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El reconocimiento del derecho a la identidad de género: hacia una

ampliación de la ciudadanía.

Introducción
Existe una frontera muchas veces infranqueable que separa a quienes están
dentro de quienes están fuera, es decir que marca el límite entre ser incluido o ser
excluido. Nuestras sociedades en repetidas ocasiones llevan adelante diversos procesos
de exclusión de un otro, ese otro que es diferente a uno y que se puede ver a través de la
marginación y la discriminación de distintos colectivos sociales, por razones culturales,
étnicas, sexuales o de género. Mujeres, pueblos originarios, homosexuales, lesbianas,
personas trans, afrodescendientes, etc., por ser considerados diferentes han sido
colocados en una situación de inferioridad, por una supuesta anormalidad. A su vez,
estos sectores en diversos momentos de la historia han llevado adelante distintas
acciones para ser reconocidos en su particularidad y salir así de la situación de
sometimiento y dominación a la que son, y han sido, expuestos.
Un claro ejemplo en nuestros días se expresa en las demandas de inclusión que
se manifiestan en la lucha de las personas trans 1 por el derecho a la identidad de género
en la República Argentina, ya que se trata de uno de los colectivos que se encuentran
marginados y excluidos de una participación plena en la comunidad política. En este
caso se reclama el reconocimiento por parte del Estado de un derecho, el derecho a la
identidad de género. Expresión que puede ser comprendida como: “la vivencia interna e
individual del género tal como cada persona la siente profundamente, la cual podría
corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la
vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar la modificación de la apariencia o la
función corporal a través de medios médicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que
la misma sea libremente escogida) y otras expresiones de género, incluyendo la
vestimenta, el modo de hablar y los modales”2.
1
“incluye en su enunciación a todas aquellas personas que, de modos diversos, contradicen la relación
congruente y necesaria entre corporalidad, deseo e identidad y expresión de género asociado con el
binarismo heteronormativo occidental” (Cabral, 2009: 338).
2
Principios de Yogyakarta sobre la aplicación de la legislación internacional de derechos humanos en
relación con la orientación sexual y la identidad de género. Los Principios de Yogyakarta son una serie de
principios sobre cómo se aplica la legislación internacional de derechos humanos a las cuestiones de
orientación sexual e identidad de género. Los mismos ratifican estándares legales internacionales
vinculantes que los Estados deben cumplir y fueron desarrollados y adoptados por unanimidad por un
distinguido grupo de expertos en derechos humanos de distintas regiones y diversa formación. Su origen
se remonta a un seminario internacional que se llevó a cabo en Yogyakarta, Indonesia en la Universidad
de Gadjah Mada en 2006.

1
Es posible interpretar que a partir del no reconocimiento de derechos, la
cualidad de ciudadanía de determinadas personas se ve disminuida y afectada. En otras
palabras, el no reconocimiento de derechos estaría implicando una negación de la
ciudadanía.
Luego de una larga lucha de los colectivos de personas trans por el derecho a la
identidad de género, finalmente mediados del año 2012 se logra la sanción de la Ley de
Identidad de Género. Las demandas de reconocimiento de nuevos derechos y la
legitimación de parte de ellos por el Estado, constituyen una serie de acontecimientos a
partir de los cuales surge la necesidad de repensar el concepto de ciudadanía, haciendo
hincapié en los procesos de inclusión y exclusión que la atraviesan, por lo tanto en sus
límites y alcances.

