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La cuestión de la autoridad congregacional – Parte 2

¡ALERTA ROJA!: ¡AÚN TENEMOS DISIDENTES A BORDO!

Un tiempo atrás, cosa de meses, un prestigioso intelectual, conocedor como pocos de las cuestiones
políticas del aún llamado “tercer mundo”, dio su parecer en un artículo publicado por un diario de
Buenos Aires (2), sobre los sucesos de este tiempo y algunas de sus consecuencias.

Alain Touraine – de él se trata-, Director del Instituto de Estudios Superiores de París, advertía con
énfasis sobre la insensatez de creer descartables y muertas a las ideologías que han marcado el
rumbo de la historia moderna.

Alejado de considerar al mundo como si fuera un mecano ajustable, Touraine se anima a disentir.
Cuestiona a quienes hablan del presente como de un tiempo en el que algo o alguien haya triunfado
en un sentido político. Este pensador, autor y catedrático francés, sostiene que nadie puede predecir
el rumbo de este tiempo, y no disimula su preocupación por la evidente falta de criterio solidario y
colectivo del hombre moderno, trasmutado en un ciego individualismo que pondría en peligro el
dinamismo propio de la convivencia social.

Alain Touraine no cree que el mundo se esté armando, sino por el contrario, supone que se ha
desarmado y que socialmente ya nadie se aglutina ni se une significativamente en nombre de los
grandes valores que fueron el cimiento mismo de la humanidad. Señala que no hay unión ni confianza
en ningún partido ni sistema de pensamiento, ni en las personalidades de la política.

Dice Touraine: “Lo que es más grave aún, la confianza en la modernidad, en el desarrollo, en la
marcha colectiva hacia adelante, a la vez económica, política y cultural, han desaparecido por mucho
tiempo”(3).

Touraine además opina que se precisa una toma de conciencia para reconstruir hacia el futuro un
modelo social que contemple las necesidades de todos los seres humanos. Ahora, si algo está claro
para Touraine, esto es el desinterés social, la ausencia de solidaridad y credibilidad y el dominio actual
de un sistema que coloca a millones de seres no sólo en el anonimato social sino en la miseria, el
desabrigo y el desencanto.

Concluye su escrito cifrando los últimos sucesos mundiales como la gran desembocadura final de un
siglo que, según sus palabras merece ser considerado “como la mejor imitación humana del
apocalipsis”. “Hay que volver a pensar todo, a reconstruir todo, a menos que nos contentemos con
hacer una fiesta en medio de las ruinas, eso sí, manteniendo a distancia a la muchedumbre de los
miserables” (4).

OTRA PREGUNTA: ¿LOS CRISTIANOS TENDREMOS ALGO QUE VER CON TODO ESTO QUE PASA?

La realidad social y humana será siempre el terreno ineludible de la misión de la iglesia. Porque la
tarea cristiana es el ser humano. Es vivir el evangelio en medio de lo que acontece en todas las
dimensiones de la vida. Si no estamos atentos al hoy de la historia es porque no estamos atentos a
Dios. Si no estamos comprometidos con lo que le pasa al hombre en el hoy de la historia es porque no
estamos comprometidos con Dios.

El amor a Dios es inseparable del amor al ser humano. Quien está de verdad preocupado por la misión
de la Iglesia de Jesucristo, está ocupado con el ser humano. Porque Dios es un empecinado en
peregrinar junto al hombre inmerso en el acontecer histórico. Y el hombre es hoy hacedor y partícipe
de una cultura que necesitamos comprender -al menos intentarlo-, a fin de ser discípulos de Cristo
como Cristo quiere, de una manera concreta y coherente con el proyecto del reino de Dios.

Por cierto que para llevar a cabo la tarea misional cristiana, necesitamos vivir una vida en sintonía con
los ecos del acontecer histórico; como personas encaminadas en la gracia de Dios por medio de Aquél
que se hizo hombre para salvarnos y congregarnos “en uno”. Esa es la raíz de la iglesia: Dios nos ha
hecho uno. Y eso no es otro que el criterio de autoridad que se desprende de la enseñanza bíblica.
Porque la autoridad es una función que cumplen quienes son iguales (hermanos) a los otros, ya que la
autoridad no tiene que ver ni con la jerarquía ni con el poder.

Lo que pasa en el mundo hoy, el espíritu del criterio ideológico imperante, tiene notorias
consecuencias en la vida cotidiana. Hoy, más que nunca, la vida está condicionada por una serie de
valores impuestos por el sistema mediante los medios de difusión.

