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PROLOGO
Este libro se ocupa de los cambios que se están produciendo en la prominencia y la sustancia
de la identidad nacional estadounidense. La prominencia es la importancia que los estadounidenses
atribuyen a su identidad nacional en comparación con sus otras muchas identidades. La sustancia
hace referencia a lo que ellos creen que tienen en común con otros pueblos y lo que los distingue de
ellos. El presente libro formula tres argumentos centrales.
En segundo lugar, los estadounidenses han definido a lo largo de los siglos la sustancia de su
identidad en términos de raza, etnia, ideología y cultura, en grados diversos. La raza y la etnia han
quedado prácticamente eliminadas en la actualidad: los estadounidenses consideran que su país es
una sociedad multiétnica y multirracial. El «Credo americano» que formulara inicialmente Thomas
Jefferson, y que después desarrollaron otros muchos, está ampliamente considerado como el
elemento definitorio crucial de la identidad estadounidense. Dicho Credo, sin embargo, fue el
producto de la cultura angloprotestante característica de los colonos fundadores de Estados Unidos
en los siglos XVII y XVIII. Los elementos clave de dicha cultura son: la lengua inglesa; el
cristianismo; la convicción religiosa; los conceptos ingleses del imperio de la ley, la responsabilidad
de los gobernantes y los derechos de los individuos, y los valores de los protestantes disidentes (el
individualismo, la ética del trabajo y la creencia en que los seres humanos tienen la capacidad y la
obligación de crear un paraíso en la tierra —una «ciudad sobre una colina»—). A lo largo de la
historia, millones de inmigrantes fueron atraídos a Estados Unidos por dicha cultura y por las
oportunidades económicas que esta contribuyo a hacer posible.
Permítanme dejar claro desde un principio que lo que aquí presento es un argumento en defensa
de la importancia de la cultura angloprotestante, no de las personas angloprotestantes. Creo que uno
de los grandes éxitos (quizás el mayor) de Estados Unidos ha sido la medida en la que ha logrado
eliminar los componentes raciales y étnicos que han ocupado históricamente un lugar central en su
identidad, y se ha convertido en una sociedad multiétnica y multirracial en la que los individuos
deben ser juzgados según sus méritos. Eso ha ocurrido, creo, gracias al compromiso que
generaciones sucesivas de estadounidenses han mostrado con la cultura angloprotestante y con el
Credo de los colonos fundadores. Si se mantiene ese compromiso, América seguirá siendo América
mucho después de que los descendientes WASP de sus fundadores se hayan convertido en una
minoría reducida y poco influyente. Ésa es la América que conozco y amo. Es también, tal como la
evidencia recogida en estas páginas demuestra, la América que la mayoría de los estadounidenses
ama y desea.
CAPITULO 1
LA CRISIS DE LA IDENTIDAD NACIONAL
Con aquel aluvión de patriotismo, los habitantes de Charles Street mostraron una perfecta
sintonía con las gentes de todo Estados Unidos. Desde la Guerra de Secesión, los estadounidenses
han sido un pueblo orientado a las banderas. La de barras y estrellas disfruta del estatus de un
autentico ícono religioso y es un símbolo mas central de la identidad nacional de los
estadounidenses de lo que lo son sus banderas respectivas para los pueblos de otras naciones. Sin
embargo, es probable que nunca en el pasado estuviese la bandera tan presente en todas partes como
tras el 11 de septiembre. Las había por doquier: en las casas, en las empresas, en los automóviles, en
la ropa, en los muebles, en las ventanas, en los escaparates, en los postes de la luz o del teléfono,
etc. A primeros de octubre, el 80% de los estadounidenses declaraban que estaban exhibiendo la
bandera en uno u otro lugar: el 63% en sus casas, el 29% en su ropa, el 28% en sus coches. Según
se comentó en aquel entonces, Wal-Mart había vendido 116.000 banderas el mismo 11 de
septiembre y 250.000 al día siguiente, «comparadas con las las 6.400 y las 10.000 de esos dos
mismos días del año anterior». La demanda de banderas fue diez veces superior a la que había
habido durante la Guerra del Golfo; los fabricantes de banderas tuvieron que hacer horas extra y
duplicar, triplicar o hasta quintuplicar la producción.
Yo me mudé a Nueva York cuando tenía 19 años. [...] Si me hubiera pedido que me
describiera a mi misma entonces, le habría dicho que era una intérprete musical, una poeta, una
artista y, a un nivel más político, mujer, lesbiana y judía. Ser americana no habría entrado en mi
lista.
