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No hay lugar como el hogar

Los olores del límpido y el alcohol se pierden entre los de prado fresco, flores, y
otros que van y vienen. Con una estructura encerrada, con rejas verde pálido, paredes
color playa y marcos caoba que le dan un tono de solemnidad lúgubre, me encuentro
en el hospital psiquiátrico de Cali.

–La psiquiatra me dice: –Dafne  hemos notado una gran mejoría [...]  y te vamos
a dar de alta...
–¡¿Cómo así?! ¡Usted no me puede hacer esto! ¿Cuándo?
–Sí, yo ya voy a firmar tu orden, tus papás ya van a venir a recogerte...
–¡Nooo!– y gritaba a viva voz como una loca– Ustedes no me pueden sacar de
aquí;
¿¡Usted cómo me hace esto, ustedes por qué me hacen esto?! Y cogida del
escritorio de la psiquiatra; vinieron las enfermeras a llevarme y yo:
–¡Noooo yo no me voy a ir de aquí!– En ese momento llegaron mis papás yo
estaba en la habitación, no había hecho la maleta, nada. Mi papá llegó solo, todo feliz
porque desde el primer día no quería que yo estuviera ahí:
–Hija ¿Cómo estás?–
–No papá yo no me voy a ir de aquí ¡Yo no me voy a ir!–  Yo con mi show tal de
que me quedaba... no mijita porque ya habían dado la orden. Yo hasta les dije:
–¡Ustedes me sacan porque yo ya les estoy consumiendo, yo ya estoy un gasto
para ustedes!– A mí ya me han dicho que no me iban a dejar más de quince días,
porque no dejan a nadie más de quince días, a no ser que esté muy, muy, mal; y no
estaba muy mal.

Dafne la sutil y tierna, fiel creyente en Dios, al igual que sus padres; de cuerpo
delgado, pies pequeños y belleza melancólica. Tuvo cambios drásticos, grandes
transformaciones, su cuerpo engrosó, se tornó un poco más fuerte, mucho más
voluptuosa, su inocencia quedó atrás con sus años adolescentes; al menos eso creyó
durante el transcurso de diez años.
Su mirada sigue con la carga melancólica que ella describe como depresión, su
ternura sigue presente en un rostro joven, y su piel morena delimita una exuberante
figura, de cintura fina y caderas anchas. Acaba de llegar del trabajo y me atiende en el
sofá de su casa, divida en dos ambientes, pintada de blanco en el barrio El Rodeo de
Cali.
– Sentate cómoda mi Vivi – me dice con una sonrisa y se ubica en la sala; donde
tiene una mesita, un ventilador silencioso, algunos libros acomodados en una
estantería de madera, pintada en caoba, un par de cuadros en tonos azules, un
atrapasueños en el mismo tono, y un espejo que atraviesa toda la media pared del
fondo de la casa. Todo lo que tiene es propio, el apartamento es parte de un terreno
que la madre le donó, la construcción se la ayudó a realizar su ex- esposo durante el
proceso de divorcio.  Se agacha a quitarse los zapatos y se sienta con un ademán
cansado; no sin antes ofrecerme algo de beber.
–Mi papá y mi mamá llegaban a las ocho de la mañana y se iban a las cinco o
seis de la tarde permanecían todo el día conmigo, o sea, era tooodo el día allí. Yo me
perdía a veces de hacer las terapias, o iba a hacerlas y ellos estaban conmigo.
Entonces la psiquiatra dijo: “No, Dafne no puede recibir visitas así; porque una de las
razones por las que ella es así, es porque lleva años guardándose una cantidad de
sentimientos y emociones. Porque su relación con sus papás es una relación
demasiado…”. Como que la figura de autoridad fue ejercida con mucha fuerza para
para mí; entonces yo no era capaz de decirle a ellos lo que sentía; no era capaz de
hacer muchas cosas que yo quería, sino que hacía las cosas que ellos esperaban que
yo hiciera; mejor dicho; yo todo el tiempo lo que experimentaba era un tremendo
sentimiento de culpa de que ellos me visitaran ahí, que vieran así ;y siempre decía: es
que mis papás no merecen una hija así.

–La psiquiatra sacó su conclusión: mis papás no me dejaban avanzar en mi


proceso, en mi tratamiento, así restringieron las visitas sólo a tarde, y casi los tienen
que internar a ellos también.

–¡¿Cómo se le ocurre; cómo voy a dejar a mi hija aquí?!


–Es que es momento que su hija toma el control de su vida, porque cada vez
alguien más toma el control; ella va caer en crisis; necesita hacerse cargo y
enfrentarse como sea.

–Finalmente les tocó acatar las órdenes porque no los dejaban, y ese espacio
fue de verdad estar más allá, en el hospital; más sola sin que ellos me sacaran de las
terapias… hacíamos karaoke, compartía más con la gente de allá, pintabamos yo ya
estaba un poquito mejor. Dejaron que me entregaran unos los blogs y unas pinturas, y
yo pinté algunas cosas allá para mis compañeros; fui cómo evolucionando bastante,
de hecho ya la lectura de los psicólogos y de los psiquiatras que era que yo estaba
mucho mejor. Luego de pasados dieciséis días de estar internada, me llamaron:
“Dafne hemos visto tu mejoría…” Pero en esos dieciséis días entró y salió una
cantidad de compañeros que se quedaban tres o cuatro días, que los parientes
firmaban para llevárselos; nos hacíamos como muy amigos y cada vez que uno se iba,
se quedaban unos vacíos tan grandes, era poco el tiempo pero no teníamos a nadie
más; solo nos teníamos a nosotros. Entonces llegaban y se iban se llevaban a parte
mí; y siempre preguntaban: “¿Qué vas a hacer cuando salgas?” Y yo decía: todavía
no sé. En mi cabeza no está salir de ahí; o sea, yo sentía que iba a vivir toda la vida en
el psiquiátrico, y yo estaba tranquila, era totalmente mi zona de confort; o sea ahí yo
no tenía que hacer nada, me decían qué hacer, me daban las pastas y ahí me sentía
como protegida.

Dafne, se puso de pie, fue a su cuarto y regresó en pijama, con su agotamiento


notorio se sentó de nuevo y me ofreció jugo; tranquila, quitándose el peso del día, lo
dejó con la ropa.  

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