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ENTREGA SEGUNDO CORTE

1. CARLOS ANTONIO AGUIRRE, “LA HISTORIA REGIONAL EN LA PERSPECTIVA


DE LA CORRIENTE FRANCESA DE LOS ANNALES”

El objetivo que expone el autor de este texto es el de proponer unas consideraciones historiográficas
desde la región y lo regional, teniendo en cuenta que las ideas que subyacen bajo la construcción del
Estado- Nación están siendo lentamente reemplazadas por análisis en otros sentidos menos estructurales.
El autor defiende, en contracorriente a autores que desmeritan los usos y abusos de la ‘región’ como una
dimensión, la idea de que la historia regional tiene mucho que ofrecer aún y que tiene poco que ver con
la historia local. Se niega, por tanto, a los enfoques que relativizan y equiparan todo a la ‘región’,
dándole el apelativo de ‘creación’ o ‘invención’.

La región, según el autor, es una herramienta importante que surge en la exploración de fuentes y la
explicación a través de criterios académicos y científicos, postura que la diferencia de la historia local, la
cual suele prescindir de esos criterios de la historia regional que surgen más de la investigación que de
una cercanía o simpatía con la localidad que se estudia. Consiguientemente, el autor comenta que otra
confusión ocurre entre la historia regional y cualquier forma de historia que se preocupe por
‘espacializar’ un fenómeno histórico, ya que sostiene la errónea idea de que el historiador regional ‘crea’
o ‘inventa’ su región. Finalmente, hace otra corrección sobre una creencia común sobre la región y la
historia regional: estas no pueden simplemente hacerse con regiones ya definidas, pues el ejercicio
histórico de carácter regional tiene la característica de definir la región (económica, política o cultural)
pero también de historizarla, que iría siendo el eje central de la región.

Para ahondar en ese aspecto, Aguirre retoma a Marc Bloch, quien precisa que hacer historia regional
consiste en “reconstruir de manera científica la evolución histórica de una región determinada”, lo que
exhorta a preguntarse por “(…) cómo debemos definir la región”1sea esta de carácter político,
económico o cultural, o netamente histórica. También, dicha afirmación invita a pensar sobre cómo se
puede reconstruir esa evolución histórica y a qué se refiere la cientificidad bajo la cual se considera
necesario definir sus coordenadas. Estas preguntas que surgen del profesor serán objeto de reflexión
del mismo a
través de los textos de la ‘Escuela’ de los Annales2.

1
Carlos Antonio Aguire, p. 277.
2
las comillas para referirse a la importante corriente, destaca Aguirre, deviene de que entre éstos no
existe una unidad en el pensamiento, por lo que es más una corriente en la que se unen formas de hacer
historia a veces distant
Para ello, da inicio desde la geografía de Vidal de La Blache quien introduce el término de Geografía
Humana, y rescata la importancia de las formas de entender la historia y la geografía, ideas bastante
deterministas. A su vez, menciona la introducción del paisaje, objeto de la Geografía Humana, como una
síntesis de infinidad de elementos naturales que son acompañados por el factor humano. A partir de ese
punto, La Blache define el concepto de región como una confluencia de elementos homogéneos “que
configuran un ‘género de vida’ posible”3 , siento esto un clima o tipo de relieve y fauna determinada que
sirve de base para la conformación y establecimiento de grupos humanos. Esta definición, considera
Aguirre, tiene un imperialismo geográfico que pone a lo geográfico por encima de los grupos humanos y
sus acciones. Esta crítica será hecha por los autores de Annales que denotan la importancia que tiene lo
geográfico como la región, pues tener en cuenta esos linderos de lo geográfico es un ejercicio
prescriptivo para cualquiera que desee hablar de la región.

En este punto es donde suele estar la confusión señalada al principio y es la de cómo diferenciar la
espacialización de un fenómeno de la realización de un verdadero estudio geográfico. Para definirlo, el
autor precisa que la región es definida cuando se recupera la dialéctica de sus dinámicas a partir de
realidad y hechos que tengan fundamentos geográficos; la incorporación sistemática de lo geográfico,
que incorporó La Blache, es algo que permanecerá en los Annales y que en general aparecerá en los
estudios que pretenden la región como una dimensión. Por ello es que cuando se van a estudiar
fenómenos que se alejan un poco más del orden geográfico, como por ejemplo la religión, el discurso o
lo político, definir la región pasa a ser un ejercicio pantanoso por cuanto los fenómenos a estudiar están
mediados por otras realidades.