(Re)pensar la ciudadanía: una necesidad hacia la construcción de una


sociedad diversa e inclusiva
Para comenzar es necesario decir, que el término ciudadanía no se trata de un
concepto unívoco, estanco, definido en un momento y para siempre. Al contrario, se
trata de una categoría que está en permanente discusión y que reactualiza sus límites y
contenidos en cada momento de transformación histórica.
Podemos pensar que la comunidad política es el espacio del que todos los seres
humanos deberíamos formar parte, donde la ciudadanía puede comprenderse como una
cualidad que poseemos las personas al estar inmersas dentro de una determinada
comunidad política. Ser ciudadano implica ser sujeto de derechos, los cuales deben ser
reconocidos y garantizados por el Estado.
El sujeto titular de derechos en el marco liberal de ciudadanía 3 debe poseer
ciertas características como tal: masculino, heterosexual, blanco y burgués; y estas
características tienen efectos universalizantes al resto de la sociedad. Aquel que no
presente estas características, será un ciudadano parcial que verá menguada la
titularidad y el ejercicio de sus derechos. En este sentido Aluminé Moreno afirma:
“Distintos autores han señalado que la definición liberal de ciudadanía universaliza las
características de un sujeto heterosexual masculino que provoca tensiones en el
momento de diseñar e implementar políticas públicas que atiendan necesidades de
3
Las democracias occidentales en las que vivimos son democracias liberales, en donde la concepción de
ciudadanía ampliamente difundida es la liberal. Lo que no significa que sea la única y que no reciba
críticas. Por ejemplo los colectivos de la disidencia sexual expresan una serie de cuestionamientos a
varios aspectos de la ciudadanía liberal que en gran parte quedaran expuestas en los párrafos siguientes.

2
diversos grupos interesados en impugnar las categorías sexuales y genéricas
hegemónicas” (Moreno, 2006: 120).
Los hechos históricos nos demuestran que ciertos grupos poseen necesidades
específicas a partir de su particularidad y diferencia, y manifiestan que parte de sus
derechos no son reconocidos (mujeres, pueblos originarios, homosexuales, lesbianas,
personas trans, afrodescendientes, etc) por el Estado. Una política de reconocimiento de
la diferencia, es el comienzo para permitir que estos colectivos marginados social y
políticamente accedan a la titularidad y el ejercicio de derechos en función de su
particularidad; todo esto dentro de un marco general de protección de los derechos
humanos.
La concepción de ciudadanía vinculada al pensamiento liberal presenta un
sujeto universal y es a partir de ese sujeto que se considera la igualdad, por lo que para
ser ciudadanos iguales ante la ley debemos dejar de lado aquellas experiencias de vida
particulares (culturales, sexuales, étnicas, etc) que no se acomoden al sujeto tipo. Es
decir ese universal liberal, pretende borrar, marginar, excluir lo diferente. Quienes
consideran que el reconocimiento de derechos particularistas atenta contra la noción de
derechos iguales ante la ley, están sosteniendo que para ser iguales nos debemos ajustar
a ese universal modelo. Es así que entra en discusión que noción de igualdad es la que
queremos como sociedad y a la que debemos aspirar. Comprometernos por una igualdad
que integre y no una igualdad que margine y excluya es el camino a seguir. Surge la
necesidad de que a partir de reconocernos como diferentes podamos alcanzar un plano
de igualdad como sujetos de derechos, y todavía aún más, el acceso igualitario a
determinadas condiciones socioeconómicas que faciliten y contribuyan al ejercicio de
esos derechos.
Otro elemento importante a considerar en torno al debate de la ciudadanía es la
distinción entre la dimensión de titularidad y la del ejercicio. La condición de titularidad
de un derecho se adquiere cuando, una ley, una constitución o un instrumento jurídico
internacional, reconocen la existencia del mismo. El ejercicio es la concreción en la
realidad de ese derecho a cargo de la persona. De la titularidad al ejercicio no hay un
paso directo, son necesarias ciertas condiciones favorecedoras y medidas que garanticen
un ejercicio pleno de los derechos. Cuando nos preguntamos “¿Qué personas son
consideradas ciudadanos/as?”, estamos hablando de quienes son titulares de derechos y
cuando nos cuestionamos acerca de “¿Cuáles son las bases materiales de la
ciudadanía?”, nos estamos interrogando acerca de las condiciones materiales necesarias