Esto es un gran desafío para la iglesia. Esta cultura que masifica y uniformiza los gustos, los deseos,
expectativas, planes y proyectos de vida; a esta cultura que sugiere posible sólo una forma de
comprender la vida, la iglesia necesita responderle, como ya se ha dicho repetidamente:
contraculturalmente. A la individualización atomizada y a la insolidaridad social, la iglesia debe
atreverse a responderle viviendo de acuerdo al Evangelio de Jesucristo. Sería por así decirlo: encarnar
una cultura de comunidad de fe. De allí, que cobre una significación tremenda que reflexionemos
seriamente sobre la cuestión de la autoridad.

LA AUTORIDAD CONGREGACIONAL: UN TEMA EN LA AGENDA DEL DEBATE QUE NOS DEBEMOS.

Es sencillo, lo que entendemos por autoridad congregacional es un signo de lo que entendemos por
iglesia. En otras palabras, si podemos notar una deformación de la autoridad a la luz de la enseñanza
del Nuevo Testamento, se deberá a una deformación en la conformación de la iglesia.

Antes que nada debemos aceptar que la Biblia no ofrece discusiones cuando se trata -no del gobierno
de la iglesia-, sino de lo que sustancialmente la iglesia es. Si leemos leyendo el Nuevo Testamento
notaremos que iglesia es, sin más, un cuerpo. (Una pregunta: ¿esta metáfora no excederá lo
metafórico?).

Iglesia es una unidad, un organismo construido por personas que crecen y se desarrollan unos con
otros, sujetos a los valores integrales y nuevos del evangelio, que obedecen a un Jefe
(KEFALE/cabeza), y que tienen una tarea a realizar para la que han sido provistos de dones.

@REGULADOR = En ningún momento los textos del Nuevo Testamento presentan algún indicio
siquiera de una diferenciación jerárquica o una superioridad o inferioridad de alguna otra índole entre
sus miembros. Todo lo contrario. Se subraya la común-unión, la necesidad de unos con otros, la
ductilidad orgánica de cada uno. Tampoco hay rastro alguno de una relación verticalizada, sino de una
comunión horizontal de personas iguales aunque diversas -no uniformes- pero hermanadas.

No deja el Nuevo Testamento espacio alguno para curias ni jefaturas humanas. Porque la diferencia no
es jerárquica sino de funciones; y funciones que marcan una dinámica corporal que se expresa en un
plano horizontal simbolizado de manera mayúscula en el hecho de sentarse juntos a la misma mesa.

a. La autoridad deviene del misterio del Reino de Dios.

En las raíces de la común-unión reside el misterio en la manera que se entiende la autoridad


congregacional. Misterio porque se deriva del Reino de Dios que transforma los criterios humanos.
Misterio porque la autoridad es en la iglesia una función que expresa amor, servicio y humildad en vez
de poder, privilegio y soberbia. Misterio porque inaugura la novedad de no responder ya a la
concepción de autoridad jerárquica-militar del mundo romano, ni tampoco al clasismo aristocrático del
mundo griego, y ni siquiera al de castas y linajes palaciegos de la religiosidad judía del siglo uno.
Jesús incorpora un nuevo lenguaje incluso cuando de autoridad se trata. La autoridad ejercida en el
escenario de la iglesia debe ser un anticipo de los valores del misterio ya revelado del Reino de Dios.

b. La autoridad tiene como sustento una vida santa.


Las cartas pastorales (5) presentan sin duda la eclesiología más avanzada del Nuevo Testamento. En
ellas queda a todas luces en evidencia que una vida ética y moralmente en línea con la vida de Jesús,
resulta ser la razón de fondo que sustenta la autoridad en una congregación. Una santidad que no sólo
contemple la ausencia de pecado, sino la presencia de un compromiso de amor y servicio hacia los
hermanos y hacia la sociedad de los hombres y todo lo que en ella ocurre. La autoridad no deviene de
la fuerza, ni del linaje del apellido, es fruto de la vida y el carácter al cual Jesucristo nos ha
convocado, y que se expresa en todas las manifestaciones de la existencia. Y santidad no sólo es
separarse sino comprometerse.

c. La autoridad no es autoritarismo ni personalismo.