Seguidamente, Aguirre pasa a revisar el texto La tierra y la evolución humana de Lucien Febvre, allí,
Febvre invierte la construcción conceptual de La Blache para darle relevancia a lo humano, que es para
él el objeto de la historia. La postura de Febvre es posibilista en la medida en que hace de los elementos
geográficos un campo de posibilidades, es decir, un campo en el que se pueden dar a específicas
situaciones geográficas distintas respuestas humanas. Marc Bloch, por su parte, beberá de esa tesis de
Febvre al hablar de región histórica, una perspectiva, marcada por la historia global, en la que se apuesta
por dejar a un lado las interpretaciones con pretensiones netamente económicas, políticas o de cualquier
dimensión específica, partiendo de la idea, cercana a Marx, de que un fenómeno social está construido
por nexos de distinta índole.

De allí que la región se considere como una síntesis de la compleja totalidad de lo social, una
‘individualidad histórica en movimiento’ con una dialéctica con fundamentos geográficos que se
reproduce en los campos de lo social. Esta idea, dice Aguirre, comprende cierta noción de inicio y
finalidad al hablar de ‘individualidad’, cosa bastante alejada de la realidad histórica, que es más
compleja, pero que
aun así permite explicar y darle un inicio, un desarrollo y un fin a la región sin dejar de comprender los

3
Carlos Antonio Aguirre, p. 280.
retrocesos, auges o cuanta dinámica no lineal que puede ocurrir. De la idea blochiana, considera el autor,
aparece la historia regional planteando un principio, crecimiento y desarrollo fluctuante de la región,
cosa en la que el autor quiere insistir en tanto muestra la certeza de la premisa: la región no es nunca una
unidad eterna y entenderla en estos términos permite alejarse de la idea de que es una creación teórica,
pues más que eso es una construcción humana.

Para profundizar en ello, acude a una anécdota en la que narra la historia tras el estudio de la región de
l’Ile de France. Este trabajo se le había encomendado a Marc Bloch en un proyecto mucho más grande
sobre las regiones francesas. En este estudio, el autor concluyó algo bastante revelador, y contradictorio
con la pretensión del proyecto en que se inscribía, y es que la región histórica que se le había
encomendado estudiar no existía. Para llegar a tal conclusión, Bloch mostró cómo la región decayó con
el desarrollo de la ciudad de París, terminando con la ciudad. El ejercicio científico que nos plantea esta
anécdota es bastante importante, pues deja ver cómo un historiador puede partir de una idea, una región
que se considera constituida, y observar en su presente la ausencia de elementos y lógicas, la dialéctica
con fundamentos geográficos, que se han destejido en el tiempo y que permiten considerar o
no la
‘individualidad’ de la que se habló.

Fernand Brudel partirá, después, de esa edificación conceptual para introducir la fórmula de ‘individual
histórica en movimiento’, el concepto de geohistoria. Braudel desarrolla esta propuesta teórica más
adelante en El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, en donde los “elementos
geográficos son protagonistas activos del drama histórico y civilizatorio”4, lo que permite mostrar al mar
Mediterráneo como un personaje influyente que ha marcado la historia de esa región, pero a su vez que
será desplazado lentamente por dinámicas globales de carácter capitalista. Con ello, rompe con la
división de trabajos históricos en los que lo geográfico ocupa un lugar en los textos aparte del resto,
como si fuera una realidad externa a lo que se está reconstruyendo. Braudel, en su construcción teórica y
su desarrollo, logra zanjar la brecha entre la idea de la importancia histórica de lo geográfico, según
Aguirre, frente a la idea de la historia humana como modificación de lo geográfico, de talante marxista.

Esto último lo logra a través de un esquema dialéctico en el que no sólo considera un ‘campo de los
posibles’, como en Bloch, sino que también introduce a las ‘estrategias de elección’ como unas
categorías que responde, a su vez, a esos campos de posibilidades. Con esto, no sólo se está abogando
por la multiplicidad de respuestas a una situación geográfica compleja, sino que también se está
proponiendo que esas respuestas tienen también que ver con la racionalidad y habilidad para ejecutarlas
con éxito o fracasar. El campo de los posibles, entonces, pasa a ser algo que está acompañado del azar y
de horizontes
de expectativa que varían y no pueden pensarse nunca desde lo unívoco, pero tampoco desde lo infinito.