3
para un ejercicio pleno de la ciudadanía. Las políticas de reconocimiento vendrían a
saldar la cuestión referente a la titularidad y las políticas de redistribución generarían las
condiciones favorables para el ejercicio. De lo que se trata es de la necesidad de pensar
que reconocimiento y redistribución van de la mano, y son complementarias. En
palabras de Nancy Fraser: “Después de todo, género, raza, sexualidad y clase están
estrechamente conectados entre sí. Mejor dicho, todos esos ejes de injusticia se
interseccionan unos con otros en modos que afectan los intereses e identidades de todos.
Nadie es miembro de una sola colectividad. (…) por ejemplo, cualquier persona que sea
gay y de clase obrera necesitará a la vez la redistribución y el reconocimiento
independientemente de lo que haríamos con estas dos categorías tomadas por separado”
(Fraser, 1996: 30-31).
La titularidad y el ejercicio de la ciudadanía se encuentran atravesados de
diferentes maneras por supuestos acerca de la sexualidad, por lo que se puede decir que
toda ciudadanía es sexual en algún punto (Moreno, 2006). Si tomamos como muestra el
derecho a la salud este incorpora dentro de sí aspectos relacionados con la salud sexual
y reproductiva; también el derecho a la educación puede ser un ejemplo, con la
incorporación en los diferentes niveles educativos de la educación sexual. Negar el
carácter sexuado de ciudadanas y ciudadanos implica borrar de la definición de
ciudadanía un rasgo que por indiferencia permite al Estado desentenderse de derechos
elementales de las personas.
Existe una ciudadanía sexual dominante, vinculada al modelo liberal, y
responde a los patrones de la heterosexualidad, el androcentrismo y el binarismo de las
identidades de género, que es cuestionada desde una noción de ciudadanía sexual
disidente. En cuanto a la ciudadanía sexual dominante, ésta ha construido al ciudadano
normal, como masculino y heterosexual, incorporándose esta heteronormatividad y
androcentrismo en las legislaciones que fijan las condiciones para la titularidad de
derechos en las democracias liberales. La base normativa de la ciudadanía sexual
dominante se encuadra en los siguientes aspectos: la posibilidad de una única forma de
práctica sexual, la heterosexual; en segundo lugar el binarismo de las identidades de
género masculino-femenino, sin reconocer la posibilidad de otras identidades como la
travesti, transgénero, transexual, etc.; la primacía de la identidad masculina sobre la
identidad femenina; y por último la natural y necesaria correspondencia entre sexo y

4
género4, encarnado en el binomio sexo biológico mujer y género femenino, o sexo
biológico varón y género masculino.
Opuesta a la anterior concepción nos encontramos con la noción de ciudadanía
sexual disidente. En un primer momento es necesario aclarar que la categoría disidencia
sexual, está marcando el desplazamiento, alejamiento y la confrontación respecto de una
norma, que es la que se vincula a la concepción liberal de ciudadanía (Flores, 2008).
Desde la ciudadanía sexual disidente se lucha por la posibilidad de: “derechos a varias
formas de prácticas sexuales, derechos relativos a la identidad propia y a las
autodefiniciones y derechos en relación con instituciones sociales, tales como la
validación pública de una variedad de relaciones sexuales” (Moreno, 2006: 126). Como
se puede apreciar una de las demandas es el derecho a la identidad propia y a las
autodefiniciones, dicho reclamo encuentra una expresión concreta en la lucha que el
colectivo de las personas trans a llevado adelante en los últimos años en la Argentina,
por la sanción de una ley que reconozca dicho derecho.
Las diferentes formas de vivir la sexualidad y de sentir el género, deben ser
contempladas en el momento en que pensemos las condiciones de posibilidad y el
acceso a la ciudadanía, es decir cuando reflexionemos respecto a que ciudadanía
deseemos construir.

