Está en la página 1de 5

1

MEMORIA DEL BEATO


JOSE GREGORIO HERNANDEZ CISNEROS

Queridos hermanos y hermanas, nos reunimos como asamblea litúrgica para


celebrar por primera vez la memoria litúrgica del beato José Gregorio Hernández
Cisneros, por concesión de su Eminencia el Cardenal Baltasar Porras, administrador
apostólico de Caracas, a cuya iglesia particular le corresponde por derecho, según
establece la notificación sobre el Culto a los Beatos, emitida por la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, con fecha 21 de mayo
de1999, esta celebración litúrgica. Lo hacemos en esta iglesia que ha sido
constituida Santuario Diocesano y desde donde, a partir del 16 del próximo mes,
con la entronización de la reliquia del Beato José Gregorio Hernández, se convertirá
en centro de devoción, difusión y peregrinación del culto al beato en nuestra
diócesis.
Quiero comenzar con una cita tomada del libro José Gregorio Hernández,
biografía de la ejemplaridad, editada por la Universidad de Los Andes: “El Dr.
José Gregorio Hernández es, él mismo, un milagro, y con muchos significados.
Coincido con mi compañero en la Academia de Mérida el Dr. Mariano Nava quien
afirma que: “Quizás su primer milagro haya sido haber podido tener una vida útil
y productiva en aquella tierra bárbara y violenta de finales del XIX y comienzos
del XX”. Venezuela ha tenido hombres y mujeres virtuosos en grado heroico,
personas que han destacado en todas las épocas de la procelosa historia
nacional; el Dr. José Gregorio Hernández reúne aspectos diversos que confluyen
en él y lo hacen único, genial, polifacético, con significados propios y además
oportunos. Milagroso es haber vivido y formado en los tiempos trágicos de entre
los siglos XIX y XX, en una Venezuela azotada por la pobreza, la ignorancia, las
enfermedades y las tiranías, y que su elevación a los altares se logra cuando se
ha producido una involución a circunstancias semejantes a las que le
correspondió vivir. Milagro porque en el santoral católico es raro un laico a
menos que sea mártir, y porque es rarísimo que se trate de un profesional,
médico, profesor universitario, pionero en la investigación científica, miembro
fundador de una Academia, autor de libros científicos y de filosofía; hombre
alegre que bailaba, tocaba el piano y pintaba cuadros al óleo. Milagro porque
con todas estas condiciones de hombre de mundo era un místico, bondadoso,
amable y sencillo. Milagro porque la gente asumió su santidad en vida, y
mientras la Iglesia se dilataba en un largo y lento proceso de reconocimiento de
2