4
Carlos Antonio Aguirre, p. 289.
Así, la idea de ‘individual geohistórica en movimiento’ complejiza lo sugerido por Bloch, no sólo
porque cambia las posibilidades de acción del historiador frente a la región, sino porque esta tesis tiene
unas consecuencias a nivel teórico, conceptual e historiográfico mucho más amplias. En este punto el
autor concluye cómo se puede en la actualidad definir a la región desde esta idea de región geohistórica,
ahondando también en la cientificidad de la reconstrucción geohistórica. Para ello, parte de la
importancia que otorga Bloch, a preguntarse por los interesados en leer una historia de la localidad o la
región.La historia regional, en ese sentido, ha de ser un laboratorio capaz de responder a interrogantes de
la historia regional, es decir que comprenden esas dinámicas dialécticas, a su vez que responden a
preguntas de carácter general y de la historia como construcción científica que se ocupa de
características generales y particulares. Con historia general, aclara el autor, se hace referencia a las
grandes preguntas, como por ejemplo la formación del Estado como problema a tratar. En ese panorama,
también ha de adentrarse la historia regional con sus fuentes y críticas desde particularidades
esclarecedoras para los grandes interrogantes, dándole peso desde una individualidad geohistórica en
movimiento.

2. J. CAPO, M. BARAS, J. BOTELLA Y G. COLOMÉ, “LA FORMACIÓN DE UNA ÉLITE


POLÍTICA LOCAL”

Los autores toman como punto de partida la desatención de la esfera política local como un objeto de
investigación y su posterior tratamiento desde la ciencia política a través del estudio de los procesos
políticos municipales. La primera perspectiva que se divisa es la trabajada por Dahl y Castells que se
propusieron estudiar los procesos políticos locales por cuanto eran lugares que, por su especificidad,
permitían situar ciertas realidades fundamentales; la segunda perspectiva comprende el campo de las
acciones que empezaron a ser foco de análisis cuando creció la intervención estatal, y los gobiernos
locales empezaron a tener un mayor grado de acción; la tercera y última perspectiva es la que se
preocupa por el estudio de los gobernantes locales en una élite política, ya sea poniendo el acento sobre
sus relaciones netamente locales o vinculándolos con el planos nacional.Estos enfoques son retomados
con el fin de proponer dos nuevos ejes temáticos: “la caracterización de nuestra élite política local y el
estudio del marco local como escenario de implantación de las fuerzas políticas”5, ejes que pueden
ayudar a mostrar la influencia que tiene, en un sistema político democrático en surgimiento, las élites
locales en la constitución de recursos y dificultades. Todo esto, a partir del análisis de los concejales y
alcaldes elegidos en Cataluña en 1979 y en 1983, datos que se piensa ayudarán a teorizar sobre la
democracia española.

El primer rasgo a tener en cuenta, entonces, es el de la participación política para el año de 1979, donde
se presenta la participación y la no participación de los electores en grupos políticos, cosa que permite
pensar, por cómo se distribuye la participación en la heterogeneidad de las distintas localidades frente a
las elecciones y los partidos políticos, de los cuáles parecían distar las opciones ‘apartidistas’ que
dominaban el panorama. Este último rasgo, señalan los autores, es muy común en lugares con una
densidad poblacional pequeña, no obstante, los casos en que sí se ve una estrategia partidista hacia unas
elecciones tienen un significativo valor debido a que sirve para el reclutamiento de élites locales, hecho
que puede interpretarse como un incipiente sistema de partidos que, debido al poco control y estrategia
política, se nomina ‘incipiente’.

Ahora, respecto a la distribución de los concejales por localidades (divididas en densidad poblacional) se
observa un bipartidismo latente, que varía dependiendo de si las zonas son o no urbanas. Ahora, si se
comparan estas cifras con las de 1983, 4 años después, se encuentra que el partido comunista (PSUC) ha
bajado significativamente sus cifras, gracias al panorama internacional, mientras que CiU empieza a
tener mayor presencia en pueblo pequeños y medianos y parece estar desplazando a otros partidos. No
obstante, si se observa la distribución en votos con el fin de ver la capacidad de organización de los
partidos, los datos cambian un poco pues, en últimas, quienes triunfan en lugares con menos de 2000
habitantes no representan un apoyo en votos significativo frente al total de habitantes de todas Cataluña,
situación que vista desde lo nacional puede significar que los nexos y simpatías con las élites locales son
variables.

