La imprecisión del lenguaje en el concepto de realidad
El lenguaje siempre ha sido la base de cualquier intento de comunicación entre las especies, tanto así, que sin él sería muy poco probable que la vida haya llegado hasta lo que conocemos hoy en día. Desde una perspectiva biológica, el lenguaje no es simplemente un juego de palabras ideado, compartido y entendido por un organismo o un grupo de organismos, su definición va mucho más allá. De hecho, la mayoría de seres vivos no poseen sólo una forma de comunicación, pueden comunicarse de mil y un maneras, haciendo inclusive más difícil la determinación de qué es lenguaje y qué no, y también dificultando la interpretación de la realidad de acuerdo a ese o esos lenguajes. Tradicionalmente entendemos al lenguaje como una forma de comunicación entre las especies, pero la realidad es que, si bien lo anterior es cierto, también es una forma de comunicación entre nosotros mismos. Señales químicas, físicas, electromagnéticas, lumínicas, o comportamentales son algunas de las formas en las cuales nos podemos comunicar. No obstante, el lenguaje no siempre es preciso, existen un sinfín de errores de interpretación que nos abruman y suceden día a día. Es posible que no nos demos cuenta de dichos errores porque su efecto no es tan grave o perceptible, o también es probable que su efecto sea tan abismal y severo que lo sintamos de inmediato. Un error de replicación en el genoma, una proteína mal sintetizada, una división celular a medias, un gesto facial mal expresado, una palabra mal dicha, son algunos ejemplos. Ahora bien, tomando como referencia el lenguaje humano, me atrevería a decir que puede tratarse del más impreciso de todos. Algo que respalda la premisa anterior es que gracias a la infinidad de lenguas, dialectos e idiomas que existen y han existido durante la historia de la humanidad hay muchas formas de decir algo, y ese algo puede ser muy diferente según el receptor o intérprete de lo que se esté leyendo o escuchando. He aquí otro problema: el significado de las cosas. El lenguaje resulta impreciso por su alta abstracción. Es imposible asumir que una palabra sea la misma en el cerebro de dos personas. Por ejemplo, no es lo mismo pensar en el color rojo y pretender que todas las personas de la Tierra piensen en el mismo tono de rojo (si es que incluso conocen el rojo). Tampoco es posible asumir que el amor es el mismo sentimiento para todos. Así pues, el significado de las cosas va a depender de aquel que sea testigo de ellas, y su existencia también va a quedar ligada a lo que hayamos percibido, escuchado o asumido de ellas. No se puede pensar en algo que no conozcamos, y si lo intentamos, la existencia de lo desconocido sólo tendrá sentido con algo que ya conocemos. Esto último es importante cuando se abarcan temas como el origen del universo o el mismo origen de la vida. Todas son teorías, no hay nada que científicamente podamos rotundamente comprobar. Y, la perspectiva que se tiene no es más que la que nuestra realidad nos ha intentado hacer creer. Es irrefutable que muchos experimentos y ecuaciones físico-matemáticas puedan demostrar el Big Bang y el tiempo que lleva existiendo el universo; pero todas esas ideas salieron de alguien cuya mente ya estaba permeada por una realidad específica, que efectivamente, será muy diferente a la que tenga yo o usted como lector. Y esa realidad científica que se proclama la hemos asumido porque tiene más sentido que simplemente divagar con lo que el mínimo alcance del lenguaje humano proporciona.