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GRUPO “”4””

GLOVALIZACION Y CAPITALISMO

Capitalismo
Este es un sistema económico, basado en la propiedad privada de los medios de producción
y la consiguiente diferenciación con respecto a ellos de dos grupos sociales opuestos, y en el
hecho de que el proceso productivo procura una plusvalía que permite la acumulación y
reproducción del capital.
Por una parte, pues, existe la división de la sociedad en dos clases, los proletarios de los
medios de producción, que pueden ser individuos o sociedades, y los no poseedores de
dichos medios, que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo al poseedor – capitalista,
quien la explota en beneficio propio; entre estas dos clases sociales se establecen unas
relaciones de producción de terminadas por la estructura del proceso productivo. Con todo,
este esquema no se da jamás en estado puro, pues con dichas dos clases coexisten otros
grupos sociales, como pequeños propietarios, miembros de las profesiones liberales,
campesinos que no emplean mano de obra ajena, etc.
Por otra parte, para que el capital se convierta en elemento predominante del proceso de
producción y pueda hablarse de capitalismo es necesario que el capitalista pueda comprar
en el mercado la fuerza de trabajo que necesita como si fuera otra mercancía cualquiera, de
manera que pueda apropiarse de una parte del trabajo asalariado sin pagarla y asegurar con
ese excedente el desarrollo del propio capital y del capital en general, considerado en cuanto
propiedad social de los capitalistas. El mecanismo que pone en marcha y rige el
funcionamiento de la estructura capitalista es el de los precios fijados libremente en el
mercado. Esencialmente el capitalismo se identifica con la economía de mercado, sujeta al
juego libre, el empresario capitalista no puede hacer otra cosa que buscar la maximización
del beneficio propio, el cual dependerá de sus costes de producción y de los precios del
mercado.
Si las decisiones de los distintos empresarios coinciden, se produce el equilibrio de la oferta y
la demanda; en caso contrario, se tenderá, mediante una rectificación de los precios, a la
vuelta a ese equilibrio. Cuando este mecanismo falla, surgen las crisis de sobre producción,
por exceso de la oferte, o la inflación, por exceso de la oferta, o la inflación por exceso de la
demanda. Es cierto que, a partir de este esquema fundamental, el capitalismo admite
retoques y correctivos que lo atenúen o maticen, pero esas modificaciones, generalmente
exigidas por fallos internos del sistema y realizadas con el fin de asegurar su supervivencia,
chocan en el fondo con la lógica interna del capitalismo.
El Capitalismo, surge históricamente, como sistema social, posterior al feudalismo, y por
tanto , a la esclavitud. En estos dos sistemas anteriores, se producía también un excedente
económico, fruto del trabajo, del que se beneficiaba la clase dirigente, pero no se reinvertía
en un proceso creador de nuevos excedentes, capaces de asegurar la acumulación y
reproducción sistemáticas del capital, que es el rasgo típico del capitalismo. Éste se
desprendió del feudalismo, y de la servidumbre a través de un proceso largo y complejo que
significó la transformación de multitud de artesanos y pequeños capitalistas en contra de los
señores feudales. Japón y Prusia serían un ejemplo del primer caso; Inglaterra y Francia del
segundo. Este proceso se verificó, de todos modos, en dos fases: en la primera el pequeño
productor consiguió su emancipación de las cargas feudales que pesaban sobre él, y en la
segunda fue separado de la propiedad de los medios de producción para convertirse en un
asalariado sujeto a un capitalista.
La acumulación de grandes capitales, que se sumaron a los obtenidos anteriormente en el
comercio, en un número reducido de manos hizo que se pudiesen aplicar las innovaciones
técnicas surgidas durante el siglo XVIII. Fue entonces cuando apareció el capitalismo
industrial, como prolongación y en remplazamiento del capitalismo comercial dominante
desde los siglos XI y XII, y comenzó a informar la vida de las sociedades más avanzadas.
La revolución industrial, que venía ya gestándose desde el Siglo XVI, aunque no alcanzara
su plenitud hasta fines del SVIII, transformó los procesos productivos, transfiriéndolos del
hogar o el taller artesano a la fábrica y convirtiendo el trabajo manual, en mecánico, y exigió
la aportación laboral de un número cada vez más elevado de obreros. Este capitalismo
industrial inicial, era altamente competitivo, porque las empresas, de propiedad individual,
eran pequeñas y numerosas en cada sector y, por tanto ninguna de ellas tenía por sí sola
poder suficiente para intervenir decisivamente en el mercado. Sin embargo, la rápida
acumulación de capital, unido a los frutos inmediatos de la revolución tecnológica, que se
había operado, hoza que el proceso de crecimiento de las unidades económicas fuese cada
vez más acelerado. La consiguiente concentración se tradujo en las instituciones bancarias y
en las grandes sociedades anónimas. La consecuencia fue una sensible disminución del
nivel de competencia y la aparición en distintos sectores de mercados oligopolistas y
monopolistas dominados por pocas empresas o por una sola, las cuales podían de esta
manera aumentar sus beneficios recurriendo a diversos métodos, como adopción y control
de patentes, repartición de territorios en exclusiva, fijación arbitraria de precios, etc. En suma,
todo cooperó a hacer que sufriera un gran bajón el nivel de competencia típico del primitivo
capitalismo industrial. Por otra parte a finales del siglo XIX las grandes potencias industriales,
movidas por el deseo de conquistar mercados y fuentes de primeras materias cada vez más
amplios, se repartieron los territorios de África colonial.
En esta misma época fue también notoria la expansión de Gran Bretaña en Extremo y Medio
Oriente y, junto con Alemania, en China, Alemania, por su parte, proyectó sus intereses
sobre el Este europeo, mientras que EE.UU. prevalecía en Iberoamérica, y en el Pacífico. De
esta manera las grandes metrópolis llegaron a regir económica y aun políticamente la mayor
parte del mundo. No obstante, las sucesivas crisis económicas del sistema capitalista, en
particular la Gran Depresión de los años treinta, y las dos guerras mundiales,
comprometieron el desarrollo del capitalismo y contribuyeron a que el Estado fuera
aumentando cada vez más su intervención y sus mecanismos de control en la vida
económica de las grandes naciones capitalistas. Esto dio lugar, por un lado, a que ciertos
métodos, como la planificación, que por limitar la autonomía de decisión de la empresa
privada parecían propios sólo del socialismo, fueran introducidos en muchos países
capitalistas y por otro lado, a que aparecieran en estos mismos países fenómenos de
vinculación y colusión entre la administración pública y los sectores dominantes del
capitalismo privado, característicos de lo que se ha dado en llamar capitalismo monopolista
de Estado.
Este conjunto de hechos, ligados al factor determinante del alto nivel de desarrollo
tecnológico capitalista, ha hecho posible el innegable crecimiento del capitalismo y su
capacidad de substituir con menos oscilaciones y crisis que en otros tiempos, aunque
tampoco puede negarse que el sistema capitalista mundial se halla sometido en su pase
presente a una doble y constante polarización crítica definida por el binomio
inflación/recesión. En otro terreno, el establecimiento del socialismo en vastas porciones del
mundo, ha comprometido en cierto modo la validez del capitalismo como sistema "natural" y
"único" de organización económico – social.
Con esto damos por terminado esta parte, ya hemos hablado de que es y como surgió el
capitalismo. Haciendo énfasis en que es un sistema basado en la libre inversión de capitales,
que además abre la brecha entre pobres y ricos.

Globalización
¿Qué es eso?, francamente no es fácil definirlo, pero hace algunos años hemos empezado a
utilizar este término, para explicar o tratar de explicar una serie de fenómenos que se ha
suscitado sobre todo a partir de la caída del comunismo como sistema económico y como
ideología política. La globalización está a la base del nuevo orden internacional, de los
tratados de libre comercio, de los nuevos bloques económicos y de los mercados comunes.
Hoy día el debate acerca de la "globalidad", acapara miles de espacios. Se trata de un futuro
y un fenómeno compartido por el género humano. La integración de países y regiones a nivel
mundial ha traído múltiples efectos, de los cuales los negativos son los más notables. Crisis
financieras se expanden por todo el mundo, con consecuencias funestas para las economías
reales: empobrecimiento, desempleo, marginación…
En este tema, pueden entrar en conflicto muchos interesas, ya que tanto la parte económica,
como la parte moral se entrometen, ambas tratando de defender su punto de vista, la
pregunta que queda en el aire sería ¿Qué pretende la globalización?
Según Víctor Flores Olea, la globalización debe reorientarse a favor del genero humano,
además dice que esta idea no es la quimera de unos cuantos académicos y profesores, sino
que es ya el debate a nivel de los grandes centros de poder, puesto que finalmente, los
efectos tarde o temprano alcanzarán a todos.
De aquí, surgen temas y preguntas tales como ¿qué pueden hacer entonces los Estados
nacionales?, ¿Cómo, cuándo y quiénes pueden redireccionar la globalización?, ¿Qué está
pasando con la sociedad en los distintos países?.
El mismo Flores Olea dice que los efectos perversos de la globalización son el fracaso de
una manera de pensar, de escuelas teóricas que al implementarse no cumplieron sus
promesas, porque la "ortodoxia neoliberal", es una doctrina técnica e ideológica capacitada
sólo para aplicar sus propios postulados, pero incapacitada para hacer autocorrecciones
críticas – teóricas. Agrega que la expansión del sistema de producción y de intercambios es
algo inherente al sistema capitalista desde sus inicio, pero en los últimos veinte o veinticinco
años, cobra actualidad y vigencia y sufre un cambio cualitativo, un cambio de naturaleza, que
es lo que hoy se conoce con el nombre de Globalización.
Flores Olea, afirma que una de las situaciones que ha propiciado, tanto la Globalización,
como las crisis, es la Informática y la electrónica, ya que permiten hacer cambios,
redireccionar, reinvertir y hacer movimientos de capital con una velocidad absolutamente
extraordinaria, tal vez imposible hace unos cuantos años. Y no solamente eso, sino que se
ha automatizado los movimientos del capital, es decir, actualmente se programan las
computadoras para indicar que si en tales acciones se llega a un cierto punto,
automáticamente la computadora suelte las inversiones que hay y las mande a otro destino.
Estamos viviendo un mundo extraordinariamente informatizado y con un control
extraordinario del fenómeno por parte de las inversiones financieras, mucho más que de las
inversiones propiamente productivas del capital. Se ha dicho con razón que la globalización
es mucho más modesta en el aspecto de las inversiones productivas, que se siguen dando
de una manera muy importante a nivel nacional y también ciertamente a los niveles
regionales, es decir, con la creación agrupaciones económicas como la Unión Europea, el
TLC, el Mercosur, la APEC, etcétera.
Pero el hecho de que el fenómeno económico de la globalización esté determinado
esencialmente por el capital financiero y no por el capital productivo está originando
desajustes, crisis, inestabilidades, verdaderamente increíbles en prácticamente todas las
regiones del mundo.
En los países de donde salen los capitales en una horas, en unos días, en una semana - ya
sea por desconfianza o por disminución de la rentabilidad- hay verdaderas crisis y
dificultades económicas muy profundas que se traducen en pérdida de riqueza real, en
desempleo. Hay también recortes presupuestales de los gastos gubernamentales y en primer
término de aquellos gastos orientados a la cuestión social, es decir, todo este movimiento
financiero, que es especulativo, afecta profundamente los niveles de vida, los poderes
adquisitivos, la riqueza real de las naciones, etcétera.
Si a lo anterior añadimos que el fenómeno de la globalización en sus últimos 20 años de
desarrollo ha originado concentraciones de capital y al mismo tiempo marginación, pobreza,
desempleo, a niveles difícilmente concebibles antes, entonces nos damos cuenta que no
estamos haciendo una globalización que esté realmente resolviendo los problemas de la
sociedad humana, sino en muchas ocasiones, por el contrario, agravándolos de una manera
dramática.
También es importante decir que los efectos desastrosos de empobrecimiento, de
desigualdad de riquezas y de oportunidades en el interior de los países, están reorientando
las fuerzas políticas en una dirección nueva.
Once países de la Unión Europea hoy están en manos de las democracias socialistas o de
alianzas donde los socialistas tienen un peso específico. Todo esto ha creando nuevas
condiciones políticas para la reconversión y encontramos junto a esto una gran cantidad de
organismos sociales y ciudadanos que se están movilizando en el mundo entero pidiendo
una corrección fundamental del modelo económico de la globalización neoliberal.
También es muy importante subrayar la importancia del aspecto nacional en estos procesos
políticos, efectivamente el sistema económico del capitalismo es unitario y parecería que los
Estados nacionales tradicionales, fragmentados, lo reciben simplemente como un mandato
de Dios, o como un destino que no buscaron, sino que se les aplica de una manera
indefectible, como el destino griego. Pero el hecho es que son los Estados nacionales los
que han estado asumiendo estas políticas y han propugnado, han predicado y han
publicitado la necesidad y las maravillas salvadoras de la incorporación a la economía
globalizada.
En México eso lo hemos visto en varios sexenios: "¡No hay otra salida para el país que
abrirnos al exterior, que desregular las inversiones extranjeras, que adelgazar al Estado!", es
decir, devaluar lo público para privilegiar lo privado.
El momento nacional de las decisiones de esta composición, ciertamente global, es
fundamental y no puede subestimarse y creo que empiezan a surgir corrientes tanto
internacionales, como nacionales, que perciben que este tipo de globalización que se ha
impuesto es profundamente destructora de la sociedad.
Entonces, definitivamente, el proceso de globalización, que no sólo es económico, aunque ha
sido lo dominante, sino que tiene aspectos en la comunicación, en la informática, en la
cultura, etcétera, debe sufrir una profunda corrección, es decir, debe haber una globalización
democrática, una globalización de la solidaridad, en donde los objetivos no sean la mayor
acumulación de capital en el menor tiempo posible, que sería la definición apropiada de una
"economía de casino", de una economía especulativa, sino buscar en la economía
soluciones para el
desarrollo social y humano de todos los pueblos, que en el fondo ha sido la preocupación
real central de los grandes economistas de siempre, es decir, una preocupación moral y no
mecánica. Es decir, la economía al servicio del desarrollo, de
las necesidades humanas, de las necesidades sociales y no simplemente de los
requerimientos abstractos de la acumulación
desenfrenada del capital.
Harry Gayner, economista candidato al premio Nobel, nos propone una teoría llamada
Positivismo Económico, en la cual nos propone las siguientes premisas, que llenan el
espacio de la teoría de los economistas dominantes, llamada Economía de mercado.
a. Un ser humano revestido de valores.
b. Una familia fuerte, respetuosa y amorosa que es el sostén del estado.
c. Un medio social positivo
d. Una mejor distribución de la riqueza productiva y tributaria
e. La descentralización económica y política
f. Una democracia auténtica y una nueva relación entre el estado – gobierno y la
sociedad civil, erradicando la corrupción sistematizada, organizada y metódica.
g. El sagrado derecho a la vida y a los bienes
h. Lideres idóneos en lo social

