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GENERACIONES, POR GRÍNOR RELACIONADOS

ROJO
03/08/2021

Platón y la
economía:
dinámica de
doble filo

Hasta que la
dignidad se haga
costumbre... y
Constitución

Lo del recambio generacional como motor de la


historia es un cuento más viejo que andar de a
pie. Tiene que ver, en primer término, con la «¡Pantalón dentro
aparición en la moderna civilización de de la bota!
¡Casco de guerra!
Occidente de la conciencia del tiempo histórico
¡Bala pasada! ¡A
y con la simultánea necesidad de explicar su matar! La ley los
funcionamiento. Agréguese a ello la ampara».
decimonónica obsesión con el progreso, y la
pregunta deviene no en una que interroga por
cómo se mueve la historia, sino en una que
aspira a saber de qué manera esta “avanza”. Y
las respuestas abundan. Desde las que ponen el
ojo en ciertos sujetos iluminados, conductores
de pueblos, líderes mesiánicos que con su sola e
incomparable musculatura empujan y mejoran el
! ¿Qué quieres buscar?
desplazamiento temporal, hasta los que, con
fórmulas diferentes, hacen de ese suceso un
quehacer colectivo, de una generación, de una
clase, etc.

Muy favorecida, desde el romanticismo, es, por


supuesto, la fórmula generacional. En la primera
mitad del siglo XIX, surgieron en Europa las
“jóvenes generaciones”, una invención de
Giuseppe Mazzini. Este fundó en 1831 la Joven
Italia y, no contento con eso, en 1834 dio origen
a la Joven Europa. Su deseo era que la Joven
Italia se hiciese cargo del logro de la unidad
republicana de ese país y la Joven Europa de la
transformación del continente en el mismo
sentido hasta desembocar en su unificación. No
le fue del todo mal, hay que reconocerlo. Si es
verdad que no consiguió ver durante su vida el
cumplimiento de ninguno de los dos objetivos
que se había propuesto, no es menos verdad que
esos objetivos eran válidos y que sus
actuaciones pavimentaron el camino para su
consecución posterior.

En América Latina, una “joven generación”, al


estilo de las de Mazzini, aparece en la Argentina
con el retorno de Esteban Echeverría a Buenos
Aires después de sus cinco años parisienses.
Echeverría, que se había embarcado en 1825 con
un pasaporte que decía “comerciante”, regresa
en 1830 con otro que dice “literato”. En París ha
leído en los periódicos acerca de las batallas del
romanticismo entonces en boga (y algo también
acerca de la batallas del socialismo utópico
también en boga) y descubierto a través de esas
lecturas su propia identidad. De regreso en su
país natal, lo encuentra escindido políticamente
entre los viejos unitarios y los federales
mazorquistas (los que le pedían a Rosas más
horca), lo que lo persuade, con el fin de resolver
esa penosa situación, a introducir la fuerza
renovadora de los jóvenes. Entre 1837 y 1838, en
Buenos Aires, en la librería de Marcos Sastre,
acordándose de las proezas de Mazzini,
Echeverría le da el vamos a la Joven Generación
Argentina, rebautizada más tarde como
Asociación de Mayo, la que, después de todo, no
traía consigo ninguna alternativa a la política
liberal de los viejos unitarios sino su
continuación perfeccionada.

Ni corto ni perezoso, el siempre listo José


Victorino Lastarria funda en Chile la Sociedad
Literaria, en 1842, la que será el albergue de la
Joven Generación local.

De ahí en adelante el chorro fue incontenible, en


Francisco Bilbao y sus amigos en la Sociedad de
la Igualdad, en la “Generación argentina del 80”,
en la de los “científicos” del porfiriato mexicano,
en la “Generación española del 98”, en los
“Generación” de los “arielistas” rodonianos de
principios del siglo XX, y habiéndolo recogido
incluso el José Martí de “Nuestra América”,
donde afirma que los jóvenes de América
“entienden que se imita demasiado, y que la
salvación está en crear” y que “crear es la
palabra de pase de esta generación”.

