantes, las cosas que te hacen sentir pleno, las cosas que
enriquecen tu alma y alegran tu corazón, las cosas que siempre
quise y que ya las perdí.
El autobús recién ha entrado en la Autopista las Américas. Salgo
de aquel trance en el que sólo veía una familia feliz. Mi vista miraba
el horizonte, allá, donde la línea divide al mundo. El mar está en
calma, sin olas. El azul del cielo se refleja en su cara. Gaviotas
patrullan desde las alturas en busca de su sustento.
El autobús aceleró de manera súbita, al parecer, tiene prisa por
llegar a aquel lugar. Ese lugar donde perdí todo.
Las palmeras comenzaron a obstaculizar la vista al mar —vamos
entrando al kilómetro 4 de esta autopista—.

159
No sé qué hora es, no sé qué día es, no sé nada. Sólo auguro que
el final se acerca poco a poco.
Volví a sentir a alguien a mi lado. Mi vista no buscó su
presencia, sabia ya quién era. Estaba sorprendido de que no había
llegado con sus cadenas, ni su guadaña. No dijo nada, pero eso fue
suficiente para entender que había venido a buscarme para
terminar aquel asunto que ese viernes 12 de julio no culminó.
Tocó mi hombro y me preguntó:
—¿Estás listo?
No respondí, sólo asenté con la cabeza en señal de que estaba de
acuerdo.
—Entonces bajaremos aquí.
El transporte se detuvo, abrió sus puertas y me invitó a
desmontarme. Bajé inducido por aquella extraña presencia. El
autobús cerró sus puertas y se marchó sin despedirse.
Me quedé ahí a orillas de la carretera, congelado como estatua,
esperando el carruaje que me llevaría lejos de este mundo sin
sentido. Lejos de esta maldita existencia, lejos de este dolor que
me atormenta y me castiga.
Los vehículos pasaban a más de 100 kilómetros por hora,
zumban al partir el paso del viento sobre la calle.
—¿Recuerdas este lugar? —dijo el encargado de recolectar
almas.
—Sí, lo recuerdo. Aquí fue donde todo empezó y también aquí
será donde todo acabará.
—Tienes razón.
Vez aquel camión allá a lo lejos.
Mi vista buscó algún camión por toda la carretera hasta que
alcanzó a localizar uno a lo lejos.
—Si ya lo veo.

160
—Él te llevará a dónde quieres ir.
Mi boca sólo pronunció dos palabras.
—Mi familia.
La carcajada de la muerte resonó alegre por lograr su cometido.
Lágrimas salen por última vez de mis ojos, lágrimas diferentes,
lágrimas de felicidad. Sonreí y cerré mis ojos, me imaginaba a los
niños corriendo a recibirme como cada vez que llegaba del trabajo.
Vienen sonrientes a darme su amor, a colmarme de cariño,
hacerme feliz. Su madre lucía contenta al verme. Todos venían y
me rodeaban, cantaban una canción de bienvenida que regocija mi
alma. Me abrazaban entre todos y yo sólo seguía llorando de
felicidad. La felicidad ahora me inunda, me rebosa. Se siente
también amar y dejarse amar, querer y dejarse querer. Existir para
dar amor y recibirlo. Qué momento más bello, gracias por ser mi
familia y amarme hasta cuando no lo merecí, pero ya he vuelto a
casa para quedarme con ustedes para siempre.
Mis pies comenzaron a moverse solos otra vez. Caminaba
rumbo a atravesar la carretera con los ojos cerrados. Se
escuchaban sonidos de bocinas a lo lejos. Sentía la briza del mar.
Un camión color verde de esos que salen del muelle cargados
intentó frenar al ver a un hombre que caminaba despreocupado a
cruzar la calle. La velocidad era muy alta demasiada para detenerse
y no impactarlo. Los chillidos de un camión frenando se
escucharon a lo lejos. Sangre adorna la Autopista de las Américas
en el kilómetro 25, donde un camión atropelló a un hombre.
Un hombre que no tuvo el valor de afrontar la vida, un hombre
que murió como un cobarde, un hombre que decidió que ya era,
Tarde Para Comenzar.

—Mi papi, mi papi —gritaron los niños al ver mi silueta.


—Ismael ¿eres tú?
—Sí Alexandra, soy yo. He vuelto a casa como se los prometí.

161
Fin.

28-enero-19
162
Sinopsis

Alguna vez se te ha hecho tarde para para comenzar algo que


es verdaderamente importante, o para decir lo que realmente
quisiste decir, o para hacer lo que siempre quisiste hacer.
No entendemos que esta vida que tenemos es prestada, que es
efímera y que todo puede acabar en un instante. Sé que no lo has
hecho, yo Ismael Meléndez, tampoco lo hice. No valoré las cosas
importantes. Mi esposa, mis hijos, mi familia.
Tuve todo lo que necesitaba para ser feliz, y adivinen qué, no
supe aprovecharlo, no supe valorarlo. Ni siquiera fui capaz de
verlo, aunque siempre estuvo ahí en frente de mis narices.
Perdí el tiempo en cosas que verdaderamente nunca me hicieron
feliz, sólo por el que dirán, sólo por complacer a los demás. Que
tonto fui, que tonto soy, que tonto…
Ahora sólo sufro, sólo existo, sólo respiro. No soy nadie, no soy
nada. La vida sin ellos no tiene sentido. Es una existencia sin luz
sumergida en las tinieblas, teñida de dolor y de angustia. Sin duda,
realmente es Tarde Para Comenzar.
Si estabas buscando una novela que te muestre como es la vida
en realidad, ya la has encontrado.
Siéntela, vívela, entra en ella y escudriña cada sentimiento que se
esconde entre sus páginas.
La vida es sólo un momento en la eternidad, disfrútala.

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