Después de haber dado un panorama de diversos ecónomos ahora, veremos el lado moral,
dado por Monseñor Felipe Aguirre Franco, Obispo de Tuxtla, quien nos habla acerca de este
tema, y sus connotaciones religiosas.
Como un hecho que tiene que ver con las relaciones internacionales en el orden económico,
la Iglesia se ha interesado en todo momento de realidades, que se engloban justamente
porque encierran ciertos denominadores comunes que tienen que ver con las finanzas y los
fenómenos de la producción y de la distribución de las riqueza en estos fines del siglo. Ya
Juan Pablo II en la Centessimus Annus señalaba cómo es prácticamente imposible hoy en
día que las naciones resuelvan sus problemas encerrándose en sus solas posibilidades de
desarrollo. Y en el reciente Sínodo de América, los representantes del episcopado del
Continente, tocaron el tema. Sabemos que un Obispo americano le hizo el feo y dijo, no sin
razón, que la famosa globalización no era un concepto cristiano.
En el mensaje de la Paz de este año, el Santo Padre puntualiza algunos aspectos del asunto
con consideraciones de tipo moral. En primer lugar cuestiona un fenómeno cuyas
consecuencias no pueden todavía prever y cuya bondad no se puede dar por supuesta. ¿ Se
podrán beneficiar todos finalmente de un mercado global? ¿ Tendrán todos finalmente la
posibilidad de gozar de la paz ? Propone en seguida la centralidad de la persona humana,
que tiene que estar a la base de todo proyecto de desarrollo y progreso, finalmente pone a la
globalización el correctivo de la solidaridad, el desafío - dice - consiste en asegurar una
globalización en la solidaridad, una globalización sin dejar a nadie al margen.
Juan Pablo II sabe perfectamente que, detrás de la globalización está el fantasma del
capitalismo salvaje; el ardid de los dueños del dinero, poderoso caballero; el espejismo del
mercado, una sutil forma de marginación y un nuevo sistema de esclavizantes dependencias
económicas.
Los Obispos americanos, desde el estrecho Behring hasta la Punta del Fuego, han hecho
una valoración más precisa de la globalización económica, reconociendo de entrada las
consecuencias positivas que entraña desde el punto de vista de la eficacia y del incremento
de la producción. Señalan, sin embargo, con conocimiento de causa, los efectos negativos
que ya se perciben; la absolutización de la economía, la falta de trabajo, el deterioro de
algunos servicios públicos, la destrucción de la naturaleza, el incremento de la brecha entre
ricos y pobres y la competencia desleal entre las naciones. Sólo desde el punto de vista
moral de la dignidad de cada persona, podrá ser criterio válido que permita afrontar en la
globalización, lo relativo a la deuda externa, evitar la corrupción política y la marginación de
naciones y grupos sociales.
Si el fenómeno de la globalización se entendiera en un sentido moral y solidario, debería
ciertamente propiciar la negociación de la deuda externa dando ventajas a los países pobres,
y debería también buscar la forma como estas mismas naciones lograran la competitividad
en el mercado internacional. Si el objetivo de la globalización es verdaderamente no dejar a
nadie al margen, entonces se requieren importantes inversiones sociales por parte de las
instancias económicas mundiales para que se abata la miseria y la pobreza externa.
En el recién Sínodo de América, fue interesante y curioso a la vez que los Obispos
Latinoamericanos y los Obispos Norteamericanos hicieran causa común sabiendo de
antemano que nuestros países están endeudados sobre todo con los Estados Unidos y con
las instituciones internacionales que ellos manejan para controlar el mercado mundial. Todos
los Obispos secundaron la petición del Papa para que expertos en el orden económico
mundial y miembros del Consejo Pontificio Justicia et Pax se reúnan para analizar y buscar
soluciones, así como la otra ya citada para que la deuda externa se condene o al menos se
reduzca con ocasión del Jubileo del 2000. Hacia el fin del siglo y del Milenio, las relaciones
internacionales se ven condicionadas sobre todo por factores de orden económico, y por eso
la Paz requiere de una ética económica que regule esos procesos. Hoy no hace falta que un
país invada a otro con una ocupación militar para atentar contra su soberanía, hay nuevas y
sutiles formas de imperialismo a través de las fuerzas tan importantes y decisivas del campo
económico.
El Santo Padre exhorta a los Jefes de Estado y a los Responsables de las Naciones a fin de
que los ordenamientos que ellos dan puedan ser para los ciudadanos garantía de la justicia y
estímulo para un crecimiento de la conciencia civil, y a los cristianos a comportarnos según la
justicia y a vivir en paz con todos, porque Jesús no da simplemente su paz, nos da su paz
acompañada de su justicia.
El fenómeno de la globalización está diseñando un nuevo orden internacional. A nivel
internacional nos estamos situando en una estructura social análoga a la que estaba en vigor
en los primeros años del capitalismo puro, cuando tuvo lugar el inicio de la primera revolución
industrial. Desde entonces acá, y dentro de cada Estado, los poderes públicos han jugado el
rol de redistribución de la riqueza. La imposición fiscal a las rentas altas, y la creación de
servicios sociales para las rentas bajas, han dado como resultado estructuras sociales y
económicas razonablemente aceptables. Sin embargo la carencia a nivel internacional de
una Autoridad Pública, impide que se produzca a nivel mundial un reparto de la riqueza
similar al que ocurre dentro de las fronteras de un Estado soberano.
El sistema nacido en el siglo XVIII, ha pasado por importantes transformaciones. Los
primeros esquemas de procedimiento fueron alarmantemente inhumanos. La desprotección
jurídica y social de los trabajadores de las factorías y de las minas dio lugar a abusos y
situaciones que hoy día son inconcebibles en una sociedad medianamente modernizada.
Desde su nacimiento hasta hoy hemos de reconocer que el sistema capitalista ha
conseguido un avance en la producción de bienes y servicios como no lo había conseguido
ningún otro sistema con anterioridad. En 250 años, la sociedad capitalista ha logrado
avances técnicos, mejoras del confort de vida, de las comunicaciones, de los transportes,
incomparablemente mayores que lo que se consiguió en 5.000 años.
Juntamente con este éxito, hemos de tener presente su fracaso social. La ingente riqueza
acumulada en estos 250 años de capitalismo, se ha concentrado en reducidas áreas del
planeta, y ha mejorado las condiciones de vida de una escasa cuarta parte de la humanidad.
La inmensa mayoría de la humanidad no ha sido beneficiada por el éxito del desarrollo
capitalista.
El sistema capitalista está fundamentado sobre el principio del beneficio. El ciclo beneficio-
ahorro-inversión-beneficio constituye la dinámica esencial del sistema. Esta dinámica ha sido
probadamente eficaz para los países de occidente. A su vez, ha generado miseria en otros
países.
La cantidad de bienes industriales que el equipo actualmente instalado es capaz de producir
está ya creando un problema de espacio. Las ciudades atiborradas de coches aparcados
creo que es la imagen más representativa de un sistema productivo que ha alcanzado el
punto de saturación. Si a ello le añadimos la destrucción del medio ambiente, y los
problemas ecológicos resultantes, pienso si no es hora de ir pensando que el proceso de
desarrollo industrial iniciado en la segunda mitad del siglo XVIII está llegando al límite de sus
posibilidades. Que no muy tarde va a cesar, agotado no en su fracaso, sino en su éxito. La
crisis de saturación del crecimiento, que se experimenta en el reducido ámbito de los países
industrializados, contrasta con la penuria y el infradesarrollo de los países tercermundistas.
La sima se va agrandando entre la pequeña minoría del mundo desarrollado y la ingente
masa de poblaciones que mueren de hambre, de insuficiencias sanitarias, y de carencia de
cultura. Podemos defendernos con una muralla de logística militar, dotada de armamento
electrónico y nuclear, capaz de desalentar el asalto de los pobres al mundo de los ricos.
Sin embargo el problema de las migraciones, la presión ejercida sobre la frontera sur de
USA, y sobre las cosas mediterráneas de Europa, es un fenómeno que no va en retroceso, a
pesar de la legislación restrictiva y de la vigilancia policial. La cultura de la globalización es la
que ha llevado a la conciencia de muchas gentes el sentimiento de que los problemas de
penuria de países diferentes no son problemas ajenos. Todo el amplio sector de la
cooperación internacional, llevado a cabo por personas y organismos privados, también por
los propios Estados, son el indicio de esta nueva cultura que no cabe en los modelos de
toma decisiones clásicas del capitalismo. Los modelos de toma de decisión estrictamente
capitalistas que buscan solo y únicamente la maximización de la ganancia y la minimización
del riesgo, son incapaces de resolver el desequilibrio entre los países desarrollados y no
desarrollados.
La cultura de la globalización nos conduce a una superación de los valores tradicionales del
capitalismo. La globalización está reclamando incluir en los modelos de toma de decisiones
valores tales como la solidaridad, la distribución igualitaria de la riqueza, la justicia y la
ecología. Es desde el punto de vista de la globalización donde se están poniendo de relieve
las insuficiencias del modelo capitalista ahorro e inversión.
En el marco de esta crisis de la globalización capitalista hay textos que no pierden su gusto y
vigencia, que aportan elementos teóricos para quienes no asumíamos como desafiante un
marco económico cual es el actual:
«La llamada globalización capitalista constituye un modelo de economía mundial, regional y
nacional que divide las sociedades, concentra las riquezas y el poder político y margina a
grandes masas humanas degradando cada vez más a las personas.
Esta globalización mantiene todos los rasgos del capitalismo (explotación del trabajo
asalariado, extracción de la plusvalía, concentración de la riqueza y del poder) y agrega otros
elementos diferentes a los del capitalismo industrial, porque principalmente ahonda su
carácter parasitario o rentístico y se despliega como modelo de economía segmentada. Su
desarrollo y sostenimiento es a costa de la sociedad humana en su conjunto, donde la
mayoría se empobrece y se vuelve miserable y un sector cada vez más concentrado y
minoritario disfruta de los bienes que ofrecen la naturaleza y la vida social.
El fenómeno del flujo de capitales de inversión a través de las fronteras no es tan diferente
de lo que había sido al inicio del siglo XX, pero hay cambios en el orden social, como el del
marginamiento de grandes masas humanas respecto del trabajo y la producción. En otro
orden, las trasnacionales han constituido una verdadera dictadura mundial, con un mando
centralizado, aunque dependen de sus propios Estados, como es el caso de los Estados
Unidos. Sobre las cien trasnacionales más importantes de la lista de la revista Fortune, la
publicación encontró que todas se habían beneficiado de intervenciones específicas de los
Estados nacionales, donde tienen su base, mediante subsidios que provienen del
contribuyente fiscal y del desguace del aparato productivo público en beneficio de las
corporaciones.
“Hay un mercado —dice Noam Chomsky—, pero es un mercado guiado por el Estado, y el
Estado nodriza es un factor crucial, con el cual las corporaciones cuentan” y agrega:
“También existe una gran expansión del capital financiero, que es mayor que antes. Ese
capital financiero se ha vuelto dominante frente al capital industrial”.
La victoria o triunfo del llamado mercado es en realidad la victoria del totalitarismo donde las
corporaciones constituyen mandos centralizados, combinando las funciones ejecutivas,
legislativas y judiciales en una unidad de control superior.
Su poder alcanza a la propaganda, el dominio de la información y, según Chomsky, el
“control de la mente”.
El pensador Silvio Frondizi definió tempranamente, en 1946, que la integración mundial
capitalista es la última etapa del imperialismo. Esa globalización es la del capital financiero y
rentístico, por un lado, en el marco de una universalización de la revolución científico-
tecnológica, por el otro. La primera tiene un destino incierto; la segunda ha llegado para
quedarse por mucho tiempo, hasta que sea reemplazada por nuevos descubrimientos.
Hay tres nudos económicos que analizar con carácter previo y que son los siguientes:
1) Si estamos ante una onda larga o corta del capitalismo, de acuerdo a la teoría de
Kondratieff.
2) Si el modelo de economía segmentada, nombre más preciso que el de “globalización”, se
corresponde a un período signado por la violencia estructural o barbarización.
3) Si la transición nos lleva a un nuevo modelo de economía, más humano y libre, más justo
y equitativo, o si el período de inestabilidad y excepción será largo y muy cruento.
A mi juicio, la respuesta es la siguiente. Nos encontramos ante una onda larga del
capitalismo, depresiva y, por lo tanto, no expansiva. A diferencia de la expansión más grande
del capitalismo entre 1945 y 1973 (crisis del petróleo), la etapa actual es precaria y
vulnerable, signada por una inestabilidad permanente.
El capitalismo rentístico privatiza el dinero, tiende a feudalizar el poder, curiosamente
destruye el mercado y privatiza lo público.
Divide antes que une y, al mismo tiempo, concentra el capital financiero.