sus milagros bautizó sus hijos con sus nombres, colocó estatuillas y estampitas
con su imagen en sus altares domésticos, en taxis y colectivos, en los hospitales y
dispensarios, en las pulperías y negocios, y lo reprodujo libremente en imágenes
conforme con la religiosidad popular. Milagro porque la santería no logró
desdibujar sus virtudes y hoy lo vemos con toda su pureza y siempre elegante,
buenmozo, de rostro sereno y mirada dulce”.
El Dr. José Gregorio Hernández es el cuarto beato venezolano y el, hasta
hora, único laico. Nace en Isnotú, estado Trujillo, el 26 de Octubre de 1864 y muere
en Caracas el 29 de junio de 1919. En el año 1949, Mons. Guillermo Lucas Castillo,
Arzobispo de Caracas, dio inició la fase diocesana de su proceso de Beatificación y
Canonización; en el año 1972 la Santa Sede reconoce sus virtudes heroicas y es
declarado Siervo de Dios. En el año 1986 es declarado venerable por san Juan Pablo
II y el 18 de junio de 2020 el papa Francisco aprobó el decreto que reconoce el
milagro atribuido al venerable Doctor José Gregorio Hernández, que abre el paso a
la beatificación que se realizó el 30 de abril del presente año en solemne eucaristía
presidia por Mons. Aldo Giordano, en ese momento Nuncio Apostólico en
Venezuela, con la presencia de casi todo el episcopado venezolano.
Desde su muerte el pueblo caraqueño y trujillano y al paso del tiempo toda
Venezuela le invoca como poderoso intercesor ante Dios en medio del sufrimiento
y de la enfermedad. Y aparece el doctor Hernández como signo de amor y
misericordia.
Elevemos nuestra mirada a la liturgia de la palabra que hemos escuchado: El
trozo del libro de Tobías nos presenta cómo el hombre, cómo la mujer de Dios, une
de una manera maravillosa en su vida la virtud humana con la virtud cristiana. Y
precisamente ese es el orden que sirve para el verdadero testimonio de fe que
hace creíble la obra de Dios en nosotros: la virtud humana es el quicio fundamental
y sobre el que podemos y debemos trabajar. Las virtudes humanas son actitudes
firmes, disposiciones estables, perfecciones del entendimiento y de la voluntad que
deben presidir nuestros actos, ordenar nuestras inclinaciones y guiar nuestra
conducta según la razón, y para el cristiano, la razón iluminada por la fe. Nos
ayudan a llevar una vida moralmente bueno. Para el cristiano, estas virtudes
humanas son iluminadas por las virtudes cristianas, que desde la fe, la esperanza y
la caridad, las reinterpretan y las convierten en camino de salvación. Y digo esto
porque la carta de presentación del cristiano son estas virtudes humanas:
humildad, amabilidad, paciencia, dominio de sí, vivir en la verdad, sin favoritismos,
esforzarse en dar lo mejor de sí, saber escuchar,… son ejemplo de ello. No hacemos
3

creíble el evangelio cuando decimos una cosa y hacemos otra (Mt 23, 2-4), no hacemos
creíble el evangelio cuando hablamos de perdonar y yo no perdono (Mt 6, 12), no
hacemos creíble el evangelio cuando invito a escuchar y yo no escucho (Tit 2, 9-10)…
José Gregorio Hernández, desde muy joven resplandeció en las virtudes humanas,
quizás naturales, pero indudablemente acrisoladas al duro trabajo de la fe (1 Tim 6,12),
que lo convirtió en testigo de Jesucristo (1 Ped 3, 15-16). Por eso dirá el libro de Tobías: Es
buena la oración con el ayuno y la limosna con la justicia; dirá Hagan el bien y el
mal no los alcanzará; es mejor tener poco viviendo con rectitud que tener mucho
haciendo el mal…Estas virtudes humanas iluminadas por la fe que dieron paso a la
caridad ejercida con amor dieron su fruto, en el Dr José Gregorio Hernández el día
de su muerte, como nos dice Carlos Ortíz en su artículo Un factor de Unión en
tiempos aciagos: “Hay testimonios de testigos y registros periodísticos de que el
lunes 30 de junio fue un día de duelo no decretado en Caracas. De manera
espontánea los comercios, oficinas, teatros y demás estable -cimientos públicos
se unieron en un cierre de 24 horas. A las 7:00 de la mañana el arzobispo de
Caracas, Felipe Rincón González, ofició la misa de cuerpo presente en la casa de
su hermano José Benigno, que no podía contener la cantidad de gente que desde
la noche anterior llegaba a darles el pésame. Pero fue cuando el féretro se asomó
por la puerta cuando sus familiares y allegados cayeron en cuenta de lo que
ocurría; la calle había desaparecido bajo una masa de gente que, entre frenética
y consternada, clamaba por acompañar a José Gregorio. En medio de esa marea
humana, cientos de universitarios cerraban filas para llevar el ataúd a la
Universidad Central, que permanecía cerrada desde octubre de 1912 a raíz de
una huelga convocada por la Asociación de Venezuela”.
El Evangelio, por su parte, desde la perspectiva escatológica, final y por tanto
de salvación (Mt 25, 31-32), nos invita a la caridad verdadera a imagen de Jesucristo:
“Vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes
desde la creación del mundo; porque estuve hambriento, y me dieron de comer;
sediento, y me dieron de beber; era forastero, y me hospedaron; estuve desnudo,
y me vistieron; enfermo, y me visitaron; encarcelado, y fueron a verme”. Los
justos le contestarán entonces: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos
de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero, y te
hospedamos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o
encarcelado, y te fuimos a ver?” Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo
hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’” (Mt 25,34-36).
Es la caridad sin otra mediación que el amor en la perspectiva del Evangelio, de
Cristo Jesús, que da la vida por la salvación de todos. Nosotros generalmente
4