Seguidamente, para explorar sobre las continuidades o rupturas en el proceso político, los autores fijan
su atención en el grado de implantación territorial, esto es, la capacidad que tienen los partidos para
establecer nexos con unas élites locales para el surgimiento de partidos político. En esa línea de estudio
se puede evaluar si la democracia, que se supone está en avance, ha implicado una renovación política de
las élites, no obstante, esto solo podrá ser visto por edad y sin profundizar en la procedencia de los
dirigentes. En ese caso, la renovación política, respecto al franquismo, podría ser fácilmente afirmada
debido a que gran cantidad de los elegidos son bastante jóvenes e incluso no habían nacido en la guerra
civil.

Pese a todo, no puede descartarse la idea de que muchos de estos electos hayan sido franquistas y, de
igual manera, no puede continuarse con la idea de que el franquismo era un todo homogéneo, sino más
bien indagar en esta continuidad desde los vínculos de facto de los electos. En efecto, las cifras para
1983 son otras y podría hablar más allí de una renovación política a simple vista, pero hay que tener
también en cuenta los posibles nexos y la gesta de fuerzas políticas dominantes en cada localidad en
torno a algún partido o figura. La postulación de una élite política joven, como se evidencia, es algo
común a todos los partidos y que puede pensarse más como una estrategia para largas carreras en la
gestión pública que como una inocente renovación democrática verdadera.

Otro aspecto para destacar es el localismo de las candidaturas, ya que más allá de considerarse desde la
creación de un proyecto político local, se piensa desde un sentido mucho más amplio: Cataluña, por su
experiencia histórica y demográfica, no ha tenido muchos inmigrantes y, de todas formas, estos
representan un grupo social minoritario con un nivel cultural menor que resulta, desde la estrategia
política, poco plausible para la postulación. A pesar de esa imagen social del no catalán, los elegidos sí
que tenían un nivel educativo destacable y superior que los catalanes elegidos, de lo cual se abstrae que
este es el precio que debían pagar por el hecho de no ser catalanes. Adicional a esto, los inmigrantes
tienen impacto político únicamente en los lugares en donde se asienta una importante cantidad de capital
político (es decir, otros inmigrantes), mientras que fuera de allí difícilmente cuentan con la oportunidad
de insertarse y tomar ventaja de la estructura social.

Finalmente, el último aspecto al que se pudo llegar con los datos de las localidades de Cataluña es el de
la representatividad y profesionalización. La convocatoria de elecciones a nivel local abrió la puerta a
los partidos para extender su espacio de influencia, pero también posibilitó a los ciudadanos a participar
de forma más activa, las cifras estudiadas evidencian cómo la cualificación de quienes ocupaban cargos
públicos, en principio, era baja; y adicional a ello, la representación femenina, tanto en 1979 como en
1983, fue mínima. Lo que sí puede obtenerse del tema de la mujer es que la política local no fue un
campo para que la mujer apareciera en la esfera política, sino que los colectivos, las universidades o los
grupos hicieron de catalizadores para la representación e impacto políticos de la misma.

Volviendo sobre la representatividad y la profesionalización, parece que la cualificación no significó


mucho, el personal político que se presentó tenía un grado de escolarización a veces superior, pero nada
significativo para cargos públicos que lo requerían. Con el tiempo se puede ver cómo los grados de
escolarización baja van desapareciendo, probablemente por la experiencia técnica vivida en las
representaciones municipales donde, en especial en los alcaldes, se optó por candidatos mucho más
cualificados. Ahora, dentro de este mismo orden, parece significativo explorar lo socioprofesional para
relacionarlo no sólo con la profesionalización, sino para acercarse un poco más a la capacidad
económica de los implicados.