Han existido muchas globalizaciones a lo largo de la historia. Immanuel Wallerstein lo ha


explicado en su tesis de la economía-mundo. El Imperio Romano, la Iglesia Católica
medieval, el Imperio Británico, la revolución protestante, el Imperio Español, entre otros
ejemplos. No estamos ante un fenómeno original, sino frente a una etapa que Cornelius
Castoriadis y Herbert Marcuse, y antes Rosa Luxemburgo, caracterizaron en la tensión
Socialismo o Barbarie.
En esta onda larga del capitalismo hay una caída significativa del producto y del crecimiento
respecto del período anterior. Se fortalece el desempleo. Decenas de millones de personas
sufren el paro en los países centrales y son cientos de millones en la periferia. Hay una crisis
en el liderazgo imperialista.
Atrofia del G7 más Rusia, e intento de extender el poder de dominación mediante la OTAN.
Se produce la expansión y explosión del crédito. Hay dinero flotante y una formidable
especulación. El dinero toma autonomía respecto del comercio.
Existe un flotante de 200 a 300 billones de dólares en manos de multinacionales,
especuladores y en el lavado de dinero del narcotráfico (el pensador norteamericano James
Petras consigna cifras superiores).
La invasión electrónica en el mercado financiero y bursátil alienta transferencias enormes de
dinero en pocos segundos o minutos, como ocurrió con un operador que mandó a la
bancarrota a la Baring Brother en cuestión de minutos. La punta de esta crisis cíclica se está
produciendo a partir del estallido de las denominadas burbujas financieras japonesas y de la
crisis de los “tigres asiáticos”, que comenzó con la de Tailandia en el segundo semestre de
1997 y se extiende ahora por diversas regiones.
Anwar Shaikh y Ernest Mandel demostraron que una tasa promedio declinante de ganancia y
una tasa estable de interés obtienen una tasa de ganancia real negativa. Por ello no es viable
invertir más a largo plazo. Deja de ser favorable a la expansión, se convierte en freno y
entonces la oleada especulativa es mayor porque es menos favorable invertir.
Surge así el actual período de inestabilidad, de desempleo, miseria creciente y caos, en el
cual existe una autonomía relativa de la lucha de clases. Las huelgas en Alemania, Francia e
Italia, obligaron a cambiar el mapa neoliberal europeo por otro a manos del reformismo de
tipo socialdemócrata. De todas maneras, la violencia estructural es la que signa la etapa, con
el enfrentamiento entre mafias, locales e internacionales, el lavado de dinero del narcotráfico
y el surgimiento de las contradicciones secundarias, xenofobia, racismo, fundamentalismos y
guerras étnicas.
Es difícil saber el tiempo que durará la etapa de barbarización en la que recién penetramos.
No existen por ahora fuerzas, a nivel nacional, regional o mundial, que conduzcan
mundialmente la reacción, espontánea, de las masas oprimidas.

La globalización del capitalismo hace germinar tanto la integración como la fragmentación.


En la misma medida en que se desarrollan las diversidades, se desarrollan también las
disparidades. La dinámica de las fuerzas productivas y de tas relaciones de producción a
escala local, nacional, regional y mundial produce interdependencias y discontinuidades,
evoluciones y retrocesos, integraciones y distorsiones, afluencias y carencias, tensiones y
contradicciones. Es muy elevado el costo social, económico, político y cultural de la
globalización del capitalismo, para muchos individuos y colectividades o grupos y clases
sociales subordinadas. En todo el mundo, aunque en diferentes gradaciones, la mayoría es
afectada por las formas de fragmentación. Son principalmente esos los sectores sociales que
más resienten la ruptura de los cuadros sociales y mentales de referencia. La realidad es que
la globalización del capitalismo implica la globalización de las tensiones y contradicciones
sociales en las que se involucran grupos, clases sociales, partidos políticos y sindicatos,
movimientos sociales y corrientes de opinión pública,-en todo el mundo.

Cabe reconocer que esta globalización implica el desarrollo de una nueva división
transnacional del trabajo y de la producción. Todo lo que antes se presentaba como
principalmente nacional, se revela también transnacional, mundial o propiamente global. El
capital, la tecnología, la fuerza de trabajo, la división social del trabajo, el mercado, la
planificación y la violencia organizada y concentrada se expanden por diferentes lugares del
mundo. El fordismo, el toyotismo y otras formas de organización técnica y social del trabajo y
de la producción caminan más o menos libremente por el mapa del mundo, al igual que
caminan las empresas, las corporaciones y los holding.

Simultáneamente se desarrollan los grupos y las clases sociales en el ámbito transnacional.


Son individuos y colectividades crecientemente relacionados e Interdependientes, unas
veces organizados, otras desorganizados o en vías de organizarse. Todos son desafiados
por las transformaciones más o menos profundas de los cuadros sociales y mentales de
referencia. En la misma medida que las fuerzas productivas se transnacionalizan, incluso las
instituciones, los códigos y los parámetros que organizan las relaciones productivas, también
se transnacionalizan los grupos y las clases sociales. Tanto es así que se forman estructuras
y bloques de poder dominantes en el ámbito transnacional o propiamente global. Se
desarrolla así la globalización desde lo alto, desde arriba, articulando los grupos y clases o
bloques y tecnoestructuras que controlan el Poder económico y político.
Sin embargo, los sectores populares o los grupos y las clases sociales subordinadas son
desafiados a adaptarse a una realidad social, económica, política y cultural de estatuto
mundial. Sus cuadros sociales y mentales de referencia, sobre todo nacionales, pasan a ser
desafiados por los cuadros sociales y mentales abiertos con la mundialización de las
relaciones, procesos y estructuras que rediseñan el mapa del mundo.

Es así como la cuestión social adquiere dimensiones globales. Las relaciones de trabajo, las
condiciones de organización, las posibilidades de concientización, las técnicas de
reivindicaciones y los horizontes de luchas sociales, todo eso se lanza en el ámbito mundial.
Sin olvidar que la globalización de la cuestión social se enriquece o complica con las
intolerancias y los prejuicios raciales, de género, religiosos, lingüísticos y de otra especie. La
cuestión social se manifiesta compleja y enmarañada en implicaciones diversas, entre las
cuales se destacan las económicas, políticas y culturales. Una parte importante de esa
realidad se revela con las tensiones y los conflictos que se multiplican con los movimientos
migratorios transnacionales y transcontinentales.

Un aspecto particularmente importante y grave de la cuestión social se revela en el


desempleo estructural. Junto con el desempleo coyuntural, relativo al metabolismo recurrente
de las actividades productivas, se desarrolla el desempleo estructural. A causa de la intensa
y generalizada tecnificación de los procesos de trabajo y de producción, muchos son
apartados del empleo. La adopción de tecnologías electrónicas e informáticas origina la
potenciación de la fuerza productiva del trabajo, lo que lleva a la exención de crecientes
contingentes de trabajadores. Muchos de ellos se convirtieron en desempleados
permanentes o de mediano y largo plazos. Son dispensables, desechables o "achatarrables",
al igual que cualquier mercancía, puesto que su mercancía, es decir, su fuerza de trabajo, se
hace excedente dispensable. Es en ese sentido que el desempleo estructural se revela como
un aspecto importante de la globalización.

Este es el difícil y complicado escenario en el que los sectores populares están siendo
desafiados a moverse, a organizarse y a concientizarse, para reivindicar y luchar por el
cambio de sus condiciones de trabajo y de vida, por la transformación de las instituciones, de
los códigos y de los parámetros en los que prevalecen los intereses de los grupos y clases
sociales dominantes.
Globalización

Las relaciones económicas no son estáticas, y la geografía de la economía mundial se halla


en constante cambio. En los últimos años, la reestructuración industrial ha provocado la
globalización de los procesos productivos. Las industrias pesadas tradicionales se reubican
en los países menos desarrollados, mientras que las industrias de alta tecnología y de
servicios se instalan en los países desarrollados, incluidas las economías de los países del
Sureste asiático, los denominados ‘tigres asiáticos’. No obstante, aunque los países en vías
de desarrollo manufacturan productos y no son meras fuentes de materias primas, éstos
raramente controlan el proceso productivo, que en gran medida está en manos de empresas
multinacionales. Éstas buscan su instalación en estos países para aprovecharse de los
avances en las redes de comunicación y transporte, de las menores restricciones sobre los
permisos de instalación y el control de la polución y de los menores costes de la mano de
obra.

Además, los países menos desarrollados, en los que se ubican las nuevas plantas
industriales, no siempre se benefician de su presencia. A menudo, estas industrias apenas
mantienen relación alguna con la economía local, mientras que sus beneficios salen fuera y
no revierten en el país. El papel de las multinacionales es controvertido; cabe citar en este
sentido, por ejemplo, su implicación en la República de Suráfrica durante el apartheid, o la
actual inversión de una compañía petrolífera en el delta del Níger, en Nigeria. La reubicación
de las industrias pesadas también ha originado problemas medioambientales y de polución
en muchos países en vías de desarrollo. El desastre de la planta química de Bhopâl de 1984
es un ejemplo extremo. Todas estas cuestiones son objeto del interés de los geógrafos
económicos actuales.

A escala regional, la geografía económica se ha preocupado por el análisis de la importancia


de la concentración de ciertas industrias y usos de la tierra en determinadas regiones. En el
pasado, estos estudios se centraron en la relación entre los recursos naturales, como el
carbón, el hierro o el agua, y las industrias que surgían en torno a éstos. Sin embargo, el
desarrollo de las comunicaciones y de los sistemas de transporte desde la década de 1950ha
supuesto que la industrias ya no necesiten, nunca más, estar ligadas a una localización
concreta. No obstante, a pesar de que la globalización de la economía mundial y la
descentralización de las industrias de los centros metropolitanos tiende a minusvalorar la
escala regional, los estudios regionales han generado, de hecho, un gran interés en fechas
recientes. La geografía económica todavía se dedica al estudio regional, ya que el carácter
de las regiones es, con frecuencia, un importante aspecto a considerar por las empresas, en
la medida que concierne a la oferta de ciertos tipos de trabajo. La concentración de industrias
de alta tecnología a lo largo del corredor de la autopista M4 en el sur de Inglaterra o en el
Silicon Valley en la costa occidental de Estados Unidos, son ejemplos de ello.

La economía de los países altamente industrializados se basa en gran medida en el


consumismo, y la geografía económica acrecienta su interés por las pautas de consumo, así
como en la producción. Recientes trabajos, por ejemplo, se han centrado en la venta al por
menor y en la oferta de servicios. Estos estudios se han visto influidos por el reciente
resurgimiento de la geografía cultural, que analiza, a partir de una serie de aspectos como la
arquitectura, la pintura, los periódicos, la televisión o la moda, los patrones espaciales de la
cultura humana. Las numerosas relaciones entre las pautas de consumo y sus efectos sobre
la identidad de las localidades se han convertido en una cuestión fundamental en este tipo de
investigación.