cumplimos esta palabra desde la mediación del afecto, de nuestra manera de ver,
de nuestras opciones políticas, económicas e incluso religiosas. Te doy a vos que
sois de los míos, te visito a vos porque vos me visitáis a mí; a mí no me digáis que
reciba a ese, o a esos, después de que me dijeron que yo no servía; como queréis
que te ayude, si te la pasáis hablando mal de mí…. El Evangelio nos invita a la
caridad desde el amor, como distintivo de fe en Jesucristo (Mc 10, 21) en la respuesta
ante el impacto del hombre que sufre (Lc 10, 25-37). Y José Gregorio vivió de esta
manera, por eso lo reconocemos como el médico de los pobres, pero también
como el médico e investigador que se codeó con la crema y nata de la ciencia
médica de su tiempo, pero desde la caridad, desde el amor. Cito a continuación a
Enrique Lopez-Toyo en su artículo Santa Palabra. Prólogo, sobre el beato
Hernández: “En paralelo a su formación científica, el Doctor José Gregorio
Hernández como cristiano católico practicante era un ejemplo de virtudes y de
servicio para los más necesitados. Decía que su peregrinar diario por la iglesia le
concedía un real y verdadero encuentro con Cristo. Los sacramentos y la lectura
de la Palabra de Dios eran su alimento espiritual, que le daban la fortaleza para
su práctica diaria llena de compasión por sus enfermos y su familia, a quienes
inducía para una vida cercana a Dios. Leía las encíclicas papales y las discutía en
el seno de su círculo profesional y social para demostrar la preocupación de la
iglesia por el hombre y sus circunstancias. Mantuvo su convicción religiosa por
encima de la ola positivista de su tiempo y en la Academia Nacional de Medicina
–de la cual fue miembro fundador en 1904, al ser escogido como Individuo de
Número ocupando el Sillón XXVIII–, declaró abiertamente su apego a la teoría
creacionista a pesar de la hostilidad que eso suponía en una sociedad cada vez
más conflictiva.”
La persona, la vida y la obra de José Gregorio nos interpela a todos, a mí en
primer lugar, porque siempre he dicho y he pensado que los curas y los médicos
deben tener la misma pasión, unos por la salvación de las almas y otros por la
salvación de los cuerpos. Por eso pido al Señor me conceda la gracia de dejarme
interpelar por este Beato en mi vida y mi servicio sacerdotal y episcopal, pues llevo
en mi nombre, Nicolás Gregorio, su recuerdo y su intercesión. Pido al Señor
derrame abundantes bendiciones sobre nuestra iglesia de Machiques, para que
también nosotros, creciendo en las virtudes humanas y cristianas, en el esfuerzo de
cada día, seamos como él un signo de amor y de misericordia en este tiempo, de
manera tal que podamos hacer nuestra las palabras del salmo 1: “Dichoso aquel
que no se guía por mundanos criterios, que no anda en malos pasos ni se burla
del bueno; que ama la ley de Dios y se goza en cumplir sus mandamientos” (Sal 1,1-2).
5

Que María, que ocupó un lugar especialísimo en el corazón del Beato José Gregorio
Hernández nos preceda y acompañe para que podamos decir cada día: Dichoso el
que confía en el Señor.

En Machiques, el 26 de Octubre de 2021

+ Nicolás, Obispo

También podría gustarte