Ley de Identidad de Género: un largo recorrido de lucha


Para llegar a la sanción de la Ley de Identidad de Género en el año 2012, fue
necesario un largo proceso de lucha desde el colectivo de las personas trans que lleva
por lo menos casi dos décadas de recorrido. Es preciso aclarar que dichas demandas
deben inscribirse como parte de un movimiento más amplio que incluía además a
lesbianas, gays y bisexuales, todos ellos en conjunto movilizándose por una reducción
de la discriminación jurídica y una disminución de la segregación y estigmatización
social que históricamente han sufrido en la Argentina.
Para mostrar parte de ese largo camino por el reconocimiento tomemos unas
palabras de Lohana Berkins: “Regresamos al año 1991 y nuestro primer contacto con
Carlos Jáuregui, integrante de Gays por los Derechos Civiles. Llegamos a él buscando
ayuda. Un grupo de compañeras había sido visitado violentamente por la policía en su

4
La noción de género hace referencia a los aspectos sociales, psicológicos y culturales de la femineidad y
masculinidad, diferenciándose de la categoría sexo que describe la pertenencia biológica de los
individuos. Este es la distinción clásica, que no está exenta de cuestionamientos.

5
domicilio particular. Jáuregui no sólo brinda el apoyo solicitado, también nos invita a
organizarnos. De la mano de este dirigente gay nace nuestra primera organización que,
como dije antes, se llama ATA” (Berkins, 2003: 128). Como podemos ver la lucha
política de las personas trans comienza de manera organizada en el año 1991, a través
de la creación de la primera asociación que lleva el nombre de Asociación de Travestis
Argentinas. En estos primeros tiempos la estrategia por parte del colectivo trans fue la
de lograr la visibilización a partir de relatar sus experiencias de vida. Corre el año 1995
y se crean dos organizaciones más: Asociación Lucha por la Identidad Travesti (ALIT)
y Organización de Travestis Argentinas (OTRA). Otro punto clave fue la disputa en
torno a la derogación de los Edictos policiales, que rigieron en la Ciudad de Buenos
Aires hasta el año 1997, dichos instrumentos castigaban por ejemplo a “los que se
exhibieren en la vía pública con ropas del sexo contrario” y a “las personas de uno u
otro sexo que públicamente incitaren o se ofreciesen al acto carnal”, de tal manera que
los edictos funcionaban como mecanismos de persecución hacia los disidentes sexuales
(Moreno, 2006). Cuando se otorga la autonomía a la Ciudad de Buenos Aires, en virtud
de la Constitución Nacional, los edictos caducan y la nueva legislatura porteña debe
elaborar una norma que los sustituya. Es así que en marzo de 1998 se sanciona el
Código de Convivencia Urbana con el que desaparecen figuras tales como las
mencionadas anteriormente.
Por otro lado, es apropiado destacar que las motivaciones que guían la lucha
por el reconocimiento del colectivo de las personas trans, tienen como objetivo
revalorizar las identidades desvaloradas injustamente: “La rutinaria persecución
policial, las acostumbradas restricciones a circular libremente por las calles portando
una identidad subversiva, los permanentes obstáculos para acceder a derechos
consagrados para todos/as los/as ciudadanos/as del país, entre otros, hacen de la vida
travesti una vida en estado de sitio” (Berkins, 2003: 133).
La población trans enfrenta serios desafíos y situaciones de marginalidad. La
discriminación, el permanente acoso policial, la falta de acceso a la seguridad social y
las dificultades para acceder a un trabajo digno, representan algunos de los principales
problemas con los que se encuentran diariamente las travestis, transgéneros,
transexuales y hombres trans. En cuanto a la discriminación, el ámbito de la vía pública
es uno de los lugares en donde se presentan los mayores índices, pero no debemos pasar
por alto la marginación que reciben muchas veces por parte de su ambiente familiar ya
que gran parte de ellas son expulsadas de ese entorno no respetándose su identidad. Otro