En este sentido, se puede destacar el predominio por parte de campesinos y asalariados industriales entre
los concejales. Sobre los primeros, los autores se permiten dudar de la precisión a nivel de fuentes, pues
el ‘campesino’ pudo haber sido una categoría que revestía, por ejemplo, a empresarios agrícolas,
docentes, médicos, comerciantes o terratenientes que entraban en esa categoría por virtud a su origen y/o
vida rural. Con todo, no puede dejar de verse que en estas primeras elecciones los candidatos y elegidos
eran de origen popular, y con la tecnificación y profesionalización que se daría con el tiempo iría en
disminución. De igual forma, la aparición de mujeres y la mayor juventud de los integrantes llama la
atención en partidos de izquierda, con pequeñas pero notables diferencias, lo mismo podría decirse,
ahora, del ‘nivel cultural’ de los partidarios.

Presentada la composición sociológica que se ha delineado, los autores consideran que es una
perspectiva necesaria pero que no podría, en ningún caso, definir un sistema político. Este tipo de
análisis aproxima a conocer a quienes participan en política y sus actividades, sosteniendo así que las
características de una
composición social pueden llegar a explicar el liderazgo local y la dependencia de la Administración
local y regional.

3. FERNANDA SOMUANO, “MOVIMIENTOS SOCIALES Y PARTIDOS POLÍTICOS EN


AMÉRICA LATINA: UNA RELACIÓN CAMBIANTE Y COMPLEJA”

El texto presenta la compleja relación que existe entre los movimientos sociales y los partidos políticos,
dos realidades históricas bastante importantes en los sistemas políticos e instituciones, la irrupción de
gran cantidad de esos movimientos sociales tiene asidero en los problemas de gobernabilidad que
devinieron, también, con grandes problemas de carácter global. En estos complejos contextos
aparecieron movimientos sociales, de los cuáles algunos se convertirían en movimientos políticos, hecho
que expresa de entrada, los diferentes desarrollos y estrategias que tuvieron estos para desenvolverse.

En el seno de estos movimientos convergen varios objetivos, y a nivel de características, la autora


considera que estas son formas alternativas de generar identidades civiles, lo cual los hace ser
disruptivos por cuanto rompen con las formas tradicionales de ejercer la política, al punto de que
algunos de estos movimientos llaman la atención por su propuesta ‘antipolítica’. El problema que
aparece con estos movimientos, como objetos de estudio, es si representan un desafío para la democracia
representativa o si son formas de democratización alternativas, por ello se estudiará su relacionamiento
para con los partidos políticos en diversos casos pasando, primero, por la bibliografía que ha tratado de
indagar sobre las causas del nacimiento de la movilización social.

La primera corriente de la que se hace mención es de la de las explicaciones globales, su nombre deriva
de que sus explicaciones consideran que los movimientos sociales son reacciones o manifestaciones
sociales de cambios profundos y estructurales, tal como considera Habermas considerando a la
racionalización de la vida moderna como una causa de esos movimientos. En concreto, se plantea que
las preocupaciones de los agentes que hacen parte de los movimientos sociales representan un cambio
cultural que le apunta a la pertenencia a la comunidad y la calidad de la vida como objetivos. No
obstante, como se evidencia en los casos cercanos de América Latina, esta postura no tiene tanta cabida
en lugares donde los salarios y el desempleo, entre otras muchas tantas referencias a lo material, siguen
siendo las banderas de las movilizaciones.

La segunda corriente enunciada es la del proceso político o ‘la estructura de oportunidades políticas’, en
esta corriente se encuentran los trabajos, desarrollados principalmente en los setenta, que se enfocaban
en el contexto político y su influencia en los movimientos sociales, en otras palabras, qué posibilidades
de realización tienen los grupos sociales que se movilizan. La autora cita, para poner ejemplos sobre las
distintas formas de esta corriente, a Tilly, Tarrow y McAdam, afamados analistas de la acción colectiva.
El primero, destaca la acción colectiva y su existencia o alcance en relación a la represión para así hablar
de un costo de la acción colectiva; el segundo, propone una serie de condiciones de posibilidad que
tienen
potenciales impactos sobre la movilización social; mientras que el tercero, McAdam, se fija en lo
macropolítico, esto es, en todas las posibilidades estructurales para que surgen o no movimientos
sociales, en síntesis esta perspectiva aporta unas alternativas para pensar las oportunidades o límites que
tienen los movimientos sociales respecto a su estructura social, así como la estrategias y actividades que
pueden ejercer dependiendo de la apertura de estas estructuras.

