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Recención:

AURELIO GARCÍA, “Reflexiones en torno a la incineración”, phase, N°246, 2001, 477-492.

Derrida, no sabemos enfrentar la muerte. Hay que aceptar la realidad, es la libertad y responsabilidad.

“CREO EN JESUCRISTO…MUERTO Y SEPULTADO”


Expresión del Símbolo de los Apóstoles. Cristo fue muerto y sepultado, y al tercer día fue resucitado.
Esto es la expresión e posterior identidad de los Cristianos. Si el Maestro fue sepultado, sus seguidores
también, en la espera de la promesa de también ser resucitados por Cristo. Frente a las demás prácticas
paganas. La liturgia evolucionó y desarrolló ritos funerarios que expresan el amor y la veneración por
los hermanos difuntos.

Veneración cristiana del cuerpo del difunto


La reciente reforma litúrgica acentúa el carácter pascual de la muerte del cristiano. Esto es, el
cristiano, como bautizado, ya ha participado de la muerte y resurrección con Cristo. Fue sepultado en
las aguas de la muerte y emergió de ellas como una nueva criatura renovada por el Espíritu Santo. Las
exequias celebradas nos recuerdas que celebramos al hermano difunto a la luz del misterio pascual de
Jesucristo, en la esperanza de la resurrección. Se tiene la convicción de que todo el hombre: alma u
cuerpo, formando una unidad vital, es objeto de salvación. De ahí el respeto por el cuerpo. Simbología
en las exequias: (1) cirio pascual junto al féretro: relación existente entre la muerte del cristiano y la
resurrección de Jesucristo; (2) aspersión con el agua bendita: relación entre la muerte del cristiano y su
bautismo [incorporado desde el bautismo a la muerte y resurrección de Cristo]; (3) incensación del
cadáver: recuerda que su cuerpo fue templo del Espíritu Santo (por la unción del crisma) y sagrario
eucarístico al comulgar; (4) deposición del cuerpo en el sepulcro: respeto funerario al cadáver del
hermano difunto. La oración acompaña a los ritos expresando los sentimientos de recuerdo y afecto
por quien convivió con nosotros.

Inhumación
Se convirtió en una de las formas de diferenciarse del paganismo, aunque ciertamente hubo
excepciones a la regla, lo que primaría sería la inhumación. Deponer el cuerpo del difunto en las
entrañas de la madre tierra imita la espera silenciosa del cuerpo de Cristo hasta su resurrección.
Además posee un fuerte simbolismo bíblico: el cuerpo creado de barro es devuelto a su Creador, y “si
el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo” (Jn 12,24). Por ello la Iglesia se opone a
la incineración, igualmente que vulnera la totalidad unitaria de cuerpo-alma del hombre.

LA “AUSENCIA” DE LA MUERTE EN NUESTRA SOCIEDAD


Sobre todo en las zona urbanas, aunque las rurales siguen sus pasos poco a poco. Restringen las
exequias al ámbito de lo íntimo y lo privado, perdiendo su característica de acontecimiento público.
Es visto no solo como una desacralización de la muerte, sino como su deshumanización. La sociedad
del bienestar ya no sabe qué hacer con sus muertos.

Conservar el cuerpo: la tanatopraxia


En tiempos actuales se ha derivado esta labor a los “profesionales de la muerte”. Lo resaltante es que
al exponer el cuerpo del difunto se busca de forma muy cuidadosa evitar toda imperfección o muestra
de descomposición o trauma en el rostro y cuerpo del difunto. Para ello se valen de diferentes
materiales y acciones. Mas lo resaltante es el afán por maquillar la “belleza de la muerte”. Pareciera
como si solo durmiera. Aunque esta no es solo una práctica moderna, no podemos negar la realidad
misma de la muerte y la descomposición. No podemos eliminar el hecho concreto de la muerte que
nos acontece y acontecerá a todos, sería un autoengaño.