Y con esto nos movemos hasta fines del siglo


XIX cuando el “tema” generacional va a dar al
escritorio de los filósofos europeos: al de
Dilthey, al de Mannheim, al de Pinder y al de
Petersen, por ejemplo, hasta llegar al de José
Ortega y Gasset, tal vez el más influyente en el
mundo hispanoamericano, y que es quien se
explaya acerca de unos sujetos que habría
nacido surtos de una misma “sensibilidad vital” y
de un mismo “sistema de preferencias”, que a la
manera de los clásicos viven solo sesenta años
(no habían aparecido aún los milagros de la
geriatría), sesenta años que estarían divididos en
porciones de quince --niñez, preparación,
vigencia y vejez--, y que se enredan y polemizan
con sus “contemporáneos” (con sus
contemporáneos y no con sus “coetáneos”),
según el estadio de evolución en que se
encuentran unos y otros, o sea los que están en
la fase de “preparación” con los que están en la
de “vigencia”, etcétera, e infundiéndole así un
impulso continuo al carro del tiempo. Ni falta
que hace insistir en el éxito incendiario que tuvo
la propuesta de Ortega, sobre todo en el campo
de la literatura. Cuando yo era estudiante en el
Pedagógico de la Universidad de Chile, a
principios de los años sesenta, todo joven que
se respetara tenía su nombre inscrito en los
registros de alguna “generación” y su deber era
actuar en consecuencia, en tanto que las
“nuevas generaciones” aparecían en los
periódicos de la plaza semana por medio de la
misma manera en que aparecen los hongos
después de la lluvia en el jardín. Entre los
escritores chilenos de esos años, la más
bulliciosa fue una a la que le decían la
“Generación del 50” y que había sustituido a otra
que se llamaba la “Generación del 38”.

He recordado el zafarrancho anterior a propósito


del “recambio generacional”, que según me
cuentan se está produciendo en la sensibilidad
política chilena y con el que se pretende dar
razón del deseo de transformaciones que en la
actual coyuntura anima a la gran mayoría de los
ciudadanos. Como se sabe, nuestro país se
encuentra hoy en medio de una encrucijada
histórica de ramificaciones innumerables, pero
que consiste esencialmente en la pérdida de
legitimidad del contrato de convivencia con el
que hemos existido hasta la fecha, al menos
desde el golpe de Estado de 1973. Basado en
ciertas premisas económicas (el modelo del
capitalismo neoliberal y sus ramificaciones
nefastas) sociales (un país homogéneo, ello en
términos de clase, raza y género. “Monolítico”,
decía Pinochet), políticas (un Estado
presidencialista, oligárquico recalcitrante y
administrado por entero desde la ciudad
capital), ecológicas (la naturaleza es un regalo
que Dios le hizo al hombre para servirlo como a
éste más le convenga) y culturales (una cultura
que remeda en esta punta del globo lo que
hacen las más poderosas del Occidente
desarrollado), ese contrato de convivencia es lo
que hoy se tambalea. Por lo mismo, los chilenos
sentimos que nuestra obligación es, por lo
menos para dar comienzo a un debate eficaz,
pensar el país de nuevo y plasmar eso que
habremos pensado en una constitución que
reemplace a la obsoleta y vergonzante del
dictador.

Y ello estaría ocurriendo porque ha entrado en


escena una nueva generación de jóvenes
contestatarios, empeñados en “arrumbar” y
“sustituir” cuanto les sale al paso, es lo que
nos dicen los zahoríes lectores de Ortega. La
“sensibilidad” y las “preferencias” iconoclastas
de esos muchachos y muchachas chocan con las
añejas del statu quo y demandan su reemplazo.
No están contentos los/las jóvenes chilenos/as
de 2021 con lo que existe y se incorporan en el
espacio público con unas ideas que según
aseguran pueden cambiar todo lo que no está
funcionando o funciona mal. Por ejemplo, el
candidato más joven a la presidencia que Chile
ha conocido enfrentó hace unos pocos días su
preselección en un justa de primarias a partir de
tres perspectivas transversales:
descentralización, ecologismo y feminismo. Una
perspectiva política, una ambiental y una
sociocultural. O, dicho más precisamente,
enfrentó su preselección como candidato
proponiendo que cualquiera sea el asunto que él
aborde con posterioridad a su victoria definitiva,
la que anticipa que obtendrá entre noviembre y
diciembre del presente año, ello lo hará
poniéndolo en relación con alguna de esas tres
variables. Ganó la preselección, y la ganó
porque, si hemos de creerles a los zahoríes, el
programa que propuso interpretaba mejor los
anhelos de sus coetáneos. Patéticamente,
algunos políticos viejos, operadores diestros en
las cocinerías de la dictadura y la postdictadura,
se han apurado en subirse en el carro para
repetir la receta, pero es dudoso que, dadas sus
credenciales nada impolutas, a ellos se les dé
con la naturalidad con que se le dio a su joven
contrincante. Este encarna a la “joven
generación” y promete resolver, con esa
“sensibilidad· y con esas “preferencias”, el
desajuste entre lo que objetivamente existe y lo
que debiera existir.

Por mi parte, pienso que esta plataforma puede


ser útil e inclusive necesaria para los fines
electorales a los que sirvió hace poco y a los
que tendrá que servir más adelante, pero
dificulto que baste para una explicación
suficiente de lo que pasa en Chile en realidad .