Otro reciente tema de interés ha sido el desarrollo sostenible de ciertas actividades


económicas. Por ‘desarrollo sostenible’ se entiende el desarrollo económico que gracias a
una cuidadosa explotación de los recursos naturales hace frente a las necesidades actuales
sin comprometer la capacidad de generaciones futuras para hacer frente a las suyas. La
geografía económica ha mostrado, por ejemplo, los aspectos negativos del desarrollo
económico, como la polución, la degradación de los suelos y la desertización, evaluando sus
efectos en la sociedad del bienestar y proponiendo recomendaciones para un futuro
desarrollo más equilibrado.

Durante los últimos veinte años, la geografía económica, en todas sus modalidades, se ha
hecho más crítica, orientando su preocupación por la desigual distribución de la riqueza y el
bienestar. Los últimos progresos en esta ciencia, señalados anteriormente, implican un
abanico de escalas geográficas, pautas y procesos mucho más complejos y delicados que
los anteriores modelos neoclásicos. Se puede advertir un importante cambio en el campo del
interés de la geografía económica, que abarca desde la explotación de los recursos hasta el
bienestar humano en todas las partes del mundo.

Globalización, concepto que pretende describir la realidad inmediata como una sociedad
planetaria, más allá de fronteras, barreras arancelarias, diferencias étnicas, credos religiosos,
ideologías políticas y condiciones socio-económicas o culturales. Surge como consecuencia
de la internacionalización cada vez más acentuada de los procesos económicos, los
conflictos sociales y los fenómenos político-culturales.
En sus inicios, el concepto de globalización se ha venido utilizando para describir los
cambios en las economías nacionales, cada vez más integradas en sistemas sociales
abiertos e interdependientes, sujetas a los efectos de la libertad de los mercados, las
fluctuaciones monetarias y los movimientos especulativos de capital. Los ámbitos de la
realidad en los que mejor se refleja la globalización son la economía, la innovación
tecnológica y el ocio.

La caída del Muro de Berlín y la desaparición del bloque comunista ha impuesto una acusada
mundialización de nuevas ideologías, planteamientos políticos de "tercera vía", apuestas por
la superación de los antagonismos tradicionales, como "izquierda-derecha", e incluso un
claro deseo de internacionalización de la justicia.

En todos los países crece un movimiento en favor de la creación de un tribunal internacional,


validado para juzgar los delitos contra los derechos humanos, como el genocidio, el
terrorismo y la persecución política, religiosa, étnica o social.

Capitalismo

En el ámbito económico, el capitalismo se ha convertido en el marco conceptual y estructural


sobre el que se configura la actual economía mundial. El proceso iniciado en Europa,
concretamente en Gran Bretaña, y su progresiva expansión, no sin fuertes convulsiones y
desequilibrios desde sus primeros momentos, ha alcanzado una dimensión planetaria. Tras
los reajustes industriales, mercantiles y financieros posteriores a la II Guerra Mundial, el
capitalismo ha generado unas posibilidades de consumo insospechadas. Un proceso
posibilitado por los avances de la ciencia y de la tecnología y la creciente interdependencia
económica, favorecido, entre otros factores, por la progresiva concentración de la riqueza, en
manos de un pequeño grupo de estados, en entidades económicas como las multinacionales
y en organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial
que dictan las pautas de comportamiento económico de los estados. Un sistema que de
forma permanente se ha basado en una relación desigual en favor de los actores que han
mantenido una posición hegemónica en el sistema económico y fomentado unas relaciones
de dependencia, antes bajo formas de colonización en la era del imperialismo o en la
actualidad mediante la perpetuación de los desequilibrios Norte-Sur. Una influencia que
también se ha manifestado en la propia concepción de las teorías y modelos económicos, y
que se ha agudizado tras el fracaso del socialismo real y el escaso efecto de las propuestas
realizadas en pro de un nuevo orden económico internacional más justo.

Uno de los cambios aparejados al desarrollo de las sociedades industriales en Europa desde
el siglo XIX fue el cambio en el comportamiento demográfico y el crecimiento de la población.
A lo largo del siglo XX, la explosión demográfica ha sido uno de los fenómenos de mayor
relevancia y, de hecho, se ha convertido en uno de los grandes problemas globales que se le
plantean a la humanidad de cara al próximo milenio. Asimismo, a lo largo del siglo XX se ha
configurado y generalizado la sociedad de masas tendente a disfrutar de altos e igualitarios
niveles de vida, consumo y bienestar, pero cuya materialización presenta grandes
disfuncionalidades ya se trate de poblaciones que tienen acceso al desarrollo o viven
sumidas en el subdesarrollo. Indudablemente, los problemas sociales que aparecen en cada
universo social son radicalmente diferentes, pero en el caso de estas últimas se plantea la
frustración ante el hito de la modernización y la experiencia vivida respecto a la misma. Estas
condiciones plantean un desequilibrio constante para aquellas sociedades, provocando
fenómenos complejos de alcance mundial como las migraciones desde el Sur hacia el Norte
o la búsqueda de soluciones revolucionarias, que en ocasiones ponen de relieve las
reticencias hacia Occidente o la debilidad de las estructuras incorporadas desde Occidente,
por ejemplo el Estado-Nación, como se ha puesto de manifiesto en los estados
centroafricanos a finales del siglo XX.

La fisonomía del mundo contemporáneo sería difícilmente comprensible sin apreciar la


transcendental importancia del desarrollo de la ciencia y la tecnología, en especial en lo
concerniente a la información y a las comunicaciones. La interdependencia y la globalidad
del mundo, sintetizadas en la expresión de la “aldea global” de Marshall McLuhan, han sido
posibles gracias a dichos avances. Asimismo, los avances en la ciencia han sobrepasado los
límites del mundo occidental para mostrar un claro policentrismo en los focos de desarrollo
de la ciencia, como bien refleja el papel que ha jugado Japón tras la II Guerra Mundial. Un
desarrollo científico cuyas aplicaciones han alcanzado un altísimo grado de difusión a lo largo
del globo, aunque los beneficios del mismo todavía sean objeto de una asimétrica
distribución. La cultura y su amplio elenco de manifestaciones ha sido uno de los ámbitos
que mejor ha reflejado y ha dotado de un nuevo lenguaje y una nueva imaginería a la
contemporaneidad. La crisis de la posmodernidad manifiesta en el pensamiento filosófico, en
las ciencias y en las expresiones artísticas han puesto de relieve las limitaciones sobre las
que se habían basado los preceptos de la modernidad euro-occidental, y la necesidad de
replantear sobre nuevas bases el conocimiento del cosmos y la naturaleza humana. En este
proceso ha influido no sólo el propio devenir de la sociedad occidental y la crisis de
civilización experimentada a lo largo del siglo XX, sino también el encuentro con otras formas
de cultura y con otras civilizaciones.

Por último, el ámbito que mejor ilustra los nuevos signos del mundo contemporáneo son los
cambios que han sobrevenido en la configuración de la sociedad internacional actual. Los
dos últimos siglos han mostrado la transición desde una sociedad internacional forjada desde
la hegemonía eurocéntrica, a partir de un modelo de equilibrio de poder entre las grandes
potencias europeas y que culminó en los imperialismos de principios del siglo XX, hacia una
sociedad internacional plenamente universalizada, cuyo alumbramiento corrió parejo a la
crisis del poder de Europa a través de dos sangrientas guerras mundiales. La nueva
sociedad internacional establecida sobre unos pilares decididamente universales, se fraguó
tras 1945 sobre la lógica de la bipolaridad de dos superpotencias no europeas, los Estados
Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y más adelante, al finalizar la Guerra
fría, sobre una realidad policéntrica, cuyos contornos y definición son todavía objeto del
debate sobre el denominado ‘nuevo orden mundial’. La sociedad internacional tras 1945ha
sido el resultado de dos juegos de fuerzas: la dialéctica Este-Oeste, sobre la que se
manifestó la Guerra fría, y la dialéctica Norte-Sur, cuya notoriedad fue mayor a medida que
fue emergiendo una nueva realidad, el Tercer Mundo, cuya irrupción tuvo lugar con los
procesos de descolonización. Una tensión que aflora en toda su complejidad en el final del
siglo XX, mostrando no sólo las fisuras existentes entre el Norte y el Sur en términos
socioeconómicos, sino en un plano más amplio, al evidenciar las tensiones entre
civilizaciones. Una nueva sociedad internacional más vertebrada, en la medida en que se ha
ido institucionalizando la multilateralización de las relaciones internacionales, y más compleja
a tenor de la incorporación de nuevos actores, como los organismos internacionales, las
organizaciones no gubernamentales, las multinacionales o las internacionales de los
partidos, que sustraen protagonismo a la tradicional primacía de los estados. Y en última
instancia, una sociedad internacional que expresa en su totalidad la interdependencia y la
globalidad de los fenómenos y los acontecimientos del mundo contemporáneo.

Desde el punto de vista económico se llama globalización al proceso político, económico,


social y ecológico que estamos viviendo en la actualidad en el ámbito planetario, por el cual
cada vez existe una mayor interrelación económica entre unos y otros por alejados que
estén. Va más allá de fronteras, barreras arancelarias, diferencias étnicas, credos religiosos,
ideologías políticas y condiciones socio-económicas o culturales. Surge como consecuencia
de la internacionalización cada vez más acentuada de los procesos económicos, los
conflictos sociales y los fenómenos político-culturales.

Lo bueno de la globalización.

1. Desarrollo científico tecnológico sin precedentes que permite la coordinación de las


diversas etapas de la producción de bienes desde diferentes lugares de la geografía.
2. Libertad y masificación de la información sobre métodos de producción, nuevos mercados
y políticas económicas esta disponible a un costo muy bajo y representa un recurso muy
valioso.

Lo malo de la globalización.

1. Los más beneficiados han sido los países avanzados, y solo algunos de los países en
desarrollo.
2. Ampliación de las desigualdades sociales. El privilegio que tiene el capital sobre el trabajo
y la importancia que se le otorga a las relaciones mercantiles, facilitando la concentración de
la riqueza en pocas personas en detrimento de la pobreza de muchos.
3. Exalta una concepción del crecimiento, basada en el crecimiento económico materialista,
sin tener en cuenta al ser humano social. Llevando a una exclusión de aquello que no tenga
valor económico, en donde la exclusión se formaliza como uno de los principales resultados
del modelo.

I.La dimensión económica de la globalización

La globalización por la que atraviesa actualmente el sistema-mundo-capitalista (Wallerstein)


es el resultado -para ponerlo en términos de la economía política de Marx- principalmente de
la revolución de las fuerzas productivas, que desde los años setenta vienen operando desde
determinados nichos vinculados a la generación de conocimientos, información y
tecnologías. Este proceso repercutió profundamente sobre la división del trabajo, tanto al
interior de los ámbitos nacionales de los países más desarrollados, como sobre las
relaciones económicas internacionales. La consecuencia más palpable de todo esto es el
agrandamiento de la brecha entre países ricos y países pobres, que es medida mediante
distintos indicadores del reparto desigual de la riqueza que genera el sistema-mundo
dominante. Si en la división del trabajo clásica industrial lo que se valoraba era la fuerza
física del obrero, hoy en cambio, con la globalización, son las capacidades mentales y las
habilidades técnicas los ejes o referentes principales de la valoración de cualquier tipo de
trabajador que se ponga al servicio del capital, ya se trate de un simple operario de máquina,
un campesino, profesional técnico o un director de empresa. Una de las fuentes de la
ganancia en el capitalismo consiste en que el valor de uso de las capacidades reales del ser
humano son infravaloradas, por lo que el nivel real de la valoración, medido por ejemplo en el
salario, está condicionado por el conflicto capital-trabajo que la globalización no ha
suprimido.[2] Frente al discurso apologético que ensalza a la nueva economía proveniente de
la revolución científico tecnológica, el grado de conocimiento, así como el manejo técnico y el
dominio de información, entre otros, se han convertido en elementos que actúan detrás de
los procesos de segregación y exclusión de trabajadores de los mercados de trabajo y de los
procesos productivos más modernos.

1.1 Acumulación de capital a escala global

Al exponer sobre la «Tendencia histórica de la acumulación capitalista» [3] Marx daba a


entender que mientras no cesara el proceso de concentración de la producción junto a la de
los medios técnicos y la propiedad, la humanidad se mantendrá bajo la férula de la
prehistoria del capital. En los tiempos previos a la primera revolución industrial y
posteriormente, ese proceso se caracterizó por métodos violentos e infames de despojo;
pero es a partir del surgimiento del capitalismo monopólico y de la era imperialista (desde
fines del XIX y principios del XX) que la concentración de los capitales se fue realizando
mediante métodos más racionales y "técnicos", liderados por el capital financiero.