La tercera corriente es la de la teoría de la privación relativa la cual se plantea a los movimientos


sociales como la manifestación de la privación de expectativas frustradas. La frustración, que se traduce
en descontento, toma aquí protagonismo como eje analítico, no obstante, esta teoría explicativa mostró
rápidamente sus inconsistencias al introducirse en un terreno tan complicado como el psicológico.
Finalmente, se presenta una última teoría y es la de la movilización de recursos, aquí se le da una
preeminencia explicativa a los recursos, refiriéndose con ello a cómo se gestiona un movimiento
político, debido a que se tiene como punto de partida que el descontento puede ser algo generalizado,
pero la acción es algo muy específico que requiere de unas oportunidades y de una voluntad para su
realización.

Todas estas teorías y formas de explicación son presentadas con el fin de mostrar las diferentes aristas
que tiene un movimiento social, por ello, la autora considera difícil acreditarle a una sola teoría la
capacidad de explicar los fenómenos latinoamericanos. Más bien, podría apuntarse que estas teorías
pueden explicar partes de estos fenómenos o alguno en concreto, como se evidencia en el caso del
movimiento zapatista en México, lo que no podrían estas teorías es servir para explicar las causas de
todos los movimientos sociales que surgieron. Las distintas corrientes explicativas de la acción colectiva
permiten dar un salto hacia la relación entre los movimientos sociales y los partidos políticos, donde se
resalta que diferenciar esta relación es conceptualmente complejo, más con la aparición de la figura de
grupos de interés u organizaciones sociales que se asemeja un poco más a los partidos políticos.

De igual modo, los movimientos sociales son un actor social importante por su capacidad de canalizar
las demandas de quienes están en descontento con el status quo y canalizar los deseos de cambio social.
Ahora, la relación entre movimientos sociales y partidos políticos puede ser estudiada a partir de cinco
campos de acción en sus relaciones prácticas: articulación, permeabilidad, alianza, independencia y
transformación. La articulación, por su parte, es un tipo de relación que da cuenta de la vinculación de
un movimiento social para con un programa o ideario perteneciente a un partido político, siendo ese
movimiento social un potencial apoyo para los partidos políticos.

La relación entre uno y otro es de doble vía por cuanto una tiene influencia sobre la otra de forma
simultánea, para ahondar en esta relación, el “Movimiento Antorchista” de México puede ser de utilidad,
este surgió de Antorcha Campesina, un movimiento enfocado en sectores marginados y pobres, que
procuraba ir en contra de las diferencias sociales. Gracias a la ardua gestión en torno al movimiento, este
creció y fue expandiendo sus alcances a universidad y fábricas, lo que dio como resultado una serie de
movimientos nominados como Antorcha estudiantil, Antorcha Obrera o Antorcha Campesina.
Con el tiempo, en 1988, 14 años después de su fundación, el movimiento Antorchista se adhirió al PRI
en busca de apoyo instituciones y representación en pro de aumentar su impacto político, esta adhesión
significó para el movimiento no sólo la posibilidad de aspirar a puestos públicos, sino también un
cambio de enfoque debido a lo que implica estar adherido a un partido y buscar apoyo para este. Por
tanto, este ejemplo puede darnos indicios de lo que es la articulación: la unión entre un movimiento de
origen social, que pretende la movilización, con un partido político que, de alguna manera, influye en los
objetivos y estrategias de impacto del movimiento.

La permeabilidad, segundo campo de acción de la relación movimientos sociales-partidos políticos, hace


referencia a la capacidad que tiene un movimiento social para influir en las dinámicas de un partido, así
como también hace referencia a las posibilidades de recepción por parte del partido, partiendo de que
hay una relación previa. El movimiento social, en todo caso, ejerce presión e intenta hacerse con una
posición o, en todo caso, adueñarse de ese partido. El tercer campo de acción es la alianza, y hace
referencia a los acuerdos con miras a un beneficio, los cuáles se establecen para cuestiones específicas y
sin implicar la alteración del orden interno de los movimientos sociales o de los partidos políticos. Esta
estrategia puede estar ciertamente relacionada con la permeabilidad, pero no cuenta con esa
característica de manifestarse a manera de presión del movimiento sobre el partido.

