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En un viejo comercial de televisión, un par de ancianos entraban a un museo

y llegaban a la escultura de una mano en yeso que sostenía una tapa de gaseosa.
Los dos ancianos la veían y miraban al cielo indignados, quejándose: “¡Uy!,
esta juventud”, decían. La propaganda lanzaba un soterrado mensaje sobre la
naturaleza de lo estético: si no es una pintura o una escultura en formato clásico,
no es arte plástico. ¿Es esto cierto? Creeríamos que no.

Algunos defensores a ultranza de la plástica ortodoxa hablan de la necesidad


de entender el arte a partir de los soportes clásicos como el pictórico (en todas
sus posibilidades: tela, madera, papel) o la escultura desde la modelación de
piedras duras como el mármol. Contrario a esto, el arte contemporáneo ha
planteado nuevas técnicas y soportes para desarrollar innovadoras propuestas
estéticas. El cambio de soporte a cuerpos humanos, como es el caso del tatuaje; o
los moldeados efímeros, como es el caso de esculturas sobre hielo o el moldeo de
arena, muestran la posibilidad de hacer arte desde otras perspectivas.

Afianzados en la idea de la necesaria perdurabilidad, quienes defienden el


arte clásico tachan a estas nuevas manifestaciones como inauténticas, partiendo
de su carácter efímero, pasajero o inasible (como en el caso de las esculturas de
humo). Pensemos entonces en esa fugacidad sustentada por quienes
argumentan esta característica como elemento constitutivo. Otro tipo de artes,
como las escénicas o las musicales, parten
de una construcción que se sostiene por una materialidad que guía (partitura o un
guion), pero cuya interpretación está basada en el momento de interpretación o
actuación.

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