¿Con la globalización estaría llegando a su fin la «prehistoria del capital»? Aníbal Quijano
escribió hace varios años: «El capitalismo, la Historia del Capital, avanza ahora más rápida e
irreversiblemente en la dirección de su última realización. Cuanto más exitoso y más
plenamente realizado y gracias exactamente a su éxito, se despide de sí mismo.» [4]

Considerando entonces el argumento anterior, uno se sentiría tentado a concluir que la tan
mentada globalización representaría nada más y nada menos que el «Fin de la Historia»,
pero de ese proceso, como el anuncio de la gran victoria del capital. Sin embargo, conviene
preguntar también si será el siglo de la decadencia del capitalismo, aunque no
necesariamente el de su derrota.

Hay quienes sostienen que el capitalismo no enfrenta actualmente una "crisis económica
estructural" sino social (tesis de Göran Therbon). Ello, sin embargo, no supone negar la
existencia de elementos que ya se hallan incubados y que con toda probabilidad llevarán al
sistema a una próxima crisis, la cual, más que coyuntural o cíclica, debe interpretarse como
una crisis sistémica que vendría dada por la incapacidad del capitalismo para renovar en el
futuro las condiciones de acumulación, reproducción y crecimiento. Esos factores estarían
asociados al progreso técnico y a la centralización del capital. Para ponerlo en forma de
pregunta: ¿qué pasará si las fuerzas productivas ya no puedan ser más revolucionadas (es
decir, cuando cese la innovación tecno-científica) y la centralización de la propiedad y los
recursos lleguen al límite? ¿En qué condiciones la humanidad y el planeta alcanzarán ese
punto? Mientras eso suceda es obvio que el sistema continuará generando crisis sociales, lo
cual se ha vuelto "habitual" reconocer en todos los diagnósticos socioeconómicos. La
cuestión es preguntarse hasta cuándo es todo eso política y socialmente tolerable, y quiénes
están dispuestos a implantar una política de detente al mismo tiempo que de cambios
estructurales del sistema.
1.2 Con la globalización el capitalismo no volverá a ser lo que era antes

La revolución tecnológica ha hecho de la biotecnología, la investigación genética, el


conocimiento científico-tecnológico, la capacidad de innovación y los servicios, entre otros,
los nuevos nichos de generación de valor y plusvalor; repotenciando la capacidad de
reproducción del sistema a niveles y escalas nunca antes imaginadas. Esos avances han
puesto al capital globalizado, entendido como una relación estratégica entre los estados
(¿nacionales?) y las grandes corporaciones, en condiciones de ejercer su dominación sobre
las vidas, mentes y cuerpos; y esta es la gran diferencia con la época del capitalismo
industrial clásico y luego monopólico a nivel mundial (la era imperialista) donde lo vital era la
explotación del trabajo asalariado.

Como ya han señalado algunos autores y autoras occidentales (Ulrich Beck, Viviane
Forrester, André Gorz, Jeremy Rifkin) el mundo del trabajo ha empezado "virtualmente" a
desaparecer. El trabajo excedente sobre el trabajo socialmente necesario, es decir, tiempo
de trabajo no retribuido por el capitalista al trabajador, que era la principal fuente del
plusvalor, tiende a ser desplazado por un tipo de trabajo altamente calificado orientado sobre
todo a la producción de conocimientos y medios técnicos para el desarrollo a su vez de
nuevos procesos (microelectrónica, biotecnología, informática, nanotecnología, etc).[5] El
tiempo de trabajo invertido efectivamente en la producción es progresivamente sustituido por
el trabajo sin tiempo ni espacio: el mundo de la virtualidad. Se trata de un proceso inexorable
e irreversible. Ser considerado competitivo, hoy en día, significa ser capaz de brindar una
corriente de servicios intangibles altamente valorados por el capital, es decir conocimientos,
creatividad e innovación, como condiciones para añadir "valor agregado" a lo que se
produce.

¿Cuál sería el correlato de un proceso de trabajo que se vuelve cada vez más virtual? La
gran rentabilidad, así como el potencial crecimiento y expansión de los nuevos núcleos
productivos, donde está el corazón de la revolución en las tecnologías, ha atraído ingentes
capitales porque se ha visto en ello la nueva piedra de toque de la acumulación, sustento a
su vez del dinamismo de los mercados financieros: la inversión en acciones y valores de
empresas, grandes firmas y corporaciones vinculadas a las ramas "de punta", son también
objeto del juego de la mera especulación financiera y del interés de los capitales de riesgo.
Empresas como CiscoSystems, Yahoo!, Amazon y la misma Microsoft están estrechamente
vinculadas con estos capitales y mercados.
Sin embargo, se ha identificado la globalización con el "éxodo del capital" (Gorz 1998), para
dar a entender que la base de la acumulación actual está constituida por los mercados
financieros y bursátiles donde el capital es dinero acumulado que se reproduce a-sí-mismo,
aparentemente con una autonomía, dinámica y racionalidad propias, lo cual es parcialmente
cierto, pues parte importante de ese dinero que se acumula y se va capitalizando alimenta el
funcionamiento de los nuevos núcleos productivos, altamente rentables; es decir, no todo ese
capital está desprovisto de algún contacto con la esfera de la producción. En cambio, parte
del capital-dinero que se ve incrementado por la distribución de jugosos dividendos,
participación en los beneficios o por atractivos intereses, que por tanto no retorna a la
producción y que más bien se desvía hacia la especulación, ha ido generando una
"economía casino" o de carrusel a nivel mundial, siendo la expresión plus ultra del "éxodo" al
que se refiere Gorz; es decir, dinero que engendra dinero mediante las cotizaciones en bolsa
y la presión de una tecla, porque son billones de dólares los que se mueven todos los días de
un lugar a otro del globo en fracción de segundos, pero cuyo respaldo y garantía son los
depósitos y ahorros de toda la vida de la gente, así como las reservas y fondos de encaje de
los bancos centrales.

Ese es el fantástico mundo del nirvana capitalista, la realización suprema del capital-dinero,
donde solo en cuestión de un parpadeo de ojos se gana o se pierde millones de millones de
dólares. [6] Las locuras especulativas (burbujas financieras) acaban arrastrando (cuando
explotan) a las economías de los países que se adiccionan de ellos. Véase sino lo que
ocurrió en 1997-1998 con los "tigres" asiáticos (Tailandia, Malasia, Indonesia), después en
Rusia y Brasil; antes con México y Japón a comienzos de los noventa.

Mientras que el desarrollo tecnológico y de punta está produciéndose en los principales


nichos de valor y cadenas de valorización, aguzando la mayor concentración del capital y de
la propiedad, así como procesos de segregación / exclusión de la fuerza de trabajo; en su
fuga hacia el mundo de la virtualidad y la especulación, el capital-dinero de naturaleza
propiamente financiera, causa estragos en las relaciones económicas internas, sea en los
ámbitos sectorial, regional y aun local. Uno y otro proceso llevan necesariamente al
agudizamiento de las contradicciones del capitalismo imperialista en el largo plazo, frente a lo
cual se está respondiendo con la globalización política desde los grandes centros, liderados
por Estados Unidos, consistente en un nuevo ordenamiento de las relaciones de poder entre
los estados en función de la mundialización de la economía.[7]

En países como los latinoamericanos, para aquellos emprendimientos que no hayan logrado
modernizarse lo suficiente para poder competir (léase: exportar), o no se hayan acoplado
adecuadamente en alguna parte de la cadena de valorización global de alguna gran
corporación, solo les queda el apoyo estatal, su absorción por (fusión con) otra empresa
financieramente más solvente, o la simple sobrevivencia.

En este proceso de mutación el capital ha ido dejando a su paso muchos ejércitos de


excluidos, desempleados y subempleados, recursos y capacidades de trabajo que "no le
sirven". Masas de gente desesperadas y famélicas recorren las ciudades buscando
emplearse en cualquier cosa u ofreciendo lo que tiene / sabe hacer. El autoempleo es un
fenómeno social cotidiano en países como el Perú, una estrategia de los pobres y aun de las
capas medias para agenciarse de dinero y poder vivir.
1.3 Relativización del trabajo y crisis del Keynesianismo

Podemos abordar esta cuestión mediante las siguientes preguntas: ¿cómo y en qué sentido
el sistema económico "tiende a relativizar el rol del empleo"? Si el empleo está perdiendo
importancia relativa en la economía (sea por la tecnología ahorradora de mano de obra, o por
la menor demanda laboral y/o aumento de la informalidad), entonces ¿para quiénes va
dejando de ser relevante la consideración del empleo "como mecanismo de acceso a
recursos monetarios"?. Obviamente, no para los más pobres quienes solamente poseen su
propia fuerza de trabajo y la de sus familias.

En el marco de una economía con pleno empleo se asume que toda la población en edad de
trabajar (la PEA) está incorporada en el aparato productivo (la informalidad no existe);
empleo y ocupación son además conceptos equivalentes porque hablamos de trabajo
contratado y remunerado, sea por la empresa privada o por el Estado. El valor del producto
social que se genera con la fuerza laboral existente (dado un stock de capital) corresponde
con la cantidad de dinero que se echa a la circulación (emisión monetaria), haciendo
equiparables oferta y demanda. Bajo este contexto de equilibrio macroeconómico (donde el
Estado mantiene un presupuesto equilibrado) el empleo sí es un mecanismo válido de
acceso a los recursos monetarios (léase: ingresos, salarios y remuneraciones en general),
que permiten cubrir exactamente las necesidades del trabajador y su familia (los trabajadores
no ahorran). Esta es, en síntesis, la versión de la macroeconomía estándar.

Sin embargo, cuando el empleo es "relativizado" por el sistema entonces estamos operando
en una realidad no solamente con desequilibrios macroeconómicos, sino también con
dualismos y brechas sociales, que es la realidad latinoamericana: empleo/desempleo,
moderno/tradicional, formal/informal, riqueza vis-a-vis pobreza, inclusión de pocos/exclusión
de muchos, etc. En un contexto así la macroeconomía (keynesiana o neoclásica) deja de ser
el marco apropiado para diagnosticar, analizar y evaluar la realidad. Para diseñar alternativas
se necesita en estos casos construir escenarios más complejos o realizar un análisis
estratégico donde la economía es solamente una de las dimensiones del desarrollo.

En la actual etapa histórica esa postura teórica y epistemológica implica al argumento sobre
el agotamiento del pensamiento keynesiano, reconocido sin embargo por pocos. Si se pasa
revista a los planteamientos con enfoque macro surgidos sobre política social en la región
(pobreza y necesidades básicas, gasto y seguridad social, desarrollo urbano y otros)
aparecen al menos dos elementos comunes: el primero (a nivel teórico) lo constituyen los
fundamentos keynesianos alrededor sobre todo de la política fiscal redistributiva
(particularmente: impuestos, subsidios y reorientación del gasto); el segundo, en estrecha
correspondencia con el anterior, se refiere al rol activo y promotor que se le asigna al Estado,
lo cual es mal visto por quienes han hecho de la oposición entre mercado y Estado una
disyuntiva falaz (o una imagen maniquea).

Desde hace más de una década existe en América Latina una disputa ideológica y política
sobre el nuevo rol del Estado, pero que aún no concluye. Bajo el contexto de las reformas
estructurales y los procesos de ajuste, impuestos por el Banco Mundial y el FMI, la reducción
del tamaño del Estado iba frecuentemente acompañada por la menor asignación de recursos
para los llamados "sectores sociales" (educación, salud, vivienda, seguridad social).
Cualquier intento de propugnar una gestión pública del presupuesto más sensible hacia las
necesidades sociales urgentes, era y es vista como sinónimo de intervencionismo estatal y
rebrote inflacionario. Por eso, mantener a raya el déficit fiscal ha sido desde entonces el
caballo de batalla de los tecnócratas, cualquiera fuese el régimen político, que más bien
oculta una preocupación central (la cara oculta de la moneda): asegurar para el capital una
tasa de ganancia y brindar condiciones favorables para la inversión, como mecanismo sine
qua non de la ansiada integración de los estados latinoamericanos en la globalización.

Conviene plantear: ¿por qué el keynesianismo como estrategia de política económica cayó
en desgracia en los años setenta (segunda mitad)? Más que por una debilidad intrínseca, la
economía keynesiana reveló su crisis bajo los nuevos cambios y necesidades que
experimentaba el capitalismo, siendo este el contexto histórico en el que tiene que ser
explicado. La gestión keynesiana del Estado de Bienestar en Europa y Norteamérica con sus
controles, reglamentaciones, pero sobre todo con sus políticas económicas interventoras,
junto a la rigidez del sistema monetario internacional y del comercio exterior, resultaba una
camisa de fuerza y una traba para la creciente movilidad del capital -especialmente financiero
o en la forma de inversión extranjera directa-, que tendía a rebasar los marcos de los estados
nacionales. El "triunfo neoliberal" [8] en la década de los ochenta tiene una doble lectura. De
un lado, la apertura total del comercio así como la libre flotación de las monedas que
requerían los capitales en expansión, encontraron en el recetario neoliberal la respuesta
"científica" que necesitaban para justificarse. De otro lado, los neoliberales tuvieron la
audacia de presentarse como una solución en el momento preciso, con un discurso
económico que le daba en la yema del gusto a los intereses del capital, es decir, que el
nuevo "modelo" prescindía del Estado e inclinaba la balanza de la economía hacia las
fuerzas más dominantes del mercado (las grandes empresas, corporaciones y banca
internacional).
II.La dimensión política de la globalización

Si la globalización es un proceso inevitable y autónomo, la pregunta es: ¿hasta qué punto?