Destruir el cuerpo: la incineración


Desde la antigüedad es una práctica muy difundida. En muchos casos, por un dualismo antropológico
(cuerpo-alma), la incineración es vista como la purificación y sublimación del alma con respecto del
cuerpo. A pesar de que el Cristianismo ayudó a extender la práctica de la inhumación, ya a finales del
siglo XX se advirtió un incremento en la cultura de la incineración. Podemos señalar cuatro factores:
(1) urbanísticos: la superpoblación exige grandes cantidades de terrenos donde puedan habitar, y
enterrar a gran cantidad de difuntos resulta un problema para la enorme demanda inmobiliaria; (2)
económicos: no siempre es accesible conseguir un terreno donde enterrar a los muertos, y mantenerlo
tampoco es barato a largo plazo; por eso se opta por la cremación, aunque el costo de esta sea más alto
que enterrar; (3) antropológicos: los que se sienten “apátridas” por vivir solos en grandes ciudades a
veces optan por la cremación como una huida o protesta; (4) religiosos: motivaciones religiosas que
buscan “liberar” al alma de la materia corporal negativa. Podríamos inclusive agregar la influencia de
los servicios funerarios.

RESPUESTA LITÚRGICA A UNA DEMANDA ACTUAL


La doctrina actual no prohíbe la incineración del difunto bautizado, siempre y cuando no haya sido
por motivos contrarios al sentido cristiano de la vida. Ello no se desdice del Credo de la Iglesia ya que
hace referencia a que Jesucristo fue sepultado, no que nosotros hemos sido sepultados. Se debe
reconocer que la forma de vivir la incineración aunque en cierto caso haya estado desvinculada de
religiosidad, no lo ha estado de ritualidad. Al negar anteriormente la práctica crematoria, existe en la
actualidad un vacío ritual en lo referente a la incineración de los fieles cristianos difuntos. No
obstante, ya se empieza a ofrecer orientaciones litúrgicas.
Según las orientaciones litúrgicas actuales, no habría diferencia ritual con respecto al cadáver que
sería enterrado. Los mismos ritos son celebrados ante el cadáver antes de ser incinerado, claro que no
se dará la procesión al cementerio ni la bendición del sepulcro. Si el Ordinario del lugar juzga
conveniente, puede darse la cremación antes de los ritos exequiales, así la misa exequial puede
celebrarse ante la urna que contiene las cenizas. El lugar más apropiado es la parroquia a la que
pertenecía el difunto, pero debido a las diferentes dificultades, puede contemplarse el rito en otros
lugares.
Al término de la celebración exequial, la Iglesia recomienda un destino digno de las cenizas. Dispersar
las cenizas está fuera de todo sentido cristiano. Tampoco debe de permanecer en un domicilio
cualquiera, la Iglesia recomienda que la urna cineraria descanse en un lugar definitivo. La familia no
es la propietaria de las cenizas del difunto sino solo su depositaria. Aquí hay un vacío legal que debe
ser regulado.
Colocar al urna en un lugar destinado para ese fin posibilita su recuerdo individual, familiar y social.
Debe evitarse su movilidad, a menos por motivos realmente importantes.
No contamos con un ritual autónomo para la incineración. Sería deseable, aunque no se trata de
aumentar los ritos, sino solo de clarificar los ritos propios de este momento celebrativo.
Es una tarea pendiente plantearse cómo podría orientarse la costumbre de la dispersión de las cenizas.
Si se piensa elaborar un ritual alternativo, como estos casos, debiera de tomarse en cuenta el
simbolismo bíblico de las cenizas o del fuego. Las cenizas hacen referencia al polvo de la tierra del
que venimos todos y al cual tendemos finalmente. El fuego puede simbolizar con fuerza el carácter de
juicio divino y de elemento de purificación.

A MODO DE CONCLUSIÓN
En el contexto actual, se entiende el porqué del aumento en la práctica de la incineración en los
cristianos. Aunque ha quedado claro que la Iglesia permite ambos casos, se recomienda la inhumación
por su rico simbolismo religioso. Incineración e inhumación tienen el mismo proceso de
descomposición, siendo el primero acelerado y el segundo natural. Es acertada la postura de la Iglesia,
se recomienda la inhumación, se permite la incineración.

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