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La transubstanciación o transustanciación1 es, según las enseñanzas de la Iglesia católica,

la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo, y de toda la
sustancia del vino en la sustancia de su Sangre. Esta conversión se opera en la plegaria
eucarística con la consagración, mediante la eficacia de la palabra de Cristo y de la acción del
Espíritu Santo. Sin embargo, permanecen inalteradas las características sensibles del pan y
del vino, esto es las «especies eucarísticas».23 Significando «especie» para estos efectos, los
"accidentes" del pan y del vino: color, gusto, cantidad, etcétera.

La transubstanciación se basa en el sentido literal e inmediato de las palabras de Cristo en la


Última Cena: «Esto es mi cuerpo... y mi sangre» Marcos 14:12-16 16:22-26, Mateo 26:26-28,
Lucas 22: 14-23. Si bien en el evangelio de Juan no se hace mención a la instauración de la
Eucaristía, Jesús hace mención a dar de comer su carne como alimento de vida eterna (Jn 6:
51-58). La doctrina se definió dogmáticamente en el Concilio de Trento, aunque en el IV
Concilio de Letrán en 1215 se usó el término para designar el cambio del pan en el cuerpo de
Cristo;4 la doctrina en sí ya figuraba desde el siglo IV, puesto que Cirilo de Jerusalén ya lo
había redactado en el catecismo a los catecúmenos.

Los cristianos de la Iglesia ortodoxa aceptan también esta doctrina. Por su parte, Lutero
aceptó como propia la doctrina de la consubstanciación, seguida por las iglesias que derivan
de su reforma.5

Las Iglesias de la Comunión Anglicana aceptan la presencia real de Jesús en los elementos
consagrados, sin entrar a discutir la manera en cómo ocurre este misterio, simplemente
basadas en las palabras de Jesús: «este es mi Cuerpo», «esta es mi Sangre».

Las demás denominaciones protestantes la rechazan argumentando que, para obtener la vida
eterna, no es necesaria otra cosa que una fe verdadera en Jesús; lo que eliminaría la necesidad
de cualquier sacramento.

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