Esto nos lleva a la cuestión de los límites, que son nítidamente dos: 1) los límites
ambientales o la soportabilidad del planeta frente a los impactos a escala del capitalismo
globalizado sobre los espacios naturales y sociales nacionalmente considerados; 2) los
límites políticos o la "capacidad de aguante" de la humanidad afectada (clases, grupos,
estratos, capas y sectores sociales; comunidades étnicas, naciones, tribus) por los estragos
de la globalización y las miserias que produce. Desde este punto de vista, la globalización
capitalista solo puede dejar de ser inevitable políticamente, contraponiendo al poder global
del capital un contrapoder societal liderado por un conjunto de actores, entre los cuales
deberán estar los trabajadores. En ausencia de ese contrapoder será entonces la Naturaleza
la encargada de fijar tales límites, solo que cuando estos se manifiesten con toda su fuerza
podría ser demasiado tarde para la supervivencia humana en el planeta. Estas son las cartas
sobre la mesa que desde hace un buen rato el capital ha lanzado a toda la humanidad, y no
es ningún tremendismo ni fatalismo decir que nuestra suerte está echada: en cualquier caso
está en juego la supervivencia o la extinción, y es hasta estos límites adonde hemos llegado
o el capital nos ha llevado a todos.

2.1 La globalización es la contrarrevolución política del capital

¿Qué es lo que permite entender cabalmente el "fenómeno" de la globalización? ¿Por qué


apareció y hacia dónde nos lleva? Para empezar, el movimiento cíclico del capital como
sistema económico siempre viene acompañado de su respectivo ciclo político, es decir, por la
alternancia entre revolución y contrarrevolución. La globalización no es un suceso aislado (un
epifenómeno) sino el resultado de muchos factores a la vez y por eso es multidimensional.
Cierta literatura atribuye la globalización a lo que se podrían llamar acuerdos económicos
interestatales de los países más poderosos, materializados en políticas de liberación
financiera y desregulación comercial, como consecuencia del "auge" de regímenes
neoliberales. Aunque aquí se esgrime un contenido político no es necesariamente la
explicación política. La explicación política es otra. Conviene aclarar que la globalización es
mucho más que la expansión de los mercados a lo largo y ancho del planeta, como es la
opinión recurrente que ha sido masificada en el "sentido común" por los medios que
producen "opinión pública". Significa, ante todo y sobre todo, el nuevo ordenamiento del
poder hegemónico del capitalismo, lo cual exigió previamente -y aquí viene lo decisivo- la
derrota histórica de todos los movimientos revolucionarios tanto en el Norte como en el Sur,
pero también la del "despotismo burocrático" que rigió en Rusia y los países del este cuyo
sistema político se conoció luego con el nombre de «socialismo realmente existente» (Rudolf
Bahro).

Estamos hablando de dos siglos de enfrentamientos, que vienen desde el XIX y cubren casi
todo el XX, a lo largo del cual el capitalismo lidió su supremacía contra todo lo que se le
opuso al frente. El periodo entre 1965 y 1975 fue la etapa más reciente de esos
enfrentamientos, la que decidió il nuovo corso de la globalización y el "auge" neoliberal. Los
movimientos por una globalización alternativa, tienen como su más inmediato antecedente la
lucha de ese periodo que puso en cuestión a la cultura burguesa y el poder de la burocracia.

Allí tomaron parte no solo los trabajadores sino también otros explotados y oprimidos, capas
medias, juventud universitaria, víctimas de la colonialidad, movimientos "antisistema",
guerras de liberación, luchas anticoloniales, y guerrillas en América Latina; pero el escenario
donde el conflicto era estratégico y en donde el capital dirimió su poder hegemónico fue toda
Europa (el conflicto este-oeste). Algunos hitos: mayo del 68 en Francia y Alemania; la
revolución cultural china; el fin de la "primavera de Praga" con la invasión de tanques
soviéticos; guerra de Vietnam y Woodstock; la masacre de Tlatelolco (México) y el
"cordobazo" argentino; aniquilamiento militar del proyecto político guerrillero del che
Guevara; instauración del fascismo en Chile luego del sangriento derrocamiento de Salvador
Allende.

¿Dónde radicó el fracaso de esos movimientos e intentos, o por qué fueron todos ellos
derrotados? ¿Acaso el capitalismo no fue suficientemente cuestionado? ¿Los revolucionarios
y contestatarios no estaban prisioneros de la racionalidad capitalista proveniente de la
colonialidad del poder? Aníbal Quijano propuso una explicación:

«La cuestión apenas comienza a ser abierta. Con todo, es probable que eso se deba, en lo
fundamental, a que en especial desde el fin del siglo XIX hasta entrados los años 60 del
actual, entre esos movimientos y en particular entre sus grupos más exitosos, la hegemonía
del eurocentrismo -el patrón fundamental de la racionalidad capitalista- permaneció
incontestada. Es decir, no solo no alcanzaron a liberarse de ella, sino que nunca la pusieron
realmente en cuestión, ni en su teoría ni en su práctica.

«Dicho de otro modo, toda la historia del siglo XX, incluidas las revoluciones, transcurrió
dentro de y como parte del desarrollo del capitalismo. Y las revoluciones sociales, triunfantes
sobre todo, pero no mucho menos las derrotadas, sirvieron a la plena y final realización y
universalización de las principales tendencias y virtualidades del capital y de su orden de
dominación.»[9]

La derrota política de los sesentas y setentas fue entonces lo que permitió dar luz verde a la
contra-revolución neoliberal, contribuyendo -aun sin quererlo- al reordenamiento del poder
capitalista en el mundo (la mentada globalización). Esta es la historia que está por acabar y
el capitalismo no volverá a ser lo que era antes. No existe ningún fatalismo, al contrario, una
nueva historia ya empezó. Como sostiene Quijano: «en tabla alguna está escrito que
seremos siempre derrotados. Es, por el contrario, el momento de romper con las rejas del
eurocentrismo y de preparar la otra Historia, la que resultará de las grandes luchas que ya
están a la vista. ¡Esa nueva Historia puede ser la nuestra!».
2.2 ¿Globalización versus intereses "nacionales"?

¿América Latina está integrada en la globalización capitalista? La respuesta es afirmativa si


se considera que la región vive la globalización de los impactos de políticas
macroeconómicas que deciden e imponen los centros de poder con EE.UU. a la cabeza. La
misma pregunta se responde negativamente al constatar que los centros no son
consecuentes con el discurso sobre los beneficios que supuestamente trae la apertura
comercial para todos los países, cuando ellos mismos cierran su mercado interno a las
exportaciones latinoamericanas (por lo menos algunas) mediante medidas para-arancelarias.
Desde este punto de vista, la globalización para AL tendría más de ficción que de realidad.

En contrapartida, los beneficiarios directos de esa globalización, así entendida, se hallan en


los países del Norte. En el primer caso, dado que las políticas neoliberales operan a favor del
capital financiero-especulativo, los beneficiarios son los bancos, grupos financieros,
inversionistas y grandes trusts. En el segundo, el proteccionismo favorece a las empresas y
productores de bienes no-transables (es decir, no-exportables) del Norte, particularmente de
la agricultura y algunas manufacturas (v. gr. textiles). Viendo las cosas de esta manera, la
globalización bloquea el desarrollo económico "nacional" en el Sur al tiempo que
desestabiliza el manejo macroeconómico por déficits comerciales y endeudamiento público
externo, reforzando por esto mismo la dependencia de capitales foráneos.

Eso lleva a plantear algo similar a lo que en su momento se debatió en torno a la tesis del
intercambio desigual, que suscitó Arghiri Emmanuel (1980) en los años sesenta y setenta.
Este autor, utilizando los esquemas de reproducción de Marx, llega a mostrar que la
desigualdad en el intercambio comercial de mercancías surgía esencialmente por las
diferencias de salario entre los países, lo que ponía en entredicho el principio socialista de la
solidaridad internacional del proletariado. Su tratamiento del salario como una variable
independiente o exógena a la empresa capitalista con sede nacional, determinada por las
condiciones sociales e históricas de cada país, llevó también a un debate aparte, como el
que mantuvo con Christian Palloix para quien el salario estaba determinado por la
productividad del trabajo (tesis de la economía neoclásica). La cuestión fue que la discusión
sobre el intercambio desigual, llevada a la arena de la política, suscitó posiciones
encontradas en torno de si la naturaleza del conflicto radicaba en el enfrentamiento entre
países "ricos" y países "pobres" (conflicto Norte-Sur) o en una alianza "solidaria" del
proletariado y los dominados de todos los países contra la burguesía mundial (propuesta
hecha por Charles Bettelheim). La primera implica posturas nacionalistas en el sur (y
oportunistas en el norte) en virtud de las cuales se instiga a la "clase obrera" para apoyar los
intereses económicos, supuestamente "nacionales", de las "burguesías" de los países
subdesarrollados. [10]

Pareciera entonces que la globalización estimula el resurgimiento, en los países del sur, de
un nacionalismo renovado en la política, desde el centro hacia la izquierda, más aun si se
aprecia que entre capital y trabajo está nada menos que el Estado. De aquí a defender el
estado de bienestar en la política y la intervención del estado en la economía (o defendiendo
las empresas públicas de las privatizaciones) solo hay un paso. ¿Significa esto una suerte de
neopopulismo? En todo caso, ¿dónde estaría la continuidad y dónde la ruptura con respecto
al populismo, el estatismo y el nacionalismo?

2.3 Las nuevas condiciones del enfrentamiento

El problema para la crítica de la economía política del capitalismo, en su etapa actual de


globalización, es que, a diferencia de los siglos XIX y XX, la generación del plusvalor ya no
descansa solamente en la explotación del trabajo asalariado. Como ya se ha señalado, el
conocimiento técnico y científico tiende a desplazar a la fuerza física del obrero del proceso
de valoración del capital, como viene sucediendo en las ramas e industrias de punta que
lideran y experimentan con mayor intensidad la revolución tecnológica; la producción en
tiempo real tiende a ser el sucedáneo de la producción según el clásico "tiempo de trabajo".
El desplazamiento del trabajo asalariado, como tendencia, también debe quedar reflejado en
la composición orgánica del capital pues la nueva tecnología, plasmada en los equipos y
maquinaria moderna, exige para su manejo una capacidad de trabajo altamente calificada,
entrenada y capacitada (además de convenientemente disciplinada y "educada"). Los
trabajadores que no tengan la suerte ni el privilegio de reunir estos requisitos de calificación
para ser empleados como fuerza de trabajo del capital en las nuevas condiciones, son
irremediablemente condenados a vegetar en el mercado laboral como mano de obra
temporal, subocupada, autoempleada, o lanzados al abismo del "cuarto" mundo del
lumpenproletariado, indigentes y pobres extremos.

Aquella es la base estructural del retorno del desempleo en Europa y los Estados Unidos, de
la ampliación de la masa de marginados y desplazados en el Sur, así como de la
masificación del «ejército industrial de reserva» en todo el sistema.[11] La globalización
obliga además a replantearse el contenido de (y la utilidad práctica de seguir utilizando) las
categorías económicas tradicionales como trabajo, empleo y producción, exigencia
igualmente válida para esquemas de interpretación distintos como los análisis neoclásico y
keynesiano.

Cabe preguntar: ¿es relevante seguir planteando el conflicto político en términos de capital y
trabajo, o de «lucha de clases»? Si dos de las tres "novedades" que la globalización nos trae
consisten en la escala planetaria con que ahora opera el capital, más la dominación en todo
sentido mediante la "homogeneización cultural", entonces es toda la sociedad la afectada y
no son únicamente los trabajadores. Pero hay una "novedad" adicional a tomar en cuenta y
que abona a favor de esta posición, a saber: El capitalismo creció y se desarrolló más de la
cuenta, favoreció a algunos países, culturas, territorios y clases sociales más que a otros,
pero nos ha comprometido a todos en la crisis ambiental. Entonces, el nuevo escenario del
conflicto es el de la aldea global donde el centro y la periferia se han entremezclado (ya no
son claramente distinguibles ni separables).