El autoritarismo presente en muchas de nuestras congregaciones (a menudo disfrazado de
paternalismo), es una deformación de la autoridad porque señala un adueñamiento de la iglesia que
ya tiene un dueño: el Señor. Porque niega los dones diversos presentes en la iglesia y rompe la
horizontalidad de la comunión fraterna entre los miembros. Silencia la voz de la comunidad (voz de
Dios) y entroniza la voz de uno (voz de hombre). Impide el crecimiento de los hermanos cuando
debería promoverlo y, es una severa oposición al funcionamiento comunitario de la iglesia. Además
señala una debilidad en el liderazgo.

El personalismo entroniza el culto a una persona (lidad). Una persona que se piensa y es pensada por
los demás como habitando “más cerca” de Dios que el resto. Es la creencia en un iluminado, un
ungido, alguien con la presunta facultad de ser oído por Dios de manera mayúscula, en una evidente
relativización del texto bíblico e incluso de uno de los más grandes postulados de la Reforma: el
sacerdocio personal de cada creyente, esto es, cada creyente en íntima comunión con Dios. El
surgimiento de personalidades erigidas como prototipos del ser cristiano en nuestra sociedad, nos
habla de la escasa presencia de la iglesia como una comunidad encarnada en la tarea empezada por
Jesús, y significa una inconsistente expresión de la verdadera autoridad congregacional.

INSISTO: NOS DEBEMOS UN PROFUNDO DEBATE SOBRE ESTE TEMA.

En este escrito mencionamos, a modo de mero bosquejo, algunos rasgos de la situación actual de esta
cultura global. Que se celebra el triunfo del Nuevo Orden y el Progreso cuando hay millones y millones
que no cuentan con lo elemental para subsistir. Cuando hay enfermos de miseria y dolor que se
multiplican por la periferia, y no tanto, de este sistema. Cuando hay muchos millones y millones de
hombres y mujeres que ya no creen en nadie, en nada, y ni en sí mismos.

Cuando el desencanto gobierna el alma del hombre moderno.


Ya estamos descubriendo que los satélites no alcanzan. ¿Irá la iglesia a ofrecer su corazón? ¿Iremos
nosotros? Si han muerto los ideales, las utopías transformadoras, no podemos nosotros perder de
vista que Jesucristo aún “sigue siendo el mismo”, y que su Palabra de trueno y victoria nos asegura
que “hará nuevas todas las cosas”.

Salirle al paso a este mundo -”saltar de las trincheras”, como bien dijo Báez Camargo, es la tarea
imperiosa de la Iglesia hoy. Pero sin panfletos, sin iluminados, sin gerencias evangelísticas.
Encarnados en la realidad integral y universal del drama humano, como Jesús nos enseñó “para que
sigamos sus pisadas”. Por lo tanto, se hace necesario revisar si el ejercicio de la autoridad en nuestras
iglesias responde al espíritu comunitario, a una dinámica funcional de los dones, y a un liderazgo
derivado de la santidad, el amor, la humildad y el compromiso. Como pastor, imagino, espero, aquel
día en que nos sentemos a la mesa para hacernos juntos un montón de preguntas sobre, por ejemplo,
el tema de la autoridad. Esa es mi pequeña utopía, que les confieso, aún no ha muerto.

DEDICATORIA
A mi Papá, quien equivocado o no, vivió el peronismo de la década del cuarenta
-el tiempo de Evita-, como la puesta en marcha de una utopía transformadora que luego él vio morir.
A mi viejo, que hoy ha puesto toda su esperanza y su confianza en Jesucristo.

REFERENCIAS
1. René Padilla. “Cristo y anticristo en la proclamación del Evangelio”. América Latina y la
evangelización en los años 80. C.L.A.D.E. II, Nov. 79. pág. 227. Padilla cita a Raymond Aron (La Era
Tecnológica, Editorial Alfa, Montevideo, 1968, pág. 59) quien hablaba ya de la polarización ideológica,
la expectativa sine qua non de los gobiernos que coincidían ya en la construcción de sociedades que
no se diferenciaban en cuanto a lo que perseguían como modelo de vida. René Padilla agrega que sin
negar la diferencia entre el capitalismo y el comunismo (recordemos que esto es dichoa mediados del
70) en la práctica, sin embargo ambos sistemas perseguían ya lo mismo en un sentido económico e
industrial.
2. Alain Touraine, “Página 12″ Una fiesta en medio de las ruinas. pág. 13, sábado 28 de diciembre de
1991.
3. IBID.
4. IBID. (el subrayado es mío)
5. Las cartas pastorales a las que me refiero son I y II Timoteo, y Tito.

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