[En mi clase de Genero y economía en la universidad, mi] novia y yo estábamos tan frustradas
ante la desigualdad en Estados Unidos que hablamos incluso de la posibilidad de irnos a otro
país. Todo aquello cambio el 11 de septiembre. Me di cuenta de que había estado dando por
sentadas las libertades de las que disfrutamos aquí. Ahora llevo una bandera americana en la
mochila, vitoreo a los cazabombarderos cuando nos sobrevuelan y me defino a mi misma como
patriota.3
Las palabras de Rachel Newman reflejan la escasa prominencia que la identidad nacional
tenia para algunos estadounidenses antes del 11 de septiembre. Entre los ciudadanos cultos y de la
elite, la identidad nacional parecía haberse desvanecido sin dejar rastro. La globalización, el
multiculturalismo, el cosmopolitismo, la inmigración, el subnacionalismo y el antinacionalismo
habían asestado duros golpes a la conciencia americana. Las identidades étnicas, raciales y de
género habían pasado a ocupar posiciones preponderantes. En contraste con sus predecesores,
muchos inmigrantes yuxtaponían identidades y mantenían lealtades y nacionalidades duales. La
masiva afluencia de hispanos planteaba dudas acerca de la unidad lingüística y cultural de Estados
Unidos. Los ejecutivos de empresa, los profesionales y los tecnócratas de la era de la información
propugnaban identidades cosmopolitas por encima de las nacionales. La enserianza de la historia
nacional había cedido terreno ante la enseñanza de las historias étnicas y raciales. Del énfasis en lo
que los norteamericanos tienen en común se pasó a la celebración de la diversidad. La unidad
nacional y la conciencia de una identidad de nación, creadas mediante el trabajo y la guerra en los
siglos XVIII y XIX, y consolidadas durante las guerras mundiales del siglo XX, parecían
debilitarse. En muchos sentidos, Estados Unidos era, en el año 2000, menos nación que en todo el
siglo precedente. La bandera de las barras y las estrellas ondeaba a media asta mientras otras
ensenas ocupaban un lugar más elevado en el mástil de las identidades estadounidenses.
Durante un partido de la Copa de Oro de futbol entre México y Esta-dos Unidos celebrado
en febrero de 1998, los 91.255 aficionados asistentes se vieron inmersos en un «mar de banderas
rojas, blancas y verdes», se abucheo la interpretación del himno nacional estadounidense, «se
acribill6» a los jugadores de Estados Unidos con toda clase de «restos y vasos de plástico llenos
posiblemente de agua, cerveza o algo peor y se ataco con «fruta y mas vasos de cerveza» a unos
seguidores que trataron de exhibir una bandera estadounidense. El partido no se jugaba en Ciudad
de México, sino en Los Ángeles. «Algo no va bien cuando no puedo ni siquiera sacar una bandera
de Estados Unidos en mi propio país», comento un aficionado estadounidense, al tiempo que
esquivaba un limón que le paso rozando la cabeza, justo en aquel momento. «Para Estados Unidos
jugar en Los Ángeles no es jugar en casa», reiteraba el reportero de Los Ángeles Times.
Los inmigrantes del pasado lloraban de alegría cuando, tras veneer penurias y peligros, veían
por fin la Estatua de la Libertad; se identificaban con entusiasmo con su nuevo país, que les ofrecía
libertad, trabajo y esperanza, y se convertían, a menudo, en los mas patrióticos ciudadanos. En
2000, la proporción de nacidos en el extranjero era algo menor que la de 1910, pero la proporción
de personas que, en Estados Unidos, continuaban manteniéndose leales a otros países y seguían
sintiéndose identificadas con ellos era probablemente mayor que en ningún otro momento desde la
Guerra de Independencia.
En su libro Race Pride and the American Identity, Joseph Rhea ponía ejemplos de las
poesías recitadas en dos ceremonias de investidura de dos presidentes distintos. En la del presidente
John F. Kennedy, en 1961, fue Robert Frost quien celebro los «hechos heroicos» de la fundación de
Estados Unidos que, con la «aprobación» de Dios, marcaron el comienzo de «un nuevo orden de los
siglos»:
Estados Unidos, dijo, estaba entrando en una nueva «era dorada de poesía y poder».
Treinta y dos anos después, Maya Angelou recito un poema en la investidura del presidente
Bill Clinton que transmitía una imagen distinta de Estados Unidos. Sin mencionar en ningún
1
Nuestra incursión en la revolución y la clandestinidad
se ha justificado por la historia de libertad
que, en gloria tras gloria, hasta hoy nos acompaña. (N. del t.)
momento las palabras «America» o «americano», llego a distinguir hasta veintisiete grupos raciales,
religiosos, tribales y étnicos diferenciados —asiáticos, judíos, musulmanes, pawnee, hispanos,
esquimales, árabes, Ashanti, etc. — y denuncio la represión inmoral que habían sufrido como
consecuencia de las «ansias armadas de lucro» de Estados Unidos y su «impronta sangrienta» de
«cinismo». Estados Unidos, según dijo, puede haber quedado «asociado para siempre al miedo;
ligado eternamente a la brutalidad». Frost veía en la historia y la identidad de Estados Unidos
motivos de gloriosa celebración y perpetuación. Angelou interpreto las manifestaciones de la
identidad americana como amenazas malignas al bienestar y a las identidades reales de las personas
dentro de sus respectivos grupos subnacionales.
Connerly explico entonces que entre sus ancestros habia africanos, franceses, irlandeses e
indios americanos, y el dialogo concluyo del siguiente modo:
2
En la presente traducción se emplea la expresión «acción afirmativa» en referencia a las políticas de discriminación
positiva típicas en Estados Unidos y destinadas a incrementar la presencia de las mujeres y de miembros de las minorías
culturales del país en ámbitos profesionales y educativos de prestigio, tanto públicos como privados. (N. del t.)