La independencia es otro campo de acción en el que se evalúa qué tan independientes son los partidos,
aquí aparecen casos en que los movimientos sociales pueden ejercer una presión para pedir concesiones
que, de no ser cumplidas, pueden afectar los resultados de los partidos políticos. Para retratar con mayor
claridad esta categoría y alejarla de la permeabilidad la autora recurre al caso brasileño con el
Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST) y el Partido de los Trabajadores (PT). Esta
relación está marcada por la permeabilidad y la independencia en tanto el MST logró tener una gran
influencia sobre las propuestas del PT (permeabilidad), a su vez que pudo distanciarse sin problemas del
PT al ver que el gobierno logrado no cumplió a satisfacción las demandas del MST (independencia).

Finalmente, la transformación es el último campo de acción para evaluar, y comprende la transición que
tiene un movimiento social hacia un partido político, cosa que ha pasado en gran mayoría, comenta
Somuano, con los partidos obreros. El Movimiento al Socialismo de Bolivia muestra esa transición en la
que un movimiento social intenta realizar sus objetivos insertándose en el poder y obteniendo así
recursos y capacidad de impacto. No obstante, lo que se evidenció en esa transición fue la desaparición
del movimiento político debido a que los cambios realizados al régimen no fueron suficientes, cosa que
exhorta a pensar en los límites que tiene un movimiento social, que generalmente se caracteriza por la
movilización y unas prácticas contra-políticas o, como lo sugiera la autora en principio, ‘antipolíticas’.

En todo caso, estos cinco campos de acción presentan perspectivas que permiten entender la relación
entre movimientos sociales y partidos políticos, con todos los cambios y etapas que puedan darse en el
proceso político el cual depende netamente de un contexto y de unas posibilidades de acción y
deliberaciones
particulares. Los casos seleccionados son solo pequeños ejemplos de la multiplicidad de formas que
pueden presentarse, las cuales se ven más complejas aún en sistemas democráticos como los
latinoamericanos, los cuáles han desarrollado instituciones electorales muy propias y con problemas
endémicos que hacen de esa relación algo complicada.

Ahora bien, si pensamos, como cuestiona Somuano al concluir, en la actual crisis de los sistemas
partidistas la cuestión se pone más enrevesada, pues los partidos políticos han pasado a ocupar un
segundo plano, a su vez que los movimientos sociales se han visto ligados a banderas distintas que poco
o nada tienen relación con los partidos políticos, pues han encontrado otras prácticas y estrategias para
no tener que relacionarse con partidos políticos ni con el Estado, lo que pone en tela de juicio a los
espacios institucionales planteados para la democracia. Por ello reflexiona la autora, finalmente, que la
recuperación de la confianza por parte de los partidos y las instituciones, así como la creación de
espacios institucionales para la participación por parte de los movimientos, son retos que están en vilo a
día de hoy.

4. SUSANA CORZO, “ÉLITE POLÍTICA Y FORMACIÓN DE REDES EN


LATINOAMÉRICA”

El texto de Susana Corzo se introduce en el campo del funcionamiento de los sistemas políticos
latinoamericanos, enfocándose en el papel que tienen las élites para el funcionamiento del sistema
político y cómo se articulan con otros poderes (económicos, por ejemplo). Esta perspectiva se ve aún
más en la hipótesis planteada por el texto, según la cual los procesos democráticos reales y las crisis
económicas tienen que ver con la falta de independencia de los políticos, pues la política
latinoamericana tiene altos índices de corrupción sustentada en prácticas clientelares que se dan gracias
al uso personal de los recursos y poder público.

Se enuncian entonces dos formas de movilidad que tienen los que aspiran a ocupar un cargo político, la
movilidad competitiva, que se da cuando el candidato desarrolla por sí mismo una carrera política
obteniendo el apoyo de sus electores, y movilidad patrocinada, la cual se asienta en el poder familiar y/o
clientelar del candidato. En Latinoamérica, comenta la autora, puede evidenciarse una cantidad
significativa de personajes que se encuentran en la política que tienen familiares que también han pasado
por esta esfera, las redes de amistad y familiaridad, en ese sentido, aparecen como una perspectiva de
análisis importante, al punto en que en los estudios de las élites se ha planteado que el sentimiento de
pertenencia en las generaciones de élites tiene relación con todo lo mencionado. Este sentimiento se ve
reforzado no solo por esas redes, sino por el origen de las mismas, las cuales se dan gracias a la
convergencia de los futuros políticos en grupos, colegios o universidades.