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espacio que las excluye es el ámbito escolar, debido a que con motivo de la fuerte
discriminación vivida abandonan la escuela; y esto a su vez dificulta la búsqueda de
horizontes laborales, porque cuando menor es el nivel educativo adquirido mayor es el
porcentaje de personas trans cuyo principal medio de subsistencia es la prostitución.
Referido a la seguridad social la gran mayoría no cuenta con obra social, ni prepaga, ni
plan estatal, y los hospitales públicos se transforman en el único lugar donde pueden
concurrir para atender su salud.
El acoso policial es otro de los grandes flagelos para la comunidad trans,
situaciones de extorsión, maltrato, violencia física y verbal, abuso sexual y hasta hechos
de tortura configuran un conjunto de elementos que se puede enmarcar dentro de las
políticas de criminalización con la que el estado, y en particular las fuerzas de seguridad
que de él dependen han tratado a la comunidad trans. Esto se refleja en gran medida en
los edictos policiales y códigos contravencionales presentes en todo el país, los cuales
en parte han sido derogados representado un avance gracias a la propia lucha.
La dificultad para acceder a un empleo en el mercado laboral representa un
punto importante a considerar en la situación de exclusión a la que son sometidas las
personas trans, lo que da como resultado que muchas de ellas sean condicionadas y
empujadas a situaciones de prostitución como única alternativa de vida. Referido a este
punto existen discrepancias en torno a cómo considerar la prostitución. Algunos sectores la
condenan en absoluto negándola como medio de vida y otros defienden el trabajo sexual como
una opción. A título personal considero importante la distinción entre una imposición o
sometimiento y una libre elección, entiendo que deben existir opciones para elegir; la
prostitución no debe ser el destino inevitable para las persona trans, pero tampoco debe
restringirse la posibilidad de su ejercicio a aquellas personas que lo deseen libremente.
Desde un punto de vista político el colectivo de las personas trans posee como
reclamos fundamentales, la afirmación de los derechos humanos y civiles con base en el
respeto a la identidad y expresión de género. Más específicamente la posibilidad de
cambio de nombre y género reconocido por el estado sin obligación de cirugías de
cambio de sexo, además de protección frente a la discriminación basada en la identidad
y expresión de género (Cabral, 2009: 339).
La aprobación de la ley 26.618 de Matrimonio Igualitario por parte del
Parlamento argentino en julio de 2010 significó un enorme avance en materia de
derechos y promoción de la ciudadanía para lesbianas, gays, bisexuales, travestis y
transexuales en todo el territorio nacional. Dicha ley corona largos años de lucha y

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sienta una base a partir de la cual, específicamente el colectivo de las personas trans
puede comenzar a discutir en público el reclamo por el derecho a la Identidad de Género
autopercibida.
Con la sanción de la Ley de Identidad de Género en mayo del año 2012 se
produjo la concreción del derecho a la identidad de género y otras demandas esbozadas
por la lucha del colectivo de las personas trans. La Ley N° 26743 viene a dar respuesta
a un reclamo histórico de la población trans: poder vivir el género tal como cada
persona lo sienta, se corresponda o no con el sexo asignado al nacer, sin perder el pleno
disfrute de todos los derechos humanos.
Entre los principales avances de la ley en materia de derechos, podemos
destacar los siguientes: en primer lugar cualquier persona mayor de 18 años que sienta
que su identidad de género autopercibida no coincida con la asignada al momento de
nacer, podrá con solo un trámite administrativo solicitar la rectificación registral del
sexo y el cambio de nombre de pila e imagen. El segundo derecho importante para las
personas trans mayores de edad, es la posibilidad de solicitar intervenciones quirúrgicas
y/o tratamientos hormonales que permitan adecuar su cuerpo a la identidad de género
autopercibida; además el sistema público de salud y los programas obligatorios de las
obras sociales deberán incorporar dentro de sus protocolos tratamientos hormonales e
intervenciones de reasignación sexual. A partir del reconocimiento de estos dos
derechos ya no será necesario judicializar las identidades y por ende cualquier persona
podrá acceder al cambio registral, a las cirugías de readecuación y a los tratamientos
hormonales, sin tener que pasar por un tortuoso proceso judicial y de comprobación
pericial. En el caso de las personas menores de 18 años, también tendrán acceso a
solicitar el cambio registral del sexo, el nombre de pila e imagen, así como asimismo
intervenciones quirúrgicas y/o tratamientos hormonales, con la única salvedad de que se
necesitará la presencia de un representante legal que preste conformidad y autorice los
actos llevados adelante por el menor. Todo lo anteriormente enunciado nos muestra que
se logra el reconocimiento de la identidad de género como un derecho humano básico
eliminando la existencia de condicionamientos.
En términos generales, cuando el estado lleva adelante la sanción y
promulgación de una ley, está en gran medida exponiendo una definición acerca de la
aceptabilidad, rechazo o promoción de ciertos tipos de comportamientos o prácticas
(Moreno, 2002). Con la sanción de la Ley de Identidad de Género el estado resguarda,
reconoce y garantiza al derecho a la identidad de las personas trans, dando inicio a un

8
proceso que intenta revertir una larga historia de políticas de criminalización y
judicialización.