Sostener que es "toda la sociedad" la afectada corre el riesgo de llevar a posiciones


nacionalistas y proestatistas de nuevo cuño, que ponen el acento en la confrontación entre
estados fuertes y estados débiles o sus equivalentes (conflicto Norte / Sur, países "ricos"/
países "pobres"), tal como sostendría cualquier postura política a la usanza de la antigua
balanza de poder del siglo XIX (Polanyi 1992). Esta cuestión así planteada nos lleva
necesariamente a debatir la naturaleza real del Estado en la globalización.

La globalización, sea mediante las políticas de desregulación de los mercados nacionales, o


las modernas tecnologías y las comunicaciones en tiempo real, ha abolido prácticamente las
fronteras entre los países para la libre circulación de capitales y mercancías. En una palabra:
fronteras para los pueblos, libertad para el capital. Pero al mismo tiempo el concepto de
sociedad civil, adscrito a la primera modernidad, ha dejado de ser tal para ser sustituido por
el de la sociedad civil transnacional, esto es, la pérdida del carácter "nacional" que encerraba
el concepto de sociedad en la sociología clásica. Por tanto, la globalización hace
desaparecer virtualmente la soberanía nacional del Estado en materia económica y socava
los fundamentos del «nacionalismo metodológico» de la primera modernidad donde sociedad
y estado aparecían integrando una misma arquitectura (marco referencial) con base en el
territorio (Ulrich Beck 1998).

¿Qué fuerza política puede tener el propugnar un Estado "nacional" en medio de un


capitalismo globalizado que literalmente destruye el empleo y expulsa a los trabajadores
hacia la precariedad (lo que se llama un capitalismo sin trabajo) y, a consecuencia de esto,
"resquebraja también la alianza histórica entre capitalismo, Estado del Bienestar y
democracia"? (Beck 1998, p. 97)
III.América Latina y la Globalización

3.1 La nueva dependencia

América Latina vivió un proceso de desarrollo que podría caracterizarse como de capitalismo
nacional, desde -digamos- 1945 hasta mediados de los 80 con intervalos de políticas
económicas más o menos liberales. Dornbush y Edwards (1992) llaman "populismo
económico" a todas las experiencias que tuvieron lugar en dicho periodo, donde incluyen
desde las variedades de nacionalismo estatal hasta los experimentos de socialismo y las
políticas heterodoxas. La justificación teórica y política -para ellos- es que todas esas
modalidades compartieron el intervencionismo estatal, que distorsionaba el libre desempeño
de la economía y el cual vendría a ser el origen de todas nuestras desgracias según la
reacción neoliberal de los 80.

Sin embargo, el desarrollo del capitalismo en América Latina no hubiera tenido lugar sin la
participación / intervención del Estado, tal como aconteció en aquel periodo. El Estado
latinoamericano fue una instancia privilegiada porque allí se definían y regulaban
(políticamente) las grandes orientaciones del desarrollo, y es la dirección económica de esa
instancia la que fue decididamente disputada por los neoliberales. Hoy en día las políticas
económicas son gobernadas y monitoreadas desde afuera por una tecnocracia internacional
y desde los centros de poder económico financiero.

La alianza que había entre capital estatal y capitalismo privado, que rigió con el modelo de
sustitución de importaciones para desarrollar los mercados internos, fue quebrada y
reemplazada por una nueva fórmula: la del minimax, que significa menos Estado y más
Mercado. Con una gran diferencia: las economías de los países dependen, de ahora en
adelante, sola y exclusivamente de los mercados mundiales respecto de los cuales las
consignas son: ¡Exportad o morir! y ¡¡creced, creced, creced!! El Estado fue reducido y
refuncionalizado para resguardar las fronteras, mantener el orden interno y asegurar
condiciones irrestrictas a la libre entrada / colocación / circulación de capitales en cada
territorio.

La adicción a las divisas sea bajo las modalidades de inversión extranjera, fondos de
cooperación o colocaciones de corto plazo, constituye uno de los mecanismos de la nueva
dependencia de muchas economías en desarrollo, entre ellas particularmente las de América
Latina, porque las políticas económicas de los países compiten entre si a través del manejo
de las tasas de interés y el tipo de cambio en procura de atraer esos capitales para resolver
crisis coyunturales (léase: de balanza en cuenta corriente, déficit fiscal o stock de reservas
internacionales).

Lo que dichas políticas evidencian es la articulación entre el Estado y el capital financiero


internacional, la cual tiene su concreción orgánica en los acuerdos con el FMI y el Banco
Mundial (Cartas de Intención) o en estrategias más globales (Consenso de Washington). Las
políticas económicas, al menos en América Latina y el Tercer Mundo, han dejado de ser
soberanas desde hace mucho tiempo. La adhesión a los equilibrios macroeconómicos y al
fomento de una "economía sana" de libre mercado, son los principales argumentos de un
discurso supuestamente moderno y técnico, realista y pragmático, para encubrir con un velo
ideológico la alianza estratégica de las élites empresariales, políticas y tecnocráticas con el
gran capital. En realidad, oculta también la incapacidad (política) del Estado (que en América
Latina es histórica) para tomar decisiones económicas que consideren los intereses y
necesidades de las mayorías postergadas y empobrecidas. Es necesario, pues, introducir en
los países pobres la demanda por democratización en el manejo de los asuntos económicos
de interés público, que ya tienen un apoyo mundial con lo de Seattle y el Foro Social Mundial.

3.2 El Consenso de Washington (CW)

Antes del CW América Latina ya había pasado por experiencias de políticas


macroeconómicas populistas (Dornbush y Edwards 1992) y de estabilización de corte
ortodoxo, ninguna de las cuales consiguió resolver la «crisis fiscal del Estado» (Bresser
Pereira 1991) que, en cambio, en el lenguaje del consenso, está codificado como un
problema de estatismo / populismo.

El CW se puede entender como la gestión macroeconómica del capital en la globalización.


Fue concebido para remover la ingerencia del Estado en la economía, especialmente en los
países del Sur, y lo logró en las cuestiones que se propuso hacer (privatizaciones, reducción
del aparato público, desregulaciones, apertura y libre entrada de capitales, "flexibilidad"
laboral).[12] Paradójicamente, el Estado recibió la responsabilidad de realizar con aplicación
el mismo recetario en todas partes, y por eso es también un gran perdedor. Esto permite
revelar la incapacidad de la clase política que se turnó en el poder para defender los
intereses de cada país. Dado que la sociedad siempre ha dependido del Estado en América
Latina, al perder el Estado perdió también la sociedad (exceptuando a las élites económicas)
y la clase política se desprestigió.

El CW y otros instrumentos similares tradujeron la voluntad política del Norte de querer


gobernar a las economías latinoamericanas con el mismo rasero. Los países experimentaron
la enajenación de sus políticas económicas, lo que equivalió a una pérdida de auto-
determinación.

El CW impuso a los estados latinoamericanos una doctrina económica cerrada que bajo el
manto de un "consenso" ocultaba los intereses del gran capital. La revolución económica
-mediante la cual las economías de la región son desestatalizadas- significó también la
sistemática desestructuración del sistema de estados-nación en la región y de los esfuerzos
relativamente autónomos de integración que se habían dado, condición sine qua non para
pasar hacia el reinado del mercado (léase de las grandes transnacionales).

Las políticas económicas inspiradas en el CW y consensos similares privilegian las variables


monetarias (déficit fiscal, tasas de interés, tipo de cambio, encaje bancario, circulante) sobre
las variables reales (producción, empleo, ingresos), lo que expresa la preeminencia del
capital-dinero sobre las otras formas del capital en el manejo de la economía de un país. La
gestión macroeconómica que impone una estrategia como la del CW se posesiona en dos
áreas claves, en torno de las cuales hace girar todo lo demás: pago de la deuda y gasto
público, lo cual hace que toda gestión macroeconómica sea convertida en asunto de fondos:
cuando hay crisis es por el factor NHP ("NO HAY PLATA"), tal como se mostró patéticamente
en Argentina.

El CW creó entonces un recetario homogéneo y estandarizado que se aplicó por igual a


todas las economías de la región, independientemente de su nivel de desarrollo; las políticas
económicas perdieron no solamente márgenes de autonomía sino que también les
enajenaron su nacionalidad, en el sentido que las decisiones fundamentales se toman fuera
de nuestros países. Se ha implantado la costumbre de que, antes que un nuevo gobierno se
instale, la "comunidad internacional" tiene que saber qué va hacer con la economía y cuál el
rumbo que piensa seguir, y esto se conoce primero en cónclaves y reuniones especiales;
pero lo que se difunde públicamente son generalidades y lugares comunes. El secretismo es
lo que rodea a las decisiones claves de la política económica.

EL CW equivale a hablar de política macroeconómica estandarizada, que fue consensuada


entre todos los organismos internacionales, los países más desarrollados y las grandes
multinacionales, para "gobernar" sobre nuestras enflaquecidas y famélicas economías. Es
decir, para gobernar también a los pobres. En tanto que consenso, impuso un lenguaje y
forma de pensar que se ha legitimado en la opinión de políticos, banqueros, empresarios y
de muchos economistas locales. Los medios masivos de comunicación lo convirtieron en un
lenguaje de sentido común que se habla y se repite todos los días, aunque muchas veces sin
que la gente entienda bien los contenidos y el sentido que se da al usar términos técnicos
(reducir el déficit fiscal, equilibrar el presupuesto, devaluar la moneda, etc.) con las
consecuencias que encierran para sus condiciones de existencia.

Los resultados alcanzados por el Consenso de Washington son, en resumen los siguientes:
1) En términos sociales (educación, salud, seguridad social, pobreza, empleo, distribución del
ingreso) los resultados obtenidos por las políticas económicas del CW fueron
contraproducentes en América Latina. Se profundizaron y ensancharon la desigualdad social
y la inequidad, afectando la gobernabilidad de los países. Los perdedores de esas políticas
fueron y siguen siendo los trabajadores de la ciudad y del campo, los desempleados, los
habitantes que viven en la periferia de las ciudades, los nuevos pobres (sectores medios
urbanos), las mujeres, los jubilados y los niños.

2) En términos económicos el CW favoreció con creces -y en primer lugar- a la banca


internacional, inversionistas extranjeros, grandes compañías, financistas y especuladores; en
segundo lugar a los grupos empresariales con mayor poder económico de cada país, esto
es, a los principales exportadores y grandes banqueros, seguidos por los capitales privados
que producen para el mercado interno y que en algunos casos son socios menores de
empresas extranjeras. El crecimiento económico -cuando se dio- se produjo en función de las
decisiones y los intereses corporativos de estos sectores, que fueron los grandes ganadores
y destinatarios del consenso.

IV. Elementos para construir alternativas desde los espacios locales

Desde hace un buen tiempo, en realidad a lo largo de los años noventa, los ideólogos del
capital y del pensamiento único han insistido machaconamente que fuera de las políticas
económicas por ellos promovidas, "no existen alternativas". ¿Es cierto? Lo único cierto es de
que, desde América Latina, no ha logrado constituirse un pensamiento crítico que cuestione
los fundamentos teóricos y filosóficos de la economía dominante, pero que al mismo tiempo
vaya en procura de brindar las bases maestras para la construcción de una nueva economía.
Esto último pasa necesariamente por una práctica junto a los sectores populares y de todos
aquellos que buscan el cambio, experimentando modalidades heterodoxas de intercambio,
organización de la producción, valorización de recursos y capacidades, distribución del
trabajo, es decir, poniendo a prueba y aprendiendo por ensayo y error. La Nueva Economía,
si es que se da, tendrá que venir asociada necesariamente a la cuestión del empoderamiento
desde los espacios locales.

Resulta importante que el énfasis del desarrollo, puesto actualmente sobre el crecimiento de
la producción material y el consumismo, se desplace hacia una mayor atención por el ser
humano en el sentido de potenciar y liberar sus capacidades creativas. En este nuevo
contexto, que debe ser socialmente construido, categorías como producción, valor y
reproducción tendrán probablemente que ser liberadas de sus connotaciones productivista,
economicista y de apropiación que tienen bajo el capitalismo.

Sin embargo, la economía política no ha desarrollado una crítica de la razón instrumental ni


del poder capitalista sino un discurso de la subalternidad,[13] con ingredientes neoliberales
sobre la "efectividad" del gasto social y eslóganes sobre la eficiencia de los pobres. El
problema de la construcción del discurso político y de una propuesta de poder societal, corre
varios riesgos como quedar encerrados dentro del paradigma de la "onda larga" capitalista
(v. gr. "consensos" de Buenos Aires y Santiago); pero también se abren las compuertas al
retorno de posturas políticas aparentemente clausuradas como los variados nacionalismos y
populismos. De allí la importancia de actualizar la crítica del capitalismo en un mundo
globalizado, sin dejar de tentar salidas alternativas que la situación exige sean igualmente
globales.

4.1.¿Qué tipo de sociedad emerge tras el «diluvio neoliberal»?