En primer lugar, porque los problemas que tiene


Chile en este momento no son sólo los
problemas de Chile. Quien quiera que tenga una
mediana información sobre el estado de cosas
en el mundo sabe que la rueda del tiempo está
ahí atascada desde hace ya un rato largo, que la
economía rapaz e inequitativa del capitalismo
tardío no da para más; que, por lo pronto, no
sólo ha sido esa economía incapaz de enfrentar
la pandemia del covid 19, sino que ha agudizado
sus efectos, protegiendo a los ricos y
descuidando a los pobres (me refiero a las
poblaciones pobres de los países pobres y
también a las poblaciones pobres de los países
ricos. Leo en un informe de Amnistía
Internacional que “si continúan las tendencias
actuales, los países más pobres del mundo no
vacunarán a su población hasta 2078. Mientras
tanto, los países del G7 van camino de vacunar a
su población antes de enero de 2022”), sino que
tampoco le da de comer a un 10 por ciento de
los habitantes del planeta, a 811 millones de
personas, según un informe de la ONU del 21 de
julio de este año, al mismo tiempo que, para
salir de la crisis en que se sabe hundida hasta el
cuello, fabrica armas cada vez más sofisticadas,
emprende guerras atroces, depreda los recursos
naturales y con todo ello amenaza con la
extinción de la vida sobre la faz de la tierra.
Entre tanto, sus administradores se llenan la
boca con la democracia, mientras reprimen o
cooptan (esto gracias al chipe libre de la cultura
chatarra) cualquier desobediencia del “pueblo
soberano”.

Por otro lado, y esta vez en Chile, esa misma


economía hace que el 50 por ciento de los
trabajadores gane menos de 401.000 pesos al
mes, que los servicios públicos de educación,
salud y demás sean un desastre, que “a
diciembre de 2019, el 50% de los 984 mil
jubilados que recibieron una pensión de vejez
obtuvieron menos de $202 mil ($145 mil si no se
incluyera el Aporte Previsional Solidario (APS)
del Estado)”* y que a los que se manifiestan en
contra de este flagelo la policía los deje ciegos o
los mantenga por largos períodos cautivos, sin
juicio, gozando en la cárcel de los placeres de la
“prisión preventiva”.

Nada de esto es obra ni de la sensibilidad vital


ni de las preferencias de la generación anterior,
y tampoco lo van a solucionar ni la sensibilidad
vital ni la preferencias de la generación de
recambio, la que está entrando ahora en la fase
de su vigencia, como les gusta decir a los
orteguianos. Esto es así porque en Chile sigue
en funciones una máquina económica que actúa
natural e inevitablemente a favor de los menos y
en detrimento de los más y cuyos dispositivos
tendrían que ser extirpados de raíz. La
centralización extrema, el abuso ecológico y las
inequidades de género (y no sólo las de género,
sino las concernientes a cualquier diversidad,
racial, sexual, etc.) son repugnantes, qué duda
cabe, y los jóvenes tienen toda la razón en
denunciarlas y atacarlas, pero no son causas
sino consecuencias. Ponerlas a ellas en el
primer lugar de la lista es, como quien dice,
tomar el rábano por las hojas.

Pero, como yo lo confesé alguna vez, aunque es


verdad que no creo en la generaciones, no puedo
negar que las hay. Siempre que se las entienda
como lo que son, es decir, como unos grupos
acotados de individuos que, por las causas que
sean, de ordinario por causas de amistad, clase
social y educación, comparten respecto de
ciertas cosas ciertas perspectivas en común y
las que en el caso de la cultura son sobre todo
perspectivas ideológicas y estéticas. Tales
individuos se nutren de un mismo repertorio de
fuentes, padecen circunstancias biográficas
análogas, escogen a los mismos héroes y
protagonizan acciones animadas por objetivos
que, aun cuando en el momento de consumarse
nos parezcan contradictorios, vistos en
retrospectiva nos resultarán armonizables. No es
entonces que esos individuos hayan hecho su
entrada en este mundo provistos de una
"sensibilidad vital" que sabe Dios por qué
razones debiera ser la misma en cada uno de
ellos, sino que son ellos los que se olfatean, se
reconocen y se arrebañan porque sienten que
coinciden en tales o cuales vertientes de sus
experiencias de vida.

La movilización
estudiantil de los
pingüinos de 2006
y la universitaria
de 2011 reunió en
Chile a un grupo
muchachos y
muchachas con
semejantes
características.
Varios, entre los
que hoy se
aprestan a
competir por el
poder o que ya lo
han hecho y lo
han ganado --son
diputados,
alcaldes y, más
recientemente, gobernadores--, salieron de ese horno,
entre estos el precandidato al que me referí más
arriba. Y, aunque no militen en un solo partido político
o en ninguno, son más sus coincidencias que sus
diferencias, lo que explica que se hayan convertido en
líderes del cambio que los chilenos tenemos ad
portas. Yo, que tengo ochenta años, confío en que no
con sus “sensibilidades”, sino con un empleo aplicado
de su saber, su inteligencia y su honradez convoquen
al conjunto del pueblo y nos saquen así del atolladero
en que nos metieron Pinochet, sus amigos y también
sus enemigos de la postdictadura.

Fotografías de Paulo Slachevsk @pauloslachevsky


* Datos de la Fundación Sol.
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