Reflexiones finales
Antes de la sanción de la ley existía un conjunto de personas, más
específicamente la población trans que veían cómo parte de sus derechos eran negados
por el estado, es decir que ese no reconocimiento de derechos estaba implicando una
negación de la ciudadanía y colocando a las personas trans, en una situación de
ciudadanos de segunda categoría o ciudadanos parciales. La negación era doble,
negación de titularidad y de ejercicio de derechos. Con la sanción de la ley se produce
una ampliación de la ciudadanía y se avanza en el reconocimiento, desencadenando un
proceso que se dirige en la dirección de convertir a esos ciudadanos parciales, en sujetos
de pleno derecho. Los nuevos derechos establecidos representan claramente una opción
por avanzar hacia una ciudadanía más inclusiva y en gran medida simbolizan la apertura
para pensar la noción de ciudadanía más allá de su versión sexual dominante.
Respecto a los dos tipos de negaciones de la ciudadanía, podemos ver que la
negación en cuanto a la titularidad es superada, ya que la población trans se ha
convertido en nuevo sujeto derechos, por otro lado debemos seguir de cerca el proceso
del ejercicio de esos nuevos derechos para ver en qué grado, las personas trans pueden
ejercerlos concretamente sin impedimentos.
Respondiendo a la pregunta: ¿Qué personas son consideradas ciudadano/as?,
podemos decir que la población trans a partir de la sanción de la Ley de Identidad de
Género forma parte de este conjunto. Con respecto a la otra pregunta: ¿Cuáles son las
bases materiales de la ciudadanía?, debemos decir que es aquí donde se presentan los
desafíos venideros. La aprobación de la ley significa un gran paso, sin embargo es
necesario seguir de cerca el proceso de aplicación e implementación de la ley. El Estado
debe seguir estando presente, por ejemplo a través de políticas públicas
complementarias que acompañen la ley, y permitan revertir la vulneración de derechos
que atraviesa al colectivo de personas trans en torno al acceso a la educación, la salud,
el empleo, la vivienda, el espacio público y los bienes culturales entre otros.
Si partimos de tener en cuenta que detrás de toda ley hay un modelo de
sociedad y de ciudadanía configurado, esta nueva ley puede ser interpretada como una

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alternativa de cambio, una reconfiguración acerca del tipo de sociedad y ciudadanía que
se está gestando actualmente.
Por último, es preciso decir que la ley de identidad de género marca un proceso
de inclusión que considero como “inclusión disruptiva”, ya que si bien tenemos un
adentro y un afuera, en donde el adentro está representado por el espacio de la
ciudadanía liberal que se encuentra regida por la normatividad heterosexual, el
androcentrismo y la jerarquización sexual. Lo que se encuentra fuera del círculo, es lo
anormal, lo que no encaja. Las luchas de los movimientos sociosexuales o colectivos de
la disidencia sexual por el reconocimiento de sus demandas, apuntan a incluirse en ese
espacio heteronormativo, androcéntrico y jerarquizado, no para dejarse asimilar y que se
produzca un borramiento de su particularidad y diferencia, sino para transformar y
romper dicho espacio, pasando de estar excluidos a estar incluidos, pero no en el viejo
espacio sino en uno nuevo, que contemple una pluralidad creciente de voces y
experiencias, un nuevo espacio, en el cual no exista una normalidad o una regla que rija
las identidades sexuales y de género.
Es decir, de lo que se trata es de iniciar un proceso de paulatina transformación
en pos de una “inclusión disruptiva” que implica incorporarse a un espacio para
transformarlo radicalmente y no una “inclusión asimilacionista”.

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