En los países de AL, donde sobre todo se han aplicado con dureza el mismo recetario, lo que
han emergido son sociedades de sobrevivencia o fracturadas en su tejido social ya que los
impactos del ajuste agravaron y aun comprometieron las condiciones de reproducción de la
misma existencia. A diferencia del famoso relato bíblico, quienes pudieron salvarse de ese
diluvio no han sido precisamente los trabajadores de la ciudad y del campo, ni los más
pobres y necesitados.

En cambio, suponiendo que la pregunta se refiera a una sociedad que está siendo
reconstruida, es necesario hacer explícita su premisa principal (sobre el Estado). Al respecto,
ese proceso pasaría primero por la conformación de una coalición de fuerzas políticas
progresistas, "desde el centro hacia la izquierda", que haciéndose cargo de la reforma del
Estado conduzca hacia la democratización sustantiva de la sociedad. En esto consistiría el
"nuevo curso" de la política democrática en América Latina para los próximos años.[14]

Debemos considerar que, si lo que ha emergido tras el diluvio neoliberal es una sociedad de
sobrevivencia con masas de excluidos, como lo es efectivamente en no pocos países de
América Latina, las tareas de democratización no pueden ser dejadas para después de que
las cuestiones económicas hayan sido atendidas. La propia reforma del estado y la reforma
democrática de las instituciones no pueden marchar junto con una sociedad debilitada por
tanto ajuste macroeconómico y desprovista por eso de capacidad de organización y
conciencia ciudadana para involucrarse en los asuntos públicos, lo cual deja al régimen
democrático relativamente aislado y expuesto a los grupos de poder económico, las
empresas transnacionales y los organismos internacionales que influyen sobre las finanzas
públicas.

4.2.Democratizar los mercados

Los mercados se pueden democratizar de distintas maneras. Si abrimos el concepto de


"mercado" para incluir relaciones y prácticas más allá del mero intercambio, la
democratización de los mercados implica apostar -en el largo plazo- por un proyecto de
transformación de las relaciones económicas. Si además tenemos en cuenta que el mercado
es la institución fundamental del capitalismo, lo que debemos responder al plantearnos una
consigna como aquella (democratizar los mercados) es si queremos mantenernos en la
sociedad de mercado o superarla. Se trata pues de una apuesta estratégica y no de
cualquier cosa porque detrás se halla la construcción de un poder alternativo.

La perspectiva de democratización de los mercados tiene que quedar inscrita en un proceso


de transición, cuya posibilidad depende de muchos factores como los sgtes: el interés y la
voluntad que pongan los actores que se involucren, los propósitos y objetivos que se quieran
alcanzar; las relaciones de producción, de propiedad y de organización económica que se
busquen innovar; la tecnología necesaria; los recursos humanos, materiales y monetarios
que se pongan a disposición; la capacidad para generar nuevas ideas e inventiva,
improvisación; las capacidades y experiencias personales, de grupo e institucionales que
concurren; las actividades económicas, los territorios y espacios donde tengan lugar, etc. No
menos importante es que la política y la economía deben marchar juntas, ya que los
mercados realmente existentes no son entelequias y están conformados por actores con
poder económico y político, incluyendo al propio Estado. Además en esta "aventura" se
deben tomar decisiones, ejercer liderazgo y direccionar / desencadenar procesos así como
efectos multiplicadores.

Hasta no hace mucho se había vuelto vox populi postular una economía de mercado "con
rostro humano". En los hechos significaba combinar el recetario neoliberal con un nuevo
contenido de la política social: mayor asignación del gasto gubernamental para salud,
educación y seguridad social en el presupuesto + programas de lucha contra la pobreza y el
desempleo. Es lo que recomiendan tecnócratas sensibilizados por la cuestión social como
Nancy Birdsall y Augusto de la Torre (2001). Se trata de una política social que a fin de
cuentas permita poner un poco más de dinero en el bolsillo de los pobres para que puedan
consumir y participar en el mercado, pretendiendo reducir así los niveles de pobreza crítica y
salir paulatinamente de la exclusión (si es que salen). Si esta política reactiva la demanda
agregada lo hará pero con un breve plazo de duración, ya que entre otras limitantes depende
del dinero del Estado y los fondos de ayuda (no reembolsables) que se puedan conseguir en
el exterior, además de someter a los pobres a esta (nueva) dependencia.

Ese tipo de neopopulismo económico (y político) -si se le puede llamar así- significa más de
lo mismo, donde los mercados se democratizan para los pobres en tanto consumidores, pero
no toca (ni siquiera roza) el poder de los oligopolios y "todos felices" porque el mercado tiene
ahora "rostro humano".

Existen al menos dos maneras de entender la consigna de «democratizar los mercados».


Una, que sea asumida desde el Estado por una suerte de coalición "progresista" que cubre
desde el centro hacia la izquierda (aunque no tan a la izquierda).[15]

La otra manera de entender el asunto consiste en democratizar y aun recrear los mercados
desde abajo, es decir, por (o con) la propia participación de los sectores populares. Una
cuestión previa a resolver es quiénes son los "sectores populares".
4.3.Las experiencias de economía popular

En muchos países de la región estas experiencias surgieron como respuestas frente al


problema del desempleo y el subempleo. Por ejemplo, los clubes de trueque en Argentina a
partir de mayo 1995, de los que tratamos a continuación.

Lo interesante es observar como se dio el proceso de desarrollo de dicha experiencia.


Empezó en una localidad próxima a Buenos Aires (Bernal) entre 20 personas, luego se
propaló a todo el barrio, de aquí se expandió hacia la ciudad dando lugar a clubes de trueque
que luego se denominaron nodos, cuando la "red" empezó a desarrollarse. El efecto
demostración permitió multiplicar la experiencia, reproduciéndola desde la gran ciudad hacia
los municipios y las provincias del interior. De esta manera, el fenómeno fue emergiendo a
partir de la periferia urbana para ir conquistando sucesivamente nuevos espacios (la ciudad,
lo local, la provincia). En su mejor momento, llegó a estimarse en medio millón de personas
los participantes regulares en toda la Argentina, denominados «prosumidores», con un
movimiento que valorado a precios de mercado fluctuaba entre 400 y 600 millones de dólares
al año.[16]

La difusión y marketing de la experiencia argentina se esparció rápidamente por la región.


Así, en Brasil, en la ciudad de Río de Janeiro y en el estado de Fortaleza/Ceara; está
también presente en Montevideo y Chile, en ciudades como Santiago, Valparaíso y
Aconcagua. En la subregión andina la experiencia argentina inspiró los casos de Rumihuaico
y Toctiuco, en Quito - Ecuador, y al Centro de Servicios de San Marcos en el departamento
de Cajamarca, sierra norte del Perú.

En el mundo existen muchas otras experiencias de intercambio con moneda social, que
utilizan distintas estrategias económicas, organizativas y metodologías de trabajo. Estos
mercados "heterodoxos" constituyen al mismo tiempo una suerte de laboratorios para
ensayar instrumentos y técnicas de gestión para economías locales (con proyección hacia lo
regional), pero son también espacios de experimentación social para reconstruir relaciones
de ciudadanía, institucionalidad y poder locales.[17]

Como toda experiencia novedosa, la de trueque con moneda social no está exenta de
riesgos, uno de los cuales es que su desarrollo no pueda sobrepasar de lo local y se queden
en prácticas que redunden en nuevas modalidades de sobrevivencia.[18] En este punto, la
capacidad para consolidar una base de acumulación es un factor crítico o estratégico, ya que
supone al menos dos tipos de articulación: uno al nivel de actividades, entre consumidores y
productores (unidades familiares, comunidades, micro empresas, talleres artesanales), y otro
al nivel territorial entre distintos espacios mercantiles que se articulan, integran y logran
complementarse. Sobre las posibilidades y los potenciales límites que enfrentan las
experiencias de trueque, José Luis Coraggio (1998) ha tenido un interesante debate con los
líderes de la Red Global de Trueque.

Otro tipo de riesgo -a manera de tendencia externa- es que esas experiencias, a medida que
van adquiriendo notoriedad pública e importancia, puede que sean cooptadas y formalizadas
por el Estado, pues predomina el enfoque tradicional de verlas como actividades
"informales". Asimismo, tarde o temprano, la necesidad de mantener la supervivencia de la
experiencia o de desarrollarla a otros niveles, lleva a buscar el apoyo del gobierno central y/o
de las agencias del estado (ministerios, secretarías técnicas, proyectos especiales, gobiernos
provinciales). Sea como fuere, el acercamiento desde / hacia el Estado requiere de mucha
claridad política acerca de lo que se quiere conseguir en tiempo y lugar, en términos de
costos y beneficios, de relaciones con el poder, de vinculación con otros actores
socioeconómicos, de aprendizaje y maduración, entre otros muchos elementos que deben
ser evaluados concienzudamente.

La democratización de los mercados basándose en el trueque con moneda social no es la


única posibilidad. Existen otras experiencias como las que se orientan mediante principios de
solidaridad, abarcando actividades de producción, comercio, consumo y finanzas "solidarias".
En estos casos, como en los de la moneda social, los criterios económicos convencionales
son subvertidos y la economía se rige con una racionalidad "social" donde la calidad importa
tanto o más que la cantidad. Véase por ejemplo las formas que asume la economía de
solidaridad en el Brasil, relatado por Paul Singer (1998)

Existen además muchos proyectos, actividades y estrategias institucionales, que asumen la


perspectiva del desarrollo humano del PNUD, a través de los cuales se busca igualmente
democratizar a los mercados (sin ser necesariamente un objetivo explícito), aunque en el
fondo no modifican ninguna estructura de poder. Se hace alusión particularmente a los
proyectos de las ONGs, organizaciones comunitarias y otras formas de asociación sin fines
de lucro, que trabajan en espacios locales, en las periferias de las ciudades, en ámbitos
regionales mayores, con comunidades campesinas o indígenas, con grupos de jóvenes y
mujeres, con desempleados y excluidos. Muchos de estos proyectos reciben fondos del
exterior y hasta forman parte de programas sociales del Estado; en no pocos casos -si son
proyectos de desarrollo productivo- se les exige resultados tangibles, económicamente
medibles en términos del usual costo-beneficio privado o de costo-efectividad si son de
naturaleza social. Por eso y con razón -ha sostenido J.L. Coraggio (1999)- el paradigma
neoliberal se mantiene «vivito y coleando», su eficacia se debe a que ha sabido imponerse
como parte del sentido común, incorporándose en las prácticas de los supuestos agentes del
cambio o de quienes lo cuestionan, "introyectando sus valores y criterios en el campo
democrático", sirviendo al mismo tiempo de "argamasa ideológica que pretende dar unidad a
una sociedad que se fragmenta materialmente".

En conclusión, la democratización efectiva y real de los mercados involucra también un


cambio de paradigma, una revolución en el pensamiento, en los hábitos y maneras de
pensar, observar, investigar, conceptualizar. ¿Podremos hacerlo desde las ciencias sociales
latinoamericanas?
4.4 La propuesta del Ingreso Ciudadano (IC)
¿Cuáles son los roles que en la economía y la sociedad tendría que cumplir el Estado para
volver aplicable (viable) el IC?, ¿quiénes (qué actores sociales y políticos) deberán definir
esos roles y de qué manera (condiciones de democracia y gobernabilidad)?; el IC
¿financiarlo con recursos del exterior (endeudamiento, donaciones, préstamos no
reembolsables) o con una política redistributiva (impuestos a la riqueza, transferencias,
contribuciones de solidaridad)? La primera opción (fuentes externas) conlleva el riesgo de
manejar los recursos con criterios populistas y de clientelismo político; la segunda, en
cambio, conduce a la negociación con los grupos de poder económico y la concertación entre
actores (partidos, organizaciones sociales, gremios empresariales), cuyas premisas básicas
son: transacción entre derechos y compromisos, apertura democrática y disposición a los
cambios.

Se corre el riesgo de confundir el IC con la noción de "ingreso mínimo vital", que en el marco
de las necesidades básicas es un ingreso para pobres e indigentes. Otro riesgo es creer que
el IC forme parte de una política asistencial de nuevo cuño. Habría que empezar aclarando:
¿quiénes entran en la definición de ciudadanía/ciudadano? Decir "los miembros de la
sociedad" es demasiado genérico para la realidad latinoamericana, especialmente en países
donde lo étnico convive dislocado de la ciudadanía, de la ciudad y de las políticas
ciudadanas. Una cuestión esencial: si el IC es un asunto de justicia distributiva su rango debe
ser un parámetro socialmente establecido, incentivando para ello a la participación y
diferenciando los espacios de aplicación en el país que se trate (local, microcuenca, región,
urbano y rural). De esta manera quedaría descartada la imposición de valores únicos u
homogéneos de mínimos y máximos. El IC, si es bien entendido y practicado, puede
convertirse en un instrumento de educación ciudadana, así como en un medio para recrear la
institucionalidad desde la base social, promoviendo además el poder local (y no me refiero a
los caudillismos locales).

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