Pese a los datos que se tienen sobre la forma en que los políticos se representan a sí mismos para la
opinión pública, se observa que pocos o ninguno se considera de clase alta, se evidencia que varios
responden a intereses empresariales y de partido que tienen mucho que ver con sus intereses
económicos personales,
los cuáles están, a su vez, conectados con sus profesiones anteriores a la política. Esto no quiere decir,
aclara la autora, que los actores políticos provengan necesariamente de la clase alta, pero sí que pone en
consideración ese factor como algo determinante en la conformación de una lista electoral en la que los
inscritos pueden encontrarse relacionados con poderes económicos que les otorguen su apoyo en función
de obtener recursos públicos y privados. En los últimos años, se ha visto cómo los grupos que se
asientan en el poder tienen una estrecha relación con multinacionales y empresas extranjeras, entes que
han puesto en entredicho la economía autóctona de los países latinoamericanos y que por medio
de recursos económicos han terminado por llamar la atención de la élite política que pasivamente apoya
la entrada de estos capitales.

Para entender mejor esta relación, la autora expresa que existen varias características, la primera fase
comprende un distanciamiento entre élite política y élite económica, en la que el político se encarga
únicamente de la política en la medida en que esta le genera ganancias por cuanto su gestión favorece a
las élites económicas (élite anónimamente política). La segunda fase entiende los grados de corrupción,
para lo cual se observa cómo las élites intentan vender una imagen independiente pese a que su acceso al
poder pasó por una financiación de la élite económica (élite política activamente ausente para sus
representados, pero no para los intereses económicos de sus patrocinadores). Una tercera fase presenta
nuevas interpretaciones de la representación política desde los ciudadanos, por lo que los mecanismos
tradicionales, como el clientelismo o el nepotismo se ponen en cuestión (élite política incipiente).
Finalmente, la cuarta fase sí presenta una élite política que responde a la sociedad (élite política).

En Latinoamérica se presenta que las élites políticas de la mayoría de los países están en la segunda o
tercera fase, cosa que puede verse fácilmente identificada en la opinión generalizada que se tiene de la
distribución de los recursos públicos en los países mencionados. En dos gráficos que presenta la autora
se evidencia cómo son percibidos los poderes económicos como poderes predominantes, a su vez que
los políticos causan desconfianza, al punto de que cualquier otra figura pública y con capacidad de
impacto político (como la Iglesia o las fuerzas armadas) cuenta con una imagen mucho más favorable.

La corrupción como una realidad ha aparecido, según un estudio del Instituto del Banco Mundial, bajo
diferentes nombres en toda América Latina, estos nombres pretenden recoger las particulares de cada
país respecto a cómo ocurre o es vista la corrupción. La autora entre estos nombres y definiciones
considera que existe un aspecto que es común a todos los países y es que la corrupción está relacionada
al tratamiento de los recursos públicos, lo que deviene de una falta de control político de los actores que
los gestionan y, con ello, una impunidad. La vinculación entre economía y política, en ese sentido, se
hace mucho más estrecha. Esto último puede verse presente en la relación que existen entre
profesionalización, experiencia política e intercambios, la profesionalización, por su parte, es esa
relación que tiene el político con su profesión original, anterior a la política y cómo permanece, pese a
que lo niegue, anclado a ella. Esto se relaciona con la experiencia política y el intercambio en tanto la
profesión termine relacionándose con los
grupos a los que se pertenece y, por ello, se terminen realizando intercambios entre el poder político y
económico.

En correspondencia con todo lo dicho, el análisis de redes es una vía que puede ayudar a detectar la
conexión entre poderes económicos y políticos en la medida en que se entiendan los procesos políticos
como un intercambio entre grupos o individuos que quieren acceder a los recursos que devienen del
ejercicio de poder. Estudiar el conjunto de un personaje, por tanto, aporta una perspectiva mucho más
amplia que pone sobre la mesa la capacidad de agencia y el capital social de quienes pertenecen al
sistema político y tienen impacto sobre éste. Esta matriz de análisis puede comprender tanto las
cuestiones estrictamente políticas, así como una cuantía de ámbitos (internacionales, militares,
culturales) que sirvan a identificar los tipos de relaciones que comparten las élites para entender mejor
cómo se desarrollan los procesos políticos.

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